Victorian Vampires
Under the Sign of Hell [Haydee Tebelyn-Danglars] 2WJvCGs


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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Invitado Sáb Ago 20, 2011 9:19 am

La noche era el momento de su reinado, de su sórdido imperio construido a base de cadáveres y sangre, la turbia regencia de un dios maldito. Maldito porque así lo deseaba él. La noche era el marco perfecto para sus pasos de gigante y su poder de kraken. Empuñando a Tomhet recorriendo los rincones de ese sitio, explorando, saboreando las muertes de las que se jactaba, hablando poco, actuando mucho, bañando de rojo a París, era momento que la ciudad francesa conociera el mito del desterrado de Asgard, del Dios de Dioses, el Gud Guder.

Sus pasos resonaban como seguramente lo harían los de un elefante su caminara por esos mismos senderos, y de pronto se reía, pero su risa era un ruido ensordecedor y gutural que atemorizaría manadas enteras de lobos y otras bestias. ¿De qué reía?, de todo y nada, de la debilidad humana, de su inmenso poder, de todo y nada, esa era la verdad.

Al doblar la esquina, una joven pareja se besuqueaba sin prestar atención a nada, no se había percatado de la presencia de aquel demonio que se relamió el bigote de sólo pensar en el sabor dulce de su sangre joven, aguardó clavado los endemoniados ojos azules en la escena hasta que estrelló el mando de su hacha en el suelo como un rey lo haría con su cetro para llamar la atención de una desordenada corte. La joven pareja volteó a verlo, asustado más que nada por haber sido descubiertos de ese modo, Varg sonrió con gesto muerto y temible.

-Buenas noches –falsa cortesía, su voz retumbó por las laberínticas estructuras de los callejones, dio un par de pasos y el joven amante se interpuso entre él y la jovencita, el vampiro soltó una carcajada que era como el rugido de un dragón, lo miró con desprecio por su atrevimiento y empuñó su hacha-. Está bien, como quieras –dijo el momento previo a alzar su arma y sin más decapitar al chiquillo frente a los ojos de la doncella que sólo soltó un grito breve y callado y quien ahora tenía cuerpo y cara bañados de la sangre de su novio, al igual que Varg quien volvió a reír, caminó hasta donde la cabeza rodó y posó una de sus gigantescas botas sobre ella, la mujer no dejaba de verlo, pasmada por completo y no era para menos.

El vampiro se llevó una de sus manos, bañada en sangre que asperjó y la lamió para luego aplicar fuerza a su bota y destruir el cráneo del joven que sólo unos minutos atrás estaba besándose con la única testigo de aquel cruel y absurdo asesinato. Los ojos salieron de sus cuencas, los dientes se separaron y fueron escupidos por la boca y luego el pie se hundió en la masa encefálica que quedó sin forma sobre el suelo húmedo.

-En realidad –habló de nuevo, la chica no sabía qué hacer, estaba paralizada por el miedo –la sangre que me interesa es la tuya –la miró clavando sus ojos como si un par de dagas se tratara, con una media sonrisa cuya curvatura bien podía ser la guadaña de la misma muerte.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Lun Ago 22, 2011 9:28 pm

A veces creo que ni siquiera el dios de los cristianos, si es que existiera, cosa que aún no me han podido demostrar por más que “debatiera amablemente” con aquellos que cazaban en su nombre, conoce todas las criaturas que habitan en su supuesto reino, y de hacerlo, puedo decir con toda propiedad que le importa una mierda. Robos, asesinatos, violaciones, guerras ¿Por qué no las detenía si era tan poderoso? Castigo divino dicen algunos, para mí no es más que la convergencia de las más nobles pasiones humanas con lo más asqueroso de su instinto.

Pero no me quejo, y por más que sea una aficionada a la filosofía, no es mi intención malgastar mi tiempo y energías en problemas teológicos que nunca van a solucionarse. Las personas creen lo que quieren creer, lo que les conviene para alivianar el peso de tener que levantarse y respirar todos los días. ¿En que creo? Fácil. No caigo en la comodidad de creer en otros, llámenle dioses, deidades y sus representantes en la tierra, porque eso es lo fácil, creer ciegamente en otro, el desafío esta en creer en uno mismo. Esto último es lo que yo hago.

La razón de toda esta palabrería, acababa de aceptar un trabajo por lo demás desafiante. Vamos, el dinero que había de por medio también ayudó un poco, eso no voy a negarlo, pero creo que hubiese aceptado de todos modos, solo por tener el placer de despedazar a un malnacido que estaba bañando en sangre mi querido París. Ahora iba a ser yo quien se iba a regocijar en su sangre.

Reconocerlo era fácil, con una humanidad como esa me extrañaba que a la policía no le llovían las denuncias, aunque tampoco me sorprendería que las escondieran o creyeran que no eran más que delirios de borrachos. Eso hasta que esos delirios se acumularon y acabaron pidiendo ayuda. Se me alertó también del arma utilizada, una enorme hacha, un objeto bastante tosco a mi parecer ¿Pero quién soy yo para juzgar los delirios de otro asesino?

Asesino al que venía siguiendo hace varias cuadras de forma cautelosa. Esperando que moviera la primera pieza ¡Y vaya si me impresionó su jugada! No lo detuve porque no sacaba nada con hacerlo, era ponerme en peligro innecesariamente, y aunque el sujeto solo hubiese matado al joven, la muchacha era un cascarón vacío, y por más que evitara su muerte ella no volvería a ser la misma, tal vez tuviesen que encerrarla entre cuatro acolchadas paredes y tenerla sedada el resto de su vida. Ya estaba muerta antes de que el disparo que salió de mi revolver le atravesara la cabeza justo en medio de los ojos. Un tiro perfecto.

Y si, sé que no me pagan extra por matar inocentes, pero tampoco iba a darle el gusto a aquel animal de que devorara a la pobre, y si tenía la mitad del orgullo que yo, no iba a alimentarse de una chica muerta. Era como comer un pastel viejo y roñoso, cuando tenías toda la pastelería a tu disposición. Ya no podía seguir escondiéndome aunque no fuese mi intención. Me había asegurado de que lo único que pudiese ver fuera mi cuerpo envuelto en una negra capa de terciopelo, bueno, él y el resto de París, ya que era muy mal visto ver a una mujer usando pantalones en público. Pero los necesitaba para aumentar mi agilidad, que asumí era lo que me mantendría a salvo, ya que su tamaño y peso harían más lentos sus movimientos.

- ¿Se divierte? – pregunté con ironía mientras el cadáver de la chica se desplomaba en el suelo, casi podía sentir como la sangre y el restos del cerebro del joven se mezclaban con los que habían salido del cráneo de la chica, así estarían juntos para siempre. Sonreí abiertamente.

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Mensaje por Invitado Mar Ago 23, 2011 7:08 pm

Un segundo antes de que pudiera levantar a Tomhet hasta el cielo como Thor lo hiciera con el martillo Mjǫlnir un silbido junto a su oído surcó el aire y un punto escarlata se dibujó en la frente de la chica que estaba destinada a ser su víctima. ¿Quién osaba a quitarle el gozo de arrancar una vida más?, no es que la vida de esa jovencita valiera algo en especial, pero su destino como iniciador del final de los tiempos era matar a todos. Esa, creía, era su gran misión, si razón de ser sobre la faz de la tierra abandonada por Odín.

