AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Carpe Diem - Wyatt
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Carpe Diem - Wyatt
El paso del sol dejaba camino hacia la fría e impetuosa noche. La oscuridad sumía cualquier espacio que antes era tocado por los suaves rayos de luz ¿Eso generaba piedad y compasión en ti, Miranda? No, no me importa, que más da realmente. Si hay luz, camino, sino la hay , sigo caminando con posibilidad a caer.
El viento sopla fuertemente mezclando mi cabello rubio reflejando en la mitad de la inmensidad de aquel espacio verde, carente de cualquier alma intrépida que se anime a divagar en aquellas altas horas de la noche. Podrían haber pasado dos horas, quizá más. En mi mano descansaba una hoja de papel chino que había sacado del mercado, relleno con unas hojas de extrañas hierbas encendido. Costumbres gitanas que pocos se animaban a reconocer pero que constituían un vicio. Mal visto y muy poco frecuente pero era lo que nos gustaba ¿O no Miranda? Basta, cállate.
Maldita voz que me recordaba una y otra vez mi propia insignificancia. Mis ropas eran ligeras, una camisola blanca remarcando mi cintura de avispa con un corsé de cuero marrón claro, algo gastado. Botas de montar de la guardia del mismo tono. No vestía como se acostumbraba, usaba lo que quería sea mal visto o no. Pero algo era imperdonable, una mano por arriba de mi rodilla hasta debajo de esta estaban expuestas, desnudas a la vista indecente. Pero era más fácil caminar por el bosque. Mis ojos barren en terreno mientras me adentro.
En mi otra mano, un libro que no era de hechizos, lectura en lengua latina proveniente de Italia. Odiaba al Vaticano, pero no había mejor forma de conocer a tu enemigo que sabiendo de él. Miranda ¿Él realmente lo es? Ambas sabemos que yo lo soy. Basta ¿Puedes dejarme en paz? ¿Puedes irte de mi cabeza? No, es divertido.
Mis ojos se cierran fuerte mientras me siento en una roca cuando llego a un claro, había restos abandonados de humanidad. Abro el libro llevando el cilindro encendido a mis labios. Lo bajo disfrutando del calor dentro de mi, abro el libro y veo al primer hoja con algo de repulsión, apenas visible. Demasiado oscuro, pero justo un rayo de luna apunta hacia la hoja.
El viento sopla fuertemente mezclando mi cabello rubio reflejando en la mitad de la inmensidad de aquel espacio verde, carente de cualquier alma intrépida que se anime a divagar en aquellas altas horas de la noche. Podrían haber pasado dos horas, quizá más. En mi mano descansaba una hoja de papel chino que había sacado del mercado, relleno con unas hojas de extrañas hierbas encendido. Costumbres gitanas que pocos se animaban a reconocer pero que constituían un vicio. Mal visto y muy poco frecuente pero era lo que nos gustaba ¿O no Miranda? Basta, cállate.
Maldita voz que me recordaba una y otra vez mi propia insignificancia. Mis ropas eran ligeras, una camisola blanca remarcando mi cintura de avispa con un corsé de cuero marrón claro, algo gastado. Botas de montar de la guardia del mismo tono. No vestía como se acostumbraba, usaba lo que quería sea mal visto o no. Pero algo era imperdonable, una mano por arriba de mi rodilla hasta debajo de esta estaban expuestas, desnudas a la vista indecente. Pero era más fácil caminar por el bosque. Mis ojos barren en terreno mientras me adentro.
En mi otra mano, un libro que no era de hechizos, lectura en lengua latina proveniente de Italia. Odiaba al Vaticano, pero no había mejor forma de conocer a tu enemigo que sabiendo de él. Miranda ¿Él realmente lo es? Ambas sabemos que yo lo soy. Basta ¿Puedes dejarme en paz? ¿Puedes irte de mi cabeza? No, es divertido.
Mis ojos se cierran fuerte mientras me siento en una roca cuando llego a un claro, había restos abandonados de humanidad. Abro el libro llevando el cilindro encendido a mis labios. Lo bajo disfrutando del calor dentro de mi, abro el libro y veo al primer hoja con algo de repulsión, apenas visible. Demasiado oscuro, pero justo un rayo de luna apunta hacia la hoja.
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Carpe Diem - Wyatt
El día se metamorfoseaba en noche y la luz se convertía en oscuridad. Los cálidos rayos de sol perdían fuerza a medida que los granitos de la arena del reloj del destino caían, para dar entrada a la majestuosa noche. Y, evidentemente, con la noche salían los habitantes de la oscuridad, aquellos que practicaban no el carpe diem sino el carpe noctem. Los temidos vampiros. A la distancia de un tiro de piedra del claro se hallaba un tronco cortado en el cual yacía sentada una misteriosa figura. Sus entrecerrados ojos negros como dos pozos sin fondo reflejaban una inmortal sabiduría enmarcada y cautiva de un ejemplar cuerpo pálido y marmóreo de belleza utópica, de varón. No se movía ni un milímetro, parecía concretamente una estátua de cera o de mármol blanco. Algo pareció sacarlo de su ensoñación cuando un ligero hedor a quemado inundó sin permiso alguno sus fosas nasales. Parpadeó un par de veces y se desentumeció el cuerpo para ponerse en pie y escrutar, con su gélida mirada, a través de los árboles, en busca de el origen de ese rastro de humo.
