AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Nuevo hobbie [Stephen Windsor]
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Nuevo hobbie [Stephen Windsor]
Esa noche no había podido dormir absolutamente nada, entre crisis de tos, sudores de fiebre y la emoción de lo que me esperaba al otro día había estado dando vueltas entre las mantas que hacían veces de cama en el ático abandonado donde estaba mi hogar hasta que como bien dicta la ley de la noche de insomnio, me quedé dormida apenas una hora o poco más antes de tener que abandonar la cama. Cualquier observador [o en este caso, lector] casual se preguntaría qué tenía que hacer una gitanita de mi edad al otro día que no pudiera esperar a que se le bajara la fiebre. Bueno, es algo importante pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Amanecí de golpe con un sueño molesto. Montones de caras desconocidas se arremolinaban encima de mí diciéndome cosas que yo no entendía y tratando de atraparme con largas manos. Horrible. Controlé mi respiración y me sacudí la pesadilla frotándome los ojos con las manos para despertar del todo y darme cuenta de que todo estaba bien. Tan bien como podía estar. La fiebre no había bajado pero era una nimiedad. Una nimiedad que me hacía sentir la cabeza en una nube y los ojos ardiéndome pero nimiedad al fin y al cabo. Sentí el frío calarme los huesos desde que saqué una mano y me pregunté cómo era que aún con el frío invernal yo tuviera fiebre. Mi cabeza no logró dar con una respuesta coherente y lo dejé pasar mientras me salía de mi montón de mantas, me deshacía del vestido y me ponía el único cambio de ropa bonito que tenía, un vestido de color magenta, con vuelos en la parte baja y que contrastaba con mi piel pálida. Me abroché las sandalias y consideré por unos segundos el hecho de llearme un montón de mantas encima a manera de cobijo. Por una parte iría calientita, por otra parte arruinaría lo bonito de mi atuendo. Pero tenía frío.
Rebusqué entre mis cosas la hogaza de pan guardado hacía unos días y comí un poco mientras decidía qué era más necesario. ¿Salud o vanidad? La parte razonable de mi mente debió haberme dicho que lo mejor era que no saliera de la cama y en caso de ser estrictamente necesario, como lo era en esta ocasión, que saliera bien abrigada pero la parte razonable de mi mente estaba embotada con fiebre así que sólo quedaba la parte fantasiosa. La parte que justamente decía que entre más bonita me viera para la ocasión, sería mucho mejor. El colmo de la vanidad. Masticaba mi hogaza de pan sumida en estos pensamientos y a final las dos partes de mi mente debatieron entre delires y fantasías y acordaron que llevaría abrigo y cuando llegara me lo quitaría. El resto de mi ser, totalmente satisfecho por esta decisión tomó las mantas y de unos cuantos saltos, bajó por la tubería de la casa abandonada para bajar hasta la calle y echar a correr en dirección al palacio sin siquiera esperar a que mi gato regresara de su excursión matutina.
Mis sandalias hacían ruidos sbre las piedras que conformaban el piso. Un paso, otro paso, otro paso. Rítmica y velozmente me dirigía al que se había convertido en mi nuevo hobbie. Mirar el palacio real. ¿Qué decía yo de la suerte de nacer en la cuna correcta? Los vestidos de las chica que entraban y salían del palacio, los carruajes, las sedas, los ademanes y todo esto yo lo veía desde un lugar alejado donde ellos no podían verme de regreso. O al menos eso pensaba yo. Recargada en una piedra miraba todo el ir y venir de la gente de la más alta clase social y esperaba ansiosa por uno en específico. Un ser que desde la primera vez que lo había visto pasar había picado mi curiosidad y algo más allá de la curiosidad. Un ser que hacía que mi sentido de la prudencia y seguridad se desvaneciera y me acercara yo al peligro de cualquier guardia que se diera cuenta de la gitana que se acercaba a las puertas del palacio. Había veces que lo miraba sólo unos segundos y otros que duraban un poco más pero todos terminaban en él desapareciendo por las puertas o en algún carruaje y yo quedándome ahí de nuevo. Yo estaba segura de quién era pero no podía decir lo mismo de él. Yo sabía que era un sueño que supiera mi nombre pero en realidad el sueño era él. Un enamoramiento infantil sobre alguien a quien había visto dos o tres veces pero era tan adictivo que aquí me encontraba yo, corriendo por las calles con las mejillas arreboladas de la fiebre solamente para verlo caminar unos pasos.
