Deseoso de ver un amanecer (Claire)

por Invitado Lun Jun 14, 2010 9:26 pm

¿Qué hacía un vampiro, cerca de las tres de la mañana, en el puerto de París? Pues sentarse en el borde del embarcadero, junto a un pantalán, con los zapatos a un lado y dejando que la brisa de la noche acariciase mis pies desnudos. Mi camisa entreabierta para dejar pasar la brisa y que enfriase mi cuerpo y mi mirada perdida en el oscuro horizonte hacían que los minutos pasasen como horas. Pero no pensaba marcharme. Deseaba ver el amanecer aunque eso me costase la muerte. Hacía caso mil años que no observaba la salida del sol por el horizonte y, actualmente, estaba en un estado anímico donde se consideraba la muerte como una fuerte baza.
Las constantes pesadillas de mi hermana atormentándome, el poco gancho que tenía para que Hélène y yo pudiésemos llevar una relación amorosa y mi nuevo aislamiento de la sociedad hacía descender mis ánimos hasta niveles bajo cero. Suspiré pesadamente y me acaricié la cabellera mientras veía un barco velero cruzar por delante de la silueta dorada de la luna. Ésta estaba enorme, casi acariciando el mar, bañando las nubes de su costado con esa luz dorada. En el firmamento se encontraban algunas estrellas que hacían que esa noche no fuese tan oscura.
Escuchaba algunos carruajes pasar por detrás. Era lo malo del muelle: que se encontraba cerca del burdel. ¿Para qué? Para que los marineros, nada más desembarcar, pudiesen descargar sus "penas" con mujeres y alcohol. Y a estas horas todas las cortesanas renovaban turnos y salían carruajes o grupos de damas del local y pasaban por el muelle para acortar el camino a sus hogares.
Notaba miradas en mi nuca. Miradas que se preguntaban lo que estaba haciendo un hombre de amplias espaldas mirando la luna como un imbécil, recostado contra el pantalán de acero bañado en un tono bronce.
Necesitaba hacer algo. En unas tres horas el sol rasgaría la oscuridad del cielo y si no decidía qué hacer con mi estado anímico antes de ese momento podría arrepentirme. A esas horas pasaba gente por la calle y ver como un hombre se transforma en cenizas que se lleva el viento no debía ser algo que dejase impasible a los viandantes.

por **Claire Quartermane** Mar Jun 15, 2010 2:36 am

Esa era una de las ventajas de ser la mejor pagada, podía disponer de su tiempo como quisiera, no tenía la obligación de aceptar a todos los clientes, incluso aquellos que no le producían más que repugnancia. Aquella noche se envolvió en una capa ligera, el frío no era tanto, ella estaba acostumbrada a un clima más riguroso si recordamos que nació en Londres. Deseó por un minuto tener el hábito de fumar, para saber que hacer con sus manos en aquel momento. Sus pasos se dirigían al puerto, donde de seguro encontraría un par de personas dormidas, pero nunca más que eso.

El reflejo de la luna en el agua a veces le ayudaba a aclarar su mente, llegó hasta el punto donde solía pararse pero vio una figura ahí. ¿Un hombre? ¿A esta hora de la noche? ¿Despierto en el puerto? Sólo significaba una cosa y lo comprobó al situarse a su lado y observar el tono de su piel. – ¿Le cuesta conciliar el sueño al señor o anda en busca de un bocado? – solía ser atrevida en sus palabras y acciones, algo temeraria para algunos, pero se dejaba llevar por sus instintos, lo que en este caso le decían, que si él hubiese querido matarla, ya lo habría hecho hace varios segundos.

