Carpe Diem / Privado

Hasta mis oídos había llegado la noticia de que uno de los mejores modistos extranjeros se encontraba en París. Uno muy bueno y reconocido según mis fuentes de información, que radicaban principalmente entre mi escaso círculo de amistades. Siendo yo tan desconfiado y tan vanidoso, me di a la tarea de investigarle por mi cuenta; después de todo, mi vida centraba en buscar información de cada persona que me interesase de acuerdo a mis necesidades. Si habría de invitarle a mi residencia para renovar mi guardarropa, debería saber hasta el más ínfimo detalle a cerca de su tan afamado negocio y su manera de trabajar: Con qué clase de clientes frecuentaba, nombres, reuniones; absolutamente todo.

Mi vida privada era precisamente eso: Privada. No era del todo desconocido que me había ganado la fama de excéntrico petulante. Sin embargo, comentarios del éste tipo me importaban tanto, como que en la París existía la pobreza.  Había que ser lo suficientemente astuto como para no dejarse llevar por nimiedades, la gente hablaría siempre. Para bien y para mal. Yo ya había dejado atrás todo aquello que me resultara inservible, o que no me dejase nada de lo cual aprender. Me tenía a mí mismo y con eso me bastaba por el momento. Corrección: Siempre me bastaba. No había nadie antes, ni después. Simplemente yo.

Así pues, di órdenes expresas, para que se le hiciera llegar una invitación hasta su atelier. Mi fiel sirviente sería el indicado para tal encomienda, llevando órdenes precisas de traerle consigo a toda costa o en su defecto, concertar una cita lo más próxima posible, si había moros en la costa o que ojos curiosos observasen detalles vedados para sus ojos.  El primer movimiento debía ser realizado con tacto, delicadeza, que el modisto no sintiese amenaza ante tal petición, aunque claro, una buena cantidad de francos de por medio, bien podría devolverle la voz a un mudo, como por arte de magia. Esto como último recurso, desde luego. Confiaba en Dios y en su divina gracia para contar con su presencia la tarde noche de hoy.

Aposté mi figura detrás del ventanal de mi habitación, aguardando con paciencia el regreso de mi sirviente. Cuando el ruido inconfundible de los cascos de mis hermosos caballos llegó hasta mis oídos, supe que mi tan anhelada respuesta llegaría segundos después, apenas el carruaje traspasase las puertas de hierro. Abrí los amplios ventanales de par en par, y recargue mis manos en la barandilla, agudizando la vista. Ya en el horizonte, se divisaba el carruaje… Esperé. Esperé y los segundos parecieron minutos y los minutos horas. Perseguí  el carro mato con la vista hasta que se detuvo justo en la puerta de entrada.

No pude más que esbozar una sonrisa de suficiencia al ver a Hassan bajar por la escalerilla. Mi sirviente había hecho bien su trabajo. Ya me encargaría de darle una buena recompensa apenas tuviese el momento oportuno para ello, bien merecido lo tenía, aunque esperaba fervientemente que no se acostumbrase a tanta amabilidad por mi parte. Trabajo era trabajo, no esperando nada más allá que un salario justo, comida y techo, nada más.

Eché un último vistazo a mi apariencia, en el espejo de cuerpo completo que descansaba plácidamente en una esquina. Debía lucir impecable, tal y como marcaban los cánones de la realeza. Satisfecho conmigo mismo, aguardé pacientemente  sentado en una de las sillas con afelpado suave, esperando a que su visita me fuese anunciada, y acto seguido, bajar las escalerillas que llegaban hasta el salón recibidor con toda parsimonia, ni más ni menos. Tal como debía ser, sucedió. Tres ligeros golpes en la puerta, le permití el paso. La voz serena de mi sirviente me indicó que la visita había sido instalada en el salón principal. Esbocé una ligera sonrisa, me levanté sin decir nada más y dando grandes zancadas salí rumbo al tan ansiado encuentro.

-Señor Conde, un placer, soy Monsieur Rothesay. –me adelante a decir y volví a enderezar mi pose contemplándolo.

Me quedé un par de minutos contemplándole, haciendo caso omiso de su saludo que quedó relegado a un tercer plano. Hasta mis oídos habían llegado rumores acerca de su galanura, pero nada me preparó para lo que vi. Efectivamente tenía un porte envidiable, una presencia exquisita a ojos de propios y extraños.  Lo miré descaradamente desde abajo hacia arriba, no dejando un solo rincón que mi mirada pudiese alcanzar. Pero así era Antonio de Carvajal. Un hombre  y un nombre que en sí mismo llevaba implícito el adjetivo de: Conquistador.

