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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Magnolia Velvet Jue Mar 10, 2011 11:42 pm

Caminaba tranquilamente por el mercado ambulante, después de todo, en un día libre ver gente normal era lo que me apetecía hacer y después de todo, ¿Cuántas veces una cortesana tenía un día libre para hacer lo que quisiera? Ciertamente hoy no era Magnolia pero si alguien me viera, en ese vestido sencillo y cubriendo lo que en horas de trabajo era lo primero en enseñar, con el cabello suelto cayéndome a los lados del rostro y un abrigo que me cubría casi de pies a cabeza, nadie se daría cuenta de que estaba tratando con una cortesana, ni con Magnolia Velvet. A veces me preguntaba cómo podía ser la misma persona que yo. Suspiré mientras hundía mis manos más en mis bolsillos y después de comprar un ramo de flores silvestres a una señora que casi me imploró me desvié del bullicio para acercarme a los callejones. No quería regresar a casa. ¿Para qué? Si seguramente me esperaban ahí tan sólo los recuerdos que no quería volver a repasar, un montón de libros que ya había leído cientos de veces y mi violín que hacía mil años no tocaba para practicar. Aún así tenía la confianza de que lo que bien se aprende jamás se olvida.

No. Quería estar en la calle, quería ver a la gente y quería que ellos me vieran a mí sin que giraran sus rostros y sin que me pidieran sonrisas, besos, caricias. Iba inmersa en mis pensamientos sobre todas estas cosas cuando el agarre de una fuerte mano hizo que mi corazón empezara a latir con fuerza. Todo fue demasiado rápido, un tirón brusco, un golpe en la nuca y un cuerpo aprisionándome contra la pared de un fétido callejón. El mundo se me desdibujó por un momento después del golpe de mi cabeza contra la fría piedra y tardé un poco en ubicar a mi agresor pero cuando lo hice pude ver en sus ojos lo que quería de mí. El miedo empezó a crepitar dentro de mí. Desde las puntas de mis pies hasta el más largo de mis cabellos, no era un miedo racional, claro está. Yo era Magnolia Velvet, una mujer de la vida galante que estaba dispuesta a hacer lo que fuera por el pago de cualquiera de sus clientes, todo menos que la golpearan. ¿Porqué tenía miedo de lo que este señor pudiera hacer conmigo? Antes de que esbozara una sonrisa, vi la chispa de deseo en sus ojos y aspiré en el aroma que despedía un deje de almizcle que me dejaba claro que estaba excitado. No pude evitar mirarlo a los ojos y sentir ese pánico de cuando estás atrapada y no hay nadie que te salve.

¿Gritar?, ¿Golpearlo y huir?, ¿Seguirle el juego? Decididamente debía sacar a Magnolia de donde fuera que la hubiera metido y dejar que ella se encargara de este embrollo, al fin y al cabo, ¿Se podía violar a una cortesana? Balbuceé algunas cosas que seguramente no entendió y me apretó más contra la pared haciendo que mi corazón se echara a correr otra vez, mi mente se quedara en blanco y mis rodillas comenzaran a temblar. ¡Modérate Magnolia! -¿Qué le parece si llegamos a un acuerdo?- Sinceramente fue lo mejor que pude hacer pero él no quería platicar. Rebuscó entre mis faldas y yo me defendí lo mejor que pude forcejeando con él. Si tan sólo dejara de apretar mis muñecas y me permitiera sacar mi navaja. No me dejaba opción, era lo único que quedaba por hacer así que en un arranque de desesperación, levanté una rodilla para golpearlo en el lugar que justamente intentaba usar para mi horror y su descargue emocional haciendo no solamente que se doblara del dolor soltándome sino también que se cabreara como nunca.

