Primitivos [Libre] Flashback

por **Fernand de Louvencourt** Sáb Dic 30, 2023 5:26 pm

12 AÑOS ATRÁS

Fue tres noches después de la masacre cuando comenzaron las pesadillas.

Curiosamente, Fernand las esperaba. Después de todo, su hermano mayor, su mástil acababa de ser desterrado del plano de los vivos. Lo había visto morir horriblemente a manos de una turba de vampiros neófitos. Y hasta su último aliento intentó convencer a los suyos y a sí mismo de que los altos mandos de la Inquisición enviarían refuerzos en su ayuda, que no los dejarían solos. Había muchas razones para que sus pesadillas se manifestaran.

Fernand pensó que se sentiría diferente estando de regreso en París, de vuelta en la morada de los Louvencourt, pero cuando los fantasmas en su cabeza empezaron a gritar, los de Émile y sus compañeros se levantaron y lo persiguieron a través de sus sueños. Podía ser que estuviera roto más allá de la reparación.

— ¡Fernand, despierta! — una voz preocupada le gritó.

Fernand se obligó a abrir los ojos para ver sus habitaciones iluminadas con velas y una expresión de preocupación en el rostro de su hermano menor, Boniface. Sus manos estaban sobre sus hombros, sujetándole firmemente, y parecía agitado. No tenía palabras para expresar el horror de lo que había soñado, así que sólo se sujetó la cabeza con ambas manos.

— Calma ahora. No estamos en el campo de batalla. Estamos a salvo — murmuró, calmándolo como si fueran niños otra vez.

Quería avergonzarse de que Boniface lo viese en ese estado, porque siendo mayor que él, le correspondía ser el fuerte en momentos críticos como aquellos, pero el alivio que sintió cuando el palpitar del corazón de su hermano se unió al de él, alejó cualquier sentimiento persistente de vergüenza. La manada seguía sobreviviendo, aunque con uno menos.

Fernand no supo cuánto tiempo estuvieron así, sentados el uno junto al otro. Solo cuando algunas de las velas comenzaron a parpadear, se dio cuenta de que estaba impidiendo que Boniface durmiera.

— Vuelve a tu cuarto — dijo, mirando hacia abajo, no deseando ver lástima en los ojos de Boniface.

No pasaba un día sin que Fernand sintiera vergüenza de lo que el fanatismo había hecho de él: un instrumento que sólo acataba órdenes y no podía dejar que nadie se acercara a consolarlo.

Pero Boniface, el más callado y observador de los hermanos Louvencourt, lo ignoró.

— ¿Quieres hablar?

Fernand sabía que él hablaba de su pesadilla. Negó con su cabeza.

Boniface suspiró, luciendo un poco decepcionado pero no del todo sorprendido. En lugar de empujarlo, simplemente abrió una ventana. Cuando Fernand no se movió hacia él, anclado en su sitio, arqueó una ceja.

— Ambos sabemos que no dormirás a menos que dejes salir lo que te empeñas en contener. Me iré en el momento en que cruces esta ventana — prometió, su voz comprensiva y de alguna manera imperativa en su promesa.

Fernand deseó poder decirle que era innecesario, que estaba equivocado y que no necesitaba dejar ir nada. Pero no pudo. Ambos eran licántropos; el humano no podía hallar la paz sin apaciguar al lobo primero.

Sin decir nada, Fernand se levantó de la cama, se vistió con lo básico, y salió por la ventana. Se adhirió a las paredes hasta tocar el suelo y se aventuró en la vegetación.

Pasó de caminar a correr en cosa de minutos, buscando respuestas entre los árboles. Se dio cuenta de que hacía tiempo que no hacía esto: ser un animal porque sí. No para entrenar. No para prepararse para un enfrentamiento. No porque un superior lo ordenase. Sentía el placer de correr por el sólo hecho de obedecer a su esencia más primitiva. La misma que había combatido por años a punta de espada y cruz.

Lo extrañaba.

Extrañaba cuando no temía dormir.