Recordó haber mirado el reloj antes de salir del local. Eso y el hecho de que los clientes de vida eterna ya estaban desapareciendo, le indicaba que quedaba poco de esa noche. Ellos preferían huir a tiempo antes de verse enredados en las garras de alguna cortesana que los hiciera exponerse a una muerte cenicienta. Lo miró de reojo, tenía la postura de uno de su especie, pero no alcanzaba a distinguir si su miraba tenía los destellos rubíes que poseía el hombre dueño de su vida y su alma.

por Invitado Mar Jun 15, 2010 10:26 am

Escuché unos pasos suaves, caminando entre los escombros del puerto. Cajas vacías, ropajes tirados, zapatillas húmedas atadas a cabos amarrados a pantalanes y restos e periódicos que revoloteaban por ese suelo tan descuidado.
La voz de la muchacha me hizo salir de mi ensoñación. Escuché sus palabras y no pude más que sonreír. La facilidad con la que me había descubierto la colocaban en la lista de las pocas humanas que conocían el secreto del vampirismo. Tal vez tenía un amigo o un amante que compartía mi misma condición y por ese motivo, al ver mi piel y mi postura elegante aún estando recostado, la habría avisado de que se encontraba frente a otro vampiro. Su aroma a tabaco y sexo la catalogaban como una cortesana. Pero ésta se había atrevido a hablarme.
Negué con la cabeza y suspiré sin apartar mi mirada de la luna.
-Espero a que amanezca.

Murmuré con simpleza. Esas cuatro palabras bastarían para que la mujer sintiese o interés por el poco aprecio a mi eterna juventud o indiferencia a que un vampiro desease morir. Me importaba bien poco lo que quisiese hacer. No me interesaba si su opinión ni sus consejos. En ese momento ni Hélène podría salvarme. Sólo yo tenía esa posibilidad y tenía menos de tres horas para hacerlo. Necesitaba pensar rápido o simplemente no pensar. Mi casa estaba a media hora del puerto si iba corriendo por lo que el tiempo para pensar se reducía un poco más. Parecía que, si me tomaba un momento para hablar, mi vida acabaría esa misma noche. Aún así, si la cortesana deseaba hablar ya sea por interés o aburrimiento la hablaría. Tal vez una charla o desahogarme me sirviesen para tomar una decisión.

por **Claire Quartermane** Miér Jun 16, 2010 1:46 am

Se abrazó a si misma, arrepintiéndose de haber escogido la capa ligera en vez de la más gruesa, el frío no era mucho, pero fue el cambio de temperatura lo que la afectaba. Pensó en las noches cuando se paraba en el puerto sola, pensando como su vida se había transformado en lo que era ahora. Ella sólo quería trabajar, tener dinero, comprar sus caprichos, disfrutar de la satisfacción que le producían las miradas de deseo que todos los hombres le daban cada noche.

-Disculpe la indiscreción, pero ¿Le gusta el olor a carne quemada? Porque a mi no – dijo relajadamente divertida, no veía nada malo en burlarse de un vampiro suicida, especialmente uno que parecía llevar una buena no-vida, analizó su ropa, su cabello y zapatos, si, sus años de experiencia le decían que tenía un buen pasar, quizás las apariencias nuevamente la engañaban, pero imposible saberlo a la primera.

Notó como el vello de su cuello se erizaba como si alguien susurrara detrás suyo, era sólo el viento que quería acompañarlos, ella nunca estaba sola, cada vez que se atrevía a pensarlo sentía el rubí junto a su corazón o la risa de su gemela del otro lado de la puerta. Indescriptible sensación, la mezcla perfecta entre nostalgia y esperanza. Un suspiro salió de sus labios y recordó que no estaba sola ahí, por más que el hombre se mantuviera en absoluto silencio.

-No quise ser descortés, pero es evidente que el amanecer le afectaría de forma diferente que a mi… ¿Existe algún motivo que lo haya llevado a tomar tal determinación?... si es que desea contarle a esta cortesana con buen oído, algunos dicen que es casi un requisito en nuestra profesión. – y no mentía, muchos le habían pagado para obtener placer, pero finalmente sólo le habían contado sus problemas y pesares, ella había escuchado, tomando un poco de cada uno, para intentar no repetirlo.

