Lección primera: Cómo ser una buena cortesana [Wesh y Giulietta Di Noir]

Ya era hora de arreglarse. Hoy me sentía bien, me apetecía llamar la atención. Descolgué un mini vestido del armario, de esos que suelen utilizar para bailar cabaret. Si me pusiese esto para ir por la calle, me crucificarían. Aquí dentro también llamaría la atención, pero no podrían juzgarme más de lo que ya lo hacen. Ya que estoy catalogada de prostituta, será a lo grande. Primero me puse unas bragas de encaje negro y después me enfundé en un apretado corsé. Tuve que salir al pasillo para pedir ayuda, no podía anudarlo yo sola. Al principio, noté que me faltaba el aire, pero después conseguí acostumbrarme. Era un bonito corsé de también de encaje negro, a juego con la parte de abajo, que resaltaba mis curvas. Lo siguiente fueron unas medias largas, negras, a juego con todo lo demás, unidas al corsé con un par de ligueros en cada pierna.

Después, tocó el vestido. Era color sangre, vaporoso, como si un simple soplo de aire pudiese levantarlo y desvelar todos los fascinantes secretos que oculta debajo. Me venía tan corto que dejaba ver el final de encaje de las largas medias, las cuales solo dejaban 20 centímetros de mi muslo al descubierto. El vestido casi te incitaba a seguir imaginándote el resto de la ropa interior, ligueros, bragas, corsé. No marcaba demasiado mis curvas ni tampoco tenía demasiado escote, pero eso era lo bueno, dejaba lugar a la imaginación... Menos por las piernas. Casi podía ver a una bailarina de cabaret danzando con este vestido. Levantando las piernas y dejando a la vista prácticamente todo. Había que ver la diferencia que había entre llevar este vestido a los habituales, tan pomposos y agobiantes. Como avanzan los tiempos, ¡cuánta modernidad!

Me maquillé rápidamente. Unos cuantos polvos por la cara, cierto colorete en las mejillas, perfilador negro en los párpados y pintalabios carmesí juego con el vestido. No solía ir demasiado maquillaba, no lo necesitaba. Cogí un frasco de cara colonia de olor tentador y me perfumé. Así que, tras todo eso, quedaba mi pelo. Lo cepillé con una delicadeza excesiva. Me encantaba mi pelo. Sin embargo, hoy me lo recogí, dejando unos cuantos mechones sueltos, dándome un aspecto más... ¿Salvaje? Únicamente quedaban dos cosas. Cogí unos tacones bastante altos- ya tenía bien el pie. Había tardado unos cuantos días en curarse debido a que lo había forzado demasiado después de la torcedura, pero ya estaba completamente bien. Sí, por suerte me había acostado con un buen médico- del mismo color del vestido, y me los puse. El último detalle era un precioso collar, regalo de uno de mis clientes. Había quienes preferían hacer regalos en vez de dar dinero.

Así que lista, bajé a la planta de abajo. Mis pasos eran desenfadados, los de alguien que camina por su casa. Sentía las miradas de los hombres clavándose en mí. La noche aún era joven, y había muchas presas interesantes disponibles.

Wesh habría contestado a Victoria en el momento en que ella hizo la pregunta, si no hubiera estado tan pendiente de su boca. Había seguido el voluptuoso movimiento de sus labios en cada palabra, pero le resultaba imposible captar el sentido. La materia gris de su cerebro parecía haberse hecho papilla, pero nadie podía culparle. Ningún hombre lo haría, al menos.

Habría deseado seguir considerando el rostro de Victoria como un mero marco para sus enormes ojazos. Ahora era todo boca. Carnosa. Roja. Jugosa. Hecha para besar y ser besada. Mejor aún, para ser devorada.

