AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Gárgolas de París (Lestat)
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Gárgolas de París (Lestat)
El pequeño bosque de Boulogne, que se encontraba a escasos kilómetros de la ciudad parisina, era el escenario de un acontecimiento monstruoso y depravador del que nadie, excepto el señor Maspero, era consciente. De noche, aquel santuario natural irradiaba una extraña atmósfera de muerte y perversión.
Nos adentramos un poco más en la penumbra de la escena. Recorremos sus parajes, sus ríos y sus cuevas. Admiramos sus árboles de coníferas y abedules. Cuidamos de no tropezar con ninguna raíz centenaria, ni hacer crujir ninguna rama, pues el peligro está expuesto en esta noche en el pequeño bosque de Boulogne.
Durante nuestra peregrinación, nos topamos con una figura sentada, pero con la espalda bien recta. Parece el contorno de una mujer. Su piel pálida reluce en la densidad de la noche. Pero lo que más resalta de ella es su larga cabellera rojiza, que da un poco de luz a este momento. La mujer está de espaldas. Pero todos saben quien es; Es la loca, la loca Éline.
__________
-Mire, señor Maspero, las ménades me han hablado y han dicho que debo hacerlo.-La pelirroja hablaba con su ruiseñor imaginario, el señor Maspero, que era la voz de su conciencia perdida y de la escasa lucidez que le quedaba. La demente se encontraba postrada cerca de un árbol, entre las sombras no se podía distinguir qué hacía. Un bulto se encontraba a sus pies, y ella se inclinaba para arrancar algo de él.-Esto es lo que se tiene que hacer para que los violines vuelvan a hablar. ¿No lo entiendes, señor Maspero? Las Campanas de los Ángeles lloran por la sangre derramada. Esto los calmará.
Parecía un extraño ritual el que la enferma llevaba a cabo. No era plenamente consciente de sus actos. Sólo hacía lo que las ménades le decían. Las ménades aplacaban los sollozos de los ángeles, y eso era suficiente para Éline. Las voces de los ángeles eran tan insoportables para ella, eran tan lastimeras, que la demente haría cualquier cosa para que parasen.
Éline volvió a inclinarse hacia el bulto; se trataba de un búho inerte, carente de vida. Muerto. ¿Lo habría matado la demente? Quién sabe. O quizá fue el señor Maspero. O un perro de caza. Éline le arrancaba las plumas y, a continuación, las amontonaba todas en un rincón.
-No. No son para tí, señor Maspero. Son para que los ángeles no toquen más sus trompetas...Ya lo entenderás.-Cuando por fín hubo desplumado al ave rapaz, Éline se volvió hacia el montoncito de plumas. Tomó una y trató de arañarse el antebrazo con el cañón de la pluma. Pero de ahí no salía ni gota de sangre. La enferma entró el cólera al ver que el ritual no funcionaba y que las trompetas y las arpas de los ángeles seguían resonando en su cabeza.
-¡Haz que paren! ¡Señor Maspero, esto no funciona, quiero que paren!-El ruiseñor le dijo algo que pareció calmar sus nervios. Entonces, con sus propias uñas, la enferma comenzó a rascarse y rascarse el antebrazo, de manera que de allí empezó a manar sangre.
-¡Sí!. Las voces de los ángeles se derramaran por esta sangre y ya no volverán a molestarme. Las Nagas del Atlántico me poseen ahora.-Exclamó, en un tono de triunfo.
De pronto, un crujido de una rama alertó a la enferma de que alguien se encontraba cerca. Alguien estaba a punto de romper su ritual. ¿O quizá era el demonio que había invocado para ahuyentar a los mensajeros de Dios? Éline se levantó rápidamente y dirigió su vista a todos lados, en busca del artífice de tal ruido. ¿Quién osaba interrumpir el rito de la ménade?
Nos adentramos un poco más en la penumbra de la escena. Recorremos sus parajes, sus ríos y sus cuevas. Admiramos sus árboles de coníferas y abedules. Cuidamos de no tropezar con ninguna raíz centenaria, ni hacer crujir ninguna rama, pues el peligro está expuesto en esta noche en el pequeño bosque de Boulogne.
