AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Hasta que la eternidad exhale su último suspiro... y ni siquiera entonces. [Jerarld Délvheen y Eyra Erikdottir]
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Hasta que la eternidad exhale su último suspiro... y ni siquiera entonces. [Jerarld Délvheen y Eyra Erikdottir]
La Catedral de Notre Dame brillaba aquella noche, con luz propia. El río que enmarcaba aquél entorno yacía silencioso y de caudal suave, reflejando fielmente una estampa digna de ser rememorada el resto de mi vida. Los árboles, sin hojas que la brisa pudiese tumbar, parecían querer usar sus ramas azabaches para escalar la fachada de aquél templo sagrado para los cristianos, mientras que algunas enredaderas llegaban incluso al muro que separaba aquella plaza del río, casi como si quisieran lanzarse a las profundidades de aquellas aguas cristalinas. Los luceros, de un extraño color añil, tartamudeaban cada vez que un soplo de aire nocturno intentaba apagar las llamas del fuego depositado en aquellas farolas. Y tras ese telón, ante mi centelleante mirada ilusionada, se extendía la majestuosa catedral. El complejo arquitectónico era un emblema en la ciudad, alcanzando una gran fama a nivel internacional, sobre todo por sus dos torreones principales, flanqueando una torre más alta y delgada en el bello medio de la planta, precediendo el templo en el que se celebraría el enlace, ornamentado a base de magníficas ventanas circulares cuyos cristales de colores recreaban escenas bíblicas. En la parte trasera del complejo, destacaba la presencia de otras ventanas –sin vidrios- y de unos contrafuertes en forma de medio arco, sujetando la pared abovedada. Los muros, de un color pastel, se diferenciaban de los torreones principales, más oscurecidos tanto por la piedra usada para su construcción como por la falta de luminosidad en aquella zona. El techo piramidal que coronaba la estructura sagrada parecía una degradación cromática del cielo, dado que cuanto más alto alzaba la vista, más oscuro y estremecedor se tornaba el firmamento. Más allá de las colinas que amurallaban la ciudad francesa, la luna llena resplandecía en su máximo esplendor, llevando consigo su manto azabache con algunos tonos grisáceos, dada la pequeña niebla que se había formado a la altura de las gárgolas que defendían los muros de Notre Dame, con sus rostros contraídos por la amenaza que deseaban mostrar a sus enemigos, los Oscuros, como yo misma lo soy.
Jean, junto a mí, pidió al chofer del carruaje que se retirara, regresando antes del alba en el mismo punto en el que me había dejado. No miré atrás. Me limité a tomar el brazo que mi mayordomo me ofrecía con seriedad y felicidad contenida y con la otra mano, alcé levemente la falda de mi vestido carmesí, no deseando que éste se ensuciara antes de llegar al altar en el que me aguardaría, probablemente nervioso, mi futuro marido. May, que iba delante de mí, iba lanzando alegremente pétalos de rosa que mis zapatos blancos iban pisando con elegancia y sutilidad. La niña iba brincando y riendo, haciendo que su gracioso vestido amarillento bailara al son de la brisa que acariciaba mi rostro y enredaba mi cabello rizado que caía en mi espalda como espirales infinitas llenas de movilidad. Una tiara blanca con pequeñas flores amarillas incrustadas en ella, rodeaba el cráneo de mi pequeña, ceñida a sus cabellos cobrizos, me hizo comparar su tocado con el mío, pues una sencilla corona plateada con incrustaciones de rubí a su alrededor. Mis pasos firmes y resonantes en aquellas calles dormidas, cesaron de pronto, cuando May se giró riendo y corrió a los brazos de Jean. Mi mayordomo y hombre de confianza soltó disimuladamente mi agarre para alzar a la pequeña hasta su costado, jugueteando con su nariz y haciéndola reír, algo que sin duda, calmaba al monstruíto que en mi interior brincaba, nervioso y ansioso de cubrirse con el elixir que le había despertado de su largo letargo: los besos de Jerarld.
- Gracias, Jean, puedes retirarte con ella.- me despedí entonces, entregándole un roce de mis labios en su mejilla, gesto que descompuso al hombre y que le hizo sonreír, asintiendo con la cabeza antes de desearme suerte y marchar con May, pese a las constantes pataletas y refunfuñantes quejas, se quedó dormida entre los brazos de Jean antes de que éste llegase al puente que acabábamos de cruzar.
Sonreí dulcemente, ya en soledad, contemplando la entrada de la Catedral, sus gárgolas observándome con cierto desprecio. ¿Pero qué importaba si no era bienvenida? Era el deseo de Jerarld y mío el que se celebrase allí nuestro enlace. Era el lugar en el que, hacía ya cinco años, nos habíamos reencontrado una noche cualquiera… y la que nos había supuesto un cambio de vida.
Mis dedos se aferraron fervientemente al ramo que sujetaba a la altura de mi pecho, formado por sesenta y tres orquídeas: una por cada mes vivido junto a Jerarld. Y volví a empezar mis pasos, cruzando el umbral con el mentón elevado, buscando con la mirada al dueño de mi vida, hallándolo ya frente al altar, callando cuando mi aroma probablemente inundó sus pulmones, pues parecía mantener una interesante charla con el sacerdote que oficiaría el enlace matrimonial. Me detuve cuando mi cuerpo se arraizó frente a Jerarld, ya en la segunda grada que conducía al altar. Tomé su mano entre la mía y le sonreí tras el velo que me separaba de la felicidad máxima que podía gozar.
- Notre Dame:
Jean, junto a mí, pidió al chofer del carruaje que se retirara, regresando antes del alba en el mismo punto en el que me había dejado. No miré atrás. Me limité a tomar el brazo que mi mayordomo me ofrecía con seriedad y felicidad contenida y con la otra mano, alcé levemente la falda de mi vestido carmesí, no deseando que éste se ensuciara antes de llegar al altar en el que me aguardaría, probablemente nervioso, mi futuro marido. May, que iba delante de mí, iba lanzando alegremente pétalos de rosa que mis zapatos blancos iban pisando con elegancia y sutilidad. La niña iba brincando y riendo, haciendo que su gracioso vestido amarillento bailara al son de la brisa que acariciaba mi rostro y enredaba mi cabello rizado que caía en mi espalda como espirales infinitas llenas de movilidad. Una tiara blanca con pequeñas flores amarillas incrustadas en ella, rodeaba el cráneo de mi pequeña, ceñida a sus cabellos cobrizos, me hizo comparar su tocado con el mío, pues una sencilla corona plateada con incrustaciones de rubí a su alrededor. Mis pasos firmes y resonantes en aquellas calles dormidas, cesaron de pronto, cuando May se giró riendo y corrió a los brazos de Jean. Mi mayordomo y hombre de confianza soltó disimuladamente mi agarre para alzar a la pequeña hasta su costado, jugueteando con su nariz y haciéndola reír, algo que sin duda, calmaba al monstruíto que en mi interior brincaba, nervioso y ansioso de cubrirse con el elixir que le había despertado de su largo letargo: los besos de Jerarld.
