Alguna vez te has preguntado ¿Quien quiere vivir por siempre? [Ranald Hrasky]

Cuando se tienen tantos años como yo, dormir temprano es la opción, ya no estoy para trasnochar, sin embargo el saberme y sentirme estancado me ha robado el sueño. Difícilmente puedo descansar sabiendo que no he escrito nada interesante en meses, no me había sentido así de intranquilo desde que Joan… bueno, desde que ella me dejó, no por voluntad propia, claro está. Llegué a casa, mi nueva casa, después de algunos encuentros programados con algunas personas que me ayudarán a finalmente encontrar un empleo estable en esta nueva ciudad. París es ahora mi casa, por tiempo indefinido, y más me vale empezar a asentarme. Pensé en preparar un té, relajarme y leer a la luz de las velas un viejo libro, sin embargo, no pude, las palabras impresas en el amarillento papel danzaban frente a mis ojos, era imposible concentrarse. Harto me puse de pie, tomé un tintero, una pluma y algunos trozos de papel en blanco y salí.

Primero no supe a dónde dirigirme, en gran medida porque todo en esta ciudad aún me resulta nuevo, pero poco a poco pude encaminar mis pasos hasta un café. Resultaba perfecto, no había mucha gente pero no estaba completamente solitario. Así me senté en una mesa, solo porque en esta vida, desde que ellas se fueron, estoy solo y comencé a esbozar líneas con la tinta y el papel que había llevado conmigo. Pensamientos que habían estado rondando mi cabeza. Me gustaría a veces que escribir fuese una ciencia exacta como las matemáticas que parecen poder entenderme tan fácilmente como yo a ellas, pero no, la tarea del escritor debe venir de la víscera, del corazón, de la sangre y la pasión. No hay nada exacto en ello, no hay verdades irrefutables en el arte.

Concentrado como estaba sólo alcé la mirada cuando escuché un revuelo y frente a mí, una mujer de nívea piel se acercaba como flotando, como un ángel obscuro, pues esa mirada podía ser una visión del mismísimo infierno de Dante, regresé mi atención a lo que escribía pero ya no pude agregar nada, su presencia me tenía inquieto, cuando alcé la mirada de nuevo, estaba frente a mí. Arqueé una ceja cuando me llamó escritor, pero lo que más intrigó vino después, el cómo había leído con cierta facilidad mi semblante como para adivinar todo aquello. Y sí, yo sabía lo que ella era, porque en Londres conocí a varios que como la dama frente a mí, toman la vida de otros para seguir su existencia inmortal.

-Buenas noches –hice una reverencia con la cabeza dejando de lado la pluma y acomodando de manera maniática la taza del café que bebía, la escuché y sólo hice un ademán con la mano para que tomara asiento frente a mí-, interesante presentación –alcé ambas cejas –entonces no me serviría de nada decir lo contrario, pues se ha dado cuenta de cuáles son mis intenciones en este lugar –le sonreí, cuando dijo que no me haría daño me sentí ligeramente menos nervioso.

Su pregunta me atacó sin previo aviso, rondó mi cabeza unos segundos, se repitió ahí dentro como un eco infinito. Como premisa era espectacular, como cuestión filosófica era apabullante, pero como conversación íntima, entre ella y yo, resultaba intrigante.

-Esa es una cuestión interesante, más vieniendo de alguien como usted, señorita Bightman –respondí y luego carraspeé –qué descortés soy, me llamo Ranald Hrasky, y como bien adivinó, soy escritor, sin duda las historias que usted tiene que contar deben ser fascinantes, por decir lo menos –callé, aguardando su reacción.

Estuve a punto de decirle que no interrumpía nada de importancia, pues en realidad sólo esbozaba cosas que en futuro quisiera fueran algo más decente, pero no pude abrir la boca, un tercero se acercó a nosotros y me quedé observando detenidamente al joven muchacho, sus reacciones, sus ojos que no se apartaron de ella como si de un imán se tratara, luego se fue cuando ella así quiso que fuera, sin duda los inmortales tenían un poder asombroso y más si se lo proponían, reí nervioso cuando ella habló de su cena y agaché la mirada observando las pocas líneas que había alcanzado a escribir antes de que llegara.

-No, no –negué con la cabeza aún sin mirarla-, no ha interrumpido nada verdaderamente importante –alcé finalmente el rostro y aunque sonreía, mis ojos denotaban temor, sería un insensato si no lo sintiera entando frente a alguien como ella-, y bueno, es bastante evidente que soy escritor –señalé el tintero, la pluma y los trozos de papel sobre la mesa, dije con una risa nerviosa que no pude controlar.