Corrí con el cabello rojo ondenando al viento y apretando en mi pecho las mantas que cubrían mi espalda y mis hombros. Iba tan absorta en mis propios pensamientos que no me di cuenta de algo importante. Perdí la noción de dónde estaba yo parada y lo unico que alcancé a escuchar fue un ruido horrible y ensordecedor proveniente de un carruaje que se aproximaba. Ni siquiera supe qué había sido pero sabía que venía contra mi y sólo atiné a cubrirme la cara con los brazos, no estaba segura de qué serviría eso si era un carruaje que iba a pasarme por encima pero fue lo que el instinto me dictó. Era lo único que podía hacer.
Rebusqué entre mis cosas la hogaza de pan guardado hacía unos días y comí un poco mientras decidía qué era más necesario. ¿Salud o vanidad? La parte razonable de mi mente debió haberme dicho que lo mejor era que no saliera de la cama y en caso de ser estrictamente necesario, como lo era en esta ocasión, que saliera bien abrigada pero la parte razonable de mi mente estaba embotada con fiebre así que sólo quedaba la parte fantasiosa. La parte que justamente decía que entre más bonita me viera para la ocasión, sería mucho mejor. El colmo de la vanidad. Masticaba mi hogaza de pan sumida en estos pensamientos y a final las dos partes de mi mente debatieron entre delires y fantasías y acordaron que llevaría abrigo y cuando llegara me lo quitaría. El resto de mi ser, totalmente satisfecho por esta decisión tomó las mantas y de unos cuantos saltos, bajó por la tubería de la casa abandonada para bajar hasta la calle y echar a correr en dirección al palacio sin siquiera esperar a que mi gato regresara de su excursión matutina.
Mis sandalias hacían ruidos sbre las piedras que conformaban el piso. Un paso, otro paso, otro paso. Rítmica y velozmente me dirigía al que se había convertido en mi nuevo hobbie. Mirar el palacio real. ¿Qué decía yo de la suerte de nacer en la cuna correcta? Los vestidos de las chica que entraban y salían del palacio, los carruajes, las sedas, los ademanes y todo esto yo lo veía desde un lugar alejado donde ellos no podían verme de regreso. O al menos eso pensaba yo. Recargada en una piedra miraba todo el ir y venir de la gente de la más alta clase social y esperaba ansiosa por uno en específico. Un ser que desde la primera vez que lo había visto pasar había picado mi curiosidad y algo más allá de la curiosidad. Un ser que hacía que mi sentido de la prudencia y seguridad se desvaneciera y me acercara yo al peligro de cualquier guardia que se diera cuenta de la gitana que se acercaba a las puertas del palacio. Había veces que lo miraba sólo unos segundos y otros que duraban un poco más pero todos terminaban en él desapareciendo por las puertas o en algún carruaje y yo quedándome ahí de nuevo. Yo estaba segura de quién era pero no podía decir lo mismo de él. Yo sabía que era un sueño que supiera mi nombre pero en realidad el sueño era él. Un enamoramiento infantil sobre alguien a quien había visto dos o tres veces pero era tan adictivo que aquí me encontraba yo, corriendo por las calles con las mejillas arreboladas de la fiebre solamente para verlo caminar unos pasos.
Corrí con el cabello rojo ondenando al viento y apretando en mi pecho las mantas que cubrían mi espalda y mis hombros. Iba tan absorta en mis propios pensamientos que no me di cuenta de algo importante. Perdí la noción de dónde estaba yo parada y lo unico que alcancé a escuchar fue un ruido horrible y ensordecedor proveniente de un carruaje que se aproximaba. Ni siquiera supe qué había sido pero sabía que venía contra mi y sólo atiné a cubrirme la cara con los brazos, no estaba segura de qué serviría eso si era un carruaje que iba a pasarme por encima pero fue lo que el instinto me dictó. Era lo único que podía hacer.
Jazhara Elsbeth- Gitano
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Re: Nuevo hobbie [Stephen Windsor]
Desde hace semanas que las noches estaban bastante ajetreadas, más que lo normal haciendo que los Windsor en general vistieran hermosos y costosos trajes por los bailes y demases que se llevaban a cabo en el Palacio Royal. Le gustara o no tenía que ir a cada uno y muy bien presentado por ser dueño y socio junto a sus demás hermanos pero para él todo eran simples banalidades ¿Ir con tan costosos trajes solo para mostrar que son de alta sociedad? Era una estupidez y siempre lo había pensado así ¿Pero qué podía hacer? Si se negaba a ir a cualquiera de esas reuniones de seguro Dorian comenzaría con sus sermones de “Tenemos que mantener la apariencia” “deja de comportarte como un niño” y cosas por el estilo. La verdad es que ya estaba un tanto agotado de todo eso sobre las apariencias y más aún de los tontos sermones, a veces tenía ganas de dejar todo lo que estaba haciendo y salir corriendo lejos de todas esas superficialidades pero tenía claro que no podía.
