Changement de plans || Fleur, Alain

Fleur pareció florecer con la llegada de la primavera. Sin la sombra de Madame Rossini y con mayor libertad para ser y hacer, las mellizas entraron en una especie de mejor época, Marion, quién se medio comportaba mejor y Fleur, que comenzaba a guardar secretos bajo llave y a estar más ensimismada en sus propias fantasías; el mundo real dejó de tener importancia a sus ojos y menos mal que Gertrude y el mayordomo se hacían cargo de la casa, porque si no, ésta se hubiese caído al quinto día de correspondencia. Alain sin embargo, era un tema pendiente que no pudo seguir ignorando, entre sus visitas y las habladurías de la salida de su tía de la Mansión, la mayor de las mellizas du Bouëxic de Guich tuvo que decirle todo a su hermana, desde las trapacerías de la tía hasta la llegada de ese medio hermano que ya había tomado posesión legal de la fortuna del Almirante. Aunque claro, no lo haría solo, el abogado, el contador y demás involucrados que llevaban todas las pertenencias, lo asesorarían para que no despilfarrara todo, como era común entre los jóvenes herederos.

De la parte de sus hermanas él no sabría nada. Ellas estaban bien protegidas, monetariamente hablando. Mimí había colocado también un hechizo de protección antes de que Marion conociera a Alain. Fue un encuentro algo frío, aunque entre los tres hijos del Almirante había cierta complicidad, aquella extraña sensación que había hecho dudar a Fleur desde el principio, también la llegó a sentir Marion y ella, menos discreta, fue más clara a la hora de apartarse un poco, protegiéndose si es que eso hacía falta. Al hacer oficial todo, se propuso una fiesta entre sus amistades más cercanas, los Savary, los LaMotte, todos aquellos que merecían saber que la familia du Bouëxic de Guich tenía un heredero varón y también, de forma más discreta, se daba el primer paso para que las mellizas comenzaran a ser material de propuestas más serias. Sin embargo, Fleur cayó enferma esa misma noche, había tenido demasiados desencuentros y su salud, frágil desde siempre, le cobró sus descuidos. Cuando el médico avisó que la fiebre estaba aumentando, se decidió que los aires del campo le harían mejor que cualquier sangría así que se tomó la decisión de partir al día siguiente, día de carta.

Fleur se negó a abandonar la mansión, pero ahora debía obedecer a su hermano y él actuaba bajo el consejo del mismo médico, así que tuvo que aceptar dócilmente. Muy temprano por la mañana se dispuso todo y el equipaje se envió sin demora, ellas partirían a media mañana, hora en la que Gertrude debía entregar la misiva de Fleur para Gyuri, pero no hubo tal. En cambio, dos sirvientes cargaron a la mayor de las mellizas quien iba con el brazo flexionado, resentido por la reciente pérdida de sangre que la había dejado aún más pálida y débil que la misma fiebre. A lo lejos, alcanzó a escuchar un caballo y antes de que la metieran al carruaje, avisó con un poco de desesperación a Gertrude que fuese hacia el jinete. Le murmuró al oído el mensaje y pronto la mujer se dispuso a obedecer, no sin antes ir por una peonía hasta la habitación de su señora y después, salir discreta hacia donde el gitano estaba.

—Mademoiselle le pide que la perdone... Que se ha salido de sus manos la situación y que está un poco enferma—, dijo Gertrude, visiblemente angustiada. —Adelantaron el viaje por su salud, pero le dice que irá ahí mañana por la mañana, que la espere, tome...— Le entregó la flor y después volvió, cuidando de no ser vista o al menos, no ser tan evidente.

Dentro del carruaje, se abrazó fuertemente de Marion y miró discreta por la ventana. A pesar de la distancia, el gitano se veía imponente sobre aquel caballo bronco, igual que él de salvaje, incluso la misma Gertrude, que era mucho más alta que las mellizas, se veía pequeña a su lado. Tosió un poco entonces, cuando los reclamos de su hermano llegaron, volteó a verlo fingiendo contrariarse y apretó la cintura de Marion cuando lo llamó gitano, ella sabría entonces de quien se trataba y sí, porque en respuesta, recibió un apretoncito entre sus brazos. —¿De qué hombre me hablas?, ¿gitano?—, dijo, con la voz más apagada a propósito. —Oh... Es un joven que pretende a Gertrude, tienen mi bendición para verse, por eso la he hecho ir a avisarle que no estaría en París y que cuando volvieran podrían seguir viéndose... Se quieren mucho...