Sus pisadas solo fueron oídas por los más despiertos animales, y de haberse oído el sonido del frondoso bosque las hubiera hecho pasar desapercibidas. Crujidos de las ramas, el silvar del viento, ululos de búhos y aullidos de lobos. La canción de la noche en el bosque, canción con la que Wyatt prácticamente se había criado, canción con la que el vampiro había aprendido a convivir y a entender. Esa canción era su única família en sus largas veladas solitarias. La luna se alzaba por encima de las montañas, una hermosa luna llena que prometía una noche ligeramente menos oscura de lo que los humanos creían. A pesar de esa leve iluminación del gran queso colgado en las alturas, no pasó desaperciba por su inescrutable mirada la llama de algo que humeaba. Un cilindro de hierbas que una hermosa jóven succionaba con unos más que irresistibles labios humanos. El viento sopló, llevando su aliento a la nuca de la mujer, permitiéndole saber que no estaba sola. Pero era pronto para que el vampiro se dejara ver. Jugaría un poco con la comida. Sí, eso haría.
Sus pisadas solo fueron oídas por los más despiertos animales, y de haberse oído el sonido del frondoso bosque las hubiera hecho pasar desapercibidas. Crujidos de las ramas, el silvar del viento, ululos de búhos y aullidos de lobos. La canción de la noche en el bosque, canción con la que Wyatt prácticamente se había criado, canción con la que el vampiro había aprendido a convivir y a entender. Esa canción era su única família en sus largas veladas solitarias. La luna se alzaba por encima de las montañas, una hermosa luna llena que prometía una noche ligeramente menos oscura de lo que los humanos creían. A pesar de esa leve iluminación del gran queso colgado en las alturas, no pasó desaperciba por su inescrutable mirada la llama de algo que humeaba. Un cilindro de hierbas que una hermosa jóven succionaba con unos más que irresistibles labios humanos. El viento sopló, llevando su aliento a la nuca de la mujer, permitiéndole saber que no estaba sola. Pero era pronto para que el vampiro se dejara ver. Jugaría un poco con la comida. Sí, eso haría.
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Re: Carpe Diem - Wyatt
Bla bla bla. Dios, destrucción, amor, fe ¿Para qué la Fe si luego se pasaba a destrucción, esa era la respuesta a la fe ciega de tantos? Patrañas. Mi pequeña parte racional decía que lo correcto sería cerrar el libro, pero un mayor impulso violento quería quemarlo como ellos hacían conmigo. Malditos hipócritas, no me importaba morir, odiaba que lo hicieran a costa mía y no a la inversa. Un egocentrismo algo desvirtuado.
Mi cabeza se coloca derecha cuando mi vista se alza unos milímetros del libro ante la idea que estaba teniendo ¿Prefieres morir quemada Miranda? Cállate, déjame en paz. Mis ojos vacíos bajan nuevamente a la cara del libro forrado en piel. A veces envidiaba el poder de los creyentes, se aferraban demasiado a algo como para ver la cara negativa, obstruidos por la belleza del lado bueno. Optimistas. No, eran unos idiotas, sabía perfectamente que había una línea efímera entre creer en Dios y el miedo a la muerte. Igual, que me importaba. Eran un mar de gente, yo solo los miraba sentada. Y ese era el principal problema, observar y no hacer nada.
Era un conflicto conmigo misma y no quería a nadie dentro de mi cárcel salvo a ti, Miranda.
Golpe de realidad.
Una ráfaga de viento choca contra mi nívea piel obligándome a despertar la parte de curiosidad que descansaba en mi naturaleza humana, mucho menos activa que en el resto. Mis ojos azules barren los árboles. Una puntada llega repentinamente a mi cabeza.
Un gruñido escapa de mis labios cuando mis manos tiran el libro y se aferran a mi cabello tirándolo hacia atrás. Mis rodillas se doblan por la presión de mi cerebro. Demasiado agudo. Envidia. Había envidia. Dos rostros. Y de la nada, se esfuman.
Visiones que antes me ponían loca. Abro mis ojos con mi respiración algo agitada para poder recomponerme ayudada por la roca. Me relajo a los pocos segundos para sentarme en ella y dar una calada al cilindro recomponiéndome. Observo fija en una dirección donde la ráfaga surgió y por ende mis problemas. Demasiado tranquila y sin un solo sentimiento de miedo. Todo lo contrario a la respuesta de cualquier humano. Mis ojos ausentes se clavan allí, algo expectantes, pero ya sin curiosidad.
Mi cabeza se coloca derecha cuando mi vista se alza unos milímetros del libro ante la idea que estaba teniendo ¿Prefieres morir quemada Miranda? Cállate, déjame en paz. Mis ojos vacíos bajan nuevamente a la cara del libro forrado en piel. A veces envidiaba el poder de los creyentes, se aferraban demasiado a algo como para ver la cara negativa, obstruidos por la belleza del lado bueno. Optimistas. No, eran unos idiotas, sabía perfectamente que había una línea efímera entre creer en Dios y el miedo a la muerte. Igual, que me importaba. Eran un mar de gente, yo solo los miraba sentada. Y ese era el principal problema, observar y no hacer nada.
