En lo más oculto de la noche [Sergei Ivanovich]

Había pasado ya varios siglos desde que ella había estado en aquella ciudad, una ciudad que atraía mas por su gentío que por lo demás.
Ella había decidido marcharse, espantada por la insorportable realidad traída por las eras, se había marchado bien lejos, para volver a dormir.

Pero sin saber porque, algo, la hizo despertar de aquella tumba de humedad y fría piedra, del polvo envejecido, en algun lugar de oriente comprendiendo como los tiempos había cambiado.

Y ahora estaba allí, en una París avanzada, más moderna, con paredes empapeladas de carteles donde se hablaba de su exótico espectáculo. Si no hubiese sido por aquel tipo inglés de alta clase, que la había descubierto en algun lugar de la India, o más bien donde ella le había descubierto para sus propositos, no hubiese sido posible que su fama como bailarina de danzas orientales y otras artes hubiese llegado al mismo París. Si ahora, se apodaba Lakme, si, Lakme, ya aquel noble inglés le había puesto aquel nombre por alguna ópera que se ambientaba en la India o algo por el estilo, y fingía ser una extravagante bailarina, protegida por un hombre que le atraía el mundo del exotismo, y mas que protegida por él, él mismo estaba siendo ahora su propia marioneta.

Aquel pequeño espectáculo, estaba viajando por todos los teatros, cabaret e incluso burdeles de europa, y éste iba precedido por el escándalo y la censura. Ya que en aquella época, ¿qué mujer decente bailaría de aquel modo, con tan poca ropa encima? Aunque en realidad, aquello era lo que creaba morbo a la gente, y la atraía bastante.

Ahora aquel teatro de París estaba repleto de un público con un poco más de dinero que el resto, en su mayoría podían verse hombres, pero también se podían ver a aquellas curiosas mujeres, que solo iban a señalar con el dedo.

El telón escarlata estaba echado, hasta que la iluminación de las velas se apagaron, quedando unas pocas bien encendidas. A la reacción de la oscuridad del teatro, susurros de los espectadores, los cuales, se vieron interrumpidos por la repentina música.

Unos hombres, que tenían el aspecto de ser hindues o algo similar, tocaban extraños instrumentos. Lakme los había elegido para que ellos fuesen con ella, para que se alejasen de su país y sus familias, ellos aceptaron movidos por las ansias de riquezas, y a pesar de que estaban ya bien colmados de ellas, continuaban con ella, la avaricia les movían.

De nuevo las luces cambiaron, y se sumió el escenario en un juego de sombras, el espectáculo estaba bien preparado, ya que no solo traía aquellos músicos de orientes, sino ilusionistas que juganban con las luces y las sombras de un modo hipnótico, creando una extraña sensación de magia y misterio.

De repente se la vió a ella, situada en su postura inicial, con aquellas ropas curiosas, y mostrando partes de su cuerpo, que en aquella época llamaba bien la atención, y era visto como impúdico. Sus brazos comenzaba a ondearse, al igual que su cintura y caderas una manera sensual, movida con aquella música, como si fuese una serpiente, la cual dejaba, un extraño hechizo sobrenatural, que encandilaba a los espectadores, los cuales, ahora estaba totalmente boquiabiertos.
Sus ojos seductores eran ajenos a aquellos que le rodeaban, Lakme bailaba para sí más que para ellos, aunque a ella se sentía agusto, en aquel momento, portadoras ser el centro de atención, más le gustaba la sensación de estar rompiendo ciertas reglas en su especie, como era el descubrirse a la luz entre aquellas sombras, pero a ella no le importaba estaba cansada de esconderse en las sombras, en la vergüenza como muchos decían, por ser aquellos demonios que no habían elegido, algunos, aquel medio de vida.

Las sombras se cirnieron ante ella, que desaparenció en aquella danza hipnótica, y el silencio se hizo... Un silencio demasiado largo... Hasta que alguien inicio los aplausos.

Todos la creían una mortal como cualquiera, y ella aparentemente había fingido en todo momento, tenía esa capacidad. Podía engañar tanto a mortales como a inmortales, usando diferente trucos, uno de ellos era la saciedad de la sangre que mantenía el rubor humano, el calor, e incluso el finfido palpitar del corazón al sentir correr la sangre.

