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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Invitado Vie Ene 27, 2012 10:15 am

PRIVADO

El trabajo como bibliotecario de la sección especial no era tarea fácil pero represento para él el equivalente a una tienda de dulces para un niño glotón. El desorden era tan grande que no supo por dónde empezar pero contrato un par de asistentes que le ayudaron a dividir cronológicamente los libros, luego el haría sus propias divisiones de importancia ya que no podía confiar tareas más grandes a personas con aspiraciones tan mediocres como sus dos asistentes, ese par de súcubos que solo cobraban a diario por su trabajo y que no veían la hora del descanso y de irse. Fueron largas las noches que dedicó a organizar esa biblioteca con sus propias manos pero cuando finalmente termino no pudo sentirse más satisfecho consigo mismo, tanto así que se permitió festejar con media copa de vino. Le asqueo un poco el sabor pero su madre le había enseñado que el buen trabajo merecía ser festejado de alguna forma, quizá luego iría al anticuario y se haría un regalo a sí mismo en compensación pero por ahora tenía un interés mucho mas latente en los libros que acababa de catalogar.

Muchos tratados de historia que fueron escritos como crónicas de viajeros moraban allí en sus versiones originales y nadie tomaba en cuenta ese conocimiento ya que la historia que preferían era solo la de los grandes reyes, no que no fuera importante, pero había mucho mas allá de lo que la simple sociedad creía conocer. Muchas de las crónicas mencionaban extraños seres que aparecían durante las noches, mutaciones del cuerpo físico bajo la influencia de la luna, animales que se volvían hombres. Todo ello podría entrar perfectamente al universo de la fantasía pero el ya no era de aquellos que creía solo en lo que decían ya que había vivido un episodio que confirmaría todas sus teorías: los humanos no estaban solos en el mundo, existían también seres de la noche, o como él les llamaba, hobnis, hombres o bestias no identificados. Su labor era recopilar todo lo necesario sobre esos seres y sobre todo, de donde procedían y porque no salían a luz pública. En las crónicas también encontró que dichos seres nocturnos poseían poderes peculiares, algunos hipnotizaban a sus víctimas, con el fin de sacarles la esencia de la vida.

Se frotó los ojos varias veces antes de seguir leyendo y luego volvió a ponerse los lentes para continuar su lectura que solo fue interrumpida después para ver su reloj de bolsillo, daban las diez de la noche y ya no había nadie en el lugar, la biblioteca estaba cerrada pero el aún esperaba a alguien. Además de las crónicas había encontrado basta información sobre las familias de la nobleza y muchas de ellas trascendían hasta la actualidad por lo que para enriquecer los vacios de la historia en general creyó que mientras podría también realizar una compilación histórica de aquellas familias cuyos descendientes habían permanecido en el trono durante generaciones de generaciones. Algo extraño sin duda se le hacía ya que usualmente eran los primos u otras familias las que subían al trono con el tiempo pero por ello pretendía averiguar a qué se debía el éxito de algunos de los linajes más poderosos de los reinos existentes en Europa. Para ese motivo le envió una carta muy cordial a una de las personas más importantes que pretendía conocer en su vida, la reina del Imperio Sacro Romano Germánico, una dama de linaje notable que visitaba la ciudad.

Se paró de repente y se arreglo la corbata, no quería lucir inapropiadamente ante su majestad, la primera impresión siempre contaba y el solo se dignaba a ser todo respetuoso con gente que fuera excepcional, no estaba demás aclarar que la reina lo era. Guardó unos libros y saco otros sobre la mesa, aquellos donde tenía dibujados los escudos de la familia Owen y los nombres de los ancestros de la reina, faltaban algunos datos pero estaba dispuesto a preguntarle a la reina ya que la historia no podía perderse de un momento a otro. Sería una noche un poco larga pero también productiva. Se paseó por su sección repetidas veces, con las manos detrás del cuerpo y una expresión pensante hasta que la puerta de la planta baja sonó a “toc toc toc”, corrió a abrir y vio un hombre bajo y regordete con la cara roja. Se acerco para hablarle con un tono extraño y Aldebarán asintió cuando le dijo que era el cochero de la emperatriz y que si el área estaba despejada de cualquier otro funcionario ya que ella era tan importante que no podía estar entre simples súbditos paseándose durante la noche. Aldebarán se ofendió porque el había prometido que sería un encuentro de uno a uno y el cochero lo miro de mala gana dirigiéndose a la puerta del carruaje, de donde Aldebaran vio emerger no solo a una imponente emperatriz, sino a una mujer que parecía no ser de este mundo. Si hubiera tenido más experiencia con los hobnis se hubiera atrevido a apostar que ella era uno de ellos pero en ese momento solo pensó que era muy bien cuidada y aseada.

