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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Eliz Aldridge Vie Sep 09, 2011 10:25 pm

La silueta de una mujer es decorada por los rayos plateados de una pálida luna que, suspendida por alfileres imaginarios, reposa en lo alto del firmamento majestuosamente. Ella ha sido testigo de tantos amantes, de los sacrificios con los cuales la tierra se ha nutrido desde el principio de todos los tiempos. Esta noche no es diferente, la desgraciada se carcajea ante los confusos pensamientos de un inmortal que pasea por los jardines de una abadía, no es cualquiera pues se trata del hogar de los Windsor. Las plantas reciben el rocío de la noche al igual que una doncella enamorada abre sus sentidos para escuchar el poema de su amante. El viento sopla con debilidad, es otoño y las hojas de desprenden de los árboles, danzan en su caída, tan seguras de si mismas que parecieran ser las plumas de esas alas, de esos ángeles que no existen. Elizabeth sonríe mientras recoge las faldillas de su vestido carmín, el encaje que resalta la belleza de la seda es igual de negro que las profundidades del océano. Sus pasos dejan un eco tras su camino, el rubí que se aferra a su cuello destella cuando la poca luminiscencia lo besa delicadamente. La mirada de la vampiresa se clava en el umbral de esa puerta, ninguno de ellos sabía que llegaría de visita esa noche, ¿No es la sorpresa la mejor arma? Deja que su perfume se revuelque con la ventisca, despeina su cabello, cae por su espalda, las ondas bailan un vals perecedero…

Ha recorrido los jardines que rodean la residencia, sube las escaleras mientras observa con sus orbes claros la imponencia de esos muros. Más allá de cualquier asombro mortal por la construcción, debía ser impresionada por lo que se esconde tras las puertas, los secretos que los humanos han tratado de descifrar y han muerto en el intento. La comisura de sus labios se curva en una sonrisa tétrica. Su presencia se anuncia con cada gélido susurro de la noche, cada maldito rincón de ese sitio sería embriagado con el aroma sepulcral de un muerto errante. Parada frente a la colosal puerta, admira con desdén el regocijo de la abadía, se cree mayor que ella por ser una construcción antigua, ¡Infeliz y desgraciada! No hay nadie allí que haya vivido más tiempo que Elizabeth, al menos no por ahora. Relame sus labios sintiendo la resequedad en su garganta ¿Una copa de vino apagaría su sed? No, necesita algo un poco más espeso y salado… Carraspea.

No necesita una llave para traspasar esas puertas, se adentra en la Mansión… Nadie la espera. El hall de la entrada la recibe con un candelabro glorioso, las llamas de sus velas parecen esfumarse cuando la acompaña esa caricia del viento, sólo una de cientos se apaga. El humo asciende dejando su silueta gris con figuras inimaginables. Las escaleras parecen interminables pero no le importa. Camina hasta ellas para subirlas con gracia y seguridad, quien la observara se daría cuenta de quien es esa mujer. Los pasillos se mueren de envidia, no interesa que tan ostentados estén con esas pinturas, mucho menos el tapiz con el cual han sido disfrazados esos años que se ha mantenido de pie. La madera rechina anunciando sus pasos, pronto llegará a la habitación en la cual quiere estar. No espera que él esté allí, pero sin duda tiene que estarlo, es eso o la espera de Eliz a su regreso. No es prudente que esa mujer se este quieta sin hacer nada, se aburre fácilmente y, cuando eso ocurre… ¿Cuántas almas se pueden llevar al infierno en un minuto? Allana los finos aposentos, la servidumbre la ha escuchado llegar, le temen… -Madame, ¿se le ofrece algo?- titubea, ni siquiera se atreve a mirarla a los ojos. Sépase que no es la primera vez en que Elizabeth visita esa casa, por ende la muchacha sabe de quien se trata. La vampiresa sonríe con un fúnebre encanto, lo que ella necesita es un poco de esa joya que corre impacientemente por sus venas, con cada latido de su corazón virgen; se desenfundan los colmillos, sus orbes destellan de un color más obscuro, se prepara para atacar y es en ese preciso instante que…
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Mensaje por Invitado Vie Sep 16, 2011 6:33 pm

Esta noche solo quería estar en la abadía, cansado de las noches de fiesta había decidido darme un tiempo para pensar. Las obligaciones que de pronto habían caído sobre mis hombros no me daban un respiro apropiado y extrañaba esa libertad de hace unos meses en la que las cosas parecían más sencillas, sabía que solo faltaban unos días para cumplir mi objetivo y que luego recobraría las noches en las que volvería a disfrutar de la eternidad. Esta noche la dedique a visitar mi biblioteca personal, los estantes del piso al techo reflejaban sombras inmaculadas en el suelo bañado por la luz de la luna. Mis dedos pasearon entre los títulos de los libros, todos leídos, todos amados como a una mujer debido que si para alguien tenía fidelidad era solo para la literatura. Homero, Herodoto, Ovidio, Sócrates. Eurípides, Sófocles…y sus textos inmortales como yo. Un poco mas allá me encontré con los libros de historia, había conocido algunos de mis pares que solo los usaban de adorno pero afortunadamente nadie de mi familia corría la misma suerte o me podrían avergonzar de llevar la misma sangre.

Encontré a las Báquides y empecé a leer la corta tragedia. Sentado en una butaca disfrute de cada línea, de cada palabra, de cada muerte, de la tragedia…y el efecto que más me gustaba de toda obra: la anagnórisis. El final de esa obra siempre había sido de mi disfrute y al terminar con ella la deje sobre la mesa de salón que se encontraba al lado de la butaca. Me recline en el espaldar apoyando la cabeza y cerrando los ojos, pensaba, pensaba y pensaba sin poder callar la voz de mi conciencia que me decía esto y aquello, que me recordaba una cosa que no había hecho y otra que tenía que hacer. Después de media hora pude encontrar la tranquilidad que anhelaba, la voz había callado y solo existía un excelso silencio.

