Victorian Vampires
Tristán Dall'Asta 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Tristán Dall'Asta

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Mensaje por Tristán Dall'Asta Lun Sep 06, 2010 1:58 pm

-Nombre Actual: Tristán Dall’Asta
-Nombre de Nacimiento: Fernán González
-Edad real: 326 años
-Edad a la que fue convertido: 22
-Especie: Vampiro
-Tipo y Nivel Social: Medio
-Lugar de Origen: Bargas, Corona de Castilla
-Fecha de Nacimiento: 16 de Abril de 1499
-Fecha de Muerte: 23 de Abril de 1521

Dotes
Sanación acelerada: puede curar en apenas cinco segundos los rasguños y heridas muy superficiales, tardando algunos minutos si éstas son un muy poco profundas, pero necesitando vendas o ayuda para curar heridas de gran alcance, momento a partir del cual sanarán más rápidamente que una persona normal.

Sentidos aumentados: es su dote más potenciada. Quizás no alcanza a ver a grandes distancias, pero es capaz de percibir de cerca detalles muy pequeños. Su audición también está bastante desarrollada, aunque, a cambio, su olfato y gusto se han quedado algo atrofiados. Por último su piel es bastante sensible debido al tacto potenciado.

Agilidad y reflejos sobrehumanos: es capaz de evitar golpes o estocadas, aunque no alcanzaría a evitar una bala a corta distancia. Puede recorrer trayectos a una velocidad superior a la normal.


Descripcion Fisica

- Rasgos físicos: Tristán es un hombre castaño, quizás algo alto para un castellano tradicional, rozando el metro setenta y cinco. Sus ojos, a juego con el pelo, quedan enmarcados en unas cejas que se difuminan en ambos extremos. A veces lleva una pequeña barba de unos pocos días, pero no suele dejarla crecer más. Su cuerpo no está demasiado trabajado, aunque pueden descubrirse unos esbozos no marcados de sus pectorales o de algún otro músculo. Es grande en ese sentido, pero no rechoncho.

- Apariencia: No suele vestir con grandes lujos, aparte de por no tener fondos, porque le resulta incómodo y estúpido. Suele vestir camisas y pantalones de colores sobrios, como los acromáticos o los marrones. A veces lleva una boina cubriendo su cabeza.


Descripcion Psicologica

- Personalidad: es un chico ausente, quizás solitario que, aunque no rechace una buena compañía, no suele buscarla. Puede ser terco en palabras, aunque es probable que la amabilidad lo desborde. Si se llega a tratar un tema de su interés quizás pueda extenderse, negando la afirmación anterior, hasta casi convertir la conversación en un extendido monólogo, repaso y resumen de sus amplios conocimientos. Le gusta enseñar en determinadas materias, aunque nunca ha tenido un pupilo fijo.

- Gustos, placeres y manías: Sus sentidos potenciados es algo que, sin duda, le permite disfrutar del mundo de forma más intensa y apreciar aún más la soledad, por ello le encanta pasear por los jardines o sentarse a contemplar el lejano horizonte con la mirada perdida. También le gusta la música de todo tipo, dependiendo mucho de su estado anímico, y la literatura, dado su gran capacidad de imaginar, con gran detalle, todo el entorno y la situación. En cuanto a las artes plásticas podría decirse más bien que se trata de un admirador que un practicante, a pesar de poder retratar con gran detalle la realidad; le cuesta menos conmoverse con una escultura o un lienzo que dedicar horas a planear la composición, la luminosidad, el espacio y la infinitud de detalles y pormenores que trabajar antes de dar por concluido el cuadro. Para expresarse tiene la música.

No le gusta demasiado que el contacto físico debido a que lo siente con mayor fuerza que alguien normal; esto puede tener repercusiones distintas, ya sea una mayor atracción o un rechazo frontal. Sin embargo puede disfrutar de una buena compañía o una interesante o profunda conversación.


- Habilidades y conocimientos: es un gran dibujante, aunque bastante lento y sin vocación para ello. Por otro lado, su afición artística se centra en la música, siendo un gran intérprete de violín y los instrumentos de teclado, los cuales han sido compañeros de su no-vida desde que les llegara a conocer y con los que gusta interpretar. Así mismo también sabe tocar algunos instrumentos más tradicionales, como la dulzaina o la zanfoña. Sabe hablar un perfecto francés e italiano y se sabe defender con el alemán, a pesar de denotar un acento extranjero. Por otro lado, el castellano es su lengua materna.

