Give Me A Sign ─ Privado

por **Devlet-Şâh** Dom Mar 25, 2018 8:00 am

There's something buried in the words

Tenía una fuerte presión en mi pecho que vagamente podía identificar con el anhelo. No sabía exactamente qué era lo que ansiaba pero algo no iba bien en mi vida y por encima de todo en mi interior. ¿Qué, exactamente, sacaba mi lado melancólico? No se me ocurría nada, pero absolutamente nada que pudiese ir mal en mi vida. Tenía suficiente dinero como para vivir varias vidas, unos compañeros de viajes fieles y la libertad que muchas mujeres ansiaba; y a pesar de todo ello algo andaba mal. ¿Era por culpa de los otomanos? Saber que mi hermano no podía controlar a sus hombres significaba problemas y de estar en problemas yo no estaba ahí para cuidar de él. Selim no había nacido de mis entrañas, pero como si lo hubiese hecho. Era mi responsabilidad, me lo habían adjudicado de pequeño y yo en ese momento le estaba fallando mientras disfrutaba de mi vida. Al mismo tiempo, él nunca me había pedido ayuda, ¿Por qué iba a ser diferente esta vez? Todas preguntas sin respuesta y cuantas más dudas surgían en mi cabeza más aumentaba el peso de mi pecho que no me dejaba respirar.

Los lugares cerrados y silenciosos se habían vuelto cárceles lujosas de las que solo podía escapar saliendo a caminar por las calles de Paris o frecuentando lugares repletos de vida. Se había vuelto una costumbre. Salía al atardecer y volvía al amanecer tarde, durmiendo, como mucho, un par de horas. Era tanta mi falta de sueño que bajo mis ojos se habían formado unas bolsas moradas que ni todo el maquillaje del mundo era capaz de quitarlo; principalmente, también, porque había muy poco maquillaje para un tipo de piel que no fuese blanco casi enfermizo. Yo no era blanca, y tampoco era esclava, pero al parecer el concepto era incomprensible para los perfumistas de Paris por lo que solo me quedaba aguantarme con lo que tuviesen o hacer mis propias mezclas; y así lo hacía, aunque aquella noche antes de salir no eche ninguna crema sobre la piel. Nada para hidratarla, tal solo un poco de perfumen en mi cuello para endulzar el aroma a mi alrededor.

Al salir de casa, tome el mismo camino de siempre y pronto, demasiado pronto para mi gusto, me vi delante de una puerta gris oscura con unas letras escritas sobre ella. Se trataba de un fumadero de opio que solía frecuentar durante al menos una hora al día pero aquella noche no me apetecía. Aquellos opiáceos no me hacían realmente ningún efecto pero disfrutaba de sobremanera de la música que ellos llamaban “decadente”, puesto que era la que se solía escuchar en la corte de mi palacio. No había nada de decante en aquellos ritmos exóticos, nada que fuese incorrecto o perturbador pero el hombre de occidente siempre tendía a pensar que todo lo que no seguía los preceptos impuestos por su deidad estaba mal o era obra del diablo. Ante tales afirmaciones solo podía sentir pena en determinados momentos, pero no aquella noche. Aquella noche no necesitaba las lecciones sobre oriente de algún rico amargado con su existencia, por lo que empuje mi cuerpo a seguir caminando y camine. Lo hice todo el tiempo que mis piernas me dejaron hasta que, rozando las primeras horas de la madrugada, me pare a mediados del puente nuevo.

Todo mi cuerpo tembló por culpa del viento mientras me acercaba a paso lento hacía el borde de piedra. En aquel lugar la corriente de frío era mayor que en toda la ciudad y aunque el helado viento no me solía afectar normalmente, aquella noche lo sentía más que nunca calando mis huesos. Me sentía hasta humana, cosa que, desde luego, no podía ser más disparatada. Mi humanidad había quedado atrás hacía mucho tiempo ya que era más fácil llevar una vida así, aunque viendo a Sive y a Abraham las ganas de abrazarla otra vez me quemaban por dentro. Ellos parecían felices a pesar de que él era un hombre lobo recién convertido y ella una bruja cuyos poderes se volvían locos cada dos segundos. Todo ello, todos los factores en contra de su amor y de la humanidad de Abraham, no quitaba las miradas de cariño que se echaban la mayor parte del tiempo cuando uno no miraba al otro. No entendía como Abraham podía aguantar no tocarla deseándola como la deseaba. Sabía que tras la primera luna llena como lobo, la noche siguiente, la había tomado puesto que yo había estado en la habitación contigua casi riéndome de lo inocente que parecían todos aquellos grititos y gemidos por parte de Sive; pero desde entonces no la habita vuelto a tocar y se notaba en todos y cada uno de sus actos malhumorados. ¿De verdad le merecía sufrir por el bien de una humana? Una humana bruja, pero al fin y al cabo tan frágiles como ellos. Dicha pregunta no se la había hecho a Abraham ya que sabía su respuesta de antemano. Era evidente y así los quería a los dos pues habían dejado su vida ahí en su tierra natal para venirse conmigo. Acompañarme en mi cruzada aunque no tenían porque puesto que no les unía a mi realmente ningún vínculo demasiado fuerte. Sentía mucho cariño por ellos, eso era un hecho, y por primera vez desde que había dejado Estambul me sentía más acogida que nunca.

–Ojala este sentimiento no se vaya nunca– susurré para mí misma mientras mi mirada estaba clavada en el agua, hasta que sentí el olor de otra persona a mi lado. Levante la cabeza, como olisqueando el aire y luego la dirigí en dirección al desconocido que no resultaba ser otro que un hombre con una mirada oculta bajo las sombras de la noche aun patentes en algunos rincones de la pequeña ciudad.