Recobrando un humor que me había faltado los últimos días, me puse de pie y fui al salón de música, me senté al piano y empecé a tocar el Requiem que un compositor de la corte había adaptado para el piano, la obra de Mozart era de mi gusto particular pero esa adaptación no era ni la punta de buena de la que se me antojaba escuchar de la sinfónica de Londres, cuando regresara a mi país sería lo primero que ordenaría que prepararan. Mis dedos se deslizaron una vez mas pero esta vez en las teclas, cerré los ojos una vez mas y escuche en mi cabeza el canto del coro, los violines, y empece a recordar una vida humana y un tiempo lejano y…la muerte. Parecía que el signo de la fatalidad hubiera sido marcado con un compás y retire las manos instintivamente, decidí retirarme a mi habitación, el lugar mas tranquilo aunque no hubiera ni un sonido más que el mío en la casa, ese lugar era mi propio santuario por diversas razones.

Entre y cerré la puerta detrás de mi, me dirigí al cuarto de baño y moje mi rostro con el agua de la fuente de cristal, no sentía frío, solo una leve humedad, no sentía el roce que los humanos sienten con cada gota ni esa sensación de estar fresco, solo era agua en un rostro de mármol. La puerta de mi habitación se abrió y pensé que a uno de los sirvientes se le había ocurrido perturbar mi paz aunque sabían que no debían interferir sin que se les pidiera, eso o probablemente alguien había llegado y estaban anunciado una visita pero quien llegaría a un lugar sin ser invitado?. Al escuchar su voz todo quedo claro, ella no necesitaba invitación porque ella había acostumbrado entrar a mi habitación sin pedirlo como yo a la de ella cuando su cuerpo se hacia tan deseable como el de una manzana prohibida.

-Lo que se le ofrece ya lo ha encontrado- dije mientras salía al dormitorio, hice una seña a la sirvienta para que se retirara y nos dejara solos. La observe por unos segundos y luego camine al otro extremo de la habitación para abrir las cortinas que todo el día permanecían cerradas para ocultarme de todo vestigio de luz solar –Las noches se han hecho mas largas y Eliz se presenta ante aquel que una vez fue amante e hijo, crees que tenga el complejo de Edipo?- pregunte sin saludar antes, no creía que fuera necesario tratándose de ella, entre nosotros no existía una línea que separara lo que quisiéramos decirnos, ni hubo una línea que nos separara cuando decidimos compartir el lecho -A que debo el placer de tu compañia...no es muy usual verte a menudo, en especial desde que llegamos a Paris- conclui y me quede mirando por el ventanal hacia las sombras que proyectaban los arboles de los jardines.
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Mensaje por Eliz Aldridge Mar Oct 04, 2011 10:12 pm

¿Qué es el tiempo? ¿Puede resumirse? ¿Tiene final? ¿Es calculable?...

Las gotas de agua sobre el cuerpo marmóreo de Dorian, invitaban a la dama a perder el control como aquellas noches en las que su entrega acallaba esa voz de la desesperación en la necesidad más primitiva de los humanos, la libido. No estaba allí para perder el control y arrojarse a los brazos de su ‘hijo’ sólo porque el tiempo les había separado durante un par de años, tal vez fueron meses ¿A quién le importa? Sus orbes azules viajan desde la doncella hasta el hombre, sus labios forman esa curvatura semejante a una sonrisa tajante. Gira sobre sus talones para tener acceso a una mejor visión sobre lo que él le ofrece, se sienta sobre un sofá frente a él, su ceja derecha se arquea –Siempre sabes como recibirme Dorian- Comenta con una voz firme, segura de si misma, porque sabe lo que dice, porque él entenderá lo explícito en la frase. Elizabeth podría asegurar que el complejo de Edipo describe sólo la mitad de la relación que ellos han mantenido durante décadas. ¿Alguien los juzgaría por cometer semejante atrocidad cuando es un instinto del cual nadie está exento? A estas alturas ni siquiera Dios puede juzgarla. – Y apuesto que disfrutaste del tiempo en que desaparecí de tu vida – Sentencia. Como su ‘Madre’, conoce cuales son las manías que posee, esas adicciones que habían estado presentes en su ser incluso antes de que la noche eterna lo abrazara para concederle algo tan majestuosamente mortífero como la inmortalidad. La vampiresa niega un par de veces con su cabeza y se pone de pie dirigiéndose hasta él, lo rodea con sus pasos, admira su silueta, su cuerpo, cada maldito cabello húmedo de su cabeza. La mano izquierda de la dama se posa en el hombro derecho del varón y se desliza sobre su espalda con una caricia ininterrumpida. La suavidad en la yema de sus dedos sólo se puede comparar con la más fina de las sedas, debería admitir que esta tampoco le haría frente a una piel tan aparentemente delicada como la de ella. Se detiene tras su espalda para susurrarle al oído –He venido a encadenarte- El aliento de Elizabeth choca contra el lóbulo de Dorian, si fuese un humano cualquiera, lo gélido de su vaho habría confundido sus terminales nerviosas para crear esa erizada piel por todo su cuerpo.

No le ha mentido, ahora más que nunca necesitaba que Dorian se comportara como el Rey que aparentaba ser y no como el adolecente que se había quedado estancado en sus pensamientos actuando de forma irracional. Abaddon había regresado, algunos ya comentaban de su presencia entre los concurridos callejones de París, pero no eran más que mitos de los sabios siendo juzgados como dementes por los que ignoran la existencia de la Caramilla. ¿Preocupación? Por supuesto que Eliz debe estar preocupada por el giro de las cosas. Sus hijos serían puestos a prueba ante los ojos del mismo Abaddon y si la prueba no era alcanzada por alguno de ellos, el final se escribiría en el libro de su existencia, así que Elizabeth reconoce que el tiempo llega a su fin sólo para aquellos que no están preparados para soportarlo en su totalidad y después de dos milenios, aún no está completamente segura de haber llegado a una conclusión. Se aparta de él recogiendo el vestido entre sus manos para escapar con mayor gracilidad. Le da la espalda. –Tus noches como las habías conocido hasta ahora, terminaron Dorian. Tus responsabilidades incrementaron… Y no me vengas con la complejidad que has tenido durante estos últimos meses porque eso no es nada – Vuelve a girar, esta vez para clavar su mirada en esos ojos celestes de Dorian –Él ha regresado, te hará la prueba… Si no lo consigues morirás y si lo logras tendrás que dejar de ser el niño mimado. Eso es lo que me ha traído hasta aquí.- Su mirar es férreo, necesita presentarse como la mujer que es aún por encima de rebajarse a ser una amante. Ella fue, es y será toda una perra si así se necesita, sin importar que se trate de ellos, ser estricta... ¿Ayudaría? Elizabeth espera que así sea.