Aproveché esos momentos y salí corriendo del callejón, decididamente no iba a esperar a que se recuperara. Me choqué con un vendedor de manzanas que me dedicó unas cuantas groserías para que dejara de meterme con su cosecha y por estar distraída sentí el agarre de mi mano de nuevo. Me negué con un jalón pero él era más fuerte que yo. Intenté gritar pero tenía la garganta seca y nadie parecía estar dispuesto a ayudarme. Sólo me quedaba yo misma y yo misma ya me estaba enojando. ¿Quién creía que era este sujeto para tomar gratis algo por lo que yo cobraba y cobraba muy bien? Pero no se iba a salir con la suya. Intenté agacharme para meter la mano dentro de mi bota y sacar la navaja pero entre más me jalaba, él más me atraía hacia él. Auxilio. Alguien ayúdeme.
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Mensaje por Kvothe Arliden Vie Mar 11, 2011 5:16 pm

Frío, frío invernal. El más crudo de los inviernos que recordaba tenía lugar en el corriente mes, en la bonita ciudad de París. La manta que poseía no era capaz de repararme lo suficiente de las bajas temperaturas, el lugar donde dormía carecía de calefacción alguna –no podía permitirme una hoguera, o quizá sí, mas no deseaba hacerlo-. Aunque, por fortuna, al otro lado de una de las paredes se hallaba una chimenea, la cual me brindaba algo de calor, pero no era lo idóneo de todas formas. Como consecuencia, el sueño iba y venía de a ratos, la constancia se hacía desear. Morfeo me abrazaba y luego me dejaba ir, para de nuevo sostenerme en sus brazos y después volver a soltarme. Dormir de aquella manera solía malhumorarme, dado que se me entumecía el cuerpo y todo fallaba, incluso mi cerebro. Más de una vez había escuchado que el descanso es lo que tiene mayor importancia, sin él, hasta el más brillante de todos puede convertirse en el más tonto. Suspiré y me removí. No lo estaba disfrutando para nada. Me puse en posición fetal, en un vago intento por pernoctar, ya que memoraba que así se perdía menos calor. Bueno, al menos mi genio aún era capaz de actuar según dicta el instinto básico de supervivencia. No recordé nada más de aquella noche, tal vez, el sueño por fin había venido.

Desperté en la mañana, pocas horas habían transcurrido desde la última vez que mis párpados cayeron. La luz entraba por la ventana, pero no era uno de los días más soleados de la historia. Moví mi cuerpo, para confirmar si se habían atrofiado o no. Me desperecé y restregué mi ojo derecho con mi mano, señal de que aún no había amanecido completamente. Bostecé y me senté en la cama. Después, apoyé ambos pies en el suelo, estaba helado, por lo que mis dedos retrocedieron en protesta. Aguardé hasta que pudiera confiar en ellos y luego, me paré. Prácticamente me arrastré cual ebrio vagabundo hasta la ventana –el vagabundo se hubiera ofendido con la comparación-. Una vez que pude ver mi reflejo en el cristal, observé a través de la abertura. Pocas personas recorrían las calles, lógicamente, la mayoría había optado por continuar viviendo. No alteré mi posición por unos cuantos minutos, miles de preguntas inundaban mi mente impidiéndome reaccionar, a lo que se le sumaba que acababa de desvelarme. ¿Cuáles eran sus nombres? ¿De dónde venían? ¿A qué lugar se dirigían? ¿Por qué motivo lo hacían? ¿Alguien rogaba por su vuelta? ¿Eran amados? ¿Habían conocido alguna vez la confusa alegría que supone ser el amor? Miles de preguntas, ninguna respuesta.
Algunos declararían que mi curiosidad excedía los límites, que era incontrolable y un peligro para todos; a lo que yo respondería: ¿Qué hombre es aquel que ha perdido el interés por aprender?
Sonreí de lado por un segundo, adoraba mis clásicas y desconcertantes respuestas a interrogantes que yo mismo había planteado. Me consideraba dichoso de poseer un ingenio sin igual.

Finalmente, reaccioné y caminé hasta el cuarto de baño. Allí, tomé una ducha rápida para eliminar más que nada cualquier rastro de la mala noche que había pasado, de la intensa migraña que había sufrido. No demoré más de seis minutos, era lo que me tomaba colmar la bañera de gélida agua, enjabonarme y quitar el jabón. Los baños calientes no eran de mis favoritos, sin importar la temperatura en el exterior. Acto seguido, me vestí con ropas cómodas y sencillas, poseía escasas vestimentas de etiqueta y las reservaba para las ocasiones importantes. Una camisa, un chaleco un tanto descolorido y un sobretodo, más parecido a una capa con mangas, de color azul. En el tren inferior, pantalones gruesos, un par de medias y botas usadas. Agradecía que no tuviera agujeros, en cuanto a la vestimenta era algo pudoroso.
Una vez listo, cogí mi armónica y las pocas monedas que me quedaban de la última vez que había asaltado una licorería. Por supuesto, el alcohol se había acabado hace mucho ya.

