AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Al caer la noche el placer tiene un nombre
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Al caer la noche el placer tiene un nombre
(Privado)
Todo inmortal tenía gustos peculiares, algunos eran extravagantes y otros prácticamente pasatiempos pero en mi caso más bien era un estilo de vida del que no había podido escapar. Podía enorgullecerme de mis propiedades, de los cuadros de artistas destacados a los que patrocinaba para que su arte fuera solo parte de mi colección, de mis bibliotecas personales las cuales contaban con los títulos de quizá todos los autores conocidos hasta el presente y, sobre todo, estaba aquel gusto aparte del que no podía prescindir: la compañía de una hermosa mujer. Mis gustos eran variados pero, como todo lo demás en mi vida, solo me conformaba con las mejores. Quizá allí se encontraba el motivo de mi libertinaje, no había encontrado la forma de escapar de mis vicios, de ser el hombre para una sola mujer o quizá el apetito inclemente por el placer carnal había corrompido todo de lo que de humanidad quedaba en mí.
En Paris me había encontrado con bellezas particulares, cada una con su propio encanto y un par de ellas eran prácticamente enviciantes. Ahora que me encontraba en Londres también podía regresar al estilo de vida al que estaba acostumbrado con más confianza ya que me encontraba en mi territorio donde el rey podía hacer lo que quisiera y cuando quisiera pero sorprendentemente al rey se le había antojado traer desde tierras lejanas a una belleza. A mis oídos había llegado que ella era una de las mujeres más hermosas de Paris y que había enloquecido a muchos desafortunados entre sus sabanas. Lastimosamente no me había alcanzado el tiempo de visitarla en mi última visita y de hecho no podía visitar el burdel aunque quisiera, desde la última vez que lo hice se corrieron rumores por toda la corte hasta llegar a Inglaterra, rumores que sin duda tenían algo de cierto pero que podían perjudicarme, aunque no me preocupaba lo que pensara la plebe. Me concernía que ahora que me tocaba ser visitado por particulares vampiros considerados como ‘familia’, aquellos antecedentes me precedieran y fueran tomados como una debilidad, lo que por supuesto no se me estaba permitido.
Ya que todos mis ´parientes` se encontraban en Paris decidí llevarme a Londres a la renombrada cortesana, se le había informado que todos los gastos del viaje serian cubiertos y que recibiría un pago más que justo por sus servicios. En Londres tenía todo bajo mi control por lo que nadie se enteraría que la dama que llegaría, como si fuera una noble francesa, en realidad era una mujer cuya visita tenía un solo fin: satisfacerme. El castillo era un lugar donde todas las puertas y ventanas estaban cerrados cuando se trataba de secretos familiares, así había sido por décadas y no cambiaría por una sencilla razón, la mayoría de los sirvientes eran tan inmortales como yo y al llegar la noche despertaban a relevar al turno del día, humanos que bien pagados regresaban a sus hogares y que en la mayoría de los casos eran ghouls, por lo que estaban casi esclavizados a una vida larga de fiel servicio a la corona inglesa y a sus nobles.
Yo me encontraba en mi habitación antes de que ella llegara, ordene que la dirigieran directamente a una habitación especialmente destinada para ella en cuanto arribara, tendría un día de descanso después del largo viaje y seria atendida como una noble mientras se encontrara dentro del palacio. Al día siguiente, al llegar la noche seria conducida a la sala de música, tenía ganas de divertirme con la mujer que robaba ilusiones de los mortales y para ello un preámbulo antes del acto principal no estaba nada fuera de agenda. Al llegar la hora yo me encontraba en la biblioteca y la puerta se abrió después de sonar dos veces, uno de mis guardias personales me confirmo la presencia de la mujer en el salón de música y que todo se disponía según lo había ordenado el día anterior. Me puse de pie dejando el libro que estaba leyendo y salí de allí dirigiéndome al salón de música, no la había visto antes por lo que esperaba que los rumores sobre su belleza fueran totalmente ciertos y en efecto lo comprobé en cuanto la vi. Su sola presencia inspiraba sensualidad, su porte era elegante a pesar de ser ella cortesana y sus labios eran tan carnosos que no me contuve en admirarlos mientras caminaba hacia ella para saludarle –Buenas noches mi joven invitada, espero que te sientas cómoda ahora que estas en suelo ingles- dije torciendo una sonrisa y mirándola finalmente frente a frente.
