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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

¿Estás dispuesto a regresar más doscientos años atrás?



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Mensaje por Zeth Kouzounis Sáb Sep 10, 2011 11:25 am

Muy temprano en la mañana era que su rutina comenzaba, como siempre fiándose de su agudo y muy bien cronometrado reloj biológico para despertar prácticamente a las siete en punto de la mañana, cosa que después verificaba con un vistazo por la ventana a un reloj vecino. Por más sueño que tuviera e independiente de la hora que conciliara el sueño la noche anterior, siempre era lo mismo, disciplinado desde su infancia a tal hazaña que muchas veces su abuela elogió, y las mismas veces él se enorgulleció. Abrió lentamente sus ojos, pero sólo vio por uno ya que el otro estaba siendo tapado por su revuelto y largo flequillo, su cuerpo cubierto hasta por debajo de su cintura, seguramente por el movimiento involuntario del mismo para quitarse el calor que las cálidas noches de verano le atacaban, sorprendiéndose luego de notar eso de que el manto no esté, como siempre, caído por los pies de la cama. Mas sin embargo no reparó más en ello, se sentía cansado y por lo mismo se levantó de su lecho, temiendo que de seguir allí acabaría por dormirse nuevamente. Descuidadamente ordenó su cabello a ciegas con las manos, carecía de espejo o de cepillo, teniendo que usar su reflejo contra el vidrio de la ventana para verificar que los mechones de su cabello estén en su lugar, cosa milagrosamente fácil de realizar pues, estando despierto, prácticamente sus largas hebras se peinaban solas. Así, su rutina comenzó.

Hacía días que había perdido la noción de los días, valga la redundancia, sabiendo en qué día de la semana se hallaba cuando alguien más lo decía y lograba escucharlo, teniendo que fiarse del todo de eso. Esa era una de las desventajas de estar sólo en tan inmensa ciudad, se perdía de demasiadas cosas, no sabía dónde estaba qué, era suerte que comiera en el mismo burdel porque de tener que comprar su alimento diario acabaría quizás en el puerto intentando encontrar un puesto de fruta que su presupuesto lograba cubrir; incluso era un milagro que con tan mala memoria supiera desde el primer día ir y volver de su "residencia" a la taberna, lugar de su trabajo matutino y en el cual ahora se hallaba. Pero así todo le resultaba monótono, aburrido, predecible, una real rutina, que él depreciaba, de por si siendo una persona incapaz de seguir parámetros y hacer lo mismo una y otra vez sin variar algo de eso.- ¡Gracias por el trabajo de hoy! -era su despedida cada pasado medio día cuando terminaba su turno en esa licorería que poco le faltaba para autoservicio ser.- Cada vez resultan más insoportable -con un mohín en su rostro comentó al aire como si se descargara con un tercero, haciendo alusión a los clientes que día a día recibía y, a veces, sacaba a rastras.

Su siguiente para era, claro, el burdel, debía conseguir algo de comer antes de arreglarse otro poco en espera de algún cliente que requiriera sus servicios, con eso realmente no podía quejarse. Creía que habiendo tantas cortesanas hermosas y de bien cuerpo, además de simpáticas y buenas oyentes, no tendría tanta facilidad en que alguien lo prefiriera y menos con lo conservadoras que las mujeres aquí eran, pero estaba realmente equivocado; incluso habían más hombres que requerían a otros aquí que en Venezuela. Aun así, estaba aburrido, siempre lo mismo. "No quiero sumirme en este hoyo" se repetía a veces pero jamás hacía algo al respecto, hasta ahora. Su mirada viajó, estando parado en la salida de la taberna, por las calles que convergían allí, nunca se tomaba el tiempo de admirar la arquitectura europea, tenía sin duda su propio sello característico, pero no veía bien cuál era. Su lado curioso amenazó con aflorar como un torrente, y él, claro, no hizo nada para detenerlo. Inició su caminar por las calles concurridas a esa hora, siendo una hora de colación es claro que muchos estén buscando un lugar para comer o, en su defecto, cosas para preparar el almuerzo como suponía viendo las bolsas que algunos cargaban y por donde unas largas hogazas de pan se asomaban. Prácticamente su cabeza siempre estuvo en alto, mirando los altos edificios que creía se extendían más y más al cielo mientras más los observara, admiraba uno que otro parque que pasaba pero asegurándose de no entrar en ellos para no gastar tiempo de más, sólo asegurándose de grabar todo en su cabeza para luego, con más tiempo, venir a visitar los lugares que más recordase.

