AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Memory’s Stain [Ejnar Bohr]
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Memory’s Stain [Ejnar Bohr]
"I have a confession in the form of a question".
-Cass McCombs, “Memory’s Stain”
-Cass McCombs, “Memory’s Stain”
Temprano esa mañana salió de su casa, el lugar que alquilaba ahora en la ciudad francesa, sin desayunar, desde que estaba solo prefería comer fuera porque era en la mesa donde se sentía más el peso del abandono que sufría. Compró el periódico al salir del edificio donde vivía, pronto pediría trabajo en aquella publicación, con su currículo no le sería difícil acceder a un buen puesto, los ahorros que llevaba para subsistir los primeros días lejos de Londres, sabía bien, no durarían para siempre, pero ya se las arreglaría, siempre lo hacía.
Siguió su camino, el camino que supuso sería ahora parte de su rutina diaria, su meta era un café que había visto calle más abajo, tomaría un café, comería algún pan y con suerte se toparía a alguien peculiar, alguien cuyas historias lo inspiraran.
Comenzaba a desesperarse, solía decir que un escritor debía ser una criatura de hábitos y no atenido a las musas, pero últimamente ni el hábito ni las musas lo habían beneficiado con sus favores. Seguía escribiendo diario aunque la cicatriz en su mano ardiera como el mismísimo fuego que la provocó, siempre lo haría, a toda hora, como terapia y como deber, si no escribía se moría y aún no era su tiempo. No sabía qué lo conducía a creer aquello, no sabía qué fuerza lo mantenía del lado de los vivos cuando las dos mujeres de su vida se habían marchado para no volver. Pero quién era él para cuestionar aquellas cosas, quería creer que su gran hito estaba por llegar, su gran obra a pesar de que lo que ya había publicado gozaba de cierto éxito, pero como buen autor exigente que era consigo mismo, sabía que le faltaba aún mucho por recorrer y que aún podía mejorar. Todo es perfectible.
Finalmente llegó al lugar, un café apacible, tranquilo, ideal para comenzar el día. Pidió un café y en lo que esperaba estiró el periódico, su francés era el suficiente como para entender las noticias, así de paso se enteraba del enfoque de aquel diario y conocer de qué iba, para llegado el momento hacer un buen trabajo. Claro, si lograba entrar a trabajar ahí, no pecaba de entusiasmo, era consciente de los riesgos, del margen de error, que las cosas no siempre salían como uno las planeaba.
La mesera regresó con la taza de café caliente, al recibirlo y bajar el periódico su mirada dibujó una perfecta línea recta hacia un joven en una mesa cercana. No pudo evitar observarlo, su apariencia era ideal, de inmediato formuló una historia sobre aquel sujeto en su mente, tan rápidamente que ni cuenta se dio. Rió y tomó la tasa por la oreja, la levantó e inclinó la cabeza en dirección al joven hombre como si propusiera un brindis con la esperanza de poder cruzar palabras con él.
Siguió su camino, el camino que supuso sería ahora parte de su rutina diaria, su meta era un café que había visto calle más abajo, tomaría un café, comería algún pan y con suerte se toparía a alguien peculiar, alguien cuyas historias lo inspiraran.
Comenzaba a desesperarse, solía decir que un escritor debía ser una criatura de hábitos y no atenido a las musas, pero últimamente ni el hábito ni las musas lo habían beneficiado con sus favores. Seguía escribiendo diario aunque la cicatriz en su mano ardiera como el mismísimo fuego que la provocó, siempre lo haría, a toda hora, como terapia y como deber, si no escribía se moría y aún no era su tiempo. No sabía qué lo conducía a creer aquello, no sabía qué fuerza lo mantenía del lado de los vivos cuando las dos mujeres de su vida se habían marchado para no volver. Pero quién era él para cuestionar aquellas cosas, quería creer que su gran hito estaba por llegar, su gran obra a pesar de que lo que ya había publicado gozaba de cierto éxito, pero como buen autor exigente que era consigo mismo, sabía que le faltaba aún mucho por recorrer y que aún podía mejorar. Todo es perfectible.