Durante nuestra peregrinación, nos topamos con una figura sentada, pero con la espalda bien recta. Parece el contorno de una mujer. Su piel pálida reluce en la densidad de la noche. Pero lo que más resalta de ella es su larga cabellera rojiza, que da un poco de luz a este momento. La mujer está de espaldas. Pero todos saben quien es; Es la loca, la loca Éline.
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-Mire, señor Maspero, las ménades me han hablado y han dicho que debo hacerlo.-La pelirroja hablaba con su ruiseñor imaginario, el señor Maspero, que era la voz de su conciencia perdida y de la escasa lucidez que le quedaba. La demente se encontraba postrada cerca de un árbol, entre las sombras no se podía distinguir qué hacía. Un bulto se encontraba a sus pies, y ella se inclinaba para arrancar algo de él.-Esto es lo que se tiene que hacer para que los violines vuelvan a hablar. ¿No lo entiendes, señor Maspero? Las Campanas de los Ángeles lloran por la sangre derramada. Esto los calmará.
Parecía un extraño ritual el que la enferma llevaba a cabo. No era plenamente consciente de sus actos. Sólo hacía lo que las ménades le decían. Las ménades aplacaban los sollozos de los ángeles, y eso era suficiente para Éline. Las voces de los ángeles eran tan insoportables para ella, eran tan lastimeras, que la demente haría cualquier cosa para que parasen.
Éline volvió a inclinarse hacia el bulto; se trataba de un búho inerte, carente de vida. Muerto. ¿Lo habría matado la demente? Quién sabe. O quizá fue el señor Maspero. O un perro de caza. Éline le arrancaba las plumas y, a continuación, las amontonaba todas en un rincón.
-No. No son para tí, señor Maspero. Son para que los ángeles no toquen más sus trompetas...Ya lo entenderás.-Cuando por fín hubo desplumado al ave rapaz, Éline se volvió hacia el montoncito de plumas. Tomó una y trató de arañarse el antebrazo con el cañón de la pluma. Pero de ahí no salía ni gota de sangre. La enferma entró el cólera al ver que el ritual no funcionaba y que las trompetas y las arpas de los ángeles seguían resonando en su cabeza.
-¡Haz que paren! ¡Señor Maspero, esto no funciona, quiero que paren!-El ruiseñor le dijo algo que pareció calmar sus nervios. Entonces, con sus propias uñas, la enferma comenzó a rascarse y rascarse el antebrazo, de manera que de allí empezó a manar sangre.
-¡Sí!. Las voces de los ángeles se derramaran por esta sangre y ya no volverán a molestarme. Las Nagas del Atlántico me poseen ahora.-Exclamó, en un tono de triunfo.
De pronto, un crujido de una rama alertó a la enferma de que alguien se encontraba cerca. Alguien estaba a punto de romper su ritual. ¿O quizá era el demonio que había invocado para ahuyentar a los mensajeros de Dios? Éline se levantó rápidamente y dirigió su vista a todos lados, en busca del artífice de tal ruido. ¿Quién osaba interrumpir el rito de la ménade?
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Gárgolas de París (Lestat)
El Bois de Boulogne era una gran sinfonía de sonidos, el lugar tenía un aire fantasmagórico de noche y escapar a un ambiente más tranquilo en ocasiones era atrayente, pero también podía advertir más que nunca mi eterna soledad.
Las copas y ramas de los árboles se mecían en una brisa apenas perceptible excepto para mi. La noche oscura y negra se alzaba amenazadora. De vez en cuando resonaban extraños cantos de lejanos pájaros nocturnos en el estrecho silencio
A la distancia advertí la existencia de un mortal, me adentre aun más en la espesura en busca de este ser por mera curiosidad.
-Por qué? Qué podía estar haciendo un humano en el bosque a estas horas de la noche?.- pensé-
Se encontraba arrodillada cerca de un árbol, a sus pies tenia el cadáver de un búho y se inclinaba sobre el para arrancarle las plumas mientras pronunciaba palabras que a mi parecer carecían completamente de sentido.
