demenza di origine animale (priv.)CERRADO

Atardecía en la ciudad, y esa noche se preveía que una perlada luna llena decoraría el firmamento. Quizás el motivo por el que tenía los nervios a flor de piel era debido a que sería su primera noche bajo el sombrío astro desde su estancia en la boyante ciudad francesa. O, quizás, lo que impulsaba a que la sangre de sus venas hirviera con impaciencia se debía a que necesitaba respirar un poco de aire puro y alejarse de la vida rutinaria.

Vestía una fina camisa de pana de largas mangas y de color vainilla claro, que lucía como a él le gustaba, con los botones desabrochados y sus abdominales dejándose entrever, de forma juguetona, entre la tela que parecía formar un discreto velo. Un colgante plateado con forma de luna menguante pendía de su cuello, meciéndose de forma sutil con sus movimientos. Para terminar, llevaba unos pantalones de tejido oscuro y de carácter holgado que no le impedían ni le dificultaban el movimiento. No llevaba calzado, puesto que al lugar adónde iba le iba a resultar una molestia.

Por intuición, se dirigía hacia una de las zonas más alejadas de la urbe, pero a ciencia cierta no sabría decir por qué sus pasos le habían llevado hasta allí. Captaba en el aire el dulce olor a podredumbre y el aroma oxidado de la sangre se le hacía bien presente en el paladar.

En aquella zona, había tenido lugar una hecatombe humana.

No es que sintiera una curiosidad mórbida en cuanto a ese suceso, pero tales acontecimientos despertaban en él recuerdos dolorosos. Además, tenía que comprobar que la matanza guardaba un modus operandi distinto al del terrible cazador que estaba buscando. Precisamente, debido a que vivió de cerca una experiencia tan terrible, podía distinguir los fuertes olores con algo más de nitidez, y diferenciarlo del resto.

Si se afanó en alcanzar el lugar del suceso con tanta presteza, era debido a que había notado con absoluta minuciosidad un aroma omnipresente en la ciudad, pero extraño de hallar en una zona tan alejada: olor a licántropo. No estaba seguro de si debía acercarse o no, porque sabía que de ese encuentro no podía salir nada bueno.

A medida que se fue acercando al origen del problema, fue comprobando que, al menos por ahora, no encontraría a su némesis en la ciudad, pues no lograba identificar el propietario del olor.

No le resultó peculiar ver aquella cantidad sustancial de cuerpos sin vida, aunque tampoco es que fuera un ser insensible, pero la sangre le hervía con tanta ferocidad que tenía que hacer enormes esfuerzos para concentrarse, y eso repercutía en una seriedad tan impropia en él.

Vislumbró a un individuo de pie, en medio del amasijo de cadáveres, pero por la ausencia de sangre en las ropas que vestía aquél sujeto y la carencia del olor de las víctimas en su cuerpo dedujo que no era él. Pero notaba un extraño aroma en el ambiente, un olor familiar pero que no lograba clasificar. Sin embargo, la forma en que aquél varón miraba con hastío a su alrededor, como si hubiera alguien más por la zona, no ayudó a que Noah se desprendiera de la tensión que sufría interiormente.

− ¡Eh, el rarito de ahí! – exclamó con seriedad pero sin intención de faltarle al respeto− ¿Esto es obra tuya?

Le dolía la cabeza debido al esfuerzo que tenía que hacer para mantener a raya el fuego que parecía recorrer sus venas, y así lo demostró la mueca que le cruzó el rostro al joven actor mientras hablaba. Sólo confiaba en que aquél extraño chico no fuera el responsable de aquél horrible acto.

Cuanto más tiempo observaba al lícano, más seguro estaba que, sin ningún lugar a dudas, le ocurría algo, como si no estuviera completamente en sus cabales. Sus ojos, castaños, parecían encerrar un secreto que yacía encubierto entre las sombras del pasado.

Noah sabía de forma anticipada la respuesta a su pregunta, pero recordaba sin dificultad que un sabio mencionó, con lúcido ingenio, que las palabras hablaban más que las acciones. El varón que se hallaba en medio de la macabra escena no sería el responsable de aquello, pero hablaba con la misma arrogancia que poseería el dueño. O la altanería que poseían ciertas personalidades, creyéndose por encima de los demás.