Finalmente llegó al lugar, un café apacible, tranquilo, ideal para comenzar el día. Pidió un café y en lo que esperaba estiró el periódico, su francés era el suficiente como para entender las noticias, así de paso se enteraba del enfoque de aquel diario y conocer de qué iba, para llegado el momento hacer un buen trabajo. Claro, si lograba entrar a trabajar ahí, no pecaba de entusiasmo, era consciente de los riesgos, del margen de error, que las cosas no siempre salían como uno las planeaba.
La mesera regresó con la taza de café caliente, al recibirlo y bajar el periódico su mirada dibujó una perfecta línea recta hacia un joven en una mesa cercana. No pudo evitar observarlo, su apariencia era ideal, de inmediato formuló una historia sobre aquel sujeto en su mente, tan rápidamente que ni cuenta se dio. Rió y tomó la tasa por la oreja, la levantó e inclinó la cabeza en dirección al joven hombre como si propusiera un brindis con la esperanza de poder cruzar palabras con él.
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Re: Memory’s Stain [Ejnar Bohr]
Se había pasado la noche recorriendo las calles con varias de sus compañeras. Ellas habían tenido más suerte a la hora de encontrar un lecho en el que pasar la noche, pero él… Se había despedido de la última en una calle oscura y silenciosa de la que después comenzaron a provenir alaridos de placer. Siempre se preocupaba por ellas porque muchas veces veía con quién (o con qué) iban a pasar la noche entregando su cuerpo a cambio de dinero. Él al menos era un hombre, y un lobo, por lo que si alguna situación se torcía le sería más fácil abandonar rápidamente el campo de batalla. Pero las muchachas apenas tenían fuerza física, y en esas condiciones, vestidas de esa manera y con semejante calzado, les sería más que difícil huir. Además, seguramente alguna de a las que acababa de despedir sufriría golpes esa noche… Y eso lo enfermaba. Cuando fue él el que buscó amor y cariño en otros brazos jamás dañó a quien se lo ofreció. Siempre fue ficticio debido a que el único fin de aquellos encuentros eran el desahogo y el dinero, pero… ¿Acaso no era mejor malo conocido que bueno por conocer?
Detuvo sus pasos en una esquina y algún reloj lejano hizo sonar cuatro campanadas. Y cuatro fueron también sus pasos hasta que se detuvo, siguiendo el ritmo de los toques. Ya eran las cuatro de la madrugada y sin embargo parecía que acababa de salir del burdel con las chicas. Sí… Se había pasado horas andando por las calles de París como un perro sin dueño y abandonado. Quizá lo era, como ya le echaron en cara una vez…
Después de acercarse a una pared y de apoyarse en ella se llevó una mano a la cara y con dos dedos se masajeó los ojos, suspirando. No tenía mucho sueño, pero el cansancio que aquel trabajo producía no era poco. Después se volvió a meter la mano en el bolsillo, como la otra.
Se había librado de trabajar dentro del burdel gracias a la insistencia de sus compañeras y su ánimo no había sido malo… hasta ese momento. Todo había ido viento en popa sin ningún percance de por medio, y ahora tenía la espalda apoyada en la pared, al igual que uno de sus pies, y las
manos metidas en los bolsillos en gesto despreocupado. Su cabeza miraba hacia arriba y sus ojos observaban las estrellas titilantes que aquella noche brillaban con tantísima belleza y elegancia. ¿Qué había pasado para que cambiara? ¿Quizá lo habían invadido los recuerdos perpetuos a los que estaba condenado? Suspiró de nuevo y se echó el cabello hacia atrás, dejándolo caer en cascada sobre sus hombros.
Cuando se quiso dar cuenta, las campanadas resonaron de nuevo. Esta vez fueron cinco y las contó marcando el ritmo sobre su pierna apoyada con un dedo. Despacio, continuo. Atronador, tranquilizador. Así era el sonido de las campanadas que provenían de Notre Dame. Fresco e intimidante al mismo tiempo. Después de dar el último toque con su índice se echó hacia adelante y comenzó a andar de nuevo, sin mirar adelante o hacia atrás. Tan sólo siguiendo la dirección que estaba tomando antes de haberse detenido.
