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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Lorcan J. Lhereux Jue Jun 16, 2011 2:50 pm

Llevaba escasos días en la capital Francesa y poco a poco se hacía hueco dentro de ésta. Se había decidido por aposentarse en un pequeño hostal a las afueras que le costaba poquísimo dinero al día, si bien todavía se encontraba en búsqueda de trabajo estable, el dinero se mantenía. El joven había tenido la oportunidad de trabajar en una antiquísima y prestigiosa herrería de Amiens donde además de aprender el arte de la forja, también pudo hacerse con suficiente dinero para subsistir por algo más de un mes. Y ahora se decidía a ir en busca de suculento alimento que pudiera saciar aquella hambre voraz. Los rugidos de su estómago podían compararse a los que daba las noches de luna llena y tener los sentidos agudizados no confería gran ayuda. Podía oler todo lo que en aquel lugar se cocinaba o ponía en venta. El pescado, la fruta, el incienso... incluso aquella apetitosa, rosada y jugosa carne que tanto le apetecía.

Aún así su mirada quedó como de costumbre seria y con cierto miedo. No se había dado cuenta pero evidentemente aquel mercado era un hervidero lleno de gente, humanos que ignoraban sobre su oscura maldición o compañeros fatales que se dejaban ver simplemente por las calles, con total descaro. Un hombre lobo de su tamaño se empezaba a marear entre tanta gente y no vio otra solución que acercarse a uno de los puestos de fruta de diversos colores.

Se posó sobre el marco de este carrito ambulante para sorpresa del mercader, inspiró y espiró con suficiente fuerza, cabizbajo, ojos cerrados. Los oídos, otro de sus sentidos agudizados, le proferían diferentes cuchicheos y habladurías sin sentido; empezaba a recordar por qué desde lo sucedido en Amiens no había intentado entrar en ningún núcleo "urbano". El cúmulo lo desorientaba y por consiguiente, lo asustaba. Abrió sus verdes ojos y los clavó en la primera fruta que vio, una manzana de vivo color rojo, levantó la vista y se encontró con la cohibida mirada del mercader.

-Dis... Disculpe.- acertó en decir, para luego darse la vuelta en busca de otro puesto menos transitado. Allí lo encontró, el de flores e inciensos, olores que llegarían incluso a calmarlo. Se acercó a ésta zona del mercado e inspeccionó con su nariz la zona; sin duda muchísimo más relajante, si bien todavía se encontraba algo nervioso por aquel lugar. No entablaría conversación con nadie.
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Mensaje por Amaris Thervasi Vie Jun 17, 2011 6:34 am

Con algo de dificultad ayudé a mis hermanos a cargar las pesadas cajas en el carromato que nos acercaría hasta el mercado ambulante. Las seis cajas enormes en las que en ese momento nos sentábamos contenían miles de pulseritas, de tónicos, de brebajes místicos hechos por la mano de los gitanos, incluso flores e incienso. Eran muy famosos en París, aunque nadie se atrevería a reconocer la calidad de aquello que fabricaban los de mi etnia.

Ese día nos tocaba a un pequeño grupo probar suerte en el mercado ambulante. La gente solía aventurarse por los bosques en busca de sus ungüentos o los bonitos adornos hechos a mano. También solían acercarse al circo, en busca de gente que le leyese la buenaventura. Pocas veces nos gustaba ir al mercado, ya que más de una vez nos había requisado el material la autoridad acusándonos de ladrones y estafadores.

No obstante, ese día decidimos volver a tentar a la suerte y le toco llevar a cabo la labor al clan Thervasi, o lo que es lo mismo, a mis seis hermanos y a mí. Salimos del campamento a buena hora de la mañana para tener tiempo de montar el pequeño puesto y de situarnos en un buen lugar. Me había vestido con un vestido sencillo de color rosa muy claro. También me había puesto un pañuelo en la cabeza de color plateado a juego con mis pulseras nuevas, ya que el dorado no me sentaba demasiado bien.

Con la ayuda de los chicos, no tardamos en montar el puesto. Ya había varios mercaderes que habían tenido la misma idea de venir pronto y, aunque estaba algo vacío el mercado, no tardó ni dos horas en empezar a llenarse. Entonces comenzamos a vender frenéticamente todos nuestros artículos.

Mis hermanos eran encantadores y vendían sin parar. Yo, más tímida, tardaba un poco en atender a todos los clientes, pero finalmente lo hacía. Algunos se quedaban mirando mi particular cabello, pero retiraban la vista enseguida. Estaba pensando en esconder todo el cabello debajo del pañuelo cuando vi al ser extraño.

Los gitanos teníamos un sexto sentido para todo lo que era sobrenatural; podíamos detectar cuando alguien no era del todo humano. Podíamos mirar su aura y ver su futuro si lo queríamos, pero eran cosas que teníamos que guardarnos por nuestro propio bien. Me quedé observando al hombre alto, tratando de averiguar de qué se trataba. No era vampiro, desde luego. Tampoco sentí en él la energía de los brujos, así que solo podía ser cambiaformas o lobo.

Y estaba enfrente de mí, y parecía encontrarse intranquilo. Tragando saliva me propuse distraerlo un poco de su nerviosismo. Agarré unas bonitas flores y le sonreí.