Y ahí estaba una vez más parado frente al espejo con sus mil prendas, camisa, corbata, chaqueta y abrigo junto con sus pantalones y sombrero de copa siendo demasiado elegante para él, o al menos le sacaría el sombrero, y todo sin escapar de la degradación del negro. Se quedó unos minutos más frente al espejo acomodándose la corbata cuando sintió tocar la puerta, puso una mano en su cara respirando hondamente sintiéndose abrumado por todo eso pero después se apresuró a salir antes de que entraran a su habitación – No te preocupes Philippe que ya voy - Comentó al salir de la habitación e ir rumbo a las escaleras, en la puerta de entrada del castillo estaban ya sus hermanos con mala cara esperándolo y como era costumbre Dorian comenzó a molestar - ¿Cuántas veces tendré que decirte que por ser dueños del Palacio Royal y ser de la realeza tenemos que llegar a la hora? - Hizo una mueca de disgusto y luego suspiró – Mejor cállate y camina, que si sigues con tus sermones llegaremos tarde - Siguió en dirección al carruaje que los llevaría todos Stephen se subió a otro en la que fuera él solamente, no soportaría más berrinches de Dorian ni de nadie. El estaba en la entrada aún queriendo por lo menos golpearlo y fue cuando Aimee interrumpió - Stephen tiene razón Dorian, si no nos vamos ahora más tarde se nos hará - Y ahí por fin entraron en razón largándose todos con apuro al bendito baile.
Iba con la vista fija en un punto mirando todo y a la vez nada, pensando en una que otra cosa y pensando en la sonrisa que tendría que poner cuando llegara al fin. El camino no era demasiado largo desde el castillo hacia el Palacio Royal por lo que suspiró y pasó sus manos por el rostro intentando recobrar su buen ánimo que me caracterizaba cuando de pronto sentí algo, no entendía bien que era pero cuando estábamos llegando ya a la entrada del Palacio Royal mandé a detener el carruaje con un grito haciendo que los caballos relincharan poniéndose nerviosos y levantando sus patas delanteras por tal susto, se bajó con apuro y fue al lado de los caballos para hacerlos tranquilizar y menos mal no se le hacía difícil aquella tarea. Una vez que los caballos volvieron a la normalidad se dio vuelta por fin y vio a una pequeña con su cara tapada por los brazos con unas mantas caídas en el suelo, suponía que eso traía encima antes de pasar aquél gran susto. Se acercó a ella hincándose y se sacó el sombrero de copa dejándolo en el suelo y luego posó su mano en el hombro de la pequeña que parecía aún no salir del “shock” (por llamarlo de algún modo) – Lamento el susto que te hemos hecho pasar pequeña…aunque este no es un buen lugar para jugar, ya vez que casi te atropellamos - Su voz era suave y tranquila al ver que ella estaba bien y no había sufrido ninguna herida ¿pero qué hacía exactamente una niña tan pequeña a esas alturas de la noche? Quizá pronto le preguntaría pero por ahora solo le importaba saber si ella en realidad se encontraba bien puesto que se sabía que un gran susto podría ocasionar alteraciones en los seres humanos.
Y ahí estaba una vez más parado frente al espejo con sus mil prendas, camisa, corbata, chaqueta y abrigo junto con sus pantalones y sombrero de copa siendo demasiado elegante para él, o al menos le sacaría el sombrero, y todo sin escapar de la degradación del negro. Se quedó unos minutos más frente al espejo acomodándose la corbata cuando sintió tocar la puerta, puso una mano en su cara respirando hondamente sintiéndose abrumado por todo eso pero después se apresuró a salir antes de que entraran a su habitación – No te preocupes Philippe que ya voy - Comentó al salir de la habitación e ir rumbo a las escaleras, en la puerta de entrada del castillo estaban ya sus hermanos con mala cara esperándolo y como era costumbre Dorian comenzó a molestar - ¿Cuántas veces tendré que decirte que por ser dueños del Palacio Royal y ser de la realeza tenemos que llegar a la hora? - Hizo una mueca de disgusto y luego suspiró – Mejor cállate y camina, que si sigues con tus sermones llegaremos tarde - Siguió en dirección al carruaje que los llevaría todos Stephen se subió a otro en la que fuera él solamente, no soportaría más berrinches de Dorian ni de nadie. El estaba en la entrada aún queriendo por lo menos golpearlo y fue cuando Aimee interrumpió - Stephen tiene razón Dorian, si no nos vamos ahora más tarde se nos hará - Y ahí por fin entraron en razón largándose todos con apuro al bendito baile.
