AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Al caer la Noche {Libre}
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Al caer la Noche {Libre}
Recuerdo del primer mensaje :
Caía la noche cuando Éabann llegó a las afueras de la gran urbe que era Paris. Llegada desde Londres, aunque las dimensiones que no abarcaba su vista le impresionaron, tenía que reconocer que hubiera sido mucho más impactante unos años atrás. No entendía esa necesidad de los busné o no romaní de reunirse en torno a un mismo lugar, de forma sedentaria, pero se había ido amoldando y admiraba las ventajas que ese estilo de vida podría traer. Uno sabía dónde conseguir, cómo y por cuanto determinados objetos que de otra manera era bastante más difícil de poder hacerse con ellos.
Detuvo el carromato en un bosquecillo cercano donde había un riachuelo, seguramente afluente del Sena, que sería bueno para tener agua fresca para ella y el caballo. Su casa rodante no era el lugar más lujoso, ni tampoco era algo nuevo y flamante, pero desde hacía un par de años se había convertido en su hogar. Descendió con movimientos ligeros acercándose hacia el bocado del caballo acariciándolo con cariño.
—Por hoy, ya hemos viajado suficiente. —comentó mientras comenzaba a desengancharlo con movimientos rápidos que indicaban que aquello lo había hecho en más de una ocasión.
Llevó de las riendas al animal hacia el arroyo mientras observaba a su alrededor. No era un mal lugar para permanecer una noche. Comenzó entonces, una vez atendido al caballo, a preparar el campamento. Se estiró cansada, mientras comenzaba a limpiar un círculo donde prendería la hoguera, comenzando a hacer un círculo con piedras, para después dirigirse hacia la arboleda dispuesta a coger ramas secas. No parecía llover, el cielo estaba despejado mientras que el sol terminaba por caer por el horizonte. Sus movimientos eran tranquilos mientras se agachaba para tomar las ramas que habían caído desde los árboles, una vez que consideró que tenía suficientes se giró para volver a donde estaba el carromato el cual no había perdido de vista, no se había alejado demasiado. Lo único que le faltaba era perder lo poco que tenía.
Detuvo el carromato en un bosquecillo cercano donde había un riachuelo, seguramente afluente del Sena, que sería bueno para tener agua fresca para ella y el caballo. Su casa rodante no era el lugar más lujoso, ni tampoco era algo nuevo y flamante, pero desde hacía un par de años se había convertido en su hogar. Descendió con movimientos ligeros acercándose hacia el bocado del caballo acariciándolo con cariño.
—Por hoy, ya hemos viajado suficiente. —comentó mientras comenzaba a desengancharlo con movimientos rápidos que indicaban que aquello lo había hecho en más de una ocasión.
Llevó de las riendas al animal hacia el arroyo mientras observaba a su alrededor. No era un mal lugar para permanecer una noche. Comenzó entonces, una vez atendido al caballo, a preparar el campamento. Se estiró cansada, mientras comenzaba a limpiar un círculo donde prendería la hoguera, comenzando a hacer un círculo con piedras, para después dirigirse hacia la arboleda dispuesta a coger ramas secas. No parecía llover, el cielo estaba despejado mientras que el sol terminaba por caer por el horizonte. Sus movimientos eran tranquilos mientras se agachaba para tomar las ramas que habían caído desde los árboles, una vez que consideró que tenía suficientes se giró para volver a donde estaba el carromato el cual no había perdido de vista, no se había alejado demasiado. Lo único que le faltaba era perder lo poco que tenía.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Al caer la Noche {Libre}
La mujer sonrió ante las palabras de Eiri. Había algo en los comentarios de las personas mayores que señalaban su sabiduría, muchas veces una sabiduría que había llegado no por lo que se encontraba en los libros, sino por las vivencias del día a día. Por esa razón, a Éabann siempre le había gustado escucharles, saber lo que habían vivido, cómo lo habían vivido. En su tierna edad había pasado muchas horas de sus días junto con su abuela, absorbiendo todo lo que decía como si se tratara de una esponja. Era algo agradable, saber que no había sido la única que pasaba por ciertas cosas, sino que parecía que se repetían siempre, que eran acontecimientos que todo el mundo tenía que vivir.
París era grande, pero Éabann creía en el Destino. El Destino había hecho que los pasos de la joven que estaba a su lado y los suyos propios se cruzaran justo cuando llegaba. Su pueblo era supersticioso, mucho, por lo que sabía de lo que hablaba. Había sido un buen recibimiento, uno de los mejores que había tenido en su vida. Eiri era una chica dulce y lista, que había permitido que la metiera un poquito en su forma de vida a pesar de que otras personas hubieran pensado que era de locos sentarse a conversar con una gitana desconocida. La había ayudado, había permitido que le diera de comer y la conversación que estaban manteniendo era interesante y única.
—Estoy segura de que nos volveremos a encontrar. —contestó, con tranquilidad la morena, poniéndose de rodillas y tomando un cucharón de madera para comenzar a revolver el estofado. Le quedaban todavía unos minutos, pero el olor era delicioso y su estómago se encogió por un instante debido al hambre. —Y me encantaría poder ir a visitarte, sería un honor para mí hacerlo. —la sonrió entonces mientras hablaba. —Hace mucho tiempo que no voy a una casa hecha con piedras, por lo que sería toda una novedad.
Desde que se había ido de Londres no había vuelto a dormir entre paredes de piedra, ni en camas hechas de plumón con estufas que calentaban por las noches. En parte lo echaba de menos, echaba de menos las comodidades. No cambiaría su libertad por aquello, pero debía reconocer que siempre le había gustado cosas que muchos gitanos consideraban que no eran adecuadas para ellos o que no era más que algo material. Éabann reconocía que era un tanto absurdo echar de menos cosas que solo habían estado en su vida durante los años que había estado junto a él, pero no se había olvidado de ellas.
—¿Los pájaros vuelan?. —preguntó divertida ante su pregunta, sonriendo después para quitarle hierro a sus palabras que podrían haber sonado demasiado bruscas.—Me encanta la música, me encanta bailar y poder hacerla yo misma. ¿Y a ti Eiri? ¿Te gusta? ¿Tocas algún instrumento?
Sabía que las jóvenes de buena cuna aprendían a tocar instrumentos como el piano, se imaginaba que la joven sabría hacerlo, pero… sentía curiosidad por la muchacha que estaba delante de ella.
París era grande, pero Éabann creía en el Destino. El Destino había hecho que los pasos de la joven que estaba a su lado y los suyos propios se cruzaran justo cuando llegaba. Su pueblo era supersticioso, mucho, por lo que sabía de lo que hablaba. Había sido un buen recibimiento, uno de los mejores que había tenido en su vida. Eiri era una chica dulce y lista, que había permitido que la metiera un poquito en su forma de vida a pesar de que otras personas hubieran pensado que era de locos sentarse a conversar con una gitana desconocida. La había ayudado, había permitido que le diera de comer y la conversación que estaban manteniendo era interesante y única.