Wesh había sido consciente durante toda la semana de que convertir a Victoria Bennet en algo parecido a una prostituta iba a ser toda una pérdida de tiempo. Al verla aparecer con el vestido de lentejuelas que realzaba el brillo oscuro de su pelo, sus ojos y su boca, supo que no se había equivocado. Y no es que fuera un fracaso. Al contrario. Si acaso, su mejor idea. Ella nunca parecería una puta, pero podía jurar que no había visto nada más carnal en toda su existencia. Y eso que no se había atrevido a mirar más abajo del cuello. Ya tenía suficiente con hilar sus pensamientos mientras intentaba evitar cualquier imagen de esa boca curvándose lasciva entorno a su...

Tosió para aclararse la garganta y se removió en el asiento, cruzando las piernas en una postura incómoda, pero imprescindible para no alterar a la señora.

-¿Qué decías?

Ella repitió la pregunta y él fingió pensar en ello un momento; el tiempo suficiente para poder templar la voz.

-Es un buen lugar para aprender y practicar -contestó al fin, percatándose de la futilidad de todos sus intentos-. Habrá mujeres y hombres a los que observar. Y con un poco de suerte, después de lo que verás ahí dentro, serás incapaz de volver a sonrojarte.

Ya la suponía colorada debajo de tantos polvos de arroz. No dudó en alabar sus esfuerzos ya que no se traicionó con ninguna rojez inoportuna.

-Mis felicitaciones por el maquillaje. Has hecho maravillas -elogió, curvando su boca en una sonrisa irónica dirigida a sí mismo.

El carruaje frenó delante de las puertas del burdel. Reconoció el edificio donde había dejado a la señorita di Noir unos días atrás. Le entraron dudas acerca de si aquello era una buena idea, pero pensó después que quizá fuera un golpe de suerte.

La joven abandonó con rapidez el vestíbulo para llegar a la sala principal. Esbozó esa sonrisa suya. ¿Qué tenía aquel lugar que la atraía tanto? ¿Depravación? ¿Libertinaje? La atmósfera era densa, y el olor de opio calaba en lo más profundo. Otra noche más pertenecería a cualquiera de esos hombres. ¿Y sabéis qué? Le gustaba esa idea. Puta, no hay otra palabra para definirla. Le encantaba sentirse deseada, saber que perderian la cabeza por sus piernas, el sentido por sus palabras y los huevos por un mínimo roce de mejilla. Así de segura avanzó entre el gentío. El burdel empezaba a llenarse y una noche placentera se cernía sobre sus visitantes.

Giulietta sonreía sin ton ni son a cualquiera que pasaba a su lado. Estaba contenta, y le parecía que aquellos hombres giraban a su alrededor. Como cada noche, se sentía una diosa en un juego de mortales. La mujer paró ante la barra. Nunca bebía demasiado, pero solía necesitar algún estimulante para ponerse a tono. Así que, con un simple gesto, avisó al camarero que bebería lo de siempre. No tardó demasiado en servírselo, y para entonces, Giulietta ya se había encaprichado con un par de clientes. Uno alto y moreno, y otro no tan joven como el anterior, pero interesante y con pinta de ricachón. Por ahora, no habían reparado en ella, ya que no eran pocas las cortesanas que se paseaban de aquí para allá exhibiendo partes de su cuerpo, pero no dudaría de que pronto quedarían prendados con su belleza. Así es, ella y su modestia.

Sin mucho mejor que hacer mientras se acababa la copa, Giulietta atravesó con la mirada a una cortesana que pasó ante ella. Seguramente de clase baja, con un pobre vestido pero una sonrisa encantadora. A Giulietta no le gustaban las sonrisas encantadoras. Hacía mucho que se había olvidado de esbozarlas y observarlas en los labios de otras mujeres le causaba... ¿Envidia? Sin embargo, pronto desechó aquella idea. ¿Por qué iba a tener celos de nadie cuando ella era Giulietta Di Noir? No tenia sentido.

La última gota de alcohol quedó atrapada en los labios de la rubia, y dio por terminado el prólogo de su noche. Ahora empezaba lo bueno. Se decantó por el último hombre mencionado y no dudó en acercarse a él. Cómo no, éste la recibió encantado, con una cálida sonrisa. Un poco de charla superficial siguió a este encuentro. Tan superficial que la única que dio su nombre fue Giulietta. Es más, dio nombres y apellidos, por interés personal. Él no se molestó en hacerlo. ¿Para qué? La joven no solía repetir cliente, y tras una noche de pasión borraría sus recuerdos. No necesitaba llamarlo de ninguna forma para acostarse con él.

