Un callejón es tan buen sitio para dormir, como cualquier otro lugar. -LIBRE-

Sabía que el ruido era ensordecedor a su alrededor, pero él solo escuchaba un pitido agudo, que le recorría toda la cabeza como un clavo ardiente. Lo sentía palpitar con los latidos de su corazón, nunca a menos, siempre a más. Constante y molesto como ningún otro ruido. Movió la cabeza de lado a lado, primero lento y luego rápido, intentando despejarse, pero solo consiguió que la vista le fallase unos segundos. Ser llevó los dedos índice y pulgar al puente de la nariz, haciendo presión mientras cerraba los ojos con fuerza.
Frente a él, justo en la otra esquina del ring improvisado, su contrincante no estaba mejor. Sangraba por todos los lados que alguien podría sangrar. Un par de sus dientes aun aguardaban a ser recogidos del centro del cuadrilátero, y su representante, sudando como un pollo asado le echaba agua e intentaba cerrarle las heridas con una aguja y un hilo de dudosa salubridad. Mickey alzó el rostro, mirando al techo. Donde estaría su representante? Ah, cierto, casi lo olvidaba. Estaba allí solo, y por qué? Por no poder pagarle a su madre unas ruedas nuevas para el carro. Bajó de nuevo la cabeza, mirando el suelo. No le vendría nada mal un buen trago de whiskey, o dos.

Aquel tipo vestía muy elegante para estar metiéndose entre barrizales, llenándose de mierda hasta las rodillas casi, mientras los gitanos se reían a cada paso torpe que daba. Cuando escapó de aquella trampa asquerosa, Mickey se le acercó, quería saber que le traía por ahí. Ya lo conocía de vista, de las salas donde algunas veces peleaba. Le comentó que dentro de dos noches, se iba a celebrar un combate sin igual. El mejor de los diez luchadores, o en su defecto, el que aguantase el último de pie, se llevaría tanto dinero, que necesitaría un par de meses para gastarlo todo. . Al final, entre el pago para apuntarse a la pelea, alquilar las toallas y el agua de la pelea, y pagar algo que no entendía muy bien que era, Mickey aceptó, pero solo lo hizo porque si ganaba, tendría dinero de sobras para comprar las dichosas ruedas.
El día del combate, a su madre le dijo que iría a las carreras, lo mismo que a su pequeña mujer. Luego ya intentaría buscar alguna escusa para las magulladuras y golpes por la cara y cuerpo. El hombre lo esperaba en el centro de la ciudad. Mickey fue andando, no quería arriesgarse a que le pasase algo al caballo. Cuando se encontraron lo llevó hasta el local, como no, apestaba a humedad y a sudor. Los hombres y alguna que otra mujer se apelotonaban sobre las mesas de apuestas, esperando para hacer las suyas. Los ganadores, se llevarían seguramente como tres veces más de lo que ganase el que luchaba. El hombre se llevó a Mickey al almacen que había tras la ala, donde los luchadores esperaban junto a sus representantes a ser llamados. Habían de todos los tipos. Armarios empotrados, armarios empotrados dobles, uno que tenia mas cuello que cabeza, y mas brazos que piernas, y un par que pese a ser los mas normalitos, le sacaban a Mickey dos cabezas de altura. El hombre lo animó diciéndole que, por suerte no tendría que luchar con todos.
Las apuestas iban muy altas antes de comenzar, y, cuando solo quedaban tres luchadores (Mickey, uno de los armarios empotrados, y otro de armario doble) la sala parecía que iba a explotar de los gritos y la tensión que había. Aquel cabrón le estaba dando problemas, pero no pensaba retirarse, no hasta levarse el dinero.
Uno de los golpes le había dado en plena sien, y había caído de bruces contra el suelo. No perdió la consciencia, estaba bien atento viendo como el tipo que lo había traído se iba corriendo pensando que no se levantaría de nuevo del suelo. Pero los gitanos eran muy difíciles de ganar, se volvió a levantar y la batalla continuó hasta escuchar el silbido de descanso.

Y ahí estaba, sin nadie que le relajase los músculos o que le acercase la botella de agua, la cual no encontraba por mucho que mirase al suelo, con un jodido cabrón que no caía ni a la de tres y con una ceja sangrando como si fuese un cochino degollado. Se limpió la sangre con el dorso de la mano y se puso en pie, antes incluso que de nuevo sonase el silbido. Unos estiramientos y un beso a cada una de las estampitas que llevaba al cuello esa noche. No le iba a permitir un descanso más a aquél tipo.
Miró al árbitro y después a su contrincante, sonriendo de lado, con superioridad, como si no estuviese dudando de poder aguantar de pie otro golpe más. Siempre iba bien mostrarse seguro de sí mismo, mas cuando se estaba tan cerca del dinero. Solo necesitaba una bajada de guardia, o una distracción de otro, pensaba darle con tanta fuerza como pudiese, si le arrancaba la cabeza, no iba a ser culpa suya. En ese momento recordó que era lo otro que había tenido que pagar. “Si un luchador moría en el ring, el contrincante no era el responsable”. En ese momento lo vio, una bajada de guardia, un golpe rápido de abajo arriba en la nariz, y el armario estaba en el suelo, inconsciente, vivo, pero inconsciente. El árbitro se le acercó, anunciando que era el ganador de la pelea y de la noche. Eso pilló por sorpresa a Mickey. Tantos golpes había recibido que ya ni sabia contar hasta diez? Igual sonrió, aunque por las pocas sonrisas que le devolvieron, y la infinidad de miradas asesinas, dedujo que poca gente esperaba que ganase.
Le dieron sus monedas, una botella de agua y una toalla para que se limpiase. Fuera hacia una noche húmeda y fría, justo lo que necesitaba para despejarse. Se limpió con el agua y la botella comenzó a caminar, pero duró poco. Había perdido mucha sangre, y eso, sumad al que no había cenado aun… Se sentó en un portal, cerró los ojos y ahí se quedó, esperando no desmayarse y que le robasen el dinero que había conseguido.

