Liliana Alessandra Nicoletta Cappelletti di Cavalli

Scusa… scusa, ¿tengo que poner toda mi larga existencia acá? Parece que sí…

Lo mejor que pudo pasarme en la vida fue morir. Suena contradictorio o hasta quizás ni siquiera está bien dicho pero así fue. Hoy debería tener 154 años, de todas formas estaría muerta, pero ahora mi carne estaría descomponiéndose y mis huesos cada vez más expuestos. ¿Ven lo que digo? Es mucho mejor estar muerta o no viva como dicen algunos, aún puedo disfrutar de muchas cosas como el resto de los mortales y pese a tener que variar mi alimentación, creo que hasta puedo sobrellevar esto de alguna manera.

Nací como la segunda hija de una familia a la que le importaba más tener un heredero, alguien que siguiera la línea del trono. Mi infancia fue como la de cualquier miembro de la realeza, lujos, atenciones, entrenamiento, aprender, aprender, aprender y demostrar lo aprendido. Mi futuro estaba decidido desde incluso antes de nacer, no es como si yo pudiera hacer mucho al respecto. Cuando no conoces otra realidad simplemente te conformas con lo que te toca, no puedo negar que amor nunca me faltó, mi madre fue cercana, cariñosa, me mostró la naturaleza cada día en la casa que teníamos en el campo. Mi padre, él tenía cosas más importantes que hacer, él era de los cercanos al rey, se que me quería, pero simplemente no había tiempo para demostraciones de afecto.

Yo tenía sólo 14 años cuando me informaron que en unos meses contraería matrimonio, obvio no quería, ni siquiera lo conocía, pero no era algo a lo que pudiera negarme, las cosas en la realeza son así. Lloré tanto que mi madre optó por dejarme disfrutar mis últimos días de soltería en vez de seguir instruyéndome en las cuestiones correspondientes a la vida de casada, no era la única princesa en la misma situación y me uní a ellas mientras hacíamos bailes y otras celebraciones sin motivo, visité lugares de Italia que jamás pensé en pisar y por primera vez hablé con mi padre para que terminara con la idea. Entre todo esto llegó una mujer que cambiaría todo lo que soy, Aleeah Cappelletti, se presentó como una pariente lejana con una extraña aversión por el sol, pasamos noches juntas y descubrí que apenas llegó me enamoré de ella, sabía que era algo prohibido, que estaba mal, pero sus besos me decían lo contrario, y sentir su cuerpo rozando el mío me hacía desear conocer el pecado. Creo que me quedé sin lágrimas el día que se fue y creo también que nunca dejé de amarla.

A los 17 años tuve a mi primera y única hija, la bauticé como Alessia Camilla, a su padre sólo le importó que no era hombre, desde aquel día evité a toda costa acostarme con él, dormíamos en camas separadas y manteníamos la apariencia de un matrimonio perfecto y bien constituido. Asistíamos a las reuniones y recibíamos las atenciones de todos, antes de que mi pequeña llegara a mi vida, me sentía sola, ya no vivíamos cerca de mis padres y mi única compañía eran los sirvientes, no digo que esa fuera la razón de mi comportamiento, pero que Massimo apareciera fue una bocanada de aire fresco. Lo conocí en un paseo nocturno poco antes de quedar embarazada, al comienzo sólo hablábamos pero mi necesidad de estar con él fue cada vez más intensa, tanto, que finalmente terminamos en una relación tortuosa y secreta.

Llegué a pensar que él era el padre de Alessia, pero todas mis dudas se fueron cuando me confesó lo que realmente era, ¿cómo creerle algo semejante? Pero estaba enamorada y Massimo me prometió una vida que siempre había soñado, alejarme del hombre al que estaba obligada a soportar. Me propuso ser como él, jamás pensé que eso me haría perder a mi hija y a los pocos amigos que alguna vez había tenido. Me arrepentí demasiado tarde de la decisión que había tomado, me convirtió en mi habitación tan cerca de la sangre humana que no distinguí quien era cuando bebí, abrí los ojos y era el cuerpo de Pietro el que yacía entre mis brazos, maldije a Massimo, maldije a todos los que eran como él y me maldije a mi misma porque supe que desde ese día estaba condenada. Mi hija tenía poco más de un año cuando la vi por última vez, fue mi madre quien quedó a su cargo y quien le dio la vida que siempre quise que tuviera.

Seguí la historia de mi familia de lejos, como si fuera la espectadora de una obra de teatro de la que no podía ser parte. Viajé con Massimo porque no conocía a nadie más, me encerré en mi misma pese a seguir amandolo y odiandolo por ser quien había arruinado todo para mi. Cuando tuve la fuerza y el dinero suficiente me alejé de él sin darle alguna explicación, no lo merecía y yo sabía que sería difícil mientras estuviera lejos de Italia. El mundo parecía ir cuesta abajo cada vez más, la solución de encontrar la luz del sol se veía como lo más fácil, pero no había luchado tanto para terminar tan indignamente. Descubrí que no sólo tengo un apellido en común con aquella mujer que amé por primera vez, también somos ahora de la misma raza. Se que le debo todo lo que soy ahora y se que mi vida ha tomado este rumbo gracias a ella. Estaré en deuda eternamente con Aleeah, porque gracias a su recuerdo decidí recuperar mi puesto como princesa de Italia y fue gracias a ella que volví a tener ganas de ‘no vivir’ y es por esa mujer también que permanezco en Francia buscándola.