Se inclinó y le dio paso a la reina para que entrara al recinto, seguido de ella dos guardias que se quedaron a custodiar la puerta. El se puso firme y rígido como una tabla y le dijo “Es un placer tenerla en este lugar su majestad, por favor venga conmigo que la guiare hasta un lugar donde pueda ofrecerle una silla cómoda y una bebida caliente”, nunca había perdido la costumbre de ofrecer té a cualquier visita, era inglés aunque su madre fuera francesa, esa costumbre estaba muy inculcada en él. Condujo a la emperatriz entre los estantes llenos de libros y llegaron a la sección prohibida, misma que estaba muy bien decorada porque era la más importante del lugar y por ello se enorgullecía. Además, tenía algunas obras de arte que había conseguido que su buen amigo Alighieri donara a aquella institución. Le ofreció la butaca más cómoda a la reina y luego le sirvió té antes de sentarse el frente a ella y hablar nuevamente “Ruego me perdone, soy el Dr. Beckett a sus órdenes, olvide presentarme por la alegría que me causaba su presencia. Dígame majestad, ¿está bien su té?”.

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Mensaje por Shanon Owen Jue Feb 02, 2012 5:54 am

Hastiada como estaba últimamente de su estancia infructuosa en París, la reina comenzó a replantearse adelantar su vuelta al Imperio. Todas las noches repetía la misma aburrida monotonía, reuniones con aristócratas, magnates, potentados o todos a la vez. Shanon necesitaba algo de acción en su vida. Conocer algo nuevo, relajarse por algún momento o simplemente desconectar de tanta charla trivial sobre asuntos de Estado que acabaría por provocarle lo imposible para un ser nocturno, una migraña permanente. Por lo menos, algunas noches hacía de las suyas escapándose de la vigilancia de los guardias (que a pesar de que la conocían demasiado, aún podía burlarlos con habilidad), para adentrarse vestida a veces de modo más sencillo entre las congestionadas calles céntricas de aquella ciudad tan luminosa.

Por casualidad, de vez en cuando encontraba algo de emoción en alguna riña con licántropos o alguna caza excitante, pero por lo general estas eran las menos veces ya que no concebía el rebajarse al mismo nivel que cualquier ser humano solo para pasar un buen rato. Eso no estaba en sus credenciales ni nunca concebiría como otros sí podían hacerlo, quizás era cosa de la estricta educación que siempre había recibido y el protocolo y aires imperiales habían calado en su interior más de lo debido, pero aún así no conseguiría rebajarse a tal nivel. Ello no influía en su sentido de justicia y solidaridad para aquellos que de verdad se lo merecían. Esas personas contaban con su beneficencia, mientras que las alimañas… ya podían ir pudriéndose por algún callejón con olor a orines y descomposición.

En todo caso, Shanon ya estaba a punto de ordenar a preparar sus pertenencias para un pronto retorno a casa cuando un mensajero entró en su residencia francesa con noticias importantes. Aceptó la carta con resignación, dudando que llegara a interesarse lo más mínimo… Pero parecía que hasta ella podía llegar a equivocarse. Cosa que ocurría muy pocas veces.

Normalmente hubiera pospuesto un encuentro como el que le pedían en la carta alegando un viaje de emergencia o reuniones varias, sin embargo algo en su contenido quizás la extraña petición o la particular forma en la que estaba escrita de una forma impersonal que aún así parecía querer denotar cierto sentimiento le instaron a querer aceptar. Hubo un detalle más que la ayudó a aceptar, la firma. Aldebarán Beckett era un joven genio del que había oído hablar recientemente en una de sus últimas reuniones. En ella un viejo Conde le había relatado las maravillas que ese joven prodigio había conseguido en apenas unos años, la última hacerse con la sección especial de la biblioteca, una sección que según decían las malas lenguas contenían una serie de libros que muy pocas personas se habían atrevido a leer y muchas menos creer. Esas malas lenguas usualmente no solían mentir en esos temas puesto que las noticias escabrosas eran las que más disfrutaban en contar.

Ese día la vampiresa se había interesado en gran medida por ese joven y sobre todo, por el temible tesoro que custodiaba. Tenía que asegurarse de qué clase de información contenían esos libros y, si resultaban ser demasiado reveladores, llevárselos a un lugar donde nadie los pudiera encontrar o, en el peor de los casos, destruirlos. Ante sí tenía la oportunidad perfecta para conseguir sus fines por lo que sin más demora se dispuso a contestar muy educadamente aquella invitación anunciando que iría a verle dentro de dos días al caer la noche. En ella especificó que solo aceptaría un encuentro a solas, sin ningún intermediario más puesto que una emperatriz no podía arriesgarse a reunirse con un desconocido y más súbditos a solas y que todo fuera una trampa. Ordenó al mensajero que había traído la carta que devolviera la contestación a la persona correspondiente inmediatamente recompensándole por los esfuerzos.