– Monsieur Rothesay – Finalmente respondí a su cortesía y fina atención, saludando de manera escueta, acortando las distancias, invitándole a tomar asiento con un leve movimiento de mi brazo. – Déjanos solos. Te llamaré en cuanto te necesite – Ordené al criado que se retiró de ahí tan pronto puso pie dentro, sin objetar una palabra más. Era por demás conocido que mis palabras eran ley dentro de mi residencia y algunas veces fuera de ella-. – Un placer regalarme el honor de su visita, caballero. Tome asiento por favor, ésta es su casa.

Tomé asiento en una silla aterciopelada, que descansaba a pocos metros del  hermoso ventanal, donde los rayos del sol traspasaban las telas, regalando a la estancia un poco de luz tenue natural.  Un lugar que se antojaba estratégico, porque desde ahí, podía contemplar en su totalidad  la figura espigada y esbelta, de mi distinguida visita. Su Hidalguía, sus ojos verdes enmarcadas por una cejas gruesas, que en conjunto con lo anguloso de su rostro, eran el marco perfecto para un cuadro al óleo pintado por los mismísimos ángeles.

–Ruego disculpe la premura con el que le he hecho venir Monsieur Rothesay. Desgraciadamente cuento con poco tiempo y usted es un hombre sumamente ocupado. –Mi mirada se clavó en la suya, al mismo tiempo en que uno de mis dedos comenzó a jugar con un anillo del dedo anular.  – Su fama traspasó fronteras y heme aquí solicitando sus servicios. El invierno es implacable… –Hice una ligera pausa antes de continuar con mi pequeño gran discurso  – Y en próximas fechas daremos un baile en la residencia. Está de más decir que deseo renovar mi guardarropa y qué mejor que usted para tal encomienda. … – Le regalé una de mis más sinceras y ensayadas sonrisas para parecerle agradable, desplegando todo el “hechizo” necesario para parecer irresistible.  –Por precio no tenga reparos, estoy consciente de que un trabajo como el que usted realiza no tiene valor monetario, si me permite decirlo. Lo que usted realiza son verdaderas obras de arte.

Deslicé con cautela mi brazo, hasta encontrar una pequeña campanilla, que descansaba sobe una mesita de lectura, justo a mi lado. Le hice sonar en un par de ocasiones, dando tiempo a que mi ama de llaves se aprestase tanto como fuese posible a nuestra improvisada reunión.

–Permítame ofrecerle una copa Monsieur Rothesay.  ¿O prefiere una taza de té?  No tenga reparos en pedir lo que su paladar desee. Usted es mi invitado de honor y estaré sumamente complacido en atenderle como se merece. Repito, ésta es su casa. Siéntase en plena confianza. Las reuniones de negocios siempre suelen llevarse de manera más amena y cordial con una garganta y un estómago bien atendido.–Le sonreí de manera franca. Segundos después, la madre de Mellisa tocó la puerta del recibidor en un par de ocasiones, haciendo la subsecuente reverencia acostumbrada.


–¿Monsieur? –Esperé en silencio mientras decidía su elección.

Ni camisas clásicas, ni Frac ni nada. Escuchaba su voz a lo lejos, pero no tomaba atención. Mi vista estaba perdida en la figura que se paseaba con total naturalidad por la estancia. Le deje ir libre, para que pudiese sentirse confortable, dejando a un lado las reglas de etiqueta. Me gustaba eso, que Hassan se tomara el atrevimiento de indagar por su propio pie las delicias de mi hogar, porque si de algo podía jactarme  –entre muchas otras cosas – era de tener un muy buen gusto. Mi residencia podría considerarse una verdadera obra de arte en sí misma.


–Usted es el experto Hassan, dígame ¿qué puede hacer por mí? – Me dediqué a darme una vuelta sobre mi propio eje, tomándome todo el tiempo del mundo –. –Lo que necesito es un nuevo guardarropa para el uso diario, y para un baile que tengo planeado realizar a fechas próximas. Un baile donde pienso invitar a gente importante, si sabe a lo que me refiero… Me han hecho excelentes críticas constructivas a cerca de su desempeño como diseñador. De nuevo le reitero una disculpa por hacerle venir con demasiada prisa. Sucede que usted es  muy solicitado, y yo muy desesperado, demasiado – Jugué con el dedo de mi dedo meñique mientras seguía deleitándome la vista. Aquel hombre me tenía nublados los sentidos, tanto, que todo el contorno desaparecía, centrándome únicamente y exclusivamente en él.

Mi fiel ama de llaves, llegó en el momento en que iba a acortar distancias, depositando la charola de plata sobre la mesita de centro. Con un discreto ademán de la mano le indiqué que se retirase. Cosa que ocurrió de inmediato, cerrando la puerta tras ella, dejándonos solos, para sumo placer personal. Serví dos rebosantes copas de  Whisky, alargándole una.

