Una nueva sombra arriba en París (Erin Shax)

Cuando la noche caía sobre París y la luz de los faroles dispuestos por todas las casas y farolas de las calles de la "ciudad del amor" sustituían a la luz del astro rey, una nueva persona, un visitante con visos a aspirar a residente permanente, hacía acto de presencia en las concurridas calles de la capital francesa.

Acababa de llegar de un largo viaje desde el norte de Italia, pero no deseaba recluirse entre las paredes del lujoso hotel que tenía reservado para sus primeros días de estancia en París, mientras que su residencia quedaba fijada en alguna mansión o villa. Por suerte o por desgracia, tendría todo el día para poder disfrutar de un merecido y obligado descanso.
Ahora lo que deseaba es buscar algo que le permitiera soñar con un mañana interesante en las paredes de su habitación cuando se resguardara de la luz solar. Y si algo había aprendido durante toda su vida y no vida en Italia, era que la verdadera esencia de una ciudad, de un pueblo se conocía en las tabernas. Allí era donde el alcohol hacía que las personas realmente mostraran su verdadera personalidad.

En los bares y tabernas era donde los nobles podían mostrar que estaban a la altura de su cargo o se aprovechaban de un nacimiento afortunado para mostrar cuan cretino podía llegar a ser el ser humano.
En los bares y tabernas era donde el hombre de a pie podía demostrar su honradez y genialidad, fuera de toda clasificación social, o podía demostrar que la evolución natural había hecho su trabajo y que estuviera en un escalón por debajo en la sociedad no era un asunto casual ni aleatorio.

El alcohol, como la muerte, igualaba a todos. Y una vez desnudos ante la verdad, era cuando podía observarlos, aprender de como se comportaría realmente la gente de un lugar, cual sería su verdadera naturaleza.

Con esa idea, acarició la madera de la puerta de aquella taberna, entrando en ella, mientras que observaba atentamente la sala a la que estaba accediendo. Al contrario que las tabernas italianas, con un ambiente más mediterráneo, más natural, el local que podía distinguir era más pomposo, quizás debido a las nuevas ideas copiadas de los países anglosajones. Aunque también era la primera vez que visitaba una taberna de la capital francesa. Ocasionalmente había visitado alguna taberna del sur francés, en la zona fronteriza con Italia, así que la idea que tenía preconcebida fuera totalmente errónea, y el norte y el sur del mismo país ser como estados completamente distintos.

Sin obsesionarse demasiado en esa idea, siguió sus pasos, haciendo que el parqué se combara ligeramente a su paso, hasta llegar a una mesa que se encontraba libre, cercana a una de las esquinas del local. Una vez hubo llegado a ésta, acomodó su gabardina en uno de los percheros allí dispuestos y apartó una de las sillas pegadas a la pared para más cómodamente, nunca le había gustado tener la espalda descubierta.

Igualmente, para mayor comodidad, se desabrochó los botones de su chaqueta, dejando ver el oscuro chaleco y la amplia y exagerada corbata de color rojo que cubría su cuello. Últimamente se empezaban a llevar las corbatas cada vez más finas y más fijas al cuello de la camisa, pero Chiesa no podía evitar sentir un aprecio especial por lo "pasado de moda". Pocos vampiros se acostumbraban muy rápido a los cambios de la moda, a los cambios de la vida.

Allí, sentado, observaba a la gente moverse en espera de que el camarero fuera a atender a su mesa. A no ser de que primero se presentara alguna visita inesperada.

Me encontraba en caminando por las calles de París sin rumbo algunos. Quería andar y observar la bella ciudad por la noche, pues es a esa hora cuando descubres cómo es de verdad. La Luna ya estaba en lo más alto del cielo cuando salí del hotel donde me hospedaba hasta que decidiera volver a la mansión de Lucian. Él me había dado permiso para salir pues Violette tenía unas extrañas ganas de verme, por lo que no puso reparos en que visitara a mi amiga. Pensaba partir por la mañana, antes del alba para llegar a la hora del desayuno y comer con mi padre adoptivo.

El cielo estaba totalmente claro, dejando ver todas las estrellas posibles y la luna brillaba más que nunca, a pesar de que aún no era luna llena. Arrugué el rostro, pues la luna llena se acercaba y solía estar muy sensible durante los días anteriores a este acontecimiento. Necesitaba despejarme pues hoy había sido un día muy largo, a la vez de duro. Caminé y caminé mirando hacia delante y observando las calles vacías salvo por algún que otro hombre borracho y algunas cortesanas que se movían por las calles. “Lucian se enfadaría si me viera sola por la noche” pensé con una sonrisa y estirando la espalda, quedándome totalmente recta aparentando un rango que no tenía.

