[Manhattan, USA - 2011] Call all you want. { Alfred Brooks } R18

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Spoiler:

Cinco meses, tres semanas, dos días, octavo piso, departamento 805 y muchas llamadas sin contar que le hacía el mismo sujeto cada noche. Desde que llegó a Manhattan, consiguió un buen lugar para vivir, además vivía ahora del trabajo de restaurar y ademas vender antigüedades, aquellas que él mismo había podido conseguir con su basta vida de vampiro. Pero muchas veces se aburría entre cuatro paredes durante el día. No tenía ningún amigo, solo algunos conocidos que no pasarían de aquel nivel, por lo que cuando una noche, mientras compraba unas pinturas en una tienda que abría las 24 horas al día, se le acercó un hombre y le alabó por la voz grave que tenía, su modo de hablar y expresarse. Aquello le pareció algo curioso, pero mucho mas el que le pasara su tarjeta ofreciéndole empleo en un call center durante el día y noche. Obviamente el vampiro se negó, pero cuando le ofrecieron trabajar desde su propio hogar, solo usando la conexión que la empresa le entregaría, lo pensó y a los días aceptó.

Aunque para su sorpresa y ya habiendo hecho bastante trámite, se dio cuenta que sus servicios no iban dirigidos a vender algún producto o prestar asistencia de algún producto. Debía atender llamadas de hombres que buscaban conversaciones eróticas. Algunos resultaban bastantes agradables, otros chistosos y la mayoría muy desagradables. Por suerte él tenía la facultad de colgarles y poder bloquear sus números. Pero quien mas le llamaba la atención era un joven que le llamaba cada día, a veces la conversación era relajada, él le contaba que hacía durante el día y Jerome se inventaba alguna historia para decirle. Aunque otras veces la conversación se tornaba mas 'adulta' y osada, tanto que parecía que si estuviesen cara a cara terminarían en la cama. Pero Jerome lo tenía claro, era su trabajo, pus al desconectarse del auricular volvía a lo de siempre.

Eran las 8 de la tarde y su turno en el 'fono erótico' había terminado, aunque la gente no creyera, muchos de esos fonos prestaban servicios diurnos.

Ahora se disponía a tomar una chaqueta y salir a caminar, quizás a buscar alguien de quien alimentarse, cuando su móvil personal sonó. Lo tomó y contestó, vaya, era uno de esos teleoperadores que llaman ofreciéndose sus planes de minutos y cosas. Le prestó atención y solo porque conocía lo difícil que era el trabajo tras el teléfono le dedicó tiempo.

"Buenas tardes, mi nombre es Alfred Brooks, ejecutivo de ventas de ..."

Y así siguió la presentación de aquel operador que le ofrecía un plan para su celular bastante bueno.

-Me parece bueno lo que usted me ofrece...pero en éste momento estoy algo ocupado, iba de salida...pero sabe? Lo contrataré si hacemos esto de forma rápida.-

Y así en unos cuantos minutos había corroborado sus datos y escuchado las instrucciones finales que le decían: "Entonces señor Jerome, su servicio se habilitará en las próximas 72 horas hábiles. Recuerde que se comunicó con Alfred Brooks..."

Y así se despidió, terminó la llamada, guardó su celular y salió del departamento. Al bajar los ocho pisos, pasó por el jardín central que unía una torre con la otra y finalmente llegó a la calle. Esperaba no tardar tanto en su búsqueda de la cena, pues debía pasar luego por un objeto a reparar, un antiguo reloj. Por aquel mismo motivo no salió arreglado como de costumbre. Vistió ropa mas simples, con gafas y su cabello hacia un lado, el look que siempre mostraba al presentarse como anticuario.

