Victorian Vampires
Diario de James S. Lefroy 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por James Stephen Lefroy Jue Ago 31, 2023 1:06 pm

Diario
James S. Lefroy
31 de agosto de 1842
Piano solo
Hoy fui a un concierto de piano solo.

La extraño.

No dejo de recordar.

Mis recuerdos se repiten de forma cíclica desde que salí de aquel concierto.
Estos recuerdos comienzan desde que la conocí y terminan cuando... Bueno, fue hace unos ocho años, cuando termine mis estudios en Francia y regrese a Irlanda, a casa.

A mi regreso era tal el entusiasmo de mi familia que ya hasta habían planeado una fiesta de bienvenida al quinto día de mi llegada. Recuerdo que, en aquella fiesta en un rincón del salón, yo me estaba divirtiendo, charlando con mi hermano y unos viejos amigos cuando de pronto interrumpió nuestra charla la escandalosa señora Dashwood insistiendo en que la acompañara a conocer a su sobrina. Intente escapar de la situación poniendo pretextos, pero mi propia madre me traiciono al llegar en rescate de la señora Dashwood.

Suspiré cansado y por voluntad propia decidí hacer lo que me pedían porque quería acabar de una vez con esa situación. Además, no era la primera vez que intentaban emparejarme con alguna señorita. Y para mi buena suerte, aun seguía soltero.

Entonces puse mi mejor sonrisa y tomé del brazo a mi madre mientras me dejaba arrastrar por ella que en voz baja me decía que ni siquiera pensara en hacer un desaire a la señorita Georgiana Thorne, la sobrina de su querida amiga que ya había decidido colgarse de mi brazo libre. Tuve la impresión de que ambas querían evitar que huyera.

Me llevaron frente a un grupo de damas que estaban sentadas en unas sillas. Algunas observaban atentamente el baile en el centro del salón, otras conversaban entre sí. De pronto la señora Dashwood le pidió a una joven dama que se levantara, era su sobrina. Para mi sorpresa, ella era bonita. Pero la estridente voz de la señora Dashwood lastimo mis oídos cuando la escuche decir con gran emoción: "¡Voy a presentarles! Y luego, la invitaras a bailar." soltó una risita al mismo tiempo que me soltaba y llamaba a su sobrina.

Lo siguiente que sucedió y que hice, fue apegarme a las normas sociales y prepararme para una conversación superficial con la señorita Thorne, pero nadas terminar la presentación formal y que nos dieran espacio para convivir tranquilamente, sin querer se me escapo un "A mí me parece todo muy bien planeado, así que dígame la verdad señorita Thorne, ¿mi familia ofreció cuarenta cabezas de ganado por usted?"

Lo admito, quería deshacerme de ella al insinuar que la habían comprado como quien compra un objeto.

La señorita Thorne me miro durante un par de segundos antes de poder decirme: "¡Por supuesto que no! Yo valgo al menos 140 cabezas de ganado y por lo menos 25 hectáreas de terreno. Que usted piense que valgo menos, eso sí me ofende."  

Su sonrisa ladina me dejo aún más sorprendido que enmudecí por un momento.

No suelo ser descortés, pero en aquel entonces pensaba que en la vida debe haber algo más que casarse y formar una familia. Y ahora que creo que he madurado, ya no pienso tanto así.

Por supuesto que me disculpé al instante y también me tranquilice cuando me dijo: "No se preocupe tanto señor Lefroy, también me siento incomoda con este emparejamiento. Además, sé que mi tía no ha sido muy discreta hace un momento, pero le propongo que cuando menos hagamos agradable este encuentro en vez de insultarnos o generar un silencio incomodo." Acepte de inmediato su propuesta y entonces hablamos de música, luego de literatura, y finalmente no recuerdo el resto de los demás temas sobre los que charlamos. Pero si recuerdo bien que acordamos tocar el piano a dúo algún día.

Me alegra sinceramente no haberme ganado el odio de la señorita Thorne o jamás hubiese tenido el gusto de tocar el piano junto a ella. Ni que decir de los demás. Me habría perdido de escucharla hablar de lo mucho que le gustaría componer sus propias piezas musicales y ver sus ojos llenarse de brillo cada que hablaba apasionadamente de su sueño. Lo que menos me agradaba era tener que soportar la compañía de su tía que se había autonombrado la chaperona. A veces empleábamos ciertas artimañas para escaparnos de la vista de esa mujer. Yo por supuesto que recalcaba que solo éramos amigos a quien dudara de nuestras interacciones.