Todo inmortal tenía gustos peculiares, algunos eran extravagantes y otros prácticamente pasatiempos pero en mi caso más bien era un estilo de vida del que no había podido escapar. Podía enorgullecerme de mis propiedades, de los cuadros de artistas destacados a los que patrocinaba para que su arte fuera solo parte de mi colección, de mis bibliotecas personales las cuales contaban con los títulos de quizá todos los autores conocidos hasta el presente y, sobre todo, estaba aquel gusto aparte del que no podía prescindir: la compañía de una hermosa mujer. Mis gustos eran variados pero, como todo lo demás en mi vida, solo me conformaba con las mejores. Quizá allí se encontraba el motivo de mi libertinaje, no había encontrado la forma de escapar de mis vicios, de ser el hombre para una sola mujer o quizá el apetito inclemente por el placer carnal había corrompido todo de lo que de humanidad quedaba en mí.
En Paris me había encontrado con bellezas particulares, cada una con su propio encanto y un par de ellas eran prácticamente enviciantes. Ahora que me encontraba en Londres también podía regresar al estilo de vida al que estaba acostumbrado con más confianza ya que me encontraba en mi territorio donde el rey podía hacer lo que quisiera y cuando quisiera pero sorprendentemente al rey se le había antojado traer desde tierras lejanas a una belleza. A mis oídos había llegado que ella era una de las mujeres más hermosas de Paris y que había enloquecido a muchos desafortunados entre sus sabanas. Lastimosamente no me había alcanzado el tiempo de visitarla en mi última visita y de hecho no podía visitar el burdel aunque quisiera, desde la última vez que lo hice se corrieron rumores por toda la corte hasta llegar a Inglaterra, rumores que sin duda tenían algo de cierto pero que podían perjudicarme, aunque no me preocupaba lo que pensara la plebe. Me concernía que ahora que me tocaba ser visitado por particulares vampiros considerados como ‘familia’, aquellos antecedentes me precedieran y fueran tomados como una debilidad, lo que por supuesto no se me estaba permitido.
Ya que todos mis ´parientes` se encontraban en Paris decidí llevarme a Londres a la renombrada cortesana, se le había informado que todos los gastos del viaje serian cubiertos y que recibiría un pago más que justo por sus servicios. En Londres tenía todo bajo mi control por lo que nadie se enteraría que la dama que llegaría, como si fuera una noble francesa, en realidad era una mujer cuya visita tenía un solo fin: satisfacerme. El castillo era un lugar donde todas las puertas y ventanas estaban cerrados cuando se trataba de secretos familiares, así había sido por décadas y no cambiaría por una sencilla razón, la mayoría de los sirvientes eran tan inmortales como yo y al llegar la noche despertaban a relevar al turno del día, humanos que bien pagados regresaban a sus hogares y que en la mayoría de los casos eran ghouls, por lo que estaban casi esclavizados a una vida larga de fiel servicio a la corona inglesa y a sus nobles.
Yo me encontraba en mi habitación antes de que ella llegara, ordene que la dirigieran directamente a una habitación especialmente destinada para ella en cuanto arribara, tendría un día de descanso después del largo viaje y seria atendida como una noble mientras se encontrara dentro del palacio. Al día siguiente, al llegar la noche seria conducida a la sala de música, tenía ganas de divertirme con la mujer que robaba ilusiones de los mortales y para ello un preámbulo antes del acto principal no estaba nada fuera de agenda. Al llegar la hora yo me encontraba en la biblioteca y la puerta se abrió después de sonar dos veces, uno de mis guardias personales me confirmo la presencia de la mujer en el salón de música y que todo se disponía según lo había ordenado el día anterior. Me puse de pie dejando el libro que estaba leyendo y salí de allí dirigiéndome al salón de música, no la había visto antes por lo que esperaba que los rumores sobre su belleza fueran totalmente ciertos y en efecto lo comprobé en cuanto la vi. Su sola presencia inspiraba sensualidad, su porte era elegante a pesar de ser ella cortesana y sus labios eran tan carnosos que no me contuve en admirarlos mientras caminaba hacia ella para saludarle –Buenas noches mi joven invitada, espero que te sientas cómoda ahora que estas en suelo ingles- dije torciendo una sonrisa y mirándola finalmente frente a frente.