Era un conflicto conmigo misma y no quería a nadie dentro de mi cárcel salvo a ti, Miranda.
Golpe de realidad.
Una ráfaga de viento choca contra mi nívea piel obligándome a despertar la parte de curiosidad que descansaba en mi naturaleza humana, mucho menos activa que en el resto. Mis ojos azules barren los árboles. Una puntada llega repentinamente a mi cabeza.
Un gruñido escapa de mis labios cuando mis manos tiran el libro y se aferran a mi cabello tirándolo hacia atrás. Mis rodillas se doblan por la presión de mi cerebro. Demasiado agudo. Envidia. Había envidia. Dos rostros. Y de la nada, se esfuman.
Visiones que antes me ponían loca. Abro mis ojos con mi respiración algo agitada para poder recomponerme ayudada por la roca. Me relajo a los pocos segundos para sentarme en ella y dar una calada al cilindro recomponiéndome. Observo fija en una dirección donde la ráfaga surgió y por ende mis problemas. Demasiado tranquila y sin un solo sentimiento de miedo. Todo lo contrario a la respuesta de cualquier humano. Mis ojos ausentes se clavan allí, algo expectantes, pero ya sin curiosidad.
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Carpe Diem - Wyatt
Sus ojos negros como la mismísima noche seguían puestos en esa femenina figura que, a pesar de ser engullida por oscuridad nocturna, podía distinguir como rubia. Así era, largos cabellos teñidos de oro caían por el inicio de su espalda. Wyatt la siguió mirando fijamente, sintiendo de nuevo el temblor de la bestia en su interior, de nuevo florecía en su pecho la sed incesable. Se relamió los blancos colmillos cuando la mujer miró en su dirección sin llegar a ver nada más que árboles. Cuan ciegos son los ojos que no desean ver, ¿verdad? Miles de grillos cantaban harmoniosamente, adorando a la luna que pendía de alfileres invisibles en lo alto del cielo. Otro ululo y un par de graznidos de cuervo sonaron a su alrededor, realmente delicioso el aroma de la noche.
Se movió veloz, apenas en un parpadeo, apareciendo a la espalda de la humana mientras ella seguía mirando fijamente hacia su anterior posición con esos ojos teñidos del más hermoso color mar. El viento acompañó su movimiento y ese cabello color oro ondeó en el viento cual capa hasta rozar suavemente la marmórea piel del vampiro. Eso permitió a Wyatt acrecentar tanto su sed como su deseo por aquella que no parecía temer al bosque de noche. Realmente admirable, toda una hazaña. A pesar de todos los minuciosos sonidos del bosque, ambos dos se sumían en una campana del silencio, como si una fina membrana transparente los aislara del resto del mundo, incluyéndolos a ambos en una misma burbuja. El vampiro se relamió una vez más y siguió inmóvil a su espalda, observando con seriedad y serenidad el desnudo cuello de la chica.
Se movió veloz, apenas en un parpadeo, apareciendo a la espalda de la humana mientras ella seguía mirando fijamente hacia su anterior posición con esos ojos teñidos del más hermoso color mar. El viento acompañó su movimiento y ese cabello color oro ondeó en el viento cual capa hasta rozar suavemente la marmórea piel del vampiro. Eso permitió a Wyatt acrecentar tanto su sed como su deseo por aquella que no parecía temer al bosque de noche. Realmente admirable, toda una hazaña. A pesar de todos los minuciosos sonidos del bosque, ambos dos se sumían en una campana del silencio, como si una fina membrana transparente los aislara del resto del mundo, incluyéndolos a ambos en una misma burbuja. El vampiro se relamió una vez más y siguió inmóvil a su espalda, observando con seriedad y serenidad el desnudo cuello de la chica.
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Re: Carpe Diem - Wyatt
Mis ojos clavados entre los árboles asemejaban a los de una pantera buscando su alimento, pero ¿Por qué en pose de cazadora? Por mi, Miranda. Eres mi presa, y yo soy tu leal seguidora. Cierto, casi olvidaba que en mi mente en canibalismo era todo menos morboso. Era el alimento de mis propias ideas, destrozando mi cordura. La libertad de expresión poco común para con el resto era algo completamente censurado para conmigo misma. Lo que el resto veía como discusión de ideales, para mi era mera parodia. Nunca le daba importancia a algo realmente como para llegar al punto de importarme, tenía otras cosas en las cuales centrarme como en mí misma, no por egoísta, era mi propio vicio.
Las alucinaciones, o visiones como era más propiamente dicho, se habían esfumado en mi mente, no eran correlativas con una mente ególatra no por gusto, sino por falta de una respuesta. Era la única persona a la cual le enfermaba que otro pudiera descubrir quien era antes que yo misma. Pero pronto mi mente queda en blanco cuando el aire cambia de dirección. Mi cuerpo inerte, no vislumbra un solo amague de movimiento iluminado por la luz espectral del único testigo, vestigio de la naturaleza, la luna con sus rayos color plata bañando cada rincón de mi ondeante cabello. Mis ojos se cierran sintiendo aquella ola de ¿Orgullo, negación? Era un peso demasiado notorio como para no darme cuenta de quien estaba allí. Solo parte de remordimiento y parte de humanidad podían hacer juicio a la criatura que me acechaba.