- Gracias, Jean, puedes retirarte con ella.- me despedí entonces, entregándole un roce de mis labios en su mejilla, gesto que descompuso al hombre y que le hizo sonreír, asintiendo con la cabeza antes de desearme suerte y marchar con May, pese a las constantes pataletas y refunfuñantes quejas, se quedó dormida entre los brazos de Jean antes de que éste llegase al puente que acabábamos de cruzar.
Sonreí dulcemente, ya en soledad, contemplando la entrada de la Catedral, sus gárgolas observándome con cierto desprecio. ¿Pero qué importaba si no era bienvenida? Era el deseo de Jerarld y mío el que se celebrase allí nuestro enlace. Era el lugar en el que, hacía ya cinco años, nos habíamos reencontrado una noche cualquiera… y la que nos había supuesto un cambio de vida.
- Eyra:
Mis dedos se aferraron fervientemente al ramo que sujetaba a la altura de mi pecho, formado por sesenta y tres orquídeas: una por cada mes vivido junto a Jerarld. Y volví a empezar mis pasos, cruzando el umbral con el mentón elevado, buscando con la mirada al dueño de mi vida, hallándolo ya frente al altar, callando cuando mi aroma probablemente inundó sus pulmones, pues parecía mantener una interesante charla con el sacerdote que oficiaría el enlace matrimonial. Me detuve cuando mi cuerpo se arraizó frente a Jerarld, ya en la segunda grada que conducía al altar. Tomé su mano entre la mía y le sonreí tras el velo que me separaba de la felicidad máxima que podía gozar.
Arlette- Vampiro Clase Baja
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Fecha de inscripción : 14/08/2011
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Re: Hasta que la eternidad exhale su último suspiro... y ni siquiera entonces. [Jerarld Délvheen y Eyra Erikdottir]
Al fin la gran noche había llegado…
Una gran noche, que no había comenzado precisamente como yo había deseado.
Ambos habíamos decidido separarnos el día anterior para poder hacer nuestras cosas y los arreglos de última hora sin que el otro estuviese por allí curioseando, ya que por mi parte, me moría de ganas de ver su vestido antes, que habría escogido? Algo recatado? Algo sexy? Ella como buena novia no quería darme pista alguna.
Así que yo tampoco le di pistas sobre el regalo que le tenía preparado, y eso le intrigaba aun mas, se me había escapado que había algo que hacía referencia a aquello en nuestra casa, y con aquel pequeño detalle ya había armado un buen revuelo, asi que por el bien de ambos, decidimos tomarnos un ultimo día libre. Básicamente para estar tranquilos y poder atender los últimos detalles. Así que Eyra se había quedado en su casa y yo me había ido a mi mansión.
Ella lo tenía todo listo, pero por mi parte, tenia cosas pendientes.
Mi sastre llego tarde, y ni siquiera trajo la ropa correcta…Mi sastre… un hombre que ya tenia un nombre reconocido, no daba abasto de pedidos, y aunque yo era uno de sus clientes predilectos aquel buen hombre no iba bien organizado y me había traído tres trajes erróneos antes de darme el correcto. Por consecuencia el muy…….me había hecho vestir cómo un maharajá, luego me vistió de ruso, y así como quien no quiere, también vistió con una túnica oriental elegantísima…Había quedado listo para celebrar la ceremonia del té, y habría sido divertido hacerlo. Pero me iba a casar!!!!
Finalmente casi a última hora, uno de sus sirvientes había vuelto con el traje que correspondía. Un elegante traje negro de dos piezas, la chaqueta con sutiles bordados también en negro llegaba hasta el suelo, y el chaleco interior era de un rojo oscuro, de doble abotonadura, que se complementaba con la camisa y el pañuelo de seda negro decorado con un broche de rubíes a juego con los gemelos.
Finalmente, y con todas las prisas del mundo había partido aquella noche hacia la catedral. El carruaje me dejo por indicación mía a unas cuantas calles, necesitaba caminar y respirar…Estaba a a punto de dar un gran paso.
Me dirigi con rapides mirando el entorno. Sabía que habían algunos de mis hombres ocultos por las cercanías, entre los edificios, en tejados…nuestra celebración seria íntima y nadie sabría que estábamos allí, pero aquello lo había mandado a hacer por simple precaución.
Entre en la catedral y camine hacia el altar en soledad, alumbrado solo por la suave luz de las velas.
Me acerque hacia el buen Sacerdote, un hombre de cabellos cortos y blancos, con una mirada grisácea. Su largo hábito oscuro le daba un aire respetable. Me recibió dándome la mano.
-Buenas noches. Celebro que no haya habido problemas con el horario que hemos escogido.
-Buenas noches Barón, no pasa nada, aunque estas horas no son decentes, ya sé que me habéis comentado que deseabais algo privado, pero aun así….El buen hombre me miro un momento de arriba abajo.
Vas muy elegante hijo, pero el rojo no es precisamente un color que se deba llevar en la iglesia…
-Vera padre, exactamente eso es lo que quería comentarle, dije sacándome el sombrero de copa mientras acomodaba mis cabellos que había recogido para tener un aspecto algo más formal en tal ocasión.
-Hay algunas cosas que quiero que evite decir en la ceremonia, nosotros no somos novios convencionales...El buen hombre me miro extrañado.
