AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Eyra Erikdottir
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Eyra Erikdottir
DATOS BÁSICOS
-Nombre del Personaje: Eyra Nikté Erikdottir de Délvheen
-Edad: Aparenta 25 años pese a haber nacido en el 1000 d.C.
-Especie: Vampira.
-Tipo, Clase Social o Cargo: Miembro de la realeza de los Países Bajos por el lazo matrimonial que la une al barón Jerarld Johannes Délvheen.
-Orientación Sexual: Bisexual.
-Lugar de Origen: Gríndavik, Islandia.
-Habilidad/Poder: Agilidad y reflejos sobrehumanos, sentidos aumentados, ilusión, infringir dolor mediante la mente, control mental.
-Edad: Aparenta 25 años pese a haber nacido en el 1000 d.C.
-Especie: Vampira.
-Tipo, Clase Social o Cargo: Miembro de la realeza de los Países Bajos por el lazo matrimonial que la une al barón Jerarld Johannes Délvheen.
-Orientación Sexual: Bisexual.
-Lugar de Origen: Gríndavik, Islandia.
-Habilidad/Poder: Agilidad y reflejos sobrehumanos, sentidos aumentados, ilusión, infringir dolor mediante la mente, control mental.
DESCRIPCIÓN FÍSICA
Eyra es una mujer de apariencia jovial, pues mantiene los veinte y cinco años con los que fue convertida. Destaca su figura de largas piernas que hace de ella una mujer alta en comparación a la media general de la fémina francesa del siglo XIX, característica que heredó de sus genes vikingos por parte paterna. De éstos también bebió para la forma física que mantiene ochocientos años después, pues su complexión es fuerte y atlética, sobretodo en los muslos. Su figura es envidiable y es la culpable de despertar las pasiones de todo aquél que osa mirarla. Su piel es tostada, característica que heredó de la sangre algonquina de su madre, una indígena de Terranova. De ella también quedó su reflejo en las facciones de la joven, de rostro alargado y nariz un tanto achatada, con grandes ojos almendrados de iris color café y azabaches pestañas largas y un tanto gruesas. Los labios son carnosos, muy carnosos, bajo los que se encuentran un par de lunares. Su cabellera es larga y ondulada, de un intenso color chocolate y con un deje salvaje que hace de ella, una mujer de apariencia fiera. En cuanto al resto de su anatomía, cabe destacar su cuello estilizado, los voluptuosos senos que posee, la estrecha cintura y las largas y moldeadas piernas. Físicamente, es una persona excepcional, sin ninguna anomalía que perjudique su nivel de vida, así como, estéticamente, tampoco posee ninguna cicatriz o elemento que pudiera ser objeto de complejos personales.
DESCRIPCIÓN PSICOLÓGICA
Habiendo superado su oscuro pasado, Eyra es ahora una mujer renovada, con la esencia más pura de su juventud perdida, manteniendo aquél fuerte carácter y tozudez que siempre la caracterizó, aquella soberbia y humos que impiden que nadie ose pisotearla, siempre tratada con respeto y cierto temor, pues enfadada, todos saben de lo que Eyra es capaz de hacer, pues a cruel y maquiavélica, nadie la gana. Nadie.
No obstante, ahora ha aparcado esa faceta tan visible en sus años anteriores, mostrándose ahora como una joven muchacha ilusionada con la vida, con ganas de aprender y descubrir, movida siempre por aquella curiosidad infantil de antaño. Se muestra risueña, juguetona, pícara y divertida, buscando en cada día, una nueva aventura por vivir, creciendo como persona y ampliando su experiencia vital.
Ahora, su dulzura queda patente en cada gesto y palabra que de ella emanan, así como la templanza, la serenidad con esa pizca de locura agradable a cualquiera. Es cariñosa con su marido, al que ama por encima de todas las cosas, y con su hijo, al que intenta recuperar tras el fracaso como madre. Adora a los niños y ya en el pasado quedó la envidia por ellos, el recelo y la culpa que volcó en ellos por la pérdida de cariño que obtuvo de Jerarld.
Eyra es una mujer nueva con ganas de demostrarle al mundo que ha cambiado, que ha dejado de ser quién era por amor a su familia.
