AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Tu agradable compañia (Alexalmo)
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Tu agradable compañia (Alexalmo)
Las horas habían pasado veloces entre el encuentro de aquel joven y la agradable tarea de comprar presente para aquellos niños que de otra manera no tendrían ni siquiera un caramelo en la mañana de navidad. El rostro de Emilia se encontraba tenuemente arrebolado porque la briza que corría por las calles era helada, no había vuelto a nevar, pero por el frío que reinaba seguramente no tardaría en volver a caer los copos de nieve.
Apresuraron sus paso para llegar a la puerta de un pequeño café, éste ya estaba engalanado con los típicos adornos navideños, una hermosa corona de navidad daba la bienvenida a los clientes y pequeñas velas iluminaban cada mesas dando un ambiente acogedor y tranquilo.
Sentada en ese café, con la compañía de su nuevo amigo, se sentía feliz. Emilia, era de encariñarse con las personas a penas conocerlas, sin importarles su condición social, o su raza la que distinguía por el aura que las rodeaba, como en el caso de Alexalmo, que desde casi encontrase por casualidad con él ya había descubierto que era un vampiro. Le había sorprendido lo educado y atento que era, claro no conocía a muchos vampiros como para comparar, pero le daba la impresión que era un joven muy agradable. Juntos habían hecho compras, él gentilmente la había acompañado y ahora se encontraba allí, frente a ella, con una silla entre medio, cubierta de pequeños paquetes, que terminarían en las diminutas manos de los niños del orfanato. Pero eso sucedería en la víspera de la navidad, y todavía faltaban dos días. En su cabeza pensó que bueno sería si él accediera a acompañarle a dejarles, - ¿tendrá con quien pasar la navidad? – Caviló – yo… no – se dijo con tristeza, pues no había tenido noticias de sus amigas, desde que había regresado a la ciudad.
Cuando el encargado se acercó a tomar el pedido ella decidió tomar una taza de chocolate, siempre en aquellas fechas desde niña lo había hecho, su nana la solía regañar aunque terminaba dándole el gusto sirviendo una generosa taza de chocolate humeante. Solo pensar en ese dulce recuerdo la hizo sonreír, aun con aquella dulce sonrisa en los labios, lo contempló, le agradeció que estuviera allí en ese momento, - Gracias, la soledad es una carga demasiado pesada para llevarla sola… y más en éstas fechas – dijo haciendo un ademan y señalando disimuladamente la decoración típica de la época navideña.
Apresuraron sus paso para llegar a la puerta de un pequeño café, éste ya estaba engalanado con los típicos adornos navideños, una hermosa corona de navidad daba la bienvenida a los clientes y pequeñas velas iluminaban cada mesas dando un ambiente acogedor y tranquilo.
Sentada en ese café, con la compañía de su nuevo amigo, se sentía feliz. Emilia, era de encariñarse con las personas a penas conocerlas, sin importarles su condición social, o su raza la que distinguía por el aura que las rodeaba, como en el caso de Alexalmo, que desde casi encontrase por casualidad con él ya había descubierto que era un vampiro. Le había sorprendido lo educado y atento que era, claro no conocía a muchos vampiros como para comparar, pero le daba la impresión que era un joven muy agradable. Juntos habían hecho compras, él gentilmente la había acompañado y ahora se encontraba allí, frente a ella, con una silla entre medio, cubierta de pequeños paquetes, que terminarían en las diminutas manos de los niños del orfanato. Pero eso sucedería en la víspera de la navidad, y todavía faltaban dos días. En su cabeza pensó que bueno sería si él accediera a acompañarle a dejarles, - ¿tendrá con quien pasar la navidad? – Caviló – yo… no – se dijo con tristeza, pues no había tenido noticias de sus amigas, desde que había regresado a la ciudad.
