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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Isaura Blackraven Miér Feb 16, 2011 8:21 pm

Las primeras luces del día asomaban entre los claros que las nubes matinales se apresuraban en cubrir con su blancura. Sería una jornada gris, los truenos sonaban a lo lejos y la brisa fría terminó por despabilarla cuando abrió el ventanal que cerró inmediatamente. Frotó sus brazos a causa del intempestivo cambio de temperatura y la puerta de la alcoba se abrió mientras se cubría con una bata. Una de las jóvenes empleada hacía un par de días, ingresó sin pedir permiso, y el regaño de la institutriz, que caminaba detrás, se oyó durante el tiempo que llevó preparar a la duquesa para sus actividades. Isaura ocultaba la risa que le provocaba escuchar a la Señora Lemacks de las normas sociales, del protocolo, del respeto, su indignación era extrema y la subordinada sólo asentía avergonzada. El último toque del atuendo lo dio el peinado semi recogido con una peineta de color negro, que pasaba desapercibida en el oscuro y largo cabello de la muchacha, que lucía un sutil y exquisito atuendo de su Inglaterra natal en un color magenta opaco, que realzaba el tono de su piel y el de sus ojos. Desayunó en compañía de unas doncellas y de su infaltable educadora, con las cuales repasó el itinerario que se haría ese jueves. Las mujeres tomaron nota de los detalles y pedidos y de los demás quehaceres que debían realizar. Tras la finalización de la primera comida del día, se dirigió a su despacho, donde preparó tres cheques, uno destinado a la compra de dos sementales, otro a la deuda de un allegado a la familia, y el último, que guardó en el interior de su cartera, a las donaciones semanales que hacía al hospital de París, lugar que solía visitar y actuar como voluntaria junto a una de sus grandes amigas.

La copiosa lluvia no tomó por sorpresa a Isaura, su chofer y su acompañante, sin embargo, el recorrido se hizo más lento y terminó llegando más tarde de lo planeado. La recibió la Madre Superiora de la orden religiosa que se encargaba del hospital, junto con dos hermanas más, y le indicaron que ese día habían llegado tres niños brutalmente golpeados por su padre. Sensible a esos asuntos, la inglesa no pudo evitar acongojarse ante la crueldad de las personas, ella, que había tenido la infancia más feliz, no comprendía cómo otros pequeños podían padecer crueldades. Las religiosas la llevaron al despacho y le ofrecieron agua con azúcar, que aceptó gustosa antes de sentarse en una de las sillas de roble junto al escritorio de Sor Babineaux, quien se frotaba las manos en su atuendo esperando, ansiosa, que la duquesa se recuperara y le entregara la sustanciosa suma de dinero que periódicamente donaba. El gesto de la mujer no pasó desapercibido para Isaura, que se había percatado de él cuando la observó por el rabillo del ojo. No tenía un buen concepto de la sierva de Dios, le parecía una persona muy interesada y que de vocación poco profesaba, pero no era ella quien cambiaría las autoridades de la Iglesia. Se puso de pie, incómoda, y le entregó el esperado cheque, luego, salió de la habitación escoltada por las dos jóvenes monjas. Son unas niñas, no deben tener más de quince años pensó mientras la guiaban hacia el sitio donde estaban guardados los delantales. Una vez allí, se recogió el cabello, lo cubrió con un pañuelo blanco y se ató, a la altura de la cintura, el mandil del mismo tono que la tela que llevaba en la cabeza.

Dejaron atrás la zona de enfermos, caminaron por los largos pasillos de paredes húmedas y mal pintadas, hasta llegar a uno de los patios. Tomó su vestido entre sus manos y lo cruzaron corriendo, dado al aguacero que azotaba a la ciudad. El sector donde se encontraban resguardados los infantes, lucía aún más lúgubre que el resto del hospital. El silencio ensordecedor se quebraba, por momentos, a causa del grito o el llanto de algún pequeño al que le curaban heridas o padecía alguna enfermedad dolorosa y los calmantes no daban resultado. La llevaron con los hermanos que le habían comentado, y tras pasar el umbral, se encontró con ellos, uno al lado de otro en las camas. El mayor no pasaba los ocho años, y el menor, tenía tres. Dormían plácidamente, pero en sus rostros se reflejaban las marcas de cortes y puñetazos. Alrededor de sus ojos, las aureolas violáceas parecían más oscuras por la escasa luz. Se acercó a paso lento y comenzó su labor, suministrándoles una dosis de láudano a medida que se despertaban y se quejaban de las costillas rotas o de las fracturas en diversas partes del cuerpo. Se sentó junto al del medio y le cambió le vendaje. Le contaba un cuento, cuando la puerta se abrió. Al levantar la vista, no pudo ocultar su sonrisa al encontrar bajo el marco, a su querida amiga.
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Mensaje por Imogen Reuss-Ebersdorf Jue Feb 17, 2011 6:08 pm