Y un rato después, las seis campanadas que sucedían a las cinco anteriores resonaron en el ambiente. Esta vez al joven lobo no le dio tiempo a contarlas, ya que cuando iba a sacar la mano de su bolsillo aspiró una bocanada de aire que le robó la razón por su aroma. Pan. Olía a pan caliente, recién hecho, recién horneado. Y es que ciertamente sobre esa hora comenzaban a funcionar las panaderías para después repartir el pan y los dulces por los bares y restaurantes de la ciudad. Maldijo no tener dinero y siguió andando como si nada.
Pero su suerte cambió de un momento a otro. De nuevo entre dos esquinas, en un callejón de dudosa seguridad una voz ronca y espectral nació de entre las sombras. Ya estaba amaneciendo, de modo que no podía ser un vampiro. ¿Y ese tono fantasmagórico, entonces? Alzó una ceja y de entre la oscuridad una fornida figura apareció ante él, susurrándole unas palabras al oído. Momentos después sus labios se encontraron con los de alguien a quien todavía no había podido ver el rostro, y sus pasos fueron decreciendo callejón adentro. Las órdenes que había recibido eran muy claras: sólo un trabajo manual que realizó lo más intensamente posible para agradar a su cliente. El otro hombre no paró de gemir hasta que todo terminó y entonces sonrió, metiéndole una bolsa con bastante dinero dentro de la camisa blanca. En un abrir y cerrar de ojos, la figura desapareció. Y no, no era un vampiro porque era cálido. ¿Se puede saber a qué o a quién Ejnar le había hecho una…? En fin…
No le dio más importancia al asunto porque su estómago rugió. Entonces se sacó la suculenta bolsita de dentro de la ropa y vio que pesaba. La agitó unas cuantas veces en su mano y salió sonriendo del callejón: “Lo que hay que ver…”, pensó mientras la curvatura de su sonrisa se tensaba hacia un lado. Y se encaminó hacia algún lugar abierto en el que pudiera comer, como un bar o una cafetería. Terminó entrando en un café al que todavía no había acudido nadie y se sentó al lado de una ventana, pidiéndole al camarero un modesto café con leche. No le gustaba el café solo, lo encontraba muy amargo.
Cuando se lo trajo tomó varios sorbos pequeños, evitando así quemarse, y vio amanecer desde su sitio. Entonces varias personas más comenzaron a entrar y el danés se acomodó sobre la silla, apoyando la cabeza sobre una mano cuyo brazo se sostenía con el codo sobre la mesa. Así permaneció un rato hasta que decidió cambiar de postura y se fijó en que otro hombre lo miraba. Con algo de vergüenza apartó la mirada y tomó la taza de nuevo para llevársela a los labios, pero al volver a mirar al hombre vio que mantenía su ojeada sobre él. Entonces observó su gesto y con igual timidez se lo devolvió, retirando rápidamente la mirada preguntándose qué había sido eso, y volvió a hundir sus pupilas negras en el marrón claro del que se componía su café.
OFF: Lamento la tardanza, espero que te guste.
PD: Bonita canción
Detuvo sus pasos en una esquina y algún reloj lejano hizo sonar cuatro campanadas. Y cuatro fueron también sus pasos hasta que se detuvo, siguiendo el ritmo de los toques. Ya eran las cuatro de la madrugada y sin embargo parecía que acababa de salir del burdel con las chicas. Sí… Se había pasado horas andando por las calles de París como un perro sin dueño y abandonado. Quizá lo era, como ya le echaron en cara una vez…
Después de acercarse a una pared y de apoyarse en ella se llevó una mano a la cara y con dos dedos se masajeó los ojos, suspirando. No tenía mucho sueño, pero el cansancio que aquel trabajo producía no era poco. Después se volvió a meter la mano en el bolsillo, como la otra.