por Invitado Miér Jun 16, 2010 6:38 am

Chasqueé la lengua en un gesto de desagrado por su indiscreción. El olor a carne quemada no sería un problema cuando mi cuerpo se fundiese en cenizas oscuras que se llevase el viento. Pero tal vez a la cortesana le molestase ese cúmulo de cenizas y ese tufo a requemado.
Aún así, su disgusto ante mi incineración no era suficiente para replantearme qué hacer. No era fácil de convencer o de tomar una decisión. Siempre me llevaban bastantes minutos. Incluso horas. Y luego todo se reducía a pocos minutos o segundos en el que mi decisión era golpeada con un mazo de mil kilos. Todo se iba a la mierda y mis largas reflexiones se reducían a una conclusión: no era el hombre el que tropezaba dos veces con la misma piedra. Era el vampiro. Más concretamente yo. Yo era el que tropezaba con la misma piedra en tomarme la molestia de sopesar mil ideas para no disgustar a mis compañeros y luego me lo devolvían abofeteándome la mejilla con un guante de cuero.

Ladeé la cabeza hacia la cortesa al escucharla. Por lo visto ahora deseaba que le contase mis penurias. Palpé mis bolsillos y vi que no tenía ni un centavo en ellos. Volví mi mirada a los ojos de la mujer y me encogí de hombros.
-Pero ahora no está en su trabajo. Y yo no tengo dinero para pagarla para que ponga el oído -Me levanté con pesadez. Mis desnudos pies pisaron la roca fría que conformaba el paseo del puerto. -. Si lo hiciera gratis sería como una confesión. Y ni usted ni yo somos muy religiosos.

Susurré como respuesta mientras sentía como mis entumecidos músculos iban recobrando fuerza. Abrí y cerré mis puños, dejando que la irrigación sacase de su tono ligeramente morado a mis dedos. Caminé hacia la muchacha, con media sonrisa en mis labios.
-Ahora es mi turno. ¿Por qué ha decidido pararse a hablar a un desconocido vampiro a sabiendas de que tal vez podía ser peligroso? ¿No lo ve una temeridad por su parte?

Alcé una ceja, deseoso de conocer el motivo de su interés hacia mi persona. Jamás nadie se había detenido a hablarme sin que yo mirase a dicha persona. Ésto era algo nuevo para mí.

por **Claire Quartermane** Miér Jun 23, 2010 6:30 pm

Levantó la nariz para impregnarse de los aromas que le entregaba el mar, una brisa salada le picaba en la cara, sólo sonrió escuchándolo, imaginando que ella si podía disfrutar del sol sin consecuencias. Caminó por el lugar moviendo las manos, tanteaba el viento y evitaba el frío al hacer eso, era ideal. Era la perfecta demostración del total desinterés, lo miró de arriba abajo, si era la confirmación que necesitaba, este vampiro jamás sería su cliente, abrió la boca para hablar, pero en vez de eso, resopló enojada, como cuando intentas explicarle algo a un niño pequeño.

-No necesito su dinero y menos hacer la buena acción del día, o de la noche en su caso – Se plantó frente a él, de brazos cruzados con una sonrisa algo maliciosa, su boca soltaba más ironías que besos, pero por algún motivo en estos últimos días no sabía por qué se controlaba tanto, quizás era el hecho de que tenía algo nuevo en su vida. Observó esa media sonrisa en sus labios, era parecida a la que hacía ella cuando quería ser desafiante o un poco altanera. Quizás ambos no eran tan distintos después de todo.

-¿Me creería si le digo que no es el primero de su clase que me dice eso? Soy temeraria y decidí acercarme simplemente porque me aburría en el burdel. – Lo miró a los ojos, no se doblegaba ante nada ni nadie, hace mucho había decidido no sentir miedo, en realidad ese era sólo otro de los sentimientos que había suprimido toda su vida. Pero… si ya habían logrado que apareciera uno, ¿Lograrían también que aparecieran los otros? Las ideas pasaban rápido por su cabeza, imitó el gesto del vampiro y levantó una ceja de vuelta, era seguro, si hubiese querido matarla, lo habría hecho hace mucho… ¿o no?

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