Victoria bajó del coche de alquiler apoyándose en su él con la punta de los dedos. Curvó apenas los labios en una mueca que podía ser tanto de diversión como de lástima. Envolvió su pequeña mano con la suya, mucho más grande. Cuando acabara aquella noche, conocería más de ella que el tacto delicado de sus dedos.

Parecía algo confusa, sin tener muy claro todavía cómo debía comportarse. Él no le había explicado nada. Ni lo que tuvo que hacer para convencer a la Madamme de que le permitiera llevarla aquella noche. Ni que sería el objetivo de todas las miradas. Ni cómo tenía que actuar una vez estuvieran dentro. Simplemente había ciertas cosas que era mejor aprenderlas con la práctica.

La observó con atención unos instantes y, esta vez, sí hizo el recorrido completo. El vestido le sentaba como anillo al dedo y, sin tener un corte descarado, era sencillamente provocador. Victoria aún no lo era. Sus ojos parecían incapaces de ocultar su inseguridad. Su postura, a pesar de estar erguida, no se parecía a una pose seductora. Su peinado, retirado de la cara en un intrincado recogido, dejaba parte de su cabellera suelta. Y ella la aprovechaba para cubrir el escote bajo del corpiño. ¿Por qué entonces le encendía de esa manera?

-Nunca vuelvas a ocultar tus encantos -lo que pretendía ser un consejo, sonó a orden categórica.

Wesh se acercó a la mujer, ignorando deliberadamente la pesadez que se había asentado en su ingle. Alzó los brazos y hundió los dedos en las hebras de su pelo, a la altura de la nuca. Fue retirando lentamente la capa que su cabello había formado alrededor de sus hombros, exponiendo así su piel inmaculada. Esta vez, su mirada se vio atraída sin remedio a la pálida curva de sus senos y todo lo que se le pasó por la cabeza fue dar las gracias por ser un hombre alto.

-Cálmate -susurró con la voz que utilizaba para los niños asustados. La respiración de Victoria era agitada y apretaba las manos en puños, como si tuviera que reprimir con gran esfuerzo la necesidad de cubrirse-. No va a sucederte nada esta noche. Estoy contigo -no la violentó más con su mirada y la clavó en sus ojos, agrandados por el miedo-. No dejaré que nadie se te acerque si tú no quieres. Pero para eso tendré que acercarme yo.

Se ubicó a su lado y deslizó un brazo por su cintura. Hizo como que no se percató del escalofrío que la recorrió. Caminaron juntos hacia la puerta y apenas tuvieron que esperar a que el portero les diera paso al lujoso interior.

La tenue iluminación de la entrada y los sonidos apagados, eran meras ilusiones. Según se acercaban a los grandes salones, el murmullo de voces pasaba a ser una verdadera algarabía y todos los candelabros brillaban como antorchas. Las lámparas de araña se sucedían una tras otra y los cristales titilaban como diamantes recién pulidos.

Las grandes puertas se abrieron antes de que las tocaran. Al ver la multitud que se divertía dentro, Victoria dejó escapar una exclamación de asombro. Aún no era muy tarde, por lo que la mayor parte de la ropa seguía en su lugar. El champán corría por doquier y una música alegre se escapaba desde una de las balconadas. Bien pensado, si no fuera por las prendas poco decorosas de las féminas, no se diferenciaba mucho de una fiesta de la alta sociedad. Esa sensación se agrandó al darse cuenta de que un lugar allí tampoco podía costeárselo cualquiera.

-Empieza el espectáculo -susurró en el oído de Victoria con una sonrisa maliciosa.

Apretó ligeramente su cintura y entraron con paso firme en el salón. Unas cuantas cabezas se giraron a su paso, pero en general cada uno se ocupaba de sus asuntos. De reojo, vio la palidez en el rostro de Victoria y la acercó más a él.

