Different Names for the Same Thing [Analeigh Leisser]

Durante días estuve tentado a acudir al sitio indicado, pero algo me decía que me iba a llevar más de una sorpresa, y ese mismo algo, me detenía, además había tenido un par de ocupaciones durante los días posteriores a nuestro encuentro, más razón para no ir. La pequeña tarjeta, de un papel que identifiqué con más de cincuenta por ciento de algodón (mi obsesión artística me obliga a darme cuenta de detalles irrelevantes como ese) danzaba por mis manos, la leía y la volvía a leer hasta que las palabras ahí impresas perdían sentido y luego lo recobraban.

Finalmente, esa tarde antes del anochecer me atavié con un traje color paja y camisa celeste, un atuendo veraniego ad hoc a la época del año, perfecto para la fresca noche, y que me hacía lucir fantasmal, pues provengo de un sitio donde el sol se oculta detrás del nublado cielo la mayoría de las veces, mi cabello rubio y mis ojos que hacen juego con la camisa no ayudan en nada, pero de algún modo, también luzco más alto, soy más alto que el francés promedio y eso suele atraer muchas miradas; no las busco, pero tampoco me hace sentir mal.

Antes de salir del hotel le pregunté al hombre de la recepción si sabía algo de la dirección apuntada en la tarjeta. Me miró como si le hubiera preguntado el camino al infierno y de forma cortante me negó todo tipo de información, me encogí de hombros y salí. Pregunté un par de veces más y las reacciones fueron similares hasta que un chico, muy joven y humilde soltó una carcajada y me indicó un camino, aunque no paraba de reír.

Al llegar al sitio entonces entendí todo. Escuché la algarabía proveniente del lugar, los hombres que durante el día aparentan formalidad y en la noche se convierten en estos seres nocturnos sedientos de placer y movidos por la seducción de las mujeres que están dispuestas a hacerlos felices por un rato. Me planté en la acera de enfrente y observé el edificio por unos minutos debatiéndome si entrar o no, aunque una cosa me quedó clara, la hermosa Analeigh estaba dentro, y a eso se dedicaba.

¿Debía juzgarla?, no creo que ese sea mi papel, no porque mi origen es humilde y quién sabe, de haber sido de otro modo tal vez hubiera caído en sitios como estos también, o mis hermanas, que contaron con la suerte de tenernos a mi madre y a mí para verla por ellas. No, no iba a juzgarla.

Alcé las manos y luego las golpeé con suavidad a mis costados, emprendí la caminata para recorrer la pequeña distancia que me separaba de aquel lugar. Me habían visto como si preguntara el camino al infierno porque de cierto modo lo había hecho.

Al entrar lo primero que noté fue el fuerte perfume envolvía todo, que enrarecía el ambiente, y el ruido de las risas fingidas de las jóvenes mujeres que tienen que divertirse de un chiste malo de un aburrido y obeso cliente, recorrí el lugar hasta ver alguien detrás de un mostrados, caminé sin prestar atención a las miradas, mi apariencia claramente extranjera parece maximizada en un sitio como este.

-Busco a Analeigh –fui directo al grano, y dije sin más, porque sí, también quería ver a la mujer que días antes me había brindado tan encantadora conversación, no importaba en realidad el sitio.

Mis dedos jugaron un rato en la barra en la que me encontraba recargado mientras el hombre que me atendió en un principio iba a buscar al único motivo de mi presencia en ese sitio. Traté de no mirar a mi alrededor pero cómo no hacerlo cuando todo era tan llamativo, tan poderoso, tan sórdido y a la vez colorido, era un lugar en el que nunca había estado, ni en ese ni en ningún otro que se hubiera podido cruzar en mi camino. Era la excitación de lo nuevo lo que llamaba mi atención. Quería concentrarme en la textura veteada de la madera, pero no podía, de cuando en cuando alzaba la mirada y alguna de las prostitutas desocupadas me guiñaban o me llamaban provocativamente con el dedo, yo me limitaba a sonreírles, sabía que sólo hacían eso porque representaba un cliente potencial, sin embargo no por ello iba a ser un completo patán.

Finalmente una de las jóvenes chicas se acercó a mí, me tomó por las solapas del traje y me jaló hacia ella, dijo algo que no alcancé a distinguir, su voz era muy suave y el ruido del lugar demasiado alto como para poder ganarle.

-Lo siento –le dije en voz alta sin llegar a gritar –vengo buscando a alguien –y la aparté con delicadeza pero con movimientos firmes de modo que quedara clara mi posición. Ni siquiera sabía qué iba a hacer una vez que me reencontrara con Analeigh, qué se suponía que hiciéramos, ese era su sitio de trabajo y yo… ¿y yo?, ¿un cliente?, no, la posibilidad no cabía en mi cabeza.