No servían de nadas las peticiones de Imogen, que de un minuto a otro, sonaban casi como suplicas ante los oídos del experimentado chofer. El acompañante a su lado le pedía que se calmará, era imposible que el carruaje corriera más rápido y lo único que le quedaba a la inglesa era respirar profundamente, calmarse y esperar a que su querida amiga entendiera lo sucedido. Y era aquello lo más probable, Isaura era una joven comprensiva que no pondría reclamo alguno por lo sucedido, al contrario, posiblemente le dijera que había obrado bien y que no se preocupase, que ella incluso hubiese hecho lo mismo. Y aún cuando Imogen era consciente de que su amiga no la recriminaría por su falta, seguía sin poder dejar de sentirse culpable. No había sido un retraso de minutos, había sido más de una hora de espera. Rogó que Isaura no se hubiera quedado esperándola fuera del hospital durante todo el lapso de tiempo, mas su mente declinó ese pensamiento de inmediato, haciéndole ver que su amiga no era del tipo de personas que necesitaran otra para actuar. Dudaba mucho que se hubiese quedado sin hacer nada sólo porque Imogen, no estuviera con ella. No, Isaura sabía bien como reaccionar ante todo tipo de situaciones, mas ésta que era una tan familiar para ella. Quien sabia y hasta cuando la inglesa llegará al hospital se encontrará con que su viaje hasta allí había sido en vano. Mas claro, siempre podía compartir con su amiga, que era otra de las principales razones por las que asistía hasta allí. Estar a solas con ella, poder dialogar sobre temas personales sin que los ojos de su esposo estuvieran clavados sobre ambas. Por eso amaba hacer obras caritativas, porque él jamás la acompañaba, no le agradaban del todo y dejaba que ella se encargase. Era cuando Imogen sentía que tenía el absoluto control.

Las gotas de lluvia caían cada vez con mayor espesor en las, a esa hora, apagadas calles de Paris. Con la siempre cordial y oportuna ayuda del hombre que guiará antes el carruaje, Imogen bajo del mismo para posicionar sus delicados zapatos sobre el frío pavimento. Suspiró agobiada, aún su mente, por mucho que diera vueltas a aquel asunto e intentará convencerse que su falta había sido por razones de fuerza mayor, se empeñaba en buscar las mejores formas de ofrecer a su amiga una disculpa. Era necesario encontrar las palabras correctas, mas por mucho que Imogen se empeño en repasar mentalmente lo que diría, con el continuó sonido de la lluvia cayendo sobre el techo del hospital y la conversación que la Madre Superiora intentaba entablar con ella, le era imposible concentrarse. Decidió entonces, que al encuentro con su amiga diría, como siempre, la verdad, sin preocuparse si eran o no las palabras más idóneas para ello. Volvió a concentrarse en lo que decía la religiosa junto a ella y no pudo evitar aquel sonido de asombro y suma angustia al escuchar la historia de los tres niños brutalmente golpeados. Si bien Imogen aparentaba ser una joven fría, estaba lejos de tal estereotipo y ante situaciones como ésta la inglesa se acongojaba mucho más de lo habitual.

Por mucho que la religiosa insistió en visitar antes el despacho de Sor Babineaux para que la dama pudiera entregar la importante suma de dinero de su acostumbrada donación, ella se negó. No podía entender como ante tal hecho, podían pensar primero en el vil y sucio dinero. Era importante, sí, si él no podría el hospital seguir con sus habituales funcionales, mas tener que esperar unos minutos por él y dar prioridad a su otra labor, tampoco derrumbaría el lugar. Pidió ser llevada de inmediato con los infantes y, por mucho que quisieron, no pudieron negarse a tal solicitud. Caminaron por senderos sin vida, murallas rotas y sucias. Bajo la triste y ensordecedora lluvia que hacía que el lugar se volviera a momentos más tétrico de lo que ya era. Si hubiera podido un músico completar con alguna melancólica melodía aquel decadente espectáculo, el cuadro habría estado completo. Y más aunque fueron sólo segundos los que se demoró la chica en llegar hacia la puerta que separaba a los hermanos del resto del mundo, le parecieron horas. Abrió, finalmente, su acompañante la puerta, cuidando por petición misma de la joven, de hacerlo de la forma menos notoria posible. Suspiró aliviada, por al menos un par de horas se sentiría libre de aquellos ojos guardadas que seguían sus pasos a cada minuto. Los dos hombres que la acompañaban se quedarían afuera, esperando tras la puerta, atentos ante cualquier situación. Y aunque la rubia joven sabía bien que no se había librado de ellos del todo, soñaba que tal cosa, era cierta.

