Tu eterna fragancia (Privado)

La noche cubría todas y cada una de las calles de París, ella se dirigía hacia el burdel ya era demasiado tarde y esa noche tenía que trabajar. La forma más rápida de llegar era por los callejones de París, no eran muy seguros pero si acortaban el camino a su destino. Caminaba a paso apresurado no quería entretenerse, esas callejuelas eran lúgubres y estrechas, demasiado para su gusto al igual que el hedor que emanaban. De vez en cuando llevaba una de sus manos a su nariz intentando no respirar todo ese olor. Alzó su cabeza observando el cielo como se cubría por unos nubarrones, se acercaba una tormenta y ella no llevaba nada para cubrirse. Vio en el cielo unos destellos y un fuerte sonido, pronto empezarían a caer gotas de agua. Tenía que apresurarse y llegar lo antes posible.
Nunca se hubiera imaginado cruzar esas callejuelas pero no le quedó alternativa ya que una de sus compañeras tenía su residencia en una de esas diminutas casitas. Realmente la casita no era de ella pero si una de sus habitaciones la cual le alquilaba a una anciana. Su compañera no podía ir a trabajar porque se encontraba indispuesta. Gaëlle era la encargada esa noche de ir a visitarla y llevarle unas notas de algunos de sus clientes fijos. A veces tenían clientes que eran amables y se preocupaban por ellas con detalles como esos o regalos, otras veces se podían encontrar con algo totalmente lo contrario. Gaëlle por ahora no tenía ni una cosa ni la otra, no hacía mucho que había empezado a trabajar en el burdel, se limitaba hacer su trabajo sin más.
Muchas cortesanas, y también cortesanos, les dejaban vivir fuera del burdel pero ella aun no podía permitirse salir de él, esperaba algún día poder hacerlo. De algo si estaba convencida que en esos callejones no viviría, seguro encontraba un lugar algo mejor, tampoco necesitaba gran cosa pero si algo más limpio que esas calles. La mayoría de esas callejuelas estaban llenas de habitaciones que se alquilaban para cualquier fin. Para la gran mayoría de prostitutas era un escape vivir en esa zona ya que conseguían su independencia, en cierta manera claro.
Seguía caminando por las callejuelas cuando empezó a llover, cruzó una calle y a la siguiente giró. Cada vez llovía más y sus ropas quedaron totalmente empapadas. De sus rubios cabellos caían diminutas gotitas de agua al igual que de sus mejillas. Se arrimó a una de las paredes para refugiarse del agua, pero el pestilente olor de esa pared hizo que optara mejor por mojarse antes que quedarse allí cerca. Pensó que lo mejor que podía hacer era correr para llegar más pronto al burdel, pero al doblar una de las esquinas chocó con algo. Se quedó paralizada por unos momentos pensando que se trataba de una de las paredes por su solidez, pero la fragancia que emanaba no era de una de ellas. El aroma que desprendía era suave y agradable. Levantó su cabeza para poder ver con que había chocado y vio a un apuesto hombre.

Todo ocurrió muy rápido, sin darse cuenta aquel hombre le había tomado de la mano y la llevó hacia una de las paredes. Levantó su mirada hacia el hombre observando cada facción de su bello rostro. Miró de reojo la pared que estaba tras ella y sin darse cuenta se arrimó un poco hacia el desconocido, aquel aroma le atraía. Cuando escuchó su voz un cosquilleo recorrió su cuerpo inevitablemente. Levantó su cabeza para volver a observar el hombre.

- Si… - asintió – siempre que usted no sea un ladrón o un asesino…

Se quedó en silencio unos segundos observando la situación en la que se encontraba. Se percató entonces de que la única gotita de agua que caía sobre ella era la que recorría la hermosa nariz del otro y moría en sus labios. La estaba resguardando bajo la lluvia y ella lo trató de delincuente. Su mente no le dio tiempo de reaccionar con los movimientos que hizo aquel hombre y fue cuando estuvieron ambos quietos que se dio cuenta de todo. Sus ojos se abrieron de par en par y abrió ligeramente la boca en modo de sorpresa.

- Disculpe, no pretendía ofenderle – bajó su mirada avergonzada y luego volvió a buscar la del hombre – así usted también se mojará y enfermará, sería mejor buscar un lugar más apropiado – levantó sus manos para intentar empujar levemente al desconocido con intención que se moviera

La primera vez que intentó empujarlo parecía que aquel hombre nada pudiera moverlo de aquel lugar, era duro como una de esas estrechas paredes, pero al segundo intento cambió totalmente y eso solo fue porque él lo permitió. Se dejó apartar para que ella lo pudiera guiar hacia donde podían refugiarse de la lluvia. Asintió con su cabeza y le indicó que lo siguiera. Caminó a paso rápido hacia una de las callejuelas por las que había pasado antes. Solo había un lugar al que ella creía poder ir y era en la casa donde vivía su compañera. Era adecuada porque la mujer que alquilaba las habitaciones la conocía muy bien y a veces charlaban largo rato. Giró una esquina pero retrocedió sacando su cabeza para ver si el hombre le seguía y no se le perdía por el camino. Lo tenía aun siguiendo, así que siguió con el camino hasta que llegaron a su destino. Estaban frente a la puerta y levantó su cabeza para ver al hombre.

- Es aquí – dijo levantando su mano para llamar a la puerta - ¡Madame Dupuis! Abra la puerta por favor

Siguió llamando hasta que por fin la puerta se abrió dejando ver a una mujer mayor. La señora les dejó pasar a la casa y les indicó que entraran a una habitación que estaba a la derecha del lugar. Mientras la mujer corrió hacia otra habitación en busca de unas toallas para que pudieran secarse y ropa seca para ambos. Gaëlle entró en la habitación, era donde normalmente ambas charlaban. Tenía una chimenea y en frente un par de sillones, al lado de una de las ventanas una mesa con cuatro taburetes para sentarse y en frente un pequeño sofá viejo. Le indicó efusivamente con la mano al hombre que se acercara.

- No tenga miedo y entre – la lluvia no parecía que cesara – ella alquila habitaciones y aquí vive una compañera, por eso la conozco – sonrió dulcemente – es una mujer muy buena, así que no se preocupe