Suite en Re menor (Ejnar Bohr)

La canción no salía de mi cabeza. Era una melodía infantil, desgastada y vieja. Pertenecía a una época que ya no existe, con unos valores perdidos, junto con las ilusiones de los millares de personas que recorrieron-con mayor o menor infortunio-dicho tiempo.

Para mí, no tenía ningún significado especial. Hacía mucho tiempo que los recuerdos de mi infancia no conseguían despertar en mí ni zozobra, ni malestar, ni nostalgia ni melancolías. ¿Me había vuelto de piedra? ¿Acaso sería verdad que los vampiros no tenemos alma porque se la hemos vendido al Diablo?
Yo no sabía nada de almas, pero sí de diablos; aquellos que me persiguen todos los condenados días de mi existencia. Mi dämon en concreto, tenía un nombre; se llamaba Friedrich. Y era más bien un fantasma. Una sombra que no podía olvidar.

La música me trajo una vez más a donde no quería estar. Casi inconscientemente, mis perversos pies me habían conducido a la tienda de música Carrousel, la única que me permitía estar cerca de un muerto...Y yo ansiaba poder estar cerca de él.

La tienda estaba cerrada a aquellas horas. Algo que no me sorprendió, por lo que me limité a mirar el escaparate. Por una vez, me permití el lujo de concentrarme más en mi ópera que estaba empezando a elaborar. Los violines, el piano, el violonchelo y las flautas traveseras serían los protagonistas indiscutibles de la obra....Irremediablemente, me hizo pensar en Dimitri y nuestra orquesta. "Demasiado. Es demasiado"

Con la apatía de un alma en pena, recorrí las vidrieras exteriores, recreándome en cada instrumento, en cada partitura, en cada color...Cerré los ojos y traté de aspirar el olor a música, aunque estaba demasiado contaminado por el de la sangre. "Pero no es mi sangre" pensé de sopetón.

Abrí los ojos y afiné todos mis sentidos. La sangre bullía a ritmo acompasado por el cuerpo de la segunda persona que invadía la noche, la temperatura corporal era mucho más alta que la de cualquier humano corriente, y el olor...el olor emanaba destellos de luna llena, bosque y tierra húmeda. Arrugué la nariz.
"Un lobo"

Observé tras el escaparate y comprobé como el licántropo se sentaba cuidadosamente en una silla, cogía un violonchelo de la tienda y se lo colocaba entre las piernas. Con suavidad, empezó a deslizar la batuta por las cuerdas y las primeras notas de música comenzaron a fluir, con la destreza de los músicos alemanes y añoranza de los compositores rusos.

Aquello fue estimulante y decidí aventurarme en el interior de la tienda. Con sorpresa, descubrí que estaba abierta. Al entrar, me perdí en el laberinto de metales, marfiles y madera...La música del violonchelo era mi guía. Finalmente, llegué a mi destino, con disimulo para no despistar al joven intérprete, esperé en un lugar prudencial. El olor se hacía cada vez más intenso...Y mis instintos me obligaban a atacar o salir corriendo. "No" me dije, "Déjale que toque. Basta de sangre. Déjale que toque..."