-Vera; primero que nada, no quiero que diga nada sobre aquello de hasta que a muerte nos separe, nosotros ya hemos pasado esa etapa, la muerte vino, se tomo una copa con nosotros y después se despidió como una buena amiga…
-Segundo; no quiero que haga referencias a los pecados de la carne. Créame esa parte de la historia ya la sabemos y no nos arrepentimos…
-Tercero; no quiero que mencione aquello de la sangre de Dios, ciertamente suena muy violento que usted hable de su sangre siendo nosotros bebedores habituales…
-Y Cuarto;…No hable de que solo existe un amor verdadero y esas cosas…Mi prometida ya ha estado casada y no lo paso muy bien, pero bueno ahora las cosas son diferentes. Nos irá bien porque ya nos ha pasado de todo y seguimos vivos y juntos. Pase lo que pase lo superaremos…
Sorprendido, confuso, indignado y enfurecido, esa fue la secuencia de emociones que paso por el rostro del buen religioso antes de poner distancias ante nosotros.
Me miro al principio sin entender ni una sola palabra, pero poco a poco comenzó a atar cabos, definitivamente no éramos novios convencionales, y él se dio cuenta de que ambos éramos hijos de la noche y que oficialmente no podía casarnos.
Le contemple un instante y desvié la atención hacia uno de los gemelos de mi puño, un ornamentado rubí que se engarzaba en un broche labrado de oro blanco, que se me había desatado.
Me puse a acomodarlo mientras ordenaba mentalmente a aquel buen hombre acercarse hacia mí. El sacerdote avanzo sin poder evitarlo y se quedo a poca distancia mía, temeroso de que yo le hiciera algo.
-No tema, no le hare nada, Relájese. El buen hombre comenzó a perder poco a poco el brillo de sus ojos, y asintió con calma.
-Y vamos! Sonría! Esto es una boda! Comente alegre mientras le daba una palmada en el hombro empujándole sin querer.
Retrocedí un poco, tomando distancias, a ver si con mi efusividad iba a hacer daño al buen hombre. Contemple mi reloj y lo guarde. Todo seguía su curso, era yo el impaciente.
Intente serenarme, mire a todos lados buscando con la mirada algo que me distrajese. La vacía y esplendorosa catedral era iluminada suavemente por velas que recorrían toda la estancia dándole una atmosfera suave, clásica…realmente hermosa, aquel lugar se parecía mucho a la catedral de Oslo.
No pude evitar pensar en ello, mi ciudad, mi familia…. si mis padres hubiesen estado conmigo que me habrían dicho?
Mi padre habría caminado hacia mí y me habría dicho algo así como…
Me alegro de que te cases….Ya era hora! Se habría acercado, me habría arreglado el pañuelo del cuello, y me habría tomado el rostro con un gesto serio y aquella mirada fría que yo había heredado diciendo algo así como…no sabes la de noches que llevo intentando convencer a tu madre de que eres un hombre de pies a cabeza y no uno de aquellos descarriados que se sienten atraídos por su mismo sexo… Igualmente…Eres un irresponsable! Como has podido hacerte escritor sabiendo que yo quería que fueses medico! Has roto una cadena de más de quinientos siglos de antigüedad! Habría puesto las manos sobre mis hombros y me habría zarandeado continuando con su charla como si nada….
-Como has podido hacerle eso a mi buen apellido! Yo te desheredo!!! Qué clase de vida le darás a tu mujer? tu veras que pasara con ella! tendrás que vivir a tu suerte como el bohemio en que te has convertido!....me habría señalado con su dedo índice…-Y mira que tener una hija que ni siquiera es tuya….y criarla antes de haberte casado, como es posible!...
Parpadee unas cuantas veces seguidas y torcí el gesto de solo pensarlo. Pero era más que seguro que me hubiese soltado todo aquello y mucho mas…y mi madre…ella era tan dulce… quizás sus palabras habrían sido más serenas…
-Oh cariño! Pero que paliducho!, seguramente me habría agarrado de las mejillas y habría continuado…
Estas muy fuerte…pero aun así estas demasiado delgado y tan ojeroso!...mmmm. No hagas caso a tu padre. Yo se que eres un buen chico a pesar de tus hobbies…Además…a mi me agrada la idea de tener a un artista en la familia…Pero aun así coincido con tu padre, mira que tardar tanto en casarte. Qué clase de educación creerá aquella jovencita que te hemos dado?...Por cierto es guapísima…Eres un bribón!...Me ha encantado su vestido, aunque no es para nada apropiado!...
No pude evitar sonreír al imaginar aquella situación. Contemple el reloj una vez más, esperando a la inapropiada novia.
Comenzaba a ponerme más nervioso que antes. Todo iba según lo planeado, pero aun así no podía evitar sentirme angustiado. Y si ya no quería venir? Y si se había dado cuenta de que ya no me amaba? Y si nunca me amó? Y si todo esto era una broma cruel?...Negué con la cabeza rápidamente, ya estaban mis paranoias e incertidumbres pasándome factura.
Intente tomar aire, me había dado cuenta de que ya no respiraba.
Nunca pensé que me casaría, Simplemente pensé que nunca nadie me querría de esa forma. Después de todo, quién era yo? que podía ofrecerle a otra persona? Alguna vez fui humano, alguna vez tuve un corazón palpitante, pero ahora. Que era ahora? Aquella era una de las preguntas que me habían seguido durante muchos siglos.
Ahora era un inmortal, un escritor, un músico, un mafioso, un noble, un padre…un hombre realmente caótico…Pero al menos ahora ya no estaba solo.
Había cambiado, y había tenido la opción de dejar de amar si así lo deseaba, pero no había sido así, había entregado mi frio corazón, y cada día me alegraba mas de haberlo hecho.
Mire al buen sacerdote, de pie, aun consciente de sus actos, pero en un estado de relajación y ausencia que le hacían verse disperso, haría que fuese el mismo, y que sintiese que hacia lo correcto al casarnos, que era su deber y su misión sellar nuestro pacto.
En aquel instante Eyra se adentro en la catedral y su aroma inundo mi nariz. Palpe la labrada cajita negra en mi bolsillo, en cuyo interior se hallaba el anillo de Isis y contemple a mi amada, su paso lento, su contoneo, su precioso vestido rojo, elegante y provocativo…
Le recibi alegre de verla. Aparte el velo negro que ocultaba su rostro y tomé su mano. Sabiendo que solo faltaba un paso para que nuestro cuento se hiciera realidad...
Una gran noche, que no había comenzado precisamente como yo había deseado.