Escuché con atención lo que me decía. Aunque quitar una vida era un crimen y no había vuelta de hoja al respecto, que al menos eligiera a aquellos que se encargaban de ennegrecer las calles parisinas me parecía… loable a falta de una mejor palabra. Tal vez no todos eran tan malos como las leyendas los hacen ver, no dudo que los haya, temibles, sin corazón, que seducen y matan, pero esto demostraba que no eran seres en blanco y negro, sino en escala de grises como el resto de nosotros, guardando las debidas dimensiones, claro está.

Si hubiese tenido algo qué responderle no hubiese podido, de nueva cuenta el mesero llegaba a interrumpirnos, de todos modos no hubiera sabido qué responderle a todo eso que me decía. Otra vez miré con atención la interacción entre ambos, ella poseía una altivez digna de la realeza, por lo que sé, todos los vampiros poseen esa cualidad, esa y la que había mencionado, tenían una extraña capacidad de embelesarnos a nosotros los mortales, supongo que para poder cazarnos más fácilmente, aunque claro, todo esto son conjeturas mías.

Luego dirigí mis ojos a mi tasa, que estaba nuevamente llena, observé el vapor que de ella emanaba y con una reverencia agradecí al mesero.

-Muchas gracias –dije, porque si el pan era gratis y mi tasa estaba llena otra vez, era por ella, yo carecía de cualquier encanto, era un simple humano que hace lo que le gusta, escribir, y nada más. Alcé ambas cejas sorprendido cuando mencionó su lugar de origen.

-Vaya, yo también soy de Londres, ya lo dicen, el mundo es un pañuelo –dije con tono desenfadado y luego di un sorbo al café-, será que esta bebida nos mantiene toda la noche despiertos escribiendo –añadí en referencia a su comentario.

-Bueno, debo decirle que ha comenzado con el pie derecho a ganarse mi interés, no es como si tal cosa fuese invaluable, pero cuando uno ha escrito por tantos años, no cualquier cosa o persona logra captar nuestra atención –le sonreí afable-, lo que me ha dicho… -hice un ademán con la mano –de cómo elige a su alimento –carraspeé al usar aquel término –rompe con todo lo que creí saber sobre los suyos.

Inevitablemente, mientras ella hablaba, jalé casi imperceptible el mantel de la mesa al notar que la cuadrícula en él no estaba alineada con el cuadrado que era la mesa en donde ambos estábamos conversando. Me sorprendía esta mujer en especial, allá en Londres, los vampiros que llegué a conocer eran reservados, bastante recelosos sobre sus costumbres, sus modos, sus hábitos, y en cambio la señorita Brightman me estaba contando todo, bueno, me estaba dejando ver la punta de un iceberg que se antojaba gigante escondido por un mar de secretos, algunos dichos a medias como, moviendo ese océano con oleaje impreciso.

Alcé mi taza cuando ella lo hizo, un brindis sin palabras y tomé un sorbo, por Londres y por nuestro encuentro. Mi vista se desvió un poco a mis papeles y luego a la taza que acababa de colocar, sólo para acomodarla de modo que el asa quedara perpendicular a la cuadricula del mantel.

-Entonces me siento halagado –dije cuando comentó que había llamado su atención, y estoy seguro que no cualquier simple mortal, como yo, logra captar la atención de un vampiro de ese modo-, supongo que alguien como usted ha visto muchas cosas y conocido mucha gente, así que me siento realmente orgulloso de yo haberlo conseguido –dije con educación, mi tono de voz solemne pero a la vez gentil, acompañado de una sonrisa. Que ella hubiera llamado mi atención, seguramente, no era nada relevante, por eso no lo mencioné, ella lo sabía, estaba de más puntualizarlo.

Me quedé atento a sus palabras, hacía anotaciones en los papeles que tenía, pero sin despegar los ojos de ella, de su boca, de lo que de ella emanaba, todo era oro puro para mi propósito, a cada cosa que decía, mil historias venían a mi cabeza, hacía meses que no me sentía así, hacía meses que nada llegaba con claridad y de pronto, de golpe, gracias a alguien que no me esperaba, todo regresaba, todo se asentaba como el café que bebíamos en el fondo de la taza.