—Estoy segura de que nos volveremos a encontrar. —contestó, con tranquilidad la morena, poniéndose de rodillas y tomando un cucharón de madera para comenzar a revolver el estofado. Le quedaban todavía unos minutos, pero el olor era delicioso y su estómago se encogió por un instante debido al hambre. —Y me encantaría poder ir a visitarte, sería un honor para mí hacerlo. —la sonrió entonces mientras hablaba. —Hace mucho tiempo que no voy a una casa hecha con piedras, por lo que sería toda una novedad.
Desde que se había ido de Londres no había vuelto a dormir entre paredes de piedra, ni en camas hechas de plumón con estufas que calentaban por las noches. En parte lo echaba de menos, echaba de menos las comodidades. No cambiaría su libertad por aquello, pero debía reconocer que siempre le había gustado cosas que muchos gitanos consideraban que no eran adecuadas para ellos o que no era más que algo material. Éabann reconocía que era un tanto absurdo echar de menos cosas que solo habían estado en su vida durante los años que había estado junto a él, pero no se había olvidado de ellas.
—¿Los pájaros vuelan?. —preguntó divertida ante su pregunta, sonriendo después para quitarle hierro a sus palabras que podrían haber sonado demasiado bruscas.—Me encanta la música, me encanta bailar y poder hacerla yo misma. ¿Y a ti Eiri? ¿Te gusta? ¿Tocas algún instrumento?
Sabía que las jóvenes de buena cuna aprendían a tocar instrumentos como el piano, se imaginaba que la joven sabría hacerlo, pero… sentía curiosidad por la muchacha que estaba delante de ella.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Fecha de inscripción : 09/05/2011
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Re: Al caer la Noche {Libre}
Sentía que su pecho se hinchaba de felicidad con tan sólo oír un par de palabras que significaban muchísimo más que eso para la jovencita. Nunca en su vida había tenido la oportunidad de invitar a alguien a su hogar, y mucho menos a alguien a quien de verdad comenzaba a estimar. La vida por primera vez en mucho tiempo parecía sonreírle y mostrarle un atisbo de esperanza… ¿Cuánto iba a durar aquella felicidad? No quería pensarlo, sólo quería disfrutar con tan sólo imaginar que Éabann visitaba su hogar. -¡Yo estaría muy feliz de que eso ocurriera!- dejó escapar la expresión desde sus labios, evidenciando su efusividad y exaltación al imaginar tener una invitada, o tal vez una amiga en su casa. –En serio, me haría muy feliz con una visita… nunca he invitado a nadie a quien estime o me agrade a la casa, porque nunca había conocido a nadie…- hizo una leve pausa y frunció levemente el ceño para corregirse –Bueno, en realidad sí he conocido a mucha gente, pero nunca a alguien tan sincero como usted. La mayoría de la gente de mi clase suele ser muy cínica y superficial, quizás fue por esa razón que siempre me ignoraban en los bailes- concluyó encogiéndose de hombros con una pequeña sonrisa.
A pesar de que no le gustaba la idea de quedarse sola, nunca había logrado hacer amigos reales, porque ella no callaba si algo le molestaba o no tenía problemas en señalarle a alguien sus defectos o si estaba errado en algo.
Abrió los ojos desmesuradamente ante la respuesta, evidenciando un dejo de impresión que luego se transformó en una risa nerviosa cuando escuchó por completo lo que la joven mujer le decía. Se notaba que por sus venas corría el amor por la danza y la música, debían ser aptitudes innatas en ella. Lástima que Eiri no tenía idea de baile, aunque le gustaba mucho ver a la gente bailar. Sonrió ampliamente ante la pregunta y ladeó apenas el rostro para responder –Sí. Me encanta la música, aunque no sé bailar muy bien y no me siento buena para ello, pero sé tocar piano y hace un tiempo tocaba violín, pero lo dejé cuando murió mi papá.- soltó una pequeña carcajada nostálgica –Debo reconocer, que hace mucho que no toco el piano… solía tocar para mi padre y mis abuelos, pero lo fui dejando a medida que la vida me iba quitando a mis musas inspiradoras- hacía mucho había aprendido a componer melodías y la última que había hecho se la había dedicado a su mamá, aunque no la había conocido nunca. Extrañaba y muchísimo a sus “musas” como solía llamar a su abuelo, su abuela y su papá, cuando quería escribir alguna melodía para el piano que –según su abuela- había pertenecido a la familia Mondschein desde hacía décadas.
-Me honraría si pudiese ir a mi casa. Así podría tocar alguna pieza para usted, lo haría con mucho gusto, aunque tenga que practicar para no perder la práctica- añadió risueña, frotándose las manos al caer en la cuenta de que la noche ya estaba avanzada y el aire de la noche se iba enfriando, más eso no mermaba su deseo de quedarse allí y poder probar la comida que la joven mujer le había ofrecido gentilmente hacía un momento que parecía tan corto y a la vez tan largo.
A pesar de que no le gustaba la idea de quedarse sola, nunca había logrado hacer amigos reales, porque ella no callaba si algo le molestaba o no tenía problemas en señalarle a alguien sus defectos o si estaba errado en algo.
Abrió los ojos desmesuradamente ante la respuesta, evidenciando un dejo de impresión que luego se transformó en una risa nerviosa cuando escuchó por completo lo que la joven mujer le decía. Se notaba que por sus venas corría el amor por la danza y la música, debían ser aptitudes innatas en ella. Lástima que Eiri no tenía idea de baile, aunque le gustaba mucho ver a la gente bailar. Sonrió ampliamente ante la pregunta y ladeó apenas el rostro para responder –Sí. Me encanta la música, aunque no sé bailar muy bien y no me siento buena para ello, pero sé tocar piano y hace un tiempo tocaba violín, pero lo dejé cuando murió mi papá.- soltó una pequeña carcajada nostálgica –Debo reconocer, que hace mucho que no toco el piano… solía tocar para mi padre y mis abuelos, pero lo fui dejando a medida que la vida me iba quitando a mis musas inspiradoras- hacía mucho había aprendido a componer melodías y la última que había hecho se la había dedicado a su mamá, aunque no la había conocido nunca. Extrañaba y muchísimo a sus “musas” como solía llamar a su abuelo, su abuela y su papá, cuando quería escribir alguna melodía para el piano que –según su abuela- había pertenecido a la familia Mondschein desde hacía décadas.