La mujer ya no importaba, su sangre ya no tenía validez, descuartizarla como era su meta ya no era opción. Se giró lentamente hacia el origen de aquella bala y vio una figura esbelta encapuchada. Una risa baja y tenebrosa se le escapó, tenía el rostro, las manos, todo el cuerpo bañado en sangre de su víctima anterior. Normalmente así se le podía ver caminando por ahí, manchado de rojo y quién se atrevería a ponerse en su camino ante tal visión del inframundo. Su sola presencia daba miedo y él lo sabía muy bien, y lo usaba a su favor, cometiendo las atrocidades que cometía sabiendo que nadie lo detendría.

La voz, sin embargo, era femenina. ¿Una mujer?, ¡una mujer!, pero qué insulto era ese, para colmo era una débil mujer quien se atrevía a ponerse en su camino. Negó con la cabeza con sonrisa socarrona, no visible causa de su espesa barba y bigotes.

-No ahora que te interpones en mi camino –dijo con aquella voz castigadora y enorme, como el sonido de Hábrók cruzando los cielos y obscureciendo todo con sus alas. Su voz, que era un gruñid, un rugido, un ruido, podía partir almas con la sola fuerza de su poder-, pero está bien –continuó –me has quitado el deleite de la sangre de esta… -no terminó la frase y pateó el cadáver a su lado, el de la chica –tomaré la tuya en su lugar –concluyó con decisión en sus palabras.

Giró a Tomhet en sus manos y afianzó el agarre al rudimentario mango del hacha, caminó un par de pasos, sin apresurarse, atento a los movimientos de aquella figura, no podía creer que una mujercita débil lo hubiera estado siguiendo y le hubiera arrebatado el placer de matar de aquel modo. Pero su retribución llegaría pronto, de eso estaba seguro. Se detuvo sólo cuando estuvo completamente de frente y a unos cuantos metros de su víctima que pretendía ser su victimaria. Qué ilusa, pensó.

Bajó la cabeza y alzó la mirada de modo que lo único que viera fuera ese par de orbes azules como el último círculo del infierno dantesco, se relamió los labios y apretó la madera del mango de su hacha. Aguardó sin embargo, a que ella hiciera el siguiente movimiento. Se quería divertir, ya que su entretenimiento previo había sido interrumpido tan abruptamente, y estuvo seguro que esta mujer sabría cómo mantenerlo divertido, por un rato al menos.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Jue Oct 06, 2011 2:28 am

¿Así que había interrumpido su diversión? No pude contener una leve risa irónica que escapó de mis labios, bajé la vista y negué lentamente mientras alistaba mi revolver para un posible segundo disparo, que haría esperar un rato, para que pudiésemos divertirnos un rato. Así que simplemente sonreí cuando pateó el cadáver de la joven, y suspiré, porque tal despliegue de violencia no era tan común como se podría esperar, al menos no en mi París.

Dejé caer la capucha de mi capa, dejando que mi rostro quedara completamente a la vista mientras hacía una pequeña y sarcástica reverencia ante el monstruoso sujeto, sin amedrentarme ni ante su amenaza ni ante aquellos pasos que dio hacía mí. Simplemente no me moví, y continúe sonriéndole.

- Oh, lo lamento mucho, pero tendré que negarme a ese honor – dije fingiendo exageradamente mis gestos de respecto – Además los comensales deben estar… vestidos de forma apropiada para cenar – dije mirando su rústico atuendo de pies a cabeza, sin inmutarme ante toda esa sangre impregnada en él. Estuve a punto de preguntarme “¿De cuántos?” pero eso no me incumbía en absoluto.

Luego me quedé viéndolo a los ojos fijamente, casi podía sentir su frialdad recorriéndome la espalda en la forma de un escalofrío, pero ya había llegado hasta aquí, y estaba segura de que en mí no había duda alguna. Comencé a tatarear suavemente una melodía, esperando que el sujeto continuara caminando o hiciera algún movimiento por más mínimo que fuera, pero me sorprendió el hecho de que aparte de apretar con algo de fuerza el mango de su arma que hizo resonar de forma casi inaudible el roce de su piel en la madera, no hiciese nada más. Así que volví a suspirar, pensado que tendría que ser yo la que se moviera, porque eso era lo que él estaba esperando.

- ¿Podría indicarme con cuál de sus nombres debo llamarlo? – pregunté con indiferencia mientras reacomodaba el revolver en mi mano, apuntando al cielo de forma teatral.

Aquello del nombre no era sino una forma de perder tiempo, después de todo de eso iba el hecho de ponerle nombres a las cosas y acciones, más allá de su razón práctica claro. Razón por la que no me amedrentaba o alteraba cuando un oponente hablaba antes de hacer algo, pues sabía que lo que hacía era ganar tiempo, ya que si tuviese la suficiente seguridad, simplemente lo hubiese hecho sin aviso y sin usar palabras inútiles como “voy a tomar su sangre” o “voy a matarte”. De hecho antes estuve a punto de decirle “¿Por qué no lo hace y ya?”, pero no, yo también quería jugar un poco, tal como él había hecho con sus innumerables víctimas. ¿Era justicia? No, era solo un juego de lógica y estrategia.

Bajé el cañón del revólver y lo apunté a la altura de la mitad del mango de esa enorme hacha, dispuesta a partirla por la mitad, o al menos dejar esa parte debilitada para que a la menor fuerza se partiera. Pero hacer eso no era más que una provocación, como mover el segundo peón en el tablero de ajedrez para darle espacio para moverse al alfil. Luego el seco sonido del arma percutiéndose llenó mis oídos. Era cosa de esperar…

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Mensaje por Invitado Mar Oct 11, 2011 6:24 pm

Observó cada uno de sus movimientos, escuchó cada sonido que hacía, no sólo los que de su boca emanaban, la miró atento, el cadáver a su lado carecía de importancia ya, como lo hacían todos los restos de todas sus víctimas a lo largo y ancho de Europa, siendo ésta el único testigo real de lo que Varg era, de lo que Varg representaba. El demonio mismo, incluso Lucifer en el averno le temería a semejante bestia.

No dijo nada ante lo que era evidentemente una burla. Una afrenta, pobre mortal, pensó, no sabía que se metía a la boca del lobo Sköll, capaz de devorar toda la luz sobre la tierra, cumpliendo una profecía más antes de que el ocaso de los dioses de comienzo. Se relamió los labios, quizá imperceptible causa de la espesa barba, pero no importaba, a cada palabra que la cazadora pronunciaba, se le antojaba más y más destruirla entre sus manos. Imaginarse la sensación de sus huesos quebrándose entre sus manos, el asperjar de la sangre, el sonido de la carne destajada cayendo sobre la empedrada calle, todo fue un banquete sensorial. Sonrió, su sonrisa era la misma de Loki antes de matar a Balder engañando a Höðr, con ese mismo poder destructivo, con esa misma sed de todo y nada.

Finalmente su risa se elevó al cielo, retumbó como las pisadas de Sturn, el líder de los gigantes de fuego del Muspelheim, rompiendo el cielo en dos como dice el Ragnarök que sucederá.

