Alain Hereux

por **Alain Hereux** Vie Sep 17, 2010 12:44 pm

Alain Hereux

Edad: 19
Especie: Humano
Tipo y nivel social: Clase media
Lugar de origen: Lens, Condado de Artois, Región de Picardía, Francia.
Desempeño: monje y escultor

Descripción física

- Rasgos físicos: quizás lo que más llame la atención de él son sus dos ojos verdes o su pelo de un tono rojizo oscuro, algo cercano al castaño. Su cuerpo es bastante delgado, pero con la parte superior de su tórax desarrollada, a fuerza de golpe de martillo y cincel. En lo referido a su altura, decir que supera en algo el metro ochenta. Suele cuidarse bastante de que su escasa barba quede bien rasurada.

- Apariencia: digamos que tiene dos formas de aparecerse: como monje o como escultor. Cuando está en el monasterio o en las cercanías suele llevar su hábito de color oscuro cubriéndole por completo desde el cuello hasta los tobillos. Para completar ese atuendo lleva unas sandalias. Cuando sale fuera del monasterio, normalmente para trabajar, viste una ropa más bien modesta, con una burda camisa de un marrón desvaído, más bien áspero al tacto, cubriendo otra blanca y más fina que lleva debajo. Sus piernas están cubiertas por unos pantalones de tela algo sueltos. Para terminar, lleva unas botas de cuero y un pañuelo protegiendo su cuello.

Descripción psicológica

- Personalidad: es bastante calmado y reservado, aunque no por ello es cobarde. De todas formas es bastante amable con las personas, considerándolo alguien interesante con quien compartir una amena conversación o, por el contrario, simplemente compañía. No le gustan demasiado las prisas, en general, aunque de vez en cuando un arranque de adrenalina no le disgusta, incluso le puede llegar a divertir.

- Intereses: la escultura es su principal pasión. Le encanta realizar esta tarea, sentir el frío tacto de la piedra y, con precisión, marcar con el cincel dónde éste se irá a clavar, impulsado por la fuerza del martillo, dando forma poco a poco a la figura. También le gusta la música, aunque no sepa tocar ningún instrumento, solo cantar. Le gusta de cualquier tipo, aunque tiene predilección por aquella folclórica o popular, preferiblemente con algún toque medieval. Le gusta también poder pararse en algún lugar más bien solitario, quizás rodeado de naturaleza, para evadirse y calmarse, simplemente relajándose.

- Percepción de Dios: Dios está en todas partes. Dios, de alguna manera es todo. Por lo tanto, Dios no es bueno, no es malo, es las dos cosas a la vez. Dios comprende toda la existencia, Dios es, sencillamente, vida, por lo que adorar a la vida tal y como es, es adorar a Dios. De esta forma entiende que cada uno es de una manera, tal y como Dios nos ha creado, y que algunos de los prejuicios de la Iglesia son infundados. También rechaza que el placer sea malo, como parte de la existencia. Por otro lado, como Dios está en todas partes, también está dentro de nosotros y es ahí donde debemos encontrar la verdad, no en un libro o en las palabras de un párroco, pues este es tan humano como todos los demás. Por ello quiere irse del monasterio.

- Orientación sexual: Nunca se ha parado a pensar realmente en eso. Moralmente se supone que debiera de ser heterosexual, aunque, por su forma de pensar, está abierto a nuevas experiencias, siempre que su cuerpo y mente respondan favorablemente a ellas.

Historia

Me llamo Alain Hereux. Nací hace diecisiete años en Lens, un pequeño pueblo en el Condado de Artois, al norte de Francia. Mi padre era agricultor, súbdito del noble del lugar y mi madre una lugareña más. No éramos nadie importante, o al menos eso era lo que pensaban los demás.

Mis primeros cinco años de vida transcurrieron con normalidad, sin alejarme nunca demasiado de la vera de mi madre, jugando con el resto de niños del pueblo o persiguiendo a las ocas que vagaban libremente por la villa. Lo cierto es que no tengo grandes recuerdos del comienzo de mi existencia: un padre ausente durante el día, los crudos inviernos, los agradables veranos, las risas… todo aquello que conlleva la ingenuidad de un niño pequeño.

Por aquel entonces, concluido aquel inicial lustro de vida, mi padre pareció dispuesto a cambiar nuestra situación. La vida era bastante precaria, sobretodo teniendo en cuenta la hambruna generalizada de todo el país, por lo cual mi padre tomó la decisión de reclamar lo que, en su opinión era suyo. Según me contaron después, mi padre era el hijo bastardo del antiguo Conde de Artois y, en condición de primogénito, decidió reivindicar el título nobiliario, aunque, para ello, había un obstáculo: el conde actual. Mi padre, por lo tanto, escogió a varios de sus amigos para acabar con la vida del noble, viajando a la vecina ciudad de Arrás, donde, tras lograr infiltrarse en el palacio del conde, fueron descubiertos y apresados. Tras unos cuantos días disfrutando de los calabozos, fueron juzgados, sentenciados y condenados a ser ejecutados públicamente en la horca. Mi madre y yo, como familia del traidor, fuimos desterrados.