-Recuerda que tienes que sonreír, encanto -sus labios se curvaron con un temblor casi imperceptible-. Y mírame de vez en cuando como si quisieras devorarme -ella le lanzó un vistazo furioso que Wesh ignoró-. No te olvides de que hoy eres mi amante.

Prefirió centrarse en la gente que les rodeaba en lugar de darle vueltas a la implicación de sus palabras. Pronto, llegaron a una mesa llena de copas. Wesh vio a unos cuantos antiguos clientes que, advirtieron su presencia, pero no intentaron saludarle. Él tampoco lo hizo. Era mejor para todos que nadie sospechara de sus contactos.

Lo que no había previsto era encontrarse cara a cara con la mujer de París que más consciente era de lo que significaba ser una cortesana. Y también la que más disfrutaba de su trabajo.

-¡Qué el cielo nos asista! -murmuró cuando se encontró cara a cara con la señorita Giulietta di Noir.

Las caricias de aquel hombre resultaban cálidas. En efecto, Giulietta no había errado en la hipótesis sobre el dinero que poseía. Clase alta y anillo en el dedo. Infiel. La rubia lo tenía completamente en el bote. No apartaba su mirada del vestido escarlata, intentando adivinar las formas que habría debajo. Pero al parcer había sido un hombre "bien" educado y no osaba propasarse en un sitio tan atestado de gente. Bah, aburridos.

A punto de marcharse ya hacia su habitación con aquel hombre, Giulietta sintió una presión en el hombro. Se giró rápidamente para observar a una de las encargadas del burdel. Inès.
-Mira que sois oportuna, de verdad.- murmuró la joven.-¿Qué queréis ahora?
La rubia notó la mirada asesina de la mujer. Seguro que de ser por ella la habría matado nada más pisar el burdel. En fin, no todos los sueños se cumplen.
-¡¿Qué hace vuestro amigo aquí, señorita?! -preguntó con muy malas pulgas. Giulietta alzó las cejas, sorprendida.
-Querida, yo no tengo amigos.- respondió para después girarse y hacer caso omiso de sus gritos. Mientras se alejaba tirando de su hombre, pudo escuchar un resignado bufido y una divertida sonrisa asomó a su rostro. Pagaría por esto.

Sin embargo, no pudo evitar pararse de camino. Había pasado al lado de unos cuantos hombres que se daban codazos diciendo cosas como: "Eh, mirad a la morena esa." o "Le quitaría ese vestido amarillo a bocados". Y evidentemente, no se referian a la rubia. Podéis imaginaros como le sentó eso, ¿verdad? Se disculpó con su primer cliente de la noche, dispuesta a girarse y a hacer polvo a esa mujerzucha del tres al cuarto. Pero, ¿adivináis con quien se topó su mirada mientras buscaba a aquella morena? Wesh. ¿Wesh? ¿No era él el que tanto despreciaba los burdeles? ¡Cuántas sorpresas le reservaba esa noche a Giulietta!

Así que ni ancha ni perezosa, se dirigió hacia su posición, sin rastro alguno de la anterior torcedura de tobillo. La rubia pasaba entre el gentío con un porte alto, el característico de la gente de alta cuna. Eso era algo de su pasado que nunca podría olvidar. A poca distancia del hombre, se hizo notar.
-¡Wesh! ¿Cómo tú por aquí?- dijo con un tono de voz más bien alto para que pudiese escucharla por encima del ruido del local.- Está claro que no podías pasar más tiempo sin mí.- Vaya, vaya, por suerte, habían pillado a la rubia de buen humor. ¿O sería que encontrarse con el gitano causaba ese efecto en ella? No se detuvo hasta encontrarse a escasos centímetros de su cuerpo, pero sin llegar a rozarse. A punto de agarrarlo por la camisa para reclamarlo como suyo, Giulietta se fijó en una figura que emergía por detrás del enorme hombre. La rubia retrocedió un par de pasos, con el entrecejo fruncido. Así que aquella era la morena, la del vestido amarillo. Su boca se frunció con crueldad, dispuesta a hundir lo que había de ella. Pero antes, tendría que saber más, ya que estaba claro que esa mujer no vivía en el burdel. ¿Una puta? Espera, espera... ¿La puta de Wesh? ¡Imposible! ¿No era él el que decía que podía buscarse su propia compañía?- Wesh, ¿quién es esta? Deberías saber que no acepto tríos.-