Sus pensamientos no acudían a su mente, estaban por así decir aprisionados tras un muro oscuro y nebuloso. Eran confusos.
En un momento comenzó a gritar con desesperación mientras lastimaba su antebrazo con el cañón de una pluma y luego con sus propias uñas. Se tranquilizo en cuanto la sangre comenzó a emanar de su herida.
¡Ah, el olor a sangre inocente! – pensé mientras mi cuerpo reacciono ante el aroma previniéndola de mi presencia-
Los árboles la rodeaban lúgubres y negros. Sólo arriba, entre las copas transparentes, asomaba la luz temblorosa y pálida de la luna entre las ramas situándose sobre su frágil cuerpo.-
Las copas y ramas de los árboles se mecían en una brisa apenas perceptible excepto para mi. La noche oscura y negra se alzaba amenazadora. De vez en cuando resonaban extraños cantos de lejanos pájaros nocturnos en el estrecho silencio
A la distancia advertí la existencia de un mortal, me adentre aun más en la espesura en busca de este ser por mera curiosidad.
-Por qué? Qué podía estar haciendo un humano en el bosque a estas horas de la noche?.- pensé-
Se encontraba arrodillada cerca de un árbol, a sus pies tenia el cadáver de un búho y se inclinaba sobre el para arrancarle las plumas mientras pronunciaba palabras que a mi parecer carecían completamente de sentido.
Sus pensamientos no acudían a su mente, estaban por así decir aprisionados tras un muro oscuro y nebuloso. Eran confusos.
En un momento comenzó a gritar con desesperación mientras lastimaba su antebrazo con el cañón de una pluma y luego con sus propias uñas. Se tranquilizo en cuanto la sangre comenzó a emanar de su herida.
¡Ah, el olor a sangre inocente! – pensé mientras mi cuerpo reacciono ante el aroma previniéndola de mi presencia-
Los árboles la rodeaban lúgubres y negros. Sólo arriba, entre las copas transparentes, asomaba la luz temblorosa y pálida de la luna entre las ramas situándose sobre su frágil cuerpo.-
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Gárgolas de París (Lestat)
Algo. Una presencia oscura interrumpió a la demente. Éline escuchó los violines del aire, sí, por fín los violines volvían a tocar deshonestas sinfonías para ella. ¿Qué era esa presencia? La hacía temblar, tiritar, oscilar. La hacía pensar sangre y oro. Sí, sangre y oro es lo que buscan.
La sangre de su brazo se derramaba formando un obsceno río escarlata. Pero a Éline no parecía molestarle el dolor. ¿Qué dolor podía sentir? Si estaba condenada al Infierno. La demente era sólo un juguete en manos del destino, también llamado Demonio. ¿Quién podía sentir dolor cuando se era una marioneta de la fatalidad?´
Éline lo sentía. Era uno de ellos. Colmillos. Sangre y oro. Sangre y oro...Sangre y oro buscaba.
"Corre"
"Corre"
"Corre"
Era el piar insistente del señor Maspero que la urgía a huir de allí. El ruiseñor era el único que aún podía conducirla a la salvación. Pero Éline no quería. ¿Por qué debería huir de lo que era? Sí, ella era oscuridad, tristeza, impúdica y sucia. Como aquellos seres con colmillos. Aquellos mosquitos que picaban y chupaban la sangre. Sangre y oro. Ella también buscaba sangre y oro.
La demente salió al encuentro de la criatura. Era hermosa. Muy hermosa. ¿Cómo podía ser aquello un hijo de Satán? Era un ángel. Si, un ángel debía de ser. Caído. Está caído y es maldito. Como ella.
Su piel pálida era pefecta. Sus ojos hirientes, arrogantes, soberbios pero con una magnifícencia sobrenatural. Ella se presentó ante él. Los Adán y Eva de Lucifer.
-¿Qué buscas? Sé lo que eres. No me engañes. Eres un espíritu negro y eterno.-Éline calló y luego continuó.-¿Quieres sangre?-La demente dibujó una sonrisa juguetona. Ella era la concubina de Satán, y ofrecería lo que los hijos de éste buscaban porque estaba sucia y manchada por Él.-Yo te la daré.-extendió su brazo cubierto de sangre escarlata.-Sangre y oro es lo que buscas, gárgola de París.-Éline estaba entregando su alma, una vez más, a la oscuridad. Y su espíritu, poco a poco, se estaba ennegreciendo en ella.