–Ése cuadro que miraba con detenimiento – Claramente me refería a uno que colgaba al centro de la estancia – Es uno de mis ancestros. Es mi tátara tátara abuelo, según palabras de mi padre. –Di dos sorbos a mi copa, para continuar después con la breve reseña histórica - El causante de que ahora pueda yo darme la vida que ahora llevo, sumado al cargo que poseo. Una herencia… - guardé silencio escrutando su rostro, para después continuar-.  –Lo quemaron vivo en la hoguera – Solté la oración como si de algo habitual se tratase, riendo de manera indescifrable, porque aquella historia dejó una gran marca en mí, y mucho de lo que era mi persona hoy día, se debía a tal hecho.  -Un hecho muy lamentable, porque nunca se encontraron cargos suficientes en su contra… Simplemente fue un pagote.  – Regresé a servirme una segunda copa, porque la primera, había desaparecido tan pronto se había servido.

–Historias de familia, ya sabe Hassan, que se cuentan de generación en generación, convirtiéndose en leyendas. Podría jurar que en su familia también se encuentran éste tipo de cosas ¿O me equivoco?  

Al decir la última frase, desplegué todo el dominio que mi mente pudiese, para influenciar en sus pensamientos. Únicamente usaba esta “técnica” en contra de personas non gratas, para que confesaran algo que nunca habían hecho, o hacerles escupir la verdad. Ahora, lo estaba utilizando por pura vanidad y porque podía. Quería parecerle atractivo y encantador, en pocas palabras irresistible. Acorrararle...

Nunca fallaba. El arma seductora más perfecta, nadie podía escaparse, mucho menos un humano como Hassan, que hablaba de lo que pensaba como si fuese la cosa más natural del mundo, y solamente estaba utilizando una pequeña fracción de aquel don tan maravilloso que Dios en su infinita gloria, me había otorgado. Sólo unas cuántas gotas, nada más, y el pajarillo cantaba la más dulce melodía para mis oídos. En cuanto me pidió deshacerse de mis vestimentas, una sonrisa cínica se formó en mi cara. Me desnudaría delante de él, tal como le lo pedía, de la forma más lenta que pudiese, desabotonando botón tras botón, sin dejar de hacer contacto visual en ningún momento, pues quería ver el deseo reflejado en ellos, sin poderlo ocultar. Yo sabía lo que mi cuerpo podía ofrecer, aún si no utilizara el “pequeño incentivo” me sentía atractivo desde el  primer atisbo de conciencia en mi cuerpo, en mi presencia delante de un espejo.

Primero que nada, me ocupé de la hermosa camisa de seda blanca con mancuernillas, mismas que deposité en la mesita que descansaba justo a mi lado: Se escurrió por encima, mostrándole mi pecho bien formado, musculoso y fuerte pectoral. El segundo acto de mi representación privada, consistió en despojarme de los zapatos, continuando con el pantalón, quedándome única y exclusivamente en calzoncillos. Di algunos pasos hacia donde estaba Hassan y me giré dándole la espalda para  que comenzara a tomarme las medidas. Nada que yo no conociese con anterioridad. Sabía los pasos - inclusive de memoria - de los antiguos modistos que habían tenido el honor de trabajar para mí. Desafortunadamente, como en todo, algunos de ellos jamás volvieron a pisar el suelo de mi hermosa residencia. Se les perdió la pista, jamás volvieron a ser encontrados, para mi desgracia. Una pena, toda una locura que gente con talento y magia en sus manos, desapareciera sin dejar rastro alguno. Una verdadera lástima…

Sentir sus hábiles manos sobre mi espalda, me regresó a la realidad. Le veía trabajar con absoluta minuciosidad a través del espejo de cuerpo completo que me regresaba  una visión de mí mismo, encontrándome yo mismo atractivo y encantador, sabedor de mis atributos físicos. Dios había sigo en extremo generoso conmigo. ¿Cuántas veces había llevado a jóvenes mozos a la cama? Había ya perdido la cuenta. Era algo de lo que nunca había llevado un registro ni escrito ni mental, porque no me convenía guardar imágenes, nombres y situaciones de todos aquellos desafortunados buen mozos que tuve la dicha de disfrutar en el lecho de alguna taberna o de algún sitio de mala muerte. Pero ninguno se comparaba ni remotamente con el adonis llamado Hassan, con ese porte tan elegante, esa mirada esmeralda seductora y tímida al mismo tiempo, su barba perfectamente bien recortada, sus cejas pobladas, abundante cabellera y… ese mínimo gran detalle del nudo de su corbata hecho con pulcritud justo en la altura adecuada. Todo en el justo orden, tal como me gustaba. Ya tenía muchos puntos ganados con Antonio de Carvajal, conde de países bajos. A él sí podría imaginármelo envuelto entre mis sábanas de mi habitación, ni más ni menos. Éste simple hecho me obligó a cerrar mis ojos e imaginarme todo en un perfecto escenario enmarcado por… Si, su cuerpo desnudo junto al mío…

-Buena medida le felicito...