-¿Qué importa mi nombre si el final no cambiará? –dijo con voz grave, el mismo aullido del perro infernal Garm, seguido de una risa que incluso podía ser catalogada de suave-, te concederé el honor, aunque mi nombre no debe ser pronunciado en vano –se estaba burlando de la tradición judeocristiana de no decir el nombre de Dios en vano-, soy Varg, soy lo último que conocerás –cuando hablaba, y sobre todo cuando hablaba de él, sobre él, sobre su mito forjado con hierro y sangre, era como si recitara un gigantesco cantar épico, el Edda mismo, pero obscuro y profano.

Luego se dio cuenta de sus intenciones y antes de que lo hiciera, antes de jalar aquel gatillo calculó la trayectoria. Herir a Tomhet era como herirlo a él, alcanzó a mover el arma entre sus manos y la bala rebotó al chocar con la hoja de metal marrón causa de la sangre ahí vertida. El sonido fue un silbido que surcó el cielo, Varg miró a su única aliada, el hacha, ahora con esa abolladura que dejaría ahí como trofeo de su victoria aquella noche.

-¡Muy valiente de tu parte! –rechinó los dientes, los colmillos incluso rasgaron el interior de su boca, pero no importaba. Caminando, casi como si estuviera dando un paseo se acercó, no podía dejar de pensar en su hacha mancillada, Tomhet era para él, lo que Mjǫlnir es para Thor, se dio cuenta que por primera vez en centurias, alguien lo había hecho enojar en serio. Claro, ese alguien pagaría el precio.

Cuando estuvo a escasos pasos de ella levantó el arma, ahora mancillada por una bala, quería partirla en dos como los gigantes de fuego romperán el puente Bifrost. Asestaría el golpe, y ahí acabaría todo, si es que a esa mujercita no se me ocurría hacer nada gracioso.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Sáb Oct 15, 2011 4:43 am

Aquella estrepitosa carcajada casi salida del mismo infierno espantó a unas cuantas aves que reposaban en uno de los edificios entre los que se encontraba aquel sucio callejón en el que estábamos, mi vista las persiguió incluso unos segundos después de que se todo volviera a sumirse en el silencio normal. Aquel descoordinado vuelvo me recordó la primera vez en que fue obligada a disparar un arma cuando era apenas una niña, ¿Por eso terminé siendo esto? Bueno, no tiene caso recordar eso ahora, más porque sus nuevas palabras exigían un mínimo de atención de mi parte.

Seguía con sus amenazas, y la verdad, no creía que resultara ser uno de esos animales que hablaban más de lo que actuaban, casi me estaba decepcionando, aunque sí, yo estaba haciendo lo mismo. Me llevé una mano a los labios para que viera que estaba reprimiendo una pequeña risa al tiempo que ponía mi revolver en su lugar de reposo luego del disparo, al menos por el momento. Lo conocía por los nombres de las leyendas, así que en parte él tenía razón, era un honor conocer a uno de los mayores asesinos de toda Europa, y no me sorprendería que de aun más allá. Aunque no conseguía entender sus motivaciones, aquello de que su nombre no debía ser nombrado en vano me dio una pista fundamental… solo era otro enfermo de delirios de grandeza, eso lamentablemente era un mal que atacaba indiscriminadamente entre las especies, tiranos, reyes y nobles, no obstante yo continuara pensando que los del Vaticano eran los que estaban más enfermos que todos ellos juntos, pero en fin.

Para mi mala suerte, el sujeto no era en absoluto inepto, alcanzó a mover la pesada hacha, dando como resultado una miserable magulladura en el acero. Lo único que me consolaba era que al menos había conseguido una mayor reacción que con las palabras, casi podría escuchar los huesos de su cuerpo crujir con la tensión que provocaban los músculos. Volví a sonreír. Al fin conseguía que me atacara, así podría determinar si tendría la agilidad a mi favor, porque sabía perfectamente que respecto a la fuerza estaba perdida.

Se acercó lo suficiente como para que el largo del hacha pudiera alcanzarme, pero esperé pacientemente a que fuera el momento adecuado para escaparme de su trayectoria. Desde esos pocos pasos que nos separaban, podía sentir el nauseabundo olor de sus ropas, seguramente embarradas de los restos humanos de sus víctimas. Flexioné un poco las rodillas para permitirme partir la pequeña huida con mayor velocidad, y cuando casi sentí el aire partirse con el movimiento de esa cosa, corrí rápidamente, pasando a su lado para ubicarme detrás de él mientras una de mis basselard de un cinto que llevaba en el muslo.

Creí haber oído el sonido del acero estrellándose contra el pavimento, pero estaba más preocupada de hacerle un corte en la espalda, que debido al frío cadáver de la chica, no pude concretar con mayor profundidad, ya que en un descuido casi resbalé sobre ella, o lo que era ella, debido a los fluidos que bañaban el suelo del asqueroso callejón, quedando de con una rodilla sobre el suelo, ensuciándome en pantalón con la sangre.

- Tienes razón… - dije ligeramente jadeando, más por la excitación que por el cansancio – Será un honor cortar en pedacitos a la leyenda

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Mensaje por Invitado Miér Oct 26, 2011 8:30 pm

Y el hacha se estrelló contra el suelo, el sonido de la hoja de metal contra las piedras del suelo fue como el de las alas de Hræsvelgr batiéndose al emprender el vuelo. Se quedó unos segundos así, agachado sosteniendo con fuerza el mango del arma, vio con lujo de detalle los trozos del suelo que se desprendieron, con tanta fuerza y cortados de tal modo que podían rasgar ojos con facilidad. Su embestida había sido de tal magnitud que incluso logró clavar algo del filo sobre la resistente roca de la que estaba hecha la calle, tuvo que imprimir más fuerza de la que le hubiese gustado para poder arrancar del suelo su hacha.

Rápidamente, y para su desgracia, se dio cuenta que aquella mujer había logrado escapar de su ataque, aunque eso, claro, significaba más diversión. Con una mano balanceó el hacha por el suelo como si no pesara lo que en realidad pesaba. Del mismo oro del Rhin, decía, esa hacha fue forjada por los Nibelungos.

Giró la cabeza sólo para percatarse que el ataque era inminente y sintió su ropa, gruesa de por sí, rasgada por una de las tontas armas de aquella mujer, al grado de llegar hasta su piel, fría como la misma agua que brota sin cesar de Hvergelmir a puertas del Niflheim. Trató de no esbozar gesto alguno pero no podía engañarse y un leve, levísimo quejido salió de sus labios sellados, muy quedo pero suficiente como para que ella pudiera escucharlo.

Observó el suelo, tierra y sangre se mezclaban y en ello había radicado el fallo de aquella cazadora que parecía demasiado astuta como para ser mujer. Sonrió de lado, al menos sabía que se enfrentaba contra la mismísima Serpiente de Midgard. Finalmente giró todo el cuerpo, sin dejar de columpiar a Tomhet, para quedar finalmente frente a ella de nuevo.

Pisó al frente, de tal modo que parecía que la tierra bajo sus pies se movía en movimientos telúricos y empuñó de nuevo su arma. Surtr sosteniendo su espada de centellas, de la que el sol y la luna fueron forjados. Soltó aire por la nariz en un bufido y la observó, ahora sabía que era rápida y sagaz, no podía subestimarla otra vez.

-No te sientas tan segura –dijo y dio un paso al costado, luego otro y otro más, marcando un círculo imaginario alrededor de ella, estudiándola, buscando puntos débiles, tenía demasiados y a la vez ninguno. Parecía bien entrenada.

