Cabos Sueltos (Cordelia Holtz)

por **Leigh Lezarc** Dom Jul 12, 2015 3:47 pm

El problema es cuando el deseo de venganza se da la vuelta,
y te mira a los ojos

Nada había sido sencillo desde que recibiera amenazas plasmadas en un papel sin datos. El principio de su huida, había sido el creer a esas letras que declaraban su muerte y que, además, la obligaran a dejar la herencia delegada a su esposo y a partir en silencio hacia un lugar distinto a París o incluso a Lyon, su ciudad natal.

No obstante, era a ese último lugar al que había llegado, con las secuelas de algún método para hacerle perder la memoria y además comenzando un embarazo. Casi sin esperanza y con una alimentación deficiente, avanzó en su estado intentando recordar algo que le diera alguna señal del exterior, del más allá de esa habitación a oscuras en la que la habían metido. Pero transcurrieron ocho meses en que el desconocimiento absoluto fue el vacío que permaneció en su mente.

Como resultado de la desesperación causada por la promesa de quitarle al hijo que llevara por ahora en su vientre, la cazadora terminó asesinando a la mujer obesa y desagradable que fuera su cuidadora; no había sido sencillo, pero se había ingeniado la manera de pasar por encima de ella y avanzar al menos un poco en la búsqueda de una libertad nada simple, ni tampoco falta de pequeños percances que se extenderían probablemente para siempre. Y fue en ese momento donde el punto de quiebre que comprendería más adelante llegó a su vida. Había sido capturada por un vampiro que buscara venganza, pero había sido salvada por otro vampiro que, aunque no reconociera en principio, sabría después que era aquél padre al que considerara durante años muerto.

Al final había huido, llegando con dificultad a su casa y permanecido allí aún sin memoria ante la vista de su esposo, que fingía ser un empleado más con tal de no alterarla. Pero todo había salido a flote en el parto, uno en el que la presencia enemiga de nuevo hiciera aparición para cumplir la promesa de robarle a su hijo y que, finalmente, culminara con la muerte de este y el regreso de todos los recuerdos justo en el momento del alumbramiento. Las causas eran tan desconocidas como variadas, pero habían logrado cambiar a Leigh en lo absoluto, haciéndole tambalear la motivación que la hiciera un día cazadora.

Sus muertos seguían siendo los mismos, pero la Lezarc que regresara a París, había cambiado el deseo de asesinato por la búsqueda del padre perdido y que desapareciera luego de asesinar a su captor. Por lo mismo, dejó a su hijo de casi dos meses con su padre y desapareció sin mediar palabras hacia las zonas más alejadas de la ciudad. A donde se dirigía, era un propiedad que abandonara ella al cumplir la mayoría de edad, y desde donde se divisaba el árbol en el que la inquisición había ahorcado en el pasado a su madre, una bruja descontrolada que intentaba hacer regresar a un esposo perdido pero al que creían muerto ¿Sería posible que aparte de los recuerdos encontrara algo más allí? La noche, la oscuridad y el silencio le dieron la bienvenida, al igual que los cerrojos oxidados pero sin abrir durante años de las puertas principales, que cedieron al paso de una llave igual de vieja.

Adentro todo seguía igual, la escasa vigilancia que estableciera Leigh desde que partió, había funcionado lo suficiente hasta que ella desapareciera. A pesar de la falta de mantenimiento, las cosas seguían en su sitio y las velas en los candelabros de los costados se encendieron tras una leve resistencia para iluminar la estancia. No obstante, la escalera superior tenía marcado el paso de alguien por un costado. No eran huellas, pero sí el roce de alguna prenda por el costado. Quizás otro no lo notaría, pero Leigh era demasiado controladora como para pasar algo así por alto.

