AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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El sueño del caracol {Benjamin}
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El sueño del caracol {Benjamin}
Su mirada vagaba desde un punto específico de la nada a otro de la misma índole. Sentada sobre un banco del gran jardín botánico, respiraba profundamente permitiendo que sus pulmones se llenaran de un maravilloso aire limpio e impregnado de la belleza aromática de las flores que aún a pesar de haber terminado la primavera mantenían su aroma en el verano. Por cualquier lado que ella fuese, podía sentir el suave aroma de las flores y los árboles… amaba esas fragancias. Muchas veces le traían recuerdos, o más bien, la dejaban en estado mental en el que ella podía imaginar que realmente se encontraba en momentos específicos de su pasado. Un pasado que le gustaría fragmentar y quitar todo recuerdo malo para dejar sólo lo que la hacía feliz y le hacía recordar su papel en la vida.
Siempre solía huir todo el tiempo que le fuese posible de casa, puesto que aquel lugar le traía buenos y malos recuerdos al mismo tiempo. Cada vez que se ponía a pensar en todo lo que había tenido que pasar se entristecía porque la culpa que sentía nunca podría arrancarla de su ser. Negó con la cabeza intentando alejar malos recuerdos y tristes pensamientos de su cabeza para concentrarse en admirar la belleza del lugar en donde estaba. Había decidido enviarle una pequeña nota a Benjamin, para poder hablar con él un poco. Las cosas habían sucedido de manera accidentada cuando se conocieron, y siempre solía sonreír cuando lo recordaba. Debía admitir que se había sentido avergonzada por haber leído su libro por accidente cuando se lo llevó y que se había avergonzado aún más cuando tuvo que volver hacia el lugar donde él trabajaba para devolvérselo.
Sin duda ella pensaba que él tenía mucho futuro como escritor, puesto que sus historias eran interesantes e incluso espeluznantes. Ella confiaba y esperaba que le fuese bien con sus historias. Sus manos descansaban entrelazadas sobre su regazo, mientras miraba hacia todos lados. Él era uno de los únicos hombres que ella aceptaba que se le acercaran, puesto que su fobia hacia ellos no se había mermado desde aquel incidente con su tío. Él había sido una persona muy amable con ella e incluso ella lo veía como su protector. Siempre se había comportado de buena manera con ella, y tal vez era por eso que no le temía. Suspiró una vez más luego de tantas otras, esperando que su notita no hubiese sido un inconveniente para él y esperaba que no lo estuviese molestando al haberlo invitado a dar un paseo. Sabía lo importante que era su trabajo y no quería por ningún motivo traerle problemas.
A lo lejos, divisó una silueta alta que ella estaba segura sería él. Sonrió y se levantó, para encontrarse con él. Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca para que la oyese lo saludó – ¡Buenos días! Espero no haberle causado muchos problemas al enviarle aquella nota- se disculpó de inmediato, bajando la mirada mientras sonreía con nerviosismo.
Siempre solía huir todo el tiempo que le fuese posible de casa, puesto que aquel lugar le traía buenos y malos recuerdos al mismo tiempo. Cada vez que se ponía a pensar en todo lo que había tenido que pasar se entristecía porque la culpa que sentía nunca podría arrancarla de su ser. Negó con la cabeza intentando alejar malos recuerdos y tristes pensamientos de su cabeza para concentrarse en admirar la belleza del lugar en donde estaba. Había decidido enviarle una pequeña nota a Benjamin, para poder hablar con él un poco. Las cosas habían sucedido de manera accidentada cuando se conocieron, y siempre solía sonreír cuando lo recordaba. Debía admitir que se había sentido avergonzada por haber leído su libro por accidente cuando se lo llevó y que se había avergonzado aún más cuando tuvo que volver hacia el lugar donde él trabajaba para devolvérselo.
Sin duda ella pensaba que él tenía mucho futuro como escritor, puesto que sus historias eran interesantes e incluso espeluznantes. Ella confiaba y esperaba que le fuese bien con sus historias. Sus manos descansaban entrelazadas sobre su regazo, mientras miraba hacia todos lados. Él era uno de los únicos hombres que ella aceptaba que se le acercaran, puesto que su fobia hacia ellos no se había mermado desde aquel incidente con su tío. Él había sido una persona muy amable con ella e incluso ella lo veía como su protector. Siempre se había comportado de buena manera con ella, y tal vez era por eso que no le temía. Suspiró una vez más luego de tantas otras, esperando que su notita no hubiese sido un inconveniente para él y esperaba que no lo estuviese molestando al haberlo invitado a dar un paseo. Sabía lo importante que era su trabajo y no quería por ningún motivo traerle problemas.