Todo era hermoso, pavimentado, no precisamente limpio y reluciente, pero aun así imponente, así era París para él, un mundo nuevo lleno de cosas por ver, conocer y aprender.- Pero ya es hora de volver -volvió a comentar al aire con un suspiro resignado pero una sonrisa satisfecha, podría hacer eso cada día, conocer el lugar y luego regresar por sus pies, aprendería del lugar y no se perdería en un dos por tres. Sonaba a un plan fácil, ciertamente.- Ahora... ¿Por dónde me vine? -dudó mirando a su alrededor y retomó el paso pro donde suponía era que ya había venido, aunque a decir verdad todas las esquinas se le hacían idénticas, bastante con dar una vuelta en su propio eje y ya se sentía extraviado, pero a pesar de todo tan poco sentido de la orientación no podía tener... ¿Verdad? Caminó y caminó, algunos lugares se le hacían familiar, pero tan pronto como los congeniaba con un reciente recuerdo, éste se borraba al notar que era diferente, todo a simple vista lucía igual, o era su culpa por desconocer los sectores que rodeaban su círculo de vivencia cotidiano. Salió de la concurrida área y llegó a un mucho más activo en cuanto a ruido, olores pro doquier se mezclaban, la mayoría si se olisqueaban bien parecían comestibles, y ya viendo las carretas y personas con delantales a sus faldas le hizo notar donde se llamaba. Un mercado. ¿Había pasado antes un mercado? No, no lo recordaba, y era un lugar imposible de obviar con tanta actividad que presentaba.

¿Estaba perdido? Oh, denle un premio al cortesano por lo obvio. Ironía había en su cabeza, la primera y única vez que se había auto convencido de echar un "vistazo", una simple ojeada cuatro o cinco cuadras desconocidas, daba media vuelta y acababa quizás dónde. Por curiosidad quedó inmerso en el lugar, recorriendo los puestos y teniendo que rechazar algo perdido cuando una fruta quedaba en su cara o sus ojos chocaban con los muertos de un pescado que le provocaba un respingo de susto en su lugar. ¡¿Dónde rayos quedaba el burdel?! París no podía ser tan grande ni las calles podían moverse de lugar, ¿verdad? Estaba seguro que había vuelto por sus pasos, ¿Ellos se habían movido?. Sacudió su cabeza, la desesperación ya estaba provocando que pensara incoherencias, lo más lógico sería preguntar dónde se hallaba pero, ¿Qué tan sano era preguntarle a uno de sus gritones desconocidos donde quedaba un lugar donde venden sus cuerpos? un poco de timidez sentía, impropia de él, por lo que intentó salir de una vez del lugar, pero iba contra la corriente y nadie parecía fijarse que él deseaba salir y prácticamente se lo llevaban consigo. ¿Quién lo manda a ser curioso? Él.


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Mensaje por Andrea Fiore Lun Sep 19, 2011 10:18 pm

Los primeros rayos de luz fueron los culpables de su temprano despertar, filtrándose a través de la cortina de forma traviesa y posándose sin permiso alguno sobre el pálido rostro de quien yacía en la cama. El bulto bajo las blancas sábanas se removió en más de una ocasión, como si los rayos solares le estorbasen en su plácido sueño. La realidad era que el joven oriental no deseaba levantarse del plácido sueño en el que se vio sumergido, todo gracias a lo agotado que le resultó el día anterior. La función fue agotadora y exigió más energía de la que contaba para el día, por lo que era de esperarse que su cuerpo necesitase más horas de lo usual para recobrarla. La insistencia de la suave luz continuaba y si bien se volteó sobre la cama e intentó cubrir suavemente su rostro con uno de los almohadones, le fue imposible. Una vez despertados esos cincos sentidos era imposible volver a recobrar el sueño, por lo que resignado no tuvo otra opción más que despertar. Fue todo un proceso largo mezclado con la pereza de comenzar un día nuevo. Perdió la cuenta de los minutos que estuvo sentado en el borde de la cama, observando sus manos y luego las cortinas. Agudizando la vista, pudo percatarse de que una pequeña división en la cortina de seda fue la que causó el temprano despertar. Suspiró resignado, levantando la diestra y acomodando de forma sencilla varios flecos rubios de cabello detrás de la oreja. Si no deseaba permanecer todo el día allí con cara de muerto viviente, lo mejor era dar inicio a lo que sería su rutina semanal.