Sin más, y manteniedo el mayor silencio posible, sacó un arma que por supuesto llevara como protección y comenzó el ascenso. Alguien había entrado de modo reciente y era necesario descubrirlo.

por **Cordelia Holtz** Vie Jul 17, 2015 9:24 am

La mujer. Un género condenado. Descendientes de Eva por un lado y de Pandora por otro. Representadas obligatoriamente portando el fruto del pecado. Bañadas de perversión, flaqueza y culpa a los ojos de cualquiera. Una vida relegada a la mediocridad desde el primer aliento. Convertidas, con el paso de los años, en poco más que la sombra de su marido, de su captor, amo y señor. Mero atrezo en la vida de otra persona. Y sin embargo, para algunas, un regalo divino. Vivir de fiesta en fiesta, con la única preocupación de atender las necesidades de su cónyuge y proporcionarle tarde o temprano un hijo varón. Otras, por el contrario, lo recibían como una desgracia de la que parecía imposible escapar. Una forma de pensar novedosa e igualmente condenada que su género.

Así pensaba Cordelia Holtz. Anclada desde su nacimiento a la mentalidad que le tocaba vivir. Una mentalidad que, ¿para qué engañarnos?, le gustaba. Requería del menor esfuerzo posible en muchos de los sentidos. Se libraba de los trabajos pesados dedicados a los hombres en la hacienda en la cual se había criado. Sólo debía sonreír y mantenerse hermosa.
El error de la joven chiquilla fue pensar que las cosas eran tan sencillas, pues la vida nunca lo es. Ni siquiera para una muchacha de alta cuna. Tarde o temprano sería vendida y así sucedió más temprano que tarde, siendo Benjamin Holtz el auténtico cazador que en adelante se pondría sus pieles.

Con el tiempo, la mujer no sólo se convirtió en esclava de su esposo, sino que fue engatusada por uno de los fieles al rebaño del Señor –uno de esos lobos con piel de cordero-. Así pues, ella misma se destinó a los grilletes. El izquierdo, coincidiendo con su anillo de boda, perteneciente a Benjamin Douglas Holtz, y el derecho, su mano más ábil y a veces traicionera, dejándose atrapar por las cadenas del Cardenal Alphonse de La Rive. Se dio cuenta en adelante que no debía pensar en su encadenamiento, sino en buscar la llave que la liberara. Fue así que bajo las enseñanzas de su captor, el más entrado en años de los dos, al que también podía denominar como maestro - e incluso, salvando las distancias, compañero-, logró desarrollar aquello que pocas mujeres de su misma época lograban nunca conseguir: seguridad en si misma, independencia, ansia de poder, conocimiento y aventura. Suficiente para dejar de ser un complemento sujeto al brazo de su esposo, y convertirse en un ente semejante, capaz de hacer sombra a cualquier hombre.

Una historia larga, sí, pero no carente de sentido. Cordelia Holtz, ahora cazadora, ladrona, observadora –espía, con todas las letras-, dentro de un acuerdo de servidumbre en apariencia, pero realmente pudiendo sacar por fin partido a su vida sin desfallecer en el olvido de una rueca, demostraba su entera disposición inquisidora –inquisidora y a favor de la inquisición- en ocasiones. Ocasiones como aquella. Tanto tiempo observando, oculta entre las sombras, cumpliendo encargos con los ojos cerrados, cerrándoselos al mismo tiempo a sus víctimas una vez dejaban este mundo para zarpar con Caronte por el río Estigia. Su objetivo, una mujer. Cazadora, como ella, pero imprudente en sus actos. Actos contra una logia inquisitiva que debía defender dada la naturaleza de su benefactor.

Aquella noche, los actos de la cazadora –la otra- parecían ser previsibles dado su camino a tomar. Fue así que Holtz se adelantó, accediendo al edificio por una ventana fácilmente corruptible con una simple ganzúa, y esperó. Su cometido era simplemente el de darle caza, nada de andarse con medias tintas, nada de compasión -¿acaso la tuvo ella tiempo atrás, atentando contra aquel a quien segó la vida?-. Sacó una daga y con ella esperó, fundiéndose con la oscuridad de la habitación, atenta a los pasos de su objetivo y buscando que su silueta se dibujara por fin en la puerta para que aquel campo de combate definiera de una vez a sus dos contrincantes. Aquellas que lucharían por el premio gordo: sobrevivir a la otra.

por **Leigh Lezarc** Dom Ago 02, 2015 3:53 pm

"El que conoce sus límites, sobrevive. El que los expande, aprende."

