Al caer la Noche {Libre}

Caía la noche cuando Éabann llegó a las afueras de la gran urbe que era Paris. Llegada desde Londres, aunque las dimensiones que no abarcaba su vista le impresionaron, tenía que reconocer que hubiera sido mucho más impactante unos años atrás. No entendía esa necesidad de los busné o no romaní de reunirse en torno a un mismo lugar, de forma sedentaria, pero se había ido amoldando y admiraba las ventajas que ese estilo de vida podría traer. Uno sabía dónde conseguir, cómo y por cuanto determinados objetos que de otra manera era bastante más difícil de poder hacerse con ellos.

Detuvo el carromato en un bosquecillo cercano donde había un riachuelo, seguramente afluente del Sena, que sería bueno para tener agua fresca para ella y el caballo. Su casa rodante no era el lugar más lujoso, ni tampoco era algo nuevo y flamante, pero desde hacía un par de años se había convertido en su hogar. Descendió con movimientos ligeros acercándose hacia el bocado del caballo acariciándolo con cariño.

—Por hoy, ya hemos viajado suficiente. —comentó mientras comenzaba a desengancharlo con movimientos rápidos que indicaban que aquello lo había hecho en más de una ocasión.

Llevó de las riendas al animal hacia el arroyo mientras observaba a su alrededor. No era un mal lugar para permanecer una noche. Comenzó entonces, una vez atendido al caballo, a preparar el campamento. Se estiró cansada, mientras comenzaba a limpiar un círculo donde prendería la hoguera, comenzando a hacer un círculo con piedras, para después dirigirse hacia la arboleda dispuesta a coger ramas secas. No parecía llover, el cielo estaba despejado mientras que el sol terminaba por caer por el horizonte. Sus movimientos eran tranquilos mientras se agachaba para tomar las ramas que habían caído desde los árboles, una vez que consideró que tenía suficientes se giró para volver a donde estaba el carromato el cual no había perdido de vista, no se había alejado demasiado. Lo único que le faltaba era perder lo poco que tenía.

Sus pasos ligeros no hacían ruido a pesar de estar cargada en sus brazos con ramas secas de diversos tamaños, unos pasos rápidos que la dirigieron hacia el campamento y cuando más se acercaba pudo ver la figura de una joven cerca de su caballo. Éabann no pudo evitar tensarse y al dar un paso se escuchó con claridad en la calma del pequeño campamento improvisado un “crack” al pisar una rama seca lo que provocó que la chica que estaba junto a su caballo se girara de improvisto y que Éabann se detuviera en el acto donde estaba. Sus palabras volaron hasta los oídos de la gitana haciendo que frunciera ligeramente los labios, mirándola. Tenía que acostumbrarse al sonido del francés, ese sonido delicado y melodioso que hacía demasiado que no oía. Parecía avergonzada y asustada, eso hizo que Éabann se diera cuenta de que la muchacha decía la verdad en sus palabras.

No quería robarla, no parecía ser esa intención, por lo que con suavidad se acercó hasta donde se encontraba la hoguera para dejar las ramas secas y se incorporó de nuevo sacudiéndose las manos y la ropa en la que se habían quedado prendidas diversos trocitos de madera. El caballo bebía tranquilo, era un cabello de tiro de color castaño oscuro con el final de las patas blancas como si se trataran de calcetines y, en la frente, una extraña marca que parecía una estrella.

—Te creo.—contestó finalmente la mujer, con tono tranquilo, y una sonrisa que buscaba ser tranquilizadora. Sus ojos verdes se deslizaron por la muchacha mientras se acercaba a ella, ropa de buena calidad y buena postura le hablaba de alguien que, desde luego, no formaba parte de las clases más bajas de la población. Eso podría decir que habría hombres de armas cerca para proteger a la muchacha.—¿Quieres tocarlo? Se llama Stea.

