AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Benjamin D. Holtz
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Benjamin D. Holtz
Benjamin D. Holtz
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Información general
✦ Nombre: Benjamin Douglas Holtz, aunque éste no es su verdadero nombre.
✦ Edad del personaje: 47 años.
✦ Lugar de nacimiento: Boston, Massachusetts; Estados Unidos. No obstante, el origen de su familia es británico, quienes emigraron a Nueva Inglaterra tiempo atrás.
✦ Orientación sexual: Heterosexual
✦ Clase social: Alta.
✦ Ocupación: Director del banco de París -ilegalmente controla varios prostíbulos y casinos clandestinos en la capital de la luz, gracias al dinero que obtiene de forma corrupta a través del banco-.
Descripción física | Descripción psicológica Cuando alguien vive más de una vida en una sola existencia, describirlo puede ser un tanto complicado. Howard James o Benjamin Douglas, cada uno diferente, uno siempre acompañando al otro. El Howard de la niñez, asustadizo e inocente, el joven James, creído y aventurero, pero con los miedos propios de esta etapa. ¿Quién es ahora? Ni él mismo lo sabe. Ha intentando por todos los medios convertirse en lo que no estaba destinado a ser. Unos correctos modales, pero claramente fingidos. Su poca cultura sale a flote en cualquier momento, además de su mal humor y su poca paciencia. No obstante, y a excepción de su mujer y los ingleses, suele tratar a todo el mundo con respeto y educación, desde un adinerado aristócrata hasta un limpiabotas cualquiera, ya que jamás olvida su origen. Es un buen mentiroso, un arte para él que ha ido perfeccionando con los años. Un matrimonio infeliz que le proporciona una buena vida, sus tratos con las mafias convirtiéndole a él mismo en el líder de una. Su buena posición domo director del Banco de Francia le da cierto respeto en la sociedad parisina, habiendo intentado siempre ocultar su verdadera identidad. Hay habladurías, como en todos los sitios, acerca de sus negocios fraudulentos, mas él siempre lo desmiente, asegurando que son meras rumores de envidiosos y enemigos suyos. En resumen, es un hombre con sus pros y sus contras. Sabe lo que quiere, y lucha por ello. |
Historia
Howard James Blanche. Su verdadero nombre, perdido en el olvido.
Nacer en Estados Unidos podía parecer un milagro, una suerte increíble. El Nuevo Mundo, donde todo era posible, donde el pasado se dejaba atrás y jamás volvía. Un lugar al que acudían los desesperados, los pobres, los fugitivos o los aventureros. La familia de Benjamin pertenecía a estas cuatro categorías. Desesperados por la falta de sustento, pobres por ello y fugitivos de los acreedores y las guerras que parecían perseguirlos, aventureros al dejarlo todo atrás, embarcándose en un arriesgado viaje, el cual vaticinaba un terrible final.
No obstante, este terrible final no tuvo lugar. La familia Blanche se asentó en Germantown, Pensilvania, en el siglo XVII. Poco a poco prosperaron, siendo Estados Unidos un lugar lleno de oportunidades. Oportunidades que habían desaparecido en Europa.
La familia se hacía cada vez más extensa, al igual que sus ingresos. Algunos descendientes de aquellos primeros colonos optaron por repartirse entre las diferentes y recién nacidas ciudades. Así es como Benjamin abrió los ojos por primera vez en Boston. Por desgracia no en una de las ramas más afortunadas de esa familia Blanche. La miseria era su día a día, y el desprecio hacia los que vivían mejor que él era palpable incluso en el aire. Creció con carencias, siendo un niño y un joven demasiado delgado, con problemas de crecimiento. Siempre escuchaba a su padre, un granjero a las afueras de la gran ciudad. Un hombre que hablaba sobre la libertad, y sobre como el mal venía desde el otro lado del océano.
Tanto su bisabuelo, como su abuelo y padre se dedicaban a la ganadería. Los colonos estadounidenses debían altísimos -e injustos- impuestos a Gran Bretaña. Sus votos no contaban lo mismo que los de sus supuestos compatriotas, los ingleses. Sus voces tampoco eran escuchadas, y la sombra de aquel viejo y ya putrefacto continente, Europa, pisoteaba cualquier aspiración de libertad. Una pequeña chispa, una leve llama que lentamente -pero sin pausa- se iba apoderando de casi todos aquellos colonos. Un fuego interior que les impulsaba a luchar por lo que ellos cosideraban justo. Las traiciones, las injusticias y la soga que la Gran Patria les colocaba en sus cuellos. Los tiempos eran convulsos, y el espíritu de libertad asomaba tímidamente. Benjamin fue testigo de todo esto desde la cuna.