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Mensaje por Invitado Sáb Oct 22, 2011 8:46 pm

Sonreí cuando comento que sabia recibirla, en verdad no era necesario esperar un recibimiento de mi parte porque ella siempre era bienvenida en mi habitación, desde el principio había sido la única persona que salía y entraba allí sin tener que requerir permiso. Ya hace más de quinientos años toda frontera entre los dos se había traspasado, no teníamos límites y si bien le debía a ella mi inmortalidad no era algo que en su momento significara una traba para que termináramos como amantes -¿Cómo podría haberlo disfrutado?- le pregunte porque ella sabía bien a que me refería. Estar junto a su piel hacia que el tiempo de detuviese y que olvidáramos que teníamos obligaciones. Separarnos fue justamente una de las decisiones adoptadas por ambos para no quedarnos sumergidos en una lujuria eterna y quedarnos encerrados en cuatro paredes de las que no se veía cuando podríamos salir. No recordaba si fueron meses o más tiempo el que solo nos habíamos visto para asuntos estrictamente protocolares u obligatorios.

Ella se dirigió hacia y me rodeo como muchas veces lo había hecho en el pasado antes de que el deseo sexual nos condujera a desvestirnos y a pasar días o quizá semanas enteras entre sabanas. No puedo evitar reír de su comentario y mi mirada se posa sobre su hermoso rostro, el que nunca cambiaria un decimo –Suerte con ello, bien sabes que a nadie le ha sido posible encadenarme de ninguna forma, ni a ti en el pasado- respondí aun siguiéndola con la mirada. Hubo un tiempo en el que Eliz me veía como un amante que pertenecería solo a sus labios y esclavizado a su piel pero se había equivocado. No existía mujer en el mundo que pudiera llegar a encadenarme a su lado, mi corazón estaba muerto y todo lo que en mi existía era el deseo sexual, era incapaz de amar y si se diera el caso de sentir un aprecio similar estaría definitivamente enfocado a mí mismo. Narcisista, ególatra, individualista, fuera del papel del rey que se preocupaba de su nación estaba el vampiro que se preocupaba solo por sí mismo.

Sin embargo, ese no parece ser el verdadero motivo que la trae a mi esta noche. Noté que algo la preocupaba y sabia que me lo haría conocer ya que así era ella, no dejaba nada para después. La vi darme la espalda para moverse al otro lado de la habitación, la seguí dos pasos y desvié mi caminar hacia la cama donde me senté en uno de los bordes, desde allí la escuche sin interrupción. Después de sostener su mirada y de que ella hubo lanzado su advertencia me deje caer sobre la cama como si estuviera cansado, nosotros nunca solíamos estarlo pero este era un cansancio de mi existencia, tantos años habían transcurridos y finalmente llegaba la hora en la que sería pesado y medido por unos extraños a los que lo único que les importaba era que les fuera de alguna utilidad, ¿no había probado ya serlo?. La Camarilla, un acuerdo con el mismísimo diablo que habíamos firmado al aceptar ser transformados. Sujetos a una ley dictada desde tiempos inmemorables, ellos tenían razón en su preocupación y la compartíamos pero no creía que fuera necesario llegar a lo que ella ahora me decía.

Cerré los ojos y sentí su mirada sobre mí, esperaba una respuesta –Siempre supimos que este momento llegaría, ahora que está a nuestras puertas solo nos queda aceptar lo que tenga que ser- respondí tranquilo ante su preocupación. Tenía claro que la muerte final nos acechaba desde la llegada de Abaddon, no tenía idea de cómo se le ocurrirá ponernos a prueba pero Eliz nos había advertido antes que no sería algo fácil. –Hare lo posible por no defraudarte pero también quiero que sepas que no me aferrare a una vida que encuentro vacía. La muerte quizá sea un alivio después de tantos años ¿no te parece?, que sea lo que tenga que ser- finalicé. Abrí los ojos y sonreí devolviéndole la mirada, apoye la cabeza sobre ambos brazos y me quede en silencio sin perder la sonrisa. Hasta hace trescientos años las palabras de Eliz me abrían causado un espasmo, quizá hubiera tenido miedo y me hubiera preocupado por preguntar cuando, donde y cuál sería mi prueba pero en la actualidad no me importaba. Mi vida era rutinaria, aburrida, si bien llena de lujos no había ningún significado especial que me diera una razón para seguir así por toda la eternidad. Aceptaria conforme vivir si pasaba la prueba y seguiría buscándole un significado a las noches eternas donde solo la soledad había sido la más fiel de mis amantes, en caso de morir solo me preocuparía del destino que le esperaría a mis hermanos, el único lazo que había conservado de mi humanidad.
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Mensaje por Eliz Aldridge Miér Nov 02, 2011 6:31 pm