Comenzó el día preparándose para dicho día, seleccionando uno de los vestidos en el armario y peinando las rubias hebras de cabello con dedicación, no rindiéndose hasta lograr el resultado deseado. Lo siguiente y que era algo esencial, fue el desayuno. Si fuese un día cualquiera no lo hubiese tomado, considerando que no hacía falta, pero ese día que comenzó lleno de pereza se merecía un buen desayuno. ¿Para qué? ¡Pero qué pregunta! Podría despertar de una sola vez su sistema para que así la sensación de que sus párpados se cerrarían abandonase su cuerpo. Nunca era un sentimiento agradable el sentir como te quedabas dormido frente a la mesa, ¿cierto?

Lo siguiente durante el día no era nada nuevo y mucho menos para sorprenderse demasiado. Seguido del desayuno decidió pasar parte de la mañana leyendo un libro, ocultando en realidad el contenido bajo la capa de otro. Jamás sería lo suficientemente tonto como para no saber ocultar las adquisiciones de libros mágicos que se arreglaba para tenerlas. ¡Nadie podía serlo! Esos libros eran como un tesoro prohibido que debía ocultarse de los ojos del resto a toda costa. Ninguna persona podía verlos, ni siquiera los sirvientes que intentasen acomodarlos. No se podía confiar en nadie y en caso de hacerlo era porque esa persona realmente llegaba a ganarse tu plena confianza. Allí muchas de sus razones para cuidar con recelo varios de sus libros, alegándole a alguno de los curiosos que sólo los cuidaba mucho por ser sus libros favoritos y reliquias de sus abuelos. Todo eso en realidad era una mentirilla piadosa para salvarse a sí mismo, pues tonto no es y tonto no será. Lamentablemente, todo el entretenimiento que puede brindar una buena lectura puede igual traerte todo el estrés que no deseas, en especial cuando comienza a tonarse aburrido. Sentado en uno de los tantos sofás de la residencia, no encontró otra solución para quitarse el irritamiento de tanta lectura más que cerrar el libro. De un solo golpe lo cerró y con cuidado lo devolvió a su lugar.

Y fue allí cuando comenzó a cuestionarse qué otra cosa podría hacer…

Estar encerrado entre cuatro paredes y un techo daba la sensación de encerrarse en una prisión que en realidad resultaba ser tu hogar. No era agradable, sin duda, y por tal razón se cuestionaba qué podría hacer. La primera opción, salir. ¿Era buena idea? ¡Excelente idea! Pero claro, con una solución en ocasiones se presentaba un posible problema. En su caso, este problema no tardó en dar acto de presencia y hacerle cuestionarse intensamente a qué lugar de las avenidas parisinas podría ir. El centro, los jardines, la biblioteca. ¡Demasiados lugares para escoger! Con la duda rodando su cabeza, golpeteaba suavemente el apoyo lateral del asiento, haciendo uso de sus dedos para tal acción y provocando así que se escuchase el sonido de sus uñas al golpear. Golpeteo tras golpeteo, la mente de éste comenzó a divagar en lo lindo que se observaba el día desde el exterior, brindándole de la manera más aleatoria posible una solución para el aburrimiento que, sin permiso, le carcomía por dentro y no dejaba de estorbarle. Sonrió triunfante para sus adentros. ¡Bingo! ¡Eureka! La solución estaba frente a sus ojos y no fue capaz de verla hasta fijarse en las preciosas nubes rondar el azul cielo. ¿Cuál era la dichosa solución que apareció por arte de magia en su cabeza? ¡Simple! En lugar de romperse la cabeza pensando en un sitio indicado, ¿Por qué no sencillamente pasear por las avenidas de París hasta donde se pudiese llegar? Así, sin previo aviso y sin anunciar una hora de llegada, el rubio pareció desaparecer de su hogar y emprender un paseo por enésima vez por las afrancesadas calles.