Ambos habíamos decidido separarnos el día anterior para poder hacer nuestras cosas y los arreglos de última hora sin que el otro estuviese por allí curioseando, ya que por mi parte, me moría de ganas de ver su vestido antes, que habría escogido? Algo recatado? Algo sexy? Ella como buena novia no quería darme pista alguna.
Así que yo tampoco le di pistas sobre el regalo que le tenía preparado, y eso le intrigaba aun mas, se me había escapado que había algo que hacía referencia a aquello en nuestra casa, y con aquel pequeño detalle ya había armado un buen revuelo, asi que por el bien de ambos, decidimos tomarnos un ultimo día libre. Básicamente para estar tranquilos y poder atender los últimos detalles. Así que Eyra se había quedado en su casa y yo me había ido a mi mansión.
Ella lo tenía todo listo, pero por mi parte, tenia cosas pendientes.
Mi sastre llego tarde, y ni siquiera trajo la ropa correcta…Mi sastre… un hombre que ya tenia un nombre reconocido, no daba abasto de pedidos, y aunque yo era uno de sus clientes predilectos aquel buen hombre no iba bien organizado y me había traído tres trajes erróneos antes de darme el correcto. Por consecuencia el muy…….me había hecho vestir cómo un maharajá, luego me vistió de ruso, y así como quien no quiere, también vistió con una túnica oriental elegantísima…Había quedado listo para celebrar la ceremonia del té, y habría sido divertido hacerlo. Pero me iba a casar!!!!
Finalmente casi a última hora, uno de sus sirvientes había vuelto con el traje que correspondía. Un elegante traje negro de dos piezas, la chaqueta con sutiles bordados también en negro llegaba hasta el suelo, y el chaleco interior era de un rojo oscuro, de doble abotonadura, que se complementaba con la camisa y el pañuelo de seda negro decorado con un broche de rubíes a juego con los gemelos.
Finalmente, y con todas las prisas del mundo había partido aquella noche hacia la catedral. El carruaje me dejo por indicación mía a unas cuantas calles, necesitaba caminar y respirar…Estaba a a punto de dar un gran paso.
Me dirigi con rapides mirando el entorno. Sabía que habían algunos de mis hombres ocultos por las cercanías, entre los edificios, en tejados…nuestra celebración seria íntima y nadie sabría que estábamos allí, pero aquello lo había mandado a hacer por simple precaución.
Entre en la catedral y camine hacia el altar en soledad, alumbrado solo por la suave luz de las velas.
Me acerque hacia el buen Sacerdote, un hombre de cabellos cortos y blancos, con una mirada grisácea. Su largo hábito oscuro le daba un aire respetable. Me recibió dándome la mano.
-Buenas noches. Celebro que no haya habido problemas con el horario que hemos escogido.
-Buenas noches Barón, no pasa nada, aunque estas horas no son decentes, ya sé que me habéis comentado que deseabais algo privado, pero aun así….El buen hombre me miro un momento de arriba abajo.
Vas muy elegante hijo, pero el rojo no es precisamente un color que se deba llevar en la iglesia…
-Vera padre, exactamente eso es lo que quería comentarle, dije sacándome el sombrero de copa mientras acomodaba mis cabellos que había recogido para tener un aspecto algo más formal en tal ocasión.
-Hay algunas cosas que quiero que evite decir en la ceremonia, nosotros no somos novios convencionales...El buen hombre me miro extrañado.
-Vera; primero que nada, no quiero que diga nada sobre aquello de hasta que a muerte nos separe, nosotros ya hemos pasado esa etapa, la muerte vino, se tomo una copa con nosotros y después se despidió como una buena amiga…
-Segundo; no quiero que haga referencias a los pecados de la carne. Créame esa parte de la historia ya la sabemos y no nos arrepentimos…
-Tercero; no quiero que mencione aquello de la sangre de Dios, ciertamente suena muy violento que usted hable de su sangre siendo nosotros bebedores habituales…
-Y Cuarto;…No hable de que solo existe un amor verdadero y esas cosas…Mi prometida ya ha estado casada y no lo paso muy bien, pero bueno ahora las cosas son diferentes. Nos irá bien porque ya nos ha pasado de todo y seguimos vivos y juntos. Pase lo que pase lo superaremos…
Sorprendido, confuso, indignado y enfurecido, esa fue la secuencia de emociones que paso por el rostro del buen religioso antes de poner distancias ante nosotros.
Me miro al principio sin entender ni una sola palabra, pero poco a poco comenzó a atar cabos, definitivamente no éramos novios convencionales, y él se dio cuenta de que ambos éramos hijos de la noche y que oficialmente no podía casarnos.
Le contemple un instante y desvié la atención hacia uno de los gemelos de mi puño, un ornamentado rubí que se engarzaba en un broche labrado de oro blanco, que se me había desatado.
Me puse a acomodarlo mientras ordenaba mentalmente a aquel buen hombre acercarse hacia mí. El sacerdote avanzo sin poder evitarlo y se quedo a poca distancia mía, temeroso de que yo le hiciera algo.
-No tema, no le hare nada, Relájese. El buen hombre comenzó a perder poco a poco el brillo de sus ojos, y asintió con calma.
-Y vamos! Sonría! Esto es una boda! Comente alegre mientras le daba una palmada en el hombro empujándole sin querer.
Retrocedí un poco, tomando distancias, a ver si con mi efusividad iba a hacer daño al buen hombre. Contemple mi reloj y lo guarde. Todo seguía su curso, era yo el impaciente.
Intente serenarme, mire a todos lados buscando con la mirada algo que me distrajese. La vacía y esplendorosa catedral era iluminada suavemente por velas que recorrían toda la estancia dándole una atmosfera suave, clásica…realmente hermosa, aquel lugar se parecía mucho a la catedral de Oslo.
No pude evitar pensar en ello, mi ciudad, mi familia…. si mis padres hubiesen estado conmigo que me habrían dicho?
Mi padre habría caminado hacia mí y me habría dicho algo así como…
Me alegro de que te cases….Ya era hora! Se habría acercado, me habría arreglado el pañuelo del cuello, y me habría tomado el rostro con un gesto serio y aquella mirada fría que yo había heredado diciendo algo así como…no sabes la de noches que llevo intentando convencer a tu madre de que eres un hombre de pies a cabeza y no uno de aquellos descarriados que se sienten atraídos por su mismo sexo… Igualmente…Eres un irresponsable! Como has podido hacerte escritor sabiendo que yo quería que fueses medico! Has roto una cadena de más de quinientos siglos de antigüedad! Habría puesto las manos sobre mis hombros y me habría zarandeado continuando con su charla como si nada….