A lo lejos, divisó una silueta alta que ella estaba segura sería él. Sonrió y se levantó, para encontrarse con él. Cuando por fin estuvo lo suficientemente cerca para que la oyese lo saludó – ¡Buenos días! Espero no haberle causado muchos problemas al enviarle aquella nota- se disculpó de inmediato, bajando la mirada mientras sonreía con nerviosismo.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 07/05/2011
Re: El sueño del caracol {Benjamin}
Las pesadillas parecían haber remitido. A pesar del estrés, a pesar de todo el trabajo, de la vida activa y bulliciosa de París, a pesar de todo eso… Las pesadillas habían remitido. Tal vez porque llegaba demasiado cansado por las noches a su dormitorio, pero ni siquiera recordaba sus sueños. Y si lo hacía los monstruos y los demonios habían sido sustituidos por personas normales y corrientes que lo más que le hacían era traicionarle o molestarle.
Y, aunque le había costado muchos días reconocerlo, lo echaba de menos. Ya no había bajado de nuevo a las tumbas de la sumergida Ry’leh. No había huido de los perros de los Tíndalos. Ni sentía la ansiedad de ser cazado por el vampiro estelar del quinto círculo. En resumen, no podía plasmar todos aquellos sueños en sus relatos. Y cuando se sentaba frente al papel en blanco y la pluma cargada de tinta no podía escribir. Las ideas no le fluían. No… No podía. Así de simple. Se agobiaba, se bloqueaba y se sentía mal consigo mismo.
Y por eso aquellos encuentros con Eiri eran como un oasis en el desierto. Esas citas con ella le relajaban, le permitían hablar de cualquier tema, de lo que fuera con total naturalidad. A pesar de ser casi una niña, una jovencita, era de las pocas personas con las que más a gusto se sentía. Ni siquiera se avergonzaba de pasar un rato a solas con ella como con el resto de las mujeres. Quizá porque no la consideraba como tal, porque le llevaba casi diez años y porque para él Eiri era la representación de la pureza e inocencia que sus pesadillas se habían llevado con él.
El único pero que le veía a aquellos encuentros era lo que podrían pensar los demás. Al fin y al cabo ella pertenecía a la alta sociedad y tarde o temprano encontraría un buen partido de rica cuna con el que unificar sus fortunas. Y no quería que su compañía o las habladurías de las viejas la pusieran en un mal lugar o tuviera mala fama en los círculos de la alta sociedad. Por eso siempre trataba de citarse con ella en lugares públicos y a la vista de todos, de forma que no diera lugar a malentendidos de cara a los demás. Incluso se había propuesto varias veces verla menos…
Pero era imposible. En cuanto había recibido aquella nota no se lo había pensado dos veces. Había dejado lo que estaba haciendo, se había puesto el sombrero y había salido de su pequeña habitación directo hacia el Jardín Botánico.
Tras una breve búsqueda la encontró y se acercó a ella con una sonrisa dibujada en el rostro. No sólo era una muchacha estupenda, sino que era un regalo para la vista. Como un pequeño ángel caído del cielo. Era justo lo contrario a los demonios de sus sueños.
-No diga tonterías, se lo ruego-le respondió sin perder la sonrisa-. Siempre es un placer verme con vos, no lo dude. ¿Cómo os encontráis? Contadme, ¿qué ha sido de vos en éstos días?-preguntó interesado.
Y, aunque le había costado muchos días reconocerlo, lo echaba de menos. Ya no había bajado de nuevo a las tumbas de la sumergida Ry’leh. No había huido de los perros de los Tíndalos. Ni sentía la ansiedad de ser cazado por el vampiro estelar del quinto círculo. En resumen, no podía plasmar todos aquellos sueños en sus relatos. Y cuando se sentaba frente al papel en blanco y la pluma cargada de tinta no podía escribir. Las ideas no le fluían. No… No podía. Así de simple. Se agobiaba, se bloqueaba y se sentía mal consigo mismo.
Y por eso aquellos encuentros con Eiri eran como un oasis en el desierto. Esas citas con ella le relajaban, le permitían hablar de cualquier tema, de lo que fuera con total naturalidad. A pesar de ser casi una niña, una jovencita, era de las pocas personas con las que más a gusto se sentía. Ni siquiera se avergonzaba de pasar un rato a solas con ella como con el resto de las mujeres. Quizá porque no la consideraba como tal, porque le llevaba casi diez años y porque para él Eiri era la representación de la pureza e inocencia que sus pesadillas se habían llevado con él.