Una tenue sonrisa aparece en su rostro, Elizabeth no pretendía amarrarlo a las patas de una cama, lo que ella desea es más complicado que la misma palabra utilizada. Entiende que no cualquiera puede ser abrazado y convertirse en un ídolo del vampirismo, si ese era el pensamiento de Dorian después de tanto tiempo, entonces ella se había equivocado en su elección; era una reverenda pena el encontrarse con ese sentimiento de decadencia, no perdería nada si él llegase a fracasar sólo tiempo y de ese tiene una toda eternidad aún cuando no se recuperará nunca. Sus pupilas se clavan en el pétreo cuerpo de su hijo ¿Cómo poder olvidar algo que ha sido suyo incontables veces? Rosar con la yema de sus dedos esa piel, besar sus labios y absorber su esencia en cada mordisco, fundirse en una lujuria que late desde sus sexos reemplazando las punzadas de su corazón… Muerde el labio inferior y lucha por mantenerse en su lugar. Las gotas de agua que resbalan desde el nacimiento de su cabello, a través de su rostro, su cuello, pecho… Son un incentivo que grita con fuerte desesperación; el viento sopla tratando de desquebrajar el cristal de las ventanas y el demonio se carcajea en el lóbulo de la morena. Después de dos segundos, Eliz se posa encima de él como un maldito felino que desea acaparar todo el territorio posible. La comisura de sus labios rosan con pereza las fauces del vampiro, suspira y su vaho sale disparado desde lo más profundo de sus entrañas, jodidamente adictivo y malditamente delicioso. –En ese caso tendré que matarte, pero primero…- Su boca se curvea en una sonrisa maléfica ¿Quién la detendría? Después de esas noches entrelazados en las sábanas de cualquier cama, olvidar no era sencillo, no cuando se trata de él, no cuando se trata de ella.

Sus manos crean caricias en forma de círculos imaginarios en el torso de Dorian, sus labios se inmolan en los suyos, un beso apasionado que obliga a su lengua batallar con la ajena. ¿Quién ganaría? El cabello semirecogido de la vampiresa cae por el arco de su cuello y alcanza a rosar deliberadamente la piel blanquecina de su varón. Se separa de él, desciende hasta su cuello, los colmillos se desenfundan y rasgan sólo un poco… La sangre púrpura aparece en cuanto retira su boca de allí, las gotas son como rubís destellantes en mitad de la noche y por debajo de los plateados rayos de la luna. Esa lengua viperina de la fémina pasa por los rasguños y la sangre queda teñida en la comisura de sus fauces. Se la traga. Poseída por el deseo irrefutable de poseerlo una vez más, baja por el sendero que divide su torso, siempre clavando sus orbes con ferocidad en los suyos. Aparta la toalla que le resta sensualidad al hombre, deja al descubierto esa potente virilidad. La boca de Eliz se prepara, sonríe antes de invitarlo a su interior, exhala el aire que no necesita en sus pulmones e hidrata la resequedad de su miembro con el calor de su aliento. Sus manos se extienden por todo el pecho de Dorian pero con contraídas al instante pausadamente mientras sus uñas se encargan de dejar unas marcas de diez líenas sobre el lienzo que ha inventado, arañazos que desaparecen al instante debido a su escasa profundidad. No quería herirlo, no por el momento. Ahora sus palmas secuestran su virilidad, su maestría le lleva a crear masajes estimulantes desde la base, tronco y punta… Pero no es el único que se ve vestido con caricias de impúdica naturaleza, Elizabeth se encarga de estimular toda esa zona. Se inclina para quedar a escasos centímetros de su piel, se muerde el labio inferior y después deposita un ligero mordisco al lado de su sexo.
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Mensaje por Invitado Sáb Nov 26, 2011 4:56 pm

Tiempo atrás todo había sido diferente para ambos, ella era la maestra y yo el alumno que conquisto cada parte de su cuerpo como ella no esperaba. Recién transformado olvidé quién era como mortal, no solo mi vida humana había muerto en ese entonces, también toda emoción, consciencia y creencia que tuviera una vez. Entonces, cuando creí estar muerto en todo sentido ella me devolvió un soplo de vida, una vida que solo podría llevar en la oscuridad y a la que nací con una sola idea: destruir. No la decepcione entonces, era fuerte y aprendí a utilizar mis habilidades para ganar muchas batallas en las que participe después de recuperar mi trono. Eliz me trasmitió con su maldición una seria de ideales nuevos: poder, conquista, muerte, perfección. Así había pasado la mayoría de mis años vampíricos, sumergido en la obligación de ser un rey, conquistando no solo territorios sino también a mujeres, viéndolas como objetos del deseo de las que fácilmente obtenía todo el placer que ofrecían.

Ser un rey se había convertido en tarea fácil, después de tanto tiempo como soberano de un imperio tan prospero y poderoso como Inglaterra, todo seguía un curso natural y nuestras fronteras eran impenetrables por muchas razones pero la más importante de ellas era que todos los del Clan Ventrue teníamos pleno control de ese territorio. Entre todos los clanes de La Camarilla gozábamos de ser los únicos que representaban una mayoría como clan en el mismo territorio geográfico. Eliz, Lucern, Stephen y yo, partes de un todo sosteniendo los pilares de un gran imperio; pero no era tan simple, Aidan, Aimee y la condesa Von Fanel también poseían un titulo de realeza que los hacía participantes de nuestras decisiones como imperio y, siendo cada uno de ellos de diferentes clanes, era fácil sentirse confiado de tener presencia de casi toda La Camarilla en las islas de Gran Bretaña.

Así habían sido todos esos años, no pocos, donde me encontraba rodeado de un circulo de confianza más que todo familiar. Inmortales que compartían una existencia eterna y ella…Eliz, la más sabia entre todos nosotros por ser descendiente directa del padre de todos los demonios. Gocé cada momento a su lado, ella logró hacer que olvidara todo mi pasado mortal y que me centrara en el papel que había heredado. De tal forma, como rey, la tuve muchas veces como mi amante aunque siempre le conserve el respeto que se merecía como maestra. Sus consejos eran los pocos que tomaba en cuenta porque había llegado a conocerme tan bien que sabia cuales eran mis debilidades y cuando me pillaba en falta solo me quedaba aceptar su voz en mi cabeza, llamando a la razón y a lo correcto. Hubo un tiempo en la que la vi como una reina pero era inevitable, no podía pertenecer solo a una mujer y mi vida de libertinaje termino ganando la única batalla que perdí, la de la búsqueda de placer en los cuerpos de las mujeres más hermosas.