Se había librado de trabajar dentro del burdel gracias a la insistencia de sus compañeras y su ánimo no había sido malo… hasta ese momento. Todo había ido viento en popa sin ningún percance de por medio, y ahora tenía la espalda apoyada en la pared, al igual que uno de sus pies, y las
manos metidas en los bolsillos en gesto despreocupado. Su cabeza miraba hacia arriba y sus ojos observaban las estrellas titilantes que aquella noche brillaban con tantísima belleza y elegancia. ¿Qué había pasado para que cambiara? ¿Quizá lo habían invadido los recuerdos perpetuos a los que estaba condenado? Suspiró de nuevo y se echó el cabello hacia atrás, dejándolo caer en cascada sobre sus hombros.
Cuando se quiso dar cuenta, las campanadas resonaron de nuevo. Esta vez fueron cinco y las contó marcando el ritmo sobre su pierna apoyada con un dedo. Despacio, continuo. Atronador, tranquilizador. Así era el sonido de las campanadas que provenían de Notre Dame. Fresco e intimidante al mismo tiempo. Después de dar el último toque con su índice se echó hacia adelante y comenzó a andar de nuevo, sin mirar adelante o hacia atrás. Tan sólo siguiendo la dirección que estaba tomando antes de haberse detenido.
Y un rato después, las seis campanadas que sucedían a las cinco anteriores resonaron en el ambiente. Esta vez al joven lobo no le dio tiempo a contarlas, ya que cuando iba a sacar la mano de su bolsillo aspiró una bocanada de aire que le robó la razón por su aroma. Pan. Olía a pan caliente, recién hecho, recién horneado. Y es que ciertamente sobre esa hora comenzaban a funcionar las panaderías para después repartir el pan y los dulces por los bares y restaurantes de la ciudad. Maldijo no tener dinero y siguió andando como si nada.
Pero su suerte cambió de un momento a otro. De nuevo entre dos esquinas, en un callejón de dudosa seguridad una voz ronca y espectral nació de entre las sombras. Ya estaba amaneciendo, de modo que no podía ser un vampiro. ¿Y ese tono fantasmagórico, entonces? Alzó una ceja y de entre la oscuridad una fornida figura apareció ante él, susurrándole unas palabras al oído. Momentos después sus labios se encontraron con los de alguien a quien todavía no había podido ver el rostro, y sus pasos fueron decreciendo callejón adentro. Las órdenes que había recibido eran muy claras: sólo un trabajo manual que realizó lo más intensamente posible para agradar a su cliente. El otro hombre no paró de gemir hasta que todo terminó y entonces sonrió, metiéndole una bolsa con bastante dinero dentro de la camisa blanca. En un abrir y cerrar de ojos, la figura desapareció. Y no, no era un vampiro porque era cálido. ¿Se puede saber a qué o a quién Ejnar le había hecho una…? En fin…
No le dio más importancia al asunto porque su estómago rugió. Entonces se sacó la suculenta bolsita de dentro de la ropa y vio que pesaba. La agitó unas cuantas veces en su mano y salió sonriendo del callejón: “Lo que hay que ver…”, pensó mientras la curvatura de su sonrisa se tensaba hacia un lado. Y se encaminó hacia algún lugar abierto en el que pudiera comer, como un bar o una cafetería. Terminó entrando en un café al que todavía no había acudido nadie y se sentó al lado de una ventana, pidiéndole al camarero un modesto café con leche. No le gustaba el café solo, lo encontraba muy amargo.
Cuando se lo trajo tomó varios sorbos pequeños, evitando así quemarse, y vio amanecer desde su sitio. Entonces varias personas más comenzaron a entrar y el danés se acomodó sobre la silla, apoyando la cabeza sobre una mano cuyo brazo se sostenía con el codo sobre la mesa. Así permaneció un rato hasta que decidió cambiar de postura y se fijó en que otro hombre lo miraba. Con algo de vergüenza apartó la mirada y tomó la taza de nuevo para llevársela a los labios, pero al volver a mirar al hombre vio que mantenía su ojeada sobre él. Entonces observó su gesto y con igual timidez se lo devolvió, retirando rápidamente la mirada preguntándose qué había sido eso, y volvió a hundir sus pupilas negras en el marrón claro del que se componía su café.