La sangre de su brazo se derramaba formando un obsceno río escarlata. Pero a Éline no parecía molestarle el dolor. ¿Qué dolor podía sentir? Si estaba condenada al Infierno. La demente era sólo un juguete en manos del destino, también llamado Demonio. ¿Quién podía sentir dolor cuando se era una marioneta de la fatalidad?´
Éline lo sentía. Era uno de ellos. Colmillos. Sangre y oro. Sangre y oro...Sangre y oro buscaba.
"Corre"
"Corre"
"Corre"
Era el piar insistente del señor Maspero que la urgía a huir de allí. El ruiseñor era el único que aún podía conducirla a la salvación. Pero Éline no quería. ¿Por qué debería huir de lo que era? Sí, ella era oscuridad, tristeza, impúdica y sucia. Como aquellos seres con colmillos. Aquellos mosquitos que picaban y chupaban la sangre. Sangre y oro. Ella también buscaba sangre y oro.
La demente salió al encuentro de la criatura. Era hermosa. Muy hermosa. ¿Cómo podía ser aquello un hijo de Satán? Era un ángel. Si, un ángel debía de ser. Caído. Está caído y es maldito. Como ella.
Su piel pálida era pefecta. Sus ojos hirientes, arrogantes, soberbios pero con una magnifícencia sobrenatural. Ella se presentó ante él. Los Adán y Eva de Lucifer.
-¿Qué buscas? Sé lo que eres. No me engañes. Eres un espíritu negro y eterno.-Éline calló y luego continuó.-¿Quieres sangre?-La demente dibujó una sonrisa juguetona. Ella era la concubina de Satán, y ofrecería lo que los hijos de éste buscaban porque estaba sucia y manchada por Él.-Yo te la daré.-extendió su brazo cubierto de sangre escarlata.-Sangre y oro es lo que buscas, gárgola de París.-Éline estaba entregando su alma, una vez más, a la oscuridad. Y su espíritu, poco a poco, se estaba ennegreciendo en ella.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Gárgolas de París (Lestat)
Era una criatura radiante bajo la apariencia de una hermosa mujer pelirroja con piel de color marfil, un ser sencillo, un sueño embriagador y narcótico en medio de una noche fría y monótona. Pero era humana, un mortal, por más que aquella figura femenina en la espesura del bosque ante mis ojos pareciera una dríada, ella solo era una mujer inocente que carecía de razón, sin embargo, un murmullo en su mente le insistía una y otra vez que huyera, que escapara de mí. Algo, un resquicio de cordura la instigaba a correr. ¿Por qué se rehusaba a huir? La vorágine de su mente no me permitía entender sus acciones y mucho menos sus pensamientos.
Me quede inmóvil al ver como se aproximaba hacia mí y respiré profundamente la brisa del bosque. Sus ojos le engañaban, mi belleza eterna le hacían creer que era un ángel, no obstante, era consiente de la peligrosa criatura que podría resultar para ella.
Ante mi sorprendida mirada me espetó. Al oír sus palabras la expresión en mi rostro cambio poco a poco. Fruncí el ceño en un gesto que denotaba el disgusto que me había provocado e ignore por completo el brazo ensangrentado que extendía hacia mi. ¿Qué era esto? Una especie de ofrenda al demonio que aparecía ante ella. Porque eso pensaba, que yo era un magnifico demonio o mejor dicho un hermoso ángel caído y maldito.
Le mire directo a los ojos y retrocedí unos pasos. El aroma de su sangre impregnaba el lugar mezclándose con el hálito de la brisa nocturna que nos envolvía. Haciendo acopio de toda mi voluntad controle cada una de mis emociones; El enfado que me había ocasionado sus palabras, pese a que, entendía perfectamente que su mente estaba perturbada. Y el deseo de poseer su vida y sus sueños con mi beso inmortal al succionar su sangre.