Por lo general, aquellos que se dedicaban a la cacería de sobrenaturales eran seres desconfiados y detallistas. No pasaban por alto cosas que para otros no significarían nada y maquinaban muertes en sus mentes casi a tiempo completo. No obstante, para Leigh se duplicaba cada emoción, más aún la desconfianza. Y era de esperarse, porque desde los quince años, que fue cuando empezó a entrenarse de manera consiente, recibió ataques de todo tipo, siendo el secuestro y el intento de robo de su hijo la última situación en la que se viera en peligro.

Aunque con empleados varios, incluyendo aún a su nana y a su mayordomo de siempre, creció sola, con el recuerdo latente de la desaparición de su padre y el asesinato de su madre frente a sus ojos. La vida sobrenatural la había dejado huérfana y más que nada, resentida. Sus deseos de venganza sobrepasaban cualquier otro deseo. No quería acercarse a nadie y mucho menos pensaba en tener hijos. Su familia había sido destruida y no tenía en planes formar otra. Ahora la tenía por mero accidente, porque Ryley no se había vencido a pesar de los continuos desplantes de Leigh, que lo evitaba de todas las maneras posibles pese a que él, un hombre que cobraba por dar placer en aquél entonces, le salvara la vida. Pero dicen que el que persevera alcanza, y eso había ocurrido. Por encima de la crítica de su clase, se había casado con ese hombre, para cambiarle la vida mientras fingía seguir siendo la misma. Evidentemente, ese asunto era una mentira que sólo se creía ella.

A pesar de todo, el odio por muchos seres seguía vigente, excepto porque la reaparición de su padre —a quien creyó muerto durante años— era el punto de quiebre acerca del vampirismo. Su progenitor era uno de los tantos seres que ambos habían matado. Pero eso no era todo, porque además le había salvado la vida, justo antes de volver a desaparecer. Y justamente él, Julien Lezarc, era el motivo por el que Leigh visitaba aquella propiedad familiar abandonada por orden suya desde hace ya varios años.

Era de esperarse entonces que sus deseos fueran dirigidos a encontrar a su progenitor. No deseaba matarlo, precisamente, pero si necesitaba preguntar lo suficiente antes de poder tomar cualquier determinación. Él había sido el inicio de su deseo de caza y podría ser también el final. No obstante, aquella noche quizás no debió dejar a Ryley relegado de sus nuevos deseos. Su esposo la había buscado de modo incansable y se había mostrado comprensivo en cada momento hasta su regreso. No importaba si Leigh tenía memoria o no, él seguía allí para ella, aunque ahora la cazadora a duras penas le dirigiera la palabra por ser incapaz de digerir con facilidad su optimismo.

Ahora se encontraba subiendo las escaleras con lentitud, aguzando la vista para que la poca iluminación le fuera suficiente para disparar a donde debía si era necesario. Quizás adentro durmiera un vagabundo, pero con la mente de Leigh, era apenas predecible que creyera que alguien podría estarla cazando. Y al parecer, no se equivocaba.

Con el arma en la mano, empuñada con la fuerza suficiente como para no perderla bajo ninguna circunstancia, avanzó. En cuanto subía las escaleras había una habitación, la primera puerta cerrada en la que Leigh, apoyándose en la pared contigua, giró el picaporte sin lograr abrirla. Aquella seguía con llave, no había nadie en ese lugar y era probable que se debiera a que en aquella habitación, no había ventanas que dieran al exterior. Allí no podría colarse nadie. Avanzó entonces a la siguiente, que estaba a unos dos metros de la puerta principal que perteneciera a ella misma años atrás, razón que explicaba la seguridad que poseía aquella. La siguiente era la que perteneciera a sus padres y su objetivo principal. Con lentitud, volvió a apoyarse en la pared, giró el picaporte que cedió de inmediato y en medio de la oscuridad empujó la puerta, sin ponerse al frente. Si alguien esperaba por ella, de seguro intentaría atacar y generaría algún ruido en su nublado intento nocturno. Leigh era desconfiada pero no actuaba a la ligera. Si había alguien adentro, lo descubriría incluso antes de poder ser vista.

por **Cordelia Holtz** Dom Sep 20, 2015 4:25 pm

Esperar, esperar y esperar. La canción del nunca acabar. Costumbre, tradición, tortura. La peor parte de un trabajo tan satisfactorio como insatisfactorio.