Stea era estrella en rumano, había sido de los miembros de la Kumpania de romanís con los que había estado en Inglaterra los últimos años y con los que había pasado al continente hacía unos meses. Finalmente había terminado en su posesión, como el viejo carromato, cuando su protectora y amiga había fallecido de una extraña enfermedad que provocaba que se ahogara. Se acercó hasta el caballo para tomarlo con suavidad por las riendas y lo acercó a la muchacha, tendiéndoselas en un gesto de confianza.

Éabann tenía buena vista para clasificar a las personas, era algo que había aprendido a lo largo de los años y que le servía para evitar los problemas, la muchacha que tenía delante no era una amenaza, al contrario, de forma extraña y que solo le solía suceder con los niños, un sentido cálido se extendió por su cuerpo mientras la observaba con el animal. Su abuela le había dicho que uno podía aprender mucho de alguien según tratara a los animales y a los niños. Las personas que golpeaban a cualquiera de los dos eran personas crueles y que no merecían la pena. En cambio la chica estaba comportándose con suavidad con el animal y su sonrisa provocó que una similar apareciera en los labios de la morena con rapidez.

Se movió para ponerse en un costado del animal, acariciando lentamente el pelaje del mismo notando su calor. Era un buen caballo, tranquilo y paciente, estaba acostumbrado a que hubiera gente a su alrededor y a los niños traviesos. Había lamentado alejarse del grupo, pero en parte necesitaba seguir su propia vida. París le había parecido una buena forma de comenzar de nuevo, aunque sabía que su alma errante le pediría volver a moverse en cualquier momento. No sabía por qué, pero seguía buscando algo y no sabía muy bien de qué se tratara. O, al menos, no quería adentrarse demasiado en sus propios pensamientos.

Desvió la mirada hacia la chica cuando la habló directamente a ella. A veces se le olvidaba la curiosidad que podía provocar su forma de vestir y su etnia. Había visto y escuchado demasiado, por lo que esa pregunta sencilla y su posterior presentación la dejó por un momento sin saber bien cómo reaccionar. Mantuvo la caricia en el pelaje robusto del caballo notando la constitución firme del mismo, un ancla en mitad de la tormenta.

—Encantada de conocerte Eiri, mi nombre es Éabann.—contestó mientras la miraba y asentía con suavidad.—Y sí, soy una gitana, vengo a París para ver qué me depara la gran urbe, ¿y tú? ¿Eres de aquí?. —si era de allí quizá pudiera indicarla si había más de los suyos en la ciudad, si había algún sitio donde poder quedarse sin dar problemas porque era lo que menos deseaba. Llegaba buscando tranquilidad y calma, había habido demasiadas pérdidas a lo largo del tiempo provocados por hechos excesivamente violentos.

No se le habían pasado desapercibidos sus rasgos, unos rasgos que no estaba demasiado acostumbrada a ver. Sus ojos rasgados y expresivos, que denotaban tristeza, su cabello largo y lacio, su cuerpo menudo. No se parecía demasiado a las personas con las que se solía cruzar, solo había visto a alguien con rasgos similares y había resultado ser de Oriente, lugar al que no había ido por el momento pero por el que sentía curiosidad.

Le agradaba ver que las primeras impresiones en esta ocasión funcionaban a la perfección. Respiró hondo por un momento, notando el olor del caballo, el suave aroma de la muchacha, el de la arboleda un poco más. Olores distintos, pero que la tranquilizaban. Deslizó por un momento más, dando un par de palmadas en el lomo al caballo en un claro gesto de cariño. Stea era un buen caballo y como tal se merecía un buen trato, además no era barato tener uno. Eran caros y jamás se hubiera podido permitir su posesión sino hubiera sido una especie de “herencia” como se solía llamar. En parte ella había tomado la posición de su amiga, pero no estaba del todo segura de que fuera aquello exactamente. Debía volver a atar muchos lazos con su pasado, se había dado cuenta de que a pesar de echar de menos a los gitanos, de echar de menos vivir como ellos, tener su libertad, lo cierto es que se había acostumbrado a una serie de servicios que en un carromato como el que ella llevaba no se podían tener.