Agonizando por el hierro fundido que parecía prenderle cual fuego, uno de sus puños se crispó de forma involuntaria. La experiencia acreditaba el conocimiento acerca otras razas y aquella visión pertenecía a una forma de actuar de algún desafortunado vampiro que no tenía control de sus instintos. Mucho había vivido el actor y, sin embargo, pocos detalles se conocían de él, pues tras de sí no dejaba apenas más rastro que una fugaz voluta de humo; ni siquiera una breve parte de sus vivencias habían sido rescatadas por la pluma el tintero.

Y aquél… impertinente muchacho, pues no se le ocurría otra forma de categorizarlo, se atrevía a menospreciar a lo que supuestamente era un semejante. Cómo llego a odiar a estos mimados perros de ciudad, pensó malhumorado mientras intentaba contener el genio que personas como esa hacían aflorar en él.

– ¿Acaso todos los licántropos tienen que ser tan estúpidos? Necia ironía que me ha guardado el destino… –suspiró con aflicción para sí mismo, negando con la cabeza levemente.

El sufrimiento que le carcomía por dentro a medida que se acercaba la muerte del día, momento en que la pálida luna asomaría para saciar su sed de tormento para con él, no podía superar la tristeza que embriagaba su corazón al descubrir que, una vez más, se alejaba de él toda esperanza de poder hallar un lugar entre su raza. Conocía, no obstante, que habría más ejemplares en la ciudad, pero que el primero con quien se topara guardara una actitud tan retorcida y desconfiada con él no hizo sino sentirle aún más desgraciado.

Pero no pudo responderle. Una sombra surgió desde lo más profundo de la cueva, y por el olor no podía tratarse de nadie más que el causante de aquella situación. La mirada que Noah le dirigió al ente fue tan fiera que se podría afirmar que sus ojos desprendían llamas. Su interior clamaba por liberar los sentimientos enfrentados que sentía y sin embargo, no se atrevía a actuar por temor a que el otro joven lícano decidiera enfrentarse a él por posesión de la presa.

Aún no habían sanado las cicatrices de la única puñalada emocional que una descendiente de la luna le había infligido décadas atrás, y tampoco quería aceptar el desprecio de otro miembro de su raza. Así que permaneció inmóvil, con su mirada fijada en el repulsivo ser vampírico que había aparecido, pero observando de reojo al extraño mozo.

Pecaba de carencia de elegancia en el combate, pues su estilo era rastrero y abusaba de sus dones, pero no estaba seguro de querer inmiscuirse. Después de todo, no era él quién estaba obsesionado con el asesino; él había acudido por sus propias razones, y poco tendría que importarle el bienestar de uno de los de su propia raza.

La furia ciega que Noah sentía hacia aquél ser ruin y parasitario se debía a que, en su pasado, había llegado a conocer a multitud de seres de otras razas. Raramente se había llegado a topar con algún licántropo, no porque Noah los evitara, sino porque era muy extraño que pudiera coincidir con su especie con el mundo del arte, una profesión que eligió para poder encontrar a una mujer de su pasado.
Sin embargo, sí que se había encontrado en infinidad de ocasiones con otros hijos de la noche, y se atrevía a decir que su comportamiento era muy variado, pero en absoluto se abocaban a la locura y a derramar sangre sin mayor motivo que para alimentarse.

Aquél vampiro (o vampiresa, puesto que lucía un aspecto tan demacrado que él difícilmente podría distinguir) habría sufrido mucho, porque sin duda alguna debía de haber un motivo oculto en aquella reciente carnicería. El instinto asesino que con tamaña fiereza había asomado a sus ojos se redujo notoriamente al sentir lástima por aquél ser.

− Convendría que no te mofaras de aquellos que han abandonado la senda de la cordura –le reprendió el actor, si bien era un pensamiento que expresó involuntariamente en voz alta.

No podía evitar sentir algo de compasión, un sentimiento que daba la sensación que muy pocos poseían. Mirando con otros ojos a la bestia, le asaltó la melancolía y un rostro acudió a su mente. No se trataba del rostro que tanto ansiaba ver y, al mismo tiempo, lo detestaba con toda su alma: era un rostro más liviano, desprovisto de crueldad si bien las facciones que poseía demostraban que lo había pasado muy mal en su anterior vida. Cabellos de tonalidades pardas que ocultaban de forma maliciosa su rostro, para que sus ojos permanecieran ocultos, añadiéndole un aura de misterio, enmarcada por la piel algo más pálida de lo habitual.