Se agachó rápido, uno podía suponer que un sujeto de su corpulencia no debía tener tanta agilidad, pero no se podía pasar por alto el hecho de su naturaleza, que era un vampiro y no sólo eso, sino uno adiestrado para la batalla. Estiró el brazo y con él el hacha, su intención era cortarle los pies por los tobillos y así hacerla caer, como un gran péndulo horizontal, ese fue el trayecto de Tomhet.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Vie Nov 25, 2011 11:46 pm

Bufé en cuanto sentí aquellos rojizos fluidos traspasar la tela de mi pantalón para rozar directamente la piel de mi rodilla, ya me había ensuciado lo suficiente, y era una clara señal de que las cosas comenzaban a tener una mayor seriedad. Vendría el verdadero juego. Al menos tenía el consuelo de que no había sido la primera de la que brotara sangre, una pequeña pero a la vez moralizante victoria que acabó por marcarse en una ladina sonrisa en mis labios cuando un gemido casi imperceptible salió de su garganta, prácticamente apagado antes de llegar a su pecho.

Rápidamente volví a ponerme de pie, sabía que ahora era tu turno de atacar, y que seguro no aquel corte que hice en su espalda lo le había hecho gracia en absoluto, aunque de todos modos cicatrizaría de forma abismalmente rápida. Esa era la única cosa que podría llegar a envidiar de esas criaturas, que en sus pieles pálidas jamás se volvería a marcar una cicatriz permanente, y no tendrían ningún vestigio de heridas de batalla. Bueno, el caso es que ese corte no lo debilitaría en absoluto, así que debía buscar otro modo.

- No es que este segura – dije mientras con el rabillo del ojo seguía la circunferencia que dibujaba a mi alrededor – Pero entre apostarte a ti o a mí… ya sabes – dije encogiéndome de hombros mientras lo observaba agacharse.

Lo que dije a primera vista parecía no tener sentido, ya que aunque, hipotéticamente, creyera que perdería el juego apostaría por mí misma, y lejos de lo arrogante que suena eso, tiene su motivo de ser. Porque las victorias no siempre se conseguían por apostarle al ganador, sino en levantar el ego del perdedor hasta un punto en que la derrota se viera como una pequeña pelusa en el hombro. Era exactamente eso lo que debía interiorizar.

Me sorprendió la forma en que arremetió con el hacha, completamente horizontal y a una baja altura, cuando en realidad me esperaba que en su fuerza bruta buscara atacarme desde arriba para partirme en dos como un trozo de leño. Calculando fríamente no vi otra opción que saltar en el momento en que estuviese lo suficientemente cerca, ya que si intentaba correr hacia un lado la misma trayectoria podría alcanzarme de todos modos. Y claro, mi estilo jamás había estado en huir de aquella manera.

Luego de acabado el salto, y con los pies completamente en el suelo, me agaché a recoger un intento de proyectil, para distraerlo mientras buscaba un punto donde focalizar el ataque, pero no había caído en que el animal había pisado el cráneo el joven, privándolo de la consistencia de toda cabeza recién separada del cuerpo, para volverlo una masa sanguinolenta que me hizo desear haber llevado guantes.

- Se supone que la madera de corta con precisión para lograr leños regulares – dije mientras acomodaba lo que quedaba del cráneo y prepararlo para ser lanzado – No para hacer astillas diminutas, leñador – dije en tono despectivo mientras fijaba mi vista en lo que para mí era el punto más débil de esos seres en las horas en que el sol se escondía.

Acabé lanzándole aquella masa directamente al rostro, con la esperanza de que como auto-reflejo intentara esquivarla o detenerla de alguna manera, alejando así su atención del resto de su cuerpo por unos segundos, de forma de que pudiese acercarme a un punto muy especial que nuestras anatomías aun compartían.

Sabía perfectamente que el resto de los sobrenaturales, y a veces los humanos, tal vez no podrían morir por una bala normal en el pecho o incluso en la cabeza, los hería, pero no lo suficiente como para matarlos instantáneamente. En cambio, si se atacaba el torrente de la arteria femoral, ubicada en el interior del muslo, no tendrían posibilidad de sobrevivir. Pero claro, como esta vez no tratábamos con un ser de aquellos, un corte preciso en esa área al menos lo debilitaría lo suficiente como para volverlo más lento y susceptible a mis ataques. Y ahí era precisamente a donde se dirigía esta vez el filo de mi basselard.

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Mensaje por Invitado Jue Dic 08, 2011 8:38 pm

El aroma de la sangre, toda ella mezclada, la de sus víctimas previas, la de la cazadora y la suya propia llegó a su nariz como un perfume maldito que lo enloquecía más. Más si eso era posible. Todo sucedió rápido, no esperaba, desde luego y viendo que aquella mujer era bastante hábil, que cayera en su juego y en su trampa, en ese péndulo horizontal, aunque al imaginarse los pies cercenados del cuerpo una sonrisa se dibujó en su rostro, acto seguido escuchó a asu adversaria aterrizar en el suelo, sin ningún daño considerable.

Se volvió a erguir en toda su altura, sus más de dos metros, como un gigante de fuego marchando hacia Vigrid. No tuvo tiempo de hacer mucho más, cuando pudo distinguir lo que ella hacia supo que tenía que cubrirse, y lo hizo, llevó su antebrazo a sus ojos (pensando, como el guerrero que era, que la falta de visión podía ser crucial para ganar la batalla), y sólo sintió aquel proyectil estamparse contra su piel, quitó el brazo y sacudió para escuchar las palabras del contrincante.

Comenzó a reír, el estruendo sacudió ese mundo terrenal, el Mannaheim en donde los hombres habitan separados de los dioses, pero él, en una suerte de Hrym navegando la espantosa embarcación Naglfar había llegado ahí para acabar con todo. Para comenzar un reinado perpetuo de obscuridad y peste.

-Pero es que yo no soy un leñador –dijo en cuanto tuvo oportunidad, su voz susurrante, casi melódica como la de Angrboda que escupe veneno y muerte –soy el verdugo, son el anuncio heráldico de Gjallarhorn, la advertencia sobre el final de los tiempos, pero sobre todo, el ejecutor máximo –habló con ese tono que acostumbraba tanto cuando se refería a él, como si de verdad se tratara de algo sagrado y más allá del entendimiento de los mortales, como si de verdad departiera con Odín, Vali y Frigg en Asgard.

Entornó los ojos tratando de calcular sus movimientos, a pesar de darle algo de crédito, creía que había vivido lo suficiente como para conocer las vertientes del comportamiento mortal, y era su soberbia la clave para su caída. Pero por ahora, esa noche al menos, pretendía mantenerse de pie y reclamar la cabeza ajena como trofeo personal, quizá arrancarle los ojos y conservarlos en un frasco, o quitarle la piel cuidadosamente para con ella confeccionar una nueva funda para Tomhet.

Varg era inteligente, a pesar de su apariencia y su forma tan descarnada de actuar, y sabía bien cuando emprender la retirada, como aquella noche, no hacía muchos días en Notre Dame, con ese viejo brujo que le hizo entender que había poder más allá del que él poseía y dominaba, y en aras de continuar con su misión de conquista, no sólo terrenal, sino de un trono de plata, Hliðskjálf y reinar también en el cielo y el inframundo, debía estar consciente de que siempre se toparía insoltentes así, como aquel brujo, y como esta mujer que insistía en interponerse en su camino.