Suspiró, pensando en que era una buena mentira, por lo menos ahora parecía más segura cuando las decía aunque se sintió muy culpable con la pobre Gertrude, pero ella no la echaría de cabeza. El carruaje partió y la mayor parte del tiempo Fleur estuvo dormida, se detuvieron para que los caballos bebieran agua y los señores tomaran un pequeño refrigerio, reanudando después la marcha hasta que horas después, llegaron al castillo donde ya les estaban esperando. Fleur, más indispuesta aún, fue llevada en brazos hasta la habitación que volvería a compartir con Marion y se quedó dormida hasta la hora de la merienda, la cual tomó con su hermana. Se le notaba un mejor semblante, aunque seguía sin color en las mejillas. Por la noche, cuando las labores de limpieza del salón de música y baile estaban por concluir, Fleur avisó a la servidumbre que ahora responderían a un nuevo amo, Alain du Bouëxic de Guich. Se les avisó también a los esclavos, quienes también tendrían espacio en la celebración al dejarlos comer de las sobras que se preparasen si es que se portaban bien.

Fleur fue clara con su hermana, le pidió que no viera al esclavo en esa estadía por el bien de todos, si Alain se enteraba de eso o si algo pasaba, ella no podría protegerla debido a su estado. Al final, rendida por el viaje y el anuncio, la llevaron de nuevo a la cama donde durmió largo y tendido hasta que los gallos cantaron. Abrió los ojos y se levantó con nuevas energías, sintiendo que la energía brotaba desde su pecho, cálida y alegre, extendiéndose por todo su cuerpo aún afiebrado. Se arregló lo mejor que pudo, con un vestido rosado, muy ligero, con cintas y encajes en el borde de la pechera, muy femenino. Se trenzó el cabello, enrollándolo bajó el sombrerito a juego con el que se cubriría del sol que se asomaba; se acomodó las botitas que solía usar para salir al jardín por si había lodo en el camino, un chal de seda bordado le cubrió los hombros y salió sin hacer ruido, dejando una ilusión sobre la cama que jugaba a ser ella, profundamente dormida. No planeaba tardarse tanto, simplemente deseaba ver a Gyuri, hacía tanto tiempo que no se veían que la simple idea de tenerlo frente a ella la emocionaba hasta dejarla temblorosa y sin poder respirar.

Para llegar a la cabaña, primero debía atravesar el enorme jardín del castillo, compuesto de tres terrazas con fuentes y rosas, dispuestas caprichosamente por su madre, quién prácticamente rehizo todo a su gusto. Mientras avanzaba por los pasillos empedrados que la llevarían hacia los límites, pensaba en ella, en Joyce, en Marion que seguramente dormiría aún y en su padre, tratando de distraer sus pensamientos de aquella visión que se hacía cada vez más nítida frente a sus ojos: Gyuri, sonriendo y con las manos alzadas hacia ella, esperándola. ¿Se atrevería a tomarle las manos si se las ofreciera? Se cubrió la boca intentando apaciguar su risa de nervios y tomó aire, negando con la cabeza para poder tranquilizarse. El sol durante su trayecto decidió asomarse y dejar una sombra graciosa a la cual era ella quién seguía. Se aflojó un poco los lazos del sombrerito y se aferró más el chal a los hombros, cansándose después de veinte minutos de caminata. Tomó un respiro apoyada en una de las enormes rocas que servían como referencia a los viajeros que buscaban el castillo y después volvió a la carga, pasando ya hacia el bosque, donde después de otro buen rato llegaría a la cabaña.

