Luna llena, reaparece la fiera. (LIBRE)

Esa noche de cielo estrellado,la luna lucía hermosa en su máximo esplendor allá en el cielo.Su blanca luz bañaba la ciudad parisina.Iluminaba cada casa,se perdía entre las mágicas callejuelas...

A las afuera de la ciudad, concrétamente en el frondoso bosque que la rodeaba, se encontraba un solitario animal.Sus ojos de un azul intenso buscaban una presa con la cual acallar el rugido de su hambriento estómago. Aquellos ojos que desprendían tal humanidad se paseaban de un lado al otro del bosque. Buscaban entre las sombras, curiosos, relajados y expectantes.Tanteaban cualquier sutil movimiento, por mas leve que este fuese, que le indicasen donde encontrar un buen bocado.

Aquella loba agudizaba también su oído, no solo por cazar a su presa, sino para estar alerta por si cualquier otro animal la atacaban a ella. La vida en el bosque a veces resultaba más peligrosa que en la propia ciudad.Sus cinco sentidos debían estar activados, pues al igual que ella buscaba una presa para saciar su hambre, otros animales buscaban incarle el diente a ella.Por suerte los lobos, eran uno de los seres más grandes y temidos por esa parte del bosque, por lo que no corría un excesivo peligro.

Unas horas antes que se escondiera el sol y apareciera la luna, Zhanna había salido de la ciudad, camino del bosque. Su refugio, su hogar en las noches de luna llena.Sabía perfectamente que hoy sería una de esas sombrías noches, estaba muy atenta a esto desde su primera conversión, hace ya cerca de un año. Cuando ya el sol estaba ocultándose por el horizonte y la casi inapreciable imagen de la Luna comenzaba a ascender en el anaranjado cielo a esas horas, la joven y bella Zhanna se apresuró a internarse en el bosque.Se deshizo de sus atuendos, quedándose en paños menores. Sabia por experiencia propia que a la hora de la transformación, cualquier prenda que llevase encima acabaría destrozada. Por ello siempre escondía la ropa que mas tarde se colocaría entre los arbustos.

La hora había llegado, ella podía percibirlo. Sus manos y sus pies comenzaron a engarrotarse, toda su piel comenzó a cubrirse de un espeso y suave pelaje. Su cuerpo se convulsionaba y de su garganta escapaban leves gemidos de dolor. Aún no se había acostumbrado del todo a la fase de transformación. Se tiró al suelo en el momento justo que sus uñas tan bien cuidados se convertían en peligrosas garras y de su boca, ya por entonces convertido en hocico, salían unos grandes y afilados colmillos. Un último gemido dulce y desgarrador salió de Zhanna que finalmente se convirtió en un aullido, que advertía que había una nueva fiera en el bosque y ansiaba desgarrar a algún pobre animalillo asustado y despistado y deleitarse con su sabor.

Estaba tirada en el suelo, desnuda y muerta de frío. La tierra estaba húmeda debido a las lluvias y la nieve del invierno, y la noche y los árboles impedían que algo de calor la secase. Me dolía todo el cuerpo, aun me aterrorizaban en cierta medida las transformaciones las noches de luna llena. Nunca sería capaz de olvidarme de la primera, aunque mi mente no fuera capaz de almacenar cada segundo que pasaba sería un recuerdo imborrable. Ya no me dolía tanto, pero una metamorfosis tan masiva era dolorosa hasta para el licántropo más antiguo del mundo. Al fin y al cabo, parte de nosotros seguía siendo humana.

Me aseguré de guardar la ropa que llevaba aquel día en un lugar seguro. Hacía unos días había encontrado un hueco en un árbol, seguramente de alguna ardilla o un animal similar. Aproveché para guardarla ahí, por lo menos no se mojaría con el agua de la tierra y estaría a salvo de que yo misma u otro animal la encontrase mientras escarbaba.

Comencé a notar los primeros azotes de la luna. Antes, cuando era pequeña, pasaba horas admirándola las noches de luna llena como aquella. Ahora, cada ciclo era un sufrimiento. No quería hacer daño a nadie, odiaba tener que escapar de la ciudad para mantenerme alejada de la gente que corría peligro. No me quedaba otro remedio si no quería que me descubrieran. La transformación empezó por mi espina dorsal, que comenzó a arquearse. Las vértebras se agrandaron hasta tal punto que rasgaron mi piel. No pude evitar gritar. Primero sonó mi verdadera voz, algo chillona; después sonó la de mi otro yo, mi yo salvaje: un gruñido de loba. Mis manos se convirtieron en zarpas, mi boca en hocico y mis orejas se volvieron puntiagudas. Mi piel se cubrió de un pelaje grisáceo y en el final de la espalda me creció la cola.

Cuando todo terminó seguí tumbada en el suelo durante unos minutos. Estaba completamente exhausta. No notaba tanto el frío de la tierra, el pelaje me protegía de una forma asombrosa. Me incorporé tambaleando un poco y comencé a escrutar mí alrededor. No había nadie, eso era buena señal. Agucé el oído. Unos grillos cantaban no muy lejos de allí, y un animal pequeño pasó justo por detrás de mí. Todo parecía en calma hasta que de pronto oí un aullido. Alguien de mi especie andaba por el bosque.

Vacilé un segundo si acercarme o no. No era muy acertado cruzarse con un licántropo en su transformación, por lo que en un principio descarté la idea. Aunque, por otro lado, podría encontrar a alguien con quien mantener un secreto, alguien como yo. Comencé a caminar guiándome por el olfato, y llegué a una zona del bosque donde la vi. Me acerqué despacio y de frente, pero sin dejar de mirarla. No quería parecer agresiva, pero tampoco podía perderla de vista. Cuando llegué frente a ella me quedé parada, esperando su reacción y lista para salir huyendo si fuera necesario.