Se tomó un segundo para sacudirse, para herir el ego de aquella que, le gustara o no, había demostrado ser digna contrincante, dando a entender así, que aunque había lograrlo tocarlo con el frío metal de sus armas ridículas, él estaba entero y de pie, dispuesto a continuar, que no había sido nada, no había significado nada. Pero supo entonces que ella lo estaba midiendo y quiso en ese instante tener esa capacidad que tenían otros de su estirpe de leer el pensamiento, quería saber qué tramaba, pero sabía que sería algo bueno. Se relamió los labios, él la esperaba, sabía que no se iba a ver decepcionado.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Dom Ene 29, 2012 1:17 am

¿Un verdugo? El hecho de que por sus manos hubiesen sido robadas más vidas y más sangre que por las mías no significaba en realidad una diferencia tan grande entre esa grotesca criatura y yo. Incluso sangre de mi propia estirpe, de mi propia familia, de mi progenitor, habían manchando una vez mis manos, y sabía que tenía un sabor diferente. Por un momento me imaginé cómo sería estar en la piel del susodicho leñador-ejecutor. ¿Acaso le divertiría? ¿O de tanta sangre ya habría perdido hasta la consciencia del sabor del hierro?

No, después de todo no éramos tan diferentes, porque sabía que para hacer del asesinato un arte y profesión había que tener una férrea convicción en la superioridad propia, solo que la mía no llegaba a los extremos de creerme la diosa del universo. O eso creo. Definitivamente no soportaría ser una criatura de esas, porque acabaría igual de él, aunque supongo que es lo normal cuando a una persona con el ego muy inflado se otorgan aquellos dones, así que agradecía que el monstruo conservara algo de coherencia en sus palabras.

Pude sentir la presión de la basselard al penetrar por la parte trasera la piel y la carne a unos centímetros sobre la rodilla derecha, sobre aquella mugrienta cavidad por la que no se podía notar vena o arteria alguna. Sin embargo sabía exactamente donde estaba cada conexión, y si había sido precisa la famosa arteria femoral quedaría cercenada lo suficiente para un desangrado rápido que lo debilitara. Eso lo había aprendido más que nada por teoría, en uno de los empolvados libros del sótano de la residencia Danglars, y solo había tenido oportunidad de probarlo un par de veces en seres humanos, que no tardaron en desfallecer a pesar de los esfuerzos por detener la hemorragia. Pero a pesar de esa cualidad tan útil para mí que resultaba ser aquella arteria, lo que me había llamado la atención habían sido unos cuantos cadáveres con marcas de colmillos en esa área, y no tardaría en descubrir que la sangre más pura del cuerpo fluía por ella. Nada más que un simple dato curioso.

- Si eso ya me lo dijo, señor dios autoproclamado – dije jadeando por la corta carrera que me ubicó a un par de metros del sujeto – Y de haber tenido más tiempo le hubiese cercenado un par de ligamentos, su majestad – comenté con ironía mientras me incorporaba, esperando los resultados de aquella pequeña treta.

Aunque aquel comentario era más bien un pensamiento que se había escapado en voz alta, porque en parte era reconocer que hubiese sido peligroso y incluso podría haber tenido miedo de permanecer cerca unos cuantos instantes más. Lo que me llevó a preguntarme si era cierto. ¿Le temía? Creo que sería estúpido no hacerlo, porque el miedo en su justa medida es un excelente mecanismo de autoprotección.

Alcé la daga frente a mí hasta observar un pequeño destello rojizo que me hizo esbozar una sonrisa en parte victoriosa, porque aumentaba las probabilidades de que su filo hubiese llegado al destino previsto. Luego en un gesto más instintivo que nada acerqué la punta de la lengua a aquella sangre, aunque conocía perfectamente las consecuencias de algo como eso, había estudiado lo que esa sangre le hacía a los mortales, así que al sentir el leve hormigueo del hierro en mi lengua escupí aquel fluido maldito con una clara expresión de asco. Era su sangre, y quien sabe la de cuantos más.

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Mensaje por Invitado Sáb Feb 18, 2012 4:31 pm

Los once ríos Élivágar comenzaron a correr, Varg lo sintió, ese hilo de sangre reptando por su pierna que era más tronco hosco de los bosques Svartálfaheim. Frunció el ceño en un gesto severo, horrísono, terrible, se llevó la mano a la pierna donde su pantalón estaba manchado de sangre, pero no de sus víctimas, esa ya estaba seca. Alzó la mano manchada y se la llevó a la boca, reconoció el sabor de su propia sangre, porque era el lobo Fenrir y lamía sus propias heridas, por eso podía saber con exactitud que eso que degustaba, era su propio flujo sanguíneo.

Bufó como el jabalí Gullinbursti, salvaje, molesto. Esto ya no era un juego más. Volvió a palpar el torrente que salía de su pierna y mancho la palma entera de su mano, luego se la llevó a la cara conde se pinto como si de un ritual se tratara. Un estruendo, los gigantes del Mulspelheim caminando rumbo a la última batalla, así se escuchó aquel sonido amorfo.

-Haz sellado tu condena de muerte –dijo borrando todo rastro de risa o diversión. Su mirada era la de Odín frente a la cabeza degollada del gigante Mímir, del que obtuvo rodo su conocimiento y sabiduría. Así era, determinante y letal.

Lentamente sintió como la herida sanaba. Su éxito como líder guerrero radicaba en su capacidad de sanación, gracias a sus dones como vampiro, pero ese no era el punto. Esa mujer le había hecho derramar sangre, sangre sagrada de la que han de nacer universos como el universo nació de la sangre de Ymir.

La actitud de la mujer, en cambio, pareció agradarle momentáneamente, le daba algo de crédito, aunque no duraría.

Echó un pie hacía atrás raspando con el suelo que no era uniforme, y echó el torso hacia adelante, esta vez no mediría nada, arremetería con toda la estampida de su furia. Mil guerreros Einherjer en un solo hombre, en un solo ser inmortal. Idiota había sido el pobre diablo que le había dado aquellas habilidades a un ser tan claramente descorazonado. Su locura no era algo que había nacido con la inmortalidad, su locura echaba raíces, como el Yggdrasil, en sitios más lejanos y antiguos. Adivinar su edad correcta era imposible, él había nacido junto a los enanos Norðri, Suðri, Austri y Vestri.

No lo pensó más, para qué prolongarlo, arremetió contra ella como un buey salvaje, indomable, energúmeno, y mientras avanzaba, empuñó a Tomhet con ambas manos. Un hachazo y esa humana quedaría ahí, partida en dos, pues Varg aseguraba que el filo de su hacha era eterno y mágico, hecho por los Nibelungos. Puras exageraciones.

Un grito de guerra voraz, el gruñido de Garm, el águila Veðrfölnir cubriendo los cielos, obscureciendo todo. Ahí debía terminar, la osadía de esa mujer no podía quedar impune.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Sáb Abr 28, 2012 12:12 pm

Condena de muerte. Me cubrí los ojos el antebrazo al escuchar nuevamente aquella frase. ¿Un centenar de veces aproximadamente? Sí, cada vez en un tono de voz diferente, pero la tendencia siempre rayando el campo de la amenaza. Clanes de animales roñosos, grupos de cadáveres, uno que viudo sobre el cuerpo inerte de su compañero de vida, e incluso mi padre en un par de ocasiones. Pero ninguno había cumplido con esa amenaza, y pretendía que así se quedara al menos un tiempo más.