Mi cuello siente la gélida ventisca como una lengua invisible acariciándolo, deseosa. Sabía que era deseado y relamido por alguien. No iba a correr ni gritar, podía ser la encarnación del terror, pero era miedo solo cuando le dábamos ese valor. La criatura escondida tras la sombras, deseándome por el fluir de la sangre en mis venas, no me generaba demasiado. Ojala lo hiciera, pero nada. Mis finos labios, pero no por ello menos carnosos, se entreabren dejando salir una voz tranquila, algo rasposa por la falta de uso.
-¿Esperas a tu humanidad?
Si tenía sed, ya estaría muerta. Aquel vampiro se estaba aferrando a algo para no hacerlo. Quizá a que su parte racional lo despertara y no cometiera algo de lo que podría arrepentirse. Mi cuerpo tranquilo, sigue descansando sin siquiera fijarme en él. Era demasiado extraña, para ellos, y una extraña para mi misma, ya estaba acostumbrada.
Las alucinaciones, o visiones como era más propiamente dicho, se habían esfumado en mi mente, no eran correlativas con una mente ególatra no por gusto, sino por falta de una respuesta. Era la única persona a la cual le enfermaba que otro pudiera descubrir quien era antes que yo misma. Pero pronto mi mente queda en blanco cuando el aire cambia de dirección. Mi cuerpo inerte, no vislumbra un solo amague de movimiento iluminado por la luz espectral del único testigo, vestigio de la naturaleza, la luna con sus rayos color plata bañando cada rincón de mi ondeante cabello. Mis ojos se cierran sintiendo aquella ola de ¿Orgullo, negación? Era un peso demasiado notorio como para no darme cuenta de quien estaba allí. Solo parte de remordimiento y parte de humanidad podían hacer juicio a la criatura que me acechaba.
Mi cuello siente la gélida ventisca como una lengua invisible acariciándolo, deseosa. Sabía que era deseado y relamido por alguien. No iba a correr ni gritar, podía ser la encarnación del terror, pero era miedo solo cuando le dábamos ese valor. La criatura escondida tras la sombras, deseándome por el fluir de la sangre en mis venas, no me generaba demasiado. Ojala lo hiciera, pero nada. Mis finos labios, pero no por ello menos carnosos, se entreabren dejando salir una voz tranquila, algo rasposa por la falta de uso.
-¿Esperas a tu humanidad?
Si tenía sed, ya estaría muerta. Aquel vampiro se estaba aferrando a algo para no hacerlo. Quizá a que su parte racional lo despertara y no cometiera algo de lo que podría arrepentirse. Mi cuerpo tranquilo, sigue descansando sin siquiera fijarme en él. Era demasiado extraña, para ellos, y una extraña para mi misma, ya estaba acostumbrada.
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Carpe Diem - Wyatt
En sus ojos negros como la noche, encendidos por un brillo de maldad carmín, se reflejaba lo que contaminaba su interior: ira, odio, desesperación y sed, mucha sed. Era incomprensible el modo en que una persona podía llegar a odiar de ese modo, pero sencillamente podía defenderse diciendo que él no era una persona, era más parecido a un animal. Un misterioso y oscuro ser de la noche que alimentaba su tedioso odio a base de vitalidad de jóvenes humanos, de amor de los dulces corazones de burguesas del momento, de afán de poder de los más codiciosos nobles de la corte, del valor de los más valerosos caballeros que aún creían en princesas a las que rescatar y de los más interiorizados miedos de esa decadente sociedad ignorante. ¿Ignorante porqué? ¿Acaso se les podía atribuir otro adjetivo a aquellos que creían que el Conde Drácula no era más que un cuento de locos para asustar a las bellas muchachas de palacio? No, sencillamente eran ciegos. Pero no ciegos de nacimiento, sino gente que podía ver pero que se había tapado los propios ojos con una sarnosa venda.
La chica no pareció temer esa gélida presencia que se adhería a su cuello, el venenoso pero atrayente aliento del vampiro. - ¿Humanidad, decís? - Siseó cercano a su oído, tras acercarse un solo paso. Sus pisadas eran tan sigilosas como las de un leopardo. Psé, se lo podía comparar con un miembro de la ámplia gama de felinos, como todos sus movimientos. Sus andares eran mudos, sus maniobras elegantes, sus acciones controladas al milímetro... Parecía de otro mundo. Un mundo donde la perfección no esperaba recibir una agradable bienvenida. Un mundo de seres como él, seres que competían codo con codo para deslumbrar resplandeciendo una belleza utópica. No respondió. Sus ojos se movieron de forma intermitente por ese cuello, sin precipitarse por mucho que pudiera sentirse tentado. - ¿Con qué tipo de humanidad os cubrís vos, que no tembláis ante la idea de que un ser de la noche apague su sed con vuestra sangre? - Preguntó serio pero no molesto.