Invitado- Invitado
Re: Al caer la noche el placer tiene un nombre
Resulto sorprendente. Estaba segura en un noventa y nueve por ciento de que no era una broma, nadie jugaría conmigo de esa forma, ni siquiera por la manera en la que fui informada de que viajaría. Las razones eran certeras y contundentes, las palabras honestas así que aunque no quisiera la idea acabó por convencerme. Regresar era como poner limón en la llaga, nunca antes me lo había planteado ni siquiera en mis más horribles sueños hubiera pensando en regresar a Londres simplemente porque no se me daba la gana y no lo necesitaba ¿Quién necesita los malos recuerdos? Pero ya estaba mentalizada de que a pesar de todo me convenía, me convenía y mucho así que la oportunidad no podía dejarla pasar por nada del mundo. No es que mi interés fundamental estuviera puesto en la corona inglesa –o en cualquier otra- pero era el rey y no era un viejo asqueroso. Otra razón por la cual había aceptado.
Con indicaciones exactas había partido sin decir nada a nadie y con miles de cuchicheos detrás de mí por parte de mis compañeras que a saber cómo se enteraron de la invitación “real”. La satisfacción que me producía su pena era indescriptible, me encantaba ver lascaras de odio y envidia que se alzaban cuando caminaba así que si, iba ligeramente más convencida hacia el puerto. El hastío se hizo presente durante las primeras horas de viaje desde el centro de Paris hasta la costa. Después de unas cuantas más el aire se había transformado en algo denso e hiriente, me sofocaba, pero según toda la parafernalia no podíamos detenernos. Así que contuve las ganas de dejarme desfallecer y lo hice aun con más fuerza cuando por fin salí del pequeño cubículo que me había arrastrado hasta donde embarcaría a la gran isla de territorio inglés. Nunca me había gustado el mar, re recordaba a la sangre, así que la cara de asco no se hizo esperar, tenía en los labios una pequeña mueca, los huesos y articulaciones del cuello tensados. No mostré ni siquiera un poco de interés a los ayudantes que me acompañaban. Fui en busca de un lugar que no tuviera aire con olor a sal y especies marinas.
Después de eso fueron ¿Un día? ¿Dos? O tal vez tres. Me había aislado del mundo el viaje entero. No quería saber nada de lo que pasaba allá afuera, era mejor no saber hasta que estuviera a dos pasos de desembarcar. Así que cuando fui avisada de que atisbaban el puerto ingles fue el único momento en el que me decidí a salir. La sensación de terror fue horrible, ver que estaba a nada de bajar me inundo de miedo como si me estuvieran practicando alguna clase de proceso médico. Sentía como si me estuvieran extirpando los órganos vitales y la herida fuera tan grande que era incapaz de cerrar. Me sentía amoratada y fatigada de un momento a otro, pero seguía convenciéndome en voz baja y mientras avanzaba con paso regio a mi siguiente medio de transporte-La gente sin ambición no sale del agujero nunca…Recuérdalo Arianne-me reprendí a mí misma y me dispuse de nuevo a ser arrastrada hasta la residencia del monarca ingles que no pudo haber elegido mejor opción que yo para acompañarlo por algunas noches.
Muchas horas pero al fin en el condado del que tanto hablaban, esto lo supe porque la carroza se detuvo y hasta después de 15 minutos me hicieron salir. Seguía reacia al hecho de encontrarme en suelo ingles pero eso no me impidió admirar la majestuosidad del castillo. Recibí más instrucciones lo que me hizo recordar porque no era fanática de la monarquía. Al día siguiente o más bien en la noche siguiente me encontraba caminando hacia una sala, el encuentro entre el rey y yo era inminente. Debía admitir que me encontraba revolucionada. Espere con ansias, recorriendo la sala, deteniéndome en algunos rincones. La puerta se abrió y casi como resultado del sonido mis pies se dispusieron a caminar hacia el hombre que me había convocado con anterioridad. Era demasiado apuesto, más de lo que imaginaba cosa que me quito un notable peso de encima ya que jamás me enredaría o encadenaría con un viejo ni por más millones que este pudiera poseer. Yo con mi belleza podía conseguir a un hombre joven, guapo y sobretodo rico.