Spoiler:

El sueño al final terminó por vencer a Mickey. Desde hacía tiempo que sabía que no podía estar largos periodos sin pelearse y luego pretender aguantar una noche entera en el ring como si de nuevo tuviese dieciocho años. Le dolía reconocerlo, pero ya no tenía edad de andar haciendo semejantes locuras. Con un dolor molesto de músculos, se recostó lo más cómodamente que pudo contra la pared e intentó imaginarse como se la liaría su madre cuando lo viese llegar así al poblado, y, encima, a vete a saber qué hora del día siguiente… era algo imposible de prever el temperamento de su madre.

“Estaba Mickey cruzado de brazos, negando con la cabeza enérgicamente. - No, ni hablar bruja… si hacemos esto, quiero ser un hombre como siempre he sido. No ves lo violento que es para mí? - Su amiga bruja se reía con fuerzas. Le había propuesto ayudarlo con eso de mezclarse con la alta sociedad, pero iba a ser todo mucho más fácil, si Mickey tomaba la forma de una mujer para la ilusión del esto de presentes en la fiesta que se celebraba esa noche. - Vamos gitano! Seguro estarás muy linda! Además, ya te dije que solo haré que te vean como una mujer, tu seguirás siendo un hombre… vamos… - Mickey dio un salto hacia atrás, señalándola amenazadoramente con el dedo. - No, ni se te ocurra…!! Hija de…. Ya lo has hecho!? - El rubor que se instaló en las mejillas y prácticamente todo el rostro y torso de Mickey fue preocupante. El mismo se pudo ver con un precioso vestido amarillo melocotón, con encajes e hilos dorados. Todo su cuerpo había cambiado, hasta su rostro era el de una linda muchacha de apenas veinte años seguramente. Por instinto, lo primero que hizo fue aprovechar para aferrar los turgentes pechos que le adornaban la delantera, casi a nada de salírsele del vestido por el corpiño que le apresaba la cintura, pero, al tocarse, no notó mas que su pecho plano de hombre. - Ya te dije que es solo una ilusión, sigues siendo un hombre… OH por Dios. - La bruja tuvo el tiempo justo para voltearse antes de ver como Mickey se magreaba bajo el vestido y se buscaba su verdadera prueba de que era un hombre. Ya convencido, siguió con el sermón hacia la muchacha de que eso no era una buena idea, y, que terminarían dándose cuenta.
Les llevó un buen par de horas el que Mickey aprendiese mínimamente a moverse y comportarse como una mujer. Nada de sentarse con las piernas separadas, reír tapándose la boca y sutilmente, comer pequeños bocaditos de cosas bonitas y saludables, no fumar, y no beber a no ser que un hombre le invite, y, sobretodo, nada de rascarse o colocarse bien su intimidad delante del resto de personas, algo que sabia la bruja hacia poco, que era como una costumbre mas de los gitanos, eso de tocarse y colocarse.
Cuando llegaron, la fiesta ya había comenzado. Mejor, así nadie les prestaría mucha atención cuando entrasen a la gran sala. Mickey aun tenía sus dudas de que aquello funcionase, pero, por las miradas de los caballeros presentes, y, la absoluta ignorancia de las mujeres, el gitano supo que todo aquello iba bien. Nadie excepto la bruja y él, sabían lo que pasaba de verdad. Al principio Mickey estaba algo cohibido, y necesitó que unos cuatro hombres lo invitasen a tomar antes de soltarse y pasarlo verdaderamente bien. No bailó, no quería quedar en un ridículo terrible, pero si conversó y hasta dedujo que había ligado cuando, un mozo de no mas de veinticinco años la invitó amablemente a salir al bosque a “pasear”. Todo marchaba perfectamente, hasta que su amiga, sin previo aviso lo agarró fuerte del brazo, tirando de él con fuerza hacia arriba…”

- …que… que pasa bruja? - Abrió los ojos, apartando con un movimiento de mano el aura roja que tenía delante. Necesitó unos segundos antes de poder enfocar bien la figura del hombre que tenía parado frente a él. Se agarró con una mano a la pared, dejando caer la toalla al suelo, solo necesitaba unos segundos mas para estar alerta, por si le tocaba pelear de nuevo. - Estaba durmiendo… claro que estoy bien, esto es solo que me he peleado con mi mujer, y he perdido yo. - Sonrió de lado, tocándose el bolsillo para ver si el dinero que había ganado esa noche aun seguía en su sitio. - Y tu? No es muy tarde para que un muchacho de tu edad… ande solo por las calles? - Entrecerró los ojos, a saber cuantos centenares de años le sacaba aquel muchacho… Pero como siempre, le era más divertido hacerse el loco que no sabe nada de lo que le rodeaba.