La chica no pareció temer esa gélida presencia que se adhería a su cuello, el venenoso pero atrayente aliento del vampiro. - ¿Humanidad, decís? - Siseó cercano a su oído, tras acercarse un solo paso. Sus pisadas eran tan sigilosas como las de un leopardo. Psé, se lo podía comparar con un miembro de la ámplia gama de felinos, como todos sus movimientos. Sus andares eran mudos, sus maniobras elegantes, sus acciones controladas al milímetro... Parecía de otro mundo. Un mundo donde la perfección no esperaba recibir una agradable bienvenida. Un mundo de seres como él, seres que competían codo con codo para deslumbrar resplandeciendo una belleza utópica. No respondió. Sus ojos se movieron de forma intermitente por ese cuello, sin precipitarse por mucho que pudiera sentirse tentado. - ¿Con qué tipo de humanidad os cubrís vos, que no tembláis ante la idea de que un ser de la noche apague su sed con vuestra sangre? - Preguntó serio pero no molesto.
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Re: Carpe Diem - Wyatt
Mi cuerpo como el de una muñeca correspondía a los sutiles cánones de elegancia y perfección, diseñados para cautivar no a un simple mortal, sino a la codicia y el deseo. Tentar a la lujuria de quien se animara a cautivarme. Mi frágil cuello desnudo ante el deseo, era la tentación latiente estremeciéndose a las fauces de quien creía ser un monstruo, pero cuyo pesar por la piedad humana lo estaba atando a la humanidad que resguardaba en su ser. Si eras monstruo, no te ocuparías de ocultarlo.
La duda estaba en cada respiración que se confrontaba con los poros de mi piel. Pero tenía demasiados problemas con Miranda, era un vampiro luchando contra su ser sin haberlo notado o tratando de disimularlo como para centrarme en él. Eso es egocentrismo, estimada Miranda. Lo sé, pero si yo no lo hago ¿Quién lo hará? Nadie, y era esa la respuesta más dulce y esperada que hubiera querido escuchar. No necesitaba de nadie, ni de mi misma porque ¿Cómo podía ayudar a algo que no tenía ni principio ni fin? ¿Atado al pánico de descubrir algo tan complejo que pudiera sobrepasarme, o tan simple como para decepcionarme? No lo sé, basta. BASTA. Su voz, la voz afinada de aquel ser cortaba como un filo fino el silencio entretejido entre ambos, solo corrompido por la vida que nos rodeaba, aquella que ninguno poseía. O mejor sí, todos vivíamos, pero solo unos pocos lograban existir.
-Si la tuviera, temería perderla.
¿Humanidad, nosotras? Miranda quédate en silencio, no tengo humanidad porque tu corrompes el intento. No pude rendirme porque jampas sentí como era tenerla. Ahora basta, quédate quieta, quieta, QUIETA. Mi respiración se agita y mi mandíbula se tensa, la piel de mi mandíbula, tersa y tentadora como el azúcar más dulce, estirada no deja atisbo a una mínima arruga. Mi hueso se denota. No, no es momento. Me relajo sin moverme en menos de un segundo. Mi mirada esquiva clavada en el frente no se modifica, imperturbable ante la bestia de mi interior, y la que osaba atentar contra mi vida.
-Tal vez morir es mi cura. Si deseo morir ahora imagina todos aquellos que han muerto sin haberlo deseado.
El silencio inunda mis labios de color carmesí, ahora sellados sin volver a emitir sonido.
La duda estaba en cada respiración que se confrontaba con los poros de mi piel. Pero tenía demasiados problemas con Miranda, era un vampiro luchando contra su ser sin haberlo notado o tratando de disimularlo como para centrarme en él. Eso es egocentrismo, estimada Miranda. Lo sé, pero si yo no lo hago ¿Quién lo hará? Nadie, y era esa la respuesta más dulce y esperada que hubiera querido escuchar. No necesitaba de nadie, ni de mi misma porque ¿Cómo podía ayudar a algo que no tenía ni principio ni fin? ¿Atado al pánico de descubrir algo tan complejo que pudiera sobrepasarme, o tan simple como para decepcionarme? No lo sé, basta. BASTA. Su voz, la voz afinada de aquel ser cortaba como un filo fino el silencio entretejido entre ambos, solo corrompido por la vida que nos rodeaba, aquella que ninguno poseía. O mejor sí, todos vivíamos, pero solo unos pocos lograban existir.
-Si la tuviera, temería perderla.
¿Humanidad, nosotras? Miranda quédate en silencio, no tengo humanidad porque tu corrompes el intento. No pude rendirme porque jampas sentí como era tenerla. Ahora basta, quédate quieta, quieta, QUIETA. Mi respiración se agita y mi mandíbula se tensa, la piel de mi mandíbula, tersa y tentadora como el azúcar más dulce, estirada no deja atisbo a una mínima arruga. Mi hueso se denota. No, no es momento. Me relajo sin moverme en menos de un segundo. Mi mirada esquiva clavada en el frente no se modifica, imperturbable ante la bestia de mi interior, y la que osaba atentar contra mi vida.
-Tal vez morir es mi cura. Si deseo morir ahora imagina todos aquellos que han muerto sin haberlo deseado.
El silencio inunda mis labios de color carmesí, ahora sellados sin volver a emitir sonido.