—No estaba segura, pero me imaginaba que eras de sangre oriental, en Londres me crucé con un hombre que tenía unos rasgos muy parecidos a los tuyos, pero me temo que no conozco mucho de aquella cultura. —respondió con serenidad, mientras se movía, haciéndola un gesto con la mano para que se acercara mientras se dirigía hacia el montón de leña que había dejado junto al círculo de piedras donde formaría la hoguera de esa noche. —Nací cerca de Viena, mi Kumpania… mi grupo, mi familia. —dije por fin, deteniéndome. —Aunque he estado varios años en Londres e Inglaterra viajando, hasta que hace unos meses pasé al continente de nuevo y… bueno, ahora toca el turno a París, es la primera vez que estoy aquí y siento curiosidad. —no sabía la razón pero con ella sentía la necesidad de hablar, de comunicarse con libertad y con sinceridad. —Me gusta viajar, pero también echo en falta el estar asentada en un lugar un tiempo y conocer gente nueva, el problema de ir de un lado para otro es que no puedes establecer un vínculo con nadie salvo con las personas con las que viajas.

Era una muchacha que pensaba rápido, escuchó la información que le proporcionaba sobre el Circo Gitano y no pudo evitar sonreír mientras que se agachaba para comenzar a colocar las ramas en el círculo de piedras, de tal forma que pudiera prender lo más pronto posible. La miró a los ojos y ladeó el rostro.

—¿Te quedarías a cenar conmigo? No tengo muchos lujos en cuestión de comida, pero puedo preparar un estofado. —el tono era tranquilo y amigable, había algo en la mirada de la muchacha que me hacía querer saber más de ella. —¿O te está esperando alguien en casa?

Escuchó en silencio sus palabras, agachándose para comenzar a conformar lo que sería la fogata. Sus movimientos eran rápidos, precisos, que mostraban que estaba acostumbrada a hacerlo día sí y día también. De eso también hablaba algunos cortes producidos por las ramas y roces que tenía en las manos, haciendo que sus manos no fueran tersas y suaves como serían las de una mujer de alta cuna. Se puso de cuclillas mientras la miraba, según iba hablando se daba cuenta de por qué había sentido esa calidez deslizarse por su interior, en ese momento, escuchando su historia, se dio cuenta que en cierta manera había reconocido a una igual. Una igual en la tragedia.

—A mi me gustaría ir hacia Oriente cuando termine cansada de Paris. —reconoció mientras la miraba, acuclillada en el suelo, poniendo lentamente las ramas en su lugar. Cualquier otra persona podría sentirse cohibida por esa posición, teniendo que mirar hacia arriba. Había gente que no soportaba aquello ni aunque fuera de forma simbólica como pasaba en aquella ocasión, pero Éabann no era de esas personas. No cuando podía ver la tristeza en sus ojos almendrados, una tristeza que se filtraba en su voz. —Así es, es una Isla, se puede ver bastante rápidamente. Londres es una gran urbe, como Paris o incluso más grande, la verdad es que está creciendo mucho y está absorbiendo los pueblos que están a su alrededor.

Ya se estaba llevando buenos recuerdos, jamás hubiera pensado que la primera noche de su llegada a París se encontraría con una muchacha tan amable. Es más, cuando la vio, en un primer momento pensó que la echarían de allí. No sabía si aquel lugar pertenecía a alguien o si eran tierras comunales de la ciudad. Aquella posesividad por la tierra era algo que no terminaba de comprender a pesar del tiempo que había vivido entre ellos. Sonrió con suavidad ante el entusiasmo, sonrisa que murió en sus labios al escuchar sus siguientes palabras.

Estaba sola, demasiado joven, demasiado joven para perder a todo el mundo. Apretó los labios conteniéndose, no la conocía suficiente como para levantarse y darla un abrazo, tampoco como para decirla palabras que quizá la ofenderían. En lugar de todo aquello hizo lo que mejor sabía hacer… integrarla.