El único pero que le veía a aquellos encuentros era lo que podrían pensar los demás. Al fin y al cabo ella pertenecía a la alta sociedad y tarde o temprano encontraría un buen partido de rica cuna con el que unificar sus fortunas. Y no quería que su compañía o las habladurías de las viejas la pusieran en un mal lugar o tuviera mala fama en los círculos de la alta sociedad. Por eso siempre trataba de citarse con ella en lugares públicos y a la vista de todos, de forma que no diera lugar a malentendidos de cara a los demás. Incluso se había propuesto varias veces verla menos…
Pero era imposible. En cuanto había recibido aquella nota no se lo había pensado dos veces. Había dejado lo que estaba haciendo, se había puesto el sombrero y había salido de su pequeña habitación directo hacia el Jardín Botánico.
Tras una breve búsqueda la encontró y se acercó a ella con una sonrisa dibujada en el rostro. No sólo era una muchacha estupenda, sino que era un regalo para la vista. Como un pequeño ángel caído del cielo. Era justo lo contrario a los demonios de sus sueños.
-No diga tonterías, se lo ruego-le respondió sin perder la sonrisa-. Siempre es un placer verme con vos, no lo dude. ¿Cómo os encontráis? Contadme, ¿qué ha sido de vos en éstos días?-preguntó interesado.
Benjamin Devisme- Humano Clase Media
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 03/07/2011
Re: El sueño del caracol {Benjamin}
Eiri pensaba una y otra vez el por qué una persona como él había aceptado acercarse a ella, a pesar de todos los inconvenientes que ella misma ponía para que nadie se le acercara. Siempre había creído que ella tenía algo malo en su interior, porque toda la gente que ella alcanzaba a apreciar siempre tenía un final trágico… y casi siempre en la fecha de su cumpleaños. A veces lo pensaba y sentía miedo de que a Benjamin también le sucediera algo malo y ella nunca se perdonaría que le pasara algo por su culpa. Todos aquellos miedos desaparecían cuando él aparecía frente a ella, todo lo malo que podía pensar que le sucedería parecía desaparecer cuando se encontraba con él.
Volvió a sonreír levantando la cabeza para encontrarse con los ojos del caballero –Estoy muy bien, ¿Y usted, cómo se encuentra? ¿Ha tenido mucho trabajo?- preguntó de inmediato, sin responder a todas las preguntas que él le había hecho. Ladeó el rostro por un leve instante y se acercó a él, atreviéndose a tomarse de su brazo. Él le recordaba mucho a su padre y tal vez por eso confiaba en el escritor y le gustaba pasar tanto tiempo con él. –venga, sentémonos un momento- le indicó guiándolo del brazo hacia el mismo banco en el que ella se había sentado a esperarlo. Estaba feliz, hacía varios días que no lo veía y suponía que quizás fuese porque el trabajo en el ayuntamiento lo agobiaba y a vece se sentía culpable de sacarlo de su trabajo cuando tal vez necesitaba de ese tiempo en avanzar con sus tareas. Cuando por fin llegaron al banco, ella se soltó del brazo del hombre y se sentó. Esperó cortésmente a que él se sentara junto a ella para poder continuar con la conversación –Yo no he tenido mucho que contar a decir verdad- respondió sonriendo alegremente mientras arreglaba uno de los bordes de su vestido. En su bolsita llevaba su monedero y también una pequeña cajita con unos caramelos que su nana había hecho hacía unos días y que Eiri había guardado para entregárselos a Benjamin.
Por un momento se sintió dudosa, porque no sabía cómo reaccionaría él cuando ella le contase que había estado en las afueras de París hasta altas horas de la noche acompañada de una gentil gitana que luego amablemente la llevó hasta su hogar, donde tuvo que aclararle a sus empleados que Éabann, la gitana, no la había secuestrado ni mucho menos, sino que se había preocupado de cuidarla y llevarla sana y salva hasta la casa, luego de que a Eiri se le hubiese hecho tarde el regreso desde el cementerio. ¿Se lo contaría? No estaba segura, porque sería un hecho de que sería regañada por cometer una imprudencia como aquella. Suspiró y miró sus manos que aún estaban enguantadas, luego levantó la vista y lo miró. No le gustaba tener secretos con él y sabía que todo lo que él pudiese decirle sería por su bien–Sabe… yo… hace poco conocí a una persona que es muy buena y me prometió que seríamos amigas- sonrió fugazmente y esperó las palabras de él.
Volvió a sonreír levantando la cabeza para encontrarse con los ojos del caballero –Estoy muy bien, ¿Y usted, cómo se encuentra? ¿Ha tenido mucho trabajo?- preguntó de inmediato, sin responder a todas las preguntas que él le había hecho. Ladeó el rostro por un leve instante y se acercó a él, atreviéndose a tomarse de su brazo. Él le recordaba mucho a su padre y tal vez por eso confiaba en el escritor y le gustaba pasar tanto tiempo con él. –venga, sentémonos un momento- le indicó guiándolo del brazo hacia el mismo banco en el que ella se había sentado a esperarlo. Estaba feliz, hacía varios días que no lo veía y suponía que quizás fuese porque el trabajo en el ayuntamiento lo agobiaba y a vece se sentía culpable de sacarlo de su trabajo cuando tal vez necesitaba de ese tiempo en avanzar con sus tareas. Cuando por fin llegaron al banco, ella se soltó del brazo del hombre y se sentó. Esperó cortésmente a que él se sentara junto a ella para poder continuar con la conversación –Yo no he tenido mucho que contar a decir verdad- respondió sonriendo alegremente mientras arreglaba uno de los bordes de su vestido. En su bolsita llevaba su monedero y también una pequeña cajita con unos caramelos que su nana había hecho hacía unos días y que Eiri había guardado para entregárselos a Benjamin.