-¿Quiere flores para su dama, Monsieur?-le dije, imitando a los mercaderes que veía a mi alrededor. Sentía que había más seres cerca. Por eso no me gustaba venir a París.-No son demasiado caras, e incluso puedo regalarle algunas si quiere...
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Mensaje por Lorcan J. Lhereux Vie Jun 17, 2011 7:13 am

Se restregó con la palma de su mano los ojos, inspirando y espirando con más tranquilidad, dejándose llevar por los olores de aquel estimulante lugar cuando la voz de una mujer lo desorientó por completo. Bajó su mano, abrió ambos ojos y se encontró frente a una de las vendedoras de aquel lugar, seguramente gitana, que le ofreció un ramo de flores. El chico clavó su atenta mirada en el pálido y brillante cabello de la chica que sin duda había llamado no sólo su atención, sino las de todos los por allí presentes. Sin duda aquel misticismo que encerraba su persona la hacía por completo una gitana y recordó que los de su índole no es que fueran personas muy reales, lo que le hizo desconfiar de ella en un primer momento. Miró hacia otro lado con cierta vergüenza y finalmente acabó contestándole mientras observaba una serie de frascos denominados tónicos.

-Disculpe Mademoiselle, pero no tengo dama a quien otorgar flores.- admitió finalmente, y se obligó a sí mismo a observar a la mujer que tenía delante, la educación nunca se perdía. Esbozó una inconsistente sonrisa y se apresuró a añadir:

-Pero muchas gracias por la oferta...

Y de nuevo las tripas le rugieron, haciendo que soltara una pequeña carcajada llena de timidez mientras negaba con la cabeza. -Discúlpeme, pero hace siglos que no aplaco mi hambre.- dijo con aquellas palabras tan poéticas y propiamente de un gentilhombre de su época. Observó el puesto que regentaba y no pudo evitar fijarse en los demás miembros de éste, vendiendo de forma frenética. Giró de nuevo su vista hacia su alrededor, demasiada gente sin duda. Inspiró, espiró e intentó centrarse en la gitana que tan amablemente le había ofrecido flores. -¿Tiene algo para acabar con el hambre en su puesto?- como si de un terrible mal se tratara, una enfermedad asemejada a la peste que asolaba de vez en cuando las calles. Esta vez sí que consiguió sonreír con cierta consistencia y quizás se vio algo más tranquilo. Su mirada viajó de las flores que en un momento le había ofrecido hasta su rostro y finalmente se clavó de nuevo en aquella cabellera tan majestuosamente extravagante.
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Mensaje por Amaris Thervasi Vie Jun 17, 2011 8:30 am

-Oh, bueno. Hay muchas más cosas que quizás le gusten-dije, encogiéndome de hombros ante su respuesta y volviendo a depositar las flores en su lugar correspondiente. Parecía que había conseguido distraerlo un poco y ya no estaba tan nervioso. Recordaba que mi familia solía decirme siempre que, los seres sobrenaturales, nerviosos, eran un autentico peligro para todos ellos. Suspiré, aliviado y entonces lo observé durante unos instantes, tratando de discernir de qué se trataba aún. Para algunas cosas era tozuda.

Mi atento examen fue interrumpido de golpe por el estruendoso rugido de tripas del hombre. Sorprendida ante la intensidad del sonido, me descubrí a mí misma mordiéndome el labio para contener la carcajada que luchaba por salir. Parecía tan serio...Nunca hubiera imaginado que iba a pasar eso de repente. Me tapé la boca con la mano casi sin poder contenerme más y rompí a reír, disimuladamente, mirando hacia otra dirección para que el resto de los compradores no me viesen.

-Está usted disculpado, Monsieur-le dije aún con la risilla floja, impropia de mí. Aquel día me sentía radiante, como si fuera nueva. Quizás se debía a que mi padre llevaba varios días sin pasar por el campamento y no me había golpeado durante todo ese tiempo. Suspiré, pensativa cuando me preguntó si tenía algo de comida para él-.Aguarde un instante-le dije.

Me acerqué hasta nuestro carromato y levanté la pesada lona donde guardábamos más material y la comida que nos habíamos preparado antes de marcharnos. Como siempre, habíamos hecho de más debido a los "osos" de mis hermanos, cuyos estómagos eran como pozos sin fondo. No me explicaba como podían tener tan buena forma física con todo lo que engullían. Saqué uno de los paquetitos con un pato cocinado por mí, que también había cazado y despellejado yo.

Me acerqué hasta el hombre y se lo tendí con una amplia sonrisa. Me gustaba sonreír. Ahora que lo pensaba, casi nunca sonreía al vivir con miedo. Éstos días estaban siendo un autentico alivio para mí y para mi alma.

-¿Le parece bien, Monsieur? Es pato, con algo de sopa bañándolo que lleva verduras...Todo muy rico y nutritivo-le dije-. Es usted un hombre grande y necesita alimentarse bien. Créame que sé de lo que hablo; sólo mire a mis hermanos-dije, señalándoselos.

Mi hermano Lorcan me miró divertido y me sacó la lengua, burlón. Luego miró al hombre.

-Cójalo, Monsieur, sino se quedará enano y escuchimizado como nuestra Amaris-sonrió y después volvió su atención a las señoras que le pedían collares y pulseras de madera y cuero.
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Mensaje por Lorcan J. Lhereux Vie Jun 17, 2011 4:32 pm

De no haber acompañado la suya, la risa de aquella gitana le hubiera parecido un tanto cruel, pero sus gestos, sus palabras, todo parecía encaminado a que ella pretendía ser amable con él sin siquiera pedir nada a cambio. Gente de tal humanidad faltaba muy a menudo, la pequeña sonrisa escondida en su rostro se amplió y relajó mientras observaba a la muchacha de rubia y pálida cabellera internarse hacia un carromato. Mientras tanto el licántropo se dejó guiar por su vista, de izquierda a derecha de nuevo, contemplando una vez más a los ávidos vendedores que acompañaban a aquella mujer y sus rápidas transacciones. La vida del mercader le resultaría muy pesada, por el mero hecho de que lidiar con personas no era su fuerte. Tuvo la tentación de apoyar ambas manos en el puesto de madera y así lo hizo, con cuidado de no romperlo o hacer que cediera contra su peso.