—Ven, ¿me ayudas a encender el fuego? —preguntó con suavidad mientras rebuscaba en la faltriquera que llevaba hasta dar con la yesca y el pedernal, tendiéndoselos. No había estado en una situación similar con alguien de su posición social por lo que no sabía si la muchacha estaría o no estaría acostumbrada a aquello. —Más tarde hará frío y aunque tenemos el carromato, yo prefiero estar al aire libre y tener la posibilidad de mirar las estrellas.

No pudo evitar sonreír con suavidad al escuchar sus palabras, había algo adorable en la muchacha, algo que provocaba en la gitana querer protegerla. Ese sentimiento solo nacía en su interior cuando era un niño, entonces bajaba la cantidad de defensas que se ponía, desnudándose en parte ante su interlocutor. Estaba contándole más cosas sobre ella misma a Eiri de lo que había hecho en los años anteriores, en cierta manera le daba confianza y, aunque sabía que era algo peligroso, no le importaba demostrarlo.

—Era muy pequeña y torpe, no sabía coger bien los instrumentos, pero no quedó ningún problema permanente.

Le enseñó las manos para que viera lo que le decía, que todo estaba bien, salvo diferentes raspones que indicaban que era una mujer que trabajaba con las manos. Siempre lo había hecho, ya fuera llevar las riendas del caballo o cortar raíces y hierbas. Cargar con ramas como había hecho hacía unas horas, cortar leña si fuera necesario o cocinar, como fuera, Éabann estaba acostumbrada a trabajar. Cuando había estado en Londres había tenido trabajos de todo tipo, desde camarera hasta ayudante en una asesoría. Era lista, rápida, aprendía observando y siempre procuraba tener su trabajo al día. Era una buena trabajadora, siempre lo había sido, era algo que le habían enseñado desde niña. Podía apreciar la libertad que le otorgaba su vida como gitana, pero también sabía que todo tenía un precio, un precio que a veces era demasiado alto y que otras veces era necesario pagar.

—Totalmente de acuerdo, pero hay veces que ciertos estereotipos marcan siempre a un grupo de personas. Nosotros somos ladrones y mentirosos, embusteros y taimados, y la vedad es que muchos lo son… o lo somos. Te puedo asegurar, Eiri, que por regla general no me abro así a la gente ni les invito a mi campamento. —miró a la chiquilla por un momento y asintió. Era una persona que quería aprender, que quería hacer cosas y eso hacía que la morena estuviera dispuesta a ayudarla. —Bien, dame un momento que voy a coger los ingredientes al carromato. —se incorporó con gracia para dirigirse hacia el carromato, abrió la portezuela y se coló en su interior con rapidez, rebuscando hasta encontrar lo que necesitaba. Salió con una cesta de mimbre donde había diversas hortalizas. —¿Qué tal se te da pelar patatas y trocearlas?

Era el trabajo propio de un pinche, pero serviría. Se acercó hasta ella dejando la cesta de mimbre, haciendo un par de viajes más para traer dos banquetas de madera donde trabajar, un trípode para colocar un enorme caldero donde harían el estofado, quedando este colgado. Había suficientemente agua, menos mal. No esperaba gente esa noche, pero… sería buena idea ponerse a trabajar. Cuando volvió a sentarse le tendió uno de los cuchillos, poniéndose ligeramente de cara a ella, banqueta contra banqueta, comenzando a pelar las distintas hortalizas e ir echándolas al caldero de hierro.

—¿Sabes? No hay comida que sepa mejor que la que preparamos con nuestras propias manos.

No hizo ningún comentario sobre sus primeras palabras, negando con suavidad para darla a entender que no tenía que agradecérselo. Lo hacía porque quería. Ni más, ni menos, y podía hacerlo porque en ese momento era dueña y señora de su vida. No había nadie más que dependiera de ella y si se equivocaba juzgando a una persona, sólo terminaría mal ella, nadie más. En cambio cuando se encontraba en un grupo, con más de su etnia, tenía que andarse con cuidado, con pies de plomo, procurando no lanzarse a lo loco. Decían que tenía buen ojo, pero siempre podía equivocarse, no era infalible, ni mucho menos. Se fiaba más de ese cosquilleo que se deslizaba por su espalda cuando observaba a las personas, que de las apariencias. Había aprendido que una persona era mucho más que la fachada y que la persona más terrible físicamente hablando, podía ser la persona con más corazón en la faz de la tierra y a la inversa.