Casi era un soneto pesimista, pero nada menos alejado de la realidad. ¿Cuánto esperaba vivir con un trabajo como este? ¿O acaso iba a contemplar el retiro? Siempre bromeaba con que no pasaría las treinta primaveras, aunque secretamente rogaba porque así fuera, morir joven y dejar el recuerdo de un cadáver bien conservado, eso sería lo que me depararía y no me molestaba en absoluto, ya que era perfectamente la vida de dama de corte, de esposa, jamás iría conmigo.

Quería reír, soltar una sonora carcajada, pero el frío sonido del cuero rasgando el suelo anunciaba que no habría más tiempo para aquellos instantes de introspección, tal vez en lo que me restara de noche y de compañía.

¿Qué iba a hacer ahora? Perdía mi tiempo preguntándomelo en lugar de actuar, pero tampoco es que tuviese muchas posibilidades de escaparme de ese filo, al menos no esta vez, y tampoco tenía la intención de seguir escapándome como si fuera una presa cualquiera. ¿Cuánto tenía? ¿Un par de segundos? Sí, pero eternos segundos que con el éxtasis que recorría mis venas se volvían minutos suficientes como para recordar una pequeña pero útil lección.

“Uno de los mejores momentos para atacar a un enemigo despierto es cuando también esta atacando a su presa, pero debes asesinarlo al primer golpe, ya que por dignidad, si fallas, ruega por que te asesinen a ti”. Incluso en mi mente aquellas palabras de mi progenitor sonaban solemnes, frías, y tal vez algo cargadas de desprecio. Pero tenía razón. Con este sujeto probablemente no tendría más que una oportunidad, porque el cansancio no parecía asediarlo demasiado, al menos no como esperaba tras mi treta.

De forma casi suicida, porque no había otro apelativo que calzara tan bien, comencé a correr hacia esa maraña que malamente aparentaba tener forma humana, y por supuesto, con la otra de las basselard que llevaba en el cinto firmemente empuñada con la misma mano con que el sujeto asfixiaba el mango de su hacha. Aquello era un riesgo, porque al intentar atacar el lado contrario al que llevaba ese artilugio no tendría posibilidad alguna de defenderme después de asestado el golpe.

- Monstruo de mierda… - vociferé correspondiendo a aquel sonido retumbante que profirió él. ¿Quién necesitaba buenos modales? Ahora no eran más que un estorbo…

Mi ventaja era clara y correspondía a esos apenas dos metros que seguramente el monstruo no tenía presupuestado que yo adelantara, por lo que la reacción de su juguete sería esos dos metros más tardía, lo que me daba tiempo suficiente como para intentar atravesarle el músculo del corazón. Casi podía imaginar su sangre derramándose por el suelo, mezclándose con los fluidos y restos de sus víctimas de la noche, pero no era ni justicia, ni venganza, solo trabajo, nada personal.

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Mensaje por Invitado Jue Mayo 10, 2012 10:42 am

«Jörmungandr vuelto hombre» era uno de los tantos nombres que los testigos de su mito le daban, uno que desde luego dejaba entrever el temor que despertaba entre los corazones mortales, y cuando se le veía así, en batalla, era hasta cierto punto lógico, era esa serpiente que se despierta desde las profundidades del océano y que al ir avanzando azota los mares con la tierra, que en cada exhalación salpica de veneno el Midgard y los cielos.

Una de las profecías que anunciaban el infame Ragnarök decía que el mundo estaría en guerra y el aire mismo temblará ante los sonidos y los lamentos, ante el batir de las armas y la podredumbre de los cadáveres. Cada vez que Varg daba un paso, avanzaba de ciudad en ciudad propagando la miseria y la muerte como una peste negra aún más terrible, quedaba claro que él era ese grito de guerra que se mueve y deja ecos. Varg, antes que vampiro y autoproclamado Dios era un guerrero, y como tal, sólo blandiendo Tomhet, su hacha que según él y los creyentes del mito, había sido forjada por los enanos Nibelungos, era absolutamente y sin lugar a dudas, el Gud Guder, el Dios de Dioses, el Dios de la Guerra y la Muerte, del Principio y del Fin.

Era una fortuna para la humanidad que existieran personas como esa mujer que osaba enfrentarlo, y frenaran su carrera. Decía él que comía odio y escupía rabia, la ponzoña del apocalipsis.

Entonces ambas figuras, de complexiones completamente distintas, se dirigieron una contra la otra. Varg era monstruoso como el gigante Surt, y mortífero como él también, y a pesar de eso, era ágil y hábil. Comprendió en medio de sus movimientos lo que sucedía, ella resultaba ladina, ya lo había experimentado antes pero ahora lo había comprobado. Tuvo que sacrificar el ataque en aras de no ser tocado en uno de sus poquísimos puntos débiles. Brincó alto, su hacha ya no podía alcanzarla pero sus armas tampoco a él y giró en el aire, al verlo uno no se imaginaría que pudiera hacer esos movimientos, pero era una ventaja de ser vampiro. Hizo lo inimaginable, soltó a Tomhet, aventó el hacha en dirección a la cazadora para ver si lograba tocarla, herirla, o matarla en el mejor de los casos.

Cayó al suelo con ambas piernas y manos para evitar un aterrizaje más desafortunado y alzó esa mirada azul como los hielos malditos de Helheim sólo para observar su hacha clavada en la piedra del piso, misma que presentó cuarteaduras dejando demostrada la fuerza del ataque y del arma en sí. Odió haber tenido que hacer aquello, era casi como huir, había huido del ataque ajeno, pero tampoco era tonto como para arriesgarse así sólo por orgullo. Se puso de pie y miró a un lado y luego al otro en busca de aquella mujercita que le estaba causando tantos problemas. Caminó en línea recta hasta donde su hacha estaba incrustada como la espada de los mitos artúricos. La sacó de ahí y la recargó en su hombro.

-¡Basta ya! -habló al cielo como un Odín molesto-, me has quitado mucho tiempo esta noche, ven aquí para que pueda cortarte la cabeza y ofrecérsela al lobo Garm –evidentemente no esperaba que su contrincante de la noche obedeciera.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Sáb Jun 23, 2012 3:48 am

¿Eh? De verdad aquello no me lo esperaba en absoluto, y al parecer fue un grave error de mi parte apelar tanto a su orgullo como a su monstruosa contextura para efectos de ponerlos como putos a mi favor. Y es que a momentos me olvidaba de que no era solamente un enorme animal, sino también poseía aquella sangre corrupta que le daba mucha ventajas en desmedro de mi suerte. No debía volver a olvidarlo, eso y que pese a aquella aura rústica y poco evolucionada que lo rodeaba, era un ser inteligente, o al menos lo suficiente como para zafarse todo este tiempo de personas que buscaban el saco de oro en que estaba tasada su cabeza.

Hay ocasiones en que todo va tan rápido que el cuerpo bien entrenado reacciona independiente de la voluntad, por mero instinto, como en esta ocasión, porque antes de que pudiese siquiera pensar en esquivar aquel trozo de metal forjado mi cuerpo ya había cambiado el trayecto que mi mente había trazado hace apenas unos segundos.