La correa que les ataba se iba rompiendo. Y la libertad ya no parecía ser una utopía.
La guerra de la independencia no tardó en estallar, y tanto el padre de Benjamin, como él mismo y sus hermanos mayores, decidieron alistarse a favor de los partisanos. A favor de aquella añorada libertad. Pensaban, ilusos, que aquella lucha les libraría de la pobreza que no creían merecer.
No obstante, Benjamin no era más que un crío. Un crío tonto e inocente, el cual se asustó en la primera batalla. Sangre, vísceras, hombres hechos y derechos suplicando y gritando el nombre de sus madres. ¿Qué iba hacer él, cuando apenas era un chaval recién entrado en la adultez? Un fatídico ataque, estar dispuesto en la peor posición... y el horror apareció ante sus cálidos ojos. La inocencia desapareció en ellos.
Despertó en un hospital improvisado. Su espalda, y parte de sus piernas quedaron repletas de quemaduras. ¿Cómo sobrevivió? Quién sabe. La juventud jugó a su favor. No obstante, esas cicatrices aún se mantienen sobre su piel, y los dolores jamás serán mitigados del todo.
La promesa del fin. Y el temor atormentándole por las noches aún más que cualquier cicatriz grabada a fuego sobre su piel. Promesas de soldados ingleses, gente más inteligente, más preparada para una guerra. ¿El trato? Vender supuestamente a su padre, la posición de éste en la batalla -su ascenso hacia general había sido vertiginoso, a pesar de su origen humilde-, a cambio de una salida. Sus hermanos, él y su madre podrían viajar a Inglaterra y llevar allí una buena vida. La buena vida que no tenían en Estados Unidos. Los mejores médicos de Europa para tratarle. Y aceptó, sopesando cada lado de la balanza. Quería alejarse de la muerte y de la pobreza. Abrazarse a aquel mal del que tanto hablaba su padre, dejarse abrazar dulcemente por las víboras inglesas.
Engaño tras engaño. Y la muerte llamando a la puerta de su padre, el fin. Y entonces fue cuando él, el joven Benjamin, aprendió el arte de la mentira. Su madre, sus hermanos, jamás supieron de aquel maldito plan. Y él, egoísta, decidió huir solo hacia Inglaterra. Lo dejaría todo atrás. Todo, incluido su nombre y su apellido.
Sus antepasados habían abandonado su tierra en búsqueda de la felicidad y la fortuna. Esperando que sus descendientes vivieran mejor a como lo hicieron ellos. Nada de eso sucedió, la auténtica felicidad era imposible sin ser capaces de respirar por sí solos.
Llegó hasta Inglaterra y allí vivió gracias a los que costearon sus complicados tratamientos médicos. Le buscaron un trabajo aceptable y un supuesto hogar. Mas nada era como él había imaginado. Se atormentaba por lo que había hecho, y cada bocado que se llevaba a la boca le provocaba náuseas al imaginar cómo su madre, sus hermanos, perecían de hambre. Las costillas marcadas del más pequeño de todos. Los ingleses notaban su acento, sus maneras pueblerinas y su desconocimiento sobre la política y la cultura del país. Estaba solo, y se lo merecía.
De nuevo, la huida. Ahorró todo lo que pudo para poder escapar una vez más, y guardar lo suficiente para mandárselo a su familia. ¿Cuál era su siguiente destino? Irlanda. Esa tierra verde que tanto le recordaba a su Boston natal, a la tierra donde se crió. Las vacas pastando, la niebla constante, las lluvias y el frío. Y lo más importante, esa ansiada libertad. El alzarse por encima de Inglaterra, y luchar contra éstos.
Sus pies le llevaron desde Dublín hasta una pequeña localidad, Lismore. Allí sería todo más fácil y nadie le conocería. Había escuchado que una familia noble controlaba la villa, y que ofrecían trabajo a todo aquel que diera la talla. No lo dudó dos veces, y así fue como conoció a los Devonshire. Como sus mentiras fueron creciendo, como se maravilló ante la riqueza de éstos, y la ruina a la que parecían precipitarse. Una joven huérfana de padre, una madre sola y fácilmente impresionable. Él, un americano sin escrúpulos si se trataba de prosperar. No pensó en aquella joven, no pensó en aquella madre -en situación semejante a su propia familia-, pensó en los suyos. Y así fue como se aprovechó de ellas, consiguiendo manejar las cuentas de la casa, y con su encanto extranjero y exótico conquistar a la muchacha. Matrimonio a la vista.