¿Por qué cree usted… que deseo sangre, madame? –Pregunté con una voz tranquila mirándola seriamente a los ojos- ¿Por qué desea concederme vuestra sangre?
Me tentaba revelarle mi naturaleza. Ella no intuía lo que era, ella estaba segura del asesino implacable que tenia ante sus ojos.
Soy inmortal. Soy un vampiro. Soy el vampiro Lestat, querida mía -ansiaba decirle-
Me quede inmóvil al ver como se aproximaba hacia mí y respiré profundamente la brisa del bosque. Sus ojos le engañaban, mi belleza eterna le hacían creer que era un ángel, no obstante, era consiente de la peligrosa criatura que podría resultar para ella.
Ante mi sorprendida mirada me espetó. Al oír sus palabras la expresión en mi rostro cambio poco a poco. Fruncí el ceño en un gesto que denotaba el disgusto que me había provocado e ignore por completo el brazo ensangrentado que extendía hacia mi. ¿Qué era esto? Una especie de ofrenda al demonio que aparecía ante ella. Porque eso pensaba, que yo era un magnifico demonio o mejor dicho un hermoso ángel caído y maldito.
Le mire directo a los ojos y retrocedí unos pasos. El aroma de su sangre impregnaba el lugar mezclándose con el hálito de la brisa nocturna que nos envolvía. Haciendo acopio de toda mi voluntad controle cada una de mis emociones; El enfado que me había ocasionado sus palabras, pese a que, entendía perfectamente que su mente estaba perturbada. Y el deseo de poseer su vida y sus sueños con mi beso inmortal al succionar su sangre.
¿Por qué cree usted… que deseo sangre, madame? –Pregunté con una voz tranquila mirándola seriamente a los ojos- ¿Por qué desea concederme vuestra sangre?
Me tentaba revelarle mi naturaleza. Ella no intuía lo que era, ella estaba segura del asesino implacable que tenia ante sus ojos.
Soy inmortal. Soy un vampiro. Soy el vampiro Lestat, querida mía -ansiaba decirle-
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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Re: Gárgolas de París (Lestat)
El ser rechazó su proposición. La pelirroja estaba confusa. ¿Por qué aquel ser rechazaba su sangre? ¿Acaso no era él un hijo de las tinieblas? ¿Aquellos que se alimentan de la sangre mortal, fresca y dulce?
Éline bajó el brazo y la sangre lo cubrió hasta gotear al suelo. Éline le preguntó al señor Maspero. "¿Qué es?" Y el señor Maspero le respondió:
"Es un engendro"
"Es un prodigio"
"Es una quimera"
"Es un milagro"
"Es cruel"
"Es poderoso"
"Es...un Dios"
Aquel ser era todo eso. Éline lo sabía porque su ruiseñor se lo había dicho y él siempre decía la verdad. Él era la única parte cuerda de la demente. El último vestigio de cordura que le quedaba a la pelirroja. El señor Maspero era el guardián de sus recuerdos pasados. Aquellos que Éline tenía desperdigados en aquel mar embravecido que era su mente.
-Sé que desea sangre. La necesita. El señor Maspero me lo ha contado.-Éline miró al ser de forma suspicaz.-Sé lo vos sois porque una vez...Una vez...-la voz de la pelirroja se quedó en el aire y no continuó con la frase. En lugar de eso, se acercó un poco más a la criatura. Dio un par de vueltas al rededor de él. Lo miraba como una loba miraría a su próxima presa. ¿Qué estaría calibrando la pelirroja? Imposible de saber. Su mente estaba tan perturbada que para ella cualquier cosa era posible.
-Tus ojos huelen a notas y música. Melodías de trenes que has perdido y Cronos se ha congelado en tí.
Éline dibujó una sonrisa de serpiente y, acto seguido, se llevó su brazo a la boca y bebió mientras miraba divertida al hombre, soltando una carcajada limpia y cristalina, casi infantil. Luego se apartó el brazo y las comisuras de sus labios estaban manchadas con su propia sangre.