No obstante, ahora ha aparcado esa faceta tan visible en sus años anteriores, mostrándose ahora como una joven muchacha ilusionada con la vida, con ganas de aprender y descubrir, movida siempre por aquella curiosidad infantil de antaño. Se muestra risueña, juguetona, pícara y divertida, buscando en cada día, una nueva aventura por vivir, creciendo como persona y ampliando su experiencia vital.
Ahora, su dulzura queda patente en cada gesto y palabra que de ella emanan, así como la templanza, la serenidad con esa pizca de locura agradable a cualquiera. Es cariñosa con su marido, al que ama por encima de todas las cosas, y con su hijo, al que intenta recuperar tras el fracaso como madre. Adora a los niños y ya en el pasado quedó la envidia por ellos, el recelo y la culpa que volcó en ellos por la pérdida de cariño que obtuvo de Jerarld.
Eyra es una mujer nueva con ganas de demostrarle al mundo que ha cambiado, que ha dejado de ser quién era por amor a su familia.
HISTORIA
Ésta historia se remonta más de ocho siglos atrás, cuando las civilizaciones que habitaban Europa eran feroces y despiadadas, dónde la única ley que podía salvarte era la innata fuerza de la supervivencia, dónde sólo sobrevive el más fuerte y no hay lugar para los débiles, dónde la codicia y el poder son los latidos que gobiernan a las personas y dónde la sangre fluye por las calles como si de agua del rocío se tratara. Nos remontamos a una época de ambiente hostil en el que el amor, sólo existe en las fantasías de los mismos débiles que luego caen ante el maquiavelismo reinante.
Era la cuadragésima séptima madrugada desde el solsticio de invierno que azotó la pequeña aldea islandesa de Gríndavik. Los llantos de un recién nacido rompieron la gélida noche, despertando a los vecinos aunque ninguno de ellos suscitó interés sobre la bendición recaída en la familia del caudillo Gudrek, pues lo cierto era que nadie comprendía cómo el futuro heredero y primogénito, Erik, se había llevado consigo como botín de guerra, una salvaje indígena de las tierras de Terra Nova, las mismas en las que Erik había fundado la pequeña colonia vikinga de Vinland y en la que pasó varios meses, hasta que su padre reclamó su regreso cuando vio las orejas de la Muerte asomarse amenazantes el pasado otoño, momento desde el que ya quedó anclado al lecho sin a penas poder moverse.
Alawa sostuvo al neonato entre sus brazos no más de dos segundos, pues las posesivas manos de su carcelero se lo arrebató para proceder a examinar al retoño, descubriendo que, a su pesar, no se trataba de un fuerte varón vikingo, sino de una niña de ojos grandes y oscuros como los de su madre, de tez tostada y de alborotados rizos achocolatados que se enredaban entre sí. Erik quiso rechazarla, pero en cuanto una de las manitas de ella se posó sobre la mejilla del vikingo, todo su mundo se derrumbó, quedando su corazón y su vida, a merced de la pequeña.
Erik la bautizó con el nombre de Eyra, Diosa nórdica de la salud y la medicina. Él tenía todas sus esperanzas puestas en su hija, por lo que por ella se desvivió en cuerpo y alma, ofreciéndole todo cuanto pudo, enseñándole del mundo y de la vida todo cuanto supo. Le dio todo, excepto la figura paterna que ella siempre necesitó, un cariño y un apoyo que sólo encontró en los brazos de su madre, una jovencísima algonquina que, cuando nadie la miraba, intentaba mostrarle a su hija –a quién nombraba Nikté, que en su tierra significaba flor- la cultura en la que Alawa había nacido y crecido, aportándole los sentimientos más puros de amor hacia la naturaleza, el entorno, las personas y la propia vida, llenándola de cariño y protegiéndola de todo mal, personificado en su padre, un hombre realmente cruel, machista, violento, celoso, posesivo, compulsivo y amargo.