Por un momento se sintió dudosa, porque no sabía cómo reaccionaría él cuando ella le contase que había estado en las afueras de París hasta altas horas de la noche acompañada de una gentil gitana que luego amablemente la llevó hasta su hogar, donde tuvo que aclararle a sus empleados que Éabann, la gitana, no la había secuestrado ni mucho menos, sino que se había preocupado de cuidarla y llevarla sana y salva hasta la casa, luego de que a Eiri se le hubiese hecho tarde el regreso desde el cementerio. ¿Se lo contaría? No estaba segura, porque sería un hecho de que sería regañada por cometer una imprudencia como aquella. Suspiró y miró sus manos que aún estaban enguantadas, luego levantó la vista y lo miró. No le gustaba tener secretos con él y sabía que todo lo que él pudiese decirle sería por su bien–Sabe… yo… hace poco conocí a una persona que es muy buena y me prometió que seríamos amigas- sonrió fugazmente y esperó las palabras de él.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
- Mensajes : 36
Fecha de inscripción : 07/05/2011
Re: El sueño del caracol {Benjamin}
A Benjamin le encantaban los extraños rasgos de Eiri. A pesar de tener apellido prusiano y hablar perfectamente francés sus rasgos eran únicos. Para el funcionario era la primera persona que conocía con facciones asiáticas y siempre le habían llamado la atención. Lo encontraba sencillamente fascinante.
Pero no se detuvo demasiado en aquellos pensamientos, no podía. Enseguida Eiri también le bombardeó con sus preguntas, a las que no respondió todavía. Dejó que la jovencita le tomara del brazo y le guiara hasta el banco en el que le había estado esperando, donde tomaron asiento. Todas las dudas y los malos pensamientos que había tenido de lo ideal de verse con ella habían desaparecido en un instante. Todo el trabajo, todas las preocupaciones, todo el estrés, todo… Plof, como una nube que se evapora ante una fuerte ráfaga de viento.
-Bueno, el trabajo en el ayuntamiento es el de siempre. Escribiendo cartas que me dictan, firmando documentos, ordenando archivos… Últimamente tenemos muchísimo trabajo, la verdad. Nuestro querido Napoleón Buenoemparte-dijo en un claro tono irónico- se ha empeñado en crear una administración fuerte. Lo cual no es tanto un problema, sobre todo porque nos da de comer a muchos. Pero no estoy tan seguro que los habitantes de Córcega o Britania se lo tomen tan bien…-justo en ese momento recordó que hablaba con una niña de diecisiete años a la que podía meter en problemas si alguien oía aquella conversación-. Ah, perdóneme. A veces olvido vuestra edad y condición-se disculpó apresuradamente-. Olvide lo que he dicho, por favor. No quisiera causaros problemas. Y ahora no os escabulláis y contadme qué ha sido de vos. Seguro que algo interesante os ha tenido que pasar durante estos días-le reclamó, cambiando de tema rápidamente.
Y pareció que funcionó, porque Eiri empezó a hablar. Benjamin no podía borrar aquella sonrisa de su rostro mientras oía todo lo que le contaba. Y no pudo evitar mostrar su sorpresa (y alegría) al saber que había conocido a otra persona de la que se había hecho amiga.
-Me alegro mucho-dijo con total sinceridad-. Una chica de tu edad tiene que tener amigas, sobre todo si son también jovencitas con las que hablar de… bueno, de lo que sea que habléis las chicas de vuestra edad-terminó diciendo atropelladamente y sin poder evitar sonrojarse durante unos segundos-. ¿Cómo se llama? ¿Cómo os conocisteis?-preguntó, visiblemente interesado y recuperando el tono normal-. Sin duda ha de ser muy especial. Casi tanto como vos.
Pero no se detuvo demasiado en aquellos pensamientos, no podía. Enseguida Eiri también le bombardeó con sus preguntas, a las que no respondió todavía. Dejó que la jovencita le tomara del brazo y le guiara hasta el banco en el que le había estado esperando, donde tomaron asiento. Todas las dudas y los malos pensamientos que había tenido de lo ideal de verse con ella habían desaparecido en un instante. Todo el trabajo, todas las preocupaciones, todo el estrés, todo… Plof, como una nube que se evapora ante una fuerte ráfaga de viento.