Conocía las calles de memoria, pero como si se tratase de un pequeño pasatiempo poco concurrido, no se cansaba de recorrerlas a pie durante varias ocasiones. Esta no fue la excepción y comenzó a recorrerlas, visitando más de un lugar durante el proceso. Pasó por el parque, dándose cuenta de cuanta algarabía lograban despedir los infantes muy al contrario de él, que cuando era niño era bastante callado y hasta “aburrido”. Lo que sí no esperaba era que sus pasos le llevasen hasta el mercado ambulante de París, haciéndole retroceder semanas e incluso meses en su cabeza para poder recordar la última vez que le visitó. No recordaba con exactitud para qué fue la última visita al famoso mercado ambulante, pero estaba seguro que fue para algo útil y de buen uso. No era de visitar mucho aquel lugar, pero nunca se perdía nada con hacerlo de vez en cuando, llevándose más de una sorpresa con todas las cosas que se podrían encontrar. ¡Las personas sí que tienen ocurrencias! Las cosas más raras como las más extrañas eran posibles de hallar ahí. Todo lo que buscases posiblemente lo encontrarías allí y aun precio que variaría del negocio que escogieses. Detuvo su pausado andar frente a uno de los tantos puestos del mercado, encantándose por un par de libros interesantes que fue capaz de tener alguna vez y mas sin embargo, los perdió bajo circunstancias que le estaban poco claras. Acercando una de sus manos fue a tomar uno de los libros, sólo levantando la tapa para poder ver el estado de las páginas. ¡Horribles! Toda una obra literaria hecha trizas. Levantó el rostro con clara decepción, sólo cambiando esta expresión a una más confundida cuando pudo fijarse en algo (o alguien) que se removía en contra de toda la multitud. Primero reconoció el castaño cabello, seguido de los ojos, la nariz y los labios. ¿Acaso podría ser quién estaba pensando? Arqueó una ceja en clara confusión, soltando el libro y encaminarse a la dirección del sujeto que llamó su atención.

Al estar lo suficientemente cerca fue capaz de festejar su descubrimiento para momentos después, descubrir la expresión casi desesperada y asustadiza del muchacho. ¿Estaba perdido? Las facciones sólo indicaban confusión y claro, parecía un pequeño gato acorralado entre una gigantesca multitud. Guiado por la curiosidad, se las ingenió para escabullirse sin problema entre las personas (práctica quizás) y así, dar con el sujeto que tan bien reconocía entre medio del gentío. Apareció a espaldas de éste, por lo que para llamar su atención se vio en la necesidad de colocar con sumo cuidado (y sin buscar asustarle) la mano sobre uno de los hombros.—¿Señor Zeth?—buscó llamar la atención del mismo, esperando no asustarle por haber hecho acto de presencia de esa forma. Lo menos que deseaba era asustarlo y por consiguiente, poder recibir una reacción negativa del castaño frente a sí.

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Mensaje por Zeth Kouzounis Miér Nov 09, 2011 11:47 am

- Señor, con permiso, déjeme... déjeme pa-... ¡Señora cuidado! -era cómico, demasiado cómico viéndolo desde un tercero, ver al joven intentar pasar entre abultados cestos y bolsas con más de algún producto frágil y personas no más pequeñas que las mismas cosas que cargaban, algunos prácticamente caían sobre él, ya sea literalmente a su cabeza y debía moverse para evitar represalias, o bien a sus pies que, como el buen samaritano que era, se agachaba para ayudar a su recolección pero que lo mismo ocupaba espacio de más, haciendo que otras personas tropezaran con él y los gritos no demoraban en hacer acto de presencia. ¿Es que todos allí tenían problemas con el oído medio que no sabían regular su volumen de voz? Aparentemente, no. La situación comenzaba a marear a Zeth, habían tanto por ver pero el mar de personas iba a su propio pulso, un pulso que con creces no era igualable por el joven latino, que varias veces había observado de reojo artilugios interesantes o alimentos que llamaban más a su estómago que a su vista, pero que tan rápido aparecían eran cubiertos de su rango visual por más personas. De ser más pequeño, estaba seguro que se perdería sin remedio entre las faldas de las matronas ambulantes o entre las sábanas sucias con tierra y quién sabe cuántas sustancias más que servían de lona para las mesas apiladas una contra las otras. En un movimiento brusco por parte de otro hombre con prisa, acabó a un lado del pasillo que habían entre los puestos; bien, al menos había salido del cúmulo de personas en el centro de todo. El problema ahora estaba en crearse un propio camino para salir de allí, ahora prefería mil veces las desconocidas pero transitables calles del París que el calvario que representaba ese "mercado", como lo definía por ahora.