-Creo en tí como creería en los mismísimos Lestrigones. Pero eres diferente a los otros que he conocido...-La pelirroja entrecerró los ojos y quiso acariciar la piel pálida del hombre. Pero en ese momento, un martilleante dolor atravesó su cabeza y la pelirroja se tambaleó.
"Gritos. LLantos. Violines y ángeles"
-Los ángeles...Los ángeles no me dejan tocarte.-Dijo, entre jadeos y, a continuación, la desquiciada rió.-Los ángeles...ellos no me dejan...-Y siguió riendo hasta que poco a poco, fue calmandose de nuevo.
Éline bajó el brazo y la sangre lo cubrió hasta gotear al suelo. Éline le preguntó al señor Maspero. "¿Qué es?" Y el señor Maspero le respondió:
"Es un engendro"
"Es un prodigio"
"Es una quimera"
"Es un milagro"
"Es cruel"
"Es poderoso"
"Es...un Dios"
Aquel ser era todo eso. Éline lo sabía porque su ruiseñor se lo había dicho y él siempre decía la verdad. Él era la única parte cuerda de la demente. El último vestigio de cordura que le quedaba a la pelirroja. El señor Maspero era el guardián de sus recuerdos pasados. Aquellos que Éline tenía desperdigados en aquel mar embravecido que era su mente.
-Sé que desea sangre. La necesita. El señor Maspero me lo ha contado.-Éline miró al ser de forma suspicaz.-Sé lo vos sois porque una vez...Una vez...-la voz de la pelirroja se quedó en el aire y no continuó con la frase. En lugar de eso, se acercó un poco más a la criatura. Dio un par de vueltas al rededor de él. Lo miraba como una loba miraría a su próxima presa. ¿Qué estaría calibrando la pelirroja? Imposible de saber. Su mente estaba tan perturbada que para ella cualquier cosa era posible.
-Tus ojos huelen a notas y música. Melodías de trenes que has perdido y Cronos se ha congelado en tí.
Éline dibujó una sonrisa de serpiente y, acto seguido, se llevó su brazo a la boca y bebió mientras miraba divertida al hombre, soltando una carcajada limpia y cristalina, casi infantil. Luego se apartó el brazo y las comisuras de sus labios estaban manchadas con su propia sangre.
-Creo en tí como creería en los mismísimos Lestrigones. Pero eres diferente a los otros que he conocido...-La pelirroja entrecerró los ojos y quiso acariciar la piel pálida del hombre. Pero en ese momento, un martilleante dolor atravesó su cabeza y la pelirroja se tambaleó.
"Gritos. LLantos. Violines y ángeles"
-Los ángeles...Los ángeles no me dejan tocarte.-Dijo, entre jadeos y, a continuación, la desquiciada rió.-Los ángeles...ellos no me dejan...-Y siguió riendo hasta que poco a poco, fue calmandose de nuevo.
Éline Rimbaud- Fantasma
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Re: Gárgolas de París (Lestat)
La confusión se reflejo en su inocente rostro. Una y otra pregunta cruzaban por su mente.
¿Qué o quién era ese tal “Señor maspero”? Era ella misma.
Incline levemente mi rostro, cerré los ojos por unos segundos y acaricie mi propia frente. Sus pensamientos eran un torrente de imágenes que fluían impetuosamente ocasionándome un dolor de cabeza insoportable. Alce mí vista otra vez para fijar mi mirada en sus ojos. Me observaba con atención. Volvió a dirigirse a mí, pero en esta ocasión su tono de voz denotaba cierta desconfianza.
Dejo una frase inconclusa, dejando que su voz, una dulce voz, se perdiera en la espesura. Mis sospechas eran ciertas, ella sabía perfectamente lo que era. Ella conocía mi naturaleza. Decidí abstenerme de cualquier comentario y le permití continuar.
No pude evitar sonreír cuando sus ojos me contemplaban como si me tratara de su presa. Caminaba a mí alrededor y era realmente imposible ver cual era su propósito. Dudo mucho que intentara atacarme, aunque su mente esta tan perturbada que tendría, digamos, la osadía de hacer semejante disparate. Sin embargo, no logre prevenir lo que a continuación me dejo sin palabras. La joven ante mi, tomo su brazo y lo llevo a su boca, bebiendo así su propia sangre. Me propuse que mi rostro ocultará el asombro que aquella acción me había causado mientras observaba a la muchacha divertirse y reír ingenuamente.