Las calles adoquinadas parisinas suponían un escenario interesante para criminales de poca monta; a mí me interesaban mucho más las tiendas y comercios, dado que también podía hurtar alimento, ropa, bebida, lo que fuera que necesitase, además del dinero. Solía pensar que había nacido para robar, me consideraba tan bueno en ello que siquiera recordaba la última, si había existido alguna, vez que me habían atrapado con las manos en la masa. Sin embargo, no permitía que mi ego creciera demasiado, fanfarronear carecía de sentido para mí, y el exceso de confianza puede acarrear riesgos innecesarios. Hice tronar los huesos de mi cuello, interrumpiendo casi involuntariamente el hilo de pensamiento que había desarrollado. Me dirigí al mercado, donde podría intercambiar el poco efectivo del que disponía por algo para comer. Sí, todavía alojaba algo de dignidad en mi interior.
El comercio también se me daba bastante bien, debido a mis grandes habilidades como manipulador y mentiroso, lo que me posibilitaba una rebaja en el precio de algunas de las cosas que adquiría. En fin, habría sido capaz de montar mi propio negocio si hubiese querido.

Mis pies se movían casi automáticamente, limitando toda la energía de mi cerebro a la observación y al análisis de todo lo que me rodeaba. A simple vista, fui capaz de distinguir entre elementos de mala calidad y otros de no tanta, mas no contaba con el capital necesario para ampliar mis pertenencias, por lo que restringí mi búsqueda a algo de comida. No obstante, mi tarea se vio interrumpida por un tumulto de personas que se agrupaban en círculo en el centro de la calle. Curiosos. Exhalé y tomé una manzana –unas de las pocas que no habían caído al suelo- y le di un mordisco. El alboroto me beneficiaba dado que podía tomar lo que quería sin que la atención se centrara en mí.
Con la cabeza baja, como quien no quiere la cosa, me escabullí entre la multitud y tuve un mejor panorama de lo que sucedía. Una mujer estaba forcejeando con un hombre. El último era fuerte, muy alto y gordo. La joven, en cambio, delgada, de estatura promedio y bastante débil comparada con el hombre. Focalicé la atención en el gordo nuevamente. Sus ropas estaban sucias y olía mal, por lo que deduje que no había tocado el jabón en unos cuantos días. Le faltaba gran parte del cabello, tenía barba y unas cicatrices en el rostro, recordatorios de enfrentamientos pasados. El tipo parecía ser el clásico borracho que es tan peligroso ebrio como sobrio.
Mi vista se desvió al brazo del hombre en cuestión, con el que sostenía a la muchacha. Sus dedos envolvían su muñeca cual prensa, de la cual simulaba ser complicado soltarse. No pude evitar preguntarme el motivo de tal trifulca, y pocas ideas acudieron a mi mente. De ellas, destaqué dos posibilidades: la primera consistía en un intento de violación. El rostro de la blonda era precioso, más parecido al de una divinidad griega que al de una humana y tenía un cuerpo esbelto, digno de ser admirado. Y la otra opción correspondía a un ajuste de cuentas. Era probable también que la joven hubiese hurtado algo del puesto del gordo y él se hubiera enfurecido como consecuencia.
No estaba de acuerdo con ninguna de las opciones, dado que despreciaba la violencia y más aún cuando se trata de un intento por quebrantar la voluntad de una mujer; y yo me consideraba un ladrón así que no me hubiese gustado ningún tipo de ajuste de cuentas.
Sonreí levemente y, con mi mano libre, del bolsillo interno de mi chaleco saqué un extenso y afilado cuchillo. Un segundo después, rasgué el antebrazo del tipo en dos oportunidades, produciendo así un alarido de dolor por parte del interpelado. Contener la sonrisa me fue imposible, estaba actuando cual Robin Hood. Pero mi accionar no finalizó en ese momento. No, claro que no. Debía huir de allí antes de que el gordo optara por vengarse, así que tomé la mano que ahora estaba libre de la joven y me abrí paso entre el gentío a toda velocidad. Tal vez era demasiado osado pero no había tiempo para presentaciones, en ese momento.