-Bueno, el trabajo en el ayuntamiento es el de siempre. Escribiendo cartas que me dictan, firmando documentos, ordenando archivos… Últimamente tenemos muchísimo trabajo, la verdad. Nuestro querido Napoleón Buenoemparte-dijo en un claro tono irónico- se ha empeñado en crear una administración fuerte. Lo cual no es tanto un problema, sobre todo porque nos da de comer a muchos. Pero no estoy tan seguro que los habitantes de Córcega o Britania se lo tomen tan bien…-justo en ese momento recordó que hablaba con una niña de diecisiete años a la que podía meter en problemas si alguien oía aquella conversación-. Ah, perdóneme. A veces olvido vuestra edad y condición-se disculpó apresuradamente-. Olvide lo que he dicho, por favor. No quisiera causaros problemas. Y ahora no os escabulláis y contadme qué ha sido de vos. Seguro que algo interesante os ha tenido que pasar durante estos días-le reclamó, cambiando de tema rápidamente.
Y pareció que funcionó, porque Eiri empezó a hablar. Benjamin no podía borrar aquella sonrisa de su rostro mientras oía todo lo que le contaba. Y no pudo evitar mostrar su sorpresa (y alegría) al saber que había conocido a otra persona de la que se había hecho amiga.
-Me alegro mucho-dijo con total sinceridad-. Una chica de tu edad tiene que tener amigas, sobre todo si son también jovencitas con las que hablar de… bueno, de lo que sea que habléis las chicas de vuestra edad-terminó diciendo atropelladamente y sin poder evitar sonrojarse durante unos segundos-. ¿Cómo se llama? ¿Cómo os conocisteis?-preguntó, visiblemente interesado y recuperando el tono normal-. Sin duda ha de ser muy especial. Casi tanto como vos.
Benjamin Devisme- Humano Clase Media
- Mensajes : 44
Fecha de inscripción : 03/07/2011
Re: El sueño del caracol {Benjamin}
Eiri lo escuchó atentamente, asintiendo ante las palabras del hombre. Para ella, todo lo que él dijese era importante y aunque había temas que ella no comprendía del todo le gustaba oírlo hablar, porque sabía que él era una persona culta de la cual ella podía aprender mucho, además Benjamin era una persona con ideales y sabía muy bien como defenderlos algo que ella admiraba en una persona. Eiri a veces se sentía una persona muy egoísta, porque al pertenecer a una clase social acomodada, parecía ser que estaba ajena al sufrimiento y los problemas que tenían la gente como Benjamin y también los más desposeídos de París; era por esta razón también que a ella le gustaba oírlo e intentar comprender aquellas cosas que ella no entendía.
Ella alzó las cejas y negó con cabeza y manos rápidamente –No se disculpe, no es necesario, a mi me gusta oírlo…- alcanzó a decir en medio del pequeño alboroto de palabras que entrecruzadas entre ambos se había formado.
La muchacha sabía cuando debía continuar con una idea y cuando era mejor cambiar. Y justamente en ese caso era mejor hablar de otros asuntos según la visión del escritor. Luego de que ella le contara de manera superficial lo de Éabann, sonrió y nuevamente comenzó a dudar si debía contar cómo habían sucedido las cosas. Ella debía reconocerlo, pecaba de ingenua al confiar en gente que apenas venía conociendo, pero aquella amable gitana le pareció tan sincera, que ella no dudó en acercársele y para su bien, no se equivocó, puesto que la mujer era leal y una buena persona y no como solían describir a los gitanos.
Ella sonrió tímidamente al verlo sonrojarse, le parecían simpáticas y a la vez tiernas aquellas reacciones del escritor, pero tampoco quería que él se sintiera incómodo por lo que dejó de sonreír sobre ello antes de que él pudiese notarlo. –Bueno, en realidad ella…-buscaba las palabras para decirle cómo era que había entablado una grata y buena conversación con la gitana –ella no es de mi edad. Es una mujer adulta, no sé muy bien qué edad tiene, pero es unos cuantos años mayor que yo- respondió primeramente al comentario de él sobre tener amigas acordes con su edad. Eiri creía que eso era casi una causa perdida, puesto que las únicas señoritas de su edad que conocía no eran más que las hijas de grandes señores que sólo se preocupaban de ellas mismas y que la veían a ella como una extraña. Siempre se preguntaba si algún día encontraría amigas de su edad y dudaba mucho que eso ocurriese, salvo que aquellas amigas pudiese conocerlas en otras partes y no sólo en bailes y reuniones aburridas y superficiales de los de su clase. –Nos conocimos a las afueras de la ciudad. Como yo suelo ir constantemente al cementerio a dejarle flores a mi familia, un día se me hizo tarde…- tomó un poco de aire antes de continuar con su relato –en el camino a casa me encontré con una gitana que se llama Éabann, parecía ser que ella acababa de llegar a la ciudad y me invitó a cenar con ella- calló un momento y desvió su mirada desde sus manos hacia adelante, centrándose en mirar un hermoso árbol que estaba cerca de ellos. –sé que no debo confiar en extraños, pero ella me pareció una buena persona- añadió antes de seguir con la historia de aquel día. –Hablamos mucho y luego cuando ya era muy tarde, me llevó hasta mi casa y me prometió que volvería a visitarme, pero desde ese día no la he vuelto a ver- concluyó de decir bajando nuevamente la mirada hacia sus manos, jugueteando con la bolsita que aferraba entre sus dedos.