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Carpe Diem - Wyatt
La mujer parecía dispuesta a no voltearse en jamás de los jamases, prohibiéndole de ver aquello que deseaba, sus ojos. Pues los ojos eran la ventana del alma, y Wyatt se excitaba al ver el sentimiento contrariado que despertaba en los dormidos corazones de aquellos humanos que no explotaban sus emocionas hasta que conocían todo cuanto un vamprio podía representar ante ellos. Amaba ver el terror en sus miradas, sus pupilas dilatadas, y deseaba ver esa reacción en la que todos se perdían cuando se daban cuenta que le temían pero a su vez deseaban ser probados por el cazador de cazadores, el amo y señor de la noche, el gran vampiro, Wyatt Romanov.
En el interior de su descarriada mente se oía un solitario violín que, de forma acompasada, macaba una acertada banda sonora de la escena. El permanente violín que habitaba en su mente y que llenaba un silencio con el que tenía a rodearse día sí, día también. Alzó lentamente los brazos y rozó con las yemas de los dedos los atuendos de ella, alzándolos más y más mientras reseguía de forma hipnótica su columna vertebral hasta llegar a su nuca. Una nuca que quedó desnuda y expectante cuando otra firme brisa de la noche le apartaba los cabellos dorados de la zona. ¿O había sido el aliento del vampiro? Carecía de importancia alguna, el caso era que ese cuello lo llamaba de un modo incansable, pero no fue ahí dónde aterrizó su ávida lengua húmeda. Sinó en su oreja.
Lamió suavemente el cartílago de la misma y, tras dejar un rastro de elegante humedad, habló sobre la misma con su gélido aliento, provocándole escalofríos seguramente. - ¿Deseáis curaros muriendo o vivir un calvario enferma? - Fue lo único que salió de sus varoniles labios entreabiertos, tras los cuales se asomaban dos poderosos colmillos despiertos. Otro cuervo graznó y la luna siguió muda, custodiando la escena desde lo alto del cielo, sin poder hacer nada más que iluminar la escena de un modo poco eficaz pero muy romántico. Y allí estaban sus cuerpos, bañados por la luz de la luna. Delicioso, ¿no?
En el interior de su descarriada mente se oía un solitario violín que, de forma acompasada, macaba una acertada banda sonora de la escena. El permanente violín que habitaba en su mente y que llenaba un silencio con el que tenía a rodearse día sí, día también. Alzó lentamente los brazos y rozó con las yemas de los dedos los atuendos de ella, alzándolos más y más mientras reseguía de forma hipnótica su columna vertebral hasta llegar a su nuca. Una nuca que quedó desnuda y expectante cuando otra firme brisa de la noche le apartaba los cabellos dorados de la zona. ¿O había sido el aliento del vampiro? Carecía de importancia alguna, el caso era que ese cuello lo llamaba de un modo incansable, pero no fue ahí dónde aterrizó su ávida lengua húmeda. Sinó en su oreja.
Lamió suavemente el cartílago de la misma y, tras dejar un rastro de elegante humedad, habló sobre la misma con su gélido aliento, provocándole escalofríos seguramente. - ¿Deseáis curaros muriendo o vivir un calvario enferma? - Fue lo único que salió de sus varoniles labios entreabiertos, tras los cuales se asomaban dos poderosos colmillos despiertos. Otro cuervo graznó y la luna siguió muda, custodiando la escena desde lo alto del cielo, sin poder hacer nada más que iluminar la escena de un modo poco eficaz pero muy romántico. Y allí estaban sus cuerpos, bañados por la luz de la luna. Delicioso, ¿no?
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Re: Carpe Diem - Wyatt
Una palabra podía divergir su significado según el punto de vista, una persona podía ser invisible si así lo deseaba, un hecho podía o no ser controlado. Todo podía ser o no ser, pero había una cosa que nunca había sido. Miranda. Podía tanto existir como no hacerlo, era un misterio incluso para mí, para ti. Si, si lo era y nada de lo que pudiera pensar, hacer o gritar iba a cambiar que no me conocía. El vampiro parecía saber lo básico, lo que mi cuerpo dictaba como regla general de este ente. No era algo difícil de discernir pero yo no lograba superar esa barrera, y si alguien lo lograba antes que yo ¿Qué posibilidades había de que manipulara, de que terminara por volverme loca, por gobernarnos? No, eso no iba a ocurrir, no iba a permitirlo. Mi mandíbula se tensa al presionarse mis molares negando la entrada del vampiro dentro de mi cabeza.
Mis ojos perdidos hacia el frente mientras la película se proyectaba solamente detrás de mi retina. La luz tenue iluminaba nuestras pieles destilando la pureza, inmortalidad y perfección propia del vampiro y impropia y estúpida en alguien con sangre humana. Su lengua terminaba por acentuar su vos, seductora y agobiante, tratando de gobernar y conquistar mi piel como mi sangre, la naturaleza la llevaba a flor de piel. El frío contacto con su lengua continúa pese a la falta de contacto, dejando mi cartílago húmedo, sensible ante la leve ráfaga de frío que paseaba sonando las hojas de las copas de los árboles que nos rodeaba. Mis labios todavía entre abiertos mantenían una conexión inexistente con mi cerebro, eran dos órganos independientes, quizá demasiado como para poder coexistir.
-¿Deseas existir o tan solo vivir?