Cuando ella le tendió el paquetito de comida no se dio relativa cuenta y tardó un par de segundos en enterarse. -Oh, disculpe.- la cortesía no podía perderla ante una dama que le otorgaba algo de comida. -Toda comida es buena durante los tiempos que corren.- afirmó asintiendo a su pregunta, mientras desenfundaba aquel paquete que contenía un jugoso pato con salsa y verduras. Ante sus palabras supo que aquella gitana tenía que lidiar con una amplia familia; aquellos ávidos vendedores eran sus hermanos al parecer. Observó al más cercano a ellos, que se burló de ella y dirigió unas amables palabras al licántropo, aquello le hizo asentir con naturalidad mientras les agradecía aquello.

-Muchas gracias.- no veía el momento de tomar incluso con sus propias manos aquel pato y llevárselo a la boca, hambriento como pocas veces lo había estado. Se le quedó grabado el nombre de su nueva conocida, Amaris.

-Así que Amaris, ¿no?- quizás estaba cometiendo algún pequeño error o simplemente aquel nombre era un mote que tenían sus hermanos para con ella. - Un placer, soy Lorcan.- se presentó sencillo, todavía con el paquete en una de las manos pero con la otra se la extendió en busca de un saludo un tanto frío y formal. Observó el devenir de las personas y no lo dudó más, con cierto descaro impropio de él dio un par de pasos y se situó entre los diferentes puestos, al lado de su nueva amiga. Luego sin duda le pagaría bien por aquella deliciosa comida que terminó por probar. Tras comer un poco se giró hacia ella, ya teniendo la boca libre, dispuesto a hablar con ella.

-Ya me disculpará que me ponga a comer aquí y de esta manera Mademoiselle.- sin duda todo el rato se estaba disculpando o agradeciendo. Sintió el sabor del pato y finalmente se decantó por afirmar que era la mejor pieza que había probado a lo largo de toda su vida. -Está perfecto. ¿Lo ha cocinado usted?- preguntó con simpleza, antes de llevarse otro trozo a la boca, demasiado hambriento como para preocuparse quizás por la fea imagen que de él se estaba llevando Amaris.
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Mensaje por Amaris Thervasi Dom Jun 19, 2011 4:00 am

No se podían negar los modales y la educación del caballero. Daba las gracias en el momento precioso y con una cortesía exquisita. Mientras el hombre sujetaba el paquete entre las manos decidió presentarse con el nombre de Lorcan, lo cual me arrancó una sonrisa, alegre. No era el único Lorcan aquí. Miré de reojo a uno de mis hermanos que estaba de espaldas vendiendo un bonito collar a una joven hermosa que lo miraba más a él que a la pieza que le ofrecía. El otro Lorcan, me dije, sonriente aún.

-Sí, es Amaris, es un nombre un poco raro-le dije encogiéndome de hombros y recolocando las flores que algunas de las clientas habían trasteado y mezclado-. Pero bueno, supongo que chica rara nombre raro, ¿no?-bromeé cogiendo una de las florecillas blancas cuyo tallo se había partido y colocándomelo detrás de la oreja, dejando el pelo hacia un lado. A las más jóvenes les encantaba llevar flores en el pelo y, si me veían con una puesta, quizás rogasen a sus madres y padres para que los compresa varias a juego con sus cabellos.

Lorcan, el recién llegado, consiguió escurrirse por los puestos hasta colocarse a mi lado. Era tremendamente alto comparado conmigo. Mi cabeza le llegaba a la altura del pecho, por lo que tenía que alzar la cabeza para mirarlo, al igual que me sucedía con casi todo el mundo pese a que mi estura estaba en la "media" normal.

-No hace falta que se disculpe, Monsieur-le dije observándolo comer con ansia. Pobre...¿Desde cuando llevaría sin comer? A lo mejor no sabía cocinar, o a lo mejor no tenía demasiado dinero, aunque su ropa era normal y no parecía un hombre de los bajos fondos.-Nosotros también nos vemos obligados a comer aquí en la calle cuando vendemos en el mercado. Y tampoco es que seamos muy galantes ni tengamos un estilazo para devorar la comida que traemos-le dije, sonriendo. Incluso comiendo "malamente" parecía todo rectitud y cortesía.

Asentí cuando me preguntó si el pato lo había cocinado yo y agradecí sus palabras. Mis hermanos eran ininteligibles cuando comían y a veces me hablaban con la boca llena, así que no sabía si estaban quejándose o agradeciéndome la comida. De todas formas, eran malos cocinares, salvo el mayor, así que no podían quejarse demasiado.

-Lo he cazado y cocinado yo, Monsieur Lorcan-dije, diciendo su nombre por vez primera. Lo habría llamado por el apellido, pero él no me había proporcionado ninguno, así que pensé que quizás estaba acostumbrado a que lo llamasen por el nombre de pila, igual que yo-. En la zona donde viven los gitanos y cerca del circo que también nos pertenece, hay un frondoso bosque lleno de vida y animales. Se encuentran los mejores manjares y ninguno escapa a mis flechas, aunque no suelo cazar piezas grandes.

Cazar para alimentarme era algo que había aprendido hacía mucho tiempo. Al tener un futuro tan incierto, decidí asegurarme el sustento si algo sucedía. No se me daba mal, después de todo, y estaba pensando en aprender a usar la honda.