Cuando el encargado se acercó a tomar el pedido ella decidió tomar una taza de chocolate, siempre en aquellas fechas desde niña lo había hecho, su nana la solía regañar aunque terminaba dándole el gusto sirviendo una generosa taza de chocolate humeante. Solo pensar en ese dulce recuerdo la hizo sonreír, aun con aquella dulce sonrisa en los labios, lo contempló, le agradeció que estuviera allí en ese momento, - Gracias, la soledad es una carga demasiado pesada para llevarla sola… y más en éstas fechas – dijo haciendo un ademan y señalando disimuladamente la decoración típica de la época navideña.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Fecha de inscripción : 27/01/2013
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Re: Tu agradable compañia (Alexalmo)
Las últimas horas que pasé con Emilia me parecieron... bueno. Después de lo sucedido la noche anterior, en realidad no me esperaba que volviera a sonreír de nuevo. Pensaba que olvidaría para siempre lo que una vez significó ser feliz. Lo había perdido todo de la noche a la mañana, me lo habían arrebatado todo, todo lo que una vez amé, y sólo porque los humanos no pueden tolerar que hayan seres diferentes a ellos en el mundo. Justo cuando pensaba que el mundo se había ido completamente a la mierda, justo cuando ya creía que no quedaban buenas personas, y que todo el mundo me querría muerto por lo que soy... justo entonces me encontré con Emilia. Había tocado fondo, pero al menos no me sentía solo aquella noche.
Todo sucedió muy rápido. La vi cruzar la calle despistadamente, estando a punto de ser atropellada por un carruaje, y se acercó a hablar conmigo, así sin más. Me empezó a contar cosas sobre la Navidad, sobre la soledad y cosas así. Al principio simplemente bromeé con ella, tratando de ocultar la tristeza, y esperando que se marchara y me dejara en paz, que simplemente fuera una transeúnte más de los miles que hay en París. Pero no se fue, sino que me invitó a ir con ella a comprar regalos para los niños del orfanato. "¿Y a ella qué le importan los niños del orfanato?", pensé, pero la acompañé igualmente.
Al principio pensaba que sería una mujer ricachona, de clase alta, que da lo que le sobra y punto, pero no tardé en darme cuenta de que me equivocaba. Esta mujer, Emilia... no era como los demás. No sé explicarlo, simplemente era... diferente. No estaba dando dinero que le sobraba para sentirse como una buena persona y dormir bien por la noche, no. Cada regalo que compraba lo elegía cuidadosamente, como si fuera a comprárselos a su propio hijo, como si se sintiera madre de cada niño al que pensaba regalarle eso.
Aquello me... me "llenó". Ya había perdido la esperanza completamente, pero me alegró de verdad ver a gente así. Con el tiempo, dejé de mostrarme sarcástico y dejé de hacer bromas tontas, como estoy acostumbrado a hacer. En vez de eso, me dejé llevar, le dejé conocerme, y me permití el lujo de intentar conocerla a ella. Nadie me había movido así desde que... bueno, desde nunca. No tengo palabras para expresarlo, pero simplemente diré que ella era diferente al resto. Me recordaba un poco a mi hermana, y no sé por qué pero también a Lázaro.
Al final llegamos a una cafetería. Se sentía cálido y agradable, pero debía vigilar la hora. De momento era medianoche. Faltaban aún unas cinco o seis horas antes de que amaneciera. Podía relajarme, pero no tanto. Me desabroché la espada del cinturón y la dejé en el suelo, y me senté en una mesa con Emilia. Ella pidió un chocolate caliente, y yo un café.
- Sí... no es muy agradable quedarse solo, ¿verdad? - le respondí, cuando ella me dirigió la palabra.
Hacía unas horas no habría sabido recordar qué significaba esa palabra. Todo sucedió... en tan poco tiempo...
- Pero aquí estamos... - miré distraído por la ventana - ¿Y por qué dices eso? ¿No tienes pensado pasar la Navidad con nadie? ¿Familia, amigos... pareja? ¿Nadie?
Me sorprende que alguien así esté solo en una fecha como ésta. Pero eso es lo que pasa en este mundo, ¿verdad? Que las buenas personas siempre son las más jodidas.
Todo sucedió muy rápido. La vi cruzar la calle despistadamente, estando a punto de ser atropellada por un carruaje, y se acercó a hablar conmigo, así sin más. Me empezó a contar cosas sobre la Navidad, sobre la soledad y cosas así. Al principio simplemente bromeé con ella, tratando de ocultar la tristeza, y esperando que se marchara y me dejara en paz, que simplemente fuera una transeúnte más de los miles que hay en París. Pero no se fue, sino que me invitó a ir con ella a comprar regalos para los niños del orfanato. "¿Y a ella qué le importan los niños del orfanato?", pensé, pero la acompañé igualmente.