Entonces la sed me embarcó. De repente sentía unas ganas enormes de tomarme algo, pues si no lo hacía podría morir deshidratada. Una taberna, como saliendo de la nada, estaba al final de una de las callejuelas y no dudé ni un instante en entrar. Abría la puerta con energía y miré en el interior, parecía un lugar normal, con hombres de las clases media y baja y algún que otro desconocido del cual no sería capaz de adivinar la clase social. Me acerqué a la barra consciente de que muchas miradas estaban puestas en mí. Me di cuenta de que llevaba una vestido de los que Lucian me había regalado, un vestido que llevaría cualquier noble o duquesa. Sonreí pícara al tabernero e hice una ligera reverencia –buenas noches, buen tabernero – le dije apoyando las manos sobre la sucia barra sin importarme que me mirara sorprendido al igual que los hombres que se encontraban a mi alrededor. No tenía miedo de lo que pudiera pasar esa noche, pues yo podría con todos sin ni siquiera ensuciarme el vestido.

El tabernero se dirigió a mí muy amablemente preguntándome si deseaba algo. Con una voz suave y una sonrisa orgullosa correspondí a su amabilidad –quisiera un vaso de agua. La sed ha invadido mi cuerpo –le dije acariciándome la garganta desnuda con una de mis manos. El hombre siguió el movimiento durante unos segundos y luego se inclinó para conseguirme lo pedido. Mientras yo sonreía divertida por la reacción de éste.

Me di la vuelta para observar la taberna durante la espera y fue entonces cuando llegó a mis fosas nasales un olor significativo. Un olor que hizo que me tapara la nariz de manera discreta durante unos segundos, mientras miraba a mi alrededor en busca de la fuente de origen de la peste. Al final de la sala, había un hombre de apariencia joven, sentado en una silla con aire elegante y con superioridad. Entrecerré los ojos al descubrir de qué se trataba “vampiro” pensé tensando los músculos. Lo miré a los ojos con todo el odio que pude poner en los míos, pues mi odio por los vampiros era incondicional. Podría saltar en esos momentos, sin importar que hubiera humanos mirando, y lo mataría con mis propias manos sin pensármelo dos veces. Sin embargo, las palabras de Lucian aparecieron en mi mente recordándome lo que me había estado enseñando durante los cuatro años que llevaba viviendo con él.

Me giré para tratar de evitar su contacto visual y para evitar que me volviera loca. Respiré hondo a pesar de qué mi respiración se empeñaba en ser rápida de desenfrenada. Mi corazón latía a mil por hora y mis manos habían comenzado a sudar, al igual que mi frente. El tabernero ya me había servido el agua, la cual tomé y bebí en un instante a la vez que le pedía otro vaso. Debió ver que no me encontraba bien, pues me lo sirvió rápidamente -¿se encuentra bien la señora? –me dijo con aire de preocupación. Yo, lo único que hice fue asentir y llevarme el segundo vaso a los labios.

Chiesa se encontraba ensimismado observando las más bajas pasiones de la que hacían gala los parroquianos de aquel lugar. Mientras que en una de las mesas un grupo de amigos reía sonoramente y se golpeaban de forma estruendosa en la espalda, a modo de camaradería, el grupo de al lado, en oposición al primero, parecía más dispuesto a sacar sus puñales de debajo de la mesa y enzarzarce en una pelea a muerte a la más mínima palabra altisonante.

Esas expresiones, tan libres, esporádicas y naturales eran lo que entretenía, lo que hacía interesarse a Chiesa. El ser humano es un ser tan complejo y extraordinario, que los acontecimientos que suceden en las grandes obras de la literatura y el teatro pueden darse con facilidad en cualquier familia, dando igual su posición o status social. Los más bajos instintos y las más altas pasiones no entienden de educación ni de dinero. Aunque claro, el modo de contarlo no es lo mismo. Una mujer puede esperar eternamente a su príncipe azul, pero solamente Homero le dota a Penélope de esas dosis trágica, de esa épica que hace que su historia sea tan importante como la Odisea de Ulises.

El camarero se había acercado a su posición. Parecía algo joven, pero por sus maneras, se veía que aunque la taberna la frecuentaban parroquianos de clase media y baja, no era extraño a tratar con personas de estratos más altos.

- Monsieur, ¿desea tomar algo? - Le preguntó, ejecutando primero una leve reverencia que tanto gusta a los que desean tener a alguien postrándose a sus pies. A pesar de tener un rostro que cualquiera como normal, había algo que le decía al italiano que aquel chico estaba muy acostumbrado al uso de las pillerías habituales, en el uso del halago fácil y la sumisión ante los inseguros para asegurarse un nutrido desembolso de propinas.