OFF: Lamento la tardanza, espero que te guste.
PD: Bonita canción
Última edición por Ejnar Bohr el Sáb Oct 15, 2011 10:33 am, editado 1 vez
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Re: Memory’s Stain [Ejnar Bohr]
Una vez que pudo ver al joven supo de inmediato que, como él, era extranjero, y su mirada se notaba el trasnoche, se preguntaba que escondía ese semblante misterioso y hasta lóbrego. Se alegró que el gesto fuese correspondido, era un paso. Ranald tenía una habilidad bastante natural para acercarse a las personas, quizá era su cara o algo en su comportamiento, pero siempre lograba entablar una conversación cuando se lo proponía. No subestimaba a nadie, eso también era importante, creía que todos tenían historias que contar, por más aburrido que el sujeto luciera, aunque este no era el caso, el muchacho parecía contrariado, o esa impresión le dio al escritor.
Terminó de leer la nota que revisaba, inevitablemente criticó algunos puntos, aunque no podía decir mucho de la redacción, si fuese en inglés otra cosa sería, pero su francés era sólo el necesario para entender, no para escribir y plasmar lo que sentía. La escritura era un arte desde las entrañas, creía, y cómo expresarse en un idioma que no era el suyo, era imposible. La ventaja que encontraba con los periódicos era que la mayor parte se trataba de dar información y ya, no había que plasmar demasiados sentimientos, y si lograba trabajar ahí como era su meta, mejoraría su francés también.
Llamó a la mesera con el pretexto de llenar su tasa con café y para pedir alguna tarta para acompañarlo, aunque le habló al oído y deslizó una nota que acababa de hacer con un trozo del diario y una pluma fuente que siempre lo acompañaba, señaló con los ojos al joven que se mantenía concentrado en su café como si fuese la cosa más interesante del mundo. La joven mujer le dirigió una mirada de incredulidad y Ranald comprendió y se sonrojó al atar cabos, en la libertina París era más sencillo que los hombres… bueno, amaran a otros hombres, el escritor no tenía ningún prejuicio al respecto, algunos de sus mejores amigos eran de ese modo, en el mundo de arte en realidad era difícil encontrar aquellos que no lo fuesen como él; miró de regreso a la mesera y negó con la cabeza casi riendo y le insistió que pasara el trozo de papel.
Esa era la nota, sencilla y amable aunque al ver alejarse a la joven que lo atendía y acercarse al destinatario rogó que éste no pensara lo mismo que ella. No tenía prejuicio alguno, pero tampoco quería que creyeran de él algo que no venía al caso.
Aguardó paciente, hizo como que volvía a leer el periódico pero sólo leyó los encabezados y una breve nota sobre misteriosas muertes nocturnas, a él no le sorprendía en absoluto, Londres estaba plagada de vampiros y conoció a un par, pues resultaban fuente inagotable de historias que sonaban más a fantasía que otra cosa, veía ahora que París no era tan diferente y estuvo seguro que ya se toparía con alguno en algún momento, imposible no hacerlo cuando en realidad era lo que estaba buscando a cada momento. Peligroso sí, el trabajo de escritor era más riesgoso de lo que pudiera parecer, o al menos del modo en cómo Ranald lo ejercía, siempre buscando historias tentando a la muerte.
Terminó de leer la nota que revisaba, inevitablemente criticó algunos puntos, aunque no podía decir mucho de la redacción, si fuese en inglés otra cosa sería, pero su francés era sólo el necesario para entender, no para escribir y plasmar lo que sentía. La escritura era un arte desde las entrañas, creía, y cómo expresarse en un idioma que no era el suyo, era imposible. La ventaja que encontraba con los periódicos era que la mayor parte se trataba de dar información y ya, no había que plasmar demasiados sentimientos, y si lograba trabajar ahí como era su meta, mejoraría su francés también.