Negué, esbozando una ligera sonrisa al haber escuchado aquello. ¿Buena medida había dicho? Fue momento de darme media vuelta sin que me lo pidiese para mirarlo directamente a los ojos. Ya el sabría que lo mejor, y lo que más le convenía a sus intereses, era tomarme medidas en otros sitios si quería evitar el encontrarse con mi remarcado escrutinio de su persona. Si se daba prisa, quizás hablara menos revelando aquellas verdades que salían de sus hermosos labios sin poderlo evitar. Sus labios, unos labios aptos para ser besados hasta el final de los tiempos. Amaba cuando el nerviosismo se apoderaba de mis invitados obligándoles incluso a tartamudear y a transpirar por no saber con exactitud del por qué si repentina sinceridad; imágenes que nunca podría olvidar hasta el final de mis días; hoy no iba a ser la excepción.

-¿A qué se refería usted caballero con decir buenas medidas? – Ya lo sabía, pero era tan cínico y pervertido cuando me lo proponía, que… -¿-¿Podría explicármelo con exactitud? Hoy me siento un poco ido de la realidad. Mi mente se encuentra atrapada entre números, fechas…, no me he dado el tiempo suficiente para aclarar mis ideas. Por consiguiente, ¿sería usted tan amable de servirme de intérprete de sus propias palabras, caballero? – sonreí, simplemente sonreí, fingiendo aflicción en mi rostro.

Jugar a ponerle nervioso era muy divertido, pero conllevaba a que cometiera un sinfín de errores que no podía darme el lujo de permitir. Un error por más mínimo que este fuere, podría representar varios miles de francos, que por obviedad no estaba dispuesto a pagar, no por el hecho de desembolsar el dinero, sino porque detestaba la pérdida de tiempo. El precioso tiempo implacable que no regresaba jamás, y de éste tenía poco por vivir el día con día. Así era la vida del inquisidor, incierta, abrumadora, y repleta de decenas de miles de caminos ensortijados. Así pues, tal como llegó, el despliegue de glamour se fue. Me cambié tal como se me pidió, tomándome todo el tiempo del mundo en el proceso, recordando las imágenes frescas del rostro Hassan en aprietos, motivo que me hizo sonreír. Hassan no era como yo pensaba en un principio: Arrogante, altivo, pedante. Ese nerviosismo, me indicaba con absoluta seguridad, de que en el fondo era un hombre inseguro, tímido. No podía sentirme más complacido al haber descubierto un pequeño gran secreto en la vida de aquel hombre de profundos ojos verdes. No había lucha de egos en aquel salón; simplemente un hombre trabajador, al lado de un seductor nato. Una muy buena combinación a mi parecer, porque claro, como bien era sabido por mi subconsciente, mi gusto en cuanto a... Hombres atractivos se refería, era ni más ni menos la bella y fina estampa varonil que contemplaba mi  vista, que se centraba en su espalda, y en su nuca principalmente.

Al igual que él regresé por mi copa, misma que terminé y volví a llenar en un momento. Me puse hombro a hombro con él, sin decirle absolutamente nada observando el verde y soleado jardín al frente a través del ventanal, deseando que fuese el quien decidiera continuar con la plática. Al notar que el nerviosismo seguía latente en el ambiente, decidí retomar la palabra, moviendo mi copa en pequeños círculos para que el vital líquido respirase tomando mayor cuerpo:

–Habré de organizar un baile de máscaras. Es por eso que le he hecho venir con premura. Debe saber que ésta clase de situaciones conlleva un gran despliegue de recursos, tanto monetarios como creativos – del cual carezco desafortunadamente, hablando también del tiempo en sí – y por lo cual me he visto obligado a actuar con meses de anticipación. Nada puede salir mal. Va mi reputación –  y por qué no decirlo también – Mi orgullo de por medio. Todo debe salir a la perfección.

Mi mente recordó algunos pasajes de las fiestas del año anterior, donde el final había sido tan inesperado como dramático, que hasta yo mismo había quedado sorprendido por el modo en que actué. Todavía podía oler la sangre fresca resbalando por mis  manos y los gritos de súplica de aquellos infelices pecadores que se apartaron de la palabra del señor. – ¿Le gustan los bailes caballero? – Pregunté como mera formalidad, no se necesitaba ser adivino para conocer la respuesta, simplemente quería que el momento se alargase lo más que se pudiese, no todos los días se podía contar con tan agradable compañía.