Hacía tanto tiempo que desconocía qué habría sido de su vida. Pero el actor estaba convencido que aquél repulsivo ser no tenía ningún lazo con aquella otra persona que evocaba en él tantos recuerdos. Su intuición no podía fallarle. Aún así, apartó durante unos segundos la mirada y cerró sus ojos añiles.

Ruego mil perdones por lo que va a acontecer; confieso que no me siento orgulloso de este curso de acción , se disculpó en silencio, antes de volver a mirar de nuevo al vampiro.

Era incapaz de decir a ciencia cierta si estaba pidiendo disculpas en silencio al desdichado ser, o si esa plegaria iba dirigida al tenue recuerdo que afloraba en su mente.

– No necesito que me des lecciones acerca de lo que soy –contestó educadamente pero con tono mordaz– Y por cierto, me llamo Noah.

El recuerdo había logrado traerle algo de sosiego al lícano, pero estaba seguro que podría controlar, ni que fuera por un tiempo, las ansias de transformarse. Además, tenía curiosidad por saber cómo se desenvolvería aquél otro ser en un enfrentamiento.

A Noah no es que le importase demasiado que su supuesto camarada, aquél ser tan peculiar y extraño, mostrara una actitud tan variable. Al menos, no demasiado, pues sabía de buena tinta que no toda la gente era capaz de soportar lo que verdaderamente significa ser un licántropo.

Tal vez no habría visto a tantos ejemplares como habría tenido oportunidad un símil de más edad, pero de los pocos que había tenido la fortuna, o la bendita desgracia, de encontrarse, parecía bastante extendida la anomalía de un carácter débil y motivado por los impulsos. Quizás él, por haber recibido semejante coup de grâce en lo que consideraba que fue el apogeo de su vida, habían hecho de él un ser algo distinto, más racional y no tan abocado a la hosca vida de la bestia que acechaba en su interior.

− Tienes razón… cuán errado ha sido mi juicio –admitió, negando sutilmente con la cabeza y cerrando los ojos−. Siento más pena por ti, por ser un sujeto más que se ha entregado por completo a la lenta muerte de la furia y el placer de la sangre.

Su tono reflejaba auténtica lástima por su camarada. Recordó unas palabras que escuchó decir a alguien a quién apreciaba: «Estos seres, extraviados de su camino y repudiados por los cielos, con tanta sangre y miedo impiden que florezcan en su interior el juicio que necesitan.»

Abrió sus ojos de cobalto, dispuesto a abrazar por una vez más las caricias de la diosa Luna, y se entregó por completo al dolor, al hierro candente que le corroía por dentro. No se resistió, ni disfrutó con ello; sencillamente, se dejó llevar. La experiencia le había otorgado cierto control, si bien contener la transformación en lo que realmente era producía un padecimiento sin fin, hasta que decidía no oponerse al cambio.

Desconocía hasta qué punto podrían contenerse los de su especie una vez se completaba el cambio, pero él mantenía algo de sangre fría. Más aún cuando no era capaz de distinguir claramente quién podía serle hostil. Resultaba curioso, porque semejante dominio de sus impulsos acontecía en presencia de otros miembros de su raza, actitud que desembocaba en más disputas.

El dolor, lejos de remitir, penetró cada centímetro de su cuerpo y el varón sentía como si miles de lenguas llameantes recorrieran la totalidad de la superficie de su piel. Su rostro sufrió espasmos, y su otrora rostro amable, se vio cruelmente deformado por un ancho hocico y unas mandíbulas fuertes, cuyos dientes parecían ser bellos y mortíferos al mismo tiempo. Sus músculos se crisparon por la intensidad de las agudas llamaradas que parecían manifestar la voluntad de la cruel imagen del astro perlado.

Todo su cuerpo se vio cubierto por un espeso pelaje, oscuro y brillante, que refulgía salvajemente como lo haría una magnífica pieza de ónice. El omnipresente negro se veía truncado, aunque de forma elegante y soberbia, por jirones de pelo de un color rojo bien vivo, demasiado como para ser confundido con el sucio color de la sangre. Sus garras lucían como lo hacía el resto de su apariencia: soberbias y extrañamente elegantes, tanto que invitaban a ser contempladas con admiración y respeto.