Unas cuantas mujeres compraron flores para sus cabellos, tal y como había previsto. Se las vendí mostrando la mejor de mis sonrisas y ellas me dieron las gracias y se marcharon sonrientes entre risitas. Por sus vestidos caros y su edad diría que eran debutantes, futuras esposas de maridos ricos y poderosos. Me descubrí pensando que no las envidiaba para nada.

Regresé mi atención hacia Lorcan que aún comía el pato. Ya que en ese momento nadie pasaba por la zona de flores del puesto me dispuse a hablar un poco más con él, a preguntarle acerca de su persona. Sabía que tampoco debía indagar muy hondo, ya que era molesto, pero sólo quería saber cosas superficiales como:

-¿Es nuevo en París?-me acomodé apoyando la espalda en la pared-.No recuerdo haberle visto.

"Y su persona no habría pasado desapercibida para mí", pensé. Cualquier sobrenatural captaba inmediatamente mi atención.
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Mensaje por Lorcan J. Lhereux Dom Jun 19, 2011 11:35 am

Amaris sin duda no era un nombre común, al licántropo le parecía tan exótico como su cabellera de un rubio palidísimo, sin duda llamaba su atención, el detalle de la flor blanca detrás de la oreja le ofrecía un aire muchísimo más surrealista y estético. Lorcan sonrió. Cuando se encontró a su lado pudo compararse bien y ver que comparado con el cuerpo de la gitana, él era un palmo o quizás dos más alto que ella. Pudo lidiar tras que ella admitiera que no debía disculparse por comer allí, en el mercado ambulante, detrás de uno de los innumerables puestos. Aquel pato sin duda sabía a gloria, llevaba desde hacía más de un día sin probar alimento consistente alguno pues los días posteriores a una transformación de luna llena lo obligaban a mantener su estómago limpio, una especie de ritual contra las atrocidades que pudiera haber cometido durante el plenilunio. Sus dedos, manchados de la propia salsa del pato, encontraban cobijo en su boca, chupando estos sin disimulo alguno; su naturaleza salvaje a veces le hacía comer como un salvaje, más aún en ocasiones de terrible hambre como en aquel caso se daba.

Pudo saber que aquel pato no sólo había sido cocinado por Amaris, sino también cazado en las inmediaciones del circo gitano que también les pertenecía. Aquel bosque que citó llegó a llevarlo a cuestionarse si no sería mejor lugar para dejarse llevar por la matanza durante las noches de luna llena. La gitana había advertido que en aquella frondosa arboleda existía un amplio ecosistema, un ecosistema del cual podría hacer pleno uso durante sus noches lupinas. Intentó desviar sus pensamientos y se centró en la figura del circo, imaginándose con la carpa de colores rojos y blancos.

-Así que un circo. ¿También trabaja en él?- seguía tratándola de usted, con toda la educación posible en un hombre de su índole. Cuando observó que Amaris tenía clientela se mantuvo en un segundo plano, todavía comiendo y dirigiendo su mirada hacia los hermanos de la gitana que seguían vendiendo con tremenda avidez. Mientras daba otro mordisco al pato pudo comprobar que Amaris volvía hacia él, ahora preguntándole por su estancia en París. El joven engulló antes de hablar pues odiaba farfullar con comida en la boca.

-Digamos que he regresado tras un buen periodo de tiempo.- afirmó. -Hace seis años que partí de aquí en busca de cobijo en los diferentes pueblos colindantes y me he ido moviendo por ellos, cual nómada.- advirtió con tranquilidad. -Desde las frías costas normandas, pasando por el sur-este marsellés que conecta con el reino Italiano.- no le importaba en absoluto comentarle sobre sus viajes. -Han sido jornadas muy agotadoras, un viaje muy largo...- recalcó, comiendo un poco más de aquella jugosa ave de presa. -Pero ahora he vuelto a París para instalarme definitivamente aquí.- obviando el hablar de las razones que lo habían llevado a instalarse definitivamente en la capital francesa. Quería estabilidad en su vida, instaurarse en algún lugar, vivir con pocas preocupaciones, sacando el mejor provecho de su condición posible. Y gracias a la princesa Dominique Fontaine podía próximamente ver realizado su deseo, poder obtener un buen sueldo y vivir en aquel lugar.

-Los gitanos tenéis fama de nómadas...- o por lo menos la mayoría de ellos. -¿Sois de la capital o también vagáis por los reinados franceses?

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Mensaje por Amaris Thervasi Lun Jun 20, 2011 8:01 am

-¿En el circo? Me ocupo de apaciguar a los animales; tengo muy buena mano con ellos-le expliqué. Y era cierto. Todos se calmaban y se acercaban a mí para escuchar lo que tenía que decirles. Quizás se debía a mi infinita paciencia o a mi amor por ellos pero los osos, los lobos, los gatos de la montaña...Todos se calmaban con mi cercanía.-Quizá algún día pueda venir a ver nuestra función- le sugería-. Le aseguró que se divertirá, y quizás puedan leerle la buenaventura...¿No desea saber que le deparará el futuro?

Le sonreí. Aunque parecía muy serio, me resultaba agradable y cortés. Ojalá algún día fuera al circo, seguro que alguna de nuestras actuaciones conseguía sacarle una amplia sonrisa, pensé. Aunque yo no actuase-era demasiado tímida para ello y no creía poseer ningún talento para ser exhibido-, reconocía y admiraba a todos aquellos gitanos que trabajaban en el circo de cara al público. Siempre estaban al límite y lo hacían cada día, siempre con una sonrisa.