-Como has podido hacerle eso a mi buen apellido! Yo te desheredo!!! Qué clase de vida le darás a tu mujer? tu veras que pasara con ella! tendrás que vivir a tu suerte como el bohemio en que te has convertido!....me habría señalado con su dedo índice…-Y mira que tener una hija que ni siquiera es tuya….y criarla antes de haberte casado, como es posible!...
Parpadee unas cuantas veces seguidas y torcí el gesto de solo pensarlo. Pero era más que seguro que me hubiese soltado todo aquello y mucho mas…y mi madre…ella era tan dulce… quizás sus palabras habrían sido más serenas…
-Oh cariño! Pero que paliducho!, seguramente me habría agarrado de las mejillas y habría continuado…
Estas muy fuerte…pero aun así estas demasiado delgado y tan ojeroso!...mmmm. No hagas caso a tu padre. Yo se que eres un buen chico a pesar de tus hobbies…Además…a mi me agrada la idea de tener a un artista en la familia…Pero aun así coincido con tu padre, mira que tardar tanto en casarte. Qué clase de educación creerá aquella jovencita que te hemos dado?...Por cierto es guapísima…Eres un bribón!...Me ha encantado su vestido, aunque no es para nada apropiado!...
No pude evitar sonreír al imaginar aquella situación. Contemple el reloj una vez más, esperando a la inapropiada novia.
Comenzaba a ponerme más nervioso que antes. Todo iba según lo planeado, pero aun así no podía evitar sentirme angustiado. Y si ya no quería venir? Y si se había dado cuenta de que ya no me amaba? Y si nunca me amó? Y si todo esto era una broma cruel?...Negué con la cabeza rápidamente, ya estaban mis paranoias e incertidumbres pasándome factura.
Intente tomar aire, me había dado cuenta de que ya no respiraba.
Nunca pensé que me casaría, Simplemente pensé que nunca nadie me querría de esa forma. Después de todo, quién era yo? que podía ofrecerle a otra persona? Alguna vez fui humano, alguna vez tuve un corazón palpitante, pero ahora. Que era ahora? Aquella era una de las preguntas que me habían seguido durante muchos siglos.
Ahora era un inmortal, un escritor, un músico, un mafioso, un noble, un padre…un hombre realmente caótico…Pero al menos ahora ya no estaba solo.
Había cambiado, y había tenido la opción de dejar de amar si así lo deseaba, pero no había sido así, había entregado mi frio corazón, y cada día me alegraba mas de haberlo hecho.
Mire al buen sacerdote, de pie, aun consciente de sus actos, pero en un estado de relajación y ausencia que le hacían verse disperso, haría que fuese el mismo, y que sintiese que hacia lo correcto al casarnos, que era su deber y su misión sellar nuestro pacto.
En aquel instante Eyra se adentro en la catedral y su aroma inundo mi nariz. Palpe la labrada cajita negra en mi bolsillo, en cuyo interior se hallaba el anillo de Isis y contemple a mi amada, su paso lento, su contoneo, su precioso vestido rojo, elegante y provocativo…
Le recibi alegre de verla. Aparte el velo negro que ocultaba su rostro y tomé su mano. Sabiendo que solo faltaba un paso para que nuestro cuento se hiciera realidad...
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
- Mensajes : 476
Fecha de inscripción : 14/08/2011
Edad : 794
Localización : Paseando por el techo de casa...
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Re: Hasta que la eternidad exhale su último suspiro... y ni siquiera entonces. [Jerarld Délvheen y Eyra Erikdottir]
- Rezar juntos, pero también hablar y reír en común, intercambiar favores, leer juntos libros bien escritos, estar juntos bromeando y juntos serios, estar a veces en desacuerdo sin animosidad, como se está a veces con uno mismo, y utilizar ese raro desacuerdo para reforzar el acuerdo habitual, aprender algo el uno del otro, echar de menos a los ausentes con pena, acoger a los que llegan con alegría y hacer manifestaciones de este estilo y de otro género, chispas del corazón de los que se aman y atraen, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos en mil gestos de ternura, y cocinar los alimentos del hogar en donde las almas se unan en su conjunto y donde varios no sean más que uno.
Así empezó el sacerdote, leyendo un poema de San Agustín como retrato de aquella feliz estampa que sería nuestro enlace. Yo le miraba algo nerviosa, pero radiante como nunca. De reojo, Jerarld manipulaba su mente con sutileza, algo que me hizo soltar una pequeña y suave carcajada que disimulé con una tos.
Entonces, el párroco pasó a la parte más interesante de la ceremonia, obviando tanto el paso de la homalía como la introducción a la celebración del sacramento matrimonial. El hombre juntó las yemas de sus dedos y se dirigió hacia mí con gesto serio. Mi futuro marido tomó mis manos, haciéndome girar para ver sus ojos centelleantes de emoción y contuve el aliento.
- Eyra Erikdottir, ¿quiere recibir a Jerarld Délvheen como esposo, y promete serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarle y respetarle el resto de su inmortalidad?
Esbocé entonces una sonrisa distina en mis labios, una que jamás había pintado mis labios de aquél color hipnotizante, lleno de ilusiones y alegrías. Apreté los dedos de Jerarld contra los míos y con los ojos bien abiertos, escrutando siempre su semblante, despegué mis labios y pronuncié las palabras mágicas.
- Sí, quiero.- respondí con voz dulce y suave como una caricia, como la miel o como el aroma del jazmín.
Mientras sentía el peso del anillo que llevaba oculto entre mis pechos –sí, entre mis pechos- en forma de colgante, el sacerdote miró a Jerarld con el mismo rostro compungido. No me molestaba el salvaguardar entre mis senos aquella magnífica pieza de oro con letras inscritas en el círculo interior que rezaban "Eyra, XVI~X~MDCCCV", para que nunca olvidase el nombre de la dueña de su corazón y la fecha en la que nuestras almas firmaban aquél pacto de un amor eterno.
