Una vieja cancion de soledad [Zeth]

Muchas vueltas ya había dado, las columnas de las edificaciones cada vez que las veía se le hacían más familiares que hace tres o cuatro minutos, llegaba incluso a contar la basura que veía al costado de la elevación que presentaba al acera para saber si eran las mismas hojas resecas de los árboles teñidos de Otoño que había visto pasos atrás; y así era efectivamente. Miró al cielo, oscuro, implacable, era el manto nocturno con menos estrellas que había visto cubrir la amplia ciudad parisina, la más oscura de todos sus días a decir verdad y que por consiguiente, era la peor noche que podría haber elegido para perder el rumbo de su caminar. Todo parecía ser culpa suya, ¿Verdad? El deseo y la avaricia de ganar un poco más de dinero se habían apoderado momentáneamente de su cerebro y acciones, se cuestionaba tanto el momento que accedió a salir de ese burdel de mala muerte con aquel hombre que le había prometido el pago extra por atenciones caseras. Patrañas, sin duda. La mayor razón de porqué se había arrepentido a medio caminar y sólo con un "Será para otra ocasión" acompañado de la mejor sonrisa que puedes dedicarle a alguien que le están negando sexo, dio media vuelta y se alejó.

¿Resultado? Oh, hermoso y cruel resultado, estaba a salvo de garras desconocidas, pero se había metido en la boca suculenta y traicionera que eran las calles de París por la noche; tenía que mejorar su sentido de la orientación, pero con urgencia. Así y a poco andar ya estaba cansado, el reloj en el alto pedestal que anunciaba la tan tarde hora parecía burlarse de él a cada segundo que la delgada manecilla avanzaba, mientras que el joven Zeth no hacía más que maldecir su suerte y al continente. En su país ésto nunca le pasó, su pueblo era tan pequeño que con diez minutos que te dieran ya te lo sabías al derecho y al revés, con decir que ni siquiera el mismo latino se perdía en las calles poco cuidadas era bastante decir para aseverar la seguridad de control en tu rumbo.

Pero si avanzaba, tarde o temprano llegaría a su morada, ¿No es así? Quedarse sentado en la acera no iba a traer caminando al burdel y era mejor no quedarse a expensas de algún andante nocturno. Caminó y caminó, comenzaba a hacerse amigo de las edificaciones hasta que a sus oídos, no muy lejano, llegó el canto angelical que sólo la voz infantil de alguien que ni siquiera ha llegado a la pre adolescencia le espabiló; lo escuchaba a la perfección, además de oscura la noche estaba peculiarmente silenciosa que hasta el raudo andar de las hojas resecas movidas por el viento eran audibles sin mucha atención requerida. Venía de una plaza, una enorme plaza a decir verdad. Pero había temor, la voz sonaba tan alegre que era hasta aterrador, y además ¿Qué hacía un infante solo en los páramos de París a esa hora cuando el sol te abandonó a tu suerte y a la risa irónica de las estrellas y luna ausentes? Tal vez estaba perdido igual que él, pensó de inmediato.

Movido por la curiosidad cruzó la vacía avenida para adentrarse en la plaza, no la conocía a pesar de haberla visto desde afuera un par de veces, y era por eso mismo que se guiaba por el incesante canto que poco a poco descifraba: una canción infantil, semejante a las que escuchaba de los niños en su barrio al jugar a la ronda.- ¿Hay alguien? -su voz cortó el silencio de sus pasos cuando miró la pequeña silueta de lo que parecía una niña moverse al compás de su propia y fina voz.- ¿Hola? -volvió a dudar él con un tono de voz bajo ya estando a escasos metros de distancia, ¿Por qué la niña se veía tan tranquila cuando él estaba que mojaba los pantalones? ¿Sería un fantasma? Más curiosidad entonces sintió.