Si bien, el corazón no le había dado tregua en toda esa mañana, cuando vislumbró a una distancia más corta el hogar temporal del gitano, prácticamente sintió que todo su cuerpo le latía. Un silbido llenó sus oídos y estuvo a punto de perder el aliento, por el cansancio o la emoción, no sabía. Empujó la maltrecha puerta y encontró vacío el lugar, sus labios, sonrientes hasta ese entonces, se curvaron hacia abajo en un gesto de desconcierto y tristeza infinita. —¿Gyuri?—, lo llamó en voz baja, temiendo alzar la voz y atraer a quienes no debía. Nada. Esperó un rato pero el calor comenzó a sofocarla, se retiró el sombrero y el chal, dejándolos en la mesa, también las botas, quedando solamente en las medias blancas que cubrían sus piernas debajo de los interiores. Había cosas en la cabaña y parecía que recientemente alguien había dormido ahí, sin duda, el gitano, por lo que supuso que tal vez había ido a cazar algo de comer o por agua. Había un río cerca de ahí, donde Marion y ella solían llenar las orillas de flores para bañarse y jugar, añoró los viejos días y, segura de que él la esperaría al ver sus zapatos, sombrero y chal, decidió encaminarse al río para darse quizás,un baño rápido, ¿por qué no? Sentía la primavera llenarla de energía, olvidando incluso que el día anterior le habían hecho una sangría, aunque el cuerpo se lo recordó un par de veces con los mareos debidos a la pérdida de sangre.

Mientras iba acercándose al río, se iba subiendo la cauda del vestido, debía quitarse muchas prendas de ropa y dudó querer hacerlo, pero el aroma a fresco y el aire delicioso que desprendía el agua cristalina la convenció al instante. Mientras bajaba entre árboles y hierbas, escuchó el movimiento del agua normal y también el ruido particular que se hacía al nadar, había alguien. El corazón se le detuvo y se dio la vuelta, pero, reconoció esa aura, esa energía... Giró despacio y se ocultó detrás de un árbol, inclinándose para ver lo que pudiera y lo primero que encontró frente a sus ojos, a unos metros, era la espalda tostada y ancha del gitano, perlada de agua de río. Tragó grueso, bajando despacio, parpadeando y fijando la mirada en las gruesas piernas, largas, un poco más claras. El aire se le fue cuando pudo ver más allá y emitió un gritito de sorpresa y horror cuando Gyuri se dio la vuelta, pues ella había resbalado haciendo ruido. Se dispuso a irse de ahí lo más rápido posible, pero en sus prisas, completamente apenada y con esa imagen tan grabada, cayó de frente raspándose el delicado mentón y las manos, haciéndose bastante daño.

—¡No, no, no venga!—, lloriqueó, sin olvidar que estaba desnudo, cosa que él si parecía haber dejado en segundo plano cuando se acercó a auxiliarla. Fleur apretó los ojos y alrededor de las plieguecitos de la piel blanca por el esfuerzo, un sonrojo que le llegaba a las orejas hacía evidente que había visto más de lo que jamás hubiese deseado ver. —Por amor de Dios, Gyuri, vístase, vístase—, le imploró, doliéndose después del mentón, manos y frente, así como también de las rodillas que seguramente también estaban raspadas pues había resbalado hacia abajo, encontrándose piedras y maleza. El vestido también estaba hecho una desgracia, tierra que junto al agua que escurrió el gitano sobre ella, formó manchas de lodo que lo estropearon.

—No quise dar explicaciones en casa por mi salida, así que vine antes de que todos se despertaran, quise refrescarme, le juro que no era mi intención verlo, no así por lo menos, perdóneme—, dijo llorosa, aferrándose a él para no resbalar porque toda ella temblaba y deseaba desvanecerse. Qué imprudencia más grande, qué vergüenza repetía una y otra vez, dando un par de resbalones antes de llegar a la orilla del río, donde volvió a abrazarse a él, sintiendo contra su mejilla un poco de la piel húmeda y fresca del gitano, pues la camisa estaba a medio poner. Fleur contuvo la respiración entonces y el tiempo se detuvo; pudo escuchar el corazón de Gyuri claramente, fuerte, salvaje y un calor la recorrió entera, haciéndola alzar el rostro maltratado y sucio, pero añorante, deseoso... Mandó al demonio los prejuicios, todo límite, todo temor y solamente existieron para ella esos ojos verdes, más claros por la luz del sol contra el agua.

Observó su perfecta nariz, sus labios gruesos y la barba incipiente, su cuello largo, sus hombros, sus brazos que deseo la envolvieran con fuerza. Agachó el rostro y cerró los ojos, dejando de nuevo el oído contra su pecho, declarando aquel ritmo como el más hermoso que nunca hubiese escuchado jamás, más bello aún que cualquier ópera o concierto, más bello que la risa de Marion o incluso la voz grave del gitano. —Abráceme fuerte, Gyuri, por favor...— Le pidió con la voz entrecortada, entregándose por completo a él, a sus brazos, a su piel, rozando la locura y la desvergüenza, pidiendo también perdón a sus padres y a Dios, pero... Eso era lo único que deseaba, sólo eso: sentirse entre sus brazos, por fin. —Gyuri...