El fiel reflejo de una belleza palpable y mortífera.

Una vez se hubo manifestado la totalidad de la metamorfosis, el viento frío le caló los huesos. Su forma no era ni la de un lobo ni conservaba aspecto humano, si bien había dejado la postura humana y se mantenía sobre sus cuatro extremos, y si lo deseaba podría ponerse sobre dos. Aquella imagen era el epítome de lo que era su propia raza. Sus aguzados sentidos no perdían detalle, e inconscientemente, con su don particular de Visión Remota, pudo vislumbrar por un breve instante lo que podía ver tanto su camarada como su enemigo. Un detalle curioso este don y que encajaba con su estilo de lucha poco ortodoxo.

Pero aunque notó, viendo a través de los ojos de Jamal, una más que extraña presencia, no supo a qué atenerse. Con un pequeño rugido que nació desde lo más profundo de su garganta, descartó la idea por falta de indicios, justificando la inquietud que sentía como un motivo de su indecisión.

No realizó movimiento ni profirió sonido alguno; se limitó a observar con interés mientras disfrutaba de la sensación que sentía por haber dejado de sentir dolor alguno.

Aquello era una trampa. Sin duda, inteligente y cruelmente planeada; era el tipo de encerrona en la que sólo un inconsciente e impulsivo cachorro caería de bruces y se dejaría arrastrar. Definitivamente, había algo realmente extraño en todo eso. Una vaga sensación asaltó su mente, pues al actor le resultaba vagamente familiar. Demasiado, incluso.

De poco habría servido si se lo hubiera advertido a Jamal, que se lanzó como loco detrás de su presa. El lícano de brillante ónice miró con desprecio a su símil, a punto de lanzarle alguna imprecación, pero se contuvo al notar algo moviéndose por el rabillo del ojo.

Un cadáver se alzó del suelo mediante una pantomima terrible. Su rostro era pálido como la luna y sus ojos, desencajados y desprovistos de cualquier brillo fugaz de vida. Miró a la bestia que había permanecido en la zona y le dedicó una sonrisa más que lúgubre con unos labios medio descompuestos.

La bestia lo entendió todo. El motivo por el que se había extrañado cuando miró desde los ojos de Jamal; el porqué de aquella escenografía y el lugar en el que se hallaban.

La presencia extraña que tanta inquietud le había producido era, nada más y nada menos, una damisela, que ni siquiera se merecía tan halagador nombre, que poseía terribles cualidades mágicas: Âme*. Así es como se hacía llamar, aunque en realidad no poseía nombre, de modo que le fue concedido ese título por sus méritos. Se trataba de una bruja de prestigio, si bien sus artes estaban versadas en la oscuridad.

Su magia abarcaba la posesión, nigromancia y apatía. Había preparado todo aquél montaje, masacrando con esmero a aquellos humanos y después introduciendo su nefasto poder en el interior de uno de los cadáveres. Y el vampiro al que Jamal estaba dando caza había sido alcanzado por un conjuro de apatía y había sacado a relucir el carácter cobarde de aquél individuo.

Y ahora, Noah se hallaba frente a frente con Âme. Una odiosa persona de su pasado, y, por si aquello no fuera suficiente, era la mano derecha de Louve**, la licántropa asesina que persiguió a su familia desde Italia para romper su familia. El joven lícano no sentía especial aprecio por ninguna de las dos, menos aún por Louve, que se buscó otra identidad para introducirse en la familia LaVolpe, se ganó la confianza de la familia y luego intentó borrarlos a todos de la faz de la tierra.

Cierto era que aquello podía ser obra de cualquier otro brujo con talentos oscuros, pero muy pocos actuaban de forma tan exagerada. Âme era famosa por adaptarse a cada objetivo que le era asignado, y aquél campo era una réplica macabra de lo que sería el público de una obra de teatro.

Estaba más que claro que todo había sido premeditado. Todo era parte del plan para acechar al joven, para dejarle claro que sabían dónde se escondía y que le podían dar caza, después de décadas de infructuosa búsqueda.