Fue un buen marido, al menos los primeros años. Las habladurías en Lismore corrían como la pólvora, y ya incluso en Dublín se hablaba de los Devonshire. Aquel americano que había conseguido engatusar a una familia de nobles, un granjero sin modales manejando la mansión familiar de los dirigentes del pueblo. Y otra carrera más. Las maletas, de nuevo -aunque por primera vez tuvo quien se las hiciera-. Un nuevo destino, París. Donde nadie les conocería.
Más mentiras. El odio haciendo acto de presencia en su matrimonio. El deseo de que ella desapareciera, el menosprecio, los golpes. Odio, odio y más odio. Pero ni él ni su familia volvieron a pasar hambre. Su trabajo en el banco de Francia le proporcionaba cierta fortuna -nunca suficiente-, la cual fue acumulando lejos de las manos de su esposa, junto a las ilegalidades de su trabajo. Robar dinero a otros ricos, estafar a los nobles franceses, para así hacer crecer sus negocios en los peores barrios parisinos. Las arcas llenas, su amante alejándole de los problemas nada más sentir su aroma cerca.
¿Por qué no volver a huir? Por Cordelia, por su mujer. Atado, por siempre. Atado a una familia, a la pobreza, a una patria, a él mismo, a una mujer. La soga rodeando su cuello, su respiración cesando a cada movimiento, a cada huida.
Howard había muerto. Benjamin había nacido.
Nacer en Estados Unidos podía parecer un milagro, una suerte increíble. El Nuevo Mundo, donde todo era posible, donde el pasado se dejaba atrás y jamás volvía. Un lugar al que acudían los desesperados, los pobres, los fugitivos o los aventureros. La familia de Benjamin pertenecía a estas cuatro categorías. Desesperados por la falta de sustento, pobres por ello y fugitivos de los acreedores y las guerras que parecían perseguirlos, aventureros al dejarlo todo atrás, embarcándose en un arriesgado viaje, el cual vaticinaba un terrible final.
No obstante, este terrible final no tuvo lugar. La familia Blanche se asentó en Germantown, Pensilvania, en el siglo XVII. Poco a poco prosperaron, siendo Estados Unidos un lugar lleno de oportunidades. Oportunidades que habían desaparecido en Europa.
La familia se hacía cada vez más extensa, al igual que sus ingresos. Algunos descendientes de aquellos primeros colonos optaron por repartirse entre las diferentes y recién nacidas ciudades. Así es como Benjamin abrió los ojos por primera vez en Boston. Por desgracia no en una de las ramas más afortunadas de esa familia Blanche. La miseria era su día a día, y el desprecio hacia los que vivían mejor que él era palpable incluso en el aire. Creció con carencias, siendo un niño y un joven demasiado delgado, con problemas de crecimiento. Siempre escuchaba a su padre, un granjero a las afueras de la gran ciudad. Un hombre que hablaba sobre la libertad, y sobre como el mal venía desde el otro lado del océano.
Tanto su bisabuelo, como su abuelo y padre se dedicaban a la ganadería. Los colonos estadounidenses debían altísimos -e injustos- impuestos a Gran Bretaña. Sus votos no contaban lo mismo que los de sus supuestos compatriotas, los ingleses. Sus voces tampoco eran escuchadas, y la sombra de aquel viejo y ya putrefacto continente, Europa, pisoteaba cualquier aspiración de libertad. Una pequeña chispa, una leve llama que lentamente -pero sin pausa- se iba apoderando de casi todos aquellos colonos. Un fuego interior que les impulsaba a luchar por lo que ellos cosideraban justo. Las traiciones, las injusticias y la soga que la Gran Patria les colocaba en sus cuellos. Los tiempos eran convulsos, y el espíritu de libertad asomaba tímidamente. Benjamin fue testigo de todo esto desde la cuna.
La correa que les ataba se iba rompiendo. Y la libertad ya no parecía ser una utopía.
La guerra de la independencia no tardó en estallar, y tanto el padre de Benjamin, como él mismo y sus hermanos mayores, decidieron alistarse a favor de los partisanos. A favor de aquella añorada libertad. Pensaban, ilusos, que aquella lucha les libraría de la pobreza que no creían merecer.