- Un buen caldo de la tierra, por favor. - Le respondió Chiesa con una amable voz y una cálida y entrenada sonrisa. Le había costado horrores no llamarle al chico como ragazzo, pues todavía no se había acostumbrado a hablar exclusivamente en francés, a pesar de que dominaba aquella lengua. Además, ahora mismo estaba entretenido en otras cosas y quería disfrutar de un buen vino mientras admiraba el espectáculo, además, ir a París y no beber uno de sus afamados vinos sería un pecado.
De repente, un olor invadió las fosas nasales del vampiro. Ésto hizo que quisiera despachar con más celeridad al chico, aunque no por ello dejar de asegurarse un buen vino cuando volviera de detrás de la barra, espetándole con el mismo tono y la misma sonrisa - Le dejo la elección del vino, supongo que su propina irá en compensación a su habilidad en ello.

Tras despedirlo cordialmente y con una promesa monetaria si cumplía, se centró en aquel olor que había percibido. Decididamente era un extraño misterio, pues a pesar de todo, ninguno de los de allí parecía tener aspecto de oler de aquella manera. Aquel olor era penetrante, como el olor de un perro mojado por la lluvia. Desagradable pero con un raro impacto, como una pasión animal desbordante.

Sus ojos siguieron el olor, buscando de donde podría provenir, como había cambiado la proveniencia de este en un momento, y su mirada se posó directamente en la chica de rubios cabellos que acababa de entrar.
Haciendo memoria, recordó donde había percibido anteriormente un olor parecido en una persona. Recordó como hace como 50 años se encontró con un hombre que emitía el mismo embriagante hedor. Chabal era un hombre alto y fornido. Su crudo aspecto, con oscura melena y larga barba no compaginaba para nada con el de aquella delicada y elegante chica.
Sin embargo, aquel olor era tan parecido, aquella extraña atracción de lo desagradable.

Su comportamiento era también extraño, aunque mejor sería denominarlo como frenético. Había bebido agitada y rápidamente un par de vasos de agua, e incluso el tabernero se había percatado de su nerviosismo.
Mas, cuando se giró, su mirada fue a chocar justo con la mirada del vampiro, quien la observaba silenciosa y atentamente. A pesar de la hostilidad manifiesta que mostraba su mirada, se había convertido en alguien interesante, muy interesante para Chiesa.

París solo deparaba sorpresas.

Una vez su hubo realizado el contacto visual, giró su mano en un esto elegante, ofreciéndole uno de los sitios libres de su mesa a aquella chica y preparándose igualmente para, si ella aceptaba su invitación, levantarse a retirarle la silla.
Quizás algo de amabilidad aplacaba el odio y hostilidad que mostró en un principio.

Respiré hondo varias veces como Lucian me había dicho que hiciera. Estábamos en Luna llena y mucho había hecho, el aguantarme sin mirarla durante todo el camino. Ahora tocaba controlar mis sentimientos de odio por los vampiros. Era una sensación extremadamente desagradable que se había intensificado cuando Lucian me convirtió. Desde lo de mi padre el odio era lo único que veía en los vampiros. Apoyé las manos sobre mis sienes y me las masajeé sin dejar de respirar hondo para relajarme. “no lo mires. No lo mires. No lo mires” intentaba convencerme pues sentía su mirada en mi nuca, lo que hacía que sintiera ganas de devolverle la mirada.

Sin embargo, no seguí los consejos que me daba a mí misma. Giré la cabeza con cierto disimulo y los miré a los ojos. Aún me estaba observando. Me quedé de piedra, pues no había odio en sus ojos, al contrario que los míos, los suyos mostraban curiosidad e interés por mí. Dejé de mirarlo, confusa pues pensaba que todos los vampiros odiaban a los licántropos. Así me lo habían enseñado “si te encuentras con un vampiro en público, él ya sabrá que eres una licántropa, Erin. Fulmínalo con la mirada, pero no le hagas daño, pues nuestra especie saldrá a la luz” recordé las palabras de Lucian en mi mente mientras suspiraba cansada de sentirme tensa.

Volví a mirarlo siendo consciente de que seguía observándome “me siento como un experimento” pensé mientras cruzaba mis ojos con los suyos. Aún tenía el entrecejo fruncido y aún más pronunciado cuando me hizo una seña de que me sentara a su lado. Totalmente sorprendida me incorporé y lo miré como si estuviera loco “¡qué demonios!”. Esto no contaba dentro de lo que me habían enseñado, nunca he tenido que hablar con un vampiro y mucho menos si me invita a sentarme en la misma mesa que él. Estaba confusa, Lucian no me había preparado para esto. Tendría que contárselo cuando volviese a casa, aunque dependía de lo que pasara esta noche.