-Me honraría si pudiese ir a mi casa. Así podría tocar alguna pieza para usted, lo haría con mucho gusto, aunque tenga que practicar para no perder la práctica- añadió risueña, frotándose las manos al caer en la cuenta de que la noche ya estaba avanzada y el aire de la noche se iba enfriando, más eso no mermaba su deseo de quedarse allí y poder probar la comida que la joven mujer le había ofrecido gentilmente hacía un momento que parecía tan corto y a la vez tan largo.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
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Fecha de inscripción : 07/05/2011
Re: Al caer la Noche {Libre}
Los ojos verdes de la mujer no pudieron evitar que por un momento se entristecieran al escuchar las palabras de Eiri. Estaba claro que la muchacha había estado muy sola. Una soledad que provocaba que algo en el interior de la gitana se revolviera. Había tenido demasiadas pérdidas, había vivido demasiado para alguien tan joven. Había pensado siempre que las personas de clases altas lo tenían ciertamente más fácil, más en una sociedad en la que el dinero era algo fundamental, pero estaba claro que no conseguía comprar todo. Y, desde luego, no significaba que una persona fuera feliz por mucho dinero que tuviera. Se quedó durante unos instantes pensativa mientras revolvía lentamente el contenido del estofado. Olfateó ligeramente, muchas veces se fiaba mucho más por su olfato que por el gusto. Parecía que estaba prácticamente hecho ya.
—Me agradan tus palabras Eiri, pero para muchas personas solo sería una ladrona, embustera y mentirosa.—se encogió con suavidad de hombros mientras la miraba, con una leve sonrisa.—Pero sé a qué te refieres. Reconozco que no he estado en muchos bailes, pero sí que me ha dado la impresión de lo que dices… demasiado superficial para mi gusto, cuando en realidad son máscaras para esconder que son tan humanos como los demás, que no hay nada que les diferencie más allá de las ropas, que son igual de mezquinos que los demás o incluso más. Habrá gente buena, tú eres un ejemplo, pero es cierto que hay mucha hipocresía entre ellos.—respiró hondo ligeramente, pensativa, revolviendo el contenido del caldero mientras lo hacía.—Solo te puedo decir que no cambies porque el problema no es tuyo, sino de ellos, y estoy segura de que finalmente encontrarás a personas que te valoren por lo que eres, no por las apariencias o por el dinero, y esas personas son las que valen realmente la pena.
Para no dar consejos gratuitos sin que la preguntaran, Éabann se estaba luciendo esa noche. Algo le impulsaba a intentar ayudar a la muchacha, aunque no supiera exactamente el por qué de ese hecho. Quizá porque sentía que necesitaba a alguien, de la misma manera que ella lo necesitaba. No era fácil estar sola, por unas u otras razones, y la gitana sabía demasiado bien lo que significaba aquello. Una sonrisa apareció brillante en sus labios al escuchar sus palabras. Estaba claro que le gustaba la música, además un gesto de sorpresa se le reflejó en el rostro cuando escuchó que tocaba el violín… antes del fallecimiento de su familia. Era algo que tenían en común.
—Cuando quieras, Eiri, puedo llevar yo también mi violín y te puedo enseñar algo de la música de mi gente.—el tono era alegre mientras hablaba, buscando apartar las posibles nubes que el recuerdo de su familia pudiera aparecer en torno a la muchacha.—Es más, le tengo en el carromato, después de cenar podría mostrarte un par de canciones. Se está haciendo tarde y no me gusta demasiado que tengas que andar por ahí sola. Es más, puedes quedarte aquí o si no te puedo acompañar, a caballo iríamos más rápidas.
En cierta forma no le gustaba demasiado que se fuera, menos sola cuando podría encontrarse con cualquier cosa. Mientras hablaba comenzó a servir el estofado que olía delicioso. Tomó dos cuencos, entregando el primero a Eiri junto con una cuchara y después se sirvió ella misma, sentándose en el suelo para poder comenzar a comer.
—Me agradan tus palabras Eiri, pero para muchas personas solo sería una ladrona, embustera y mentirosa.—se encogió con suavidad de hombros mientras la miraba, con una leve sonrisa.—Pero sé a qué te refieres. Reconozco que no he estado en muchos bailes, pero sí que me ha dado la impresión de lo que dices… demasiado superficial para mi gusto, cuando en realidad son máscaras para esconder que son tan humanos como los demás, que no hay nada que les diferencie más allá de las ropas, que son igual de mezquinos que los demás o incluso más. Habrá gente buena, tú eres un ejemplo, pero es cierto que hay mucha hipocresía entre ellos.—respiró hondo ligeramente, pensativa, revolviendo el contenido del caldero mientras lo hacía.—Solo te puedo decir que no cambies porque el problema no es tuyo, sino de ellos, y estoy segura de que finalmente encontrarás a personas que te valoren por lo que eres, no por las apariencias o por el dinero, y esas personas son las que valen realmente la pena.
Para no dar consejos gratuitos sin que la preguntaran, Éabann se estaba luciendo esa noche. Algo le impulsaba a intentar ayudar a la muchacha, aunque no supiera exactamente el por qué de ese hecho. Quizá porque sentía que necesitaba a alguien, de la misma manera que ella lo necesitaba. No era fácil estar sola, por unas u otras razones, y la gitana sabía demasiado bien lo que significaba aquello. Una sonrisa apareció brillante en sus labios al escuchar sus palabras. Estaba claro que le gustaba la música, además un gesto de sorpresa se le reflejó en el rostro cuando escuchó que tocaba el violín… antes del fallecimiento de su familia. Era algo que tenían en común.
—Cuando quieras, Eiri, puedo llevar yo también mi violín y te puedo enseñar algo de la música de mi gente.—el tono era alegre mientras hablaba, buscando apartar las posibles nubes que el recuerdo de su familia pudiera aparecer en torno a la muchacha.—Es más, le tengo en el carromato, después de cenar podría mostrarte un par de canciones. Se está haciendo tarde y no me gusta demasiado que tengas que andar por ahí sola. Es más, puedes quedarte aquí o si no te puedo acompañar, a caballo iríamos más rápidas.
En cierta forma no le gustaba demasiado que se fuera, menos sola cuando podría encontrarse con cualquier cosa. Mientras hablaba comenzó a servir el estofado que olía delicioso. Tomó dos cuencos, entregando el primero a Eiri junto con una cuchara y después se sirvió ella misma, sentándose en el suelo para poder comenzar a comer.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Al caer la Noche {Libre}
La vida siempre trae consigo sorpresas… el problema es que nunca sabemos cuándo, cómo ni dónde nos las dará. Los pensamientos que en ese momento rondaban por la cabeza de la muchacha eran sólo vagas piezas de sus sueños y anhelos que habían sido rotos años atrás por alguien a quien ella nunca podría recriminarle ni perdonarle nada, incluso tampoco podría pedirle el perdón que ella misma necesitaba para sentirse mejor. Toda su vida había vivido con la estela de la muerte rodeándola, persiguiendo a toda la gente que ella había amado para dejarla completamente sola. A veces intentaba pensar en qué sucedería si ella acelerara el final de su destino y terminara con su vida por sí misma… pero siempre llegaba a la misma conclusión: Nunca sería capaz de hacerlo, no tenía el valor suficiente como para dejar que su alma terminara en un lugar al que ella no deseaba ir y que creía merecer por haber privado de su vida a alguien más.