No obstante, Benjamin no era más que un crío. Un crío tonto e inocente, el cual se asustó en la primera batalla. Sangre, vísceras, hombres hechos y derechos suplicando y gritando el nombre de sus madres. ¿Qué iba hacer él, cuando apenas era un chaval recién entrado en la adultez? Un fatídico ataque, estar dispuesto en la peor posición... y el horror apareció ante sus cálidos ojos. La inocencia desapareció en ellos.
Despertó en un hospital improvisado. Su espalda, y parte de sus piernas quedaron repletas de quemaduras. ¿Cómo sobrevivió? Quién sabe. La juventud jugó a su favor. No obstante, esas cicatrices aún se mantienen sobre su piel, y los dolores jamás serán mitigados del todo.
La promesa del fin. Y el temor atormentándole por las noches aún más que cualquier cicatriz grabada a fuego sobre su piel. Promesas de soldados ingleses, gente más inteligente, más preparada para una guerra. ¿El trato? Vender supuestamente a su padre, la posición de éste en la batalla -su ascenso hacia general había sido vertiginoso, a pesar de su origen humilde-, a cambio de una salida. Sus hermanos, él y su madre podrían viajar a Inglaterra y llevar allí una buena vida. La buena vida que no tenían en Estados Unidos. Los mejores médicos de Europa para tratarle. Y aceptó, sopesando cada lado de la balanza. Quería alejarse de la muerte y de la pobreza. Abrazarse a aquel mal del que tanto hablaba su padre, dejarse abrazar dulcemente por las víboras inglesas.
Engaño tras engaño. Y la muerte llamando a la puerta de su padre, el fin. Y entonces fue cuando él, el joven Benjamin, aprendió el arte de la mentira. Su madre, sus hermanos, jamás supieron de aquel maldito plan. Y él, egoísta, decidió huir solo hacia Inglaterra. Lo dejaría todo atrás. Todo, incluido su nombre y su apellido.
Sus antepasados habían abandonado su tierra en búsqueda de la felicidad y la fortuna. Esperando que sus descendientes vivieran mejor a como lo hicieron ellos. Nada de eso sucedió, la auténtica felicidad era imposible sin ser capaces de respirar por sí solos.
Llegó hasta Inglaterra y allí vivió gracias a los que costearon sus complicados tratamientos médicos. Le buscaron un trabajo aceptable y un supuesto hogar. Mas nada era como él había imaginado. Se atormentaba por lo que había hecho, y cada bocado que se llevaba a la boca le provocaba náuseas al imaginar cómo su madre, sus hermanos, perecían de hambre. Las costillas marcadas del más pequeño de todos. Los ingleses notaban su acento, sus maneras pueblerinas y su desconocimiento sobre la política y la cultura del país. Estaba solo, y se lo merecía.
De nuevo, la huida. Ahorró todo lo que pudo para poder escapar una vez más, y guardar lo suficiente para mandárselo a su familia. ¿Cuál era su siguiente destino? Irlanda. Esa tierra verde que tanto le recordaba a su Boston natal, a la tierra donde se crió. Las vacas pastando, la niebla constante, las lluvias y el frío. Y lo más importante, esa ansiada libertad. El alzarse por encima de Inglaterra, y luchar contra éstos.
Sus pies le llevaron desde Dublín hasta una pequeña localidad, Lismore. Allí sería todo más fácil y nadie le conocería. Había escuchado que una familia noble controlaba la villa, y que ofrecían trabajo a todo aquel que diera la talla. No lo dudó dos veces, y así fue como conoció a los Devonshire. Como sus mentiras fueron creciendo, como se maravilló ante la riqueza de éstos, y la ruina a la que parecían precipitarse. Una joven huérfana de padre, una madre sola y fácilmente impresionable. Él, un americano sin escrúpulos si se trataba de prosperar. No pensó en aquella joven, no pensó en aquella madre -en situación semejante a su propia familia-, pensó en los suyos. Y así fue como se aprovechó de ellas, consiguiendo manejar las cuentas de la casa, y con su encanto extranjero y exótico conquistar a la muchacha. Matrimonio a la vista.
Fue un buen marido, al menos los primeros años. Las habladurías en Lismore corrían como la pólvora, y ya incluso en Dublín se hablaba de los Devonshire. Aquel americano que había conseguido engatusar a una familia de nobles, un granjero sin modales manejando la mansión familiar de los dirigentes del pueblo. Y otra carrera más. Las maletas, de nuevo -aunque por primera vez tuvo quien se las hiciera-. Un nuevo destino, París. Donde nadie les conocería.