Lo único que se escuchó luego fue el resonar de la piedra al desquebrajarse y rendirse ante el infernal filo de aquel juguete manchado de sangre. Mi corazón latía desbocado, tratando de escaparse de la blanca blusa que me cubría, había estado demasiado cerca, pero aun así no iba a atribuírselo a la suerte, porque no fue gracias a ella que me había salvado de convertirme en otra más de sus víctimas, no, fue el entrenamiento y el instinto.

Solo desperté de aquel pequeño trance que significaba tratar de contener mis latidos, cuando el sujeto volvió a gruñir ¿Ven aquí? ¡Demonios! ¿En qué momento me había venido a esconder a la sombra de unas sucias cajas de madera? ¿Desde cuándo Haydee Tebelyn-Danglars se escondía de alguien? Aquello me enfurecía, sobretodo porque sabía que era una opción que no podía descartar, y que de lo contrario sería desaprovechar una de las pocas alternativas que me quedaban, pero aun así me pudo el orgullo.

- Ahora Garm aúlla alto… ante Gnipahellir. Las cadenas se romperán, y el lobo correrá libre – recité con firmeza antes de salir de aquel miserable escondrijo para pararme frente a él, aunque claro, a una distancia más que prudente – No me agradan esa clase de perros ¿Sabes? – agregué calmadamente mientras sacaba uno de los revólveres que antes había usado ¿Cuántas… municiones habían… y cuántas había usado ya?

Me maldije por no haber pensado en ello antes, y esto se parecía más a la ruleta rusa de lo que resultaba agradable, porque a pesar de que el frío metal no estaba contra mi sien, de fallar lo que estaba en riesgo era mi propia vida. ¿Pero él no tenía como saberlo, no? Aunque no esperaba amedrentarlo solo con esto, me serviría para ganar un poco de tiempo para encontrar un plan de respaldo.

- ¿De verdad crees en todas esas historias? – pregunté al tiempo que me golpeaba suavemente el hombro contrario con el barrilete, para tratar de adivinar por el peso del arma, cuántas balas quedaban aun – Eres adorable – dije con seriedad al tiempo que apunté firmemente al medio de sus ojos, poniendo toda mi fe en los cálculos de los que no podía acabar de estar segura. Entonces solo se escuchó un único percutir del arma acompañado del aroma de la pólvora quemada.

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Mensaje por Invitado Sáb Ago 18, 2012 1:57 am

«The shadows betray you because they belong to me.»
- Bane en "The Dark Knight Rises"
Un sagrado guerrero Einherjer vestido para el Ragnarök, montado en la horrible nave Naglfar listo para arribar al Vigrid, así era Varg todo el tiempo, un liante constante y eterno, sobre todo eterno, pero la diferencia radical era que el vampiro no se consideraba entre las filas comandadas por Odín, él estaba por sobre el dios primordial, era todos los dioses, los dominaba, los mandaba, los mataba si esa era su santísima voluntad (solía decir que con sus manos desnudas era capaz de acabar con Thor y Balder, de ese tamaño era su ego), por eso mismo era un luchador férreo, complicado, lo mismo sagaz y experto que visceral y arrojado. No en vano su presencia en diversos campos de batalla había marcado la diferencia en diversas guerras a lo largo de la historia y a lo ancho del continente europeo. Él sólo era un ejército, era legión.

Aún concentrado en su hacha, sonrió, rio un poco incluso con voz de gruñido de los lobos Sköll y Hati, esos que han de devorar la luz de los cielos, ¿qué causaba tanta gracia al autoproclamado dios? Esos latidos desbocados en la mortal, quizá eran producto del esfuerzo físico y no del temor y aun así se sentía complacido de aquella reacción tan humana, tan alejada de él, tan ajena, porque él no sólo era un inmortal sin escrúpulos y sanguinario, era un inmortal sin registro alguno de una vida anterior a esa. Así le resultaba mejor, deshumanizado por completo, una bestia en su totalidad, sin corazón, sin alma, sin ataduras, sin nada, sólo el poder absoluto.

Aguzó la vista y estaba ahí, entre las sombras, dio un par de pasos firmes como las pisadas de un Gullinbursti gigantesco, aunque el enfrentamiento le estaba causando más problemas de los que esperaba, en realidad estaba muy divertido, pocos humanos podían interponerse en su camino y era bueno encontrarse con uno que lo hiciera, le gustaba el reto tonto que eso significaba, aunque en su imposibilidad de ver más allá de su poderío, se coronaba ganador incluso viendo que no le estaba resultando fácil ganar, o no quedar en una desventaja tan abismal.

Se preguntó como ella se atrevía a ocultarse en la obscuridad, cuando él era el herrero de la misma. Maleaba la obscuridad, era suya, él era obscuridad.

-No creo esas historias –dijo con aquella voz que sonaba a los hijos de Ivaldi forjando el metal –yo soy esas historias –remató, hablaba con tanta seguridad al respecto que incluso los escépticos podrían llegar a dudar, podía pensar que aquello que el demente vampiro pregonaba era veraz, porque lo decía con convicción, porque parecía la verdad más contundente sobre el Midgard condenado.

Alzó el mentón al observar lo que hacía; las armas de fuego resultaban las más molestas, muchas veces antes aquellos objetos habían disparado en su dirección, pero nada que sus habilidades de sanación no pudieran arreglar, sin embargo la cabeza era un punto débil, no sólo de él, sino de cualquier vampiro y era precisamente a ese espacio entre ceja y ceja que ella dirigía su arma. Y ahí estuvo, la detonación y la trayectoria, Varg pudo escuchar y ver todo con terrorífica claridad, aunque claro, eso no lo atemorizaba, lo que sí lo amedrentaba era la posibilidad de ser tocado en la cabeza. Brincó hacia un lado, alto y lejos, pero fue tarde, quizá se quedó embebido en el destellar de la bala demasiado tiempo.

¡Pum!

La sangre maldita corrió, el vampiro calló al suelo. Calló al suelo por primera vez en su inmortal existencia y se llevó una mano al costado donde la bala había impactado. Apretó los dientes, no de dolor, sino de furia. Esa mortal no sabía el gravísimo error que había cometido. Los once rúos sagrados Élivágar brotaban del cuerpo del Gud Guder quien con algo de esfuerzo se puso de pie, miró a Tomhet más allá en el suelo, la había soltado tras el impacto y luego a la mortal. No podía erguirse por completo debido a la herida y la sangre no dejaba de salir, apretaba con su enorme mano que era roja para ese entonces.

-Lo que no sabes –aun así, tuvo el descaro de hablar con desdén y desprecio –es que mi sangre es como la saliva de Jörmungandr, es veneno… te has condenado –escupió a un lado –te has condenado mortal –porque para Varg, “mortal” era el peor de los insultos.
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Mensaje por Haydee Tebelyn-Danglars Mar Sep 18, 2012 1:32 am

Creo haber cerrado los ojos, poniendo mi inexistente fe en una bala que ni siquiera sabía si existía, también creo haber aguantado la respiración hasta oír el sonido que hacía el cuerpo del vampiro al desplomarse en el suelo. Entonces volví a respirar, de forma agitada, pero lo hacía profundamente aunque sin llegar al alivio. Porque el hecho de que se llevara la mano a un costado significaba que había errado, o más bien, que él había sido lo suficientemente rápido como para esquivar aquel pequeño trozo de plata que me devolvía un poco las esperanzas y el alma al cuerpo.