Observó a Giulietta dirigirse a ellos. Se fijó en que la mirada de la cortesana pasaba de Victoria a él casi de forma descontrolada. Estaba seguro de que la curiosidad la carcomía por dentro

Wesh intentó por todos los medios moderar la expresión de su rostro, pero mucho se temía que por un instante la había mirado como si se acercaran a él las siete plagas de Egipto; todas a la vez. No era que la muchacha fuera una molestia por sí misma. Ni siquiera le daría la oportunidad de descubrir su plan delante de todo el prostíbulo. Era simplemente que, cuando más discreción necesitaba, la mujer más notoria de todo el burdel -por no decir de medio París-, se dirigía hacia él con la intención obvia de hacer cualquier cosa menos pasar desapercibida. Entonces, abrió la boca y definitivamente pasaron a ser el centro de atención. Aunque él únicamente llegó a captar el sentido de la palabra "trío".

Sintió las uñas de Victoria clavarse en su pecho y se apresuró a cubrirlas con su mano, para que nadie apreciara la tensión en sus dedos. Con el otro brazo, a acercó más a su cuerpo, atrayéndola por la cintura. Una curva deliciosa, por cierto. Y, demasiado tarde, se dio cuenta de que con aquel disfraz, Victoria no podría ser Victor. ¿Cómo diablos se le había olvidado pactar un nombre con ella? Contestó entonces de manera que la atención pudiera alejarse de Victoria.

-No esperaba encontrarte aquí a estas horas, Giulietta. Pensé que estarías en la cama con algún pardillo -una forma nada sutil de responderla en público, pero tal como le había hablado ella, era menos de lo que se merecía-. Por no decir que ya estoy bien acompañado -apretó más la cintura de Victoria, dejando cada una de sus curvas, bien pegada a su cuerpo. Esperaba que el sentido de la propiedad no le pasara desapercibido a nadie-. Un trío es en lo último que habría pensado.

Con la mirada retaba a Giulietta a que soltara alguna otra perla, y al mismo tiempo la advertía de que no se le ocurriera hacerlo.

Con que esas tenía. Ella se "esforzaba" en parecer simpática y así se lo devolvía el gitano. Además, el rostro de su amiguita contrajo una expresión de horror. En un arrebato pasional, o en uno de no se sabe qué, lo agarró por la camisa. Giulietta pudo observar la forma en la que Wesh atrajo el cuerpo de su "puta", forma demasiado protectora comparada con la pasión y salvajismo de los amantes que acudían al lugar.

Durante un momento, apartó las cuestiones existenciales que pululaban por su cabeza. Empezaban a llamar la atención. Las cortesanas echaban ojeadas distraídas, los clientes se fijaban más. Las bordes y frías palabras del gitano consiguieron distraerla un instante para sentir algo parecido al rechazo, pero momentos después, lograron avivar la llama de su curiosidad. ¿Quién era esa mujer a la que Wesh rodeaba con sus enormes brazos como si no hubiera mañana? La mirada de ella era demasiado inocente para ser fingida.

La joven ignoró las provocaciones del gitano, pues que no eran lo que más le interesaba en esos instantes. Toda su atención recaía en la "tímida prostituta" que pegaba sus curvas al cuerpo de él. Y ya no había nada que pudiese pararla.