No hice ninguna reverencia. Deje que hablara y fue hasta el final, en qué quedamos tan cerca que podía ver perfectamente como gesticulaba que me decidí a doblar la rodilla derecha en forma de respeto pero sin quitarle los ojos de encima-Su majestad-regresé a la posición original-Ha sido muy generoso en permitirme estar aquí y ¿Cómo no podría estar cómoda aquí? No soy francesa su majestad, Inglaterra me vio nacer-confesé con palabras amables, incluso el tono con el que las decía era amable pero no podía ser de otra forma aunque en realidad prefería no hablar de mis raíces. Sonreí ampliamente dejando ver la hilera de dientes frontales que sobresalían de mi labio superior-Reitero mis agradecimientos-ladee la cabeza, como cualquier niña que espera un dulce de su padre.
Con indicaciones exactas había partido sin decir nada a nadie y con miles de cuchicheos detrás de mí por parte de mis compañeras que a saber cómo se enteraron de la invitación “real”. La satisfacción que me producía su pena era indescriptible, me encantaba ver lascaras de odio y envidia que se alzaban cuando caminaba así que si, iba ligeramente más convencida hacia el puerto. El hastío se hizo presente durante las primeras horas de viaje desde el centro de Paris hasta la costa. Después de unas cuantas más el aire se había transformado en algo denso e hiriente, me sofocaba, pero según toda la parafernalia no podíamos detenernos. Así que contuve las ganas de dejarme desfallecer y lo hice aun con más fuerza cuando por fin salí del pequeño cubículo que me había arrastrado hasta donde embarcaría a la gran isla de territorio inglés. Nunca me había gustado el mar, re recordaba a la sangre, así que la cara de asco no se hizo esperar, tenía en los labios una pequeña mueca, los huesos y articulaciones del cuello tensados. No mostré ni siquiera un poco de interés a los ayudantes que me acompañaban. Fui en busca de un lugar que no tuviera aire con olor a sal y especies marinas.
Después de eso fueron ¿Un día? ¿Dos? O tal vez tres. Me había aislado del mundo el viaje entero. No quería saber nada de lo que pasaba allá afuera, era mejor no saber hasta que estuviera a dos pasos de desembarcar. Así que cuando fui avisada de que atisbaban el puerto ingles fue el único momento en el que me decidí a salir. La sensación de terror fue horrible, ver que estaba a nada de bajar me inundo de miedo como si me estuvieran practicando alguna clase de proceso médico. Sentía como si me estuvieran extirpando los órganos vitales y la herida fuera tan grande que era incapaz de cerrar. Me sentía amoratada y fatigada de un momento a otro, pero seguía convenciéndome en voz baja y mientras avanzaba con paso regio a mi siguiente medio de transporte-La gente sin ambición no sale del agujero nunca…Recuérdalo Arianne-me reprendí a mí misma y me dispuse de nuevo a ser arrastrada hasta la residencia del monarca ingles que no pudo haber elegido mejor opción que yo para acompañarlo por algunas noches.
Muchas horas pero al fin en el condado del que tanto hablaban, esto lo supe porque la carroza se detuvo y hasta después de 15 minutos me hicieron salir. Seguía reacia al hecho de encontrarme en suelo ingles pero eso no me impidió admirar la majestuosidad del castillo. Recibí más instrucciones lo que me hizo recordar porque no era fanática de la monarquía. Al día siguiente o más bien en la noche siguiente me encontraba caminando hacia una sala, el encuentro entre el rey y yo era inminente. Debía admitir que me encontraba revolucionada. Espere con ansias, recorriendo la sala, deteniéndome en algunos rincones. La puerta se abrió y casi como resultado del sonido mis pies se dispusieron a caminar hacia el hombre que me había convocado con anterioridad. Era demasiado apuesto, más de lo que imaginaba cosa que me quito un notable peso de encima ya que jamás me enredaría o encadenaría con un viejo ni por más millones que este pudiera poseer. Yo con mi belleza podía conseguir a un hombre joven, guapo y sobretodo rico.