Por alguna extraña razón, mi cuerpo se movió solo, separándose de la barra y caminando lentamente hacia el vampiro de clase alta que estaba sentado en una mesa apartada de las demás. Me movía cautelosa, como si esperara un ataque por su parte en cualquier momento. También tenía miedo, pues nunca había estado tan cerca de un vampiro, salvo la última vez, cuando… cuando Padre mató a todos mis seres queridos, incluido él mismo. Bajé la mirada incapaz de seguir resistiendo la suya y caminé mirando al suelo hasta llegar a mi destino.

Me coloqué delante de él e hice una reverencia a modo de saludo. Odiaba tragarme mi orgullo, pero no quería salir mal parada de esta situación. Lo miré a los ojos y parpadeé varias veces un tanto sorprendida de su belleza. Sabía perfectamente que los vampiros eran hermosos, es más, los había visto en persona, pero nunca tan de cerca, donde podía apreciar cada uno de sus detalles. Adopté mi máscara de niña buena que no rompe un plato para sonreír amablemente y abrir la boca soltando alguna palabra que no resultara desagradable, como solía hacer –buenas noches, noble…caballero –dije aumentando mi sonrisa con cierta ironía. Estaba tratando a un vampiro como si fuera un humano y eso era lo que más odiaba en el mundo.

Chiesa seguía manteniendo la mirada, sin disimulo, ante la bella chica de ojos azules. Ella se mantenía inquieta, nerviosa, incluso se podría decir que algo contrariada, como si algún pensamiento irracional intentara luchar contra su sentido común, o como si algún pensamiento lógico intentara meterse dentro de un ser caótico.

Por fin, sus miradas volvieron a encontrarse, y él pudo distinguir perfectamente sus ojos, de un azul tan claro y profundo como alto es el cielo. Su mirada lo hechizó, lo hipnotizó durante unos instantes, que duraron más que muchos años. Pero tras salir del trance, pudo distinguir que, aunque su mirada seguía tan clara como hace segundos o años, su cejo se encontraba fruncido, como si la presencia de Chiesa en aquel bar fuera molesta o desagradable.

Pero aún así, su cuerpo se movió hacia él, aceptando la invitación que le había mandado, para acompañarlo a la mesa. Sin embargo, sus gestos, su expresión corporal era de recelo, como si se tratara de un felino que se acerca a algo desconocido, con sus músculos en tensión, mostrando su tirantez a flor de piel. Su inquietud y temor se le notaban a lenguas de distancia y casi podría distinguirse en el aire como aquel dulce hedor que también desprendía la chica.

Cuando por fin llegó a su posición, Chiesa se levantó de su silla, para poder saludarla convenientemente. A pesar de lo vergonzoso que resultaba para él que una mujer tan bella hiciera una reverencia delante suya, no mostró ningún signo de disconformidad o desagrado. Al igual que tampoco lo hizo al acercarse hasta ella para asir su mano e inclinarse para besarle en ella, en un cortés gesto de bienvenida, mientras la seguía mirando al rostro.

- Encantado de que haya decidido acercarse a mi mesa, señorita. - Le contestó antes de reverenciarse para besar su mano. Tras aquel gesto de cortesía y educación, se volvió a enderezar, sin dejar de mirarle nunca a la cara, para proseguir con el proceso de bienvenida a la mesa de la que él sería anfitrión. - Mi nombre es Chiesa D´Aquilar, para servirla.

Tras ello, se movió suavemente hacia la posición de una de las sillas de la mesa en la que él estaba, para retirarla de ésta y ofrecerle un asiento a la dama que había decidido agasajarle con su compañía.

- Sería un placer que deseara acompañarme a la mesa, signorina. - Le pidió, al tiempo que separaba la silla de la mesa, en espera de que la chica ocupara la posición de esta y poder acercarle caballerosamente la silla para que ocupara su lugar de la mesa.

Con toda la amabilidad de un caballero se levantó para ayudarme a sentarme en frente de él. Mi cara era todo un poema, pues nunca había estado tan cerca de un vampiro (quitando mi padre) y mi idea sobre ellos era que son seres despreciables y que merecen vivir. Sin embargo, éste era amable y no parecía dar señales de odio hacia mí, por el simple hecho de ser un licántropo. Por otro lado, yo si daba señales de odio y no supe por qué pero me sentí culpable e intenté cambiar mi rostro, por otro más agradable.