Los meses siguientes fueron de una carencia extrema, viviendo de limosnas y de la caridad de la gente, pasando la mayor parte de las noches a la intemperie. Aquel periodo fue realmente crudo para mi madre, sin saber qué hacer, en una sociedad que todavía se basaba en la figura masculina y en la familia. Por suerte para ella, terminamos arribando a Amiens, donde una mujer se dignó a contratarla como sirvienta. Allí permanecimos dos años más. Apenas pude ver a la dueña de aquel lugar pues, al parecer, era reacia a aparecer durante el día y, por la noche, yo debía dormir, por lo cual nuestros encuentros fueron más bien escasos. Aquel periodo fue importante para mí pues mi madre y yo íbamos todos los domingos a la catedral a rendir pleitesía a Dios y, aquel edificio, fue lo que despertó en mí un interés antes desconocido. El magnífico templo gótico estaba abarrotado de arte recopilado durante siglos: pinturas, retablos, objetos de culto y, sobretodo, esculturas. Figuras de hombres, de animales, ángeles, santos, apóstoles, reyes… todo ello llamó mi atención. Pronto empecé a imitar toscamente aquellas obras, tallando en madera pequeños animales que, si bien no detallados o algo amorfos, comenzaban a asemejarse poco a poco a sus semejantes reales. Pero todo aquel periodo de estabilidad debió tener un abrupto fin. Mi madre creía insuficiente la paga para proporcionarnos lo básico para subsistir, por lo que comenzó a robar pequeños objetos que, posteriormente, vendía para aumentar mínimamente los fondos familiares. A la señora de la casa la falta de esas piezas no se le pasó por algo y, jurando venganza, denunció a mi madre por practicar brujería. Pronto de mi madre solo quedaron cenizas y, de mí, solo quedó un niño huérfano. Fui confiado al párroco de nuestra parroquia para que me diese una buena educación cristiana, alejada de todos los pecados que mi madre pudiese haber cometido. El sacerdote no podía manutenerme, por lo que decidió enviarme a otro lugar. De esta manera fue como llegué a las cercanías de París, al monasterio benedictino de Saint-Germain-des-Prés.

En la abadía aprendí todo lo que un buen católico debe conocer: la vida de Cristo, ambos testamentos, leer, escribir, latín… pero, sobretodo, lo que adquirí fue un lecho caliente y comida asegurada a cambio de su trabajo, aún irrisorio al ser bastante pequeño. Entre aquellas cuatro paredes y, entre oraciones y tareas, seguí desarrollando mi afición por aquellas pequeñas estatuas. Eso llamó al poco tiempo la atención del abad, que me puso al servicio del maestro carpintero del lugar, convirtiéndome en su aprendiz. De esta manera, a los doce años, ya sabía dominar con gran maestría los secretos de la madera.

Fue alrededor de la década de edad cuando me explicaron por qué mi madre había sido quemada. Aquella herejía, en vez de desagradarme, me hizo replantearme muchas de las cosas que me había explicado, implantando en mí la semilla de una muda y casi inofensiva rebeldía que iría creciendo lentamente con el paso de los años. Fue entonces cuando me percaté de la inutilidad de la Iglesia como institución cerrada y basada en un libro pues, aunando conocimientos y sentimientos, llegué a la conclusión que todo es obra de Dios y que Dios estaba en todas partes, incluido dentro de nosotros mismos, de forma que no debemos buscar la divinidad en un libro o unos dictámenes de personas mortales, sino en nosotros mismos, en nuestro interior. Fue en ese momento cuando mi concepción acerca de las catedrales y templos de culto cambió, creyéndolos más monumentos a Dios que lugares de culto pues, si Dios estaba en todas partes, en cualquier lugar se le podía a orar y, como Dios estaba dentro de nosotros, no había necesidad de un párroco guiando nuestros pasos. Obviamente, aquella concepción del mundo la guardé para mí pues, de no haberlo hecho, posiblemente hubieran intentado cambiar mi punto de vista, algo que no estaba dispuesto hacer y, ante la negativa, me hubieran expulsado. Sinceramente, no era mi intención quedarme dentro de aquellos muros de piedra, pero aún no tenía claro qué quería o debía hacer con mi vida, por lo que permanecí callado.

Fue alrededor de la quincena de edad cuando comencé a dedicarse de pleno al trabajo de la piedra. Ya antes había intentado trabajarla, sin resultados tan logrados como los que alcanzaba a crear sobre madera, pero con un aún tosco instinto en desarrollo. Poco a poco comencé a hacerme un pequeño nombre entre los entendidos de arte por, a la edad de diecisiete años, ser elegido para restaurar algunos de los templos de la capital que habían quedado dañados tras la Revolución Francesa. Pero aquello, aunque me agradaba, no terminaba de satisfacerme. Algo fallaba, ese no era realmente mi fin en la vida y yo lo sentía...

Mi vida hasta ahora, con diecinueve años, no ha cambiado realmente, a la espera de encontrar mi misión en el mundo.

- Datos extras:

- Domina tanto el francés como el latín
- Posee un colgante, la única posesión de sus padres. Es un círculo de madera en el que se entrelazan tiras de cuero, sosteniendo en su centro una piedra de ónice en forma de huevo.

por Invitado Miér Sep 22, 2010 7:17 pm

Ficha aceptada, bienvenido

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