- Aspiraciones: Conscientemente él no parece aspirar a nada, parece haber llegado a una realización personal permanente y duradera, de la que nunca saldría, pero en el fondo está muriendo por dentro y, lo sepa o no, algún día esa situación estallará, posiblemente sumiéndole en una depresión.

- Alimentación: acepta su naturaleza vampírica y nunca toma sangre animal, a no ser que sea por necesidad. Aún así sigue con su máxima de preferir dejar con vida a los humanos y sigue usando narcóticos para evitar que sus víctimas recuerden nada o puedan delatarlo.

- Orientación sexual: Indefinida. En origen era heterosexual, como no podía de ser otra manera, pero con el paso del tiempo los límites de estas restricciones se volvieron ambiguos hasta que Tristán pasó a dejar de amar al cuerpo para empezar a disfrutar de las personas, a pesar de que el físico pudiera influir en él.

Historia
Fernán González nació un soleado día de primavera en la localidad castellana de Bargas, a pocos kilómetros al norte de Toledo, de cuyo reino era habitante. Hijo de un curtidor de cuero y una vecina del pueblo, creció como un villano castellano de la época podría vivir: con austeridad y sin lujos. Esa carencia que llevaba no le afectaba en gran medida pues la mayor parte de la gente que conocía vivía más o menos con las mismas propiedades y desdichas que él. La vida era así y debía aceptarla. Fernán creció como un niño normal: jugando, corriendo, escapándose por los campos aledaños al lugar, ayudando a sus padres o fingiendo ser un caballero cruzado derrotando a los infieles que, años atrás, habían sido expulsados gracias al temple y al valor de los guerreros cristianos que habían asediado y conquistado la capital del reino nazarí: Granada. El muchacho era inculto y analfabeto, y sus únicos conocimientos se reducían al ciclo de las estaciones, a los sermones del párroco, a un amplio repertorio de saberes populares y todo lo referente al empleo que desempeñaba su padre. Dos veces al mes, la familia se embarcaba en un viaje de dos horas hacia el sur, a la ciudad de Toledo donde sus padres instalaban un puesto en el mercado para vender calzados, botas de vino, zurrones o cualquier otro objeto realizado con cuero. A Fernán le encantaban esos días pues, a pesar de lo arduo del largo paseo en carromato, él sencillamente amaba Toledo. La ciudad había sido un lugar de suma importancia desde hacía un buen número de siglos, ya siendo habitada en tiempos de los romanos y, hasta principios del siglo VIII, capital del reino visigodo; pero la historia de la urbe no terminaba allí, pues había sido una de las ciudades más importantes del califato musulmán y fue uno de los principales objetivos en la Reconquista castellana. La ciudad se encontraba emplazada en el ”Torno del Tajo”, un meandro del río de ese mismo nombre que rodeaba la colina donde crecía la ciudad, convirtiéndola en un bastión casi inexpugnable y, sobretodo, restringiendo el espacio de suelo edificable. De esta manera, el lugar era un sinfín de numerosas y estrechas callejuelas, un laberinto en el que el chiquillo le encantaba perderse, encontrándose ocasionalmente con alguna de las sinagogas con arcos de herradura en su interior o con la siempre magnífica catedral que, junto al alcázar, dominaba la urbe desde todos los puntos.

El destino de Fernán parecía ser el de trabajar con su padre y, posteriormente, relevarle en el negocio familiar, pero las cosas se vieron truncadas allá por el año de 1520, cuando Toledo se negó a acudir a las cortes convocadas por el rey Carlos I, el cual pretendía financiar así los sobornos de los príncipes alemanes para ser elegido emperador. De esta forma se iniciaba las revueltas de las comunidades, un levantamiento popular en contra del monarca flamenco que pretendía defender los intereses de Castilla y que fueran los propios castellanos los que ocuparan los puestos de la corte y no extranjeros sin amor a su tierra. Fernán no tardó mucho en unirse a la causa y se alistó en las tropas comuneras. El muchacho pasó dos largos años divagando entre las tierras de toda la cuenca del Duero, defendiendo las plazas controladas por los comuneros o patrullando los caminos. Su existencia parecía alejarlo del campo de batalla, pero eso cambiaría el lluvioso veintitrés de abril de 1521. Designado desde hacía un mes en la localidad de Torrelobatón, las tropas comuneras despertaron esa madrugada con la intención de llegar a Toro, en busca de refuerzos, pero el ejército realista les presentaría cara a la altura de Villalar, donde se escribiría el destino de todos los castellanos. La batalla fue una masacre. Los hombres comuneros, en inferioridad numérica, no pudieron hacer frente a sus adversarios y, al caer la noche, solo se oían los gritos de los mil hombres a los que se les iban rematando en los campos. Con ellos murió la esperanza de un pueblo.