No hice ninguna reverencia. Deje que hablara y fue hasta el final, en qué quedamos tan cerca que podía ver perfectamente como gesticulaba que me decidí a doblar la rodilla derecha en forma de respeto pero sin quitarle los ojos de encima-Su majestad-regresé a la posición original-Ha sido muy generoso en permitirme estar aquí y ¿Cómo no podría estar cómoda aquí? No soy francesa su majestad, Inglaterra me vio nacer-confesé con palabras amables, incluso el tono con el que las decía era amable pero no podía ser de otra forma aunque en realidad prefería no hablar de mis raíces. Sonreí ampliamente dejando ver la hilera de dientes frontales que sobresalían de mi labio superior-Reitero mis agradecimientos-ladee la cabeza, como cualquier niña que espera un dulce de su padre.
Arianne C. Wickham- Mensajes : 4237
Fecha de inscripción : 12/01/2011
Edad : 31
Localización : Fuera de tu presupuesto...OBVIO
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Al caer la noche el placer tiene un nombre
Era ella en verdad muy hermosa tal cual me habían prometido que seria. No me encontraba decepcionado en lo absoluto pues a veces los rumores no eran ciertos pero al verla confirme su bien ganada reputación. El rostro simulaba una cierta inocencia, la mirada delataba todo lo contrario. Su cuerpo era escultural, sus curvas fácilmente podían hacer que el deseo de cualquier hombre aflorara con solo verla y al ser cortesana destinaba todas sus gracias para el mejor postor. En mi caso el dinero no importaba, sería bien recompensada por sus servicios, quizá más de lo que imagino serlo si cumplía con mis expectativas. El palacio seria el lugar donde escondería en secreto lo que hiciera con ella, como muchas veces antes, escenario de la vida privada de los monarcas.
Respondió con un saludo cuando entre a la sala donde me esperaba, sin embargo, en ningún momento bajo la mirada, lo que demostraba que estaba segura de sí misma o por lo menos lo aparentaba. Me comunico su gratitud por invitarla y confesó ser de origen inglés lo cual me sorprendió al creer que tendría un encuentro con una francesa pero a la vez me dejo conforme el saber que una mujer tan hermosa encontrara sus orígenes en Inglaterra –Entonces Inglaterra está orgullosa de tener una hija tan bella como tú- respondí y me acerque a ella a observar detenidamente su rostro. Al ladear ella la cabeza después de reiterar sus agradecimientos levante mi mano hasta llegar a su rostro y la tomé de la barbilla extendiendo desde allí una caricia por su mejilla –No es necesario agradecer, solo disfruta tu estancia aquí- respondí y la solté para alejarme hacia el piano, desde allí le hice una seña para que se acercara.
Espere a que me diera encuentro y por unos minutos fuimos interrumpidos por una de las sirvientas que llevaba una bandeja con una tisana de vino. Vertió el contenido sobre dos copas que dejo sobre el piano y luego se retiro inclinando la cabeza ante ambos como era natural. –Evidentemente sabes bailar, todas las cortesanas saben ese arte y quizá luego puedas mostrarme tus habilidades en ese campo pero en este momento es algo diferente lo que tengo en mente, ¿sabes tocar el piano?- pregunté desviando la mirada hacia el piano que teníamos junto a nosotros. Sin decir nada mas la tomé de una mano y la conduje hasta la silla del piano esperando a que se siente y que responda a lo que acababa de sugerirle.
Seguramente ella estaba esperando que le quitara la ropa en cuanto la viera o que le dijera que se quitara la ropa, un comportamiento común en todo hombre que quiere a una mujer solo para el placer carnal pero en mi caso prefería conocer un tanto a la mujer en cuestión antes de llevarla a la cama. Su cuerpo gritaba sexo y mi cuerpo pedía placer pero antes un preludio, en la música como en los cuerpos, la armonía y la unidad son determinantes para llegar al momento del clímax. Podía fácilmente seducirme con su vestido ajustado, con un escote, incluso con su sonrisa mas quería que me sedujera con algo más que sus atributos físicos. Encontrar una cortesana era fácil, encontrar una amante no lo era. Las cortesanas suelen satisfacer una sola vez en la vida mientras que las amantes son insaciables, representan los pocos placeres de la vida a los que se regresa una y otra vez.