Iba con la vista fija en un punto mirando todo y a la vez nada, pensando en una que otra cosa y pensando en la sonrisa que tendría que poner cuando llegara al fin. El camino no era demasiado largo desde el castillo hacia el Palacio Royal por lo que suspiró y pasó sus manos por el rostro intentando recobrar su buen ánimo que me caracterizaba cuando de pronto sentí algo, no entendía bien que era pero cuando estábamos llegando ya a la entrada del Palacio Royal mandé a detener el carruaje con un grito haciendo que los caballos relincharan poniéndose nerviosos y levantando sus patas delanteras por tal susto, se bajó con apuro y fue al lado de los caballos para hacerlos tranquilizar y menos mal no se le hacía difícil aquella tarea. Una vez que los caballos volvieron a la normalidad se dio vuelta por fin y vio a una pequeña con su cara tapada por los brazos con unas mantas caídas en el suelo, suponía que eso traía encima antes de pasar aquél gran susto. Se acercó a ella hincándose y se sacó el sombrero de copa dejándolo en el suelo y luego posó su mano en el hombro de la pequeña que parecía aún no salir del “shock” (por llamarlo de algún modo) – Lamento el susto que te hemos hecho pasar pequeña…aunque este no es un buen lugar para jugar, ya vez que casi te atropellamos - Su voz era suave y tranquila al ver que ella estaba bien y no había sufrido ninguna herida ¿pero qué hacía exactamente una niña tan pequeña a esas alturas de la noche? Quizá pronto le preguntaría pero por ahora solo le importaba saber si ella en realidad se encontraba bien puesto que se sabía que un gran susto podría ocasionar alteraciones en los seres humanos.
Debo admitirlo, me pareció demasiado adorable el post hahaha
Invitado- Invitado
Re: Nuevo hobbie [Stephen Windsor]
Fue como si hubiera un hueco en el diálogo de la obra en la que me había metido. ¿Dónde estaba el golpe?, ¿Porqué nada me había golpeado? Me encogí más sobre mí misma cuando escuché a los caballos relinchar y los cascos levantarse del suelo. Sentí mi cuerpo temblar de arriba abajo todavía esperando el descenlace de este sueño en el que yo moría de un golpe de caballo. Di un respingo cuando sentí su mano sobre mi hombro a punto de echarme a correr porque claramente había pensado que venía un regaño por parte del dueño del carruaje o del cochero o de algún transeúnte que hubiera visto lo que había pasado. Balbuceé un 'lo siento' al mismo tiempo que él se disculpaba y me aventuré a echar un vistazo entre una rendija que hacía mi brazo cerca de mi ojo para encontrarme con otro tipo de sueño en el que seguramente había despertado. Un sueño de ojos azules y piel muy blanca. Un sueño probabemente causado por la fiebre que me aquejaba.
Por el color de su aura me di cuenta de que estaba apenado pero a esta altura de la situación yo ya no estaba muy segura de quién había tenido la culpa en realidad. El hecho de que no fuera humano, cosa que también se dibujaba en los colores que desprendía, me pasó por alto sorprendida de que después de verlo de lejos tantas veces, ahora lo tuviera tan cerca y además hablándome a mi. Un montón de pensamientos se me pasaron fugazmente por la cabeza: Quería que supiera cómo me llamaba y que se diera cuenta de que en condiciones normales de presión y temperatura si que me fijaba antes de cruzar la calle y que sus ojos eran los más bonitos que yo hubiera visto en la vida pero nada salió de mi garganta después del balbuceo disculpándome. Es más, creo que ni siquiera había escuchado qué era lo que me había dicho. Había dicho que lo lamentaba y que yo estaba jugando, me fijé en esa última parte y negué con la cabeza después de descubrirme la cara y bajar los brazos muy despacio por si cualquier movimiento hacía que me despertara del sueño en el que estaba yo metida.
-No estaba jugando- Logré decir después de un par de intentos aunque si me preguntaba qué estaba haciendo ahí me iba a meter en problemas. ¿Qué podía decirle? ¿Que iba a ver cómo caminaba de su carruaje a la entrada del Palacio Royal? Una ráfaga de viento helado me recorrió entera haciendo que me diera cuenta de que mis mantas estaban en el suelo. ¿Cómo moverme sin que se desvaneciera en el aire? Opté por la opción más infantil de todas, subí el brazo para colocar mi mano sobre la suya que descansaba en mi hombro y manteniendo el agarre ahí me agaché por mis mantas apretándolas contra mí y buscando el calor que emanaban por haber estado en contacto con mi propio cuerpo. Fijé mis ojos en los suyos por más tiempo del que era prudente y educado porque yo no sabía de ese tipo de educación, había visto a las mujeres de la alta sociedad hacer reverencias y parecer verdaderas princesas así que arriesgándome a que se fuera, quité mi mano de la suya y me agaché para hacer una reverencia mal ensayada y dedicarle una sonrisa. ¿Y ahora qué se supone que se hacía?