Ya pasarían las horas, y el espectáculo oriental, continuaría con las funciones de los diferentes miembros de aquella pequeña compañía habia montado, gracias a aquel tipo inglés, y donde ella era su estrella. Ahora Lakme volvía a su camerino, y mirandose de nuevo al espejo aquel eterno rostro, suspiró por un instante, algo rondaba su cabeza, pero repentinamente ese gesto pensativo se torno en una sonrisa confiada. Para ella la noche solo había comenzado, y no solo la dramatización quedaba sobre los escenarios, comenzaba el momento de convertirse en una pobre victima mortal.

La puerta de atrás del teatro se abría para ella, y las calles llenas de la absoluta oscuridad jugaban con su figura, vestía como cualquier mujer de aquella sociedad, normal y corriente, pero algunos detalles revelaban el material rico de sus ropas y ciertas peculiaridades que la hacía distinta a las demás.

Ahora era aparentemente inmune, humana, su condición inmortal quedaba tapada bajo aquel aroma cálido de su piel palpitante de vida.

Sergei estaba últimamente un poco preocupado. La vida en París estaba resultando ser, en cierto sentido, frustrante. Alcohol, sexo, bellos atardeceres y buena comida. Pero, ¿dónde quedaba la acción? ¿Dónde se reunían los brujos para dirimir a muerte sus conflictos? ¿Qué era aquél maldito mundo tan civilizado? No es que Sergei fuera un aventurero ni le gustara emplear cada día hechizos a diestro y siniestro, al contrario. Entre los brujos rusos siempre había sido considerado alguen discreto y sutil. Pero es que aquello era exajerado.

Así que, harto de todo eso, el brujo decidió salir aquella noche con otra actitud en mente. Neceistaba volver a sentirse vivo y todavía no se sentía preparado para ver otra vez a Narcisa desde que había tenido aquél pequeño incidente con el fantasma. Necesitaba acción. Necesitaba enfrentarse a algo más poderoso y vivo que él. O al menos volver a sumergirse de lleno en un mundo en el que un vampiro al que mirabas mal podía arrancarte el cuello o un licántropo con malas pulgas (la inmensa mayoría) podía merendarte.

Andaba por las calles más transitadas de París, adentrádose en las zonas de los teatros, donde los chupasangres solían alimentarse. Su bastón (que camuflaba en su interior la hoja de un estoque) golpeaba con fuerza el suelo, mientras que iba silvando una canción. Llevaba una actitud provocadora, sabía que lo hacía. Y sabía que se podía meter en un gran lío si seguía con todo aquello. Pero, aburrido y solitario en su casa, había llegado a la conclusión de que, además de la necesidad de sentirse vivo, había llegado el momento de presentarse a la sociedad vampírica de París.

Porque, al fin y al cabo, sus ideas para conseguir un cacho del pastel en la capital francesa no habían cambiado. Y estaba seguro que tener un posible aliado vampírico le sería de gran ayuda.

Un paso tras otro, el frío de las calles era ajeno, pero ella se había detenido en la soledad de aquella calle oculta a ajustar sus guantes de forrado internamente con piel de conejo. Para ella cubrir su cuerpo, abrigarlo, no le era necesario, ella no lo sentía como los humanos podían percibirlo, si fuera por ella iría con lo mínimo por comodidad, como solía ir en su tierra, unas tierras cálidas y desérticas, pero sería sospechoso que en una calle como aquella, se viera una mujer con tan pocas ropas, además, ahora vivía en una sociedad donde las mujeres solo enseñaban lo mínimo, incluso las piernas se veía como algo vergonzoso para enseñar.

Una sonrisa se había dibujado en sus voluptuosos labios, que exhalaba en vaho que danzaba semiinvisible con cada respiración en el aire. Aquello daba señal de calor en su interior, de que su sangre circulaba como la de un mortal. Demasiado alimentada estaba, y no solo de aquellos pobre humanos que se cruzaban en su camino.

Ella ya hacía rato que había notado su presencia, un humano algo ruidoso, armado... ¿Impaciente? ¿Esperaba algo o alguien?

De nuevo comenzó a caminar, haciéndose la despistada, la ignorante de su presencia, confundiéndole con aquel hechizo que le rodeaba, haciéndola parecer demasiado humana incluso para otros vampiros, un hechizo que encandilaba, y una sangre que hacía de llamada latente, para cualquiera adicto a la sangre, de un modo inconsciente éste aura de antigüedad y atracción se tornaba extraña y provocaba la contradicción.

De repente sus pasos se pararon en seco, ella suspiró demasiado fuerte, tanto que sus hombros se movieron con elegancia, su mano fue a parar a su frente, ésta agacho su rostro como si se encontrase mal. Estaba alimentada, no le hacía falta beber de aquel escarlata elixir, pero se veía tentada a jugar a su juego preferido... Fingir estar con viva, acechar y marear a la victima, para ver lo que ella no podía ver con ojos propios y si a través de los ojos de ellos.