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Mensaje por Magnolia Velvet Sáb Mar 12, 2011 4:12 pm

Un corro de gente se había agrupado a nuestro alrededor. Yo todo lo escuchaba lejanamente y no pdía distinguir entre si eran amigos, enemigos o revoltosos. Aún así, nadie se había ofrecido a ayudarme. Retorcí mi muñeca dentro de su mano para intentar soltarme pero ésto sólo hizo que me lastimara más la mano. ¿Porqué toda esa gente no hacía nada? La situación se volvió rápidamente en una escena en cámara lenta donde yo podía pensar con sigilo mi siguiente paso para escaparme de ahí. Opción uno: Golpearle repetidamente con la mano libre en donde lo alcanzara. Resultado: Acabé atrapada de ambas muñecas. Opción dos: Patearlo. Resultado: Un montón de tacos y palabras ofensivas dirigidas hacia mi persona. ¿Es que ese tío nunca había escuchado sobre hablarle a una dama? Opción tres: -¡SUélteme ya! Usted no tiene idea de con quién se ha metido- Intenté sonar convencida pero por mis vestidos y mi pinta no podía pensar que yo era alguien sumamente importante. Si acaso una campesina que había ido a vender cosas al mercado. Resultado: Se burló de mi descaradamente. Última opción: Chillar. Era sencillamente la opción por la que hubiera optado primero de no haber estado tan turbada. Mi mente se dividía entre mis dos personalidades. Una estaba aterrada y la otra se burlaba de todo lo que se había formado porque el sujeto quería acostarse con una cortesana. Pudiera ser que Magnolia estuviera hasta un poquito indignada.

No podía darme por vencida pero con ambas manos apresadas, la fuerza del señor y mi navaja fuera de mi alcance tenía pocas opciones por explorar. ¿Es que acabaría recogiendo trozos de mis ropas en ese callejón?, ¿Pisotearía mi dignidad con esas botas sucias que llevaba? No podía permitirlo. -Voy a gritar- El se rió. Yo me habría reído. En un mercado ambulante, lo mejor que puedes esperar después de gritar que quieren violarte sería un aplauso y un montón de jovencitas corriendo a refugiarse en su hogar para no ser las siguientes. La voz se me quebraba pero aún así jalé aire para utilizar la última opción que me quedaba, la opción más endeble e inútil que podía utilizar. El grito se fue formando en mi garganta, despacio, partícula por partícula y cuando me disponía a lanzarlo contra el gélido viento invernal, lo que salió no fue precisamente lo que yo esperaba. Tardé unos momentos en darme cuenta de varias cosas que sucedían al mismo tiempo: Yo no había gritado. El hombre me había soltado y se tomaba el brazo como si le doliera mucho. La gente vitoreaba por algún héroe salido de no sé dónde que yo no atinaba a mirar y además de todo ya no era necesario que perdiera mi poca dignidad gritando por una ayuda que no iba a venir. Aunque... en realidad la ayuda ya había llegado.

Un tirón. Otro tirón. Me estaba cansando de que todo el mundo tironeara de mí como si fuera una muñeca de trapo. Grité en frustración pero cuando me di cuenta ya iba yo corriendo detrás de mi héroe. Que damisela tan negligente estaba yo hecha, mira que enojarme con mi salvador por haberme rescatado pero no podía culparme, yo hacía mucho que había dejado de soñar con príncipes, héroes y salvadores que aparecían en el momento justo, hacían lo que tenían que hacer y luego... ¿Salían corriendo con la damisela en apuros? Intentaba imitar su paso pero era mucho más rápido que yo así que iba mitad corriendo, mitad volando, mitad siendo arrastrada por ese extraño que había tenido la decencia de quitarme de en medio de la trifulca. Sólo me faltaba que la suerte no estuviera de mi lado y me hubiera salvado de una situación incómoda para meterme en otra situación incómoda. Las cosas que uno tenía que presenciar. Miré por encima de mi hombro sintiendo mi pecho subir y bajar rápidamente en busca de aire qué meter dentro de mis pulmones y vi que ya nos habíamos alejado lo suficiente del lugar. Creo que ya ni siquiera estábamos en el mercado y yo ya estaba cansada. ¿Quién diría que la resistencia en el sexo no tenía nada que ver con la resistencia cuando uno intentaba huir de su captor?.