Llamó a la mesera con el pretexto de llenar su tasa con café y para pedir alguna tarta para acompañarlo, aunque le habló al oído y deslizó una nota que acababa de hacer con un trozo del diario y una pluma fuente que siempre lo acompañaba, señaló con los ojos al joven que se mantenía concentrado en su café como si fuese la cosa más interesante del mundo. La joven mujer le dirigió una mirada de incredulidad y Ranald comprendió y se sonrojó al atar cabos, en la libertina París era más sencillo que los hombres… bueno, amaran a otros hombres, el escritor no tenía ningún prejuicio al respecto, algunos de sus mejores amigos eran de ese modo, en el mundo de arte en realidad era difícil encontrar aquellos que no lo fuesen como él; miró de regreso a la mesera y negó con la cabeza casi riendo y le insistió que pasara el trozo de papel.
Usted caballero está solo y yo también, ¿no gusta compartir el café matutino conmigo?
Esa era la nota, sencilla y amable aunque al ver alejarse a la joven que lo atendía y acercarse al destinatario rogó que éste no pensara lo mismo que ella. No tenía prejuicio alguno, pero tampoco quería que creyeran de él algo que no venía al caso.
Aguardó paciente, hizo como que volvía a leer el periódico pero sólo leyó los encabezados y una breve nota sobre misteriosas muertes nocturnas, a él no le sorprendía en absoluto, Londres estaba plagada de vampiros y conoció a un par, pues resultaban fuente inagotable de historias que sonaban más a fantasía que otra cosa, veía ahora que París no era tan diferente y estuvo seguro que ya se toparía con alguno en algún momento, imposible no hacerlo cuando en realidad era lo que estaba buscando a cada momento. Peligroso sí, el trabajo de escritor era más riesgoso de lo que pudiera parecer, o al menos del modo en cómo Ranald lo ejercía, siempre buscando historias tentando a la muerte.
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Re: Memory’s Stain [Ejnar Bohr]
Tuvo que parpadear varias veces, pues el humo que desprendía la cálida bebida le empañaba los ojos. Era uno de los mejores cafés que había probado en mucho tiempo, sin duda, y si no estuviera tan caliente ya se lo habría terminado. Sin embargo, aunque de forma paulatina, su estómago iba entrando en calor y por ende él se iba relajando, mas no pudo del todo porque de inmediato sus pensamientos abordaron el breve pero intenso encuentro visual de hacía unos momentos atrás con aquel hombre. No era mayor, pero sí tenía en su rostro un semblante empírico, algo que le hizo pensar que no era cualquiera. Y le resultó atractivo, un atractivo causado por algo, pero no supo exactamente el qué. Suspiró y lo miró de refilón, pero lo que vio fue un cuerpo de mujer. Levantó la vista y ésta le tendió una nota, indicándole con la cabeza de quién sospechaba él que podía provenir. Una ligera sonrisa adornó sus labios y la desdobló de forma disimulada.
“Usted caballero está solo y yo también, ¿no gusta compartir el café matutino conmigo?”, decía el papel.
Ejnar alzó una ceja y ladeó el rostro. Siendo el que era su oficio no tardó en pensar lo evidente. La verdad, no le disgustaría… Suspiró y se llevó una mano al cabello para colocárselo detrás de la oreja en gesto coqueto, por si de aquello se trataba. Pero prefirió comprobarlo directamente. Miró al caballero y le sostuvo la mirada, intercambiando pequeñas miradas entre ambas mesas. Con aquello quería decir que cuál de los dos se acercaba a la mesa contraria, ya que no sabía qué quería su interlocutor.
Pero tras unos instantes cavilando en cómo hacerlo, decidió tomar la iniciativa y se levantó de la silla, sosteniendo la taza por el asa, y se encaminó hacia la mesa de en frente con porte firme y elegante. Era un hombre educado, a pesar de trabajar a gritos. Simultáneamente a su acercamiento intercambió una rápida mirada con la misma camarera, cuya expresión en el rostro era… incalificable, pero le hizo gracia. ¿Era posible que todavía quedara gente modosita sobre la Tierra, con todo lo que existía y se veía?