Su respiración chocante, su veneno fluyendo en sus venas, su garganta seca, dilatada, pedía a gritos ser aplacada por la sangre de la humana. Con tu sangre, Miranda ¿Y eso nos iba a arreglar? No, no nos arregla nada… ¿Me vendrás con la prosa poética de que somos un caso perdido? No, tampoco. ¿Entonces donde está el truco? El truco es simple. Consiste en tomar algo ordinario, la base de saber que no sabemos, y lo volvemos extraordinario. Al grado de que la sociedad, pese a nosotras no desearlo, se sienta fascinada. Somos brujas y nosotras somos nuestro propio acto de magia con el pequeño problema de no queremos buscar el secreto porque no queremos conocerlo realmente, preferimos ser engañadas al igual que los espectadores. Eso es mágico, y el truco simple: Nos engañamos con algo ordinario al punto de ser indiferentes a la muerte.
La sinapsis de mi mente se corta, mi pupila se dilata al punto de que mis ojos quedan opacos, el azul pasa a ser un mero reborde consumido por una negrura profunda. Mis músculos se tensan y mis puños se cierran clavando las uñas en mi piel. El vampiro pasa a un segundo plano cuando mi realidad se hace frente a mis ojos.
-Este atento, acaba de encontrar algo impresionante jamás visto.
Miranda sonríe, entonces comprendí que yo era mi grandeza y mi decadencia. Él no lo había encontrado, yo me había encontrado, hablaba para Miranda más que para el vampiro. Mi cabeza gira lentamente hacia el vampiro con una expresión completamente ida, ajena, la muerte era lo que menos me importaba en ese momento, si los dulces y fríos labios de la muerte deseaban abrazarme. Le observo fijando mi mirada penetrante carente de un alma que la resguarde a la dulce espera.
Mis ojos perdidos hacia el frente mientras la película se proyectaba solamente detrás de mi retina. La luz tenue iluminaba nuestras pieles destilando la pureza, inmortalidad y perfección propia del vampiro y impropia y estúpida en alguien con sangre humana. Su lengua terminaba por acentuar su vos, seductora y agobiante, tratando de gobernar y conquistar mi piel como mi sangre, la naturaleza la llevaba a flor de piel. El frío contacto con su lengua continúa pese a la falta de contacto, dejando mi cartílago húmedo, sensible ante la leve ráfaga de frío que paseaba sonando las hojas de las copas de los árboles que nos rodeaba. Mis labios todavía entre abiertos mantenían una conexión inexistente con mi cerebro, eran dos órganos independientes, quizá demasiado como para poder coexistir.
-¿Deseas existir o tan solo vivir?
Su respiración chocante, su veneno fluyendo en sus venas, su garganta seca, dilatada, pedía a gritos ser aplacada por la sangre de la humana. Con tu sangre, Miranda ¿Y eso nos iba a arreglar? No, no nos arregla nada… ¿Me vendrás con la prosa poética de que somos un caso perdido? No, tampoco. ¿Entonces donde está el truco? El truco es simple. Consiste en tomar algo ordinario, la base de saber que no sabemos, y lo volvemos extraordinario. Al grado de que la sociedad, pese a nosotras no desearlo, se sienta fascinada. Somos brujas y nosotras somos nuestro propio acto de magia con el pequeño problema de no queremos buscar el secreto porque no queremos conocerlo realmente, preferimos ser engañadas al igual que los espectadores. Eso es mágico, y el truco simple: Nos engañamos con algo ordinario al punto de ser indiferentes a la muerte.
La sinapsis de mi mente se corta, mi pupila se dilata al punto de que mis ojos quedan opacos, el azul pasa a ser un mero reborde consumido por una negrura profunda. Mis músculos se tensan y mis puños se cierran clavando las uñas en mi piel. El vampiro pasa a un segundo plano cuando mi realidad se hace frente a mis ojos.
-Este atento, acaba de encontrar algo impresionante jamás visto.
Miranda sonríe, entonces comprendí que yo era mi grandeza y mi decadencia. Él no lo había encontrado, yo me había encontrado, hablaba para Miranda más que para el vampiro. Mi cabeza gira lentamente hacia el vampiro con una expresión completamente ida, ajena, la muerte era lo que menos me importaba en ese momento, si los dulces y fríos labios de la muerte deseaban abrazarme. Le observo fijando mi mirada penetrante carente de un alma que la resguarde a la dulce espera.
Miranda Schreiber- Hechicero Clase Baja
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Re: Carpe Diem - Wyatt
Sus dementes ojos negros con destellos color sangre eran incapaces de separarse de ese desnudo cuello lechoso que pedía a gritos ser mordido y entregado al beso de la muerte. Su gélido aliento inmortal se clavaba en su oído mientras su enfermedad lo consumía cual ponzoña. ¿De qué enfermedad hablamos? os preguntaréis. Precisamente de la enfermedad derivada de su inmortalidad. Esa sed incapaz de reprimir cual instinto secundario. Wyatt no era más que una flor que nunca llegó a florecer. Un vegetal que quedó en capullo cuando el invierno inmortal lo congeló sin pedirle permiso alguno. Y ahora, ese dormido humano, esa cerrada flor latía en su interior. ¿Nunca se han preguntado por qué los vampiros resultan alimentarse de la sangre humana? Tal vez sea por deseos de unos inconscientes dioses, pero tal vez sea por que desean adueñarse de aquello que les fue vilmente arrebatado, una calidez permanente.