Me dejé llevar, hasta acabar sentada en la silla. Le dirigí una sonrisa amable como agradecimiento, pero aún estaba confundida y necesitaba respuestas “ahora no es el momento”. Mi silla estaba colocada de tal manera que daba hacia la puerta, de tal manera que, cuando entrara o saliera alguien de la taberna, tendría que bajar la mirada rápidamente, pues la luna se dejaba ver al otro lado de ésta.

Toda mi atención se dirigió al vampiro, Chiesa D´Aquilar decía que se llamaba, “nunca te fies de un vampiro Erin” las palabras de Lucian invadían mi cabeza cada vez que lo miraba a los ojos y me quedaba totalmente en trance. Sabía que los vampiros eran hermosos pero él era el más hermoso de ellos, según mi punto de vista. Cada vez que sus ojos se cruzaban con los míos, mi corazón latía a mil por hora y mi mirada no podía apartarse de la suya. Estaba enfadada conmigo misma por reaccionar de esa manera por lo que, sin que él lo viera me golpeé en el muslo con la suficiente fuerza como para salir del trance.

Sonreí cuando se presentó e hice una inclinación de cabeza – Erin Shax. Un…placer conocerle, señor D’Aquilar –le dije colocando las manos sobre la mesa, las cuales estaban con los dedos entrelazados. Tenía acento italiano, por lo que sonreí. Adoraba a los italianos, yo siempre había pensado que tenían mucha clase y eran las personas más educadas de toda Europa. “¿será una coincidencia” pensé mientras volvía a mirarlo.

Off: perdona que sea tan corto, te prometo que el siguiente será mejor ^^

El vampiro volvió a su lugar original, tras haber ejercido de galante anfitrión, aunque aquel fuera un lugar público y de libre acceso, debía de ejercer de rey de la mesa que le había sido confiada, aunque fuera durante solo esa noche.

Tras ocupar su asiento, pudo distinguir como el rostro, la expresión de la dama había cambiado totalmente. De la primera sensación de enfado, de rechazo, indicada por su ceño fruncido y su mirada recelosa, ahora había dado paso a una expresión totalmente distinta, mezcla de inocencia y desamparo.

Quien anteriormente se acercaba a la mesa como una pantera recelosa, esperando, bien cazar a su presa o bien defenderse de cualquier ataque, proviniera de donde proviniera, ahora se mostraba como un indefenso gatito, que miraba con curiosidad innata lo que pasaba a su alrededor.

Pero todo el mundo sabe que los felinos tienen garras retráctiles, las cuales, aunque no se van a simple vista, pueden salir disparadas y atacar al enemigo de forma mortal.
Pero aquella chica le agradaba, incluso en una primera vista, cuando se mostraba cabreada con el mundo, o quizás, sin ninguna razón, con él. Y sin embargo, ahora que se mostraba de forma más personal, le cautivaba más aún, se mostraba más fascinante.

Mas, aquella chica no era una dama de demasiadas palabras. Quizás se había sentido intimidada por el vampiro, o quizás simplemente, se había dejado llevar por lo inesperado de la situación. De todas maneras, parecía que el peso de la conversación recaería en él.

- Debo decirle que es una sorpresa de lo más agradable. Mi primera noche en París y me topo con tan bella dama. - Le habló mientras se acercaba ligeramente a ella, poniendo sus codos en la mesa para apoyarse en ésta, intentando ver con más claridad de la que ya tenía a la chica. O quizás era ese olor, mezcla de repugnancia y éxtasis. - Disculpe si soy demasiado osado al invitarle a la mesa, a dirigirme tan ligeramente a una dama de su porte, pero no conozco demasiado el lugar ni sus costumbres. Espero que pueda perdonadme.

- Por cierto, ¿desea algo de beber? - Le invitó, una vez se dio cuenta de que el camarero ya se encontraba en la barra dispuesto a traer la copa de Chiesa a la mesa.

Permanecí sentada, esperando a que el “caballero vampiro” volviera a su sitio. La verdad es que no me desagradaba nada de lo que hacía. Había sido amable conmigo y me había invitado a su mesa con elegancia y curiosidad. Yo había accedido a ello y en cierto modo me sorprendía pues yo nunca aceptaría una invitación de un vampiro. Con una sonrisa amable intenté disimular mientras ponía mi atención a mi poder que percibía el peligro. Éste no se había activado por lo que me relajé un poco, al menos de momento.