Al principio pensaba que sería una mujer ricachona, de clase alta, que da lo que le sobra y punto, pero no tardé en darme cuenta de que me equivocaba. Esta mujer, Emilia... no era como los demás. No sé explicarlo, simplemente era... diferente. No estaba dando dinero que le sobraba para sentirse como una buena persona y dormir bien por la noche, no. Cada regalo que compraba lo elegía cuidadosamente, como si fuera a comprárselos a su propio hijo, como si se sintiera madre de cada niño al que pensaba regalarle eso.
Aquello me... me "llenó". Ya había perdido la esperanza completamente, pero me alegró de verdad ver a gente así. Con el tiempo, dejé de mostrarme sarcástico y dejé de hacer bromas tontas, como estoy acostumbrado a hacer. En vez de eso, me dejé llevar, le dejé conocerme, y me permití el lujo de intentar conocerla a ella. Nadie me había movido así desde que... bueno, desde nunca. No tengo palabras para expresarlo, pero simplemente diré que ella era diferente al resto. Me recordaba un poco a mi hermana, y no sé por qué pero también a Lázaro.
Al final llegamos a una cafetería. Se sentía cálido y agradable, pero debía vigilar la hora. De momento era medianoche. Faltaban aún unas cinco o seis horas antes de que amaneciera. Podía relajarme, pero no tanto. Me desabroché la espada del cinturón y la dejé en el suelo, y me senté en una mesa con Emilia. Ella pidió un chocolate caliente, y yo un café.
- Sí... no es muy agradable quedarse solo, ¿verdad? - le respondí, cuando ella me dirigió la palabra.
Hacía unas horas no habría sabido recordar qué significaba esa palabra. Todo sucedió... en tan poco tiempo...
- Pero aquí estamos... - miré distraído por la ventana - ¿Y por qué dices eso? ¿No tienes pensado pasar la Navidad con nadie? ¿Familia, amigos... pareja? ¿Nadie?
Me sorprende que alguien así esté solo en una fecha como ésta. Pero eso es lo que pasa en este mundo, ¿verdad? Que las buenas personas siempre son las más jodidas.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Localización : Visto por última vez en París. Si lo ve, avise en la comisaría más cercana, por favor.
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Re: Tu agradable compañia (Alexalmo)
Tomó con delicadeza la taza entres su manos y se la acercó a los labios. Escuchaba atenta las palabras de Alexalmo y asintió con un suave movimiento de cabeza, - en verdad, para mí, no existe sufrimiento más grande, que sentir ésta soledad que pesa como una enorme roca en el pecho – caviló, llevando su mirada a la ajena y sonriendo con tristeza, aun con la taza a milímetros de sus labios.
Dio un pequeño sorbo, el chocolate estaba caliente, sus sentidos se extasiaron ante el dulce saber del líquido, pero cuando estaba por tragar, la pregunta sobre por qué no tenía con quien compartir aquella fecha que era tan importante para su vida, hizo que se quemara, las lágrimas se le agolparon en sus ojos, el chocolate se encrespó en la taza, como una pequeña tormenta en un mar imaginario, bajó suavemente la taza al platillo, la que tintineó antes de descansar firmemente en la superficie de porcelana. Con toda su fuerza de voluntad, dominó la situación, impidiendo toser o marcar alguna falta de decoro, aunque algunas lágrimas se escurrieron por sus mejillas y el rostro se le incendió como el atardecer de un día de verano.
Cuando la compostura volvió a su semblante y a su ánimo, dirigió a su compañero una suave sonrisa, que pedía disculpas por su conducta inapropiada. Inspiró con tranquilidad y buscó en su mente la forma de contarle de forma breve, el océano de acontecimientos que habían hecho casi zozobrar su vida, en esos últimos meses.