Sergei siguió paseando por las calles, hasta que notó algo. Un destello por el rabillo del ojo. Un olor particular y embriagador. El sonido de unos pasos livianos por las empedradas calles de París. El brujó sonrió, disfrutando de la sensación. Conocía las sensaciones que le estaban embargando porque él mismo había usado ese hechizo mil y un veces desde que había llegado a aquella magnífica ciudad, provocando el entusiasmo en los demás. Allí cerca, si no se equivocaba, había algún brujo o bruja que iba a querer jugar con él.

Sin embargo, a pesar de que sabía que alguien allí cerca estaba usando aquél hechizo no pudo saber dónde estaba, ni mucho menos evitar aquella sensación embriagadora. Aunque Sergei no podía saber a ciencia cierta si aquello estaba enfocado a él, esa sana paranoia que había desarrollado con el paso del tiempo le hizo pensar que era así. Así que decidió seguir con aquél juego y él mismo empezó a usar el mismo hechizo de Encandilamiento, llevándolo al máximo nivel y usándola con toda su fuerza. Aquello era una clara invitación, y no dudaría de que quién había usado el hechizo le encontraría y le podría seguir fácilmente. Claro que, para evitar que alguna mujer deseosa de placer y amor le siguiera al callejón lo desactivó inmediatamente. Fue un chispazo, un destello que atraería a aquél que había usado en primer lugar el conjuro.

Hecho aquello y tal y como había planeado desde un principio se internó en uno de los callejones de la ciudad, todavía perturbado y nervioso por el efecto del Encandilamiento que habían usado cerca de él, en parte sonrojado, en parte ligeramente extasiado y embargado. Una vez dentro del callejón, más tranquilo, sacó la pipa que guardaba en el bolsillo de su gabardina, que se llevó a la boca y encendió con una cerilla que encendió frotándola contra la pared. Dio una larga calada a la pipa, ayudando a que el fuego prendiera bien del tabaco y saborearlo.

Y esperó, al fondo del callejón con el bastón a mano y fumando de su pipa, tranquilamente, sintiendo cómo los efectos iban desapareciendo sobre él.

Lakme continuó caminando por aquella calle, dándose cuenta que exactamente aquel hombre había caído de algún modo en aquel hechizo embriagador y atrayente, ya que había respondido a éste usando el mismo truco, pero a diferencia de que ambos lo usarán, para Lakme era algo innato que solía hacer sin querer. Ahora su juego había comenzado y posiblemente iba a ser su pequeña diversión en aquella noche.

Por un instare contuvo la respiración fingida, saboreando aquel aire hechizado por aquella invitación seductora que se desvanecía.
Su actuación era perfecta, no era que se la supiera de memoria sino que ya en ella surgía aquello como si de algo natural se tratase en su día a día, era una inmortal demasiado humana.

Un paso tras otro, y la calle parecía hacerse mas larga en aquella noche. La condenada se detuvo, un instante y tomando aire de nuevo el aire exhalado, noto el frío inundar sus muertos pulmones, su piel dorada no podía percibir el ambiente exterior, no podía sentir apenas nada, ni su piel se erizaba, ni su corazón realmente latía, ni sus pulmones disfrutaban de aquel aliento de vida. Ella ya se había endurecido con el tiempo, las eras había poco a poco aniquilado parte de su humanidad, y a pesar de que sus sentidos no se comportaban como los de un humano, su aspecto era de tal, que confundía a cualquiera.

Fugazmente, sus ojos verdes se clavaron en aquel hombre que parecía estar esperándola, en un gesto sereno, dándole a entender que se había percatado de su presencia.

-Brujo... -Su voz sonó firme, suave y aterciopelada, ésta parecía pasearse entre aquel silencio que les invadía. Su miraba no se dirigía a aquel hombre sino al fondo de aquella oscura calle. El primer paso decidido. -¿No reconoces a los de tu propio gremio? ¿Dónde quedó la cortesía?

Sergei tuvo tiempo de darle largas caladas a su pipa mientras esperaba, cada vez más impaciente. Preguntándose si todo aquello realmente merecía la pena para, simplemente, buscar algún posible contacto en aquél mundo. Se estaba arriesgando demasiado y lo sabía, pero necesitaba volver a sentir aquella chispa de vida y emoción. Lo que había sentido a diario en Rusia y al llegar a París. Lo que se había convertido en algo lejano y desconocido después de haber estado aquella noche con Narcisa. Irónico. Parecía que él había sido el hechizado y no al revés.