Cruzó la puerta y al tiempo que lo hacía, una sonrisa alegre se dibujó en su rostro, de esas que Imogen no regalaba a todos los individuos con que cruzaba palabra, mas la persona frente a sus ojos si la merecía. Era su amiga de tantos años, la conocía bien. Era ella de las pocas que conocía sus sueños, sus pesares, alegrías y angustias, de las pocas personas en las que aún confiaba. - Os debo una disculpa - se llevó la mano izquierda al corazón y se inclinó levemente, en un gesto que acompañaba sus palabras. No dio razones de inmediato, ya quedaría tiempo después para ello. Observó a los niños y por instinto maternal se acercó al más pequeño de ellos, acercó su mano para acariciar suavemente su frente y a la vez hizo un gesto a su amiga para que prosiguiera con el relato, no quería interrumpir la labor que ésta hacia con ello, parecían los niños demasiado interesados en conocer el final de la historia.
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Mensaje por Isaura Blackraven Vie Feb 18, 2011 3:26 pm

En el controvertido y desleal mundo en el que tanto Isaura como Imogen se manejaban, ser poseedoras de una amistad sincera era un verdadero tesoro. Y la joven duquesa era muy consciente de ello. Valoraba inmensamente a su querida Lady Reuss-Ebersdorf. Se conocían desde que eran muy pequeñas, la vida las había unido en el apogeo de la niñez, esa maravillosa etapa que carece de las veleidades que los años se encargan de inculcar. Maduraron a la par, correteando por los sembradíos de los Blackraven, brillando junto a los diamantes en la prestigiosa joyería de los Reuss-Ebersdorf. En los eventos, acaparaban miradas, sus cabelleras contrastaban y sus sonrisas inocentes armonizaban los primeros pasos de baile. La rubia fue un gran sostén para la pequeña Isaura cuando se produjo el deceso de sus padres, se enviaban cartas constantemente. El casi inexistente contacto con la realidad que la huérfana tuvo durante el inicio del duelo era gracias a la esperanza que el amor fraterno que la londinense le demostraba. La distancia entre Liverpool y Londres jamás fue un impedimento para que ambas amigas compartieran tertulias e incluso, pasaran días una en compañía de la otra. El difunto duque Alexander, le tenía un profundo cariño a la íntima de su nieta, tanto, que a pesar de haber sido reacio a las demostraciones de afecto, pasaba tardes enteras en compañía de las adolescentes, iban juntos a los bailes y hasta solía contarles, por las noches, antes de dormir, alguna de sus tantas aventuras en alta mar. Sin duda, Imogen fue la hermana que la originaria de Cornwall no tuvo.

Constantemente recordaba la época en que ambas eran felices y no se sometían al rigor de la vida real. Amplió su sonrisa aún más cuando la escuchó hablar, su tono…tan familiar, aristocrático, suave y armónico la transportaban a un pasado mejor. Negó reiteradas veces con su cabeza, en un movimiento grácil tan característico de la posición social a la que pertenecían. — No es necesario, querida, el clima no es de gran ayuda —respondió, condescendiente. No había razones por las cuales enojarse. ¿La famosa puntualidad inglesa? Ellas habían superado la etapa de ansiedades hacía mucho tiempo, las formalidades formaban parte de una banalidad a la cual no estaban acostumbradas en su profundo vínculo. La observó dirigirse al menor de los hermanos, que parecía haberse encantado con su dulce rostro. No reparó demasiado y nuevamente, las palabras comenzaron a resurgir de sus labios, formando una melodía que inundaba la habitación. Acompañaba la lectura con facciones, muecas y entonaciones dignas de una pedagoga, pero lejos estaba de serlo. Los infantes poco a poco fueron cediendo al encanto de Morfeo, que los envolvía entre sus brazos e indagaba en sus más profundos deseos para luego ser él quien se los cumpliera, para convertirse en sus sueños y sumergirlos en el mágico letargo que les traería paz.

Se aseguró de que los tres hermanos se encontraran intensamente dormidos y tomó la mano de Imogen para llevarla hacia afuera, donde dejó de lado los intrascendentes saludos de rigor y la abrazó. Le preocupaba que el retraso de su amiga se hubiera debido a una discusión con su marido o a algún problema de salud, aunque en apariencia estaba perfecta, sin embargo, Isaura mejor que nadie sabía que su par era una experta en simular que todo estaba estupendo. Se separó tras unos segundos en los que se mantuvo aferrada a esa predilección y se apoyó de espaldas en la pared. Quitó de su cabeza el molesto pañuelo y lo apretó en torno a su regazo. — ¿Te encuentras bien? —preguntó sin rodeos. La rubia sabía bien que la confianza que se profesaban era la pauta para hablar directamente, sin adornos ni círculos viciosos que sólo provocaban que el mensaje llegara distorsionado al receptor, por ello, no debía sorprenderse. La observó de reojo para capitalizar cualquier cambio en su semblante, algo le inquietaba, sentía que Imogen quería conversar, ¿pero de qué? Anteriormente, cuando la vio ingresar a la habitación, pese a su radiante aspecto, notó que algo la turbaba. Se incorporó mientras esperaba una respuesta y se llevó las manos a su espalda, donde deshizo el nudo que ataba el delantal. Colgó la tela en su antebrazo y volvió a ubicarse frente a frente.