-Espere...- Jadeé frenándome un poco aunque siendo jalada de nuevo por la fuerza del hombre que seguía corriendo. Aun así, esperaba que se diera cuenta de mi débil tirón para que se detuviera, ya estábamos muy lejos del lugar y fuera de la vista de todos y yo necesitaba respirar normalmente antes de que sufriera de un ataque al corazón. -Espere, por favor-
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Mensaje por Kvothe Arliden Dom Mar 13, 2011 4:51 pm

El malhumor parecía haber desaparecido por arte de magia. Poco quedaba de aquel estado de ánimo con el que había amanecido ese día. En los momentos que corrían me la estaba pasando genial. Entiéndanme, no era un psicópata de esos que atacan a personas por simple placer; sin embargo, quizá compartía ciertos rasgos característicos de un psicópata después de todo, pero no me consideraba uno de ellos. No podía negar que haber surcado la piel de aquel hombre no se había sentido bien, mas existía un fin detrás de mi accionar. Salvar a la joven.
Lo cierto era que hubiera olvidado la presencia de la muchacha sin nombre a no ser de que me hallaba tirando de ella. En verdad, había olvidado todo, absolutamente todo. Aparté a un lado mi cerebro y sólo me dejé llevar por impulsos, moviéndome casi automáticamente, como una máquina. Agucé todos mis sentidos instintivamente y me limité a apreciar: sentí la fría brisa matutina impactar contra mi rostro, y en ese momento creí que tajaría la piel de mi cara en un instante; también me percaté del sonido agudo de mis pies sobre los cuasi-congelados adoquines, de las voces oriundas del tumulto que iban desapareciendo conforme avanzábamos por la calle, de los aromas propios de la ciudad, de los insultos que mencionaban las personas a las que empujaba para despejar el paso, de los rostros de los individuos que dejábamos atrás, del acelerado palpitar de la joven, cuyo corazón aparentaba querer salir de por su garganta. Me resultaba poco creíble la capacidad de la que disponía para analizar todo en tan escaso tiempo, eso apoyaba la teoría que sostenía la idea de que había dejado de ser un humano hace mucho ya. ¿Qué hombre es capaz de escrutar tantas cosas de una sola vez, mientras corre sin resbalar sobre el suelo repleto de nieve, arrastrando a una joven calle arriba? Nadie, nadie que aún compartiese la naturaleza humana, de la cual yo carecía.
Dicha conjetura me apenó un poco, evitaba tocar el tema dado que no me atrevía a llegar a una conclusión, pese a que conocía la respuesta al interrogante; no obstante, sin un motivo claro, la idea había arribado a mi mente sin más, obligándome a desarrollar la hipótesis. Fui consciente en ese momento que mi semblante reflejaba lo que ocurría dentro, la melancolía era visible en mis ojos, mi expresión emanaba tristeza pero no podía hacer mucho para cambiarlo. Dios, en oportunidades similares detestaba que mi genio fuera tan lejos.

Continué aventurándome a una velocidad más limitada, en un vago intento de alejar mi cerebro de todas esas estúpidas ideas que me perturbaban. Ya no había necesidad de continuar huyendo, nadie nos perseguía, el gordo había se quedado atrás, pero yo sentía la imperiosa necesidad de mantener el paso. Oía en la lejanía, un sordo murmullo, sin embargo no lograba descifrar el significado de aquellos sonidos ni de dónde provenían. Era probable que alguien estuviera tratando de decirme algo, pero no era capaz de comprender y/ o asimilar palabra alguna. Era tal la confusión en la que me encontraba inmerso que siquiera interpretaba los mandatos de mi intelecto. Algo tan burdo como la respiración o el parpadeo se me tornaba dificultoso, debía hacerlo por mi cuenta y no involuntariamente como debe ser. Bufé. Me estaba comenzando a fastidiar y la adustez estaba regresando.