Spoiler:

A pesar que para muchos era un trabajo muy cómodo, para alguien tan activo como Alfred Brooks el trabajo de telefonista era una tortura constante. Para empezar tenía que modificar su 'pintoresco' modo de hablar para uno más neutro ya que tenía que hacer llamadas a gran parte del país y era mejor que su acento campirano no se notase. Lo otro, estar ocho horas sentado, apenas con una pausa de media hora para almorzar o para un break de media tarde, era terrible. El hombre estaba bastante seguro de que algún día perdería del todo la movilidad de sus piernas y tendría que comenzar a usar una silla de ruedas. Al menos podría seguir haciendo llamadas, pensó con sarcasmo.

Con la mano derecha se soltó algunos botones de la camisa blanca que traía mientras se estiraba hacia atrás para relajarse luego de la última llamada que había hecho: una señora de 61 años, por lo que decía el resumen del cliente en su pantalla, pero que era tan sorda como su bisabuela de 97, solo que unas diez veces más terca. Había sido tan caótica esa llamada que más de tres veces estuvo dispuesto a cortar, pero al final de alguna forma que ni él había notado, había conseguido cerrar el trato. Siete minutos, pero le habían parecido que habían sido cuarenta.

- Buen trabajo, Brooks - le dio un golpecito en el brazo mientras pasaba por su lado aquel hombre mayor que era su supervisor y que había sido la razón por la que a pesar de sus enormes deseos de terminar la llamada la había continuado. Y con buenos resultados, al menos esa vez. No podía negar que no era antipático ni nada de eso, pero por su trabajo (que era verificar que todos realmente se esforzasen para hacer las ventas) había una gran cantidad de telefonistas que le odiaban, sobre todo porque era muy estricto. Él no era de los que le odiaban a viva voz, pero en días tan agotadores como ese realmente deseaba que se torciese un tobillo y se quedase en casa.

No odiaba su trabajo, en realidad estaba agradecido de tenerlo y no engrosar la lista de desempleados de Estados Unidos. Había tenido suerte cuando apenas al llegar a Manhattan vio aquel anuncio de trabajo, siendo contratado enseguida. Había sido realmente afortunado, aún hasta ahora lo creía, pero realmente aquel trabajo no le satisfacía del todo. El sueldo le alcanzaba para arrendar un departamento bastante decente en una buena zona de la isla y se mantenía trabajando de vendedor en una tienda de Dior por las noches los fines de semana, pero a veces sentía que ese trabajo, llamando todo el día, sin poder ni siquiera ver al interlocutor, no era del todo para él.

Respiró profundo al ver que eran más de las 8 de la noche notando que ya le quedaba apenas una hora y media más, así que dando una ojeada distraída al nombre de su próxima llamada, marcó el número y esperó a que contestasen.

Casi siete meses en el mismo trabajo provocaba que las palabras saliesen de su boca de manera casi involuntaria, mecánica, totalmente profesional. Y, claro, aburrida.

Mientras daba las enormes ventajas del plan telefónico que ofrecía para que los clientes se cambiasen, pensaba en qué pensarían esas personas si supiesen que él ni siquiera compartía la compañía telefónica. Era gracioso, por cierta parte.

Cuando fue interrupido sintió como la boca se le secaba ligeramente mientras sus ojos se abrían grandemente - ...no puede ser... - el telefonista pudo sentir como el sudor frío recorría su espalda. Esa voz él la conocía, oh, si, la conocía muy bien y jamás la confundiría. No podía confundirla.

Su mirada se clavó en la pantalla del computador viendo allí los datos de aquella persona, tragando saliva intentando recuperar la compostura, pudiendo hablar casi normal.

- Por supuesto que podemos hacer esto rápido, señor Jérôme, no es mi intención molestarle más de lo necesario, así que si me permite corroborar sus datos personales, podremos acabar esto pronto - una sonrisa tonta se posaba en los labios del de cabello castaño claro mientras cogía una servilleta de su sandwich/almuerzo y comenzaba a anotar - Para empezar... ¿es este su número personal? - sentía su corazón acelerado mientras iba anotando cada uno de los datos de aquel hombre hasta que llegó a la dirección, perdiendo la movilidad del lápiz por media fracción de segundo pero reaccionando poco después.