Pero el cachorro había crecido mucho en todo aquél tiempo. La supervivencia forzada le obligó a tomar decisiones que de ningún otro modo habría hecho, y había madurado tanto en mente como en acciones. Hacía mucho que no temía a las sombras de su pasado y podía enfrentarse a ellas sin temor. No era la misma criatura débil que fue en el pasado. Ya no.

«Monstruo. Ser repulsivo e indigno. Nunca debiste abandonar la tutela de Lady Louve...»

Eso fue lo que la bruja Âme le susurró con su voz fantasmal, a través del cuerpo marchito de aquella desafortunada mujer.

El cuerpo vagamente humano de Noah se encorvó hacia adelante, amenazante, mostrando los bellos y letales dientes a la figura y con las orejas echadas hacia atrás, mientras se esforzaba en controlarse. Él no era tan impulsivo como otros seres, era más que evidente y, por desgracia, la negra sibila lo conocía bien, por tener, bajo el influjo de la luna, el dominio que tenía su legítima dueña.

− Este ser indigno enviará tu pútrida trasero de vuelta a donde merece estar. −le gruñó de forma sobrenatural y con una voz que apenas recordaba al tono educado y dulce.

Se dispuso a atacarla, alzándose sobre sus patas traseras para recurrir a una mayor velocidad, pero Âme fue más rápida que la bestia. Con un rápido y sencillo pase mágico, y una palabra pronunciada en lo que Noah supuso que sería latín antiguo, un torrente de energía grisácea brotó de su mano en dirección al licántropo. En el mismo instante en que éste vio como aquella energía era invocada, supo que no podría esquivarla.

La ráfaga de energía le golpeó de pleno en el pecho, y lo envolvió en un manto de oscuridad. Mierda, pensó Noah, ¿cómo he podido dejarme atrapar por su conjuro?

Su conciencia fue desvaneciéndose, como si fuera absorbida por el maleficio. La musculatura de la bestia pareció fluctuar, y el color índigo de sus ojos se apagó para dejar paso a unos orbes más negros que la noche. Se postró completamente bajo sus cuatro extremidades, su cuerpo convulsionado por un dolor más intenso que cualquier herida que se le pudiera causar a un lícano.

La bruja le había atacado con un hechizo de apatía. Todo el control, el dominio y la capacidad de razonar que siempre poseía, se había, sencillamente, evaporado mientras durase ese conjuro. Tras contemplar cómo su magia surtía el efecto que deseaba, Âme abandonó el cuerpo de la muchacha y se desvaneció en las sombras de la noche sin dejar rastro.

El licántropo, que momentos antes aún respondía ante su nombre, había sucumbido a su esencia. Ahora, incapaz de comunicarse, pues sus gruñidos no reflejarían más que dolor y rabia, meros sentimientos tergiversados por la magia negra. Era, tal y como le habían dicho en otras ocasiones, un monstruo repulsivo, repudiado por los miembros de su propia raza.

Enfurecida, la bestia se afianzó en el suelo y lanzó un desgarrador aullido a la noche.

Notas:

Spoiler:

La maldición que habían conjurado sobre su cuerpo aún no le había afectado enteramente, pero su corrupta esencia se extendía con ávida rapidez por cada fibra de su cuerpo. Le quedaban tan sólo unos minutos… no, ni siquiera podía estar seguro de cuánto tiempo tendría antes de que la pérdida gradual del control y el dominio sobre lo que era cediera ante en ruin embrujo.

Un sinfín de recuerdos, miles de dolorosas y enmarañadas imágenes, fueron sucediéndose en los recovecos de su mente. Sensaciones y sentimientos que había encerrado en lo más profundo de su ser. Un frenético río de reminiscencias que habían hecho de Noah lo que ahora era.

Quizás otros habían tenido la suerte de haber sido transformados por misericordia. O por piedad ante la figura de la muerte. Pero ese no había sido el caso del licántropo. Él presenció el terror, la desesperación y la destrucción de su familia, de la sangre de su sangre, y no pudo hacer sino contemplar la dantesca escena mientras su, por aquél entonces, frágil cuerpo no podía resistirse al dolor infernal de la primera mutación. Recordaba, perfectamente, que la primera vez que salió la bestia de su interior parecía que le era imposible contener sus impulsos. En su ferocidad, había arremetido brutalmente contra su hermana pequeña. Al joven se le quedaron grabadas a flor de piel las lágrimas celestes que rodaban por sus pálidas mejillas mientras lo miraba con aquellos expresivos ojos de color zafiro.