A la temprana edad de siete años, la pequeña Eyra fue testigo de cómo su madre fallecía entre convulsiones en los brazos impotentes de Erik después que ésta intentara envenenarle y le saliera mal. De éste modo, Erik quedó solo al cargo de Eyra y el rencor por la traición de Alawa le cegó, distanciándose cada vez más de su hija que desamparada, fue acogida por su abuelo y aun caudillo de Gríndavik, Gudrek, mientras Erik luchaba encarnizadamente para ampliar los dominios vikingos por Europa.
Una noche de luna nueva en la que la oscuridad era espeluznante y el frío congelaba el aliento en cuanto escapaba de la boca, Halldora, su esposa, prendió fuego para que la familia se calentara, pues fuera nevaba y la ventisca filtraba la frialdad por debajo de las maderas de la casa. En aquella noche, Gudrek le contó a la joven Eyra la historia de su familia, de sus ancestros y la leyenda de unas reliquias mágicas que unidas, podían conceder cualquier deseo. Cualquier. Incluso revivir a mamá, pensó en sus adentros, naciendo así, la semilla que la llevaría a la perdición.
Unos meses después, mientras la joven se hallaba ordeñando unas vacas junto a su residencia, vio en el horizonte, la solitaria figura de un hombre montado a lomos de un corcel que se dirigía paulatinamente hacia ella, por lo que dejó sus quehaceres y se adelantó para comprobar de quién se trataba, distinguiendo al fin, un rostro de facciones que le recordaron a las de su padre y demás tíos que conocía, sólo que aquél hombre a penas iba vestido con unos pantalones y unas botas, luciendo un torso musculado y adornado con tatuajes escandinavos que hacían referencia a su origen. Su rostro, imponente y serio, se mantuvo inalterable cuando preguntó por Eyra, presentándose al fin, como Achilles, su particular ángel de la guarda.
Aunque la muchacha desconfió de aquél hombre desde un primer instante, lo cierto es que pronto se convirtió en un pilar fundamental para ella, acogiéndolo en su casa, conviviendo con él aprovechando la larga ausencia de Erik, creciendo con él, aprendiendo de aquél hombre hasta considerarlo su mejor amigo, un pariente postizo que la protegía, la cuidaba y ante todo, le era siempre sincero. Achilles fue quién le habló de la inmortalidad por primera vez, quién se mostró ante ella, como un vampiro. Lejos de aterrar a Eyra, ésta sintió un especial interés por su historia, por lo que cada noche, éste le deleitaba con sus batallitas y sus secretos. Achilles le habló de Alawa, la madre de la joven, a la que había conocido desde su más tierna infancia, acogiéndola casi como a una hija, sintiéndose furioso al conocer el desenlace de su tribu y de su propia vida. Él fue quién relató a Eyra cómo su padre, Erik, había raptado a Alawa después de exterminar su aldea, cómo la obligó a permanecer con él, cómo la había sometido a humillaciones y vejaciones con tal de poseerla. Achilles fue quién sembró en Eyra, el odio más profundo hacia su progenitor, a quién ahora le culpaba por la muerte de su madre. Y no tan sólo eso, pues aquél vampiro le habló también de un ritual capaz de devolverle a Alawa, un ritual en el que, juntando las reliquias familiares y una llave muy especial, podría conseguir aquello que ella se propusiera. Le habló pues, de esa llave. Se trataba de Jerarld, un nieto no reconocido por Gudrek, familia de Eyra. Él era la llave que le llevaría hasta Alawa de nuevo.
La joven, anonadada ante aquellas historias y la ilusión de reencontrarse con su madre, suplicó al vampiro que la convirtiera en lo que él era, en una inmortal. A cambio, éste sólo le pidió que se deshiciera de Erik. Para siempre.
Tras la muerte de Erik a manos de Eyra y posteriormente, de Gudrek por simple vejez, Eyra fue en busca de aquella llave llamado Jerarld, coincidiendo en una taberna islandesa, seduciéndole para que así se quedara con ella y poder controlar a la llave hasta el momento idóneo del ritual, pero a la mañana siguiente él desapareció y Eyra, iracunda, acudió a Achilles, quién cumplió su promesa y convirtió a la vikinga en un ser inmortal después de que ésta diera a luz a un niño llamado Zephyr y que le fue arrancado de los brazos nada más nacer aludiendo a una muerte prematura. Eyra, enloquecida por la pérdida de su primogénito, se lanzó a los brazos de la eternidad, buscando satisfacer su única obsesión: recuperar a su madre.