Siempre había creído que las palabras de los mayores eran muy valorables y que siempre tenían grandes enseñanzas para el que las oyera. Y a pesar de que aquella gitana tan amable no debía ser tantos años mayor que ella, creía que sus palabras eran muy sabias y esperaba no olvidarlas nunca. Asintió a todo lo que le relataban, mientras que una pequeña sonrisa iba y venía en su rostro. –Es la primera vez desde hace un tiempo que oigo a alguien que piense como yo… eso me pone muy feliz- respondió ladeando el rostro en una expresión risueña y afable. Ni en sus mejores sueños llegó a imaginar que encontraría a alguien como aquella gitana que no dejaba de impresionarla con cada una de las palabras que salían de su boca. En un suspiro de tranquilidad, se acomodó mejor frente a la hoguera y su mirada se perdió por instantes en el fuego que la reconfortaba enormemente de aquella noche fría.
Las palabras que llegaron a sus oídos la hicieron levantar la vista y una enorme expresión de alegría la embargó -¿En serio? Me encantaría aprender sobre su música, me haría realmente un honor al hacerlo- exclamó enlazando los dedos de sus manos para formar un pequeño puño que se llevó al mentón. No podía creer que tantas coincidencias las unieran y que además le hicieran sentir a la chiquilla que estaban conectadas. -¡Claro que me gustaría oírla!- volvió a exclamar alegremente y luego se calmó, para asentir con la cabeza a las palabras que oía. -¿Me llevaría en su caballo?- preguntó abriendo los ojos enormemente, ilusionada con la idea de montar. Nunca le habían permitido subir a un caballo, esto por el miedo que sentía su padre a que Eiri se hiciera daño. –nunca he montado un caballo- añadió, aunque luego guardó silencio, puesto que no sabía si había comprendido realmente a lo que se refería Éabann al decir que en caballo irían más rápidas. Tal vez se refería a que la llevaría cargando el carromato y no sólo el caballo. Cuando recibió el cuenco con el estofado dentro y sonrió, murmurando unas gracias sinceras. Acercó el cuenco hacia su nariz, para que el aroma penetrara mucho mejor hacia su interior y cerró los ojos –Huele delicioso…- luego volvió a abrirlos y tomó la cuchara para llenarla y llevarse la primera cucharada a la boca. Cuando el sabor llenó por completo su boca sonrió –Está realmente delicioso, gracias- repitió agradeciendo y continuó comiendo en silencio. Si algo había aprendido muy bien, era que cuando se tenía hambre, no se debía interrumpir y se debía comer en silencio.
Siempre había creído que las palabras de los mayores eran muy valorables y que siempre tenían grandes enseñanzas para el que las oyera. Y a pesar de que aquella gitana tan amable no debía ser tantos años mayor que ella, creía que sus palabras eran muy sabias y esperaba no olvidarlas nunca. Asintió a todo lo que le relataban, mientras que una pequeña sonrisa iba y venía en su rostro. –Es la primera vez desde hace un tiempo que oigo a alguien que piense como yo… eso me pone muy feliz- respondió ladeando el rostro en una expresión risueña y afable. Ni en sus mejores sueños llegó a imaginar que encontraría a alguien como aquella gitana que no dejaba de impresionarla con cada una de las palabras que salían de su boca. En un suspiro de tranquilidad, se acomodó mejor frente a la hoguera y su mirada se perdió por instantes en el fuego que la reconfortaba enormemente de aquella noche fría.
Las palabras que llegaron a sus oídos la hicieron levantar la vista y una enorme expresión de alegría la embargó -¿En serio? Me encantaría aprender sobre su música, me haría realmente un honor al hacerlo- exclamó enlazando los dedos de sus manos para formar un pequeño puño que se llevó al mentón. No podía creer que tantas coincidencias las unieran y que además le hicieran sentir a la chiquilla que estaban conectadas. -¡Claro que me gustaría oírla!- volvió a exclamar alegremente y luego se calmó, para asentir con la cabeza a las palabras que oía. -¿Me llevaría en su caballo?- preguntó abriendo los ojos enormemente, ilusionada con la idea de montar. Nunca le habían permitido subir a un caballo, esto por el miedo que sentía su padre a que Eiri se hiciera daño. –nunca he montado un caballo- añadió, aunque luego guardó silencio, puesto que no sabía si había comprendido realmente a lo que se refería Éabann al decir que en caballo irían más rápidas. Tal vez se refería a que la llevaría cargando el carromato y no sólo el caballo. Cuando recibió el cuenco con el estofado dentro y sonrió, murmurando unas gracias sinceras. Acercó el cuenco hacia su nariz, para que el aroma penetrara mucho mejor hacia su interior y cerró los ojos –Huele delicioso…- luego volvió a abrirlos y tomó la cuchara para llenarla y llevarse la primera cucharada a la boca. Cuando el sabor llenó por completo su boca sonrió –Está realmente delicioso, gracias- repitió agradeciendo y continuó comiendo en silencio. Si algo había aprendido muy bien, era que cuando se tenía hambre, no se debía interrumpir y se debía comer en silencio.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
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Re: Al caer la Noche {Libre}
Sonrió ligeramente mirando a la muchacha, había algo fresco y renovador en la forma en la que hablaba, en la forma en la que se movía. Éabann no se había dado cuenta hasta esa noche de lo mucho que echaba en falta el contacto humano, en el sentido más amplio de la palabra. La necesidad de escuchar hablar, de ver moverse, de sentir que se estaba comunicando con alguien. Llevaba demasiado tiempo viajando sola, unos meses que se había mantenido alejada de todo y de todos porque necesitaba hacerlo. La muerte de aquella querida amiga había provocado que no se fiara del todo de su entorno y se había vuelto demasiado introvertida. Únicamente interactuaba para conseguir lo que necesitaba en cada momento: enseres, comida, un lugar donde dormir, unas herraduras nuevas para el caballo. No había tenido una conversación llena de camaradería hasta que esta noche la pequeña Eiri había aparecido en el campamento como un haz de luz.
Era una muchacha tranquila, tímida, serena, pero aún así estaba llena de vida. Había una cierta inocencia renovadora en la muchacha que hacía sentirse a Éabann bien y cómoda, sin necesidad de utilizar una de las muchas máscaras y facetas que tenía que utilizar cuando se encontraba en otras circunstancias. Con ella era ella misma y, en cierta manera, la ayudaba a relajarse, a tranquilizarse y a volver a conectar con lo que llevaba en su interior. Negó con suavidad, haciendo un gesto con su mano cuando le dijo que le hacían felices sus palabras. Había dicho lo que había sentido, lo que necesitaba decir. ¿Cuándo había sido la última vez que hablaba de forma tan sincera con alguien? No había miedo a juicios ni a valoraciones, solo la sensación de ser escuchada.