- Jerarld Délvheen, ¿quiere recibir a Eyra Erikdottir como esposa, y promete serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad… idolatrarla, cuidarla, satisfacerla y enloquecerla… y, así, amarla y respetarla el resto de su inmortalidad?
Reí disimuladamente ante la modificación que había ejercido en su mente ante la sorpresa de Jer, volviendo a dulcificar mi rostro a la espera de su respuesta. Y aquellos segundos, sin duda, fueron los más largos y eternos de toda mi existencia.
Así empezó el sacerdote, leyendo un poema de San Agustín como retrato de aquella feliz estampa que sería nuestro enlace. Yo le miraba algo nerviosa, pero radiante como nunca. De reojo, Jerarld manipulaba su mente con sutileza, algo que me hizo soltar una pequeña y suave carcajada que disimulé con una tos.
Entonces, el párroco pasó a la parte más interesante de la ceremonia, obviando tanto el paso de la homalía como la introducción a la celebración del sacramento matrimonial. El hombre juntó las yemas de sus dedos y se dirigió hacia mí con gesto serio. Mi futuro marido tomó mis manos, haciéndome girar para ver sus ojos centelleantes de emoción y contuve el aliento.
- Eyra Erikdottir, ¿quiere recibir a Jerarld Délvheen como esposo, y promete serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarle y respetarle el resto de su inmortalidad?
Esbocé entonces una sonrisa distina en mis labios, una que jamás había pintado mis labios de aquél color hipnotizante, lleno de ilusiones y alegrías. Apreté los dedos de Jerarld contra los míos y con los ojos bien abiertos, escrutando siempre su semblante, despegué mis labios y pronuncié las palabras mágicas.
- Sí, quiero.- respondí con voz dulce y suave como una caricia, como la miel o como el aroma del jazmín.
Mientras sentía el peso del anillo que llevaba oculto entre mis pechos –sí, entre mis pechos- en forma de colgante, el sacerdote miró a Jerarld con el mismo rostro compungido. No me molestaba el salvaguardar entre mis senos aquella magnífica pieza de oro con letras inscritas en el círculo interior que rezaban "Eyra, XVI~X~MDCCCV", para que nunca olvidase el nombre de la dueña de su corazón y la fecha en la que nuestras almas firmaban aquél pacto de un amor eterno.
- Jerarld Délvheen, ¿quiere recibir a Eyra Erikdottir como esposa, y promete serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad… idolatrarla, cuidarla, satisfacerla y enloquecerla… y, así, amarla y respetarla el resto de su inmortalidad?
Reí disimuladamente ante la modificación que había ejercido en su mente ante la sorpresa de Jer, volviendo a dulcificar mi rostro a la espera de su respuesta. Y aquellos segundos, sin duda, fueron los más largos y eternos de toda mi existencia.
Arlette- Vampiro Clase Baja
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Re: Hasta que la eternidad exhale su último suspiro... y ni siquiera entonces. [Jerarld Délvheen y Eyra Erikdottir]
… idolatrarla, cuidarla, satisfacerla y enloquecerla… y, así, amarla y respetarla el resto de su inmortalidad?….
Me sorprendí un poco, ya que el buen religioso lo dijo con toda la calma del mundo, sin inmutarse al ver como su mente empezaba a ser manipulada por dos inmortales revoltosos y liantes, que se comportaban como si no tuviesen más que los años que aparentaban en realidad…
Arquee una ceja y me mordí los labios para no sonreír en un momento tan solemne e importante en nuestras vidas….pero me conocía bien y no podía dejar pasar la oportunidad, así que sin poder evitarlo agregué unas cuantas cosas más…
El religioso permanecía en silencio, pero de pronto volvió a hablar como si se hubiese dejado una parte por error. Carraspeo y continuo notablemente confuso.
-Mmm...oh si…respetarla el resto de su inmortalidad….y también incordiarla esas laaargas horas que dedica al piano y a sus instrumentos musicales…y desesperarla cuando se le ocurra algún relato y tenga que ponerse a escribir antes de que se le vayan las ideas...-ahmm y promete también mimarla... abrazarla...no desear soltarla jamás y despertarla cada día con sus besos por el resto de su inmortalidad?...
Me gire hacia Eyra que me sonreía divertida ante tales cambios de improvisto que me estaba sacando de la manga. Pero con el pasar de los segundos nos miramos un instante ya algo mas serenados y entonces al mirar esa mirada que leia mi alma supe que solo habia una opcion por responder.
-Si…Si quiero…
Separando un momento una de mis manos de las suyas, introduje la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saque la pequeña cajita negra llena de grabados, que contenía en su interior aquel hermoso anillo de rubi lleno de inscripciones egipcias.
Ambos deslizamos los dedos por la superficie de la caja para unir los fragmentos rotos que escribían la palabra amor y la caja se abrió mostrando el imponente anillo que siempre brillaba con vida propia.
Tome su mano izquierda y coloque con suavidad el místico anillo en su dedo anular sintiendo ambos en ese momento como si una brisa nos hubiese mecido con suavidad, aunque todo estuviese cerrado y no hubiese modo alguno de que la brisa nos tocase, pero lo pasamos por alto, pues ya nos empezábamos a acostumbrar a que ocurriesen cosas extrañas a nuestro alrededor desde que lo habíamos encontrado...
Sonrei complacido al ver el anillo en su dedo y contemple la sonrisa picara que ella me dedico cuando introdujo sus dedos en su escote para sacar el anillo que allí guardaba para mi.
Eyra tomo entre sus manos el anillo de oro blanco que también poseía algunos gravados y lo dispuso en mi dedo anular.
Ambos nos miramos sonriendo, simplemente disfrutando de un momento que se nos había resistido tanto,los giros del destino nos habian hecho creer tantas veces que nuestra unión era imposible…Que parecia que ambos seguiamos soñando.
…que estos anillos símbolos de fidelidad y de ayuda mutua, les recuerden siempre el cariño que se tienen y sirvan también de recordatorio, de que esta noche no os solo habéis unido vuestras vidas, sino que también habéis unido vuestras almas por toda la eternidad…
Que el pacto que habéis realizado en esta hermosa noche, sea eterno…y lo que habéis unido ante la muerte…que no lo separe el hombre…
El sacerdote se retiro un paso y agacho la cabeza quizás intentando entender lo que decía y el porqué de sus propias palabras…Pero yo me había encargado de que apenas recordase ya que ocurría, y ahora mismo ya no estaba concentrado en su mente, sino en aquella que tenía delante…aquella que era mi compañera, mi amiga, mi amante… Mi esposa.