Su paz duró poco, pues unos segundos después que soltara un suspiro, buscando aliviarte y relajarse, algo tocó su hombro, sin previo aviso y para colmo desde su espalda. La reacción más obvia se hizo presente, sus hombros se alzaron con fuerza y una exclamación salió de sus labios que ni siquiera fue notada en demasía; claro, al menos treinta personas más hacían lo mismo al unísono.- ¡Yo no robé nada, en serio se cayó solo! -se defendió con los ojos cerrados y los brazos alzados en señal de inocencia, obviando olímpicamente que lejos de haber escuchado un regaño, fue su nombre el pronunciado por el desconocido, o bien, desconocida. Oyó un segundo llamado y fue ahí que le permitió la visión a sus pupilar al separar sus párpados, y luego una mezcla perfecta de estupefacción pero alivio se apoderó de su rostro.- ¿Andrea? -preguntó por lo bajo, una pregunta que por poco pasa silenciosa ante el ruido de ambiente. ¡Estaba salvado! Tenía que sin duda ser un ángel traído por sus buenas acciones pasadas, ni siquiera tuvo que comenzar a pedir misericordia y la solución estaba, literalmente, tocando su hombro.- ¡Andrea! -ya sin ninguna duda y sin escatimar en presentación personal, sus brazos de arriba pasaron a rodear la cintura de la joven rubia y apegársele como un infante perdido en el mar que por fin encuentra un salvavidas en su madre, ya que, técnicamente, esa comparación no estaba muy lejos de ser realidad más que una metáfora sin sentido.

Su alivio era enorme, su abrazo reflejaba bien lo desesperado que hace minutos atrás se hallaba, aferrándose a la fina figura pero teniendo un cuidado propio para con Andrea, evidentemente, y, antes que fuese dicha otra palabra, ya se había removido de su lugar como también sus brazos del abrazo.- ¿Qué hace usted aquí? Es la última persona que esperé encontrarme -¿Dónde había quedado el asustado y extraviado joven? Pues claro la pregunta no era qué hacía ella allí, si no qué hacía él allí, pero fue algo que el latino ignoró por creces. Pero aun, ni siquiera hablaba con modales, era como si le hablase a un hermano o peor, a otro hombre, gran problema que tenía Zeth para referirse a otras personas y era muy mal visto por otros prejuiciosos que aun a su corta edad le exigían modales de un anciano, a su ver. Pamplinas.

En medio de una sonrisa que curvó sus labios, recibió golpe en su hombro que casi lo desestabiliza, mirando a su alrededor. Por poco y olvidaba el lugar en el que se encontraba, y su expresión de compungido regresó, no estaba en su salsa, era horrible, quería salir de allí.- Andrea, por favor ayúdeme, intento ir a donde sea y la gente me golpea. ¡Gritan y yo ni siquiera los toco! -pidió junto a un mohín, esa queja era muy similar a la que se oiría de un niño decir "Madre, mi hermano no me deja usar su pelota, ¡Haz algo!". Ya estaba dejando en evidencia su extravió, pero que ciertamente no creyó ser demasiado discreto para ocultar el hecho de que no sabía ni donde estaba parado. ¿Andrea sabría? Por su bien esperaba que así fuese, o su fin estaba en sumergirse en los olores y sonidos del inmenso lugar. Ahora que lo pensaba y repasaba, sus palabras habían sido muy inconsecuentes una con la otra, pasar a defenderse, asustarse, alegrarse y por poco sacarle el aire en una brazo posesivo, a ahora pedirle ayuda. ¿No estaría asustando a un "rescatista"? Que Dios lo libre y no se mofe de él, nuevamente.

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