El grito de su hermana menor, inocente y puro, le hizo volver a la realidad del presente, momento en que nacía de lo más profundo de su ser un gruñido amenazador y agresivo; si ya le estaba costando horrores el poder controlar siquiera el curso de sus pensamientos, más difícil le resultaba controlarse a sí mismo.

La bestia de ónice y jirones carmesíes cerró los ojos, intentando respirar profundamente, pero solo sirvió para tener un aspecto más amenazador. Desvió la mirada y sus músculos se tensaron, preparándose para huir con la mayor celeridad antes de que desatara su furia ciega por completo.

No era el hecho que el importase demasiado Jamal. Era otro licántropo, y por naturaleza Noah no se fiaba de ningún congénere. La que ahora era su raza, le traicionó en su otra vida, castró por completo el linaje y le rompió la familia, dejándole a él ahogándose en un mar de dudas. No podía perdonarles, ni perdonarse a sí mismo. Odiaba, si es que aquella era la palabra, a cada licántropo con quién pudiera cruzarse, y hasta el día de hoy ninguno de ellos se había ganado la confianza, menos aún la amistad, del actor.

Si pretendía huir, era porque pese a todo, aquél alocado ejemplar había regresado a ver qué sucedía. Tarde, sí, demasiado tarde como para poder enmendar ahora el error, y perdía el control. Apagó las ganas de saltarle encima a Jamal y hundirle los hermosos caninos en su peludo cuello clavándose los dientes en su propio antebrazo derecho, deformado por la mutación. En sus rasgos lobunos no se reflejó dolor ni emoción alguna, y cuando abrió los ojos para dirigirlos al otro individuo, el tono negruzco que habían adquirido pareció asaetarle de forma invisible.

− Lárgate ahora no vayas a sentir lástima por un paria… –le gruñó entre borboteos, en una agresiva súplica para que no permaneciera cerca de él.

La sangre manaba rabiosa de la herida, manchando y oscureciendo aún más el ya de por sí oscuro pelaje de lícano. Sin duda, se había mordido con saña y le dejaría una marca visible durante un tiempo. Pese a su don para curarse rápidamente, la dentellada había sido intensa y furiosa. Aquello era un mero aviso: ya estaba más que acostumbrado a que lo repudiaran y rechazaran los de su propia raza, y dudaba que aquél joven, por lunático que pareciera, fuera distinto.

Por una vez, no quería hacer daño, aún a sabiendas que se lo merecía por ser de su raza. Pero ya apenas podría controlarse…

Spoiler:

Si, momentos antes, el lícano conservaba la esperanza que aquella situación pudiera resolverse de forma pacífica, esa mera idea se había hecho añicos, cayendo al suelo en una miríada de pedazos de cristales rotos para, después, desvanecerse en el olvido. Había procurado a las buenas que no se produjera ningún enfrentamiento, conteniendo su furia ciega y su avidez por el combate, tan propias en ese estado, flagelándose a sí mismo.

Y parecía que no iba a servir de nada. Aquél otro individuo hacía caso omiso de la advertencia e incluso parecía, de algún modo, complacido por aquél curso de acciones.

− Cuánto llego a odiar a estas bestias…− pensó con un quedo suspiro.

Recordaba, vagamente, un detalle que tal vez hacían que Noah fuera tan diferente a otros miembros de su raza, algo que se debía de sumar a la larga lista de diferencias, tanto psicológicas como físicas, que él poseía en cuanto a sus símiles.

Noah nunca había formado parte de una manada.
Era impensable que hubiera aceptado la amable propuesta de formar parte de la jauría de Louve, y desde esa declinación había recibido muy pocas ocasiones de formar parte de una sociedad que, al contrario de lo que muchos opinaban, era algo reservada. La mujer lobo se encargó de hacer circular información falsa acerca de Noah, más concretamente, de la identidad anterior cuyo nombre había desaparecido de la memoria colectiva.