La miró entonces, cuando habló sobre el caballo y no pudo por menos que sonreír. Estaba claro que le gustaban los animales. La morena alzó el rostro para ver al animal que pastaba con tranquilidad junto a la rivera del río, a muy poca distancia de donde estaban ellas. No era el animal más rápido, pero sí era fuerte y estaba segura de que podría llevarlas a ambas. No estaba demasiado acostumbrado a ser montado, pero era noble y manso, por lo que no tendrían problemas.
—Iremos a caballo, aunque tendremos que montar las dos juntas y tendrás que sujetarte a mí para no caer. —le dijo mientras miraba a la muchacha con una ligera sonrisa en los labios.—Es un buen caballo, no iremos muy rápido, pero llegaremos, te lo aseguro. Cuando terminemos de cenar si te encuentras cansada, nos marcharemos. ¿Está muy lejos de aquí?
Hundió entonces su propia cuchara en el cuenco, notando después cuando se lo llevó a la boca el sabor delicioso, conocido, tal y como lo había comido siempre. No era tan bueno como el de su abuela, pero nunca nada era tan bueno como la comida que hacía esa mujer pequeña y nerviosa que había amado más que a sí misma durante tantos años. Relamiéndose por un momento, miró a la muchacha.
—No será tan elegante como la comida a la que seguramente estarás acostumbrada, pero me alegro que te guste. La receta es de mi abuela.
Mientras hablaba, sacó una hogaza de pan. No era pan blanco, sino negro, pocas personas de su categoría podían hacerse con el suave y delicioso pan blanco que solo estaba en las mejores mesas. En Londres se había acostumbrado a ello, a desayunar con él, a comer con él, pero en esos momentos era lo más que podía dar. Con movimientos precisos partió un trozo que la entregó a la muchacha antes de tomar uno para ella misma.
Era una muchacha tranquila, tímida, serena, pero aún así estaba llena de vida. Había una cierta inocencia renovadora en la muchacha que hacía sentirse a Éabann bien y cómoda, sin necesidad de utilizar una de las muchas máscaras y facetas que tenía que utilizar cuando se encontraba en otras circunstancias. Con ella era ella misma y, en cierta manera, la ayudaba a relajarse, a tranquilizarse y a volver a conectar con lo que llevaba en su interior. Negó con suavidad, haciendo un gesto con su mano cuando le dijo que le hacían felices sus palabras. Había dicho lo que había sentido, lo que necesitaba decir. ¿Cuándo había sido la última vez que hablaba de forma tan sincera con alguien? No había miedo a juicios ni a valoraciones, solo la sensación de ser escuchada.
La miró entonces, cuando habló sobre el caballo y no pudo por menos que sonreír. Estaba claro que le gustaban los animales. La morena alzó el rostro para ver al animal que pastaba con tranquilidad junto a la rivera del río, a muy poca distancia de donde estaban ellas. No era el animal más rápido, pero sí era fuerte y estaba segura de que podría llevarlas a ambas. No estaba demasiado acostumbrado a ser montado, pero era noble y manso, por lo que no tendrían problemas.
—Iremos a caballo, aunque tendremos que montar las dos juntas y tendrás que sujetarte a mí para no caer. —le dijo mientras miraba a la muchacha con una ligera sonrisa en los labios.—Es un buen caballo, no iremos muy rápido, pero llegaremos, te lo aseguro. Cuando terminemos de cenar si te encuentras cansada, nos marcharemos. ¿Está muy lejos de aquí?
Hundió entonces su propia cuchara en el cuenco, notando después cuando se lo llevó a la boca el sabor delicioso, conocido, tal y como lo había comido siempre. No era tan bueno como el de su abuela, pero nunca nada era tan bueno como la comida que hacía esa mujer pequeña y nerviosa que había amado más que a sí misma durante tantos años. Relamiéndose por un momento, miró a la muchacha.
—No será tan elegante como la comida a la que seguramente estarás acostumbrada, pero me alegro que te guste. La receta es de mi abuela.
Mientras hablaba, sacó una hogaza de pan. No era pan blanco, sino negro, pocas personas de su categoría podían hacerse con el suave y delicioso pan blanco que solo estaba en las mejores mesas. En Londres se había acostumbrado a ello, a desayunar con él, a comer con él, pero en esos momentos era lo más que podía dar. Con movimientos precisos partió un trozo que la entregó a la muchacha antes de tomar uno para ella misma.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Al caer la Noche {Libre}
Si la vida fuese tan simple y grandiosa como ese momento, si la gente fuese toda como lo era Éabann, seguramente nadie se pelearía y no existirían las guerras ni mucho menos las injusticias ni las clases sociales… seguramente el mundo sería mejor. Estaba tan realmente alegre, que no le importaba lo tarde que se estaba poniendo o el seguro reto que recibiría de su nana que a esas alturas ya debía estar echando chispas porque la niña de la casa –y dueña de todo- aún no llegaba y podría estar en peligro. Nada en aquellos momentos podía echar a perder su felicidad y mucho menos podría existir algo que le hiciera olvidar el instante que aunque era efímero nunca olvidaría.
Hacía mucho tiempo que no había hablado con una persona mayor que ella y que la comprendiera y escuchara tan bien, puesto que en casa siempre tenía la sensación de que si sus sirvientes la oían era sólo por complacerla y no porque de verdad quisieran hacerlo. Algo que ella en su joven pero ágil mente no lograba comprender, puesto que ella y su padre siempre habían sido buenos con la gente que trabajaba para ellos, sobretodo porque no les gustaba tratar mal a la gente que hacía todo por ellos y que seguramente si ellos no los tuvieran, no podrían hacer nada.
Sus ojos se iluminaron con la idea de montar un caballo, y sobre todo aquel que se veía tan manso y agradable. –Me encantaría montar su caballo, nunca lo he hecho- confesó nuevamente con una tímida sonrisa, que no lograba esconder del todo su felicidad y expectación por subir a un caballo. Todo lo que estaba viviendo le ayudaba a sentirse bien y seguramente ese estado alegre le duraría un buen tiempo, sobre todo al tener la expectativa de volver a ver a Éabann. –Mi casa está cerca, mi papá quiso no quiso que la construyeran muy lejos del cementerio, así que está a unas cuantas casas de aquí- respondió a la pregunta de la gitana, mientras revolvía con su cuchara el contenido de su cuenco para enfriarlo un poco.
-Su abuela debió ser una mujer increíblemente inteligente y maravillosa- comentó sonriendo mientras llenaba su cuchara de estofado para tomar otra cucharada. A cada bocado que daba se sentía cada vez mejor, puesto que aquel increíble sabor no podría olvidarlo y seguramente si intentara hacerlo ella misma no quedaría igual, aunque tuviese la receta.
Recibió el trozo de pan haciendo una leve inclinación de cabeza acompañado de un pequeño “gracias”.