Fue entonces cuando ambos se separaron, pues si Eyra tenía una misión entre ceja y ceja, Achilles tenía otra por su lado, por lo que cada uno siguió su camino y de su Creador, jamás volvió a saber más nada de él. Así, Eyra, convertida en una vampiresa, mató toda dulzura de su infancia y juventud, volviéndose una persona gélida de corazón, sin sentimientos, cruel y despiadada, extremadamente egoísta, tozuda, maquiavélica, cayendo en el sucubismo para liberar la frustración que le carcomía las entrañas por haber de esperar tantos siglos hasta poder llevar a cabo sus planes, viviendo los últimos ochocientos años en busca de aquellas reliquias, buscando después a Jerarld para seducirle de nuevo y amarrarlo a ella mediante el lazo del matrimonio, ocultándole sus verdaderas intenciones, intentando fingir sus sentimientos hasta que, llegados el momento, en el ritual, ella no pudo matar a su marido por los sentimientos que sin querer éste habían despertado en ella, momento en el que prefirió fingir su propia muerte, entregándole la opción de que éste la olvidara. Pero cobarde, volvió diez años después en su busca, mostrándose como una persona renacida, la misma que había sido justo antes de su conversión, dispuesta a recuperar el tiempo perdido y ésta vez, a vivir por amor, no por una obsesión, sabiendo que ahora debe enfrentarse a las consecuencias de sus actos pasados y a la familia que con Jerarld formó y abandonó diez años atrás para refugiarse en el olvido.
Era la cuadragésima séptima madrugada desde el solsticio de invierno que azotó la pequeña aldea islandesa de Gríndavik. Los llantos de un recién nacido rompieron la gélida noche, despertando a los vecinos aunque ninguno de ellos suscitó interés sobre la bendición recaída en la familia del caudillo Gudrek, pues lo cierto era que nadie comprendía cómo el futuro heredero y primogénito, Erik, se había llevado consigo como botín de guerra, una salvaje indígena de las tierras de Terra Nova, las mismas en las que Erik había fundado la pequeña colonia vikinga de Vinland y en la que pasó varios meses, hasta que su padre reclamó su regreso cuando vio las orejas de la Muerte asomarse amenazantes el pasado otoño, momento desde el que ya quedó anclado al lecho sin a penas poder moverse.
Alawa sostuvo al neonato entre sus brazos no más de dos segundos, pues las posesivas manos de su carcelero se lo arrebató para proceder a examinar al retoño, descubriendo que, a su pesar, no se trataba de un fuerte varón vikingo, sino de una niña de ojos grandes y oscuros como los de su madre, de tez tostada y de alborotados rizos achocolatados que se enredaban entre sí. Erik quiso rechazarla, pero en cuanto una de las manitas de ella se posó sobre la mejilla del vikingo, todo su mundo se derrumbó, quedando su corazón y su vida, a merced de la pequeña.
Erik la bautizó con el nombre de Eyra, Diosa nórdica de la salud y la medicina. Él tenía todas sus esperanzas puestas en su hija, por lo que por ella se desvivió en cuerpo y alma, ofreciéndole todo cuanto pudo, enseñándole del mundo y de la vida todo cuanto supo. Le dio todo, excepto la figura paterna que ella siempre necesitó, un cariño y un apoyo que sólo encontró en los brazos de su madre, una jovencísima algonquina que, cuando nadie la miraba, intentaba mostrarle a su hija –a quién nombraba Nikté, que en su tierra significaba flor- la cultura en la que Alawa había nacido y crecido, aportándole los sentimientos más puros de amor hacia la naturaleza, el entorno, las personas y la propia vida, llenándola de cariño y protegiéndola de todo mal, personificado en su padre, un hombre realmente cruel, machista, violento, celoso, posesivo, compulsivo y amargo.