La tentación de deslizar la punta de mi lengua por las manchas de sangre en las comisuras de sus labios para así, poder deleitarme con su sabor, era difícil de controlar.
Soy un vampiro, querida –declaré- Pero no tiene que meterme en el mismo saco que a los demás. – le reproche con ternura- Soy Lestat, el vampiro Lestat, no existe criatura que pueda compararse conmigo.
Por un momento creí que se atrevería a acariciar mi rostro, no obstante la expresión en su semblante cambio súbitamente. Vi como perdía el equilibrio y volvía a decir palabras sin sentido.
Los Ángeles no le permiten tocarme. -Ese pensamiento me obligo a sentir un sutil escalofrío que recorrió mi espalda.-
Cuando poco a poco recuperaba nuevamente la serenidad y aun parecía distraída, me acerque a ella con cuidado y tuve la osadía de limpiar la sangre que se encontraba en su boca. Con mi pulgar acaricie amablemente la comisura de sus labios quitando las manchas sobre su piel. Era tan suave y calida. La miraba directo a los ojos, con naturalidad. Sonreí. Estaba preparado para su reacción. Ahora ¿Por qué había hecho algo así? Bueno, solo quería ver lo que ocurría. Simple curiosidad…
¿Qué o quién era ese tal “Señor maspero”? Era ella misma.
Incline levemente mi rostro, cerré los ojos por unos segundos y acaricie mi propia frente. Sus pensamientos eran un torrente de imágenes que fluían impetuosamente ocasionándome un dolor de cabeza insoportable. Alce mí vista otra vez para fijar mi mirada en sus ojos. Me observaba con atención. Volvió a dirigirse a mí, pero en esta ocasión su tono de voz denotaba cierta desconfianza.
Dejo una frase inconclusa, dejando que su voz, una dulce voz, se perdiera en la espesura. Mis sospechas eran ciertas, ella sabía perfectamente lo que era. Ella conocía mi naturaleza. Decidí abstenerme de cualquier comentario y le permití continuar.
No pude evitar sonreír cuando sus ojos me contemplaban como si me tratara de su presa. Caminaba a mí alrededor y era realmente imposible ver cual era su propósito. Dudo mucho que intentara atacarme, aunque su mente esta tan perturbada que tendría, digamos, la osadía de hacer semejante disparate. Sin embargo, no logre prevenir lo que a continuación me dejo sin palabras. La joven ante mi, tomo su brazo y lo llevo a su boca, bebiendo así su propia sangre. Me propuse que mi rostro ocultará el asombro que aquella acción me había causado mientras observaba a la muchacha divertirse y reír ingenuamente.
La tentación de deslizar la punta de mi lengua por las manchas de sangre en las comisuras de sus labios para así, poder deleitarme con su sabor, era difícil de controlar.
Soy un vampiro, querida –declaré- Pero no tiene que meterme en el mismo saco que a los demás. – le reproche con ternura- Soy Lestat, el vampiro Lestat, no existe criatura que pueda compararse conmigo.
Por un momento creí que se atrevería a acariciar mi rostro, no obstante la expresión en su semblante cambio súbitamente. Vi como perdía el equilibrio y volvía a decir palabras sin sentido.
Los Ángeles no le permiten tocarme. -Ese pensamiento me obligo a sentir un sutil escalofrío que recorrió mi espalda.-
Cuando poco a poco recuperaba nuevamente la serenidad y aun parecía distraída, me acerque a ella con cuidado y tuve la osadía de limpiar la sangre que se encontraba en su boca. Con mi pulgar acaricie amablemente la comisura de sus labios quitando las manchas sobre su piel. Era tan suave y calida. La miraba directo a los ojos, con naturalidad. Sonreí. Estaba preparado para su reacción. Ahora ¿Por qué había hecho algo así? Bueno, solo quería ver lo que ocurría. Simple curiosidad…
Lestat De Lioncourt- Vampiro Clase Alta
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