Tomé mi copa y le di un sorbo situándome de pie al lado del piano, la mire fijamente admirando esos grandes ojos azules y esos labios que parecían estar hechos solo para dar placer. La admire en silencio hasta que ella respondiera de alguna forma, tanto si sabia o no sabía tocar el piano no me molestaría, era una noche larga y muchas cosas podían ocurrírseme para alentar a su desenvoltura porque allí, en Inglaterra, ella ya no era la cortesana de un burdel francés. Era solo Arianne, la joven mujer, invitada a un palacio para hacer compañía a un rey y donde debía olvidar que se encontraba por obligación para poder encontrar el placer. No la veía como un intercambio comercial, no quería saciarme despreocupadamente de su cuerpo como los poseídos por un instinto animal, quería satisfacerme de su satisfacción porque ella, que ya ha estado con demasiados hombres como yo con demasiadas mujeres, quizá ya no es capaz de plantear la diferencia que existe entre lo que es un cliente y lo que es un amante, yo planeaba ser este ultimo de la misma forma en la que quería que fuera mía.
Respondió con un saludo cuando entre a la sala donde me esperaba, sin embargo, en ningún momento bajo la mirada, lo que demostraba que estaba segura de sí misma o por lo menos lo aparentaba. Me comunico su gratitud por invitarla y confesó ser de origen inglés lo cual me sorprendió al creer que tendría un encuentro con una francesa pero a la vez me dejo conforme el saber que una mujer tan hermosa encontrara sus orígenes en Inglaterra –Entonces Inglaterra está orgullosa de tener una hija tan bella como tú- respondí y me acerque a ella a observar detenidamente su rostro. Al ladear ella la cabeza después de reiterar sus agradecimientos levante mi mano hasta llegar a su rostro y la tomé de la barbilla extendiendo desde allí una caricia por su mejilla –No es necesario agradecer, solo disfruta tu estancia aquí- respondí y la solté para alejarme hacia el piano, desde allí le hice una seña para que se acercara.
Espere a que me diera encuentro y por unos minutos fuimos interrumpidos por una de las sirvientas que llevaba una bandeja con una tisana de vino. Vertió el contenido sobre dos copas que dejo sobre el piano y luego se retiro inclinando la cabeza ante ambos como era natural. –Evidentemente sabes bailar, todas las cortesanas saben ese arte y quizá luego puedas mostrarme tus habilidades en ese campo pero en este momento es algo diferente lo que tengo en mente, ¿sabes tocar el piano?- pregunté desviando la mirada hacia el piano que teníamos junto a nosotros. Sin decir nada mas la tomé de una mano y la conduje hasta la silla del piano esperando a que se siente y que responda a lo que acababa de sugerirle.
Seguramente ella estaba esperando que le quitara la ropa en cuanto la viera o que le dijera que se quitara la ropa, un comportamiento común en todo hombre que quiere a una mujer solo para el placer carnal pero en mi caso prefería conocer un tanto a la mujer en cuestión antes de llevarla a la cama. Su cuerpo gritaba sexo y mi cuerpo pedía placer pero antes un preludio, en la música como en los cuerpos, la armonía y la unidad son determinantes para llegar al momento del clímax. Podía fácilmente seducirme con su vestido ajustado, con un escote, incluso con su sonrisa mas quería que me sedujera con algo más que sus atributos físicos. Encontrar una cortesana era fácil, encontrar una amante no lo era. Las cortesanas suelen satisfacer una sola vez en la vida mientras que las amantes son insaciables, representan los pocos placeres de la vida a los que se regresa una y otra vez.
Tomé mi copa y le di un sorbo situándome de pie al lado del piano, la mire fijamente admirando esos grandes ojos azules y esos labios que parecían estar hechos solo para dar placer. La admire en silencio hasta que ella respondiera de alguna forma, tanto si sabia o no sabía tocar el piano no me molestaría, era una noche larga y muchas cosas podían ocurrírseme para alentar a su desenvoltura porque allí, en Inglaterra, ella ya no era la cortesana de un burdel francés. Era solo Arianne, la joven mujer, invitada a un palacio para hacer compañía a un rey y donde debía olvidar que se encontraba por obligación para poder encontrar el placer. No la veía como un intercambio comercial, no quería saciarme despreocupadamente de su cuerpo como los poseídos por un instinto animal, quería satisfacerme de su satisfacción porque ella, que ya ha estado con demasiados hombres como yo con demasiadas mujeres, quizá ya no es capaz de plantear la diferencia que existe entre lo que es un cliente y lo que es un amante, yo planeaba ser este ultimo de la misma forma en la que quería que fuera mía.
Invitado- Invitado
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