Kvothe du Roix

Played by... Taylor Kinney

Spoiler:

"He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la isla de Creta. He compartido la eternidad con Aletheïa y sigo vivo y cuerdo. Me expulsaron del Clero cuando a muchos ni siquiera los dejaban entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos. Me llamo Kvothe. Quizá hayas oído hablar de mí."

♦ Habilidades y Atributos Innatos

→ Habilidades: Sigilo, sentidos aumentados, buenos reflejos, agilidad, flexibilidad, velocidad y fuerza sobrehumana.

→ Atributos: Colmillos afilados, piel y cuerpo resistentes (aunque suave al tacto y a la vista), e inmortalidad.

♦ Poderes Innatos

→ Sanación acelerada: Habilidad para sanar rápidamente heridas y contusiones no tan graves (esto no aplica al desmembramiento, si les arrancan un brazo, el brazo no volverá a crecer). El tiempo de recuperación varía según el personaje y la gravedad de la herida o lesión. Cuando se trata de balas de plata o fuego pueden morir si las heridas son muy graves.

→ Percepción del aura: Habilidad para ver las auras de otros seres, cuyos colores indican su humor, identidad y nivel de hostilidad, de este modo saben si están bajo amenaza. Este poder también les permite reconocer a otros vampiros e identificar a los licántropos gracias a su aura colorada y su característico olor.

♦ Poderes a Elegir

→ Bloqueo mental: Es la habilidad para bloquear su mente y nadie (ni siquiera los vampiros que leen mentes) pueden saber lo que piensa.

→ Persuasión: Habilidad para controlar las acciones o el razonamiento de otra persona. Este poder logra que otras personas realicen acciones, sin que éstas puedan negarse o incluso darse cuenta, mediante palabras con entonación imperativa, es decir, ordenándolas.

→ Inflingir dolor por medio de la mente: Capacidad que consiste en infringir dolor a una persona. Esto sólo funciona por medio de la concentración mental y el contacto visual.

Kvothe es, para la mayoría, un absoluto misterio. Si bien en su antigua etapa humana se le consideraba un muchacho jovial, alegre, vivaracho e impulsivo, muy poco queda de él; está escondido en las oscuras profundidades de la bestia vampírica que ha consumido su alma. Más de cinco milenios de existencia han ido variando notablemente su mentalidad y su carácter, como no podía ser de otra manera, y tornándole, si bien terroríficamente sabio y poderoso en muchos aspectos, también convirtiéndole en una persona muy cerrada en sí misma. Aunque eso, desde luego, es algo que nunca sabrás; Kvothe es el maestro de las máscaras. Si quiere algo de ti, mostrará su faceta más agradable. Si no le interesas, mejor para ti; no se parará siquiera a mirarte. Esclavo y esclavista, noble y sirviente, clérigo y perseguido por la Iglesia; ha sido muchas cosas, y todas le han ayudado a crear nuevas máscaras, convirtiéndole, ante todo, en un actor formidable; si bien sus dotes mentales como vampiro le han venido estupendamente a lo largo de los milenios, su arma más poderosa y mortífera es, sin duda alguna, la combinación de su don de palabra y su increíble dote de actor. Si actúa de un modo, te lo creerás. Y si no, también. Pocos conocen al verdadero Kvothe, y quizá ni siquiera su eterna esposa lo haga; convive tanto con sus máscaras que ni él mismo está ya seguro de cuál es el verdadero. Tal vez todos lo sean, en conjunto. Quizá ninguno. Incluso puede que se haya perdido a sí mismo por el camino, pero eso no importa. Lo importante es el fin último de su existencia: supervivencia e influencia. Con el paso del tiempo ha aprendido a viajar allá donde la vida resulta más entretenida y es más fácil asegurarse un puesto en el "bando vencedor", y ese es el pan de cada día que alimenta su ansia de evitar que la inmortalidad no le mate de aburrimiento: estar, siempre, allá donde brille la diversión.