—A veces nos protegen demasiado y siempre ponen como escusa lo de “es que eres demasiado torpe”, pero tenemos que demostrarles que se equivocan y que podemos hacer lo que nos propongamos. —respondió Éabann, a sus palabras, sonriendo.

Fue un ir y venir continuo hasta que de todo estuvo en su sitio, colocó un plato para que ir colocando las patatas y extendió un trapo para poder dejar las pelas, más tarde las podrían tirar en el bosque, era algo natural y terminaría convirtiéndose en comida de o bien otros animales o bien de las plantas cuando se fuera pudriendo, formando parte de la tierra. Éabann sentía una curiosa afinidad con la Naturaleza, quizá porque había pasado toda su vida cerca de ella, sobre todo cuando era más pequeña. Había aprendido determinadas formas de comportarse de su abuela, cuando era pequeña, y esas costumbres aprendidas se habían ido configurando en su interior conformándola en lo que era ahora. Estaban los comentarios y los consejos sin venir a cuento, el instinto de protección de aquellos que notaba que lo necesitaban.

Y algo le decía que la muchacha que tenía delante de sí, lo necesitaba. Podía ver soledad y tristeza, pero también algo más que no conseguía definir con exactitud. Frunció con suavidad el ceño al ver su rostro cuando tomó el cuchillo, fue solo un momento, un instinto, como una sombra, pero que la morena no terminó de comprender. Se puso manos a la obra, pelando y colocando. Le gustaba cocinar acompañada porque de esa forma podía hablar mientras las manos funcionaban, de la misma manera que le gustaba coser o tejer o hacer cualquier tipo de esas cosas por la misma razón. La necesidad de sociabilizar era algo que la tiraba para que se juntara con otras personas.

—Hoy comerás algo que has preparado con tus propias manos, espero que sea verdad lo que mi abuela me dijo. —contestó con suavidad mientras la miraba, escuchando sus palabras. —Puedes hacer todo lo que quieras, Eiri, todo lo que te propongas. Muchas veces la gente de nuestro alrededor nos pone frenos y etiquetas, pero en realidad lo hacen porque tienen miedo. Miedo a que podamos ver hasta dónde podemos llegar. —la miró a los ojos deteniéndose un instante. —No eres frágil o débil, eres fuerte, has sobrevivido a pérdidas y sigues aquí, adelante, no te has dejado vencer ¿verdad?

La gitana rió con su risa cantarina, una risa musical y claramente divertida ante su comentario. Eiri le caía bien, había conseguido conectar con ella a pesar de todas las barreras culturales que uno podría haber imaginado que tenían. Había algo fresco en aquella joven a pesar de la tristeza que uno podía adivinar en su mirada. Era una conversación directa y franca, sin medias tintas o, al menos, sin más medias tintas que las propias de una conversación. Admiraba a la gente sincera, a la gente que podía hablar con claridad y no irse por las ramas. Miró por un momento a la comida que tenían delante y después volvió a clavar sus ojos claros en los de ella.

—Sería algo de las dos, no solo tuya, y lo estás haciendo muy bien.

Observó sus manos pelando las patatas, mientras que ella hacía lo mismo hasta que finalmente tenían un buen montón, fue entonces cuando Éabann acercó un plato para ella y otro para Eiri, era el momento de comenzar a trocear, a hacer cachos para poder echarlo después al guiso. Con movimientos mecánicos, sin perder la atención de las palabras de la muchacha, la morena comenzó a hacer pequeños trozos con una de las patatas. El ritmo era tranquilo, suave y nada rápido, no había prisas, tenían todo el tiempo del mundo esa noche mientras que el hambre no comenzara a hacer acto de presencia.