Lo escuché mientras me hablaba de sus viajes por el país. Al escucharlo, se me iluminaron los ojos. Había deseado viajar tantísimas veces...Nunca había salido más allá de París, aunque siempre había querido visitar España y Gran Bretaña. No quería marcharme sola, y mis hermanos no querían marcharse de Francia, ni siquiera alejarse de París. Suspiré y confesé a Lorcan:

-Le envidio, Monsieur. Usted ha visto mucho más que yo en su vida. Parece ser que yo me he quedado definitivamente atada a esta tierra. Aunque las jornadas sean agotadoras pienso que el ver más allá de lo que conoces compensa con creces el esfuerzo-dije señalando con el dedo el suelo. Suspiré y agarré una de las barritas de incienso para comenzar a jugar con ella entre los dedos- ¿Usted no tiene familia, nada que lo ate a un lugar?

Pensé en como sería mi vida sin ninguno de mis hermanos. Me moriría de soledad sin mis bestias dándome la lata. Los amaba tanto...Sabía que nunca saldría de Francia sin ellos seis a mi lado, aunque muchos de ellos fueran mayores que yo y supiesen cuidarse solitos. Evité pensar en aquel al que debía llamar padre, ya que no me inspiraba otra cosa que fuera temor, miedo y pena. No me importaría dejarlo tirado, aunque tampoco dejaría nunca que muriese como un animal. Se lo debía a mi madre.

-Como ve, nosotros somos de la capital, al menos mi familia y algunas más-le expliqué a Lorcan-. La mayoría de los gitanos son nómadas, y nosotros a veces movemos el campamento hacia otra zona de París, pero por regla general nos asentamos en un sitio bastante tiempo. En la tribu la gente va y viene; se muda, se casa, se va porque sí...Siempre hay gente nueva, mucha más que la gente que lleva tiempo allí, como es mi caso.

Para ser gitanos éramos raros. Siempre había supuesto que mis hermanos, mi padre e incluso yo teníamos apego a ese lugar debido a los recuerdos que nos traía de "Ella". Me dolía el pecho de sólo pensarlo.

-Entonces, ¿se queda definitivamente en París, Monsieur?-le pregunté-¿Ya ha acabado con sus viajes? Seguro que los va a extrañar. París es una ciudad de cotillas-le dije, bromista.
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Mensaje por Lorcan J. Lhereux Lun Jun 20, 2011 9:30 am

La naturaleza animal de Lorcan ya le había advertido de que las palabras de Amaris no contenían falsedad alguna. Podía aceptar sin ninguna duda que la imagen de la gitana podía calmar y apaciguar a los animales y bestias pues en su condición licántropa pudo denotar que ella le infundía cierta tranquilidad entre todo aquel tumulto de gente que vagaba, compraba y vendía.

-Me encantaría asistir algún día a vuestra función, Amaris.- afirmó con una tranquila sonrisa en el rostro. Una velada en el circo se le antojaba divertida y pronto, haciendo acopio del dinero que pudiera otorgarle la princesa a cambio de sus servicios, conseguiría hacerse con una entrada para dicho espectáculo. El licántropo negó cerrando ambos ojos, todavía con la sonrisa apaciguada que conseguía sonsacarle la joven de cabellera pálida. -Disculpe, pero no creo en la buenaventura.- afirmó, quizás un tanto mentiroso. No es que no creyera en la lectura del destino, sino simplemente que no quería saber qué le depararía; sabía que en aquellos momentos resultaría crucial y decisivo, quizás un obstáculo más para realizar su labor, por lo tanto se mantendría lejos de lectura de manos y demás. -Me gusta que el futuro sorprenda...- se excusó. -Aún así sí que asistiré a una de sus funciones.- enmendó aquella grosería ante lo ofrecido.

Amaris afirmó que le envidiaba por la serie de viajes que había realizado a lo largo de todo el reino francés. El suspiro antes de afirmarlo llevó a concretar que las palabras que salían de los labios de la gitana eran ciertos, o por lo menos bien actuados; nunca se sabía. La pregunta de ella no le produjo incomodidad alguna, sino que negó con extrema tranquilidad a la pregunta.

-No tengo ningún círculo afectivo que me ate a un lugar.- su vista se giró hacia los hermanos de Amaris, con una sonrisa, si bien tranquila, algo nostálgica. Recordó a su familia, su matrimonio de conveniencia antaño, sus dos pequeños Emma y Samuel... aquellos de quienes no había querido saber más cuando vio reconstruídas sus vidas tras su aparente muerte. -No puedo decir lo mismo de usted, Amaris...- comentó devolviendo su mirada a ella. -Veo que tiene una amplia familia que la mantiene un tanto atada...- corroboró con tranquilidad. -Y en eso, permítame afirmar, que la envidio a usted.- y sí, carecía de afecto humano, de un lugar al que denominar "casa" unas personas a las que querer.

-¿Nunca ha pensado en realizar un pequeño viaje?- cuestionó con interés. -Creo que sus hermanos podrían valerse por sí mismos, tal como los estoy viendo ahora vender.- retomó el pato, dándole otro voraz mordisco mientras contemplaba las ventas. -Y creo que usted es lo suficientemente mayor para no rendir cuentas a ningún padre o madre... si bien no conozco las costumbres propiamente gitanas.- siempre con algún pero, haciendo uso de disculpas que quizás no eran necesarias.

Escuchó la explicación acerca de su familia, gitanos que no se regían por la emigración continua, que se instalaban allí en la capital e iban observando cómo el círculo de su alrededor cambiaba, unos iban, otros venían. -Así que si bien no suele realiza muchos cambios de lugar, lo hace muy a menudo de personas con las que convive...- sacó su propia conclusión, pero a su vez aventuró a pensar que alguien como Amaris podría realizar un viaje nómada. Cazadora... seguro que podría valerse por sí misma en los bosques con cierta precaución y desconfianza.