Dando un paso al frente aparte el oscuro velo que dejaba entrever sus ojos brillantes con un solo deseo en mi mente...
Me sorprendí un poco, ya que el buen religioso lo dijo con toda la calma del mundo, sin inmutarse al ver como su mente empezaba a ser manipulada por dos inmortales revoltosos y liantes, que se comportaban como si no tuviesen más que los años que aparentaban en realidad…
Arquee una ceja y me mordí los labios para no sonreír en un momento tan solemne e importante en nuestras vidas….pero me conocía bien y no podía dejar pasar la oportunidad, así que sin poder evitarlo agregué unas cuantas cosas más…
El religioso permanecía en silencio, pero de pronto volvió a hablar como si se hubiese dejado una parte por error. Carraspeo y continuo notablemente confuso.
-Mmm...oh si…respetarla el resto de su inmortalidad….y también incordiarla esas laaargas horas que dedica al piano y a sus instrumentos musicales…y desesperarla cuando se le ocurra algún relato y tenga que ponerse a escribir antes de que se le vayan las ideas...-ahmm y promete también mimarla... abrazarla...no desear soltarla jamás y despertarla cada día con sus besos por el resto de su inmortalidad?...
Me gire hacia Eyra que me sonreía divertida ante tales cambios de improvisto que me estaba sacando de la manga. Pero con el pasar de los segundos nos miramos un instante ya algo mas serenados y entonces al mirar esa mirada que leia mi alma supe que solo habia una opcion por responder.
-Si…Si quiero…
Separando un momento una de mis manos de las suyas, introduje la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saque la pequeña cajita negra llena de grabados, que contenía en su interior aquel hermoso anillo de rubi lleno de inscripciones egipcias.
Ambos deslizamos los dedos por la superficie de la caja para unir los fragmentos rotos que escribían la palabra amor y la caja se abrió mostrando el imponente anillo que siempre brillaba con vida propia.
Tome su mano izquierda y coloque con suavidad el místico anillo en su dedo anular sintiendo ambos en ese momento como si una brisa nos hubiese mecido con suavidad, aunque todo estuviese cerrado y no hubiese modo alguno de que la brisa nos tocase, pero lo pasamos por alto, pues ya nos empezábamos a acostumbrar a que ocurriesen cosas extrañas a nuestro alrededor desde que lo habíamos encontrado...
Sonrei complacido al ver el anillo en su dedo y contemple la sonrisa picara que ella me dedico cuando introdujo sus dedos en su escote para sacar el anillo que allí guardaba para mi.
Eyra tomo entre sus manos el anillo de oro blanco que también poseía algunos gravados y lo dispuso en mi dedo anular.
Ambos nos miramos sonriendo, simplemente disfrutando de un momento que se nos había resistido tanto,los giros del destino nos habian hecho creer tantas veces que nuestra unión era imposible…Que parecia que ambos seguiamos soñando.
…que estos anillos símbolos de fidelidad y de ayuda mutua, les recuerden siempre el cariño que se tienen y sirvan también de recordatorio, de que esta noche no os solo habéis unido vuestras vidas, sino que también habéis unido vuestras almas por toda la eternidad…
Que el pacto que habéis realizado en esta hermosa noche, sea eterno…y lo que habéis unido ante la muerte…que no lo separe el hombre…
El sacerdote se retiro un paso y agacho la cabeza quizás intentando entender lo que decía y el porqué de sus propias palabras…Pero yo me había encargado de que apenas recordase ya que ocurría, y ahora mismo ya no estaba concentrado en su mente, sino en aquella que tenía delante…aquella que era mi compañera, mi amiga, mi amante… Mi esposa.
Dando un paso al frente aparte el oscuro velo que dejaba entrever sus ojos brillantes con un solo deseo en mi mente...
Jerarld Délvheen- Vampiro/Realeza
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Re: Hasta que la eternidad exhale su último suspiro... y ni siquiera entonces. [Jerarld Délvheen y Eyra Erikdottir]
Cerré los ojos y mi paladar degustó aquél sabor de agua salada, con un toque dulzón que rozaba el del chocolate, con una pizca de suavidad como si un ángel acariciara mis labios y me devolviese con ese mágico roce el alma que me robó cuando Bernard me mordió. Y como si el día amaneciese y se llevara consigo aquél indescriptible beso que se había transformado en la huella de un pacto eterno basado en un amor prohibido desde los inicios, la boca de Jerarld se distanció de mis sedientos labios húmedos ahora tras bañarse en el bálsamo de su saliva. Despegué entonces mis ojos y le busqué con la mirada, sonriéndole cuál niña enamorada de la luna al verla por primera vez. Así me sentía yo, tiritante ante la inmensidad de un sentimiento que me devoraba a fuego lento de forma casi imperceptible, sólo haciéndome estremecer ante la idea de perderme en la boca de Jerarld cada noche de mi existencia, sabiendo que sólo él podría dictar los latidos de mi corazón silencioso y que de él dependía el aliento de mi vida.
Y así, como si todo a mi alrededor dejase de significar algo para mí, me vi rodeada de un extraño paisaje y por primera vez desde que había prometido el “sí, quiero” desvié la vista de mi flamante marido para inspeccionar el lugar al que me había llevado de Luna de Miel, un viaje secreto y llevado a cabo exclusivamente por Jerarld. Mientras mis ojos escrutaban cada árbol, cada palmo de arena de la playa en la que habíamos arelado una pequeña embarcación, cada gota que conformaba aquél horizonte de agua cristalina sin que se distinguiese dónde estaba el final. Una isla paradisíaca situada en los Paises Bajos, muy cerca de Ameland y que, según me fue contando Jerarld mientras me guiaba hacia el corazón insular, era sólo para nosotros, un obsequio que los padres de mi marido le habían dejado en herencia y que ahora, él había decidido compartir conmigo. Incluso me sorprendió cuando me aseguró que aquella isla tenía nombre, Engel, que en noruego significa Angel. Sonreí con timidez y cierto rubor al recordar que desde nuestro primer encuentro en la Catedral, él siempre me había descrito de tal forma.