-¿Sabe? Nunca he comido de este pan, pero debe ser bueno.- comentó una vez más, sacando un trocito de pan de su pedazo, para untarlo en la sopa y luego meter eso en su boca. Pudo notar que distaba mucho de parecerse al pan que ella solía comer, mas eso no le molestó y continuó comiendo gustosa de lo que se le había ofrecido. Ella sabía que había muchas personas que no tenían ni siquiera para comprar un trozo de pan, por eso ella –aunque tuviese dinero- no podía darse el lujo de desperdiciar la comida. -¿puedo preguntarle algo?- añadió luego de haberse comido casi todo el estofado que tenía en su cuenco. No sabía cómo abordar muy bien el tema y mucho menos podía saber si su pregunta molestaría o incomodaría a la gitana. Ella sólo quería saber si no le mentían y si no se estaba haciendo falsas ilusiones demasiado pronto.
Hacía mucho tiempo que no había hablado con una persona mayor que ella y que la comprendiera y escuchara tan bien, puesto que en casa siempre tenía la sensación de que si sus sirvientes la oían era sólo por complacerla y no porque de verdad quisieran hacerlo. Algo que ella en su joven pero ágil mente no lograba comprender, puesto que ella y su padre siempre habían sido buenos con la gente que trabajaba para ellos, sobretodo porque no les gustaba tratar mal a la gente que hacía todo por ellos y que seguramente si ellos no los tuvieran, no podrían hacer nada.
Sus ojos se iluminaron con la idea de montar un caballo, y sobre todo aquel que se veía tan manso y agradable. –Me encantaría montar su caballo, nunca lo he hecho- confesó nuevamente con una tímida sonrisa, que no lograba esconder del todo su felicidad y expectación por subir a un caballo. Todo lo que estaba viviendo le ayudaba a sentirse bien y seguramente ese estado alegre le duraría un buen tiempo, sobre todo al tener la expectativa de volver a ver a Éabann. –Mi casa está cerca, mi papá quiso no quiso que la construyeran muy lejos del cementerio, así que está a unas cuantas casas de aquí- respondió a la pregunta de la gitana, mientras revolvía con su cuchara el contenido de su cuenco para enfriarlo un poco.
-Su abuela debió ser una mujer increíblemente inteligente y maravillosa- comentó sonriendo mientras llenaba su cuchara de estofado para tomar otra cucharada. A cada bocado que daba se sentía cada vez mejor, puesto que aquel increíble sabor no podría olvidarlo y seguramente si intentara hacerlo ella misma no quedaría igual, aunque tuviese la receta.
Recibió el trozo de pan haciendo una leve inclinación de cabeza acompañado de un pequeño “gracias”.
-¿Sabe? Nunca he comido de este pan, pero debe ser bueno.- comentó una vez más, sacando un trocito de pan de su pedazo, para untarlo en la sopa y luego meter eso en su boca. Pudo notar que distaba mucho de parecerse al pan que ella solía comer, mas eso no le molestó y continuó comiendo gustosa de lo que se le había ofrecido. Ella sabía que había muchas personas que no tenían ni siquiera para comprar un trozo de pan, por eso ella –aunque tuviese dinero- no podía darse el lujo de desperdiciar la comida. -¿puedo preguntarle algo?- añadió luego de haberse comido casi todo el estofado que tenía en su cuenco. No sabía cómo abordar muy bien el tema y mucho menos podía saber si su pregunta molestaría o incomodaría a la gitana. Ella sólo quería saber si no le mentían y si no se estaba haciendo falsas ilusiones demasiado pronto.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
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Re: Al caer la Noche {Libre}
Éabann escuchaba en silencio las palabras de la muchacha. Estaba claro que había mucho en la vida de Eiri que no llegaba siquiera a imaginar por lo dicho hasta aquel momento. Que su padre hubiera hecho la casa no demasiado lejos del cementerio le indicaba que tenía un lazo fuerte con la persona que estaba allí. Aquello era algo que le hacía sentir curiosidad, pero también, al mismo tiempo, le hacía pensar en su propia familia. No había vuelto a aquel lugar donde había terminado todo, al menso esa parte de si misma que estaba llena de felicidad y buenos recuerdos, de una familia acogedora, donde se sentía querida y feliz. No había vuelto a aquel claro del bosque donde había dado comienzo a una pesadilla que la había dejado marcada y que finalmente le había otorgado empezar de nuevo, como si de un milagro se tratara. ¿Estaba haciendo bien? ¿Por qué se había desviado hacia París en vez de seguir hacia Austria? ¿Temor? Sí, reconocía que lo tenía. Temía poder volver a encontrarse con aquello que le había arrebatado todo y también temía su reacción al estar delante del lugar donde había perdido a su familia.
Era un temor infundado, puesto que no sabía cómo reaccionaría. Hacía mucho tiempo que no se derrumbaba cuando pensaba en ellos porque en cierta manera se había prohibido hacerlo. No necesitaba estar recordándolos constantemente y llorando por ellos cuando los sentía en su corazón. Cada día con abrir los ojos sabía que ellos estaban con ella. Era una estupidez, una idea extraña, pero era algo que le hacía seguir hacia delante. Sabía que no estaban a su lado, que seguramente hubieran seguido con su ciclo, pero era un deseo que se mantenía a pesar de que no era demasiado racional. Miró a la chica cuando habló, sonriendo por un momento, mientras comenzaba a comer.
— Sí, mi abuela lo fue, la verdad es que la quería mucho y lo sigo haciendo a pesar del tiempo que pasó. Fue mi ejemplo a seguir y muchas veces me pregunto qué pensaría cuando hago o digo alguna cosa, a veces incluso pienso que va a aparecer de repente con una cuchara de madera para darme en la mano si intento comer algo que está demasiado caliente.—lógicamente estaba bromeando, dejando que viera una de las escenas familiares que se repetían con bastante frecuencia a la hora de las comidas. Su abuela era de armas tomar y no le molestaba en absoluto demostrarlo. — Perfecto, iremos entonces en cuanto terminemos.
El silencio que llegó después de su comentario sobre el pan, hizo que Éabann se concentrara en la comida. Tomó en silencio un trozo para ayudarse con la carne que había dentro, comiendo lentamente, de forma pausada como siempre lo hacía. No le gustaba correr cuando había un buen plato caliente delante. Muchas veces se tenía que conformar con cecina o carne en salazón en tiras cuando se encontraba en viaje, por lo que aquello para ella casi un lujo. La miró entonces cuando la hizo la pregunta y asintió con suavidad.
— Por supuesto, Eiri, puedes preguntarme lo que quieras.
En lo que pudiera la contestaría con la mayor de las sinceridades. Había cosas que prefería guardarse para si misma, pero la intentaría contestar de forma que ella pudiera quedar satisfecha. Detuvo el comer mientras la miraba esperando que diera formas a lo que fuera que le rondara por la
cabeza.Era un temor infundado, puesto que no sabía cómo reaccionaría. Hacía mucho tiempo que no se derrumbaba cuando pensaba en ellos porque en cierta manera se había prohibido hacerlo. No necesitaba estar recordándolos constantemente y llorando por ellos cuando los sentía en su corazón. Cada día con abrir los ojos sabía que ellos estaban con ella. Era una estupidez, una idea extraña, pero era algo que le hacía seguir hacia delante. Sabía que no estaban a su lado, que seguramente hubieran seguido con su ciclo, pero era un deseo que se mantenía a pesar de que no era demasiado racional. Miró a la chica cuando habló, sonriendo por un momento, mientras comenzaba a comer.