- La verdad es que hasta hace unos años, tuve con quien pasar esa hermosa fecha… pero después, esa persona desapareció, esperé su regreso, vine a Paris a encontrarlo, y cuando por fin nos volvimos a ver… bueno… ya me había olvidado – sonrió tímida – a veces uno cree que el amor es suficiente, que la otra persona entenderá sin palabras que los amamos y que estamos dispuestos a soportar todo por ese sentimiento, que nos embarga el alma… pero damos por sentado… porque en nosotros… eso es obvio… pero a veces ese cariños, ese amor, no es tal en la otra persona y vivimos una ilusión que se va desgastando cada día… hasta que solo quedan… grises recuerdos de un pasado que no volverá… - la voz se le quebró, intentó sonreír pero su mirada se nubló, volando tras el gran ventanal, y aunque no estuviera allí, contempló los rojizos cabellos, la mirada azul y cristalina, de quien era, aún en parte, dueño de su corazón. Lo vio sonreír, diluyéndose luego en los copos de nieve que caían lentamente en la noche cerrada.
Giró su cabeza y contempló a su compañero - ¿y usted? ¿Qué hará en ésta Navidad? -.
Dio un pequeño sorbo, el chocolate estaba caliente, sus sentidos se extasiaron ante el dulce saber del líquido, pero cuando estaba por tragar, la pregunta sobre por qué no tenía con quien compartir aquella fecha que era tan importante para su vida, hizo que se quemara, las lágrimas se le agolparon en sus ojos, el chocolate se encrespó en la taza, como una pequeña tormenta en un mar imaginario, bajó suavemente la taza al platillo, la que tintineó antes de descansar firmemente en la superficie de porcelana. Con toda su fuerza de voluntad, dominó la situación, impidiendo toser o marcar alguna falta de decoro, aunque algunas lágrimas se escurrieron por sus mejillas y el rostro se le incendió como el atardecer de un día de verano.
Cuando la compostura volvió a su semblante y a su ánimo, dirigió a su compañero una suave sonrisa, que pedía disculpas por su conducta inapropiada. Inspiró con tranquilidad y buscó en su mente la forma de contarle de forma breve, el océano de acontecimientos que habían hecho casi zozobrar su vida, en esos últimos meses.
- La verdad es que hasta hace unos años, tuve con quien pasar esa hermosa fecha… pero después, esa persona desapareció, esperé su regreso, vine a Paris a encontrarlo, y cuando por fin nos volvimos a ver… bueno… ya me había olvidado – sonrió tímida – a veces uno cree que el amor es suficiente, que la otra persona entenderá sin palabras que los amamos y que estamos dispuestos a soportar todo por ese sentimiento, que nos embarga el alma… pero damos por sentado… porque en nosotros… eso es obvio… pero a veces ese cariños, ese amor, no es tal en la otra persona y vivimos una ilusión que se va desgastando cada día… hasta que solo quedan… grises recuerdos de un pasado que no volverá… - la voz se le quebró, intentó sonreír pero su mirada se nubló, volando tras el gran ventanal, y aunque no estuviera allí, contempló los rojizos cabellos, la mirada azul y cristalina, de quien era, aún en parte, dueño de su corazón. Lo vio sonreír, diluyéndose luego en los copos de nieve que caían lentamente en la noche cerrada.
Giró su cabeza y contempló a su compañero - ¿y usted? ¿Qué hará en ésta Navidad? -.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Tu agradable compañia (Alexalmo)
Escuché con una leve sonrisa lo que Emilia me contaba. Vaya, era la clásica historia de desamor. Pobrecilla, la verdad es que nunca había vivido ese tipo de sufrimiento, aunque por lo que se contaba en las poesías y en las historias, no debía de ser muy agradable. La verdad es que no lo entendía, ¿quién podría dejar de amar a una mujer así?
- No te preocupes demasiado por eso - le dije, como tratando de consolarla -. ¿Cómo era aquella canción?
Empecé a cantar en español, con la mirada perdida desviada, sin mirar a nada en concreto, perdido en mi propia mente.
No recordaba más de la letra, y cuando acabé esas estrofas, volvía a mirar a Emilia.
- Es una vieja canción española. Lo que dice prácticamente es que es mejor sufrir por haber perdido a un amado que no haber conocido nunca el amor - le dije, volviendo a hablar en francés.
Realmente deberías estar agradecida, Emilia. Yo nunca he sabido lo que es amar a alguien de verdad.
La pregunta que posteriormente me hizo me incomodó bastante. ¿Que qué iba a hacer en Navidad este año? Si tan sólo supiera de qué forma tan brusca lo perdí todo, entonces entendería que esa pregunta tenía un significado muy diferente para mí.