Fernán estaba presente en la batalla, teniendo la misión de defender una de las entradas del pueblo. En la espera le embargaba una sensación confusa, mezcla de la inquietud y las ganas de probarse a sí mismo. Cuando, al fin, el fragor de la batalla llegó hasta su posición, las dudas le embargaron. Quizás no debiera estar allí, quizás debiera haberse quedado en casa, con su padre, y haber llevado una vida tranquila, lejos de las armas y de la muerte, buscar una esposa, construir una casa y tener hijos, llevar una vida apacible y morir. Fernán, en ese momento sacudió su cabeza, no había marcha atrás y él no era un cobarde, había decidido alzarse en armas y luchar junto a su gente por su tierra y no iba a renunciar a ello. Enarboló el arma en alto y, con un grito, se lanzó en busca de sus enemigos… media hora después yacía apoyado contra la pared de una casa, con la cabeza ladeada, la respiración quejumbrosa y una flecha clavada debajo de su hombro izquierdo. A duras penas el toledano consiguió arrastrarse hacia uno de los edificios aledaños y esconderse en su oscuro interior, donde logró evitar una muerte segura a manos de las tropas fieles al rey. El chico, entonces, se encontraba perdido, sin saber qué hacer, si debía volver cabizbajo a su casa y retomar su vida, aunque no estaba seguro de que eso no pusiera en peligro a su familia, o si, en cambio, debía salir a la calle y matar a unos pocos de aquellos traidores antes de caer, finalmente, muerto. Pero el destino, nuevamente, tenía preparado un nuevo revés en el futuro de Fernán. Al llegar el primer rayo de sol contra su cara, Fernán se despertó la mañana siguiente, solo para sacar temeroso su rostro por la ventana y dirigirlo hacia la Plaza Mayor del pueblo. Para su horror allí se había instalado un cadalso en el que, uno por uno, fueron decapitados los tres líderes comuneros: Juan Bravo, Francisco Maldonado y, sobretodo, Juan de Padilla, cabeza de la revuelta y originario de Toledo, por lo cual Fernán lo sentía especialmente cercano y digno de admiración. Fernán, sintiéndose destrozado, sencillamente dejó pasar el tiempo, aguardando a que todos los soldados abandonaran el lugar o que la muerte lo acogiera en su seno. En su espera, la noche le alcanzó nuevamente y, con ella, una nueva compañía también. A su lado apareció un hombre, cuyas desgastadas y pobres ropas no podían disimular su buen porte y presencia. En un primer momento ninguno de los dos dijo nada, sencillamente se miraron en una oscuridad en la que sus pupilas relucían. El primero en hablar fue el extraño que, con un extraño acento, le preguntó si pertenecía a las tropas sublevadas o a las del rey. Fernán estuvo tentado a contestar que era de las segundas, temiendo porque él fuera un soldado rezagado, pero, sin mucho más que perder, sencillamente se sinceró. Lo siguiente que Fernán contempló fue a aquel hombre asintiendo y acercándose a él, seguido de un profundo dolor en la zona baja del cuello que pronto se convirtió en calma, un sopor que iba decreciendo hasta hacerle perder la consciencia. Desde ahí hasta la noche siguiente, su mente no logró recopilar ninguna información más. Lo primero que Fernán escuchó en su nueva vida fue simplemente una palabra: Tristán; ese sería su nuevo nombre, su identidad, su nuevo “yo”. Tristán jamás llegó a saber lo que motivó a aquel vástago a convertirle en uno de ellos, sencillamente obtuvo la respuesta de que no quería dejar que ese espíritu revolucionario se perdiese en el tiempo, contestación con la que, aunque no terminara de convencerle, Tristán debía contentarse. Su sire se llamaba Luca Dall’Asta, de ahí su nuevo apellido, italiano de nacimiento, como indicaba su nombre, pero persona de mundo por vivencias y elección propia. Tristán no pudo averiguar mucho de él, solo que provenía de Rávena y que había estado viajado por buena parte de Europa hasta encontrarse inmerso en la guerra de las Comunidades.