Una vez que me separé de aquella mujer pude ver a la distancia Analeigh buscando algo, seguramente a mí, y eso fue, me observó a la distancia y se acercó con gesto taimado, seguramente avergonzada por el escenario y las condiciones en la que nos volvíamos a ver, sin embargo yo le sonreí como si se tratara de una vieja amiga a la que hace años no veía.

-Por supuesto que he venido –la tomé de la mano, como la primera vez y la besé para luego soltarla con delicadeza –una conversación como la que tuvimos aquella vez es rara de encontrar –dije y guardé silencio unos momentos –he de confesar que estoy sorprendido –estaba de más decir los motivos de mi sorpresa. De todas las cosas posibles, de todos los resultados probables, ese ni siquiera se había cruzado por mi cabeza.

No cabía duda que la capital francesa me sorprendía cada vez más, incluso considerando cambiar mi residencia de Bruges a este sitio, pero no… aquella ciudad belga era tranquila, ideal para mi nuevo comienzo, París era demasiado frenética como para considerarla si quiera.

La sonrisa que se dibujó en mi rostro no desapareció ni un poco, pero me hice ligeramente hacia atrás demostrando la incomodidad que de pronto se apoderó de mí, no era un ambiente que disfrutara especialmente, en todo caso, ese era su territorio y si alguien iba a decidir el curso de la noche, era sólo Analeigh y sólo ella.

La palabra “primo” me sonó absolutamente ajena a mí por dos razones, porque nunca nadie me había llamado así, ya que no tengo más familia que mis hermanas y mi madre, y porque era evidente que la señorita Leisser y yo no teníamos ningún lazo de sangre que nos uniera, cuando me abrazó no sé por qué supe que una acotación como la que hizo venía a continuación. Asentí, tal vez tan imperceptible que ni siquiera ella lo notó, preferí guardar silencio para no echar por tierra su pequeña puesta en escena, limitándome a sonreír pensando en mi papel, el de un tipo que visita a su prima después de muchos años de no verse.

De todos modos si hubiera querido agregar algo no hubiera podido, fui jalado a otro sitio del local, en mi camino miré a esa otra mujer a la que ella se dirigió y le sonreí con una expresión tan confundida como la de ella. No importaba, cuando menos me di cuenta ya estábamos en otro sitio más tranquilo, aunque seguíamos avanzando. Parpadeé un par de veces cuando volvió a hablarme y sonreí aunque no me estaba viendo.

-La verdad no, no me lo esperaba –para qué me engañaba, de todos los sitios en París este era el que menos planeaba visitar, y no es que me asustaran los lugares con este giro, pero simplemente no estaba en mis planes, como muchas otras cosas que ya me habían sucedido estando en esta ciudad, quizá porque en realidad no planeé mucho las cosas, sólo vine a buscar a Týr y a Eve, y largarme en cuanto antes, pero qué se le va a hacer, ahora estoy aquí, con Analeigh y cuando trato de recapacitar hemos ingresado a una habitación, donde supongo ella realiza su labor.

Analizándolo más a fondo, debe ser terrible, tener que intimar con hombros por los que no sientas absolutamente nada, y si acaso despiertan algo en ti eso es repulsión. Sonrío nervioso cuando finalmente estamos solos y recorro la habitación con la mirada, sin embargo sólo un punto es lo suficientemente fuerte para anclar mis ojos. Es la escena de los cardenales, enmarcada y colgada, no podía creerlo, no sólo la había conservado, sino que se había tomado la molestia de colocarla en un cuadro y ponerla a la vista, caminé unos pasos para acercarme al dibujo de mi autoría cuando su voz me detuvo y me giré.

-Claro que entiendo –o tal vez no, sólo estando en sus zapatos entendería por completo, pero lo que quería decir era que no tenía de qué preocuparse, la observé y no me gustó su reacción, lo que dijo después terminó por completar la escena, el corazón se me hundió en una masa fría parecida al fango.

-No tienes por qué disculparte –me acerqué con cautela y con una mano la tomé del mentón para poder verla –no te voy a juzgar, trabajas para sobrevivir, no hay nada malo en eso –busqué su mirada con ahínco aunque ésta aún me era negada, supuse que era lógico, la situación era extraña… para los dos-, sólo… -carraspeé –me sorprende, no te voy a mentir, cuando te conocí no parecías una chica que… -medí mis palabras –que se dedicara a esto –su conversación y sus modales, todo apuntaba a algo distinto, cómo había acabado aquí, qué iba yo a saber.