A la temprana edad de siete años, la pequeña Eyra fue testigo de cómo su madre fallecía entre convulsiones en los brazos impotentes de Erik después que ésta intentara envenenarle y le saliera mal. De éste modo, Erik quedó solo al cargo de Eyra y el rencor por la traición de Alawa le cegó, distanciándose cada vez más de su hija que desamparada, fue acogida por su abuelo y aun caudillo de Gríndavik, Gudrek, mientras Erik luchaba encarnizadamente para ampliar los dominios vikingos por Europa.
Una noche de luna nueva en la que la oscuridad era espeluznante y el frío congelaba el aliento en cuanto escapaba de la boca, Halldora, su esposa, prendió fuego para que la familia se calentara, pues fuera nevaba y la ventisca filtraba la frialdad por debajo de las maderas de la casa. En aquella noche, Gudrek le contó a la joven Eyra la historia de su familia, de sus ancestros y la leyenda de unas reliquias mágicas que unidas, podían conceder cualquier deseo. Cualquier. Incluso revivir a mamá, pensó en sus adentros, naciendo así, la semilla que la llevaría a la perdición.
Unos meses después, mientras la joven se hallaba ordeñando unas vacas junto a su residencia, vio en el horizonte, la solitaria figura de un hombre montado a lomos de un corcel que se dirigía paulatinamente hacia ella, por lo que dejó sus quehaceres y se adelantó para comprobar de quién se trataba, distinguiendo al fin, un rostro de facciones que le recordaron a las de su padre y demás tíos que conocía, sólo que aquél hombre a penas iba vestido con unos pantalones y unas botas, luciendo un torso musculado y adornado con tatuajes escandinavos que hacían referencia a su origen. Su rostro, imponente y serio, se mantuvo inalterable cuando preguntó por Eyra, presentándose al fin, como Achilles, su particular ángel de la guarda.
Aunque la muchacha desconfió de aquél hombre desde un primer instante, lo cierto es que pronto se convirtió en un pilar fundamental para ella, acogiéndolo en su casa, conviviendo con él aprovechando la larga ausencia de Erik, creciendo con él, aprendiendo de aquél hombre hasta considerarlo su mejor amigo, un pariente postizo que la protegía, la cuidaba y ante todo, le era siempre sincero. Achilles fue quién le habló de la inmortalidad por primera vez, quién se mostró ante ella, como un vampiro. Lejos de aterrar a Eyra, ésta sintió un especial interés por su historia, por lo que cada noche, éste le deleitaba con sus batallitas y sus secretos. Achilles le habló de Alawa, la madre de la joven, a la que había conocido desde su más tierna infancia, acogiéndola casi como a una hija, sintiéndose furioso al conocer el desenlace de su tribu y de su propia vida. Él fue quién relató a Eyra cómo su padre, Erik, había raptado a Alawa después de exterminar su aldea, cómo la obligó a permanecer con él, cómo la había sometido a humillaciones y vejaciones con tal de poseerla. Achilles fue quién sembró en Eyra, el odio más profundo hacia su progenitor, a quién ahora le culpaba por la muerte de su madre. Y no tan sólo eso, pues aquél vampiro le habló también de un ritual capaz de devolverle a Alawa, un ritual en el que, juntando las reliquias familiares y una llave muy especial, podría conseguir aquello que ella se propusiera. Le habló pues, de esa llave. Se trataba de Jerarld, un nieto no reconocido por Gudrek, familia de Eyra. Él era la llave que le llevaría hasta Alawa de nuevo.
La joven, anonadada ante aquellas historias y la ilusión de reencontrarse con su madre, suplicó al vampiro que la convirtiera en lo que él era, en una inmortal. A cambio, éste sólo le pidió que se deshiciera de Erik. Para siempre.
Tras la muerte de Erik a manos de Eyra y posteriormente, de Gudrek por simple vejez, Eyra fue en busca de aquella llave llamado Jerarld, coincidiendo en una taberna islandesa, seduciéndole para que así se quedara con ella y poder controlar a la llave hasta el momento idóneo del ritual, pero a la mañana siguiente él desapareció y Eyra, iracunda, acudió a Achilles, quién cumplió su promesa y convirtió a la vikinga en un ser inmortal después de que ésta diera a luz a un niño llamado Zephyr y que le fue arrancado de los brazos nada más nacer aludiendo a una muerte prematura. Eyra, enloquecida por la pérdida de su primogénito, se lanzó a los brazos de la eternidad, buscando satisfacer su única obsesión: recuperar a su madre.