— Sí, mi abuela lo fue, la verdad es que la quería mucho y lo sigo haciendo a pesar del tiempo que pasó. Fue mi ejemplo a seguir y muchas veces me pregunto qué pensaría cuando hago o digo alguna cosa, a veces incluso pienso que va a aparecer de repente con una cuchara de madera para darme en la mano si intento comer algo que está demasiado caliente.—lógicamente estaba bromeando, dejando que viera una de las escenas familiares que se repetían con bastante frecuencia a la hora de las comidas. Su abuela era de armas tomar y no le molestaba en absoluto demostrarlo. — Perfecto, iremos entonces en cuanto terminemos.
El silencio que llegó después de su comentario sobre el pan, hizo que Éabann se concentrara en la comida. Tomó en silencio un trozo para ayudarse con la carne que había dentro, comiendo lentamente, de forma pausada como siempre lo hacía. No le gustaba correr cuando había un buen plato caliente delante. Muchas veces se tenía que conformar con cecina o carne en salazón en tiras cuando se encontraba en viaje, por lo que aquello para ella casi un lujo. La miró entonces cuando la hizo la pregunta y asintió con suavidad.
— Por supuesto, Eiri, puedes preguntarme lo que quieras.
En lo que pudiera la contestaría con la mayor de las sinceridades. Había cosas que prefería guardarse para si misma, pero la intentaría contestar de forma que ella pudiera quedar satisfecha. Detuvo el comer mientras la miraba esperando que diera formas a lo que fuera que le rondara por la
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Al caer la Noche {Libre}
Eiri sabía que las personas siempre solían mentir para conseguir lo que querían y además ella como una muchacha de clase alta sabía que estaba a la merced de muchas personas inescrupulosas que podrían hacerle daño o robarle aprovechándose de su inocente forma de ser. Esperaba que eso no fuese lo que iba a suceder con Éabann, porque de verdad y a pesar del poco tiempo que se conocían, ella ya comenzaba a sentir mucho aprecio y admiración por la gitana que se había preocupado de darle de comer y además de acompañarla durante esos instantes. Era un tanto ilógico que se pusiera a pensar ahora en todo aquello, puesto que había aceptado quedarse con ella, en medio de la nada y además había aceptado comer junto a ella.
No pudo evitar sonreír ante las palabras de Éabann. Así como ella tenía anécdotas con su abuelita, Eiri también tenía algunas con su padre, sobretodo de cuando ella era tan sólo una niña y él se esmeraba en intentar hacer todo lo que una verdadera madre haría, todo porque él tenía que ser padre y madre para ella. Lo extrañaba mucho y a veces ni siquiera sabía cómo hacer para levantarse por las mañanas o dormirse por las noches sin aquella sensación que le oprimía el pecho y le provocaba angustia de saber que estaba sola y que lamentablemente su padre no volvería. El único consuelo que tenía era saber que ahora compartía junto a su madre un lugar mejor que seguramente ella nunca podría alcanzar por los pecados que había cometido.
Suspiró con tranquilidad, se sentía muy bien luego de haber comido una deliciosa cena hecha con cariño por alguien que de verdad se había esmerado en su preparación y no que la había hecho porque se lo habían mandado. Eiri no podía quejarse de que la comida que se servía en su mesa fuese mala, pero siempre había sentido esa extraña sensación de que algo le faltaba. Recordó que cuando su padre le cocinaba ella solía sentir que aquella comida preparada con sus propias manos era especial, que tenía un sabor mucho más delicioso por el solo hecho de haber sido cocinada por él. Esa misma sensación había logrado captar cuando su paladar tocó aquel delicioso estofado.
-Mi padre también solía tener muchas anécdotas que ahora recuerdo con cariño- fue lo único que se le ocurrió decir acompañando sus palabras con una pequeña sonrisa tímida.
Asintió cuando se le permitió hacer la pregunta, pero tenía miedo de sonar descortés o que su incertidumbre, su duda, su pregunta la hirieran o la hicieran sentir mal. Suspiró calmadamente y luego con nerviosismo la miró a aquellos ojos verdes en los que cualquiera podría perderse intentando saber qué era lo que exactamente querían decir.
-Esto... es que... bueno yo, yo no sé cómo decirle esto sin que se malinterpreten mis palabras...- Desvió la mirada, mientras dejaba a su lado el cuenco ya ahora vacío y comenzaba a jugar con los bordes de su vestido, buscando el valor que le hacía falta para decir lo en su mente rondaba. Tomó aire y luego la miró -¿Realmente usted me está diciendo la verdad al afirmar que irá a verme alguna vez?- sabía que tal vez sus palabras podían ofender los sentimientos de la gitana, pero ella necesitaba sentir que realmente era verdad -¿Usted realmente quiere seguir viéndome? ¿De verdad no me está mintiendo?- bajó la mirada acto inmediato luego de haberse atrevido a preguntar aquello y luego se quedó con la vista fija en el suelo.
No pudo evitar sonreír ante las palabras de Éabann. Así como ella tenía anécdotas con su abuelita, Eiri también tenía algunas con su padre, sobretodo de cuando ella era tan sólo una niña y él se esmeraba en intentar hacer todo lo que una verdadera madre haría, todo porque él tenía que ser padre y madre para ella. Lo extrañaba mucho y a veces ni siquiera sabía cómo hacer para levantarse por las mañanas o dormirse por las noches sin aquella sensación que le oprimía el pecho y le provocaba angustia de saber que estaba sola y que lamentablemente su padre no volvería. El único consuelo que tenía era saber que ahora compartía junto a su madre un lugar mejor que seguramente ella nunca podría alcanzar por los pecados que había cometido.
Suspiró con tranquilidad, se sentía muy bien luego de haber comido una deliciosa cena hecha con cariño por alguien que de verdad se había esmerado en su preparación y no que la había hecho porque se lo habían mandado. Eiri no podía quejarse de que la comida que se servía en su mesa fuese mala, pero siempre había sentido esa extraña sensación de que algo le faltaba. Recordó que cuando su padre le cocinaba ella solía sentir que aquella comida preparada con sus propias manos era especial, que tenía un sabor mucho más delicioso por el solo hecho de haber sido cocinada por él. Esa misma sensación había logrado captar cuando su paladar tocó aquel delicioso estofado.
-Mi padre también solía tener muchas anécdotas que ahora recuerdo con cariño- fue lo único que se le ocurrió decir acompañando sus palabras con una pequeña sonrisa tímida.