Con las manos entrelazadas, fuimos testigos del inicio del alba, coloreando el cielo de un pigmento rosáceo o salmón. Era momento de ponernos a cubierto y descansar, o bien pasar la tan soñada “Noche de Bodas”, aunque en nuestro caso, tenía más sentido si se le llamaba “Día de Bodas”. Cuando Jerarld detuvo su pausado paseo y su voz fue conquistada por el silencio sólo quebrado por el cántico de unos pájaros madrugadores, alcé la vista de nuestras manos en cuyos dedos anulares centelleaban las alianzas, robándome el aliento una majestuosa construcción erigida ante mi atónita mirada. Una amplísima y sincera sonrisa tomó forma en mis labios y tras llevarme las manos a la cabeza, di un brinco y salté sobre mi ya marido, cubriendo su rostro de mis besos y “te amo”s.
El palacio era indescriptible, simplemente era el típico edificio de ensueño, uno de aquellos en los que en los sueños infantiles siempre se ubicaba en su interior a la bella princesa en apuros y en cuyo dormitorio acudía un día el perfecto Príncipe Azul para rescatarla. Pero en aquella ocasión, deseaba, como princesa del cuento que era, que mi Príncipe se convirtiera en mi carcelero y que aquél palacio fuese la prisión que delimitara una burbuja de felicidad inquebrantable y que esperaba que no tuviera fecha de caducidad.
Y en aquél gran y precioso dormitorio, compartí las noches y los días más felices de mi vida junto al hombre cuyo nombre había sellado en cada poro de mi piel y mi alma. Ahora, yo me había convertido en una extensión suya y más mío era su corazón. La dicha fue plena durante varias semanas, quizás meses. Perdimos la cuenta de las veces que fuimos uno solo, las veces que grité su nombre ante cada latigazo de placer, las veces que amanecí junto a su cuerpo desnudo, las veces que no supe dónde terminaba mi anatomía y empezaba la suya, las veces que desayuné sus labios y bebí de su elixir… ¡fueron tantas veces las que le amé, y aun así, fueron tan pocas!
Y como los cuentos de hadas, siempre hay un final. A veces feliz, a veces no tanto. En mi caso, el despedirme de aquella isla, no imaginé jamás que también implicaba despedirme de algo más que una simple Luna de Miel de ensueño. Nadie me advirtió nunca que el pisar suelo parisino las cosas se complicarían de aquella forma y que mi felicidad y mi matrimonio tambalearían de tal modo. Pero así fue… aunque esa, ya es otra historia de la que yo no soy plena protagonista.
Y así, como si todo a mi alrededor dejase de significar algo para mí, me vi rodeada de un extraño paisaje y por primera vez desde que había prometido el “sí, quiero” desvié la vista de mi flamante marido para inspeccionar el lugar al que me había llevado de Luna de Miel, un viaje secreto y llevado a cabo exclusivamente por Jerarld. Mientras mis ojos escrutaban cada árbol, cada palmo de arena de la playa en la que habíamos arelado una pequeña embarcación, cada gota que conformaba aquél horizonte de agua cristalina sin que se distinguiese dónde estaba el final. Una isla paradisíaca situada en los Paises Bajos, muy cerca de Ameland y que, según me fue contando Jerarld mientras me guiaba hacia el corazón insular, era sólo para nosotros, un obsequio que los padres de mi marido le habían dejado en herencia y que ahora, él había decidido compartir conmigo. Incluso me sorprendió cuando me aseguró que aquella isla tenía nombre, Engel, que en noruego significa Angel. Sonreí con timidez y cierto rubor al recordar que desde nuestro primer encuentro en la Catedral, él siempre me había descrito de tal forma.
- Isla Engel:
Con las manos entrelazadas, fuimos testigos del inicio del alba, coloreando el cielo de un pigmento rosáceo o salmón. Era momento de ponernos a cubierto y descansar, o bien pasar la tan soñada “Noche de Bodas”, aunque en nuestro caso, tenía más sentido si se le llamaba “Día de Bodas”. Cuando Jerarld detuvo su pausado paseo y su voz fue conquistada por el silencio sólo quebrado por el cántico de unos pájaros madrugadores, alcé la vista de nuestras manos en cuyos dedos anulares centelleaban las alianzas, robándome el aliento una majestuosa construcción erigida ante mi atónita mirada. Una amplísima y sincera sonrisa tomó forma en mis labios y tras llevarme las manos a la cabeza, di un brinco y salté sobre mi ya marido, cubriendo su rostro de mis besos y “te amo”s.
- Castillo Délvheen:
El palacio era indescriptible, simplemente era el típico edificio de ensueño, uno de aquellos en los que en los sueños infantiles siempre se ubicaba en su interior a la bella princesa en apuros y en cuyo dormitorio acudía un día el perfecto Príncipe Azul para rescatarla. Pero en aquella ocasión, deseaba, como princesa del cuento que era, que mi Príncipe se convirtiera en mi carcelero y que aquél palacio fuese la prisión que delimitara una burbuja de felicidad inquebrantable y que esperaba que no tuviera fecha de caducidad.
Y en aquél gran y precioso dormitorio, compartí las noches y los días más felices de mi vida junto al hombre cuyo nombre había sellado en cada poro de mi piel y mi alma. Ahora, yo me había convertido en una extensión suya y más mío era su corazón. La dicha fue plena durante varias semanas, quizás meses. Perdimos la cuenta de las veces que fuimos uno solo, las veces que grité su nombre ante cada latigazo de placer, las veces que amanecí junto a su cuerpo desnudo, las veces que no supe dónde terminaba mi anatomía y empezaba la suya, las veces que desayuné sus labios y bebí de su elixir… ¡fueron tantas veces las que le amé, y aun así, fueron tan pocas!
Y como los cuentos de hadas, siempre hay un final. A veces feliz, a veces no tanto. En mi caso, el despedirme de aquella isla, no imaginé jamás que también implicaba despedirme de algo más que una simple Luna de Miel de ensueño. Nadie me advirtió nunca que el pisar suelo parisino las cosas se complicarían de aquella forma y que mi felicidad y mi matrimonio tambalearían de tal modo. Pero así fue… aunque esa, ya es otra historia de la que yo no soy plena protagonista.
Arlette- Vampiro Clase Baja
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