Fue entonces cuando ambos se separaron, pues si Eyra tenía una misión entre ceja y ceja, Achilles tenía otra por su lado, por lo que cada uno siguió su camino y de su Creador, jamás volvió a saber más nada de él. Así, Eyra, convertida en una vampiresa, mató toda dulzura de su infancia y juventud, volviéndose una persona gélida de corazón, sin sentimientos, cruel y despiadada, extremadamente egoísta, tozuda, maquiavélica, cayendo en el sucubismo para liberar la frustración que le carcomía las entrañas por haber de esperar tantos siglos hasta poder llevar a cabo sus planes, viviendo los últimos ochocientos años en busca de aquellas reliquias, buscando después a Jerarld para seducirle de nuevo y amarrarlo a ella mediante el lazo del matrimonio, ocultándole sus verdaderas intenciones, intentando fingir sus sentimientos hasta que, llegados el momento, en el ritual, ella no pudo matar a su marido por los sentimientos que sin querer éste habían despertado en ella, momento en el que prefirió fingir su propia muerte, entregándole la opción de que éste la olvidara. Pero cobarde, volvió diez años después en su busca, mostrándose como una persona renacida, la misma que había sido justo antes de su conversión, dispuesta a recuperar el tiempo perdido y ésta vez, a vivir por amor, no por una obsesión, sabiendo que ahora debe enfrentarse a las consecuencias de sus actos pasados y a la familia que con Jerarld formó y abandonó diez años atrás para refugiarse en el olvido.
DATOS EXTRA
Actualmente trabaja como directora del departamento de Arte Escandinavo, en el Museo del Louvre, por lo que a menudo debe ausentarse en viajes y turbios asuntos de contrabando artístico le llevan de nuevo a sus tierras. Por su cargo, también se dedica a escribir libros sobre la materia, teorías e investigaciones con las que empieza a ser reconocida mundialmente.
Cabe decir que es una enamorada del arte en general, por lo que es una coleccionista que daría cualquier cosa por una obra de semejante calibre, lo que a menudo le hace titubear sobre sus principios y la necesidad de salvaguardar el arte en instituciones como los Museos.
La pieza más valiosa para ella es el anillo de Osiris con el que se comprometió hace veinte años con su actual esposo, Jerarld. Es una pieza única en el mundo y de la que no se despega jamás.
Domina el arte de la esgrima y el manejo de las armas blancas, aunque no flaquea en la lucha cuerpo a cuerpo, aunque en realidad, odia ensuciarse las manos, prefiriendo usar contra los enemigos sus dones vampíricos.
Su mascota se llama Kyria, y se trata de una gata de raza ragdoll, un regalo de su hijo Johannes -al que creyó muerto al nacer- y que reside con ella en su pequeña casa parisina.
Cabe decir que es una enamorada del arte en general, por lo que es una coleccionista que daría cualquier cosa por una obra de semejante calibre, lo que a menudo le hace titubear sobre sus principios y la necesidad de salvaguardar el arte en instituciones como los Museos.
La pieza más valiosa para ella es el anillo de Osiris con el que se comprometió hace veinte años con su actual esposo, Jerarld. Es una pieza única en el mundo y de la que no se despega jamás.
Domina el arte de la esgrima y el manejo de las armas blancas, aunque no flaquea en la lucha cuerpo a cuerpo, aunque en realidad, odia ensuciarse las manos, prefiriendo usar contra los enemigos sus dones vampíricos.
Su mascota se llama Kyria, y se trata de una gata de raza ragdoll, un regalo de su hijo Johannes -al que creyó muerto al nacer- y que reside con ella en su pequeña casa parisina.
gracias a αgusτınα• de sourcecode
Última edición por Eyra Erikdottir el Dom Ene 13, 2013 1:51 pm, editado 8 veces
Arlette- Vampiro Clase Baja
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Re: Eyra Erikdottir
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Nigel Quartermane- Vampiro/Realeza [Admin]
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EDITADA LA FICHA
Arlette- Vampiro Clase Baja
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