*¿Esta Navidad? Esta Navidad voy a matarlos a todos. Sí, a todos los de la Inquisición. Quemaré todas sus Iglesias, les arrancaré esos crucifijos de sus cuellos y se los haré tragar, les descuartizaré a todos y les haré pagar por todo lo que me han hecho. Mataré a todos esos falsos adoradores de Dios que ensucian y empañan el nombre de Jesucristo y mostraré lo que el pueblo piensa de esos asesinos sin corazón. Y le haré un regalo a la Tierra: la paz y la libertad, el fin de la tiranía y la opresión de la Falsa Iglesia. Y le haré un regalo al Cielo: la purificación de la Creación del Señor y la limpieza del nombre de Cristo. Y le haré un regalo al Infierno: las almas condenadas de todos los Inquisidores. Oh, sí. Será la Navidad más feliz de la Historia.*
Al menos eso hubiera querido responder. Respiré profundamente, cerré los ojos y simplemente dije, en una voz débil y bastante patética.
- Nada.
Miré mi taza de café con una expresión triste.
- Yo... nada.
Debería estar comiendo junto a Edith y los criados de Benoît, cantando y celebrando. Debería, pero ya estaban todos muertos. Todo gracias a los caballeros de armadura blanca de la Inquisición. Ojalá se pudran todos en el infierno. Miré a Emilia con una sonrisa forzada.
- O sea, descansar y eso. Lo típico.
No debía permitir que mi tristeza y mi depresión arruinaran la felicidad de esa mujer. No se lo merecía, y yo no debía ser tan egoísta.
- No te preocupes demasiado por eso - le dije, como tratando de consolarla -. ¿Cómo era aquella canción?
Empecé a cantar en español, con la mirada perdida desviada, sin mirar a nada en concreto, perdido en mi propia mente.
Más vale trocar
placer por dolores
que estar sin amores
Donde es agradecido
es dulce morir
Vivir en olvido
aquel no es vivir
Mejor es sufrir
pasión y dolores
que estar sin amores
placer por dolores
que estar sin amores
Donde es agradecido
es dulce morir
Vivir en olvido
aquel no es vivir
Mejor es sufrir
pasión y dolores
que estar sin amores
No recordaba más de la letra, y cuando acabé esas estrofas, volvía a mirar a Emilia.
- Es una vieja canción española. Lo que dice prácticamente es que es mejor sufrir por haber perdido a un amado que no haber conocido nunca el amor - le dije, volviendo a hablar en francés.
Realmente deberías estar agradecida, Emilia. Yo nunca he sabido lo que es amar a alguien de verdad.
La pregunta que posteriormente me hizo me incomodó bastante. ¿Que qué iba a hacer en Navidad este año? Si tan sólo supiera de qué forma tan brusca lo perdí todo, entonces entendería que esa pregunta tenía un significado muy diferente para mí.
*¿Esta Navidad? Esta Navidad voy a matarlos a todos. Sí, a todos los de la Inquisición. Quemaré todas sus Iglesias, les arrancaré esos crucifijos de sus cuellos y se los haré tragar, les descuartizaré a todos y les haré pagar por todo lo que me han hecho. Mataré a todos esos falsos adoradores de Dios que ensucian y empañan el nombre de Jesucristo y mostraré lo que el pueblo piensa de esos asesinos sin corazón. Y le haré un regalo a la Tierra: la paz y la libertad, el fin de la tiranía y la opresión de la Falsa Iglesia. Y le haré un regalo al Cielo: la purificación de la Creación del Señor y la limpieza del nombre de Cristo. Y le haré un regalo al Infierno: las almas condenadas de todos los Inquisidores. Oh, sí. Será la Navidad más feliz de la Historia.*
Al menos eso hubiera querido responder. Respiré profundamente, cerré los ojos y simplemente dije, en una voz débil y bastante patética.
- Nada.
Miré mi taza de café con una expresión triste.
- Yo... nada.
Debería estar comiendo junto a Edith y los criados de Benoît, cantando y celebrando. Debería, pero ya estaban todos muertos. Todo gracias a los caballeros de armadura blanca de la Inquisición. Ojalá se pudran todos en el infierno. Miré a Emilia con una sonrisa forzada.