Pero no todo dura para siempre. Después de varios meses de ser nada más que amigos me pidió que esclareciera si seriamos siempre amigos u otra cosa.

Por un lado, si seguimos siendo amigos la gente podría crear rumores poniendo en tela de juicio el honor de la señorita Thorne y eso limitaría sus opciones de conseguir un marido. Sin embargo, yo quería seguir presentándome en su residencia y conversar con ella por las tardes, invitarla al teatro, sentarme a su lado en recitales, contarle cualquiera cosa que se me viniera a la mente.

Me encontraba decidió a tomarme mi tiempo para pensar las cosas sin embargo yo dije: "Me complacería seguir siendo su amigo, pero... La situación para una mujer es diferente. Y si me lo permite, me gustaría pensarlo un poco. Pero también quiero hacerle una pregunta, ¿su amistad también fue un acuerdo entre nuestras familias?"

La verdad es que me costaba creer que mi familia no había seguido entrometiéndose en mi vida privada. Por suerte, la señorita Thorne aclaro las cosas:

"No. En un principio solamente fue curiosidad. Pero luego y de forma que aun no comprendo, encontré entretenida su compañía, aunque tengo que decirle la verdad, encuentro exasperante cuando acomoda todo. Que si un cubierto está mal colocado por un milímetro usted se apresura a acomodarlo. Y es capaz de preocuparse durante horas por una pequeña arruga en su vestimenta. ¡Oh, Dios! No me atrevo a imaginar la exageración con la que debe estar ordenada su habitación."

"Voy a negar todos mis defectos hasta el final de mis días." Le contesté.

Y ella agregó: "Descuide, si tengo halagos para ti... usted, señor Lefroy. Un halago podría ser que no tengo que preocuparme por lucir perfecta, siempre termino despeinada por su culpa. No sé que manía tiene con tocar siempre mi cabello. "

La vi hacer un pequeño puchero indignada cuando termino de hablar. Lucia tan linda... Pero no le hice ningún complido ni le dije la verdad sobre porque siempre la despeinaba. Lo que si le dije fue: "Debo irme." Hui. No volví a verla durante varios meses.

Evite pasar por todos los lugares donde pudiera encontrármela. No estaba listo para enfrentarla y decirle que no me sentía preparado para ser el marido de alguien y tampoco me veía siendo el padre de alguien. No estaba listo para formar una familia.

A menudo me preguntaba a mí mismo si acaso había cometido un error en alejarme de ella o si tan siquiera podría haber alguna vez algo más que amistad.

Mis pensamientos fueron más invasivos, me surgieron los celos de imaginarme que ella pudiera haberse comprometido con alguien más. En ese momento me cansé de sentirme así, y me decidí a cambiar ese sentimiento escribiéndole una carta:

Señorita Thorne, no me extenderé con mi carta pues se de primera mano que le gusta recibir las noticias sin tantos rodeos, así que... Después de una gran introspección reconozco que me he equivocado con mi actuar y ahora suplico me otorgue una segunda oportunidad.
Su servidor, James S. Lefroy.


Y su contestación a mi carta es algo que jamás olvidare:

Para nada estimado señor Lefroy.

Mi condición para perdonarlo es que usted pague mi peso en oro o en su defecto me de esas 140 cabezas de ganado y las 25 hectáreas que hace tiempo le mencione. Si no puede cumplir con alguna de esas dos condiciones le daré una tercera opción, búsquese a alguien más para despreciar en otro lado.

Y se dice piedra no roca.

Giorgiana Thorne

P. D.: La próxima vez dígame lo que desea directamente a la cara.


¡Se atrevió a usar lo de la roca a sabiendas que detesto la forma tan liberal e inculta que tienen muchas personas de llamar piedra a todas las rocas! Bien... es una queja superflua de mi parte.