Estaba consciente de que no era suficiente, y el hecho de que se levantara me devolvía en parte a esa realidad en que yo no era más que un bache en su camino ¿Pero los baches podían causar accidentes, muertes, verdad?

Lo vi escupir su sucia sangre, ¿Su? Claro que no. Esa sangre era de los pobres miserables que habían caído bajo sus enormes garras, miserables a los que no estaba buscando vengar ni mucho menos, porque tal vez estúpidamente estaba arriesgando mi vida como nunca antes para evitar que otros idiotas cayeran bajo su yugo, para que… No. Ya no sabía por qué lo hacía realmente.

No era la recompensa, no era la venganza, ni los fines altruistas. Era la historia.

- Tienes razón en ambas cosas, animal – dije mirándolo fijamente, viendo que le había dirigido una fugaz mirada a su rústica arma – No me interesa tu venenosa y corrupta sangre, ni mucho menos dejar que la mía que mezcle con ella en tus venas, y sí, soy mortal, pero no pienso morir ahora, no antes de convertirme en la que asesinó a la bestia – agregué claramente sulfurada.

Era eso. La ira. La historia. Yo era mortal, pero las leyendas no, mucho menos la de quien acabara con aquella que había durado tantos siglos, tal vez milenios. Ya no importaba si no era hoy, o este año, porque conocía perfectamente mis limitaciones, pero en algún momento lo haría.

- Así es como te conviertes en un dios ¿No? – dije apuntándole nuevamente, al mismo lugar de antes, entre aquellos gélidos ojos – En una de tus historias

Entonces solo jalé del gatillo. Y no fue el exceso de confianza, sino que la simple lógica, lo que se vino en mi contra.

No hubo más que un quedo cliqueteo, el sonido del mecanismo rebotando y volviendo a su sitio. Pero no hubo una chispa, ni el hermoso aroma de la pólvora. Estaba completamente desarmada. Y aunque el vampiro estuviese herido, eso me ponía en una desventaja aún mayor.

Lancé amargamente el arma a sus pies. No como derrota, pero si para desocupar mis manos y palpar el cinto donde debería estar la gemela de la basselard que debería yacer tirada en el algún lugar. Tampoco había nada. Y no recordaba en qué momento la había usado… lo único que había era el juguete del vampiro.

No sé si había desesperación en mis ojos, pero antes de darle tiempo a encontrarla corrí a buscar aquel artilugio que estaba prácticamente enterrado en la piedra del suelo, como bien podía estarlo en un frágil trozo de madera. Eso demostraba que a pesar de su tosca forja, era un arma formidable, tal vez demasiado como para que alguien como yo la manejase, pero se me iban acabando las opciones.

Lo único que supe luego era que mis manos luchaban por desencajar aquella hacha del suelo, y tontamente ni siquiera había pensado si sería capaz de levantarla, pero ya era demasiado tarde para eso.

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Mensaje por Invitado Jue Oct 04, 2012 11:24 pm

Varg se regía por sus propias leyes, cimentadas, eso era cierto, en las Eddas y el Völuspá, en el Codex Regius y el Gesta Danorum, pero toda esa información, el demonio se encargaba de retorcerla a su antojo, hacerla calzar con sus turbios propósitos, encaminarla a que encajara con el hecho que él tenía bien aprendido, clavado en su mente como único fin: coronarse dios supremo, y que esparcía como profeta venido de las profundidades más heladas del Helheim. Era irrebatible, era inmanente a su figura y por ello, cuando sucesos como el que estaba pasando esa noche, le ponían un freno, era casi seguro que lo hicieran enojar. Porque Varg no se enojaba, o era muy raro que lo hiciera al menos, siempre mantenía ese semblante de superioridad inquebrantable, eso no lo hacía invulnerable a armas como las que esa mortal había usado en su contra, por más que vociferara lo diferente que era al resto de los inmortales, su naturaleza lo traicionaba. No era la primera vez que la ceguera de su ego y su condición jugaban en su contra. Ahí estaba, con la mano cubierta de sangre, su sangre, herido por una de las pocas sustancias que podían causarle un daño real, la plata, que para su fortuna, no había quedado anidada en su cuerpo.

Observó su mano, gigantesca como las alas de los cuervos Hugin y Munin; los pensamientos y la memoria. La miró como si se tratara de un ente extraño y ajeno a él, era la visión de sangre en ella la que lo descolocaba tanto, eso porque se trataba de su propio líquido vital alimentado por el de tantas victimas a lo largo de las centurias, olía a mezcla de todo eso, de hierro forjado, de pergamino y tinta, olía a historia. Se podía palpar la historia del Midgard en esa sangre que, como él había dicho, era veneno que brotaba de la boca de Jörmungandr. Su vista azul como los hielos eternos del norte del que provenía, se mantuvo así clavada, ignorando descaradamente a la mujer. Sólo alzó el rostro cuando la escuchó hablar, sacudió la mano y salpicó del líquido carmesí, aún dolía, no iba a mentir, pero qué era eso para un ser cómo él. Aquella sonrisa socarrona no apareció más en su rostro, fue sustituida por un ceño fruncido y una boca desaparecida detrás del bigote y la barba color paja. Terminó por limpiarse la mano en el mugriento pantalón, daba igual, aunque la sangre brotaba menos profusamente, seguía manchando su costado.

-Yo ya soy un dios –fue lo único que dijo alzando el mentón mirando sus intentos vanos por atacarlo, sus armas de humano habían fallado, como los humanos mismos, lo que no se esperaba es que se atreviera a ir en pos de Tomhet, su hacha sagrada forjada del mismo oro que el anillo de los Nibelungos, hizo el amago de detenerla pero el dolor sordo no lo dejó, pero cuando esas débiles manos se posaron en el burdo mango del arma, simplemente no pudo con el peso. No se esperaba otra cosa. Mientras ella batallaba por fin pudo moverse, y aunque estaba herido –quizá más que nunca- se encaramó a la mujer, alzó las manos como Thor lo hará con la Serpiente del Midgard y viceversa, y se fue directo al cuello. Matar con las manos desnudas era un placer como ningún otro para el vampiro, además un privilegio que concedía a muy pocos.

Se asió al cuello delgado y suave de aquella mujer que, muy a su pesar, había resultado una digna rival, apretó los dientes y la miró directo a los ojos, no apretó desmesuradamente de inmediato, la elevó unos centímetros del suelo.

-Ahora lo comprobarás, seré lo último que veas, pero con tu sangre escribiré mi nombre en esta estúpida e insignificante calle, porque no mereces otro escenario para morir –entonces sí, comenzó a estrujar, lentamente para ver cada paso de la agonía con lujo de detalle, un proceso que conocía demasiado bien, pero no por ello no gustaba de seguir paso a paso el cómo arrancaba una vida. La punzada en su costado le produjo un escalofrío que instintivamente lo obligó a mirar a un lado, donde una línea blanca delineaba el horizonte. La volvió a mirar y apretó con más fuerza, pero supo que esa noche no sería, que esa noche ambos sólo se habían hecho daño y se había tratado de una batalla, el inicio de una guerra.
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