-Supongo, nosotros, y me refiero a los mortales, no a los escritores –aclaré –solemos temerle a todo aquello que no conocemos, aunque yo, personalmente, no puedo hablar por otros colegas, disfruto sumergirme en situaciones que ponen en riesgo mi vida con tal de obtener una historia que valga la pena –la miré significativamente, desde luego que me refería a su compañía, ¿miedo?, definitivamente, si no lo tuviera sería un tonto, cómo no tenerlo si al sólo verla sabías que detrás de esa belleza había este ser nocturno sediento de sangre, o tal vez era sólo yo el que lo podía ver, tan acostumbrado a observar a las personas, a escucharlas, a estudiarlas. Porque las personas son poseedoras de las historias que yo he de plasmar. Miré a mí alrededor y en efecto, todos estaban sumidos en sus asuntos sin saber que en el mismo local en el que charlaban, cerraban negocios, tenían una cita romántica, había un vampiro. Nadie sabe observar, o muy pocos al menos.

-Sí, pero también me dictan que no puedo dejar pasar esta oportunidad –respondí sonriendo –sería un insensato si no… temiera –a falta de una mejor palabra –pero igualmente sería un insensato si no aprovecho esta oportunidad, verá señorita Brightman, no he visto la cantidad de cosas que usted seguramente sí, pero he visto muchas cosas, en Londres más de una vez conviví con seres como usted, asustado estoy, pero puede más mi curiosidad de escritor.

Sonreí ante sus palabras no muy seguro de si debía contestar o no. De pronto me hice consciente de la situación, aunque había tenido encuentros similares en el pasado, no dejaba de ser fascinante. Escuché lo que me decía muy atento, mirándola, no sólo sus ojos o su rostro, sino sus expresiones y ademanes, había aprendido al pasar de los años que eran los gestos los que nos decían lo que las palabras no, que llenaban los pequeños huecos en las historias. Una mirada, un manotazo, una sonrisa tensa o una más natural, todo podía decirme cosas que quizá la persona ni siquiera sabía, no estuve seguro si esto mismo aplicaba a los vampiros, suponía que habían aprendido a deshacerse de todo modismo humano porque a final de cuentas ya no pertenecían a los mortales.

Giré el rostro cuando señaló al mesero, dejé la pluma sobre la mesa, la alineé con algunas de las hojas de modo que formaran ángulos perfectos, así sin verlos detenidamente pude ver un “90°” invisible en las líneas de mis utensilios de escritura. Tras observar al joven, la miré de nuevo a ella y asentí.

-Sé que ustedes –estaba de más decir a qué me refería con “ustedes” –tienen esta especie de habilidad de atraernos como insectos a la luz, aunque no dudo que usted ya haya sido impresionantemente hermosa desde antes –comenté aunque daba igual si me desvivía en cumplidos o no.

Luego empezó a decirme algo sobre su historia, de inmediato tomé el bolígrafo y moví una de las hojas en blanco de modo la escritura me resultara más cómoda, deshaciendo así las líneas perpendiculares que se dibujaban sólo en mi cabeza; solía ver todo en números y líneas, en ángulos, vértices y vectores, no era algo que pudiera elegir, a pesar de haber tomado el camino de las letras, los números, fórmulas y formas geométricas siempre me han perseguido a donde quiera que voy. Comencé a escribir sin dejar de mirarla, tras la experiencia podía hacer aquello con relativa facilidad siguiendo una línea casi recta en mis letras.

Lo que me estaba diciendo era fascinante, por decir lo menos, era perfecto. Era una historia que no podía pasarse por alto, la traición y la figura del artistas, eran conceptos tan arquetípicos que no había falla con ellos. Se detuvo en su relato y parpadeé un par de veces. ¿Preguntas?, tenía muchísimas y no sabía por dónde empezar.

-Es intrigante –esa era la verdad -¿podría saber que tan antigua es usted?, ¿y cómo es eso de que fueron dos y no uno quienes tomaron su mortalidad?, es decir, lo que yo he escuchado es que alguien de su naturaleza transforma a otro, jamás había escuchado de un caso como el suyo –eso era lo que más me intrigaba realmente porque era lo que se salía de la norma, aunque todo era demasiado como para creerlo, pero lo creía, porque había conocido demasiadas cosas dada mi profesión, lo que en realidad me gustaba de todo esto era saber que no había perdido la capacidad de asombro a pesar de todo.