-¿Fui muy ingenua en creerle? –Preguntó luego de unos instantes, mirándolo a los ojos, intentando esconder la tristeza que sentía de no haber seguido viendo a la gitana.
Ella alzó las cejas y negó con cabeza y manos rápidamente –No se disculpe, no es necesario, a mi me gusta oírlo…- alcanzó a decir en medio del pequeño alboroto de palabras que entrecruzadas entre ambos se había formado.
La muchacha sabía cuando debía continuar con una idea y cuando era mejor cambiar. Y justamente en ese caso era mejor hablar de otros asuntos según la visión del escritor. Luego de que ella le contara de manera superficial lo de Éabann, sonrió y nuevamente comenzó a dudar si debía contar cómo habían sucedido las cosas. Ella debía reconocerlo, pecaba de ingenua al confiar en gente que apenas venía conociendo, pero aquella amable gitana le pareció tan sincera, que ella no dudó en acercársele y para su bien, no se equivocó, puesto que la mujer era leal y una buena persona y no como solían describir a los gitanos.
Ella sonrió tímidamente al verlo sonrojarse, le parecían simpáticas y a la vez tiernas aquellas reacciones del escritor, pero tampoco quería que él se sintiera incómodo por lo que dejó de sonreír sobre ello antes de que él pudiese notarlo. –Bueno, en realidad ella…-buscaba las palabras para decirle cómo era que había entablado una grata y buena conversación con la gitana –ella no es de mi edad. Es una mujer adulta, no sé muy bien qué edad tiene, pero es unos cuantos años mayor que yo- respondió primeramente al comentario de él sobre tener amigas acordes con su edad. Eiri creía que eso era casi una causa perdida, puesto que las únicas señoritas de su edad que conocía no eran más que las hijas de grandes señores que sólo se preocupaban de ellas mismas y que la veían a ella como una extraña. Siempre se preguntaba si algún día encontraría amigas de su edad y dudaba mucho que eso ocurriese, salvo que aquellas amigas pudiese conocerlas en otras partes y no sólo en bailes y reuniones aburridas y superficiales de los de su clase. –Nos conocimos a las afueras de la ciudad. Como yo suelo ir constantemente al cementerio a dejarle flores a mi familia, un día se me hizo tarde…- tomó un poco de aire antes de continuar con su relato –en el camino a casa me encontré con una gitana que se llama Éabann, parecía ser que ella acababa de llegar a la ciudad y me invitó a cenar con ella- calló un momento y desvió su mirada desde sus manos hacia adelante, centrándose en mirar un hermoso árbol que estaba cerca de ellos. –sé que no debo confiar en extraños, pero ella me pareció una buena persona- añadió antes de seguir con la historia de aquel día. –Hablamos mucho y luego cuando ya era muy tarde, me llevó hasta mi casa y me prometió que volvería a visitarme, pero desde ese día no la he vuelto a ver- concluyó de decir bajando nuevamente la mirada hacia sus manos, jugueteando con la bolsita que aferraba entre sus dedos.
-¿Fui muy ingenua en creerle? –Preguntó luego de unos instantes, mirándolo a los ojos, intentando esconder la tristeza que sentía de no haber seguido viendo a la gitana.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/05/2011
Re: El sueño del caracol {Benjamin}
Conforme iba oyendo el relato de Eiri el entrecejo de Benjamin se iba frunciendo más y más, revelando lo contrariado que se sentía. Pero no la interrumpió en ningún momento, de hecho ni siquiera la miró directamente para que no se sintiera cohibida. Esperó pacientemente a que terminara y suspiró.