-¿Cómo te llamas? No me suena haberte visto por aquí.- y esta última palabra la pronunció con sentido de la propiedad, dejándole entender que ese no era su sitio, que se movía por territorios ajenos. Dicho esto, volvió a clavar su mirada en Wesh.- Querido, ¿no eras tú el que presumía de saber buscar compañía por ti mismo? ¡Cuánta incoherencia!- añadió. Después, desvió la mirada hacia una esquina, donde una pareja se regalaba más que caricias inocentes. Ni siquiera esbozó una sonrisita picarona, estaba distraída. ¿Qué le pasaba? Podía irse con cualquier otro hombre que fuese consciente de su importancia y la tratase como se merecía. Y encima, cobrando. Pero no, ella tenía que estar donde menos se deseaba su presencia, tocando las narices, para variar. Estos pensamientos sí consiguieron arrancarle una sonrisa. No era verdadera, pero sí una sonrisa al fin y al cabo.

Con estas, centró su atención de nuevo en la morena, que parecía ir empequeñeciendo por momentos. Le recordaba a ella la primera vez que había pisado el burdel, en tensión, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas. ¿Qué harían aquí? La rubia buscaba respuestas en esos enormes ojos marrones, a la vez que la presionaba para que respondiese a sus preguntas.

Como Giulietta no se había dirigido a él, no creyó conveniente responder; aunque por alguna razón el corazón se le subió a la garganta. La prueba había empezado para Victoria nada más traspasar la puerta del umbral. Y si lograba convencer a la cortesana, podrían irse de allí con un gran éxito. Sinceramente, que Giulietta descubriera su secreto, no le apetecía lo más mínimo. A saber con qué querría negociar esa información.

La respuesta de Victoria, sin embargo, fue firme y creíble. Es más, la mano que bajó por su abdomen acrecentó mucho la sensación de que sabía lo que hacía... Sobre todo teniendo en cuenta que su miembro no había podido relajarse ante la caricia y ahora se abultaba visible entre los faldones de la chaqueta. No demasiado; lo justo para que los avispados ojos de Giulietta captaran el mensaje. ¿De verdad la noble dama se estaba comportando como cualquier cortesana? De momento podía pasar incluso por una de las buenas.

-Lo he intentado, al menos -respondió, refiriéndose al comentario sobre la ocupación de los últimos días de la que se hacía pasar por su amante

Dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa complacida, aunque la sorpresa por la actuación de Victoria fuera también grande. Estiró aún más una de las comisuras de su boca cuando agachó la mirada hacia la mujer, dejando con eso que ella viera su aprobación. También dejó resbalar la mano con la que agarraba su cintura, delineando la curva de su cuerpo hasta apoyarla en la cadera de la mujer. Se volvió de nuevo hacia Giulietta, que no perdía detalle y esperó ansioso su veredicto. Su empleadora había sido buena, pero la cortesana también lo era. Supuso que la batalla aún no había terminado. Y mucho menos la guerra. Lo que no le apetecía era ser el centro de atención del burdel, o serlo al menos en un lugar tan visible.

-Quizá quieras tomarte una copa con nosotros -la inflexión en su voz intentaba dejar claro que no aceptaría un no como respuesta -. ¿Te parece bien aquella mesa? -preguntó, señalando un discreto aparador de una esquina con cuatro copas que aún nadie había reclamado.

No le dio muchas opciones a negarse. Sin soltar a Victoria de su lado derecho, agarró a Giulietta desde el izquierdo y prácticamente la obligó a caminar hacia el lugar indicado.

Abie. Abie entretenía a Wesh. Esa fue la única información asimilada en un par de segundos. Y, sin embargo, pudo observar como la mano con la que anteriormente había agarrado el pecho del hombre se deslizaba, juguetona e insinuante, hasta su tórax, como bien había resbalado la mano de Giulietta hacía unos cuantos días. Y, como entonces, ahora su pantalón se abultaba. Así que, ¿su puta? ¿De verdad? Seguía habiendo algo que no cuadraba. ¿Por qué Wesh le sonreía de esa forma? ¿Por qué seguía tratándola cariñosamente cuando ya habían pasado un par de noches juntas, si su trabajo consistía en comportarse como un objeto del que disfrutar? O es que, ¿había algo más?

De todas formas, ¿qué más le daba a ella? Le gustaba curiosear, cotillear y chismorrear, pero poco más. No podría hacer ningún daño difundiendo lo cariñoso que era el gitano con Abie. Y eso, le molestó. Y, si ella lo complacía tan bien, ¿qué se les había perdido por el burdel, sino buscaban un trío? Sí, bastante extraño, pero no iba a descubrir nada interesante tan solo dándole vueltas en su mentecilla.