Bajó la mirada y la clavó en los ojos del hombre que tenía el periódico entre sus manos y ahí la dejó hasta que se aproximó del todo. Entonces le dedicó una sonrisa tergiversada y se encogió de hombros, señalando con un gesto de cabeza una de las sillas - ¿Puedo? - preguntó solamente por cortesía, esperando la respuesta afirmativa. Sí, de cerca era incluso más atractivo que desde lejos. Por un momento, sólo por un momento, Ejnar temió que quisiera burlarse de él. Esa era una de las razones por las que su autoestima mermaba lentamente con el paso de los días.
OFF: Siento la demora, me surgieron problemas en casa con la línea u_u
“Usted caballero está solo y yo también, ¿no gusta compartir el café matutino conmigo?”, decía el papel.
Ejnar alzó una ceja y ladeó el rostro. Siendo el que era su oficio no tardó en pensar lo evidente. La verdad, no le disgustaría… Suspiró y se llevó una mano al cabello para colocárselo detrás de la oreja en gesto coqueto, por si de aquello se trataba. Pero prefirió comprobarlo directamente. Miró al caballero y le sostuvo la mirada, intercambiando pequeñas miradas entre ambas mesas. Con aquello quería decir que cuál de los dos se acercaba a la mesa contraria, ya que no sabía qué quería su interlocutor.
Pero tras unos instantes cavilando en cómo hacerlo, decidió tomar la iniciativa y se levantó de la silla, sosteniendo la taza por el asa, y se encaminó hacia la mesa de en frente con porte firme y elegante. Era un hombre educado, a pesar de trabajar a gritos. Simultáneamente a su acercamiento intercambió una rápida mirada con la misma camarera, cuya expresión en el rostro era… incalificable, pero le hizo gracia. ¿Era posible que todavía quedara gente modosita sobre la Tierra, con todo lo que existía y se veía?
Bajó la mirada y la clavó en los ojos del hombre que tenía el periódico entre sus manos y ahí la dejó hasta que se aproximó del todo. Entonces le dedicó una sonrisa tergiversada y se encogió de hombros, señalando con un gesto de cabeza una de las sillas - ¿Puedo? - preguntó solamente por cortesía, esperando la respuesta afirmativa. Sí, de cerca era incluso más atractivo que desde lejos. Por un momento, sólo por un momento, Ejnar temió que quisiera burlarse de él. Esa era una de las razones por las que su autoestima mermaba lentamente con el paso de los días.
OFF: Siento la demora, me surgieron problemas en casa con la línea u_u
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Re: Memory’s Stain [Ejnar Bohr]
Observó con detenimiento cómo el joven que leía la nota y sin querer comenzó a jugar con el borde del mantel, ansioso de ver su reacción. Debido a su profesión había aprendido a leer en los gestos de las personas cuál sería su siguiente movimiento, no siempre se podía, había individuos que habían aprendido a no delatarse de aquel modo. Ranald esperó un segundo o dos para saber en qué categoría caía el joven, pero entre más lo observaba más se daba cuenta que poseía un aspecto intrigante, foráneo y perfecto para dibujar un anti héroe. Porque Ranald sólo escribía sobre anti héroes. Así que cuando menos se dio cuenta, absorto en todas esas cualidades, el otro desapareció de su campo visual.
Lo buscó con la mirada aunque no tardó en encontrarlo, caminando en dirección a él, sonrió complacido y comprobó todo lo que ya había visto, no lucía como un hombre de mucho poder adquisitivo pero su presencia tenía un porte que muchos reyes envidiarían, de cierta elegancia pero salvaje a la vez, un contraste que Ranald encontró bastante interesante para ser descrito a la hora de escribir, su rostros cuadrado, su larga cabellera, todo era una envoltura perfecta, sólo esperaba no decepcionarse con lo que había adentro. Sabía que lo estaba siguiendo con los ojos y que esa camarera seguro ya estaría pensando lo peor, pero no le importó, frente a él tenía al perfecto hidalgo para su historia. Lo supo, en ese instante lo supo.
Cuando escuchó la voz de su nuevo acompañante se puso de pie de un salto, sin dejar de notar el acento evidentemente no francés, aunque no supo de qué latitud provenía, arrimó la silla que ocupaba, provocando así un rechinido de la madera sobre la loza del piso y señaló la silla de enfrente.