Dos días más tarde, justo a la hora indicada el carruaje imperial arribaba a las puertas de la gran biblioteca principal de París. La reina mandó al cochero a avisar al Dr. Beckett de su llegada y ya de paso asegurarse de que había cumplido su promesa de estar solos. Una vez que este llegó con la verificación Shanon salió del carruaje con su elegancia característica acompañada de Marco e Itilión, los dos guardias que había elegido para acompañarla y que se quedarían custodiando la entrada impidiendo la entrada de extraños.

En el cielo, el reflejo de la luna creciente incidió sobre la delicada diadema que había escogido para recoger sus cabellos en un medio recogido. Llevaba un vestido escarlata que si bien no era muy pomposo, seguía denotando su poder con sus bordados en hilo de oro. El prominente escote en pecho y espalda que dejaba al descubierto estaba tapado con su capa negra preferida que danzaba a la par que el frío viendo invernal que ella apenas notaba en su piel si no fuera por el rozar de la tela contra la piel.

Saludó con una inclinación de cabeza a su anfitrión, aceptando la entrada y pasando por delante suyo hasta que la alcanzó ya en el interior.

-El placer es mío por haberme invitado. Este lugar es realmente maravilloso. Claro, le seguiré hasta donde usted me guíe.

La mirada de Shanon enseguida se perdió por los cientos de estantes que recorrían cada piso de la biblioteca y los miles de exquisitos tomos que ahora se encontraban ahí, a su alcance. Ella siempre había sido una apasionada de la lectura por lo que una de sus estancias preferidas en el Palacio era la biblioteca, donde siempre se refugiaba cuando quería estar sola disfrutando únicamente de la fiel compañía de sus libros, los únicos que nunca la decepcionaban proporcionándole el placer que buscaba al sumergirse entre sus palabras. Finalmente llegamos al sector que sin lugar a dudas, era el de aquel hombre. Estaba decorada con suma exquisitez, incluyendo las obras de arte que se paró a observar unos breves instantes.

- Mi más sincera enhorabuena por su trabajo. Este lugar rebosa confortabilidad además de estar decorado con un gusto excelente. ¿Son suyas todas estas obras o alguien las ha donado? Son realmente hermosas, al igual que este lugar.

Tomó asiento en el lugar indicado aceptando gustosa la taza de té, pensando irónicamente en otra bebida caliente que también tomaría gustosa directamente de él. Al menos ese humano podría dar las gracias de que ella no era ninguna neófita descontrolada. Dio un trago al té para probarlo. Era una pena que ya no pudiera degustarlo del mismo modo que antes pero por el aroma debía de ser delicioso.

- El té está perfecto, gracias por su ofrecimiento. Sé quién es, he oído hablar mucho y muy bien de usted. Bueno… creo que usted ya sabe quién soy yo, Shanon Owen encantada de ayudarle esta noche con todo lo que necesite.

Se quedó mirándole cuando dijo de la alegría que le había causado su presencia. ¿Alegría? Puede que eso fuera verdad, pero desde luego exteriormente no lo reflejaba muy bien. Con lo joven que era aquél muchacho parecía demasiado rígido y estirado, como su fuera un viejo resabiado de los que ya había conocido varios.

- No es muy expresivo, ¿verdad Dr. Beckett?. – Dejó el comentario en el aire como si nada mientras volvía a beber de su té poniéndose cómoda en el asiento. – Y dígame, ahora que estamos frente a frente, ¿para qué me llamó? No hay mucha gente que se atreva a invitarme a citaciones de este tipo, debe ser que les impongo… - Le dedicó una media sonrisa a la vez que clavaba su vista en un escudo que le era demasiado familiar, el escudo de su linaje. – Ese libro… - Murmuró.

Hacía demasiado tiempo que no sabía nada de él, la última vez que supo de su existencia se había perdido en un incendio en la biblioteca real y ahora ahí se encontraba, en perfectas condiciones y en aquella sala. Se puso rígida al verlo sin cambiar la expresión afable de su cara. Era una actriz consumada y no quería dejarle notar que estaba ansiosa por saber si había descubierto su secreto, algo que sería fatídico para el pobre doctor.



La ambición seduce, el poder corrompe.
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