Tristán no tardó en enterarse de los pormenores de su existencia, tanto sus ventajas como sus inconvenientes o peligros. Así aprendió a temer la luz del sol y a alejarse del fuego, así como a descubrir una mayor agilidad, unos sentidos especialmente agudizados y precisos y una extraña dote que le permitía curar rápidamente sus heridas superficiales. Tristán nunca había oído hablar de ”vampiros” hasta que Fernán hubo de estar muerto, por lo que, se podía decir, su conocimiento al tanto era nulo, lo cual en parte le sirvió para bien, dado la cantidad de mitos falsos que habían circulado por Europa desde la antigüedad.

La personalidad del muchacho, en vez de permanecer con el tiempo, fue cambiando poco a poco. Aunque fuese parte de la plebe de origen, su percepción agudizada del mundo y, por lo tanto, de sus placeres, le permitía sacar más provecho de ellos, disfrutarlos más e, incluso, llegar a entablar una especie de relación idílica con ellos. No tardó mucho en comenzar su aprendizaje en todas aquellas áreas que, si bien del mundo mortal, habían quedado fuera de su alcance debido a su condición social. Así, ávido de conocimientos, comenzó a aprender el alfabeto, a leer y a escribir. Luca llevaba consigo varios tomos de pequeño tamaño que dejó a Tristán para que practicara con la lectura; estos eran: el Cantar del Mío Cid, el Cantar de Roldán, con el que emprendió su aprendizaje del francés, y la leyenda de Tristán, escrita por el poeta Béroul, y que, según su maestro, había sido el origen de su nombre. Tristán se había releído esas tres historias varias veces, aprovechando los tiempos muertos que pasaba entre el ocaso y el amanecer en alguna villa ibérica. Esa basculación hacia mundos imaginarios y la contemplación del mundo le hicieron perder su interés por las cosas mundanas y llegó a perder el patriotismo que lo había hecho lanzarlo en contra del gobernante que había querido destruir su tierra desde dentro, persiguiendo gloria personal y no dándose a su país, como todo buen rey debiera hacer.

Fue en un pequeño pueblo, al sur de Occitania, poco después de haber pasado los Pirineos, donde se encontró con una de sus grandes pasiones. Habían llegado allí poco después del anochecer y los señores del lugar los habían invitado a ir a pasar al salón principal de su castillo, donde sus hijos acostumbraban a dar pequeños conciertos de música, tocando los hijos la lira y la vihuela y la hija el virginal. Tristán, sencillamente se quedó prendado del sonido, notando cada pulsación de las cuerdas vibrar dentro de sí, estremecerle, llenarle transportándole a otro lugar alejado de allí. La fémina se dio cuenta de su estado e, intrigada, una vez hubo acabado el recital, lo llevó consigo a una sala contigua, donde guardaban los instrumentos. Luca pensaba que él ya había conseguido cena esa noche, pero Tristán acabó con el estómago vacío, perdonando la vida a aquella joven a cambio de aprender su primera canción sobre el teclado. Su vida había dado, nuevamente, un nuevo giro.

Los dos vampiros prosiguieron con el viaje de Luca por el continente, viajando por el Mediodía francés hasta llegar a los territorios alemanes. Su tránsito era lento, llegándose a quedar varias semanas en un único sitio, disfrutando de los lugares, de la gente y, sobretodo, de la sangre. Tristán aún era demasiado humano para el gusto de Luca, pues éste había perdido ese apego que se les tiene a sus iguales, pero el vástago más joven, aunque cambiado, aún se sentía parte del mundo mortal, a pesar de él no serlo aún. Le gustaba relacionarse con la gente y comenzar a disfrutar todos los placeres que le supiera prestar su nueva vida y que en la anterior no pudiera disfrutar, ya fuera una intranscendente conversación, una dulce voz, o el caminar solitario por un camino a las afueras de algún pueblo perdido en la Selva Negra. Eso no quería significar que rechazara lo que era, él sabía que su naturaleza era la de un depredador, un chupasangre, un parásito que se alimentaba de los humanos. Lo aceptaba y actuaba en consecuencia, solo que prefería no matar a un ser humano si tenía la posibilidad de no hacerlo; incluso alguna vez llegó al uso de narcóticos para inducir el sopor a sus víctimas y que no lograran recordar nada. Ellos le hubieran tildado de monstruo; los vampiros le hubieran llamado pusilánime.