Los abrazos que había recibido en toda su vida no podían compararse con el que Gyuri le estaba dando en ese mismo momento, a petición suya. Sus brazos, muchísimo más gruesos que los de Marion o Madame Renoir, la envolvieron justo como había imaginado que sería; el aroma del agua fresca del río se mezcló con el que todo él emanaba, su piel fría, áspera en comparación a las que ella había tocado antes, todas de mujeres. ¿Debía decirle? Que era el primero que la sostenía con tal arrebato, con tal fuerza que le hizo doler la espalda, pero que no atinó a quejarse porque incluso esa sensación dolorosa fue disfrutable para ella. Cuando le recorrió la espalda, Fleur abrió los ojos de golpe y se tensó, temerosa. —Lo sé...— Dijo, cuando él le pidió que hubiese más intimidad en su forma de hablarle, pero no se atrevía aún, después de todo, el gitano era un hombre mayor y debía respetarle, aunque fuese un gitano. Se apartó un poco, de pronto sofocada por la proximidad que habían adoptado y alzó de nuevo el rostro, encontrándose la mirada ajena de golpe, intensa, profunda sobre ella; entreabrió los labios y colocó ambos brazos flexionados entre los dos, para marcar la distancia debida.

—¿Qué hace...?— Preguntó, notando que se inclinaba bastante hacia ella. Me va a besar, pensó con pánico, abriendo los ojos de par en par, sin poder moverse, inmóvil por el nerviosismo y la súbita emoción que le hizo doblar las rodillas lastimadas. Respiró con dificultad, haciendo que su aliento chocara contra los labios ajenos que estaban cada vez más cercanos, ¿se atrevería? No, no debía, pero... Lo deseaba, lo deseaba tanto que, en el momento en el que el primer roce se hizo realidad gritó internamente y algo fuerte y pesado cayó en su barriga. La mente de Fleur se fue a negros y todo su cuerpo se privó de consciencia, desvaneciéndose entre los brazos del gitano, los ojos se cerraron apenas, quedando en blanco y no supo más de nada, pero pudo ver la escena como si flotara sobre ambos, en sus labios etéreos aún sentía la suavidad de los labios de Gyuri, su aliento, su calor, las gotitas de agua que caían de sus cabellos negros hacia ella, la forma en la que apretaba su cuerpo, demasiado pequeño en comparación con el de él. En su cabeza, a lo lejos, podía escuchar uno de sus conciertos favoritos, regalándole entonces la mejor de las experiencias: su primer beso, dado con amor... Porque eso era, ¿no? Amor.

Del sueño de aquel dulce beso de amor, pasó al horror y la desesperación en un instante. Frente a sus ojos, Gyuri se convirtió en esa bestia que había sido siempre en sus sueños y de una sola mordida había acabado con su vida. Fleur pudo sentir el terrible dolor y la agonía de aquellos colmillos desgarrándola, haciéndola trizas en vida mientras le imploraba que se detuviera, hasta que no pudo más. Cuando abrió los ojos, no reconoció más el lugar y se enderezó de golpe, llorando y gritando que parara, que no le hiciera más daño. Manoteó fuertemente y con la ayuda de sus pies se arrastró hacia un rincón del colchón, chocando con la esquina, mientras veía a Gyuri alarmado.

—¿Qué sucedió?, ¿dónde estamos?—, preguntó, mientras se tocaba sobre el vestido para comprobar que estaba completa, que lo único que le dolía era la frente y las rodillas y que lamentablemente la fiebre había vuelto. Una fuerte tormenta comenzó y un trueno hizo temblar las entrañas de la tierra, arrancándole a ella otro grito y más llanto. Se aferró a los mechones de cabello ondulado que se habían escapado de la gruesa trenza y de nuevo, sin pensarlo, se abalanzó sobre el pobre gitano para aferrarse a su cuello con fuerza, llorándole a pulmón abierto mientras seguía rogándole que no la lastimara nunca. —Te soñé... Devorándome, yo te pedía que pararas pero no lo hacías—, le explicó entre sollozos, sin atreverse a separarse de él por miedo a enfrentarlo, de ver de nuevo sus ojos verdes los cuales, en su sueño, aquella bestia conservaba y la miraban con muchísimo odio. —Te he soñado toda la vida, convertido en eso... Siempre es igual pero ahora que te conozco, tengo mucho miedo, de morir y no poder verte más—, confesó, sin darse cuenta de que había comenzado a tutearlo.