Eliz, consciente de mi forma de vida, conservo la distancia de una relación conmigo que no fuera otra que la de un encuentro casual en el que disfrutábamos del placer carnal sin ningún compromiso. No puedo negar que me placía que fuera así. Sin embargo, llega un momento en que al vino más fino no se le encuentra ningún sabor y que la mujer más hermosa no es capaz de saciar el deseo y entonces empiezo a preguntarme si eso es todo. Una vida eterna, interminable, siguiendo las mismas costumbres, de pronto no encontraba una razón... Ella llegó en el momento en que surgió en mi un dilema existencial que de pronto me daba lo mismo la noticia que me traía, años atrás hubiera sido diferente, me hubiera preocupado de estar preparado para el juicio y le hubiera prometido sobrevivir pero ahora no era así –No me matarías a menos que él te lo ordenara…de otra forma ¿me matarías siendo consciente de que me deseas tanto como yo a ti?- dije cuando la sentí sobre mi y la cercanía de sus labios me provoco olvidar como muchas veces lo había hecho antes.

Entonces despertó el deseo del libertino, el momento en que cualquier intento de parar se enfrenta al instinto irrefrenable de poseer. Con una pasión propia de ella invadió con su lengua mi boca y nuestras lenguas se encontraron saboreándose entre ellas mientras nuestros labios se masajeaban sin pudor alguno. Con ella siempre había sido así, sin ninguna vergüenza como algunas de las mujeres mostraban al momento de ser besadas, ella simplemente se atrevía a excitarme con todas sus armas porque conociéndome sabia que aquella era mi mayor debilidad o por lo menos era la única que yo había tenido después de mi transformación. No tardó en reclamar lo que ella misma me había dado, sangre, sus colmillos desgarraron superficialmente la piel de mi cuello y yo lo sentí como un pellizco aunque de la perforación emanaron unas cuantas gotas de sangre que ella relamió mientras yo intentaba con fuerza bruta despojarla de su ropa sin importarme que dejara el vestido que ella llevaba en estado de harapos.

Pareció haber estado esperando que reaccionara de tal forma pues ella apartó la toalla que hasta entonces me cubría dejándome prácticamente desnudo. Sus manos se extendieron por mi pecho propiciando rasguños poco profundos provocados por sus uñas y sonreí al sentir su actuar desaforado como bien extrañaba de las noches que antes para nosotros no tenían fin. Quise reincorporarme pero ella se adelanto a mí accionar y empezó a masajear mi miembro de tal forma que este no tardo en erguirse entre sus manos. Me excite aun mas sintiendo sus diestras manos y asumí una posición cómoda allí recostado para que ella siguiera pero a mi pesar se detuvo y lo que hizo fue provocarme, como ella bien sabia hacer, dando una mordida cerca al miembro erecto sobre el cual para entonces solo deseaba sentir sus labios aunque me privaría unos minutos más de esa satisfacción ya que era mi turno de actuar.

Finalmente pude reincorporarme, me puse de pie y la rodee hasta quedar a sus espaldas, entonces, con la misma fuerza desmedida de antes arranque todas las cintas que anudaban su corsé por la parte trasera y lo removí en un jalón para dejarlo caer por algún lado de la habitación que poco importaba. Seguido hice lo propio con lo que quedaba de su vestido aunque la tela ya estaba hecha jirones por mi primer intento de despojarla de toda prenda. Apenas le quedaba una delgada tela en la parte inferior del cuerpo mientras que sus senos habían quedado expuestos al librarla del corsé. Me pegue a su cuerpo haciendo fricción con mi miembro entre sus nalgas, perfectamente palpables debido a su casi completa desnudes, con ambas manos la abrace desde atrás alcanzando sus senos y masajeándolos mientras mis labios besaban descomedidamente su cuello.
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Mensaje por Eliz Aldridge Sáb Dic 17, 2011 9:14 pm

El deseo incontenible absorbe cada maldita gota de sudor que no puede ser despedida por los poros de su piel, está muerta y con ella cada acción de su cuerpo del que pudiese hacer emerger el ácido de su ser. Pero eso no impediría que ella se excitara con tan sólo rosar deliberadamente sus labios o tocar su pétreo pecho. Los siglos fueron el maestro perfecto para que sus movimientos fuesen más que certeros, se forjó con lo que el tiempo le hizo ver, miles de amantes y todos enloquecidos por sus manos y lo práctica que resultaba. Ella era la Diosa del amor, tan sólo Elizabeth podría enloquecer al mismo Lucifer con esas desaforadas caricias que tantas veces le regaló a su “hijo” en la cama, en las habitaciones abandonadas, en medio del bosque, bajo las estrellas, cubiertos por la nieve… No había lugar en Inglaterra que no hubiese sido profanado por la pasión que a ambos les cubría; esta noche no hay excepción y lentamente se adueñaron el uno del otro reclamando lo que se había quedado marchito en el pasado, aún podrían revivirlo y de eso se encargaría la lujuria con la cual se escriben ese par de nombres entrelazados…

Un segundo fue lo que bastó para que él escapase de sus garras, la fémina rugió al sentir sus manos en la espalda deshaciendo los nudos de su corsé. Las faldas de lo que presumía ser un vestido, fueron destrozadas ante la más mínima caricia de sus palmas. Son un par de bestias jugando a quererse, a apagar esa llama que recorre sus entrañas, lo necesitaban por el simple hecho de estar juntos. Es tan fácil adivinar en lo que terminarán sus reuniones, no es presunción comentar que podrían durar toda una eternidad cuerpo a cuerpo. El hecho de una separación es lo más excitante que pueden encontrar. La sonrisa de Eliz se extiende por sus mejillas más allá de lo verosímil, su mirada férrea se clava en un punto fijo en la habitación del otro lado de la cama que es amenazada con ser destrozada ¿Cuántas veces no habían roto ya los muebles de algún recinto? La mano de la vampiresa acaricia fuertemente su propio rostro al sentir su miembro restregarse deseantemente en medio de sus glúteos, sus dedos fueron presa de sus fauces y mordió la yemas de los mismos. Se arquea, su brazo desocupado logra encontrar el camino hasta la nuca de Dorian y lo atrae hasta la curvatura de su cuello, lo despeina y las gotas de agua vuelan por la habitación, gritan preocupadas por la efímera vida que han tenido y como es que terminarán desplomándose en el suelo o en algún otro sitio, en medio de los amantes.