El primer siglo de su existencia fue muy convulsionado allá por donde fueran, encerrada Europa sobre sí misma, de nuevo obcecada en busca de la unificación espiritual del continente, pero ahora luchando entre propios hermanos: protestantes, calvinistas, católicos o anglicanos. La cristiandad nunca había sido uniforme, pero ninguna escisión de la rama principal había sido nunca tan numerosa e importante. En los campos de batalla, Luca y Tristán lograron encontrar suficiente alimento y diversión, o al menos el primero lo hacía. Tristán no disfrutaba tanto de aquella acción, aunque sí de contemplar y grabar todo lo que llegaba a él, con pretensión de aprender más y, quizás, poder traspasar esas impresiones al papel o a uno de los primeros violines fabricados, regalo de Luca. En medio de esa depuración, la gente estaba demasiado ocupada por salvar la vida, las cosechas o a su familia como para atender a ”un extraño par de heridas circulares que le habían salido al vecino en el cuello”. Su existencia no corría gran peligro.

Durante la primera mitad del siglo XVII divagaron por el sur de las tierras alemanas, sin mayores cambios en sus vidas. Luca pasaba las noches intentando buscar diversiones en el mundo mortal, a cosa de los humanos, pero Tristán comenzaba a aburrirse de su monótona no-vida. Sí, lograba disfrutar de los ”petites plaisirs” de la vida, pero, incluso éstos se volvieron tediosos y repetitivos. Tristán comenzó a sentir que faltaba algo en su existencia, un motor, un epicentro quizás, y la música, aunque lo llenaba, no terminaba de acaparar todo su tiempo. Fernán había sido un hombre de firmes creencias cristianas, más que nada porque no había conocido otra opción, pero Tristán, libre de aquellas ataduras, había empezado a cuestionarse a Dios. Había entrado en una crisis existencial. No era precisamente que los libros que iba devorando aquellos años le ayudaran demasiado, pues había conocido los pensamientos de un tal René Descartes y su duda y nunca llegó a compartir el resto de su pensamiento. La pesadumbre lo invadió, empezando a dudar cada vez más y más en sus ratos de soledad, por mucho que le fuera difícil hacerlo cuando se encontraba en compañía. Luca no le comprendía, sencillamente quería que él disfrutase de la nueva vida y oportunidad que le había otorgado, pero el pesimismo de Tristán y su percepción del mundo se lo impedía.

El tres de agosto de 1645 se hallaban por las cercanías de Nördlingen, a pesar de saber que la región estaba plagada de tropas por la Guerra de los Treinta Años, o quizás precisamente por eso. No les pilló por sorpresa la batalla que se desenvolvió en aquella localidad, pero, en medio de la lucha, que se había prolongado hasta más allá del anochecer, ambos vástagos perdieron el rastro del otro. Ninguno pretendió buscar al otro, ambos lo habían comprendido: ya no estaban hechos para convivir juntos, el destino los había separado. A partir de ese momento, Tristán estaría solo; solo con su soledad.