Isaura conocía a la perfección la naturaleza honesta de su acompañante, tal vez, la duquesa, proyectaba su ansiedad. Había esperado mucho tiempo para una confesión y, aunque el hospital no era el sitio más apropiado para aquello que debía contar, no sabía cuánto más tardaría en expresarse. Pero en ese momento, la prioridad era Imogen, debía estar atenta a lo que diría, una cierta intriga crecía en ella como si su amiga hubiera tenido que relatar un cuento fantástico, de princesas encerradas en torres encantadas, de príncipes azules surcando numerosos obstáculos para salvar a su amada. La imaginación de la inglesa empezaba a divagar y cerró sus párpados por un instante, sólo para atraer nuevamente la concentración que se debía tener en situaciones tan importante. Todo lo que Imogen tuviera para decir, era de extrema envergadura, por más trivial que pudiera parecerle a algunos.
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Mensaje por Imogen Reuss-Ebersdorf Miér Mar 02, 2011 2:06 pm

Sólo sonrió como respuesta a las palabras de su amiga y se limitó a permanecer callada e inmóvil, como acostumbraba a hacerlo, junto al niño, que en ese momento y de forma inconsciente, había apadrinado. Mientras Isaura hablaba la mente de Imogen viajó hacia otro lugar, en pocos minutos ya no escuchaba con claridad ninguna de las palabras que su acompañante pronunciaba. Seguía allí pero a la vez estaba en otro sitio, el sólo hecho de acariciar la cien del pequeño niño junto a ella, la había hecho pensar en la idea de ser madre. Una idea que parecía lejana y a la vez demasiado cercana. Un extraño paradigma que se dibujaba en su mente en ese momento. Por un lado, sabía que tenía todo para concebir a un hijo: juventud, buena situación económica y un esposo, que aunque no fueran la pareja perfecta, si cumplían con los estándares que la sociedad les exigía para formar una familia. En ojos de todos, eran el prototipo perfecto. Pero, por otra parte, ella no estaba preparada para formar una familia. Por suerte para ella, su esposo aún no pensaba en aquello.

El silencio posterior a que su amiga terminará con el relato de aquel cuento y el hecho, inevitable, de que los tres hermanos se durmieran, la hizo volver a la realidad. Se levantó, con sumo cuidado, no quería ser la responsable de que el pequeño despertará y antes de volver completamente a la realidad, acomodó las mantas del infante, cubriéndole hasta la zona axilar y separándose de él después, guiando sus pasos hacía Isaura. Por fin podrían ponerse al corriente de la vida de ambas, era el momento, que la joven esperaba en cada visita caritativa que hacían juntas. No tuvo que decir nada, su intima amiga, como siempre, había leído sus pensamientos y la guiaba hacia afuera. Se aseguró Imogen de que estuvieran lo suficientemente lejos de los hombres que la acompañaban, sujetos que parecían tener una amena conversación a metros de ellos, pero que claro, no quitaban la vista de la joven inglesa. Al menos no podían escucharla desde allí. Les miró de todas formas, como asegurándose de que realmente estaban a gran distancia de ellas y cuando estuvo segura de que era así, recién allí, miró a Isaura y se predispuso a responder a su pregunta.

- No tendría porque no estarlo - respondió, con fingida seguridad, mientras sus ojos nuevamente se mantenían fijos sobre sus dos, no tan bien recibidos, acompañantes. Había dicho las palabras posteriores en voz lo suficientemente alta como para que ellos escuchasen. Ambos la miraron e hicieron un gesto con su cabeza para después volver a lo suyo y aquello tranquilizo en demasía a la inglesa, que volvió otra vez su mirada hacia Isaura. Observándola con desmedido agobio, prueba latente de que había algo más. No pudo callar por más tiempo, cruzó entre si sus propias manos y tal como si la persiguieran por un delito, volvió a mirar hacia los hombres: no les prestaban atención alguna. - Antes de venir aquí, durante la madrugada, he encontrado un hombre en la puerta de mi hogar - - comenzó hablando en un tono de voz bajo, nadie tenía porque enterarse de lo sucedido, sólo Isaura, que era la interlocutora de sus relatos. - Creí que presenciaba un cadáver, pero por suerte, no era tal. - finalizó, sin dar, por ahora, ningún otro dato relevante sobre lo sucedido, esperaba la reacción de su intima amiga para proseguir.
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