-Adelante –dijo con tono cortés esperando que el chico, mucho más joven que él, por lo que podía notar, tomara asiento y luego él lo imitó. Llevó ambas manos, soltando así el diario, a la taza con el líquido obscuro a medio tomar, calentándose así las palmas y soltó una risa contrariada.
-Siento mi atrevimiento –alzó la mirada para verlo de frente-, pero su presencia ha llamado poderosamente mi atención –dijo con un dejo de esa pasión de artista, pero conteniendo su voz y cuidando sus palabras. Que hubiese aceptado la invitación a acompañarlo ya era un paso, no quería echar a perder el avance. Casi siempre lograba acercarse a las personas, hacerlas que le contaran sus historias, como a un terapeuta, pero para lograrlo sabía que debía ganarse su confianza. Movió la cabeza cayendo en cuenta de algo.
-Lo siento –se llevó una mano al pecho –a veces se me olvida que tengo modales –rió aunque más para sí mismo –soy Ranald Hrasky –se presentó con una leve inclinación de la cabeza sin dejar de sonreír. Solía decir su nombre completo porque aunque no era el más famoso de los autores, sus libros habían sido traducidos a varios idiomas y quizá el joven, por obra del destino, se había topado con alguno; tener un nombre conocido ahorraba muchos pasos en la tarea de ganarse la confianza ajena.
Aguardó a ver cuál era la reacción de su ahora interlocutor, quizá su nombre le diera una pista de su origen.
Lo buscó con la mirada aunque no tardó en encontrarlo, caminando en dirección a él, sonrió complacido y comprobó todo lo que ya había visto, no lucía como un hombre de mucho poder adquisitivo pero su presencia tenía un porte que muchos reyes envidiarían, de cierta elegancia pero salvaje a la vez, un contraste que Ranald encontró bastante interesante para ser descrito a la hora de escribir, su rostros cuadrado, su larga cabellera, todo era una envoltura perfecta, sólo esperaba no decepcionarse con lo que había adentro. Sabía que lo estaba siguiendo con los ojos y que esa camarera seguro ya estaría pensando lo peor, pero no le importó, frente a él tenía al perfecto hidalgo para su historia. Lo supo, en ese instante lo supo.
Cuando escuchó la voz de su nuevo acompañante se puso de pie de un salto, sin dejar de notar el acento evidentemente no francés, aunque no supo de qué latitud provenía, arrimó la silla que ocupaba, provocando así un rechinido de la madera sobre la loza del piso y señaló la silla de enfrente.
-Adelante –dijo con tono cortés esperando que el chico, mucho más joven que él, por lo que podía notar, tomara asiento y luego él lo imitó. Llevó ambas manos, soltando así el diario, a la taza con el líquido obscuro a medio tomar, calentándose así las palmas y soltó una risa contrariada.
-Siento mi atrevimiento –alzó la mirada para verlo de frente-, pero su presencia ha llamado poderosamente mi atención –dijo con un dejo de esa pasión de artista, pero conteniendo su voz y cuidando sus palabras. Que hubiese aceptado la invitación a acompañarlo ya era un paso, no quería echar a perder el avance. Casi siempre lograba acercarse a las personas, hacerlas que le contaran sus historias, como a un terapeuta, pero para lograrlo sabía que debía ganarse su confianza. Movió la cabeza cayendo en cuenta de algo.
-Lo siento –se llevó una mano al pecho –a veces se me olvida que tengo modales –rió aunque más para sí mismo –soy Ranald Hrasky –se presentó con una leve inclinación de la cabeza sin dejar de sonreír. Solía decir su nombre completo porque aunque no era el más famoso de los autores, sus libros habían sido traducidos a varios idiomas y quizá el joven, por obra del destino, se había topado con alguno; tener un nombre conocido ahorraba muchos pasos en la tarea de ganarse la confianza ajena.
Aguardó a ver cuál era la reacción de su ahora interlocutor, quizá su nombre le diera una pista de su origen.
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