Atendió dócil a las palabras del gitano, mientras hacía lo posible por contenerse, pero estaba aterrada, cada que cerraba los ojos podía ver a la bestia destrozándola y el dolor volvía, era un dolor demasiado profundo, lo mismo que el miedo, pero... Ella no temía a Gyuri, no en ese momento, mucho menos cuando la llamó amor, encendiendo en ella una llama que perduraría toda la vida dentro de su pecho. Lo miró a los ojos un momento, luego apartó la mirada y afirmó, obedecería, lo haría por los dos... ¿Eso quería decir que él también sentía amor por ella? ¿Y si sólo estaba jugando con ella? No, no, su mirada y su aura no podían mentir, no podía ser de otra manera, entonces, ¿por qué estaba tan triste?, ¿por qué sentía esa opresión en el pecho que no la dejaba respirar? —No... No sabría explicarte, a veces veo en mis sueños el posible futuro—, fue lo único que le pudo decir, pero esperaba que él entendiera lo mejor posible.

Se separó de él, recobrando de pronto la cordura, ¿qué estaba haciendo entre sus brazos? Con el vestido sucio, desgarrado de los encajes finales y los interiores visibles. Lo apartó despacio, no queriendo que confundiera con rechazo su pudor y se cubrió el pecho con las manos. Miró hacia la mesa improvisada y le pidió su chal para poder cubrirse mejor. —Algo está mal... Esto, Dios mío cómo pude olvidar quien soy y entregarme a esto. Perdóneme por favor, Monsieur—, rogó, mientras se levantaba como podía y escuchaba la tormenta arreciar. No había vestigios de que eso sucedería en la mañana, no podía ser. Eran meses de lluvias pero, no tan intempestivas, no tan fuertes y apremiantes. Una ráfaga de viento abrió la puerta de golpe, pero dentro, se convirtió en una brisa suave, perfumada como Marion. Los ojos de Fleur se abrieron de nuevo lo más posible, cerrándolos después, al sentir la caricia de su hermana en una de sus mejillas afiebradas.

—Marion... Marion está llorando—, dijo, mirando la fuerte tormenta que amenazaba con hacer caer el cielo. —Monsieur, por favor, necesito volver a casa, algo le ha sucedido a mi hermana, por favor, necesito volver—, gritó, saliendo de la cabaña, animada por la desesperación y aquel vínculo que existía entre ellas. Si Marion había hecho llover esa forma era por algo, la estaba buscando y ella en su egoísmo, paró de pensar, furiosa consigo misma por haberse entregado a ese prohibido gusto, olvidándose de lo más importante pero, ¿qué era eso que tanto le dolía a Marion? Tuvo de pronto un ataque de furia y eso fue lo que la impulsó a comenzar a comenzar a correr, gritando el nombre de su hermana, avisándole que ya iba en camino.

Fleur dejó a un lado su propios reclamos, concentrándose más en el hecho de que Marion la necesitaba. No podía pensar en Gyuri, en ese beso, en la forma en la que él la había tocado y como ahora todo estaba más claro ante sus ojos. Tuvo que darle la espalda al paisaje de lo mejor que le había ocurrido porque se debía a su hermana, debía cuidarla y de nueva cuenta le había fallado. El viento que azotó el camino la tiró, justo cuando el caballo del gitano con él encima le cortó el camino. Fleur lo miró desde abajo, respirando agitada y totalmente empapada. Se cubrió por precaución cuando le tiró las botas y se las puso porque llegar sin ellas sería un error fatídico, se levantó agarrándose del caballo y le tomó la mano, complicándose al subir porque no sabía montar con ambas piernas al costado del animal. —No puedo montar como usted—, avisó, dándose por vencida pues con cada intento se cansaba más.