- O sea, descansar y eso. Lo típico.
No debía permitir que mi tristeza y mi depresión arruinaran la felicidad de esa mujer. No se lo merecía, y yo no debía ser tan egoísta.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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Re: Tu agradable compañia (Alexalmo)
Algo en el aura del vampiro, en su reacción, el tono de voz, sus gestos, le recordaron la época en que se había sentido tan perdida sin Ichabod, sin el ser que ella consideraba su familia - aun me siento así a veces - caviló, - aun lo extraño y necesito, pero no es bueno vivir de los recuerdos, de las falsas ilusiones - contemplando en silencio al caballero que se encontraba en el otro extremo de la mesa, se preguntó cuál sería esa pena, ese odio que por momentos parecía velar su mirada.
Sonrió con timidez, deseaba que esa sensación, ese sentimiento algo oscuro, o mejor dicho bastante oscuro, que rodeaba a su nuevo amigo, fuera desapareciendo. Pensó que si lograba que Alexalmo pasara la navidad con ella y sus amigas, de seguro podría borrar ese sentimiento tan parecido al vacío.
Se retrepó en su asiento, mientras intentaba encontrar las palabras para invitarlo a que fuera su invitado. – Hace poco que he vuelto a Paris, en la noche de Navidad, cenaré con unas amigas en mi hogar… - se detuvo, tenía miedo de incomodarle, - por eso, me sentiría alagada si usted nos acompañara, le aseguro que lo pasaremos muy bien, la buena compañía y charlas interesantes, no le faltaran – sonrió por un instante. En todo ese tiempo su mirada se posaba en la del vampiro, intentando encontrar alguna imperceptible reacción.
Suspiró, no sabía cómo reaccionaría el caballero, pero esperaba que aceptara al pedido que intentaba expresar. Tomó un sorbo de su chocolate caliente, apoyó suavemente la taza en la delicada superficie del platillo, Limpió las comisuras de sus labios con la servilleta e inspiró para luego continuar con su invitación, - pues, como le decía, tengo pocos amigos… todos somos náufragos, almas que hemos quedado solas en la inmensidad de la vida – sonrió con tristeza – tal vez, no conformamos una familia tradicional, pero le puedo asegurar, señor Alexalmo, que somos más unidas que muchas de las que dicen ser familias ejemplares - , sus ojos brillaron con una pequeña luz de esperanza, - que dice, ¿nos honraría con su presencia? -.
Sonrió con timidez, deseaba que esa sensación, ese sentimiento algo oscuro, o mejor dicho bastante oscuro, que rodeaba a su nuevo amigo, fuera desapareciendo. Pensó que si lograba que Alexalmo pasara la navidad con ella y sus amigas, de seguro podría borrar ese sentimiento tan parecido al vacío.
Se retrepó en su asiento, mientras intentaba encontrar las palabras para invitarlo a que fuera su invitado. – Hace poco que he vuelto a Paris, en la noche de Navidad, cenaré con unas amigas en mi hogar… - se detuvo, tenía miedo de incomodarle, - por eso, me sentiría alagada si usted nos acompañara, le aseguro que lo pasaremos muy bien, la buena compañía y charlas interesantes, no le faltaran – sonrió por un instante. En todo ese tiempo su mirada se posaba en la del vampiro, intentando encontrar alguna imperceptible reacción.
Suspiró, no sabía cómo reaccionaría el caballero, pero esperaba que aceptara al pedido que intentaba expresar. Tomó un sorbo de su chocolate caliente, apoyó suavemente la taza en la delicada superficie del platillo, Limpió las comisuras de sus labios con la servilleta e inspiró para luego continuar con su invitación, - pues, como le decía, tengo pocos amigos… todos somos náufragos, almas que hemos quedado solas en la inmensidad de la vida – sonrió con tristeza – tal vez, no conformamos una familia tradicional, pero le puedo asegurar, señor Alexalmo, que somos más unidas que muchas de las que dicen ser familias ejemplares - , sus ojos brillaron con una pequeña luz de esperanza, - que dice, ¿nos honraría con su presencia? -.