Tristán, entonces, decidió viajar la tierra natal de su sire, el valle del Po, desde donde, con suerte, podría desviarse hacia la Toscana. La tierra del renacimiento, donde se originó toda esa búsqueda de la belleza a través de la matemática y la proporción, donde pensadores y humanistas cambiaron el centro de gravedad del mundo desde Dios hasta el propio ser humano. Si ellos habían conseguido vivir sin un Dios al que adorar, quizás él encontrara las respuestas que necesitaba y hacerlo también a su vez. Entró en la región por el Milanesado y, tras admirar las maravillas de Mantua o Módena, se adentró en las magníficas ciudades venecianas, como Verona, ciudad donde el mayor escritor inglés ambientara su trágica obra de teatro. Finalmente, llegó a Venecia el segundo día del carnaval. La ciudad se había volcado con la festividad, que había nacido apenas unos pocos años antes. Tristán se dejó llevar y contagiar por la efusividad y la emoción del populacho, que, salvando las diferencias, le era familiar. El vampiro se divirtió, bailó, tocó música y, sobretodo, conoció a alguien. La muchacha se llamaba Lavinia Pesaro y, de carácter fuerte y seguro, no dudó en invitar al muchacho a su residencia. Tristán, impresionado por su forma de ser, su descaro y su atrevimiento, aceptó con la condición de que le dejara marchar antes de que saliera el sol. Al amanecer yacía descansando en una sala del ”Palazzo Pesaro”.

Su estancia en Venecia se prolongó más de lo que en un principio había planeado. En ese momento logró entender lo que su sire pretendía que él hiciera: buscar un único placer al que entregarse. Tristán hasta entonces no había conocido el placer carnal y fue entonces cuando se dejó a él, aunque solo llegara a altos niveles cuando fuese con Lavinia, al menos de momento. Fue una época realmente feliz para el vampiro, su compañera sabía de su condición y, en vez de tacharlo de bestia inhumana, lo convirtió en su huésped, protegiéndolo de fanáticos o de la molesta luz diurna. Tristán aprendió entonces a hablar el idioma local, a divertirse en los bailes de alta sociedad, fingiendo ser un amigo austríaco de la familia Pesaro, o a tocar nuevos instrumentos. Lavinia, hija única de unos nobles ricos e importantes, contaba con apenas dos décadas de vida, y, huérfana, había sido la heredera de toda esa fortuna. Había acogido al chico porque, sencillamente, le gustaba y le había parecido interesante e, incluso, inocente. Cuando éste le reveló que debía marcharse antes del primer rayo que anunciara el comienzo de la mañana, la sospecha de que se tratara de un ser de las sombras arribó a ella. Ni se equivocó ni su sensación acerca de él cambió.

Una buena noche de primavera, sentados los dos amantes en uno de los escasos jardines que, emplazados junto a embarcaderos, se abalanzaban sobre las aguas buscando más tierra sobre la que crecer, un muchacho llegó a ellos, presentándose primero a Lavinia. Al parecer, el chico era un viejo conocido de la mujer, varios años más joven que ella. Su nombre era Serge de Lorraine-Vaudemont, noble de origen francés. La mujer invitó al joven a su palacio y su estancia también se prolongó. La continuación de la historia fue semejante a la de Tristán y Lavinia, aunque algo más lenta. Tristán al principio sintió algo de celos, pero terminó acostumbrándose, sabiendo que no había ninguna obligación entre él y la mujer y que él también había estado con otras féminas al mismo tiempo. Una buena noche, Lavinia los convocó a ambos en sus aposentos, los atrajo a ambos a la cama. Serge tuvo un momento de dudas, Tristán también, pero las ocultó y, como había aprendido, se dejó llevar. El resto de la noche no es necesario relatarlo.

El tiempo fue pasando y los años fueron haciendo mella en la piel de ambos mortales. Serge pasaba largas temporadas alejado de Venecia, aunque permanecía en la ciudad tanto tiempo como le era posible, sin llegar siquiera a pensar en el matrimonio. Su cerrado círculo de tres personas era perfecto, sin fisuras, al menos hasta que el tiempo fue cambiando ese parecer. Lavinia cada día estaba más amargada, pasando largas horas delante del espejo buscando arrugas, a veces imaginarias, contra las que debía luchar como fuera, aunque en vano. Ella decidió hablar con él. Le propuso, pidió y rogó que la convirtiera, que la abrazara y la llevara consigo al imperecedero mundo de la noche. Él dudo. No sabía si había alguna norma moral que se lo impidiese, en el fondo sentía que no debía hacerlo, que no debía estropear una bella flor, por muy marchita que estuviera, para evitar su final. Sin embargo, él también había encontrado que el paso de los tiempos había reducido la belleza de aquella mujer y comprendía en parte el sufrimiento por el que estaba pasando ella. Tristán no sabía qué hacer y tomó una decisión. Como moralmente consideraba que aquello no estaba bien y no podría convivir con una conversión vanidosa y puramente por el físico la dio a elegir: él podría hacerla vampiro, pero, si eso sucedía, él se marcharía; en cambio, si ella decidía seguir siendo mortal, él se quedaría a su lado hasta que pereciera. Lavinia eligió la primera opción y Tristán, que había aprendido de su sire cómo hacerlo, la transformó. El muchacho la hubiera convertido de una u otra manera si era lo que ella hubiera querido, pero quería saber si le amaba más a él o a sí misma. Sabiendo que realmente la única pasión de ella era sí misma, él la abandonó.