Su muerto corazón sangraba a cada día que pasaba siendo parte de ese estúpido teatrillo de la vida, obra en la cual tenía el papel de vampiro encantadoramente letal. Su vida carecía de sentido. Sus días carecían de emoción. Su existencia estaba falta de metas. Problema al cual había puesto remedio al autoconvencerse que su única meta era atormentar a desencantadas almas humanas hasta el punto de hacer que desearan ser como él. Y eso era precisamente lo que estaba haciendo, escudando su miedo, sus imperfecciones, su desesperación, etc; bajo una máscara de elegancia seductora. A lo lejos, otro búho ululó, amenazante. Los labios de la rubia bailaron al son de la luna llena, anunciando que iban a dejar escapar de esos carnosos portones una frase que perseguiría noches eternas al condenado.
La respuesta no era para nada sencilla, cosa que logró que los párpados del inmortal descendieran un poco para otorgarle un porté pensativo. - Hace una eternidad que no deseo nada pero... - Esa fue su respuesta. ¿Cierta? ¿Hipócrita? ¿Esquiva? Tal vez. Nadie lo sabría en jamás de los jamases, dado que la luna callaría el secreto que se albergaba en la más negra de las almas, la del mismísimo dueño de la noche. Wyatt Romanov. Esas deslizantes palabras exhalaron de sus gélidos labios fallecidos para surcar el aire cual golondrina migratoria, hasta posarse en el fino oído de la bruja cuya espalda yacía apegada a un fuerte pecho marmóreo e inmortal. De repente, ella se volteó. La mirada que el vampiro creyó azul resultó ser negra como la mirada del mismo condenado. ¿Era ella otra condenada? El desconcierto no era el mejor amigo del vampiro, en especial, era enemigo férreo de Wyatt.
A todo eso, sus sentidos agudos siseaban en su mente una sola palabra. Sangre... sangre... sangre. Esas seis letras retumbaban en su mente a modo de tambores anunciantes del mismísimo apocalipsis. Otro ululo de fondo pudo apreciarse. - ... creo que llegó la hora de desear algo.- Siseó febrilmente. Sus colmillos, sedientos, se asomaron tras esos envenenados labios que tantas habían saboreado y tan pocas habían sabido comprender. Sus ojos eran negros en un inicio, mas ahora parecían teñidos del más sangrante carmín. Ignorando las advertencias de su lado racional, sus irises ensombrecidamente nerviosos se posaron en esa yugular, mientras sus finas manos bailaban por el contorno del cuerpo femenino de la mujer hasta rodearla de la cintura y acercarla de un modo elegante pero digno de ser temido a la par. - Os deseo. -
Su muerto corazón sangraba a cada día que pasaba siendo parte de ese estúpido teatrillo de la vida, obra en la cual tenía el papel de vampiro encantadoramente letal. Su vida carecía de sentido. Sus días carecían de emoción. Su existencia estaba falta de metas. Problema al cual había puesto remedio al autoconvencerse que su única meta era atormentar a desencantadas almas humanas hasta el punto de hacer que desearan ser como él. Y eso era precisamente lo que estaba haciendo, escudando su miedo, sus imperfecciones, su desesperación, etc; bajo una máscara de elegancia seductora. A lo lejos, otro búho ululó, amenazante. Los labios de la rubia bailaron al son de la luna llena, anunciando que iban a dejar escapar de esos carnosos portones una frase que perseguiría noches eternas al condenado.
La respuesta no era para nada sencilla, cosa que logró que los párpados del inmortal descendieran un poco para otorgarle un porté pensativo. - Hace una eternidad que no deseo nada pero... - Esa fue su respuesta. ¿Cierta? ¿Hipócrita? ¿Esquiva? Tal vez. Nadie lo sabría en jamás de los jamases, dado que la luna callaría el secreto que se albergaba en la más negra de las almas, la del mismísimo dueño de la noche. Wyatt Romanov. Esas deslizantes palabras exhalaron de sus gélidos labios fallecidos para surcar el aire cual golondrina migratoria, hasta posarse en el fino oído de la bruja cuya espalda yacía apegada a un fuerte pecho marmóreo e inmortal. De repente, ella se volteó. La mirada que el vampiro creyó azul resultó ser negra como la mirada del mismo condenado. ¿Era ella otra condenada? El desconcierto no era el mejor amigo del vampiro, en especial, era enemigo férreo de Wyatt.
A todo eso, sus sentidos agudos siseaban en su mente una sola palabra. Sangre... sangre... sangre. Esas seis letras retumbaban en su mente a modo de tambores anunciantes del mismísimo apocalipsis. Otro ululo de fondo pudo apreciarse. - ... creo que llegó la hora de desear algo.- Siseó febrilmente. Sus colmillos, sedientos, se asomaron tras esos envenenados labios que tantas habían saboreado y tan pocas habían sabido comprender. Sus ojos eran negros en un inicio, mas ahora parecían teñidos del más sangrante carmín. Ignorando las advertencias de su lado racional, sus irises ensombrecidamente nerviosos se posaron en esa yugular, mientras sus finas manos bailaban por el contorno del cuerpo femenino de la mujer hasta rodearla de la cintura y acercarla de un modo elegante pero digno de ser temido a la par. - Os deseo. -
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