Amalia De Leon- Hechicero Clase Media
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Re: Tu agradable compañia (Alexalmo)
Qué irónico. Todo es irónico. Mi vida estaba llena de ironía. Dios debía de estar muerto de la risa conmigo ahora mismo. Sé que sólo soy una oveja y Él es mi pastor, pero nunca imaginé que yo fuera una marioneta, y él mi titiritero. No sabía que jugaba conmigo de aquella manera tan macabra e imprevisible.
- Yo... tengo que ir al baño.
Me levanté con toda la rapidez que pude, sin llamar la atención, y me dirijí al cuarto de baño para hombres. Cuando me aseguré de que nadie podía verme, me llevé las manos a la cabeza y suspiré con fuerza, y noté lágrimas en mis mejillas. ¿Por qué lloraba ahora? ¿Por la muerte de todos mis amigos hacía apenas un día? ¿Por el alivio de no tener que pasar la Navidad en solitario? ¿Porque me enternecía la profunda bondad de esa mujer? ¿O por la manera tan absurda en la que estaba sucediendo todo en mi vida?
Estaba llorando. No sabía si era debido a la tristeza, al odio, a la alegría o a lo graciosa que era toda mi vida en general, pero lloraba.
- Así que... así estamos, ¿eh? - miré al cielo, con indignación - Primero me lo das todo. Luego me lo quitas todo. Luego me lo das todo. Luego me lo quitas todo. ¿Hasta cuándo, Jesús? ¿Hasta cuándo durará este juego? ¿Qué le vas a hacer a ella?
- Nada - respondió Cristo - Porque esta vez no se lo vas a permitir. No dejarás que le hagan nada esta vez.
- ¿Y cómo podré evitarlo? ¡Están por todas partes! ¡La matarán por protegerme, y luego me matarán a mí también! ¿Y si ella descubre lo que soy y decide que debe eliminarme? ¿Por qué no deja Dios de jugar con mi vida?
- Dios no juega con la vida de nadie. Aprovecha este regalo, porque no solemos hacer muchos.
Me derrumbé. ¿Por qué podía Emilia permitirse el lujo de ser tan buena? ¿Y cuando descubriera la verdad... qué haría?
Me sequé las mejillas con el dorso de la manga, pero cuando la miré, estaba empapada de sangre.
- ¿¡Qué...!? - me remangué, pero no tenía ningún corte en la muñeca.
Extrañado, fui a verme al espejo. Benoît me había dicho que los vampiros sí que se reflejaban en los espejos, a pesar de lo que dijera la creencia popular. Me observé el rostro, y lo tenía lleno de sangre, que manaba de mis ojos, y el rastro que me había dejado al intentar secarme con la manga.
Empecé a gemir, asustado. Desesperado, cogí papel y traté de secarme.
- ¡¿Qué es esto?! ¡Joder no, no, no, no! - desesperado, empecé a sollozar de nuevo, y esta vez vi cómo gotas de sangre salían de mis ojos en lugar de lágrimas.
Abrí el lavamanos y me eché agua en la cara con desesperación, mientras con un papel intentaba secarme y limpiarme la cara. Tardé un buen rato, pero conseguí limpiar toda la sangre. Sin embargo, la mancha de la manga de la muñeca no iba a irse por las buenas. Podría decir que me había cortado, pero tendría que explicar por qué no tenía ninguna herida en la mano, ni por qué esa mancha no estaba antes. Genial, ya no puedo ni llorar.
Volví con Emilia a nuestra mesa. El café se había enfriado del todo. Bien, de todas formas ya no me apetecía.
- Perdona si tardé demasiado - dije, con una sonrisa falsa, mi respiración estaba entrecortada, y a veces sorbía por la nariz, síntomas de haber estado llorando -. Me encantaría aceptar tu propuesta.
Un hogar de nuevo. Aquello me salvaría de tener que sobrevivir en las calles. ¿Por cuánto tiempo? Quién sabe, pero era una solución temporal de momento. Sin embargo, iba a tener que explicar unas cuantas cosas sobre mi vampirismo y cierta mancha de sangre en mi manga, pero de momento no. Debía encontrar el momento adecuado.
Y hablando de momento adecuado...
- ¿Qué hora es? - si el Sol salía ahora, podía darme por muerto - Oye... no quiero ser descortés pero... ¿vives muy lejos? Me gustaría llegar a casa cuanto antes. Es que... Bueno, hay... - no supe qué excusa dar, y se me trabaron las palabras - No me gusta estar fuera durante el amanecer.