Asintió cuando se le permitió hacer la pregunta, pero tenía miedo de sonar descortés o que su incertidumbre, su duda, su pregunta la hirieran o la hicieran sentir mal. Suspiró calmadamente y luego con nerviosismo la miró a aquellos ojos verdes en los que cualquiera podría perderse intentando saber qué era lo que exactamente querían decir.
-Esto... es que... bueno yo, yo no sé cómo decirle esto sin que se malinterpreten mis palabras...- Desvió la mirada, mientras dejaba a su lado el cuenco ya ahora vacío y comenzaba a jugar con los bordes de su vestido, buscando el valor que le hacía falta para decir lo en su mente rondaba. Tomó aire y luego la miró -¿Realmente usted me está diciendo la verdad al afirmar que irá a verme alguna vez?- sabía que tal vez sus palabras podían ofender los sentimientos de la gitana, pero ella necesitaba sentir que realmente era verdad -¿Usted realmente quiere seguir viéndome? ¿De verdad no me está mintiendo?- bajó la mirada acto inmediato luego de haberse atrevido a preguntar aquello y luego se quedó con la vista fija en el suelo.
Eiri Mondschein- Humano Clase Alta
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Re: Al caer la Noche {Libre}
La gitana sonrió con suavidad ante el comentario de Eiri sobre su padre. Estaba claro que había sido una figura fundamental en la vida de la muchacha y que seguía presente, que seguiría presente siempre. La morena sabía lo que significaba porque en su vida siempre estaría presente su familia, por mucho tiempo que pasara. Asintió suavemente mientras la miraba, con gesto pensativo y la miró a los ojos.
—Guárdalas en tu interior y compártelas con aquellas personas que sepas que van a saber disfrutarlas y apreciarlas de la misma forma que lo haces tú.
En ocasiones Éabann sabía que se metía en camisa de once varas, que decía cosas que no le iban ni le venían, pero en cierta manera se sentía como protectora de la muchacha. Había sufrido mucho, demasiado, más de lo que debería sufrir cualquier persona. Podía escucharlo, podía notarlo, no le hacía falta hacer uso de sus poderes para ello. Había tristeza en sus ojos. Una tristeza que aumentaba mientras escuchaba su historia y la gitana iba entrelazando los hilos que la muchacha le iba dando sin darse cuenta. La historia de su vida no era fácil. Éabann sabía que los hombres y mujeres que vivían en casas de piedra no significaba que estuvieran lejos del sufrimiento, por mucho que muchos de su etnia consideraban que lo tenía todo más fácil. El dinero, la posición, la comodidad, lo material, no daban la felicidad. Lo había vivido, lo había visto, sobre todo en la época que había estado en Londres.
Muchas veces las personas con todas esas cosas eran mucho más mezquinas, hacían mucho más daño a los que se encontraban a su alrededor. Eiri había tenido que sufrir las pérdidas y también otras heridas provocadas por las mismas personas que deberían haberla apoyado. Esos eran los pensamientos de Éabann: todos tenían que cuidar de todos. Había vislumbrado lo que había en la oscuridad, lo que eran capaces de hacer, y que si no estaban juntos no harían nunca nada. E incluso en esos casos era posible que terminarían todos mal parados. Escuchó las preguntas de Eiri y se quedó por un momento inmóvil, entonces se movió hacia delante con el ceño fruncido. Estaba claro que le habían hecho daño, que no terminaba de confiar en nadie. Era como un cachorro al que habían maltratado, golpeado, y que lógicamente no quería acercarse al ser humano. Eiri lo quería, pero también lo temía.
—Te digo la verdad cuando digo que quiero irte a ver, Eiri.— el tono era suave, cuando se movió para ponerse a su lado y puso un dedo doblado bajo la barbilla de ella para hacer una ligera presión queriendo con ese gesto que alzara los ojos para mirarla, para que viera la sinceridad en sus ojos verdes. —Iré a verte, podremos salir juntas a dar un paseo, quizá incluso en la ciudad si quieres. No me muevo por los mismos ambientes que tú, pero eso no quiere decir que no esté disfrutando de tu compañía y de tu conversación.
Era sincera en lo que decía. ¿Quién demonios le había hecho daño a aquella muchacha para que temiera incluso que le mintieran sobre algo tan sencillo como ir a verla? ¿La habrían hecho promesas que no habían cumplido? Cada vez estaba más convencida de que era así.
—Guárdalas en tu interior y compártelas con aquellas personas que sepas que van a saber disfrutarlas y apreciarlas de la misma forma que lo haces tú.
En ocasiones Éabann sabía que se metía en camisa de once varas, que decía cosas que no le iban ni le venían, pero en cierta manera se sentía como protectora de la muchacha. Había sufrido mucho, demasiado, más de lo que debería sufrir cualquier persona. Podía escucharlo, podía notarlo, no le hacía falta hacer uso de sus poderes para ello. Había tristeza en sus ojos. Una tristeza que aumentaba mientras escuchaba su historia y la gitana iba entrelazando los hilos que la muchacha le iba dando sin darse cuenta. La historia de su vida no era fácil. Éabann sabía que los hombres y mujeres que vivían en casas de piedra no significaba que estuvieran lejos del sufrimiento, por mucho que muchos de su etnia consideraban que lo tenía todo más fácil. El dinero, la posición, la comodidad, lo material, no daban la felicidad. Lo había vivido, lo había visto, sobre todo en la época que había estado en Londres.
Muchas veces las personas con todas esas cosas eran mucho más mezquinas, hacían mucho más daño a los que se encontraban a su alrededor. Eiri había tenido que sufrir las pérdidas y también otras heridas provocadas por las mismas personas que deberían haberla apoyado. Esos eran los pensamientos de Éabann: todos tenían que cuidar de todos. Había vislumbrado lo que había en la oscuridad, lo que eran capaces de hacer, y que si no estaban juntos no harían nunca nada. E incluso en esos casos era posible que terminarían todos mal parados. Escuchó las preguntas de Eiri y se quedó por un momento inmóvil, entonces se movió hacia delante con el ceño fruncido. Estaba claro que le habían hecho daño, que no terminaba de confiar en nadie. Era como un cachorro al que habían maltratado, golpeado, y que lógicamente no quería acercarse al ser humano. Eiri lo quería, pero también lo temía.
—Te digo la verdad cuando digo que quiero irte a ver, Eiri.— el tono era suave, cuando se movió para ponerse a su lado y puso un dedo doblado bajo la barbilla de ella para hacer una ligera presión queriendo con ese gesto que alzara los ojos para mirarla, para que viera la sinceridad en sus ojos verdes. —Iré a verte, podremos salir juntas a dar un paseo, quizá incluso en la ciudad si quieres. No me muevo por los mismos ambientes que tú, pero eso no quiere decir que no esté disfrutando de tu compañía y de tu conversación.
Era sincera en lo que decía. ¿Quién demonios le había hecho daño a aquella muchacha para que temiera incluso que le mintieran sobre algo tan sencillo como ir a verla? ¿La habrían hecho promesas que no habían cumplido? Cada vez estaba más convencida de que era así.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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