-Me quedo definitivamente en París hasta nuevo aviso, Mademoiselle.- asintió lentamente, mientras terminaba de finalizar aquel pato que había conseguido adormecer a su estómago y aplacar su voraz hambre. -Los extrañaré... sin duda.- afirmó mientras observaba a la gente ir y venir. -Pero hay un momento en el que uno debe dejar atrás los juegos y comenzar una vida seria... ya sabe, conseguir un trabajo, mantenerse en un lugar... conocer gente decisiva en su vida...- fue enumerando, sin mucha dedicación, casi citando. -Es hora de que confíe un poco más en éste género humano, dejar un poco atrás mi carácter asocial y empezar a relacionarme más...- si bien por conveniencia muchas veces. Su vida era larga, la maldición le había otorgado gran rapidez regenerativa, longevidad y sentido del peligro... aquello le permitía el replantearse el después continuar su viaje o finalmente afianzarse aquí tras su misión. -Creo que al final deberé elegir... si quedarme aquí para el resto de mis días con algún que otro mísero viaje... o volver a retomar mi carácter nómada y embarcarme en nuevos destinos, ya lejos de la propia Francia.- y si la revolución fluctuaba entonces no tenía otra elección, debería escapar con la mayor rapidez posible.

-Muchas gracias por el alimento...- sonrió mientras cerraba el paquetito que había contenido aquel delicioso pato y mientras lo sujetaba con la mano derecha rebuscó con la izquierda dentro de los bolsillos interiores de su rehusada chaqueta. Sacó una pequeña bolsa de piel, desgastada por el paso del tiempo y tomó unos cuatro francos... quizás demasiado optimista ante la eficacia de su próximo trabajo, pues pensaba otorgar a Amaris un cuarto de todo el dinero que llevaba consigo. -Tenga, realmente se los merece.- sonrió mientras le tendía la mano con las monedas. Pensó que quizás se quedaría a hablar un poco más con la dama, preguntarle acerca de aquel bosque donde cazaba, los horarios del circo y diversas trivialidades para pasar la tarde.
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Mensaje por Amaris Thervasi Mar Jun 21, 2011 4:43 am

Sonreí cuando me dijo que no creía en la lectura del futuro. Por algún motivo esperaba que dijese eso. Me encogí de hombros y le prometí reservarle un buen sitio cuando fuera al circo.

Cuando habló de que no tenía familia me extrañó un poco. Sabía que los seres sobrenaturales podían tener problemas para relacionarse con el resto de los mortales, pero aún así era triste. Me parecía un buen hombre, fuera lo que fuese, y además era amable y parecía inteligente. Supe que aquí en París se lo rifarían y la idea de verlo rodeado de señoritas susurrándole que le concedían sus favores me arrancó una sonrisa. Miré a mis hermanos cuando los mencionó.

-En realidad se cuidan bastante bien solos, pero les gusta tenerme con ellos-le dije, mirándolos con afecto. Eran una de las pocas personas que de verdad me querían y aceptaban tal y como era, con todas y cada una de mis rarezas. Los únicos que me defendían y darían la vida por mí, si fuera necesario.

-La verdad es que no puedo quejarme Tengo una familia grande a la que amo-le dije a Lorcan, mirándolo a los ojos-.Me siento halagada de que me envidie por esto, Monsieur. Mis hermanos son increíbles.

Cuando me preguntó acerca de viajar lo pensé un segundo. Pero enseguida negué con la cabeza. No podía dejarlos. No con Tharo, no con mi padre. Tampoco podía dejarlo a él...¿Y si se metía en una pelea y moría acuchillado? ¿Y si bebía tantísimo que caía al río y se ahogaba? Aunque fuera un maltratador tenía que seguir vivo si estaba en mi mano y en la de los chicos.

-Bueno, las mujeres están más sujetas a la decisión del padre-me entraron ganas de reír por no llorar. Si yo realmente tuviera un padre...-, y, además, tengo que cuidar del mío. El no está muy bien-dije, vagamente. Tharo era algo de lo que no me gustaba hablar. Me daba miedo mencionarlo por si aparecía de repente, dispuesto a abofetearme o a humillarme en público, como tanto le gustaba hacer.

- La verdad es que la gente de la tribu si es bastante cambiante, aunque nos llevamos bien con todos los recién llegados y rara vez hay rencillas-le expliqué-. Tenemos como un pacto de amistad y fraternidad. Supongo que los gitanos, al ser parias por donde van, tienen que unir fuerzas para sentirse un poco menos solos. Ya sabe usted que aunque a muchos de la alta sociedad les encanta tener gitanos y gitanas en sus camas, prefieren no tenerlos ni en sus restaurantes ni en sus trabajos-dije, con algo de indiferencia fingida. Me molestaba el hecho de que fuéramos considerados tan malamente. Yo, por ser albina, era incluso repudiada en muchas ocasiones en el seno de mi propia comunidad. Aunque ya estaban mis hermanos ahí para quitarles las ideas a tortazos.

Los chicos pusieron un cartelito sobre nuestro puesto que indicaba que se tomaban una pausa para comer, al igual que estaban haciendo en todo el mercado. Riendo y hablando entre ellos, corrieron al carromato a sacar la comida mientras Vittorio, mi hermano mayor y más responsable que ninguno, se dedicaba a contar el dinero. Ver la comida en sus manos hizo que me entrase hambre.