Finalmente opté por detenerme, una vez que la actividad cerebral retornó a la normalidad, y fui apto de percibir los repetidos zarandeos que mi ‘acompañante’ generaba. Me desvié de la calle por la que veníamos, tomando un pasadizo menos transitado y me detuve junto a la puerta lateral hecha de madera de una de las casas del distrito en cuestión. Liberé la muñeca de mi acompañante y advertí que la misma estaba algo lastimada. Ignoraba si había sido culpa mía o de quien intentó ultrajarla, pero me sentía mal de todas formas.
Alcé un poco la cabeza, mas escaqueando centrar mi vista en sus ojos, no estaba listo para ello. Despegué un poco los labios e intenté mencionar unas palabras, pero me tomó más tiempo de lo que pensé, aún restaba algo de la anterior barahúnda.


-Lo lamento, fue un error que me inmiscuyera.- Balbuceé.


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Mensaje por Magnolia Velvet Lun Mar 14, 2011 5:00 pm

Entre la nieve, los zapatos incómodos y la velocidad a la que íbamos el único pensamiento que podía procesar en el interior de mi mente era en qué momento me iba a despatarrar por el suelo acabando con mi reputación y mi dignidad. Ah claro, y también en qué momento me iba a romper algún hueso en el intento. Aún así, pasó un buen rato entre mis súplicas por que se detuviera y el que en realidad lo hiciera. Cuando lo hizo, casi sentí que la vida me regresaba en forma de aire a mis pulmonesy me doblé en dos para meter más oxígeno. Casi me arrepentí de haberme puesto el corsé en la mañana porque eso impedía que yo pudiera respirar bien. La marca de la muñeca en realidad no me importaba en ese momento, no me dolía. Prefería sobrevivir. Me abaniqué porque las mejillas probablemente las tenía completamente ruborizadas del esfuerzo aun cuando estaba haciendo mucho frío. Pasé saliva un par de veces en seco y me llevé una mano al pecho que subía y bajaba todavía recuperándose de la carrera. ¡Qué pinta debía de tener yo! ¡Que vergüenza!

Me giré para darle la espalda intentando que no me viera de esa manera y me acomodé los mechones de cabello qu se habían alborotado por todos lados antes de escuchar lo que decía. Me giré de nuevo para mirarlo aun con la respiración entrecortada y sin poder creer lo que me decía. Me quedé callada un momento o dos pensando en la mejor forma de contestarle porque ese tipo de cosas no se podían tomar a la ligera. Inspeccioné sus facciones y por primera vez desde aquel momento en que nos conocimos lo observé detenidamente. Sus ojos azules y esa barba que lo hacía parecer desparpajado, le eché un vistazo descarado a su cuerpo también todavía en medio del caos que era mi mente pero ya un poco más repuesta del susto y de la carrera. No sabía qué me había dado más miedo. Suspiré alisándome la ropa e irguiendo la espalda para sacar el pecho un poco y regresar la dignidad a mi persona. Magnolia había vuelto.

-No diga tonterías- Solté un poco más hostilmente de lo que esperaba por el esfuerzo al que había sometido a mis pulmones, acompañé la frase con un movimiento de mano para que lo dejara pasar aunque estaba yo tan distraída observándola que no supe muy bien cómo era que se había visto en conjunto. ¿Cómo pensaba que era un error si de no haber sido por su intervención, hubiera terminado en ese callejón recogiendo trozos de mis ropas una vez que el tipo ese se hubiera saciado de mi? Compuse una sonrisa intentando darle a entender que había sido una acción heróica y que le estaba en deuda pero lo único que pude hacer fue acercarme a él fue hablar. -¿Cómo puedo agradecerle que me haya salvado? Porque podía pedirme lo que fuera. -Si no hubiera aparecido...- Levanté mi mano para ver la marca en ésta que se empezaba a poner entre morada y roja por el agarre del tipo. Dejé la frase sin completar porque él probablemente sabía qué hubiera sucedido, giré mi muñeca e hice una mueca porque eso tardaría un buen rato en salir de mi piel. ¿Qué se supone que hacía yo con un morado en la mano?