Acabó de darle las últimas intrucciones y, mientras acercaba aquella servilleta a sus ojos, sonrió lindamente - Recuerde que se comunicó con Alfred Brooks, señor Jérôme, espero que tenga una muy buena noche - acabó casi a media voz, apretando el botón para acabar con la llamada, mientras miraba aquel trozo de papel de manera casi embobada.

No supo como fue que pasó la hora y media siguiente. Cuando pasó el supervisor a felicitarle por las ventas y a darle el pase libre para irse recién notó que había hecho otras tres ventas en ese rato, y lo siguiente que supo es que estaba a cuatro cuadras del edificio de la empresa y que iba sin su bicicleta.

- Rayos... - suspiró posando una mano en su frente mientras la otra apretaba ligeramente aquella servilleta en su bolsillo. Estaba demasiado distraído, sin embargo no tenía deseos de devolverse. Sabía que no le pasaría nada a su bicicleta porque no era la primera vez que la dejaba en el estacionamiento subterráneo una noche, así que se decidió a caminar.

Los ruidos y las luces de Manhattan intentaban devolverle a la realidad, pero era una meta algo complicada, no después de esa llamada. Estaba seguro, completamente seguro, de que era él. Era Jeanson, era al hombre que llamaba casi cada mañana cuando tenía turno por la tarde. ¿Por qué? Porque por las noches casi nunca estaba y Alfred solo quería hablar con él, con nadie más.

Parado en medio en la acera se llevó ambas manos a la cara cubriéndosela y soltó una carcajada. ¡Tenía el número personal de Jeanson!, mejor que eso ¡Sabía su nombre real! Jérôme Leroy, tan francés... sentía que se estremecía - Dios, me estoy volviendo una chica... - susurró aún entre risas nerviosas, mientras seguía caminando y entraba a un minimarket a comprar comida.

Alfred Brooks supo desde que tenía 15 años que era homosexual. Podía sentirlo, las mujeres le eran de lo más indiferente, mientras que todo su cuerpo vibraba por los chicos. Había pasado por la atroz etapa de la negación hasta poco antes de irse a New York, que fue cuando finalmente decidió que no podía seguir luchando contra ello, pero todo a lo que se atrevió fue a hacer una tonta llamada a una línea erótica solo para hombres, y fue allí donde le conoció.

Sabía que era lo más estúpido que le podría haber ocurrido, pero había sido inevitable encantarse con aquel hombre. Aquella voz, hablando directamente a su oído. La primera vez fue horrible, sabía que había tartamudeado muchísimo, sin embargo el otro no se burló, no se rió, solo le escuchó y le habló con aquella tranquilidad tan sensual que aún hoy le ponía duro de tan solo recordarle.

Cuando cortó la converzación en aquella ocasión sintió como si un peso se hubiese quitado de encima suyo. Había sido consolado de cierta manera, y durante todos esos meses no había podido alejarse de aquel magnetismo que provocaba esa voz. Aquella llamada, el esperar que él contestase y sino colgar,se había convertido en parte de su rutina. Una que pensaba jamás se rompería.

Sin embargo ahora parecía que no sería así del todo, pensó mientras se detenía frente a su edificio y levantaba la servilleta de papel, comparando con una sonrisa el número anotado allí con el número que en elegante bronce se mostraba sobre la piedra: era la misma dirección.

- El destino si existe - susurró el joven telefonista besando el papel para guardárselo en el bolsillo de sus jeans, mientras entraba hasta el patio central mirando hacia la torre norte que era la contraria a donde él vivía, rodeado de aquellas luces que iluminaban el verde lugar..

Vivía en el mismo edificio que Jeanson. La pregunta ahora era si se atrevería a subir los ocho pisos, tocar aquella puerta y enfrentarse a la persona del otro lado.