Seguramente, hoy en día ya no habría rastro de aquellas habladurías, propias de las malas lenguas, y Noah tendría ocasión de formar parte de una manada; que tuviera sangre de Alfa no sería más que un problema menor, suavizado por el autocontrol que solía conservar y su actitud poco reservada. Tal vez un día tendría ocasión de formar parte de una pequeña familia, pero había vivido el desprecio de su raza durante demasiado tiempo y aquél dolor no era agradable.

¿Cómo iba a entender nadie lo solo que podía llegar a sentirse? Arrancado del seno de su familia, y sin más opción de formar parte de una manada excepto la de la asesina que exterminó su pasado.

En sus ojos, ahora ennegrecidos por el maleficio que ya se estaba completando, pareció asomarse la desazón y la melancolía.

− Sea, pero no hay honor alguno en este combate –sentenció con un deje sarcástico, aflojando la dolorosa presa con la que momentos antes se había mordido el antebrazo derecho.

Flexionó los dedos, ahora convertidos en amenazadoras garras, de esa extremidad, comprobando con satisfacción que el entumecimiento desaparecería en breve. Para él ya no había vuelta atrás. Siempre daba una oportunidad a sus contrincantes antes de entregarse a la vehemente llama del impulso irracional.

Giró todo su cuerpo, encarándose a su símil, y su oscurecido pelaje, rasgado con timidez por los mechones rojizos, pareció brillar como alimentado por la luz de la siniestra luna. Su mirada se clavó en la de Jamal como si dos arpones negros se hundieran en el alma de éste.
Y aguardó a que él realizara el primer movimiento. No había sido idea suya la pelea, pero no se podía rehuir de ella. Su fiereza y estilo de lucha parecía aprovecharse del entusiasmo del rival; al menos eso su cuerpo lo recordaba bien, pese a estar, en ese instante, totalmente corrompido.

Sabía que su rival se había anticipado levemente a su ataque, aunque había resultado evidente que la finta no la había podido prever del todo. Apenas reparó en el detalle, después de que Jamal recibiera aquél golpe, que las piernas del licántropo sufrieran algún ligero temblor, puesto que lo achacaba a las ansias locas del joven por combatir.

Dudaba que aquella acometida que había realizado el actor pudiera ser considerada como juego limpio, aunque tampoco era una estratagema que pudiera deberse la experiencia. No obstante, no cabía lugar a dudas que resultaba completamente efectiva.

Había que remarcar que de la embestida anterior de su rival, que había encajado y además se las había arreglado para volverla, de algún modo, en contra de su ejecutor, Noah no había salido indemne. Zarcillos de dolor recorrían el interior de su brazo herido, y la fuerza descomunal que tuvo que soportar para infligirle aquella vil lesión le causaban un hormigueo constante que, al mover el brazo, renovaba el dolor que sentía. Al mismo tiempo, pequeños hilos de sangre dejaban surcos de color carmín en su oscurecido pelaje.

Una lástima que ese mordisco requiriera más tiempo de sanar con sus nuevas capacidades. O… tal vez era una suerte para aquél cachorrillo lunático, puesto que el individuo veterano no estaba en sus mejores condiciones.

A decir verdad, esa leve desventaja fue una improvisación que había planeado al tener la intuición que no podría rehuir del combate sin hacerle frente a él. Con un carácter tan distinto de otros lícanos, tan sosegado y casi elegante, cambiaba radicalmente cuando sucumbía a la transformación. Y aún más cuando era consciente, por así decirlo, de que en esa pelea no disponía de mucho autocontrol.

No le dio tiempo a preparar de nuevo sus garras para el siguiente placaje de su oponente, pues parecía que su herida no le permitía responder como su dueño desearía. Se vio arrastrado varios metros, sin que la bestia rival separara el contacto de la arremetida. Que su rival se riera hizo enfurecer a Noah, que cerró sus ahora corrompidos ojos y en lo más profundo de su garganta comenzó a crecer un rugido amenazador. Rugió con fuerza mientras intentaba soportar el dolor de su extremidad perjudicada, y afianzó las garras de sus musculados, además de peludas, pies mientras iniciaba lentamente un movimiento de giro.

El rugido se convirtió en un aullido roto cuando lanzó por los aires al rival, seguramente no más allá de unas grandes zancadas, pero distancia suficiente como para sorprender seguramente a su rival.
O al menos, contaba con ello. Porque dudaba que con aquella sutil catarsis no conseguiría demasiado.