El tiempo se detuvo para ambos, el tic-tac del reloj no se escucha, el pánico de las almas en desgracia que los rodean no se pueden percibir, ni un murmullo… sólo los jadeos que perezosamente se deslizan a través de su garganta. Es lo que él le hace sentir, la felina puede ser domada miles de veces pero ninguna como él lo hacía, es que sólo Dorian podría escribir su nombre en ese cuerpo perfecto y lleno de curvas sin que ella se lo pidiese, su mejor estudiante y aquel que lograría superar al maestro… Sus años de libertino, las prostitutas con las cuales se había metido, Elizabeth apostaría su eternidad en asegurar que ninguna de ellas fue tratada en el sexo como lo hacía con ella ¿Por qué? Porque ninguna de ellas podría soportar lo que un cuerpo vampiríco aguanta. Y las manos del Rey pronto se posaron incesantes sobre sus pechos, estos se amoldaban a la perfección a la curvatura de sus palmas. Las marcas de sus dedos se quedan grabadas por efímeros segundos en su piel, moretones provocados por la fuerza que este en cada caricia, en cada masaje con intensión de devorarla. Su cuello agradece la humedad de sus besos y la profanación con esos caninos… Vuelve a rugir, esta vez lo hace con más consciencia y más fuerte.

Elizabeth, una vampiresa de presencia perturbadora que, aparenta ser más que una dama, pero que esconde una bestia en su interior, es presa de la fiebre que siente ardiéndole desde las entrañas, sólo para ser aclamada desde su entrepierna, desde ese jodido altar de Venus que no había alcanzado la gloria desde hace bastante tiempo. Se gira, lo toma de los brazos y lo azota contra la cama… el mueble cruje en su desesperación, ya sabe lo que pasará. Sus rodillas encarcelan la pelvis del vampiro y como cual felino en brama cubre su cuerpo con el propio, arquea una de sus cejas, se relame los labios, crea círculos imaginarios sobre su pétreo pecho, pasa su lengua por el valle desde su ombligo hasta su cuello en un zigzag; puede ser que sus colmillos también participaran en el grafiti que crea esa húmeda lengua… sus caderas bajan y su sexo rosa el miembro de Dorian con delicada incitación, un jadeo se escapa desde las fauces de la mujer y repite la acción burlándose de la sensación que descubre su feminidad. Sus labios alcanzan la boca del Rey, una batalla se ejecuta dentro, busca en cada maldito rincón, muerde y araña lo que puede con ese par de caninos, sus manos despeinan su alocado cabello y el agua que resbala desde ellos pareciera ser el sudor de su cuerpo, con extrema obscenidad las lame y se las traga. Baja sus caderas hasta el punto en el que se fusionarán con la virilidad de su amante, sonríe, lo cubre por completo con su cuerpo, muerde su lóbulo, introduce su lengua en su oído… mientras su cavidad busca absorber con famélica infamia su premio en la inmortalidad. Ella sabe lo que quiere y lo tomará…
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Mensaje por Invitado Jue Feb 09, 2012 3:13 pm

A veces la trampa cae sobre la presa antes de que esta se dé cuenta y luego todo intento de libertad es vano. La pregunta era ¿quién era la presa en aquella situación?, yo era el que había recibido la maldición heredada por Eliz, ella me había enseñado no solo a pelear sino a encontrar el placer en más de una forma. Sin embargo, a pesar de todo ello, yo era consciente de que representaba una de las más grandes tentaciones para mi maestra y sire, aprovechaba de ello, me satisfacía de ello, sin que encontrara un momento en el cual hartarme de ella porque su piel no era de aquellas que se podía olvidar ni sus besos aquellos de los que uno podría prescindir. Todo lo que ocurría entre los dos era simple lujuria, deseo, búsqueda de placer. Nuestros cuerpos nos exigían el tener contacto, el poseerse, el disfrutarse. Era por esto que solo podíamos permanecer horas, días, semanas juntos si es que era entre sabanas pero luego de ello hace tiempo habíamos trazado los limites de nuestro trato fuera del dormitorio; todo se resumía a cumplir nuestras obligaciones y a seguir el mismo plan que habíamos seguido durante décadas.

El cuerpo de Eliz no tenía ningún secreto que esconder para mis manos, estas paseaban acariciando su piel y reclamando de ella solo lo que su dueña podía darme. La seductora había empezado su juego tentándome al máximo, usando esas habilidades que son propias de una cortesana pero cuya maestría particular solo se aprende con los muchos años de práctica que ella tiene y en los que ha conquistado tantos amantes como aquellos que han muerto bajo el juramento de sus labios color sangre. Hay una lucha de poderes entre los dos, ella espera que siga siendo aquel humano que encontró o aquel nuevo vástago que cae en la tortura de sus elixires, pero la verdad es que tras casi un siglo de vida es inevitable que trate de asumir también el control sobre ella después de haber tenido una vida equivalente a la suya en cuanto a experiencia sexual. La pelea entre nuestras personalidades provocaba una lucha de poderes sin que ninguno cediera pero particularmente, en esa situación, ese era el atributo que alimentaba a nuestra ‘relación’ para que nunca se tornara aburrida.

Aún había algo que se interponía entre mis deseos, la ropa de por medio, aquella culpable que cubría la piel de Eliz, ese mar de lujuria que tantas veces había visto en su plenitud y de la que nunca me cansaba de acariciar, besar y poseer. Desplazarme hasta ocupar una posición que estuviera detrás de ella fue cuestión de segundos. Mis manos buscaron anhelantes el librar de su cárcel al cuerpo que sería fuente de mi placer. No me importo destrozar su ropa ni mucho menos desprenderla de ella con el cuidado que un amante tierno lo haría ya que la ternura no existía entre nosotros dos, ni los sentimentalismos, no los modales que bien sabíamos fingir en la corte inglesa. Nuestros cuerpos reclamaban ser satisfechos una y otra vez y nuestras acciones solo seguían la ruta que nuestros pensamientos habían trazado con anticipación y a la vez dichos pensamientos yacían a esas alturas gobernadas por el instinto. Éste fue el culpable de que mi cuerpo friccionara con el suyo cuando Eliz ya se encontraba casi desnuda, éste fue el culpable de conducir mis manos a través de su cuerpo reconociendo en el cada abertura, cada rincón, cada prominencia.