Frunció con suavidad al escuchar las palabras de la joven, con atención, como si buscara entender qué le había ocurrido. Había algo que la consumía por dentro, podía verlo, aunque no supiera de qué se tratara. No podía presionarla para que hablara, pero sabía por experiencia que muchas veces era mejor hacerlo, mejor explotar, llorar y patalear hasta quedarse seca dejando que las palabras salieran a borbotones. Después uno se quedaba agotado, pero bien. No iba a presionarla, no era ese tipo de personas, sino que siempre esperaba a que la otra persona le contara las cosas. Daba confianza en cierta manera y era buena escuchando, muy buena de hecho. Dejaba para los demás la necesidad de estar por encima.

—No sabemos cuán fuerte somos hasta que llegamos a una situación en la que se nos pide serlo. —respondió con suavidad mirándola con una suave sonrisa en los labios. —Has vivido más de lo que debería vivir un ser humano, la pérdida de la gente que uno quiere provoca un vacío en el interior que rara vez se vuelve a llenar, siempre pensaremos en ellos, en cómo nos gustaría que estuvieran con nosotros en un determinado momento, eso no podemos evitarlo. —detuvo las manos dejando el cuchillo a un lado mientras miraba a la muchacha. —Y no soy fuerte, me dan miedo muchas cosas, me da miedo estar sola, me da miedo el no poder proteger a los que me importan, me da miedo huir como ya hice una vez. Pero en ese miedo, está nuestra fuerza aunque parezca contradictorio porque sabemos lo que nos da miedo y podemos luchar contra ello, sería peor no saberlo ¿no te parece?

Una vez terminado de hablar, la morena siguió troceando patatas y distintas hortalizas, escuchando las palabras de Eiri asintiendo con suavidad. Trabajaba con gestos rápidos y tranquilos, como solía hacer todo lo que se le ponía por delante. Era constante, no era de esas personas que empezaban fuerte y terminaban por dejar aparcadas las cosas, ni en preparar un estofado ni en otros aspectos de su vida. Se quedó pensativa unos instantes, pensando en las palabras de la muchacha. Le gustaría poder ayudarla a superar esos miedos que leía en sus ojos, esos temores que estaban ahí. Seguramente no fuera la mejor para ello, había unas diferencias sociales que aunque a ella no le importaban, podría resultar molesto para otras personas. Diferencias que creaban unas enormes barreras que poca gente era capaz de romperlas para seguir hacia delante, para poder llegar a conocer a las personas más allá de un nombre, un apellido o el color de la piel.

La muchacha que tenía delante de ella parecía diferente, se había quedado cuando había sabido que era una gitana, había aceptado su hospitalidad y se encontraba allí hablando mientras que la noche caía, las estrellas salían y el calor del fuego podía calentarlas. El estofado pronto comenzaría a tomar forma, es más, Éabann comenzó a echar los trozos de hortalizas como zanahoria y otras verduras, junto con patatas en el agua, un poco de sal, carne y otras plantas como laurel que le daría un buen sabor a la comida. Las especias eran algo que utilizaba con facilidad en sus comidas… y en sus remedios. Era una persona que gustaba de los sabores diferentes, un tanto potentes quizá, que dieran a la comida un olor y un sabor especial.