Olvidé por un momento la marca y la carrera y el aspecto que debía ofrecerle a ese desconocido, toda despeinada, ruborizada y avergonzada para mirarlo fijamente. -¿A quién debería agradecerle?- Pregunté con la intención de saber su nombre para poder agradecerle como se debía.
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Mensaje por Kvothe Arliden Jue Mar 17, 2011 2:52 pm

Evité pensar y puse la mente en blanco. Lo único que faltaba ahora era comenzar otro debate sobre la estructura anatómica del cangrejo. Sonreí. La ironía se me daba más que bien, quizá mejor de lo indicado. Pero todo debe de tener un límite, y ese límite, debe de ser respetado. Yo solía propasar dichas barreras y tal vez, eso era una de las cosas que más me molestaban acerca de mí mismo, por lo que a menudo intentaba modificar la costumbre. Aunque resulte difícil de creer, meditaba sobre mi comportamiento todas las noches, no más de media hora, y analizaba todas las vías posibles para alterar mi conducta. Mediante perseverancia y determinación, lograba variar los aspectos que me perturbaban, mas era un proceso lento y engorroso. Quizá, cuando me encontrase en el holocausto de mi mísera vida, habría moldeado mi proceder como siempre había querido. Finalmente desperté de mi trance con un parpadeó, con el fin de evitar que una lágrima surcase mi mejilla. No me había puesto melancólico, tan sólo había olvidado pestañear.

Decidí enfocar mi total atención en la muchacha, quien intentaba por todos los medios posibles recomponerse de la corrida. Un segundo hizo falta para que mi cerebro comprendiera que estaba desentonando. La joven casi necesitaba respiración boca a boca y a mí no se me había siquiera acelerado un poco el corazón. Comencé a simular el cansancio y la falta de aire. Me recosté contra la pared e inspiré vastas bocanadas de aire. Lo hacía lo mejor que podía.
En ese momento noté que la mujer se doblaba en dos y me apresuré a aconsejarle, pero luego me arrepentí y volví a cerrar la boca. Resultaba que, a diferencia de lo que la mayoría de las personas creía, inclinándose solamente se reduce la cantidad de aire que ingresa a los pulmones. Lo mejor que uno puede hacer es intentar relajarse e hiperventilar por no más de treinta segundos, según lo que tenía entendido.
Desvié la vista de su cuerpo una vez que ella se volteó y me puse a observar los ladrillos de la pared, los cuales no habían sido limpiados en mucho tiempo. Aún contemplaba a quien había salvado por el rabillo del ojo. Se giró y me examinó con ningún disimulo, por lo que me vi obligado a contener la sonrisa que afloraba en mis labios a pesar de que me costó más de lo que pensaba. Pero también le escruté yo. Deduje que era una mujer que cuidaba de su aspecto, dado que acomodó sus ropas en repetidas ocasiones, para conservar la imagen. Además, la expresión de sus ojos se volvió un tanto más perversa, o eso aparentaba para mí.

Replicó al comentario que había hecho. Bueno, al menos se mantenían las formalidades después del ’’accidente’’. Los modales pueden no significar mucho por sí solos, pero embellecen todo lo demás, o al menos eso pensaba yo. No obstante, su voz irrumpía la amena conversación; era ronca y venía con más rudeza de lo necesario. Alcé un poco las cejas mas las bajé al instante.
Sus palabras me hicieron pensar. No consideraba que haberla salvado hubiera sido un error, más refutaba la manera en la que lo había hecho. No me agradaba jugar a quien ayuda al indefenso para luego aprovecharme de los demás, ya que eso iba en contra de lo que era, por ese motivo rehuía asistir a otros. Pero esta vez había ignorado a mi cerebro y había obedecido a mi corazón. Exhalé una gran cantidad de aire, actuar bien o mal era uno de las más grandes luchas que había tenido conmigo mismo. Sí, puede sonar confuso, siquiera yo lo comprendía bien por lo que no lo comentaba.

Se acercó y formuló un interrogante, a lo que respondí instantánea e instintivamente, ignorando su segunda oración.


-No hay nada que agradecer. Un buen hombre…- Si se me podía catalogar así.No busca nada a cambio.- Le sonreí cortésmente.