Incliné la cabeza ante su alago –espero que París sea de su agrado. Aunque, usted solo haya visto la noche de la ciudad, donde todos los malhechores salen a hacer sus gamberradas, le aconsejo que visite la mañana, es el mejor momento del día y de la ciudad también –le dije con la elegancia que Lucian se había empeñado en que tuviera. Era la hija adoptiva de un licántropo de la realeza, por lo que tenía que comportarme como tal. Lo miré con curiosidad, intentando que no se notara demasiado. Era bastante hermoso, como todos los vampiros, pero no era eso lo que esperaba ver. Quería ver sus intenciones y los motivos que le habían llevado a mí.

Sonreí, por no echarme a reír, se había tragado lo de mi clase social. Aun así, Lucian siempre decía que mi compostura y mi manera de actuar siempre habían sido de cualquiera persona de clase alta. –me alaga usted señor… ¿puedo llamarlo Chiesa? Odio tanta formalidad. A cambio puede llamarme Erin, si así lo desea –le dije adoptando una actitud despreocupada. Por alguna extraña razón, me sentía a gusto con aquel chupasangre, sino fuera por el olor que desprendía sería una compañía de lo más agradable. –tomaré, un poco de agua, gracias –le dije con una ligera sonrisa. Luego recordé la cantidad de agua que me había tomado al entrar en la taberna, pero no me importó no me vendría algo más para beber.

Entonces decidí que era el momento de preguntar. Yo siempre había sido muy curiosa y si tenía algo que decir, lo hacía sin más y sin pensar en las consecuencias. No sabía por qué esta vez había puesto tantos reparos a la hora de hacerlo pero llegué a la conclusión de que ahora era el momento adecuado, pues ambos estábamos inmersos en un silencio totalmente incómodo. -¿puedo preguntarle por qué me ha invitado a su mesa? Sabe lo que soy, al igual que yo sé lo que es. No estamos destinados a llevarnos bien –le dije acercándome más a Chiesa para poder hablar en voz baja y que él me oyera. Sabía que era un gesto estúpido pues ambos teníamos un oído lo suficientemente fino como para oírnos a varios metros de distancia y hablando en susurros. Simplemente era una ridícula manía humana que se me había quedado de siempre y que no quería perder.

Justo como había pensado. Lo que parecía ser una gatita que se mostraba indefensa ante cualquier persona, buscando más de protección y leche que ser una verdadera e independiente cazadora, había vuelto a enseñar las garras.

Aunque ahora, en vez de mostrarse enfadada, iracunda y peligrosa, se mostraba más como una pantera. Elegante, felina, peligrosa, oscura y con un toque de sutileza que parecía lejano al principio, cuando sus miradas se cruzaron.
Sin duda buscaba incomodar un poco al vampiro. A pesar de que Chiesa se había portado como un caballero, aunque esta fuera la única forma que conociera de comportarse con una dama, la reacción de la chica parecía haber saltado como un resorte. No sabía cual podía ser la razón, aunque el continuo estado de alteración del humor, pasando de alguien asustadizo a mostrarse más indefensa, para después acabar en aquel punto que no se relacionaba con los anteriores.

- Puede llamarme Chiesa si así lo desea, pero excúseme si sigo llamándola más formalmente, es una costumbre que tardo en perder. - Le contestó amablemente, respondiendo con el mismo tono y actuando como si las respuestas de la licántropa fueran intrascendentes y banales para él. - De todas formas, tan sólo es mi primera noche en París, como ya le dije, todavía espero que me quede mucho que ver de esta ciudad. Aunque por su culpa, las expectativas, serán demasiado altas.

Con una amplia sonrisa, terminó su comentario.
Quizás tan sólo buscaba aquello, que el vampiro no se encontrara excesivamente cómodo en aquella situación, como si, no solo supiera la naturaleza de aquel ser que le invitaba a sentarse a su propia mesa y le invitaba a beber con él, sino que buscar aquella situación, aquella simulada agresión a Chiesa fuera parte de su naturaleza, que su instinto le mandara a ello.

Llevando a cabo aquella línea de pensamiento, no pudo evitar pararse a pensar en el olor, aquel extraño olor, mezcla de embriagador y asqueroso, que desprendía su invitada.
¿Podía pasar que aquella sensación, aquel aroma fuera recíproco? ¿Podría ser que para ella, él también emitiera ese extraño y dulce hedor?
Sin duda había algo más, una especie de instinto natural, una sensación espontánea e imposible.

Sin duda esa sensación que tenía, le fue refrendada por el comentario de Erin. Si ella misma hablaba de destino en sus palabras, es que había algo más escondido en los cambios de humor, en el comportamiento de aquella felina mujer.