- Yo... tengo que ir al baño.
Me levanté con toda la rapidez que pude, sin llamar la atención, y me dirijí al cuarto de baño para hombres. Cuando me aseguré de que nadie podía verme, me llevé las manos a la cabeza y suspiré con fuerza, y noté lágrimas en mis mejillas. ¿Por qué lloraba ahora? ¿Por la muerte de todos mis amigos hacía apenas un día? ¿Por el alivio de no tener que pasar la Navidad en solitario? ¿Porque me enternecía la profunda bondad de esa mujer? ¿O por la manera tan absurda en la que estaba sucediendo todo en mi vida?
Estaba llorando. No sabía si era debido a la tristeza, al odio, a la alegría o a lo graciosa que era toda mi vida en general, pero lloraba.
- Así que... así estamos, ¿eh? - miré al cielo, con indignación - Primero me lo das todo. Luego me lo quitas todo. Luego me lo das todo. Luego me lo quitas todo. ¿Hasta cuándo, Jesús? ¿Hasta cuándo durará este juego? ¿Qué le vas a hacer a ella?
- Nada - respondió Cristo - Porque esta vez no se lo vas a permitir. No dejarás que le hagan nada esta vez.
- ¿Y cómo podré evitarlo? ¡Están por todas partes! ¡La matarán por protegerme, y luego me matarán a mí también! ¿Y si ella descubre lo que soy y decide que debe eliminarme? ¿Por qué no deja Dios de jugar con mi vida?
- Dios no juega con la vida de nadie. Aprovecha este regalo, porque no solemos hacer muchos.
Me derrumbé. ¿Por qué podía Emilia permitirse el lujo de ser tan buena? ¿Y cuando descubriera la verdad... qué haría?
Me sequé las mejillas con el dorso de la manga, pero cuando la miré, estaba empapada de sangre.
- ¿¡Qué...!? - me remangué, pero no tenía ningún corte en la muñeca.
Extrañado, fui a verme al espejo. Benoît me había dicho que los vampiros sí que se reflejaban en los espejos, a pesar de lo que dijera la creencia popular. Me observé el rostro, y lo tenía lleno de sangre, que manaba de mis ojos, y el rastro que me había dejado al intentar secarme con la manga.
Empecé a gemir, asustado. Desesperado, cogí papel y traté de secarme.
- ¡¿Qué es esto?! ¡Joder no, no, no, no! - desesperado, empecé a sollozar de nuevo, y esta vez vi cómo gotas de sangre salían de mis ojos en lugar de lágrimas.
Abrí el lavamanos y me eché agua en la cara con desesperación, mientras con un papel intentaba secarme y limpiarme la cara. Tardé un buen rato, pero conseguí limpiar toda la sangre. Sin embargo, la mancha de la manga de la muñeca no iba a irse por las buenas. Podría decir que me había cortado, pero tendría que explicar por qué no tenía ninguna herida en la mano, ni por qué esa mancha no estaba antes. Genial, ya no puedo ni llorar.
Volví con Emilia a nuestra mesa. El café se había enfriado del todo. Bien, de todas formas ya no me apetecía.
- Perdona si tardé demasiado - dije, con una sonrisa falsa, mi respiración estaba entrecortada, y a veces sorbía por la nariz, síntomas de haber estado llorando -. Me encantaría aceptar tu propuesta.
Un hogar de nuevo. Aquello me salvaría de tener que sobrevivir en las calles. ¿Por cuánto tiempo? Quién sabe, pero era una solución temporal de momento. Sin embargo, iba a tener que explicar unas cuantas cosas sobre mi vampirismo y cierta mancha de sangre en mi manga, pero de momento no. Debía encontrar el momento adecuado.
Y hablando de momento adecuado...
- ¿Qué hora es? - si el Sol salía ahora, podía darme por muerto - Oye... no quiero ser descortés pero... ¿vives muy lejos? Me gustaría llegar a casa cuanto antes. Es que... Bueno, hay... - no supe qué excusa dar, y se me trabaron las palabras - No me gusta estar fuera durante el amanecer.
Alexalmo- Vampiro Clase Media
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