Lo intentó una última vez y aferrándose fuerte y con la ayuda de él, logró quedar enfrente y de costado, esperando que galopara a toda velocidad aunque con el rebote sintiera que el cuerpo se le iba moliendo. La tormenta, el esfuerzo, aquella horrible visión, su fiebre, todo amenazaba con aumentar más su malestar. —Déjeme acá, no puede verlo, por favor—, avisó, en cuanto vio la piedra que servía de referencia, si corría, aquellos veinte minutos de camino se harían menos. Se despidió con una mirada de angustia y un amago de sonrisa; corrió por el jardín, atravesando las primeras terrazas hasta llegar a la puerta de entrada de un costado, por las caballerizas. No se dio cuenta que no llevaba el chal, tampoco había tiempo para lamentarlo, dando grandes zancadas y ante la mirada de los sirvientes, Fleur avanzó por el castillo buscando a su hermana, hecha una sopa y una desgracia.

—¿Dónde está Marion?—, preguntó furiosa, mientras empujaba a Gertrude quien, asustada con antelación, apuntó a la estancia donde escuchó los gemidos y lloriqueos de su hermana. Los siguió entonces y la vio, llorando con tanto dolor que se le partió el alma y en su sangre, ardiente de rabia, comenzó a sentir odio, porque también comenzó a sentir eso, ese malestar, esa incomodidad. —¿Qué tienes? Marion, Marion, mírame—, le pidió, echándose a su lado, abrazándola con fuerza. —¿Qué te han hecho, amor mío? ¿Qué sucedió?


——

La voz de Alain resonó junto a un trueno que partía un árbol en el bosque. Fleur volteó a verlo incrédula por la forma en la que se dirigía a ella y, mientras sostenía el rostro de su hermana entre las manos, limpiando las copiosas lágrimas que no dejaban de brotar, alcanzó a ver una de sus mejillas enrojecida y un poco de sangre en la comisura del ojo. La sangre se le revolucionó y vio rojos de pronto, levantándose rápidamente para acercarse a su hermano y darle una bofetada con todas su fuerzas, que por la rabia no eran pocas.

—Si vuelves a ponerle una mano encima a mi hermana, te mato, ¿oíste? ¡Te mato!— Amenazó con la voz ahogada, temblando también de miedo pues había abofeteado a su hermano, a la cabeza de la familia. Sin embargo, él había cometido un graso error, Marion era intocable, todos los sabían, una vez su tía intentó levantarle la mano y Fleur con un hechizo hizo que el brazo se le rompiera con el más ínfimo esfuerzo. Se arregló el maltrecho vestido y alzó el mentón, en espera de cualquier represalia por parte del varón de los du Bouëxic de Guich, pero aún así dio una explicación, porque se la debía. —Salí a visitar la abadía de los Chavallard, a dos kilómetros de aquí y no fui en coche porque prefiero caminar, siempre lo he preferido...

Fleur esperaba eso. La bofetada no la tomó por sorpresa pero a pesar de estar preparada, su debilidad física jugó completamente en su contra. Al momento en que la fuerte palma de la mano de su hermano arremetió contra su mejilla, la hizo dar una media vuelta de forma por demás violenta, tropezándose con los pies de su hermana quien también estaba aterrada. Ni siquiera la tía Rossini se había atrevido a ponerles una mano encima, no por falta de ganas ni oportunidad, sino porque no se le dejaba, ¿cómo había hecho Alain para pasar sobre el hechizo de Mimí? Fleur no alcanzó a caer porque de nuevo, haciendo alarde de una violencia innecesaria, el mayor de los hermanos la tomó de la nuca, haciéndola llevar ambas manos hacia atrás, buscando soltarse; apretó los ojos y entre los sollozos escupió un poco de la sangre que resultó del choque de su labio inferior con los dientes.

—¡Suéltame!—, reclamó, mientras era arrastrada frente a la servidumbre hasta el cuarto donde se guardaban las escobillas y demás cachibaches de limpieza para el castillo. Ahí dentro estaba helando y eso aunado a la ropa fría que llevaba, la llevaron a perder calor corporal y desatar algo peor que un simple malestar por cansancio y estrés. Quién más le preocupaba era Marion, sola allá afuera con esa bestia. Después de un rato de gritar que la dejaran salir, desistió y se arrinconó entre un par de costales de algo suavecito, se abrazó las rodillas con fuerza y temblando de frío, se dio cuenta que estaba ardiendo en fiebre. Comenzó a llorar pero pronto dejó también de hacerlo, no tenía fuerza tampoco para intentar algo con hechizos, nada... Solo frío y miedo de que algo malo sucediera con su hermana. —Marion... Estoy bien, no te preocupes...— Murmuró despacio, dándose tiempo de pensar en el gitano antes de perder por completo el conocimiento.