Bloom — Priv. <FB>

por **Élise Svärd** Sáb Ene 20, 2024 9:48 pm

Zona Residencial, París, Francia.
Diciembre, 1839.
23:40
-03 °C

La vida de la joven holmiense y de su propia familia, estaba teniendo complicaciones en los últimos meses. Pues aunque eran básicamente una familia numerosa, difícilmente llegaban justos a finales de cada mes. Pues el padre de familia quién trabajaba casi todo el día, se esforzaba todo el día para traer el pan a la mesa de los Svärd, pero parecía no ser suficiente. La vida en Francia se estaba haciendo cuesta arriba y parecía que las buenas oportunidades se estaban agotando para la numerosa familia. Por otro lado, la matrona de los Svärd, aunque con una edad no tan avanzada, comenzaba a sufrir ya de ciertas enfermedades que le impedían tener una vida normal como cualquier otra persona. Y eso, definitivamente, era algo que preocupaba a todos.

Vivían estos en un barrio bastante humilde en los suburbios de la señorial París, muy cerca de la Corte de los Milagros, una zona bastante peligrosa y donde solo había decadencia, perdición y mucha pobreza. Pero al menos, los suecos tenían un lugar propio al que llamaban hogar. Por su parte Élise, había visto frustrado su sueño de estudiar en un instituto para señoritas debido a la precaria economía de su familia, por lo que parecía estar limitada solo a quedarse en casa todo el día para ayudar a su madre con los quehaceres del hogar y esperar el momento adecuado para unirse en matrimonio con algún hombre trabajador que pidiera su mano. Así funcionaban las cosas para jovencitas como ella, lo sabía y aunque no le gustase, no tenía muchas más opciones.

Una fría noche de invierno parisino, mientras terminaba de recoger y lavar algunos platos que se habían utilizado durante la cena, la joven rubia se disponía a caminar de regreso a su habitación. Sin embargo, cuando estuvo a punto de cruzar el pasillo en dirección a la habitación, no pudo evitar escuchar la voz de sus padres y de su hermano mayor. Con cautela, y frunciendo su ceño, aguardó detrás de la pared. Una inmensa tristeza invadía el corazón de la muchacha, cuando las palabras de su madre comenzaron a ser escuchadas ―. Me temo que ya no tenemos comida para esta próxima semana, he gastado los últimos ahorros que teníamos en la cesta de comida que estamos consumiendo. Hay que hacer algo a la brevedad posible o tendremos que irnos ―. Las palabras de su madre, cargadas de dolor, exponían esa información a su primogénito y su marido.

Quiso quedarse a seguir escuchando la conversación, pero mientras se llevaba una de sus manos hasta sus labios, producto de la sorpresa que aquello le generaba a la rubia, tropezó un florero que se encontraba justo al lado, sobre la superficie de una pequeña mesa, haciendo estallar en varios pedazos aquella sencilla pieza. Se erizó por completo, había sido descubierta espiando la conversación.