¿Falta algo por mencionar? Hmm... ¿Amigos? ¿Amor? Asuntos un tanto confusos, desde luego. Las amistades, por descontado. Las criaturas eternas son así de impredecibles. Quizá no tanto como él, pero cuando uno no está limitado a vivir un siglo como mucho no se preocupa por esas cosas; más que amigos se acaban teniendo conocidos, forjando lazos de conveniencia o aprecio limitado con este o aquel, al que quizá no vuelves a ver hasta dos mil años más tarde, pero os seguís acordando el uno del otro y adoptando esa postura de trato formal y cordial, dado el caso. Sea como fuere, el amor resulta siempre un eufemismo; nunca está claro del todo lo que es, pero él dice sentirlo por su esposa casi tanto como el aborrecimiento que ella misma le provoca.

Lo primero que tenéis que saber de mí es que ni yo mismo soy capaz de recordarlo todo. Cinco mil quinientos cincuenta y cinco años es mucho tiempo, ya sabéis. No está muy claro dónde nací, aunque creo recordar que vengo de alguna parte de lo que luego pasó a ser considerado como "la Galia". Tampoco tengo muy clara mi ascendencia genealógica; quizá tuviera a alguien de la familia en Egipto, tal vez no, pero sí recuerdo haber sido enviado allí cuando aún era humano, cuando vivía la época que me tocó vivir cuando nací. Recuerdo a una chica, una joven de cabellos rojos como el fuego, seductora, irresistible. Incluso, después de todo este tiempo, recuerdo mi alma arder con sólo mirarla a los ojos. Y recuerdo que ella es la culpable de que esté aquí, siga vivo y sienta esta sed de sangre recorriéndome las venas. Sí, es lo que estáis pensando: ella es la criatura que me convirtió. No recuerdo su nombre, pero sí puedo deciros que ella, esa noche, se llevó mi virginidad. Y, con ella, mi humanidad también. No sé si sigue viva y, de hacerlo, ignoro qué habrá sido de ella. Tampoco sé si la encontraré.
Pero sé que no la odio por ello. Al contrario. Veréis... Yo era uno de esos muchachos que temen a la muerte durante toda la vida. Así que ahora sólo temo un par de cosas, pero eso no viene a cuento y no tengo por qué contarlo; podríais usarlo en mi contra.

Lo que sí os puedo decir es que aquello me cambió la vida. Vi el mundo con otros ojos; desde ese momento todo estaba más claro para mí, y el mundo no suponía una limitación, sino una bandeja repleta de tantas posibilidades como el tiempo, teóricamente ilimitado, de que disponía. No me di cuenta, desde luego, de que a los demás les parecía extraño; ellos envejecían y perecían, y yo me mantenía igual que la noche en que había caído en las garras de la dama de fuego. Aprendí, por ensayo y error, a elaborar tácticas para pasar desapercibido. Era fácil caer en la rutina; desaparecías durante un par de décadas y volvías alegando ser el hijo de... Bueno, ya sabéis. De mí mismo. Aprendí también el noble arte del poder, y algo crucial sobre él: aspirar al poder absoluto era un error. La mejor posición que uno podía adoptar era un puesto intermedio: lo suficientemente humilde como para pasar desapercibido, pero lo suficientemente poderoso como para suponer una influencia considerable a quienes me rodeaban. Me gané adeptos, aliados y enemigos, y no tardé demasiado en darme cuenta de las limitaciones que yo mismo me había impuesto al centrarme únicamente en Egipto. Aproveché el creciente mercado con las islas griegas y el interés que éstas me suponían y dejé atrás la tierra que me había visto crecer, sin saber que volvería a pisarla jamás. Al menos, hasta el día de hoy, no lo he vuelto a hacer...