Estuve seguro que mis expresiones cambiaban tan rápido a cada palabra que ella decía que era difícil saber en realidad que pasaba por mi cabeza. Del asombro me transportaba a la curiosidad, y a la llana diversión para luego caer de bruces a la tristeza sincera tan rápido que ni yo mismo lo entendía. Era demasiada información que procesar, y peor aún, que plasmar, mi mano no era lo suficientemente rápida así que me di por vencido, coloqué el bolígrafo y el papel a un lado y concentré mi atención en ella, era mejor retener sus palabras en mi memoria que tratar de plasmarlas en vano sobre un lienzo.

No entendí muy bien a qué se refería con aquello de que la hicieron sentir… lo contrario a bonita, me negaba a creer tal crimen, fruncí el ceño pero aguardé. Aguardé porque sabía que tendría mi momento de aclarar dudas y porque no podía detenerla ahora, me estaba contando historias tan fascinantes como seguro los cuentos de hadas resultaban para los niños.

Reí nervioso cuando me dijo que preguntarle a una dama su edad no era correcto, por un momento creí que iba en serio, pero mi risa se acentuó cuando aseguro que sólo bromeaba. Me hubiese sorprendido que un vampiro de hecho ocultara su edad, al contrario, quiero creer que cada año sobrevivido es un hito personal. Yo qué voy a saber de eso. Lo que sí pode notar fue que, a pesar de todo, no me dijo a ciencia cierta su edad, no quise insistir y la dejé continuar atento a su historia.

Así que en su vida mortal había sido artistas, eso resultaba muy interesante, también el cómo conoció a aquel par de sujetos que finalmente terminaron por tomar su vida mortal, además de toda la situación que conllevó a ello. Me quedé pensando en todo lo que acababa de escuchar para luego ser tomado completamente desprevenido ante su primera pregunta. Reí taimado.

-Sí, bueno –comencé trastabillando en mis palabras para luego recomponerme –los números parecen hablarme en un lenguaje que sólo ellos y yo entendemos, siempre ha sido así –sonreí de lado, era un don, no pedí tenerlo pero tampoco me molestaba-, sin embargo las letras despertaron en mí algo más, una pasión y por ello decidí dedicarme a esta profesión tan ingrata –le dije con una sonrisa sin ahondar más, sin mencionar las miles de líneas que le dediqué a Joan cuando la creí imposible, pero esta noche no estábamos para contar mi historia, sino la de ella que resultaba mucho más interesante. Asentí, como bien había apuntado, más preguntas se agolparon en mi cabeza y tenía que elegir bien cuál sería la primera que formularía.

-Es difícil saber qué preguntar, sería más fácil que continuara su historia pero… -me detuve y estiré una mano como tratando de alcanzarla a ella y luego arrepintiéndome y volviéndola a esconder debajo de la mesa –me intriga algo que dijo… ¿cómo es eso que durante sus días de mortal la gente se encargó de no hacerla sentir… ya sabe, hermosa o digna, en todo caso? –tenía miedo de preguntar, no voy a mentir, pero el miedo jamás ha dominado mis actos-, también debo suponer que fue pintora y cantante, ambas muy interesantes actividades, y fue así como conoció a los caballeros que finalmente terminaron por… convertirla –tenía que ser cuidadoso con mis palabras y estaba tratando de hacerlo con verdadero ahínco-, ¿no?, pero por lo que puedo escuchar, en realidad no tuvo opción, no le preguntaron si eso era lo que quería.

Asentí y luego sólo sonreí, tenía mucha razón en todo lo que estaba diciendo, sin embargo, como todas las artes, la literatura me parecía que tenía su parte de ingratitud; el artista se esfuerza en crear un mundo menos terrible para ser y estar y la gente aprecia el resultado, rara vez al ejecutante, no es una queja, cuando me inmiscuí en este mundo sabía a lo que me metía, es un mero ejercicio descriptivo. Pero su pregunta que siguió me tomó con la guardia baja, la miré como una presa mira a su ejecutor y aguanté la respiración por un segundo para luego agachar el rostro.

-Sí, eso es cierto –solté el aire encapsulado en mi caja torácica y reí mientras mis manos tomaron una servilleta de tela y comenzaron a hacer dobleces con cierta rapidez; la papiroflexia no es más que un arte de ángulos, hubiese sido una hermosa grulla (animal al que se le atribuye la buena ventura en oriente) de no ser porque la tela no se mantenía en su lugar como el papel-, tengo una musa, por así decirlo –alcé la vista, mi gesto se notaba ligeramente contrariado, lo he superado, pero aún lastima –mi difunta esposa –solté finalmente, no era de esos que no hablaban de su pasado, pero tampoco era un acto que se me facilitara, sobre todo porque recordar es volver a vivir, y yo no quiero volver a vivir esos momentos.