- Lo siento, señorita Shax, pero no quiero que el destino sea quien deba decidir que pasa en mi vida. Prefiero ser yo quien lleve las riendas. - Le contestó, igualmente con tono suave y cordial, pero tajante y claro en sus palabras, mostrándole su realidad, la que su personalidad le había forjado. Se fijó algo más en la mirada, en los ojos de la chica, para terminar su frase. - Y creo que usted tampoco cree en el destino, pues, a pesar de sus palabras, ha aceptado mi invitación.

No me gustaban mucho los hombres estirados, sabía que, al ser de clase alta, tenían que comportarse de una manera determinada, pero había algunos que eran demasiado estirados, como Chiesa en este caso. Sin embargo, no hice ningún gesto de desprecio, ni de me inmuté cuando dijo que quería seguir con las formalidades. En lugar de eso, sonreí amablemente –espero que a lo largo de la noche, pueda cambiar de idea. De momento llámeme Señorita Erin, odio que usen mi apellido para llamarme –le dije sin dejar de sonreír. No tenía pensado contarle la razón por la que no quería usar mi apellido. Era el apellido de mi padre, aquel hombre que se convirtió en vampiro y que mató a mi madre y a mis hermanos sin sentir nada de remordimiento. En esos momentos, lo único en lo que pensaba era en sacarle la sangre a cada uno de los miembros de su familia. Desde aquel entonces, nunca permití que me llamaran por mi apellido, tenía un nombre bonito como para malgastarlo.

Me eché a reír con su comentario –no se preocupe Señor Chiesa, París no dejará de sorprenderle. Alguien como usted sabrá apreciar sus encantos mejor que cualquier otro –le dije levantando una ceja y sonriendo divertida. No tenía intención de hacerle daño, pues parecía bastante mayor que yo, y acabaría matándome él a mí antes de que pudiera darme cuenta. Sin embargo, no era eso por lo que no quería hacerle daño, me encontraba a gusto con su presencia, nadie lo diría, incluso Lucian se enfadaría si me viera en estos momentos, pero era la verdad. Incluso había comenzado a acostumbrarme a su olor de vampiro.

Sus palabras me sorprendieron. No es que yo creyera en el destino pero, tan solo lo había usado como ejemplo. La verdad es que me importaba poco lo que la gente pensara, si un vampiro se acercaba a mí con malas intenciones, no iba a quedarme de brazos cruzados; pero si no quiere hacerme daño, no veía el motivo por el que debía hacérselo yo. Esa era mi conclusión que, por lo visto, coincidía con la de Chiesa –sabias palabras, se merece un aplauso, pero no lo encuentro oportuno en estos momentos, así que le diré que estoy de acuerdo con sus palabras –le dije apoyando mis manos sobre la mesa y con una sonrisa en el rostro –yo no creo en el destino, señor Chiesa. Sin embargo, me han enseñado a odiar a los vampiros. Mi oscuro pasado no me permite amarlos o llevarme bien con ellos.

Nos trajeron las bebidas y la comida. Aun así no bebí de mi agua aún. Estaba mirándolo con interés, ningún vampiro había conseguido arrancarme una sonrisa, una verdadera sonrisa de felicidad. Me llevé el vaso a los labios, para darle un pequeño sorbo, mientras observaba cómo se mandaba su plato. Entonces caí en la cuenta de que era un vampiro y estaba comiendo comida humana. Abrí los ojos asombrada, pues nunca había visto nada parecido –perdone que le pregunte por qué se alimenta de cosas humanas. Se supone que es un vampiro y solo se alimenta de sangre –esto último lo dije en voz muy baja, tan baja que nadie podría oírlo salvo él que tenía el oído tan fino que podría entender hasta el mínimo susurro.

Era un vampiro de lo más curioso. No le importaba la presencia de un licántropo, ni le importaba la comida humana. La verdad es que sentía demasiada curiosidad por él. Quería aprender de los vampiros, conocer a mis enemigos. Lucian me había dicho hace poco que no todos los vampiros están orgullosos de lo que son ni de lo que hacen. Supuse que el vampiro que estaba sentado delante de mí era uno de ellos. La curiosidad crecía en mí y lo miraba como si intentara ver a través de él. “este hombre, no es como los demás vampiros. Creo que podré llevare bien con él” pensé con una sonrisa.

La chica seguía con su peculiar juego, una especie de partida de poker en la que mostrar sus emociones, cambiarlas y luego mostrarse indiferente era como esconder una buena mano, saber llevar bien un farol o saber simplemente quien es el primo de la mesa.