Tras alejar al rival, sus músculos retrocedieron, replegándose de nuevo y adoptó una posición agresiva, aun esperando claramente el siguiente ataque de Jamal.

Tras alejar al rival, sus músculos retrocedieron, replegándose de nuevo y adoptó una posición agresiva, aun esperando claramente el siguiente ataque de Jamal.

Los ojos oscuros del lícano centellearon con un brillo casi enfermizo mientras contemplaba a su rival. Era un digno rival, eso no se podía poner en duda, pero aquél combate prácticamente se había iniciado en igualdad de condiciones, pero a medida que iba encendiéndose el fragor de la batalla, el ejemplar más experto se iba debilitando lentamente debido a su herida causada en un intento de contener toda su furia.

Desde el mismo instante en que perforó en su organismo el nefasto conjuro, supo que debía hacer cuanto estuviera en su mano para no acabar con la vida de todo ser que le rodeaba. La tesis de la idea no era únicamente la falta de autocontrol, sino que además tuviera poco, o nulo, aprecio por otros seres de su raza.

Su posición se reafirmó, volviéndose visiblemente más agresiva, mientras parecía moldear su cuerpo de la misma forma que lo haría una pantera… no, del mismo modo en que lo haría una serpiente justo antes de atacar. Sus músculos, tensos, esperaban impacientes la orden para liberarse y sus pensamientos, otrora fugaces, parecían concentrarse en una sola cosa.

La diosa luna ya había sobrepasado de largo su cénit en el firmamento, y ahora el tiempo corría en su contra. Parecía increíble que ya hubiera pasado tanto tiempo, pero a decir verdad, aquella había sido una noche intensa.

− Cuidado con lo que deseas… podría volverse en tu contra –musitó para sí mismo, aunque pronunció las palabras en un tono lo suficientemente alto como para que su rival las escuchara.

Canalizó internamente su tensión durante unos instantes más, para después darle rienda suelta a toda esa acumulación de energía. Con una agilidad más que sorprendente, se abalanzó a toda velocidad hacia su oponente. Como carecía de la característica fuerza sobrehumana que otros individuos poseían, empleaba su más que fascinante agilidad para transformar la energía cinética derivada de sus movimientos en un único golpe poderoso. Tras su rastro inhumano, briznas de hierba y partículas de polvo salían despedidas con virulencia para después caer, con ritmo sosegado, de nuevo al suelo.
Su figura apenas era un borrón visible, y conocedor del hecho que Jamal poseía también los reflejos extraordinarios de los miembros de su especie, usó por enésima vez su peculiar capacidad de Visión Remota para ver a través de los ojos de su peculiar rival.

El uso tan seguido de aquella habilidad le acabaría pasando factura momentos más tarde, pero ya habría tiempo para preocuparse después.

Observando desde los ojos del lícano más joven, y aún en su increíblemente rápida acometida, entendió que el ataque frontal que planeaba no surtiría demasiado efecto. Por ese motivo inició, a escasos metros de su contrincante, un movimiento de viraje hacia su izquierda que, debido a la inercia que llevaba Noah, dirigiría a una vertiginosa velocidad un puntapié a las piernas del otro licántropo.

Otra finta. Sólo que esta vez, era bastante más lograda. El verdadero ataque era un tremendo golpe con sus garras diestras, ascendente de derecha a izquierda, de modo que la patada dirigida a las extremidades del rival era tan sólo una mera distracción. Una molestia en el ojo sirvió para que su visión volviera a sus propios ojos, por lo que no pudo comprobar si, en el último momento, Jamal podría tomar las suficientes medidas defensivas como para protegerse totalmente del golpe.

No importaba, ya que su intención no era esa. Se hubiera cubierto el golpe o no, el ataque lanzaría al joven lícano por los aires, impotente por la velocidad que había acumulado en tan poca distancia.

Entonces, Noah alzó su furibunda mirada hacia el cielo, hacia el cuerpo de Jamal, suspendido en el aire, como si se dispusiera a asestarle el golpe final… pero no pudo hacerlo. Sus extremidades temblaron y su voluntad flaqueó, mientras borboteos de sangre manaban de la herida de su brazo y manchaban el suelo que había debajo del lícano de ónice. No rugió ni emitió sonido alguno ante el intenso dolor, pero se veía a las claras su debilidad.