Escuché los motivos por los que dejaba sus viajes y volvía a la capital. Buscaba una vida más estable, un trabajo, gente en la que confiar...Buscaba una vida normal y corriente;buscaba la felicidad, pensé. Al menos por el momento.

-Cuando haya hecho amigos aquí, tengo un hogar y un trabajo no querrá marcharse, Monsieur-le dije, sonriendo con amabilidad.Conocía mucha gente que, cuando se asentaba en París, jamás se marchaba. Quizás era ese aire elegante que poseía el lugar, el misticismo del mismo o el orgullo de vivir en la famosa capital...Pero todos se quedaban. O al menos la inmensísima mayoría.

Me quedé sin saber que hace cuando tras agradecerme el alimento que le había dado me tendió tantas monedas juntas. Di un paso hacia atrás negando con la cabeza. Me acerqué a su mano y cogí un par de monedas, mucho menos que la mitad y le obligué a cerra la mano en un puño con el dinero dentro. Lo miré a la cara negando al tiempo que decía:

-La comida no vale tan cara, Monsieur. Y más si la he cazado y cocinado yo- me guardé las moneditas en una pequeña bolsita que llevaba oculta en el vestido y que me colgaba del cuello.-Además, se la he dado porque he querido, porque usted me arrancó una sonrisa...O más bien lo hicieron sus tripas-le dije.

Mi hermano Tai me trajo la comida, la que llevaba escrita mi nombre y la que había preparado yo. Miró a Lorcan un segundo sin ningún tipo de expresión, preguntándose si era peligroso o no. Pude deducir. Mis hermanos sabían tan bien como yo que él no era del todo humano. Luego Tai me acarició el hombro y volvió con los demás a engullir como patos todo lo cocinado. Volví mis vista hacia Lorcan, al tiempo que habría el paquete y sacaba las piezas de fruta que había echado y mezclado. Aquel día no me apetecía carne, además era muy aparatosa de comer en mitad de la calle, como le había sucedido a Lorcan que tan incómodo se había sentido. Comencé a comer cerezas tratando de no mancharme el vestido cuando mordía.

-Ahora que hay mucha menos gente, ¿le apetece dar un paseo por el mercado, Monsieur?-le sugerí. Sabía que él estaba nervioso por la cantidad de gente que había en el lugar. No era cómodo tener que andar entre todos ellos, y menos si una persona no estaba acostumbrada a tanto bullicio-. Seguro que ve algo que quiere comprarse con su dinero, aunque ha de llevar cuidado y no mostrarlo todo. Podrían intentar quitárselo.
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Mensaje por Lorcan J. Lhereux Jue Jun 23, 2011 10:50 am

El licántropo podía ver en la mirada de la gitana que sin duda tenía gran aprecio a sus hermanos, aquel sentimiento tan enternecedor y entrañable. Como una unión de genes podía hacer de un grupo de personas un mundo aparte, un mundo lleno de humanidad. Así era, cosas como esas eran las que hacían que el licántropo no abandonara su parte humana, cosas como esas lo tenían sujeto al suelo. Y sí, sin duda la envidiaba por tener un grupo de gente tan amplio al que querer. Una sonrisa ahora despreocupada, nostálgica, colmaba los labios del licántropo que podía ver el nacimiento de ambos sus hijos, Samuel y Emma. Ahora podían estar a punto de morir, en un momento álgido de su vida, pero sabía que allí donde se encontraran tendrían apoyo familiar. Bendito apoyo familiar que tanto extrañaba.

Parece ser que entró en terreno minado cuando mencionó la figura del padre. Con educación dejó pasar aquello, sin querer indagar más en aquella herida que parecía ser un punto débil de Amaris. La sonrisa del chico quedó todavía allí, en sus labios, reacia a moverse un centímetro por mucho que hubiera metido la pata con aquello. -No sabe cómo la comprendo, Amaris.- afirmó cuando ella le advirtió de que aquel comportamiento tan unido se debía en gran parte al ser parias que en muchos lugares eran rechazados por su condición nativa. Así le sucedía a él, en sus viajes al norte de Francia había podido experimentar el odio, el miedo que sembraba en ciertas comunidades que se regían por diferentes costumbres mágicas. Antiguos chamanes que lo señalaban ante el pueblo hablando de la maldición que sopesaba a sus espaldas. -La debilidad es la que hace fuerte al ser humano.- afirmó enigmático. -Ese menosprecio que siente gran parte de la comunidad actual por su raza es lo que realmente los hace más fuertes, es lo que los hace más puros.- lo observaba así y no solía acallar su opinión, nunca. Quizás estaba divagando demasiado en su mundo interior, quizás estaba de nuevo aullando a la luna sin motivo concreto y aquello le sacó un pequeño e inocente rubor que parecía algo demasiado extraño en un licántropo de su edad.

-Disculpe, me pierdo en mis cavilaciones.- de nuevo educado, su mirada clavada de nuevo en el asombroso cabello de su nueva amistad.

Entonces todo sucedió rápido, la charla mercantil llegó a su fin y la mirada verde del licántropo se giró hacia los hermanos de Amaris que ya cerraban el puesto y se disponían a comer. Quizás estaba retrasando demasiado a la gitana, si su presencia molestaba no dudaría dos veces y marcharía de aquel lugar ya bien alimentado. -Eso espero, busco un lugar del que no querer escapar.- asintió antes de entregarle aquellas monedas que estimaba eran lo menos que podía entregar por la hospitalidad de aquella gitana que, excluyendo a Dominique Fontaine, era con la única persona de París con la que había podido entablar conversación tras si regreso.