Sin embargo, aquello le estaba resultando divertido al vampiro. Aquella tenía algo extraño en su personalidad que le desorientaba, tanto por lo menos como ese olor que desprendía, que se mostraba esquivo e intenso a la vez, como si estuviera guiándole hacia alguna trampa en la espesura del bosque. Y Chiesa caminaba entre los árboles, mitad receloso mitad intrigado por ver si aquella trampa podría ser capaz de atraparlo o simplemente se escaparía de ella como un gamo alertado.

- De acuerdo, señorita Erin. Aunque alguna vez se me pueda escapar su apellido, aunque haré todo lo posible por intentar no disgustar a una dama como usted. - Le contestó. Aquella situación era realmente una guerra fría, donde incluso el como referirse a la otra persona era objeto de discusión. Pero como a lo demás, a Chiesa le resultaba divertido, como un entretenimiento. Eran dos personas que acababan de conocerse, que no tenían realmente mucho que ganar o que perder, pero ella era el tipo de persona con el que la eternidad podría servir para algo.

Tanto ella, como lo que había visto y la señorita había descrito de París, parecían ofrecerles una razón más que suficiente para haber dejado, fuera temporal o momentáneamente las cálidas noches italianas por una Francia más fría, mas aparente, pero sin embargo con una fuerza interior que no se podía apenas mantener dentro de los muros de aquella expresiva ciudad.

Sin embargo, la sorpresa más inesperada ocurrió cuando él menos se lo esperaba.
En todo el tiempo que había pasado no-viviendo, su condición de vampiro había sido fácilmente ocultada, dentro de los límites lógicos de su extraña condición. Incluso con gente que conocía de bastante tiempo, aquel tema había salido muy tarde, la mayoría de las veces, nunca.
Aquella chica lo había soltado simplemente como el menú que deseaba tomar en aquel restaurante. ¿Tan normales eran los vampiros en París? Quizás la ciudad de las luces fuera más nocturna de lo que pensaba que era en realidad.

Sin embargo, aquel no debía de ser ningún obstáculo. Ella seguramente sabría de su condición sobrenatural incluso antes de sentarse en aquella mesa. Además, por su olor, extraño, diferente y tan ajeno al vampiro, era más que probable que ella también fuera otra criatura fuera de la lógica. Se dirigía a los vampiros como otros, así que debía de ser de otro tipo de ser o raza.

París si que iba a resultar realmente interesante.

- Mi padre odiaba con un ferviente rencor a los venecianos. Todo lo que viniera de allí, aunque fuera el más preciado de los regalos o la más extraordinaria belleza, era desagradable, incluso doloroso para él. Y por supuesto que intentó alienarnos en contra de la ciudad flotante. - Chiesa se adecentó algo más en su asiento, para mirar con más profundidad a los ojos de Erin. Se encontraba mirándola fijamente, con profundidad y sin vacilación, pero sin embargo, la mitad de sus pensamientos se quedaban en aquella mesa en ese momento de la charla, mientra que la mitad navegaba entre las olas de sus recuerdos, tanto los que lo guiaban por los canales de Venecia como los que viajaban cerca de Roma, aún más anclados en las hondas profundidades del tiempo, cuando su padre todavía seguía vivo y él apenas era un chico inexperto. - Sin embargo, como odiar a Venecia, con sus noches de verano, su luminoso carnaval. Como te dije antes, me gusta ser yo quien lleve las riendas de mi vida.


Tras aquella charla, llegó por fin la comida y bebida que había pedido en un principio, tras lo cual aprovechó para tomar un poco de vino, del cual le habían dicho que era maravilloso en París, pero aquello quería comprobarlo por si mismo. Erin puso cierta pose de extrañeza al verle comer y beber tranquilamente. Quizás una vez notada su calidad de vampiro, aquel detalle resultaba en extremo curioso. Y la verdad aquella vez no podía negar lo extravagante de su comportamiento.

- Los vampiros necesitan la sangre para poder vivir. - Le contestó en un susurro, como lo hacía ella cuando hablaba de su condición sobrenatural. - Pero sin embargo, eso no quita que haya perdido la capacidad de disfrutar de los placeres de la vida, ya sea una buena copa de vino, una buena representación teatral o la belleza de una dama como usted. No soy un monstruo.

Tras una pequeña parada en la que bebió un poco más del rojo líquido, agregó.

- Aunque me he visto obligado a perderme demasiados amaneceres - Tras lo cual, rió ante su propia ocurrencia. Que fuera un vampiro no debía de ser impedimento en esta conversación. Y tampoco quería que ella pensara que tenía una ventaja al saberlo, si llegara el caso de que hubiera una confrontación.