—Tenemos muchas oportunidades por delante, Eiri, multitudes de cosas que hacer, pero muchas veces nos atamos a un lugar o dejamos que nos aten. A un lugar o a una forma de vida. Caemos en la rutina tan fácilmente…—se detuvo por un momento moviéndose para comenzar a revolver el estofado en el agua del fuego, que pronto comenzó a oler a comida y provocó que el estómago de la gitana que solo había tomado un par de bocados en el camino, se encogiera de hambre. Debía recordar antes de ponerse a comer que estaba ante una señorita, tenía educación en la mesa, gracias al hombre que la había ayudado y protegido durante los tres peores años de su vida… a la vez que unos de los mejores, pero llevaba tanto tiempo con su gente que en ocasiones se le olvidaba. —Tú también has sobrevivido a ello, Eiri, y sigues hacia delante. Eres fuerte, crees que no lo eres, pero veo en ti un espíritu valiente que lucha por seguir su camino aunque en el mismo haya muchos escollos y barreras. Y ahora tienes a una gitana al que le gustaría que ambos caminos se cruzaran en más de una ocasión. —le dedicó una sonrisa, mientras se ponía de rodillas para comenzar a recoger los restos de las hortalizas y los cuchillos que más tarde limpiaría. La pregunta hizo que alzara la mirada clavando sus ojos verdes en los de ella. —Todavía no lo sé, todo depende de cómo me reciba la ciudad y si todos son como tú… creo que estaré aquí una buena temporada.

Todo dependía de lo que ocurriera una vez pusiera los pies en la ciudad, si la aceptaban o tenía que salir corriendo en dirección contraria, si encontraba algo que le llamara la atención y la curiosidad. Era cierto que al menos estaría unos meses, sentía curiosidad por Paris, por ver muchas de las cosas que la ciudad guardaba. Era distinta a Londres, así se lo habían dicho, quería saber por qué era diferente, qué le hacía especial. Por qué muchas personas cuando hablaban de esa ciudad suspiraban de placer.

La miró en silencio mientras ella preparaba ya los últimos arreglos para armar el estofado, Eiri sonrió cuando los aromas de las especies que Éabann iba echando al caldero parecían acentuarse más y más, mezclándose con todos los demás ingredientes. Pronto estaría listo, y con la hora que era ya el hambre se acrecentaba más y más en el estómago de la joven.
-Mi abuela siempre decía que la rutina ahogaba los pensamientos y se comía la vida- comentó asintiendo a lo que la gitana había dicho, desviando su mirada hacia las llamas que bailaban bajo el caldero. El calor que aquella fogata emitía la hacía sentir tranquila y segura, como si eso pudiera protegerla de cualquier cosa… ¿O tal vez no sólo era el fuego sino también la compañía y todo el ambiente que se había formado? Seguramente era aquello lo que le producía a la chiquilla el sentirse de aquella manera en un lugar donde no cualquiera podía sentirse seguro o tranquilo.

Miles de cosas podían cruzar su mente y mantenerla en un estado inconsciente de abstracción, como si todo lo que estuviese haciendo no fuera real, no al menos dentro de su pequeño mundo. Un mundo que ella anhelaba ampliar y mejorar, porque se sentía muy sola y ni siquiera tenía amigos… Amistad… aquella era una palabra de la cual Eiri tenía conocimiento del significado, pero que no conocía bien. –Muchas gracias. A mí también me gustaría que nuestros caminos se cruzaran en más de una ocasión.- murmuró imitando a la gitana, sonriendo ella también. -¡Oh! Entonces espero que conozca mucha gente como yo, así podría venir a visitarla y traerle algún regalo- exclamó alegremente, ladeando apenas el rostro. Esperaba en serio, en el fondo de su corazón que aquella mujer tan amable lograra conocer gente que le agradara y que pudiese quedarse un tiempo más en París.
-Me gustaría en algún momento que usted pudiese ir a visitarme, así podría retribuirle toda su hospitalidad- añadió sin quitar la sonrisa de su rostro, esperanzada, haciéndose a la idea de que aquella mujer pudiese visitarla y así conocer el hogar de Eiri.
-Dígame una cosa… ¿Le gusta la música?- preguntó juntando sus manos, luego de haber dejado el cuchillo a un costado de donde ella estaba sentada. Quería conocerla mejor, saber qué cosas le gustaban, cuáles no… Se le había metido en la cabeza la idea de poder volver a hablarle e invitarla a su casa, incluso estaba pensando en qué tipo de regalo podría hacerle para demostrarle su afecto y agradecimiento por la hospitalidad.