-Eiri…-masculló antes de volver a suspirar y levantar la mirada al cielo, buscando las palabras para expresar sus ideas sin que llegaran a sonar como, bueno, alguna regañina. Se sacó la pipa del bolsillo de la chaqueta y se la cargó de tabaco, todavía en completo silencio. Se la llevó a la boca, la encendió con un fósforo y tras dar una primera calada exhaló el humo-. Supongo que no le voy a descubrir nada nuevo si le digo que en el mundo hay gente mala, ¿no?-empezó diciendo, todavía sin mirarla a la cara, con la mirada fija en algún punto del Jardín-. El problema no es tanto que cenara con una completa desconocida. Ni que se retrasara en el cementerio. El problema es que le dijo dónde está su casa. El problema es que la vio, y que, conociéndola, sepa que usted es la única dueña y que por tanto puede ser mucho más vulnerable. Y apetecible para cualquier ladrón.
Benjamin guardó silencio y dio otra calada a su pipa. Había intentado hablarle como lo haría a otro adulto, sin que hubiera demasiada condescendencia en su voz.
-No estoy diciendo que esa tal Éabann sea una ladrona o sea mala persona por el mero hecho de ser gitana, no tiene por qué ser así. Y supongo que en el fondo usted ya es alguien lo bastante mayor, ¿no?-preguntó, girando su rostro y buscando la mirada de su amiga. Incluso se permitió sonreír-. Míreme. Parece que le esté dando un sermón cuando no es esa mi intención. Sólo quiero, como amigo suyo que me considero, darle un consejo, que tiene perfecto derecho a desechar según vuelva a casa.
Otra calada a la pipa, otro silencio para terminar de poner en orden sus pensamientos.
-Si le apetece, puedo acompañarle la próxima vez que vaya a presentar respetos a sus padres si desea algo de compañía. O si no, al menos, haga que alguno de los sirvientes de la casa le acompañe, al menos en la distancia. Ya no porque se le haga tarde o se pierda…-la miró fijamente a los ojos, mostrando una genuina preocupación-. Las calles son peligrosas, ya sea de día o de noche. Y no querría despertarme un día con la noticia de que os ha pasado algo. Si en algo me apreciáis, por favor, hacedme caso y tened cuidado-le pidió, mirándola directamente a los ojos.
-Eiri…-masculló antes de volver a suspirar y levantar la mirada al cielo, buscando las palabras para expresar sus ideas sin que llegaran a sonar como, bueno, alguna regañina. Se sacó la pipa del bolsillo de la chaqueta y se la cargó de tabaco, todavía en completo silencio. Se la llevó a la boca, la encendió con un fósforo y tras dar una primera calada exhaló el humo-. Supongo que no le voy a descubrir nada nuevo si le digo que en el mundo hay gente mala, ¿no?-empezó diciendo, todavía sin mirarla a la cara, con la mirada fija en algún punto del Jardín-. El problema no es tanto que cenara con una completa desconocida. Ni que se retrasara en el cementerio. El problema es que le dijo dónde está su casa. El problema es que la vio, y que, conociéndola, sepa que usted es la única dueña y que por tanto puede ser mucho más vulnerable. Y apetecible para cualquier ladrón.
Benjamin guardó silencio y dio otra calada a su pipa. Había intentado hablarle como lo haría a otro adulto, sin que hubiera demasiada condescendencia en su voz.
-No estoy diciendo que esa tal Éabann sea una ladrona o sea mala persona por el mero hecho de ser gitana, no tiene por qué ser así. Y supongo que en el fondo usted ya es alguien lo bastante mayor, ¿no?-preguntó, girando su rostro y buscando la mirada de su amiga. Incluso se permitió sonreír-. Míreme. Parece que le esté dando un sermón cuando no es esa mi intención. Sólo quiero, como amigo suyo que me considero, darle un consejo, que tiene perfecto derecho a desechar según vuelva a casa.
Otra calada a la pipa, otro silencio para terminar de poner en orden sus pensamientos.
-Si le apetece, puedo acompañarle la próxima vez que vaya a presentar respetos a sus padres si desea algo de compañía. O si no, al menos, haga que alguno de los sirvientes de la casa le acompañe, al menos en la distancia. Ya no porque se le haga tarde o se pierda…-la miró fijamente a los ojos, mostrando una genuina preocupación-. Las calles son peligrosas, ya sea de día o de noche. Y no querría despertarme un día con la noticia de que os ha pasado algo. Si en algo me apreciáis, por favor, hacedme caso y tened cuidado-le pidió, mirándola directamente a los ojos.
Benjamin Devisme- Humano Clase Media
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Fecha de inscripción : 03/07/2011
Re: El sueño del caracol {Benjamin}
Sus facciones orientales y sus ojos finamente rasgados lo miraron a los ojos en el preciso instante en el que de sus labios salía el nombre de la muchacha. Quería oír atentamente cada una de las palabras que él pronunciara, porque para Eiri siempre era importante tener la opinión de Benjamin. Seguramente, muchas de sus decisiones no las podría haber tomado sin antes saber qué era lo que él pensaba. Notó la expresión de sus facciones y comenzó a preocuparse. Lo miró todo el tiempo, hasta que las palabras comenzaron a comprenderse en su cabeza.