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Actualmente, Jerome tenía una especie de relación con una chica. Aunque básicamente estaba con ella porque le permitía beber su sangre, podía sentir cualquier cosa por ella, pero menos amor. Sentía que esa relación no estaba bien, pero tampoco se le hacía tan fácil la idea de simplemente salir por la noche a matar gente para alimentarse. Con el pasar de los años y los siglos las cosas estaban mas difíciles cuando se trataba de matar a una persona y que ésto pasara desapercibido.

Había estado una media hora o un poco mas con ella, solo fue a alimentarse y dejó el sexo de lado. No es que no quisiera tenerlo, pero la chica siempre después del acto terminaba coronando la situación con palabras como '¿Me amas?' . Y por Dios que era horrible escuchar esas palabras.

De camino a su casa pasó donde un cliente que tenía para él un viejo reloj cucú suizo. Se lo vendió a un buen precio pues además estaba dañado y le faltaban algunas piezas así que él lo restauraría y lo vendería por un precio mayor, quizás le sacaría el doble del dinero.

Caminaba con el reloj casi bajo el brazo pues no era excesivament grande, aunque si tuvo algunas complicaciones al momento de abrir la reja del condominio donde vivía. Ahí mismo encontró un par de llaves que tenían el nombre de "Alfred Brooks" escrito. Preguntó al concerje y éste le dijo que lo había visto pasar recién, si podía alcanzarle y darle las llaves. Jerome no se pudo negar, pues todo paso rápido y el hombre se veía cansado. Fue hasta el patio central y ahí encontró a un joven rubio con camisa blanca y jeans negros. Caminó hacia él y se paró a un lado. Pudo notar su cabellera rubia ordenada de forma casual, se veía muy bien y de pronto él mismo sintió vergüenza por su aspecto tan simple, siendo que le encantaba lucir bien, de hecho una vez a la semana procuraba ir a una tienda D'ior para comprar alguna prenda nueva, pero cuando pasaba por trabajo a algún lugar no le gustaba lucir tan arreglado.

Toció para llamar su atención y le miró de reojo por encima de las gafas que se estaban cayendo por su nariz.- ¿Es Alfred Brooks? -Preguntó mientras sentía que el reloj se le resbalaba del brazo- Me dijo el conserje que le encontraría acá. -A un lado había una banca, en la cual decidió dejar el reloj mientras tanto. No le quería entregar las llaves así nada mas, pues podía ser otra persona- Encontré unas llaves en la puerta y tenían nombre, dijo el conserje que siguiera al joven rubio que había entrado hace poco, así que supongo que es usted...por cierto, es curioso pero siento haber escuchado su nombre este día.-

Le dio una rápida mirada de arriba hacia abajo, el chico era guapo, y digamos que esos pantalones ajustados le hacían justicia. - Mira hacia otro lado...- Se regañó así mismo y desvió la mirada. Pero sentía cierta tensión en su cuerpo, aquella por no haber podido desatar su deseo sexual con la mujer de la cual se había alimentado, además ¿Cuánto llevaba sin tner sexo? Quizás un mes o un poco mas, y aún así la chica no quría dejarle ni entendía sus palabras cuando él le decía que no quería seguir, que solo su sangre era lo que le hacía volver.

Agitó la cabeza para despejar sus pensamientos, pero además, aquel chico tenía que andar con la camisa semi abierta, mostrándo su cuello, y con lo distraído que le parecía, era casi como una presa a la cual el podría cazar. Ah! cazar, hace mucho mas tiempo que no lo hacía, poder asechar a su presa, sentir su miedo y luego su entrega cuando estaba entre sus brazos, bajo su cuerpo...que revivirlo una vez mas. Pero había una vocecita en su cabeza que lee decía que se debía frenar. Aún no había roto la barrera y si se mantenía compuesto, entregaba las llaves, tomaba su reloj y se iba a su departamento todo estaría bien. Al menos eso creía.