Una de las reglas que la pobre Cordelia siempre olvidaba recordar es que nunca hay que ser demasiado confiada, más aun cuando se trata de mujeres. No sería la primera vez que el género femenino le ponía en un aprieto del que parecía imposible huir. Cosa que no solía suceder en el otro extremo de la balanza, cansada ya de usar los encantos propios de su sexo.

La cazadora esperaba algo rápido. Un cuchillo, sangre y su trabajo hecho. ¿Qué triquiñuela podía usar esta vez ante alguien que parecía ser más precavida que la mayoría? Cualquiera, todo valía para salir de aquello. Escondió el puñal y comenzó a lagrimear todavía en las sombras.

- ¿Eres tú? Por favor, no volveré a hacerlo, por favor…

Nada había que pudiera decirle a aquella mujer lo contrario de lo que saldría por la boca de Cordelia en adelante. Por suerte, había acudido a la cita con sus ropajes habituales -los habituales también de su clase- y toda herramienta que pudiera utilizar en favor de su cometido estaba debidamente oculta. Fingir no resultaba difícil. Los años le habían dado la experiencia necesaria. ¿Qué más? ¿Cómo había entrado? La puerta estaba cerrada. Ya se le ocurriría algo.

Esperaba que la mujer se acercara y le ayudara. Que hablaran, se conocieran, sintiera alguna clase de apego o simpatía hacia ella y le regalara el momento perfecto para hundir el puñal –u otra de sus herramientas- en alguna parte de su cuerpo donde el impacto resultara mortal.

- ¡Por favor, por favor! -rogó con más fuerza, fingiendo esperar al causante de su llanto.

por **Leigh Lezarc** Dom Oct 25, 2015 1:04 am

No se subestima al león en su propia selva

En Leigh, jamás se usaría un adjetivo que fuese sinónimo de bondad. Ella era demasiado dura y ni siquiera el haberse casado y tenido un hijo lograban ablandarla. Si bien Ryley fue el objeto del despertar de sus emociones y Julien el ser por el que daría la vida, eso no significaba que sus sentimientos se extendieran a terceras personas. Inclusive, el repentino giro que diera su vida desde meses atrás, había logrado que la desconfianza se multiplicara a la par con su ira. Cada vez, parecía soportar menos lo que antes le molestaba apenas un poco.

Esa noche en particular no deseaba ver a nadie distinto a su padre. Cualquiera en la casa en la que se criara que fuera distinto a ellos, no sería bienvenido. —Sal de ahí a donde te pueda ver. Hazlo despacio y ven hacia la puerta para que la luz me deje verte. Más te vale hacer las cosas bien, porque voy a matarte si das un paso en falso. Sal ahora, y explica a quién demonios estás esperando— ordenó Leigh, con un evidente tono imperativo. La oportunidad de salir y de explicar, era sólo para poner a prueba a quien sea que fuere que estaba adentro. No era misericordia, porque le iba a descargar toda el arma si quería pasarse de lista. A Leigh no le importaba matar, eso ya estaba claro, pero la cuestión, es que tampoco le gustaban los juegos de presa y cazador. Entre más pronto se aclarara todo, sería mejor.

— ¿Qué parte de sal y responde lo que te pido no entiendes? — farfulló molesta cuando la mujer de adentro suplicó. No le faltaban ganas de dispararle, porque ¿Cómo sabía que iban a atacarla? ¿Por qué suplicaba si realmente esperaba a alguien y no había podido ver el rostro de Leigh para confirmar quién era? La Lezarc no era nada tonta, su lógica declaraba que aquello era una trampa. Con más veras, empuño el arma, lista para disparar en cualquier momento.

Leigh también pudo haber fingido allí, hablar como si esperara que alguien frágil saliera de allí. Pero no podría con eso. Detestaba la mentira, la falsedad y el fingirse un cordero cuando en realidad se es un lobo.

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