Bajó la mirada apenada, Bejamin tenía razón y ella había sido realmente imprudente en todo. Sintió una pequeña punzada de molestia cuando él habló sobre su edad. No podía reprocharle nada, porque era cierto. No era una niña de 10 años como para no saber cuando las cosas estaban mal o cuando debía pensar las cosas antes de hacerlas. ¡Lamentable! Porque a pesar de estar consciente de su edad, Eiri sabía que aún era demasiado ingenua e infantil al conocer e interactuar con la gente.
Volvió a levantar la mirada ante la petición de su amigo y lo miró avergonzada y también dolida consigo misma por comportarse de manera tan imprudente. Sus ojos oscuros se encontraron con los claros del escritor y permaneció en silencio mientras continuaba escuchándolo. Asintió con la cabeza como única respuesta a la posibilidad de tomar o dejar el consejo. Claramente iba a tomarlo, porque reconocía y admiraba el hecho de que él fuese tan inteligente y a la vez sabio en su manera de ver la vida. Su mirada comenzó a nublarse, y no precisamente porque se sintiera mal, eran tan sólo lágrimas de tristeza y a la vez de forma contradictoria, de agradecimiento y alegría. No había muchas personas que se preocuparan tanto por ella y aquello era un gesto que ella realmente agradecería. También sentía tristeza, porque había hecho que él se preocupara y no quería que además de sus preocupaciones constantes del trabajo y sus asuntos, tuviese también que andar preocupado por ella. –Le- le prometo que voy a hacer caso a su consejo- respondió sacando un pañuelito de la bolsita que llevaba, con el cual se enjugó las lágrimas y esbozó una pequeña sonrisa. –Yo no quería que se preocupara… Y tampoco me gustaría que tuviese que acompañarme al cementerio cada vez que yo quiera ir.- Guardó silencio un momento, limpiando sus mejillas de las gotitas saladas que habían rodado por ellas y luego corrigió sus palabras notando que tal vez no habían sonado como ella quería –Lo que quiero decir es que no es que no me guste su compañía, pero no quiero que descuide sus asuntos por mí. Sé lo importante que es para usted todo lo que hace y yo no quiero serle una carga- dijo bajando la voz casi en un susurro producto de su timidez y también la vergüenza que sentía por haberle causado preocupación a su amigo.
Bajó la mirada apenada, Bejamin tenía razón y ella había sido realmente imprudente en todo. Sintió una pequeña punzada de molestia cuando él habló sobre su edad. No podía reprocharle nada, porque era cierto. No era una niña de 10 años como para no saber cuando las cosas estaban mal o cuando debía pensar las cosas antes de hacerlas. ¡Lamentable! Porque a pesar de estar consciente de su edad, Eiri sabía que aún era demasiado ingenua e infantil al conocer e interactuar con la gente.
Volvió a levantar la mirada ante la petición de su amigo y lo miró avergonzada y también dolida consigo misma por comportarse de manera tan imprudente. Sus ojos oscuros se encontraron con los claros del escritor y permaneció en silencio mientras continuaba escuchándolo. Asintió con la cabeza como única respuesta a la posibilidad de tomar o dejar el consejo. Claramente iba a tomarlo, porque reconocía y admiraba el hecho de que él fuese tan inteligente y a la vez sabio en su manera de ver la vida. Su mirada comenzó a nublarse, y no precisamente porque se sintiera mal, eran tan sólo lágrimas de tristeza y a la vez de forma contradictoria, de agradecimiento y alegría. No había muchas personas que se preocuparan tanto por ella y aquello era un gesto que ella realmente agradecería. También sentía tristeza, porque había hecho que él se preocupara y no quería que además de sus preocupaciones constantes del trabajo y sus asuntos, tuviese también que andar preocupado por ella. –Le- le prometo que voy a hacer caso a su consejo- respondió sacando un pañuelito de la bolsita que llevaba, con el cual se enjugó las lágrimas y esbozó una pequeña sonrisa. –Yo no quería que se preocupara… Y tampoco me gustaría que tuviese que acompañarme al cementerio cada vez que yo quiera ir.- Guardó silencio un momento, limpiando sus mejillas de las gotitas saladas que habían rodado por ellas y luego corrigió sus palabras notando que tal vez no habían sonado como ella quería –Lo que quiero decir es que no es que no me guste su compañía, pero no quiero que descuide sus asuntos por mí. Sé lo importante que es para usted todo lo que hace y yo no quiero serle una carga- dijo bajando la voz casi en un susurro producto de su timidez y también la vergüenza que sentía por haberle causado preocupación a su amigo.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/05/2011
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