Más mentiras. El odio haciendo acto de presencia en su matrimonio. El deseo de que ella desapareciera, el menosprecio, los golpes. Odio, odio y más odio. Pero ni él ni su familia volvieron a pasar hambre. Su trabajo en el banco de Francia le proporcionaba cierta fortuna -nunca suficiente-, la cual fue acumulando lejos de las manos de su esposa, junto a las ilegalidades de su trabajo. Robar dinero a otros ricos, estafar a los nobles franceses, para así hacer crecer sus negocios en los peores barrios parisinos. Las arcas llenas, su amante alejándole de los problemas nada más sentir su aroma cerca.
¿Por qué no volver a huir? Por Cordelia, por su mujer. Atado, por siempre. Atado a una familia, a la pobreza, a una patria, a él mismo, a una mujer. La soga rodeando su cuello, su respiración cesando a cada movimiento, a cada huida.
Howard había muerto. Benjamin había nacido.
Datos extra ✦ Su verdadero nombre es Howard James Blanche. ✦ Aún se martiriza con lo que hizo en su juventud. Su único contacto con su anterior vida es con su madre, aunque jamás le ha contado la verdad acerca de la muerte de su padre y su huida hacia Europa. ✦ El hecho de ser en esencia un mafioso no le quita tener un buen corazón. Él lo considera su trabajo, una buena forma de mantener su propia fortuna alejada de su mujer. Pero nunca ha tratado mal a ninguna de las prostitutas que trabajan en alguno de sus burdeles, y tampoco tima a sus jugadores en los casinos. ✦ Su relación con su mujer es confusa. Un amor-odio extraño, que le consume por dentro. Lo que les mantiene unidos es el propio interés, y la irremediable atracción que sienten el uno por el otro. ✦ Su verdadero amor es su amante, con quien lleva ya once años. Su mujer, Cordelia, es consciente de esta situación. A pesar de todo, es muy celoso y prefiere no saber que hace su esposa cuando él cierra los ojos o aparta la mirada. ✦ Es estéril. Ha intentado tener hijos con Cordelia un sinfín de veces para así estar atado a su fortuna, todas ellas sin éxito alguno. Él le echa la culpa a ella. ✦ Cuando se enfada sale su acento bostoniano, aunque sabe hablar francés a la perfección. Además de su lengua madre y el alemán. ✦ Es el quinto de siete hermanos. Uno de ellos murió a consecuencia de la guerra. Se suicidó traumatizado justo un año después de que ésta terminara. Otro de ellos tuvo un accidente, un carruaje le atropelló. El resto siguen vivos, asentados en Estados Unidos. ✦ Fuma como un cosaco, además de beber todo lo que puede. No obstante su principal vicio es el primero. ✦ Participó en el conocido motín del té, precedente de la Guerra de Independencia. ✦ Se ha creado una nueva vida. Sin embargo, sus malos modales a veces relucen. Cree que el arte es una pérdida de tiempo y solo le importa lo que puede llegar a ser útil. ✦ Se ha prometido a sí mismo no volver a pasar hambre. Y por eso hará lo que sea para mantener su alto tren de vida. ✦ Por culpa de cierto juicio supo a que se dedicaba su mujer. Ella sigue siendo una espía al servicio de la Iglesia, aunque él cree que estas prácticas han cesado. ✦ Tiene un extremo odio hacia los ingleses. |
Benjamin D. Holtz- Humano Clase Alta
- Mensajes : 8
Fecha de inscripción : 20/04/2015
Re: Benjamin D. Holtz
FICHA APROBADA
bienvenido/a a victorian vampires
¡ENHORABUENA! YA ERES PARTE DE VICTORIAN VAMPIRES Y TE DAMOS LA MÁS CORDIAL BIENVENIDA.
ANTES DE HACER CUALQUIER OTRA COSA, TE INVITO A LEER LAS NORMAS QUE TENEMOS EN EL FORO PARA QUE ESTÉS BIEN ENTERADO/A DE CÓMO MANEJAMOS TODO EN ESTE SITIO Y ASÍ EVITARTE FUTUROS MALOS ENTENDIDOS. A CONTINUACIÓN TE DEJO LOS LINKS MÁS IMPORTANTES PARA QUE PUEDAS CONOCER LA INFORMACIÓN, Y SI DESPUÉS DE LEER SIGUES TENIENDO ALGUNA DUDA, PUEDES CONTACTARME A MÍ O A OTRO DE LOS ADMINISTRADORES; ESTAMOS PARA SERVIRTE.
¡QUE TE DIVIERTAS!
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CODE BY NIGEL QUARTERMANE
Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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