Un reencuentro... ¿Agradable? (Privado)

por Invitado Dom Ago 21, 2011 8:47 am

El suelo de la calle y los tejados trataban de formular quejidos que se ahogaban por el agua torrencial que esa noche caía sobre París. Algo realmente inusual en verano. También soplaba un fuerte viento que no mecía, sino zarandeaba violentamente las copas de los árboles, las plantas, sacudía el agua de las fuentes y que incluso hacía tambalearse alguna farola o cartel de establecimiento. Y hacía frío, un frío verdaderamente acogedor y apetecible para ella. ¿O era ella la que otorgaba frialdad al ambiente? Con la boca todavía llena de sabor a sangre fresca, los labios rojizos y las gotas carmesíes resbalando por su barbilla, su cuello y su pecho, y con el cabello pegado a su piel y la ropa empapada se movía sigilosamente por las calles desiertas. Lo miraba todo con infinita paciencia y se deleitaba en silencio entre las sombras.

Podría quedarse así toda la noche, pero de pronto un deseo cruzó por su mente: regresar y tocar bajo la lluvia. Sí, una idea de lo más apetecible. Crear notas que se escuchasen a través del silencio, de la lluvia y de los truenos, crear una melodía estridente y llena de fuerza. Una melodía que naciera de los mismísimos adentros de su creadora.

Se elevó en el aire quedando suspendida y tomó altura suficiente como para fundirse con el oscuro cielo. Sobrevoló toda la ciudad despacio y vislumbrando una tétrica urbe desierta y comida por la oscuridad. Una fría e inhumana carcajada nació de su garganta, jactándose de cuanto veía. Puso rumbo a su casa y se encaminó dejando que el salvaje viento la azotara, sintiendo un agradable cosquilleo por el cuerpo. ¿Miedo de qué? ¿De ella misma, tal vez?

Por el camino no vio a nadie a quien pudiera dar una última dentellada esa perfecta noche, pero no le importó mucho; ya bebería mejor mañana. Llegó a la pétrea edificación y descendió hasta posarse sobre el húmedo suelo de la entrada. Caminó hasta entrar dentro, dejando la puerta abierta y permitiendo así que el agua y el sonido de los truenos entraran mucho mejor. Fue directamente a su habitación y, de dentro de un baúl perfectamente conservado y cuidado, sacó el valioso instrumento y la varilla, dirigiéndose ulteriormente hacia el balcón del último piso, el más grande con la más amplia terraza. Se sentó en un banco de piedra y, mientras las gotas seguían cayendo y mojándolos a los dos, su mente se centró en las cuerdas que sus dedos tocaban y éstos comenzaron a moverse automáticamente, sin apenas ella caer en la cuenta de que ya estaba tocando, interpretando una obra que se conocía más que de memoria.