Justo después de leer su carta pedí que alistaran mi carruaje para ir a su casa. Ella me recibió sin mucha tardanza, y cuando al fin estuve frente a ella permití dejar escapar mis sentimientos: "¡Georgiana! No me gusto que en tu carta me hicieras parecer como un petulante esnob. Es muy probable que realmente lo sea, pero no me lo digas. Déjame mantener la ilusión de que soy de carácter humilde. Y ahora para de reírte que no podre disculparme contigo como es debido."

Algo de lo que dije la había hecho reír tanto que apenas pudo para cuando se lo demande:
"Ya... es que no puedo ayudarte con tu mentira sobre tu supuesta humildad. Siempre corriges todo y a todos. ¿No es muy estresante para ti buscar defectos en todo?"

Ella tenía razón, pero ese tema no era importante en ese momento, así que de mi boca brotaron estas palabras:
"Lo siento. Me fui sin darte una buena explicación. Fue mi inmadurez y mi falta de compresión sobre mis propios sentimientos los motivos que me hicieron huir de ti. Y lo que escribí en mi carta lo dije con sinceridad. También... me gustaría que volviéramos a ser amigos. Aunque también... Bueno... Tal vez... No sé... A lo mejor..."

"¡Ya dilo de una vez!" Me interrumpió.

Suspire y me arme de valor: "Tal vez no estoy muy de acuerdo con ser solo tu amigo. Tal vez me gustaría comprometerme contigo. No parece ser tan mala la idea del matrimonio... Bueno, ya lo dije. Si vas a rechazarme hazlo rápido y después finge que no he dicho nada."

Los segundos en que espere nervioso su repuesta me resultaron una eternidad, y sentí que casi me quedaba si aire cuando al fin escuche su voz:
"Primero debes conquistarme y después pedir mi mano. Me parece que te has saltado un importante paso. Esto es... Mmm…, ¿cómo sueles decir? ¡Ah, sí! No es correcto, es incoherente, no es propio, vaya falta a las normas sociales, es inaudito..."

Rodé los ojos y simplemente repliqué:
"Ya entendí, soy un petulante que no se cansa de corregir a los demás. ¿Entonces es un no? De ser el caso, te pido por favor que no prolongues más el rechazo."

"Déjame terminar. Es un... quiero tener muchas citas y muchos regalos. Tienes que informarle a mi padre de tus intenciones. Luego tal vez mi tía quiera ser mi chaperona, pero estaré encantada de fingir que soy tan torpe al andar que me tropezare demasiado. Y así tendrás un pretexto para tocarme cuando intentes evitar mi caída. ¿Eso responde a tu pregunta?"

Asentí con la cabeza observando sus labios que se habían curvado para sonreír con un deje de picardía. Entonces me fui acercando despacio hacia ella y disminuyendo progresivamente el volumen de mi voz: "Voy a cambiarle una pequeña cosa a tu brillante idea."

Con suavidad tome su rostro y la bese por primera vez.

Después de aquel día la bese varias veces, a escondidas de todos mientras buscaba ganarme su corazón tal y como me lo había pedido.

Y al cabo de un tiempo me case con ella.

Ahora en esta hoja de papel confieso que además de ser mi esposa la consideré mi mejor amiga en el sentido de que siempre pude confiar en ella. Yo le contaba la mayoría de mis secretos y ella los suyos. A su lado jamás me sentí solo. Ella estuvo siempre para mí y yo hice lo mejor para apoyarla y amarla. Sin embargo, yo no pude hacer nada en contra de la naturaleza cuando ella enfermo. Una grave neumonía la mato. Ninguno de los tres médicos que la atendieron pudieron evitarlo.

El día anterior a su deceso le confese porque solía despeinarla. Dudo que me haya escuchado porque estaba dormida. Por la mañana del siguiente día corrobore que ya no despertaría jamás.

Solamente se fue.

Ahora solamente me quedan los recuerdos de ese vestido de un morado claro que vestía la primera vez que la vi. Un vago recuerdo de como era su voz. Su gran paciencia y lo rencorosa que a veces era. Y un sinfín de cosas que puedo enlistar, pero aquello que me incito a escribir fue la pieza musical Serenade de Franz Schubert para piano. Era la favorita de mi muy querida Georgiana.

James Stephen Lefroy
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