Pero le resté importancia, una vez más. Estábamos ahí para hablar de ella, no de mi, mi historia carece de puntos álgidos, es más bien la travesía de un tipo común y corriente, que como otros tipos comunes y corrientes, le ha tocado la suerte (buena o mala) de lidiar con la pérdida. Olvidé pronto de lo que hablábamos, o de ese punto que tocamos que refería a Joan, mi Joan; puse atención de nuevo a sus palabras, su historia era terrible, no cabía duda de eso, pero fascinante, no debo, como escritor, perder de vista que no todo debe ser hermoso para que sea atrapante, a veces la tristeza y la soledad provocan más reacciones que un relato edulcorado.

-Entiendo el por qué del afán materno de mantenerla encerrada, como usted bien lo ha señalado, era un temor a quedarse sola –eso, de entrada, ya pintaba para comienzo de un libro, y de uno bueno –aunque debo admirarle las agallas que tuvo para salir del yugo, no cualquiera lo hubiese hecho –ni ahora, mucho menos antes, de esa época incierta de la que ella venía y que aún no tenía con precisión. Luego guardé silencio, seguro que de su boca brotaría más información, por un lado me estaba dejando un par de lagunas que quería pronto disipar con preguntas, no muy seguro de que me las respondería, pero por otro lado estaba la emoción de rellenar yo esos huecos en su relato, crear, a partir del esqueleto de su historia, una con muchos retazos de lo que mi mente supone o conjetura.

Sumido en aquello pensamientos, de nueva cuenta fui tomado por sorpresa, fruncí el ceño y reí nervioso, era interesante su cuestionamiento, jamás me lo habían planteado, yo a mí mismo en la intimidad de mi cabeza.

-Por lo que sé –dije adoptando una postura cortés, como la de un diplomático –ustedes tienen que ver cualidades en un mortal para hacerle este ofrecimiento, ¿no?, o en todo caso, hacerlo para salvarle la vida, como fue su caso, aunque era obvio que si ambos caballeros se pelearon por ser a final de cuentas su transformador, es porque veían estas aptitudes en usted –suspiré y desvié la mirada-, la verdad nunca lo he pensado, mucho menos considerado, no dudo que sería… -volví a mirarla –asombroso –a falta de una mejor palabra –pero no creo estar hecho para la inmortalidad, me gusta la idea de una existencia finita.

Concluí al momento que tomé el bolígrafo que antes danzaba en mi mano, lo alineé paralelamente al filo de la mesa y me quedé callado, pensando en lo que había preguntado y en lo que yo había respondido. Además, si me quedara aquí para siempre, ¿qué posibilidad de volverla a ver tendría?, ninguna, no buscaba la muerte, moriría cuando tendría que hacerlo, pero era reconfortante pensar que en otra existencia me encontraría con ella, con el gran amor de mi vida. Con ellas, con Joan, y con mi hija también.

Mi mirada se mantuvo gacha por un rato aunque en realidad no estaba enfocando, reí ante su disculpa, no era necesaria pero supuse en ese instante que era el protocolo. Ella qué iba a saber de mi viudez, además siempre había procurado no andar por la vida pensando en eso. Es cierto, es un punto indiscutiblemente importante en mi historia, marca un antes y un después, ese y el día del incendio en el que no pudimos hacer nada por nuestra hija, pero tampoco he dejado que la tristeza me maneje, sino hace mucho que ya no estaría aquí; a pesar de todo creo que aún tengo cosas por hacer en este plano terrenal, una gran obra que opaque a las anteriores, el dinero no importa, lo que importa es hacerlo bien, siempre me he preocupado por eso más que por las recompensas materiales, y ahora me gusta pensar que tengo un par de ángeles que me guían, y esta vez, me han guiado hasta aquí, la capital gala.

No respondí, no había nada que responder de todos modos, que aceptaba su disculpa, claro, pero eso se daba por sentado; mejor decidí escuchar lo que me decía y alcé la mirada riendo un poco y negando con la cabeza, acto que acentué al hacer lo mismo con la mano, con la palma en dirección a ella como quien rechaza una bebida caliente en una casa desconocida.