Tristán se traslada a París, nuevo gran foco del arte y del pensamiento europeo. El final del barroco poco a poco va cediendo al recargado rococó hasta, al final, volver a sus orígenes, convirtiéndose en una nueva versión del Renacimiento. La ciencia, la razón, todo ello es el súmmum de la existencia humana y, toda esa actividad, empapa a Tristán, aunque la considere, en ocasiones, estúpida e infantil. La norma domina todo: teoremas, pruebas, ritmo, armonía, líneas claras y rectas etc. Nada escapa del dominio académico, todo debe ser controlado y catalogado. Tristán, entonces, sentía un mundo demasiado idílico para ser verdad, algo que agradecía, pues tanta perfección y estabilización lo hubieran por haber acabado ahogando. Él necesitaba fuerza, ímpetu, espontaneidad, esas características del ser humano que lo hacían tan bello, impredecible y apasionado. Por suerte, en París comenzaba a cundir el descontento con la monarquía, cuyas razones, en parte, se resumían en las dos frases pronunciadas, una por Luis XV y otra por Mari Antonieta, ” Après moi, le déluge” (Después de mí, el diluvio) y “ Qu’ils mangent de la brioche” (Que coman pasteles). Y sí, el monarca francés tenía razón, después de él llego un diluvio, pero no de agua, si no de una turba incontrolada de gente que acabaría con la dinastía de los borbones en el país galo: La Révolution.

Tristán no participó de forma activa en el levantamiento popular, más bien actuó como un observador, apuntando, como había acostumbrado, a captar sus impresiones con su escritura, quizás para no olvidarlas. Solo se internó en alguna de aquellas multitudes para sentirlo desde más de cerca, incluso llegando a estar en Versalles cuando el populacho obligara a la familia real a marcharse hacia París, donde terminarían pereciendo guillotinados. A partir de entonces, Tristán se desvinculó algo de las emociones humanas y se dedicó a su mundo interior, dedicándose a leer, pasear, inventar, componer o imaginar, casi solo interactuando con los mortales cuando su existencia se hacía insufriblemente solitaria, o bien, cuando necesitara ayuda o alimento, lo cual era demasiado frecuente, a su parecer. Napoleón, el Primer Imperio y, después, la Restauración de los borbones solo fueron anécdotas que Tristán se cuidó bien de que no le afectaran en gran medida. Él los veía como unos entretenimientos, anécdotas lejanas que quedaban más allá del marco de su casa. Por aquel entonces y, por primera vez en siglos, se había hecho realmente sedentario, con una casa que lo atara realmente a un lugar. La residencia estaba emplazada en un barrio de buena clase de Paris, en una pendiente desde la que se podía contemplar incluso el Sena. La familia que lo habitaba bien había sido expulsada del país o bien hubiese encontrado la muerte debido a los años turbulentos anteriores y, por consiguiente, sin herederos, había pasado a ser propiedad del estado. Tristán había amenazado a un funcionario para que pasara la propiedad a su nombre. A un mortal quizás no hubiera podido haberle robado de aquella manera, pero a un estado que, por aquel entonces, le era desconocido y del que dudaba su legitimidad, sí que podía.

Hoy Tristán se halla sumido en una especie de trance, noche tras noche se deja a pequeños placeres de la vida o, quizás, a rememorar días pasados o inventarse días futuros. Es posible que su ensoñación solo sea una espera, una espera infinita hacia algo nuevo, algo que lo despierte; algo que de sentido a su vida.

Tristán Dall'Asta
Tristán Dall'Asta
Vampiro Clase Media
Vampiro Clase Media

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Tristán Dall'Asta Empty Re: Tristán Dall'Asta

Mensaje por Invitado Lun Sep 06, 2010 2:28 pm

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