A punto de abrir la boca para soltar alguna pregunta incómoda, se encontró arrastrada por Wesh. Ah, sí, había mencionado algo de una copa. Al principio, estuvo a punto de trastabillar por la brusquedad del hombre, pero sujeta en su brazo volvió a recuperar la posición. Los hombres los miraban. Algunos curiosos a él, tal vez por las dos mujeres que caminaban entre sus brazos. Otros devoradores a ellas. Giulietta no tardó demasiado de escabullirse de su opresión, para caminar libre al lado de la "pareja", con los mismos andares provocadores con los que llevaba moviéndose toda la noche.

La joven rubia ya había tomado una copa de alcohol, pero aceptó de buen grado otra. Así pues, se sentó en una de las sillas libres, con los ojos clavados en las acciones del par de tortolitos. Giulietta tenía las piernas cruzadas, insinuante, aunque siempre prefería sentarse en un regazo calentito que en una fría silla. ¿Cómo se sentarían ellos?

-En fin, sí, creo que me "apetece" tomar una copa.- respondió tras el primer trago de una de las que se alzaban sobre la mesa. Era un alcohol fuerte, que le causó un ardor inmediato en la garganta.- Y bien, ¿qué andáis buscando por aquí?- preguntó como quien no quiere la cosa, para después permitir que una sonrisa curiosa asomara a su rostro.

A Giulietta no le pasó desapercibida la muda respuesta de la morena, pero en ese momento decidió centrarse en las explicaciones de Wesh. ¡Bingo! ¡Había acertado a la primera! ¿Qué otra explicación podía tener su presencia por aquí si no?

-Yo siempre soy la mejor opción.- respondió, cortante y rápida, contestación que después desembocó en una irónica sonrisa. Sabía que no podría atacar a Wesh, pero, ¿por qué no intentarlo con su acompañante?- La verdad es que no me extraña que te aburras, muy bonita tu prostituta, pero la verdad es que parece bastante paradita.- comentario que acompañó con una sonrisa angelical para intentar exculparse.- Y sí, querido, yo podría entretenerte mucho- musitó, ya no burlona, ególatra o provocadora, sino una respuesta sincera de lo que realmente pensaba, una afirmación cierta en toda regla.-, pero no a ella. Como he dicho antes, no acepto tríos.- y, recordado esto, dirigió su mirada, expectante, al rostro de Abie, deseosa de observar su reacción.

Seguía habiendo datos que no cuadraban. ¿Pasar de no querer putas a pedir un más gente en la cama? Raro como mínimo. ¿Y la horrorizada expresión de ella al escuchar la palabra "trío" en boca de Giulietta? Fuera del burdel, aquella palabra era tabú, pero dentro... Dentro todo estaba permitido, sin temas prohibidos, sin conversaciones censuradas. Y, una prostituta, debería estar curada de espanto respecto a todo esto. Así que, si continuaba por ese camino, tal vez sacaría algo en claro.

-Pero tengo compañeras que seguramente acepten, si tenéis dinero... Incluso compañeros.- y esta vez, observó con el mismo descaro de siempre al gitano. Durante unos segundos no añadió nada más, pero después rió, divertida ante esta nueva y diferente situación. Decidió lanzarse, apostar con todo.- En cuanto deseéis, puedo acompañaros hasta la habitación de algunas de las que tienen la mentalidad más abierta.- Y las piernas también, pero aquél fue un dato que la joven se ahorró. Estuvo a punto de añadir un "O a la de algunos", pero pensó que eso era cruzar el límite. A ninguno de los dos se les veía con cara de venir buscando algo así.- ¿Y bien Abie, tú que dices?- preguntó, excluyendo completamente al gitano que ya había respondido, igual de dervergonzado que Giulietta. Y no le interesaba que volvieran a salirse por la tangente, quería acorralar al eslabón débil, que en ese caso, vestía de amarillo.