-No, no importa, usted no lo sabía –fue lo único que dije y callé para mantenerme atento a la continuación de su relato. La miré con ambas cejas levantadas, supuse que la facilidad con la que declaraba haber deseado la muerte era causada por su propia naturaleza, aunque no dejaba de ser tabú. No para mí, el destino de muchos viejos amigos había sido ese mismo, era una cosa casi intrínseca a la labor artística, aquello que comparten mi profesión suelen deambular con un sopor terrible en su pecho, y he acudido a más funerales de que debiera-. ¿Pero qué sintió cuando finalmente estuvo libre? –quería saber si al final, aunque fuese por un momento fugaz, había disfrutado de eso que tanto había anhelado.

Volví a reír un poco y mis manos se entrelazaron sobre la mesa, por fin se quedaron quietas después de doblar la servilleta y jugar con el bolígrafo. Un momento de calma, una tregua necesaria.

-Sé que no lo haría –finalmente respondí con serenidad y atendí a lo que continuaba diciendo, fruncí el ceño y entorné la mirada-, no –fui sincero –la verdad no a qué pueda referirse –era la verdad, no sabía qué significados cargaba aquella frase tan vaga. «-¿Sabe a qué aptitudes me refiero, cierto?» había preguntado ella y quise desentrañar el misterio pero no pude, necesitaba una pista, no podía engañarme, ahora sólo esperaba que me la diera para seguir avanzando en nuestra plática que transcurría como lo hacía la arena en un reloj.

Mi vista se desvió un momento a los nuevos comensales que entraban a lugar, un grupo de jóvenes que parecían ir envueltos en una algarada de entusiasmo, cosa que no entendí y no era de mi incumbencia. Regresé mi atención a mi interlocutora, quien pareció estar también interesada en ese grupo de hombres, pero luego continuó como si nada; estuve seguro que ella podía escuchar de lo que hablaban o hasta intuir que tramaban.

Sin embargo, aquello perdió importancia cuando siguió hablando, no pude evitar sentirme sorprendido y expresarlo con la mirada y los ojos. Aunque era terrible lo que estaba diciendo, de algún modo podía entenderlo, no era algo que yo quisiera hacer, o que pensaría si quiera, pero podía comprender su necesidad de venganza, de ver la sangre derramada de aquello que hicieron derramar la suya; la venganza resultaba un motivo bastante poderoso, para cualquiera que tuviera sangre en las venas. ¿Alguna vez yo pensé en ello?, no, porque en mi historia no había artífices con los cuáles desquitarse, quizá si hubiese sido de otro modo, pensaría distinto. Suspiré mientras seguía escuchando, quizá pensaba que la iba a juzgar, pero yo no era nadie para hacerlo, de peores crímenes me había enterado, lo que ella había hecho me parecía más una forma de balance universal.

Luego aclaró mi duda, ahora lo entendía, aunque no voy a mentir, de algún modo ya podía entreverlo, sólo quería la confirmación. La observé, traté de ver las aptitudes de las que hablaba, hermosa lo era, el resto sólo podía empezar a discernirlo en medio de nuestra conversación.

Que resultara que ellos dos, ambos estuvieran enamorados de ella era perfecto para una historia con un final trágico, apunté aquel dato con especial recelo dentro de mi mente, tenía buena memoria a pesar de los años, de todos modos me estaba soltando demasiada información y sólo me estaba quedando con los datos ideales para plasmarse en una hoja en blanco. Tarea difícil, todo parecía excepcionalmente interesante.

La miré con el ceño fruncido cuando se detuvo en su relato, algo verdaderamente grave debía ser la continuación si consideraba todo lo que ya me había contado. ¿Pasar a la siguiente pregunta?, en ese instante sólo tenía una, me incliné hacia ella como antes lo hizo.

-¿Se alejaron por qué? –no pude evitarlo, esa era la única cuestión que ocupaba mis pensamientos tras todo lo dicho. Por supuesto que tenía otras preguntas, pero esa era la primordial en ese instante. El momento se vio interrumpido cuando llamó al joven mesero y decidí imitarla, pidiendo una copa de vino.

-¿Y cómo es? –luego de mirar al joven alejarse dirigí mi mirada a ella nuevamente-, sentirse libre, quiero decir –aclaré, pensando que un simple mortal como yo jamás podría experimentar tal cosa, no podía engañarme.