Advertí que su muñeca comenzaba a ponerse más morada, debido al brutal trato y una punzada de culpa atravesó mi corazón. En poco tiempo se hincharía y se volvería doloroso. Sin duda alguna había que vendarlo en breve.
Sus palabras interrumpieron mis pensamientos y me trajeron de vuelta a la Tierra. Sonreí un poco y le enseñé mi cuchilla. El impecable plateado se había manchado ahora con un rojo obscuro.


-Creo que a mi daga.- Bromeé.
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Pequeña contrariedad [Kvothe Arliden] Empty Re: Pequeña contrariedad [Kvothe Arliden]

Mensaje por Magnolia Velvet Dom Mar 27, 2011 4:27 pm

Una vez que mis pulmones decidieron no demandarme por el esfuerzo y yo pude volver a erguir mi espalda y mirarlo de frente me abaniqué con una mano las mejillas que seguramente estarían rojas mientras suspiraba para dar por terminada mi búsqueda desesperada de oxígeno en mi sistema. Todavía me hicieron falta unos cuantos segundos para volver completamente a la normalidad y hablar de manera tranquila porque estar boqueando por aire cual pez no parecía ser muy atractivo. Qué vergüenza. Yo. Magnolia Velvet pareciendo un pez. Fruncí el ceño por el pensamiento y esperé que no se hubiera notado demasiado. No frente a un hombre. Estaba a nada de escandalizarme, entrar en pánico y salir corriendo en dirección contraria pero mis pulmones volverían a quejarse y mis pies sufrirían de nuevo así que busqué otra alternativa. Lo miré. Larga y detenidamente, el movimiento de sus cejas, su expresión, su porte, el color de sus ojos, el tiempo que tardaba en contestar a mi pregunta. En cuanto pudiera pensar con claridad podría hacerme una imagen coherente de él como persona.

Tuve que sonreir, no porque me hiciera gracia su respuesta ni porque quisiera burlarme de él, fue una sonrisa sincera que me arrancó con su respuesta porque si bien había muchos hombres buenos en la tierra, yo ya había deducido que era así sólo por el simple hecho de haberme salvado de mi agresor sin siquiera conocerme. Cambié la inflexión en mi voz por una más amable, ahora que ya podía respirar bien me era más fácil parecer una persona normal, con modales y probablemente un toque de sumo agradecimiento en el tono de voz. -Entonces me alegra que un buen hombre haya estado en el momento preciso para rescatarme- Giré la muñeca en ambas direcciones porque sentía cómo la articulación se atrofiaba por la hinchazón y el dolor que la sangre acumulada me producía. No me importaba mucho, era una muñeca amoratada o una violación en mi día de descanso. Menuda suerte. Reprimí la sonrisa que me producía pensar en eso porque a cualquier otra persona no le hubiera parecido tan hilarante como a mi. En fin, el asunto era que ahí estaba yo, con una muñeca amoratada, frente a mi salvador y tratando de agradecerle. ¿Cómo?

Miré su daga con la sangre goteando de la punta hacia el suelo manchando los adoquines que teníamos bajo los pies. ¿Agradecerle a una daga? Hice una mueca con los labios porque la forma de agradecer que yo tenía pensada, no era precisamente la mejor para un objeto inanimado. -Pues por más que su daga me parezca atractiva, creo que prefiero agradecerle a usted- Sonreí de nuevo, esta conversación era de mi agrado y después de tomarme las faldas para hacerle una reverencia y susurrar un 'con su permiso' me acerqué en un impulso y le besé la mejilla muy cerca de la comisura de sus labios alargando el roce hasta donde pude antes de separarme y dedicarle otra sonrisa. ¿Había servido de algo? Subí una de mis manos para detener cualquier cosa que fuera a decir hasta que yo terminara. -Y claro, puedo invitarle a tomar un café si usted quiere- Claro que un beso no era suficiente, era sólo un beso. Y probablemente para él, que no me conocía, sería un atrevimiento de mi parte pero así era yo y él había tenido la fortuna o la desgracia de haberme salvado precisamente a mi.

off: Siento muchísimo la tardanza T_T
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