Me aclaré la garganta cubriéndome la boca y jalé el aire helado que seguía soplando causando un ataque de tos que me hizo doblarme en dos mientras me cubría la boca con mis mantas. Intenté muchas veces detenerlo porque no podía creer que la primera vez que Stephen Windsor me miraba y me hablaba, yo no podía hablarle de regreso pero la tos era cruel y no dejaba que hablara una sola palabra. Por un momento pensé en agarrarlo de la manga para que esperara un poco a que se me pasara pero luego decidí que no era precisamente una buena idea, intenté jalar aire dentro de mis pulmones sintiendo cómo éstos se colapsaban a cada espasmo y sentí las lágrimas del esfuerzo escaparse de mis ojos y resbalando por mis mejillas. Levanté una mano para que esperara, sólo un poco más y podría hablar. Un poquito. De algo había servido la fiebre, para soñar que hablaba con él pero no me podía durar tan poco el gusto. No podía.
Por el color de su aura me di cuenta de que estaba apenado pero a esta altura de la situación yo ya no estaba muy segura de quién había tenido la culpa en realidad. El hecho de que no fuera humano, cosa que también se dibujaba en los colores que desprendía, me pasó por alto sorprendida de que después de verlo de lejos tantas veces, ahora lo tuviera tan cerca y además hablándome a mi. Un montón de pensamientos se me pasaron fugazmente por la cabeza: Quería que supiera cómo me llamaba y que se diera cuenta de que en condiciones normales de presión y temperatura si que me fijaba antes de cruzar la calle y que sus ojos eran los más bonitos que yo hubiera visto en la vida pero nada salió de mi garganta después del balbuceo disculpándome. Es más, creo que ni siquiera había escuchado qué era lo que me había dicho. Había dicho que lo lamentaba y que yo estaba jugando, me fijé en esa última parte y negué con la cabeza después de descubrirme la cara y bajar los brazos muy despacio por si cualquier movimiento hacía que me despertara del sueño en el que estaba yo metida.
-No estaba jugando- Logré decir después de un par de intentos aunque si me preguntaba qué estaba haciendo ahí me iba a meter en problemas. ¿Qué podía decirle? ¿Que iba a ver cómo caminaba de su carruaje a la entrada del Palacio Royal? Una ráfaga de viento helado me recorrió entera haciendo que me diera cuenta de que mis mantas estaban en el suelo. ¿Cómo moverme sin que se desvaneciera en el aire? Opté por la opción más infantil de todas, subí el brazo para colocar mi mano sobre la suya que descansaba en mi hombro y manteniendo el agarre ahí me agaché por mis mantas apretándolas contra mí y buscando el calor que emanaban por haber estado en contacto con mi propio cuerpo. Fijé mis ojos en los suyos por más tiempo del que era prudente y educado porque yo no sabía de ese tipo de educación, había visto a las mujeres de la alta sociedad hacer reverencias y parecer verdaderas princesas así que arriesgándome a que se fuera, quité mi mano de la suya y me agaché para hacer una reverencia mal ensayada y dedicarle una sonrisa. ¿Y ahora qué se supone que se hacía?
Me aclaré la garganta cubriéndome la boca y jalé el aire helado que seguía soplando causando un ataque de tos que me hizo doblarme en dos mientras me cubría la boca con mis mantas. Intenté muchas veces detenerlo porque no podía creer que la primera vez que Stephen Windsor me miraba y me hablaba, yo no podía hablarle de regreso pero la tos era cruel y no dejaba que hablara una sola palabra. Por un momento pensé en agarrarlo de la manga para que esperara un poco a que se me pasara pero luego decidí que no era precisamente una buena idea, intenté jalar aire dentro de mis pulmones sintiendo cómo éstos se colapsaban a cada espasmo y sentí las lágrimas del esfuerzo escaparse de mis ojos y resbalando por mis mejillas. Levanté una mano para que esperara, sólo un poco más y podría hablar. Un poquito. De algo había servido la fiebre, para soñar que hablaba con él pero no me podía durar tan poco el gusto. No podía.
off: *-* gracias
Jazhara Elsbeth- Gitano
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