Pero vamos a lo que vamos. En aquella isla, Creta, la cultura era muy diferente a la egipcia. Me llevó un tiempo aprender y comprender sus costumbres. Durante ese tiempo me fijé en una de las chicas que estaban destinadas a procrear según el culto a esa diosa de la fertilidad, y supe, desde el primer momento, que la quería para mí, y sólo para mí... Por mucho que no pudiera darle aquello para lo que había sido educada. Me embaucó por completo, he de admitirlo. Tenía ese "algo" que no sabes explicar pero que define a esa persona como tu alma gemela, por decirlo de algún modo. Así que la compré. Y, durante siete meses, me acosté con ella todas y cada una de las noches que pasaron, y mi vínculo con ella se convirtió en algo que, a día de hoy, ni os sabría explicar ni vosotros entender; esa clase de lazos, a semejante profundidad en las almas de las dos partes, no existen a día de hoy. O, si lo hacen, no los he visto... Y creedme cuando os digo que he visto mucho. Así que, un día, sin pensármelo dos veces, la convertí. Le otorgué mi misma condición, la del vampirismo y la inmortalidad. Hice con ella lo que la dama de fuego había hecho conmigo, con la diferencia de que yo no planeaba desaparecer a la mañana siguiente para no volver: la quería a mi lado, estaba obsesionado con ella. Pero olvidé mencionar mi condición... Olvidé mencionar qué le estaba haciendo, qué suponía. Supongo que me convencí a mí mismo de que era una sorpresa. Y la idea le encantó y le repugnó al mismo tiempo. Sólo había una cosa que estaba clara: no podíamos quedarnos allí. Para su culto, para la misión que se le había encomendado, su nueva naturaleza sería un horror. La noche antes de marcharse intentaron matarla; es algo que jamás les perdonaré. Por eso me la llevé aquella misma noche, lejos de allí. Y por eso, antes de irme, a base de unas pocas antorchas y un poco de perspicacia, incendié parte de la isla, y estoy seguro de que me llevé a unos cuantos por el camino. Tampoco es que tenga remordimientos.

Desde aquello, mi vida ha sido un ir y venir por el mundo, por las edades. Mi esposa y yo solíamos viajar juntos, y si bien a cada siglo que pasaba la distancia entre ambos se abría más, siempre acabábamos volviendo el uno con el otro; nos aborrecíamos tanto como nos amábamos, y no permitíamos que nadie, absolutamente nadie, hiciera daño al otro; sólo nosotros mismos teníamos "permiso" para ocasionárnoslo. Sólo nosotros nos podíamos traicionar, dañar, destruir; si algún tercero amenazaba con hacerlo, su futuro sería nefasto y, en la mayoría de los casos, inexistente. No os voy a decir que siempre le fuera fiel; cinco milenios y medio son mucho tiempo, y la carne, en especial la del hombre, es débil. Igual que sé que ella tampoco lo ha sido. Prostitutas, fulanas, princesas "rescatadas" de un futuro que no les conviene... Cualquier excusa ha sido buena, aunque nunca me haya sentido orgulloso. Siempre, por supuesto, adoptando esas posiciones de "medio poder" en cada una de las edades, de las jerarquías, de los reinos por los que pasaba. Incluso una vez formé parte del clero, hasta que se descubrió mi condición por una serie de circunstancias y, después de dejar que se creyeran capaces de quemarme vivo, maté a la mitad y me largué por el buen camino. Y así seguimos, los dos, siempre adelante, de un modo u otro. Siempre separándonos y reencontrándonos. Siempre aprendiendo lo mejor de cada época, sus danzas, su música, su arte o la mejor forma de saciar la sed de sangre sin llamar demasiado la atención. Siempre evitando a los de nuestra especie, por alguna misteriosa razón. Y siempre, en secreto, y cuando podía, buscaba alguna señal de la existencia o del paso de la misteriosa dama de fuego que me convirtió en lo que soy, pero nunca, jamás, he llegado a descubrir nada.

Y así, poco a poco, con el paso del tiempo, alcanzamos la época actual. Como mencioné antes, mi lugar ha estado siempre en el bando que considero el vencedor. Y, en este caso, no tengo la menor duda de que la Iglesia es ese bando. Quizá no esté de acuerdo con sus creencias. Quizá pase un poco de ese Dios que tanto alaban. Pero es una vida cómoda, influyente, no te persiguen por ser lo que eres y no está mal visto que destruyas a los que te caen mal dentro de tu propia raza. Por eso, en la época que nos acontece, he decidido ocupar mi lugar como espía entre vampiros para los inquisidores.
Vampiro Condenado, me llaman. Tiene gracia, ¿verdad? A fin de cuentas, son ellos los que están condenados a la muerte.

Ah, por cierto. Por si os lo estabais preguntando... Sí, el apellido me lo puse yo. Cuando era humano me llamaban Kvothe Angelo, pero eliminé el Angelo con el tiempo. Me puse du Roix en la época que pasamos en Francia, porque ya iba haciendo falta un apellido y quería hacer honor a mis orígenes vampíricos. Si Aleth se enterase de todos los "tributos" que hago a la que me convirtió se pondría bastante celosa, ¿no creéis? Así que, si no os importa, guardadme el secreto.

Creado por Theta Sigma