Eliz respondió al contacto de nuestras pieles y atrajo mi cabeza hacia su cuello donde la bese sin culpa alguna porque mis labios se deleitaran de su piel y de que mi lengua recordara el sabor de la misma mientras una de mis manos apretaba sus pezones y la otra descendía hasta su vientre sujetándola con fuerza para que sus nalgas siguieran pegadas a mi cuerpo. Eliz rugió, de placer, de dolor, de aprobación…es que con ella no hay límite para desbordar todos los deseos pecaminosos que durante las noches invaden mi imaginación y donde ella es la protagonista. Larga fue la separación entre los dos y muchos los recuerdos que me habían quedado de la mujer que en la cama del demonio era la predilecta de las tinieblas y la reina de todos los pecadores. Y si la ropa fue su prisión antes ahora lo eran mis brazos, mis besos y mi deseo, éste último se manifestaba plenamente en la erección que rozaba continuamente entre sus nalgas, deseando penetrar en ella con tanta fuerza que solo ella podría resistir el desborde de un deseo semejante.

Sin embargo, Eliz volvió a mostrar su indomable carácter y se giro en el mismo lugar tomándome de los brazos y empujándome sobre la cama donde caí de espaldas fuertemente. La madera de la cama crujió ante el impacto y no me preocupe en lo absoluto ya que no sería la primera ni la última vez que destruyéramos un lecho. Ella se vino sobre mí encarcelándome esta vez en medio de sus piernas y seguido paso su lengua y sus colmillos por mi abdomen provocando que torciera una sonrisa en respuesta a la satisfacción que lograba darme. Y no contenta con ello, la mala mujer, la vil hechicera, me sedujo rozando la humedad de su sexo en mi erección provocando que me excitara mucho más, si es que esto era posible, solo ella podía hacerlo. Entonces me toco rugir a mí ante tal afrenta contra mi cordura pero ella me callo con uno de esos besos por los que cualquier mortal mataría. Nuestros labios no solo se conformaban con buscarse y enfrentarse sino también nuestros colmillos que mordían y nuestras lenguas que lamian aquellas heridas que los colmillos habían dejado a su paso. Aquel acto no era lo que se decía ‘hacer el amor’, para nosotros era algo parecido a ‘hacer la guerra’, ya que solo podíamos entrar en una lucha salvaje y reclamar lo que cada uno quería del otro.

Las últimas gotas del agua, con la que antes me había refrescado, cayeron sobre mi cuerpo y el suyo cuando ella me despeino por completo. Dichosas gotas que saltan al cuerpo de la mujer que es capaz de evaporarlas con un movimiento de sus labios pero ella lo hace sobre las que cayeron en mi cuerpo y yo mientras dirijo mis manos a su cadera para hacerla rozar con mi sexo mientras dominaba con mucho esfuerzo el deseo de tenderla bajo mis brazos y hacerla mía sin importarme lo que ella quisiera, sabía lo que yo quería de ella y era todo su cuerpo pero en especial su intimidad. Ella pareció darse cuenta de mi deseo y bajo sus caderas, antes de penetrarla lleve mis dedos a su sexo y tome de él su excitación entre mis dedos para luego llevarlos a mis labios y degustar el sabor de Eliz. Volví a curvar una sonrisa y seguido mi miembro penetro en su centro con fuerza y hasta lo más profundo de su vientre para sentirme completamente dentro de ella. La tomé de las nalgas con ambas manos para levantarla y bajarla repetidamente de tal forma que el choque que provocaban las penetraciones produjo que la cama empezara a crujir hasta que los cuatro pilares cedieron y terminamos en el suelo pero en ningún momento nos detuvimos a pesar de ello. Los gemidos no se dejaron esperar y mucho menos la satisfacción pero aquello era solo el inicio.
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Mensaje por Eliz Aldridge Miér Feb 22, 2012 6:49 pm


El calor abraza el vacío de la habitación, la inunda con su hambre y sed pregonando esas llamas de fuego por todas partes mientras en la cama dos amantes disfrutan de la danza del pecado y la depravación. Jugar a que se aman, sentir el deseo corriendo desde las profundidades de sus entrañas, percibir lo idílico con cada terminal nerviosa que es acariciada por la piel ajena, aspirar la fragancia delirante que derrochan sus cuerpos y embriagarse con el elixir nacido de sus sexos. Las sábanas se arrugan bajo de él, las marcas que se quedan plasmadas en la fina seda, se borrarán con el tiempo de la misma forma en que esos besos de su ser. Los labios de Dorian se aferran a la piel de Elizabeth dejando su humedad como un sello que no debe ser borrado. El crujir de la cama se centra en los aposentos como el eco lamentoso de un ánima atrapada en el infierno. No es necesaria la respiración para poder sentirse atrapada dentro de un océano profundo, pero es su excitación quien le obliga a expiar desde sus inservibles pulmones ráfagas de aire disfrazadas de espasmódicos suspiros, absorbiendo la alteración que sufre insidiosa en cada parte de su cuerpo. Y, es en los labios de su feminidad que siente como un ligero choque eléctrico se produce al ser robada su pasión y devorada por las famélicas fauces de Dorian. Antes de permitirse la caída en completa agonía, se agazapa sobre el cuerpo de su hijo para alcanzar su boca y besarla, sabiéndose dueña de aquel fluido, comprendiéndose como el sopor perfecto para colmar esa necesidad absurda de un poco de sexo. Es su lengua la que se encarga de decorar la comisura de él, encontrándose a si misma perfilada en los orbes de sus pupilas. Sonríe jactándose de tener el control aunque sea efímeramente. Sus palmas se cierran sobre los hombros del varón encajando las uñas en su piel, dejando esas marcas en forma de luna menguante…