Pero al final alguien apareció por la entrada del callejón y se dirigió a él sin demasiada sutilidad, rompiendo su concentración y pensamientos. Al oír aquella voz, al principio, se sorprendió. No conocía aquél extraño acento, parecía el de alguna lengua lejana. Desde luego occidental no era.

-Me acusa de algo muy grave en éstos tiempos, señora-le respondió él después de dar una larga calada a su pipa y exhalar el humo, hablando lentamente-. En éstos tiempos llamar brujo a alguien en mitad de la calle podría acarrear un problema, ¿sabe?-dio otra larga calada y expulsó el humo de nuevo-. Por no hablar de que llamarse a sí mismo bruja no es tampoco la mejor de las ideas...

Sergei se quedó un rato pensativo. ¿De dónde salía aquella mujer? ¿Quién era? Apenas podía verla entre las sombras del callejón, sólo el vaho que expulsaba al hablar. El brujo alzó unos centímetros su bastón y lo dejó caer, oyendo cómo la punta de éste rebotaba un par de veces antes de detenerse. Lo alzó de nuevo y lo dejó caer, disfrutando del eco que producían las estrechas paredes del desierto callejón donde se encontraban.

-Dígame-acabó diciendo-. ¿Por qué se llama a usted misma “bruja”?-le preguntó para dar después una última calada a su pipa. Había algo extraño en todo aquello, nadie de su gremio diría tan alegremente su naturaleza en un espacio público, aunque fuera extranjera. Una vez que terminó de fumar volvió a guardar su pipa en el bolsillo interior de la gabardina y se quedó esperando, sin moverse de su sitio, sin dejar de mirar a su interlocutora.

Detenida ella con seguridad continuaba clavando aquellos ojos verdes con aquel brillo tan extraño hacia la nada del fondo de aquellas calles, que emanaba. Sus manos descansabas entrelazadas frente su regazo, con calma, dándole el aspecto de ser una joven formal y bien educada, modesta. Una máscara perfecta de dulzura típica de la edad tan temprana que su cuerpo representaba.

Mientras aquel hombre contestaba ella se volvió frente a frente escuchando su respuesta. Sus ojos verdes se vieron distraídos por un instante por aquellas formas que el humo de su pipa creaba en aquel aire nocturno, su cuello se movió de un modo felino, no se movió, pero casi parecía faltarle en aquel gesto en que sus manos delicadas comenzarán a jugar con aquellas manchas grises.
En cuanto escucho el verbo “acusar”, sus labios finos y voluptuosos se curvaron creando una sonrisa divertida, ella clavo aquellas esmeraldas con curiosidad directamente a sus ojos.

-Por mi parte ha sido la mejor de las ideas... -Parecía como si contuviese una risa, cuando ella contesto aquello. Lakme señalaba a unos carteles pegados en aquellas paredes, en ella se veía anunciado un espectáculo exótico, sobrenatural... Entre los llamativos dibujos y colores de aquel cartel podía apreciarse su misma figura. Sus vestiduras eran muy contrarias a las recatadas que ella llevaba, poca tela tapaba su piel decorada por extraños dibujos orientales. -La brujería en la pantomima hace que la creencia se quede en la ficción, y no se piense como una realidad.

El silencio quedo suspendido en el aire un instante, parecía reflexionar ante su pregunta, era evidente que sus pocas palabras parecían contestar de algún modo a aquella pregunta pero no era suficientes respuestas.
La inmortal tuvo el descaro de examinar el físico de aquel desconocido de arriba a abajo, sin dejarse nada atrás, para de nuevo atravesare con sus ojos. Solo movía sus ojos con gesto inquisidor, apretando sus labios y borrando aquella sonrisa. Parecía como si buscase algo en él.
Unos pasos hacia delante aproximándose al humano, y repentino uno atrás como si dudase, y todo ello por el producido sonido vibrante de aquel bastón rebotando contra el suelo empedrado.

-Dejemos de fingir, llevo sintiéndote desde que penetre en ésta calle... -Todo el tiempo del mundo, pero ella era en cierto modo directa. -... Y desde que dejaste caer aquel atrevido hechizo, un hechizo que solo sirve para atraer.... ¿Qué es lo que deseas?

Una sonrisa interesada, una ceja que se alzaba dándole un gesto lleno de malicia e inteligente. Era difícil prever, cual era su intención en todo momento.