-No es sólo la comida, mademoiselle.- afirmó con tranquilidad, guardándose las monedas restantes, dispuesto quizás a más adelante entregarle unos pocos más florines. Ahora sí que se tenía que guardar el por qué de aquel derroche de dinero. No podía decirle algo como: "Soy un licántropo que ha ido poco a poco desconfiando de la humanidad, pero pequeñas luces como la suya son las que me hacen poco a poco salir de mi introversión". No, no podía decirle aquello, sería demasiado extravagante, sonaría tremendamente raro y confesar a alguien que era un licántropo sólo le traería problemas; Un secreto no existe hasta que dos personas saben de ello.

Uno de sus hermanos llegó con la comida de Amaris y le otorgó una neutra mirada a Lorcan. El licántropo sonrió con cierta dificultad ahora, quizás forzado al comenzar a desarrollar en su mente el por qué de aquella mirada. ¿Lo veía como un peligro? Entonces las palabras de Amaris consiguieron que olvidara todo aquel asunto cuando le preguntó por si quería caminar junto a ella por el mercado.

-Sería un placer, Amaris.- asintió lentamente mientras comenzaba su andanza junto a ella por las ahora más desahogadas calles del mercadillo. Había una pequeña curiosidad que quería saciar, pero quizás era demasiado preguntar por aquello a la gitana. Aún así intentaría conocer la respuesta a su duda.

-Y dígame, Amaris, ¿es verdad las habladurías que dicen de que su pueblo posee diferentes... habilidades... un tanto especiales? - muchos afirmaban que eran videntes, otros que sus maldiciones podían causar las peores de las enfermedades. Si bien se hacía a sí mismo no creer en el futuro, en el destino, en su condición sobrenatural él podía perfectamente creer en todas aquellas virtudes de las que los gitanos eran partícipes en la cultura general de la época. -Si desea contestarme, claro.
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Mensaje por Amaris Thervasi Dom Jun 26, 2011 5:48 pm

Sonreí ante sus palabras hacia mi raza. Llevaba razón. Éramos fuertes porque no teníamos otro remedio. Juntos salíamos de cualquier problemas y juntos permanecíamos si hacía falta, hasta el final. Negué con la cabeza dándole a entender que sus cavilaciones estaban bien. Que no eran molestas; al contrario. Parecía una persona que le daba muchas vueltas a las cosas. Eso era bueno, siempre y cuando esas cosas sobre las que pensaba le permitiesen descansar por las noches...Si era de rama más pesimista...estaba apañado, seguro que sufría más de lo necesario.

-Quizás este sea su lugar-le dije, casi con un poco de misterio, arruinado solo por mi sonrisa amistosa y bromista-. Quizá este lugar le depare más sorpresas de la que se espera, y todas sean buenas-. Lo que sería una auténtica suerte, pensé. No era el único ser sobrehumano aquí, y los vampiros, cambiaformas, hombres lobo y cazadores estaban con el hacha de guerra en pie.

Cuando aceptó mi oferta de dar un pequeño paseo, no lo dudé un segundo. Me acabé la fruta, presurosa, deseando ver el mercado y poder enseñárselo a Lorcan. Seguro que acababa por relajarse del todo si tenía a alguien un poco parlarchín a su lado. Yo, aunque por costumbre callada, hoy me sentía con fuerzas de ser una auténtica pesada si con eso conseguía arrancarle alguna carcajada a Lorcan. Me daba la impresión de que hacía tiempo que no se reía de verdad, con carcajadas sinceras y limpias. A decir verdad yo tampoco reía mucho, pero sabía que era una de las sensaciones más maravillosas del mundo...Cuando me descubría riendo, con las mejillas sonrosadas y los ojos claros brillantes debido a la acelerada respiración, me parecía una persona casi normal.

Escuché la pregunta de Lorcan y se me cayó el alma a los pies. Temía que si él sabía que yo sabía que no era "normal" se marchase o me odiase por ocultárselo. O quizás pensase que era una hábil cazadora que trataba de atraerlo a una trampa. Suspiré y decidí ser todo lo sincera posible con él. Aunque todo el mundo sabía que los gitanos poseíamos ciertos dones, nadie se había atrevido jamás a comprobar si era verdad. Tenían demasiado miedo o les parecía demasiado fantasioso.

-Los gitanos, los que tienen un padre y una madre gitana como mis hermanos-miré hacia atrás para asegurarme de que ninguno de ellos me seguía, curioso- poseen ciertos dones que se van potenciando con la práctica y con la edad como leer la buenaventura, potenciar su aura propia o leer en las demás y también...-me mordí el labio-. Somos capaces de saber si la persona que tenemos delante es del todo humana o pertenece a otro tipo de...raza-. Lo miré de reojo-.Yo he tenido suerte. Mi madre era gitana, pero no mi padre. Pese a eso he nacido con estos dones, con los tres. Aunque el de las auras, el de potenciar la mía propia, me cuesta un poco.-dije, encogiéndome de hombros, indiferente. Aguardaba su reacción ante mi pequeña revelación de que podía conocer qué era en realidad.

Anduvimos en silencio unos segundos. Me miré los pies, los bajos de la falda, las manos con pequeños anillos y las uñas no demasiado largas y de un rosa pálido, tan pálido como el de mis labios. Suspiré y miré al frente, a los puestos que aún estaban abiertos. Muchos de ellos tenían cosas tan hermosas...Me aparté un mechón del rostro y sin querer rocé la flor del pelo que se tambaleó y cayó al suelo. Sin darle mayor importancia seguí caminando al lado de Lorcan, esperando su respuesta.
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