Sus cuerpos embonan a la perfección en una mística danza repetitiva, es como compararla a ella con una hoja seca, cayendo desde las copas de los árboles y siendo influenciada por las caricias del viento; se ondea y naufraga entre el espacio, besando con apacible encanto las formas inverosímiles que tiene el aire cada que osa tocar su delicada textura y sonríe la ingrata ante el cosquilleo en sus entrañas, revoloteando en cada rincón de un jardín donde encuentra nuevas sensaciones jamás explicadas… Las caderas de Eliz bajan con lentitud, con el afán de atormentar el miembro de Dorian. Percibe internamente como sus paredes se ensanchan al grosor de este, el rose de sus sexos, la humectación de ambos al reconocerse entre la noche y por encima de esas sábanas blanquecinas. Se detiene a la mitad de su travesura mordiéndose el labio inferior, gozando de un saludo con sus pechos perfectamente erguidos al techo de la obscura habitación. El rugir de su vientre culmina con el último desliz hasta que sus posaderas golpean la pelvis del varón. Las diferentes temperaturas pueden ser capturadas por los nervios de su piel, es mucho más cálido en su interior que en el exterior que sólo rosa con ansiedad y deseo la intimidad de la vampiresa. Mueve sus caderas bajo un ritmo pegajoso. Sube y baja, baja y sube. Mientras tanto el falo de Dorian es humectado con los jugos de Eliz. Salpica un poco las cercanías de su virilidad y se retuerce como gata en celo, arquea su espalda, se contorsiona, ruge y danza. Contrae su pelvis para atrapar la estaca en su interior y exprimirlo para reducirle a nada. Desciende hasta su pétreo pecho recorriendo cada centímetro de él con lengüetazos y diminutos mordiscos que dejan su pálido color un poco enrojecido.

El tiempo parece congelarse entre berridos y gritos ahogados por esa enfebrecida respiración acortada entre idílicas plegarias que emanan sus labios; las gotas de agua en su cuerpo son sustituidas por el sudor derrochado de esos poros que se abren cual flores en plena primavera. Verlo bajo de ella, abrigarlo dentro de ella. Elizabeth, un nombre que contiene veneno en cada una de sus letras, busca su auto-placer y sabe como obtenerlo por parte de él. Toma la mano de Dorian con la suya, la arrastra desde sus caderas hasta su cintura apreciando con vigor aquel roce y diferencia de texturas. Conduce su brazo por las curvas de su cuerpo hasta llegar a sus labios e introducir sus dedos en la boca para succionarlos con obscenidad, repite el procedimiento pero esta vez coloca la palma de su mano sobre la feminidad de su ser. Los cabellos de la fémina se empapan adhiriéndose a su piel. Ella huele a él y él apesta a ella. Elipses vacilantes son creadas con su pelvis para estimular a su amante y llevarlo al éxtasis de su erección. Acecha su pecho como depredador, lo recorre nuevamente ahora saboreando el sudor que ha germinado en sus marcados pectorales, asciende a su barbilla clava sus colmillos, juguetea con su lengua en el lóbulo del vampiro, deja que su respiración le anticipe a su cuello un delicioso apocalipsis. Lame la sangre de las marcas gemelas y brama arqueando su espalda hacia adelante al concebir en su garganta aquella sabia. Relame sus labios justo después de tragar y osa empujar la mano de Dorian a su clítoris para permitirse una completa alteración de sus sentidos. Poco le interesa la vista del exterior, ignora las partículas del polvo que flotan a sus alrededores, le es indiferente al tabú de los muros mientras los observan con morbo. Los movimientos de su pelvis aceleran en respuesta a las embestidas de Dorian, cada vez más rápido, cada vez más placentero… siente como sus sentidos se concentran en una zona en específico, cierra sus ojos, abre sus labios, contrae sus músculos y entonces ocurre. Una explosión de placer se origina en su entrepierna que se eleva con lentitud por todo su cuerpo hasta la parte más recóndita de su ser. Antes de comprender el clímax total, hace girar sus cuerpos.

Se hunde en la suavidad de aquella cama, sus piernas mantienen bajo custodia al varón, permanece anclada a él y prosigue la rutina de movimientos. Su be hasta rosar su mentón con los colmillos y se deja caer libremente sobre el colchón. Su voz es muda. Busca alcanzar su cuello con ambas manos y lo atrae hasta ella, reclama sus labios. Los besa con la pasión desenfrenada de un lujurioso demonio, es su lengua quien se encarga de explorar hasta las profundidades de su boca, son sus colmillos quienes parten la carne y es ella quien se lo traga todo. Quiere, necesita y desea que Dorian la torture hasta el cansancio. Sus uñas se clavan en esa perfecta espalda y dejan cinco líneas perfectas a lo largo de esta. Un color púrpura aparece de las heridas y rápidamente corren gotas de sangre tiñendo el lienzo blanco de su piel. Ella dirige, él obedece ¿Existe otra ciencia más simple que esa? No. La velocidad de sus movimientos disminuye y con ella las embestidas de Dorian, pero no se trata de falta de apetito o la terminación prematura del acto. Es un vals especial, donde las penetraciones se hacen cada vez más lentas pero inversamente proporcionales a la fuerza, presión y profundidad con la que lo hace. Elizabeth no puede soportarlo más en silencio, su boca se abre con un placentero alarido “…Ahhhhh… Uhmmm...” su voz muere hasta la última esquina de la habitación. Recorre la curvatura de su cuello con una lamida que termina en la comisura de sus labios, los devora apasionadamente, perdiéndose en una fusión inexplicable que combina el sudor de su rostro con la lascivia de sus sexos y esa estúpida pasión de su vampirismo. En medio de gemidos y súplicas de más, Elizabeth recuerda lo mucho que había añorado el rencuentro. Puede ver en la respuesta de Dorian que él tampoco la ha olvidado, tarde o temprano ocurriría… una explosión desorbitante que liberaría a ambos de aquel mórbido deseo. Pocos eran los hombres que se acoplaban a ella y él, el Rey de Inglaterra no sólo encontraba la forma de enloquecerla en el acto, la había vuelto adicta a él.
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