Todo Tiempo Pasado Fue Mejor [Privado Tamina, + 18]

por **José Alfonso De Castilla** Lun Sep 26, 2011 10:13 pm

Recuerdo del primer mensaje :

Aquel día había sido particularmente largo. Desde antes del amanecer que ya estaba siendo requerido, y su día transcurrió con una inusitada lentitud; abarcando sucesos y reuniones de temas tan diversos como la sociedad francesa. Primero los reportes, luego algunos encuentros esporádicos con nobles de toda Europa que duraron horas, y finalmente una escapada al bosque con Marianne, al mejor estilo de su adolescencia; adolescencia que el Rey extrañaba cada día. Detestaba su nueva vida, detestaba tener que fingir complacencia y seriedad, detestaba tener charlas de temática indeseada y aburrida. Y para colmo de males, su amada hermana Isabell apenas pasaba con él. Parecía tener asuntos propios que atender, absolutamente válidos para el rubio…pero cuya regularidad llegaba a ser preocupante. Y hoy tampoco pasaría la noche con él, o al menos tardaría hasta la madrugada.

En cuanto regresó en su corcel hizo caso omiso de las inquisidoras preguntas de parte de algunos de sus guardias, haciendo simples gestos o moviendo la boca sólo para decir secamente "me encuentro bien, deseo ir a mi habitación."; y como su voluntad era absoluta, los fieles protectores no pudieron hacer nada más que comentar por lo bajo el ánimo con que el Rey había regresado; o el motivo de su “desaparición”. Otro tema más para las tardes aburridas de guardia, o para los almuerzos grupales.

Aquella noche parecía una noche más, pero una presencia sobre la cama matrimonial del Monarca de España provocó una erupción de sentimientos en su ser, en ese cansado ser que ahora observaba incrédulo a la fiera que penetraba sus ojos, su presente y su pasado.

por **José Alfonso De Castilla** Vie Mar 09, 2012 2:42 pm

No sabes cuántas noches yo me desvelé
No sabes cuantas veces contigo soñé
Todas las mañanas te necesité.

Durante su juventud, y en cuanto tuviera oportunidad, José abandonaba las cuatro paredes de aquella prisión y las ropas que lo acreditaban a lo lejos como el heredero de España para mezclarse y perderse entre los "comunes" que no habían nacido con su suerte ni con su linaje, deseando perderse en medio de los placeres absentes de lujos y en las actividades que no involucraban clases de etiqueta o leer montañas de libros. José deseaba otras cosas, las que lograba con un "hola", una sonrisa seductora y un poco de conversación cómplice. Las sábanas de esas habitaciones arrendadas eran arrugadas una y otra vez a causa de las garras del León de España y así se quedaban luego, cobijando el llanto eterno de aquellas féminas destrozadas por dentro y que José podía escuchar aún cuando cerraba la puerta de la habitación, pagaba y se marchaba en su caballo. Las lágrimas derramadas retumbaban en su mente, golpeaban su pecho con piedras; y aún así el Príncipe siguió adelante, consolándose con otra, y otra, y otra mujer entre sus brazos. Ellas le amaban, sí. Lo adoraban, lo deseaban, lo anhelaban para sí, deseaban que el León rugiera sólo para ellas; pero aquel esplendoroso felino sólo tenía ojos para dos. Y corazón para una.

- Tamina...

Aquel bendito nombre se abrió paso entre gemidos, jadeos y hasta en su propio nombre que era aclamado con placer y regocijo por la mujer de su pasado, que era la mujer de su presente y se convertiría en la mujer de su futuro sin importar qué intentaran hacer aquel puñado de seniles aún fieles a aquel tirano que se atrevió a llamar padre. Su corazón palpitaba cada vez más fuerte, queriendo empujar más su cuerpo contra el femenino que ya no tenía muestra alguna de dolor y que sólo deseaba más. Igual que él.

Los movimientos poco a poco aumentaron su ritmo acompasado, totalmente encajado en el cuerpo de aquella mujer de corazón suave y alma fiera. Oh, cómo ronroneaba el León de España con cada roce en su interior; cómo gemía con cada suave sonido que emitía, con cada jadeo y con cada suspiro dedicado a él; cómo disfrutaba del placer íntimo y del amor sincero que florecía entre ambos y que los mantenía tan unidos como siempre. No, aquel vínculo se fortalecía más conforme pasaban los segundos y el fervor crecía igual que el volumen de los gemidos y la fuerza que empleaban las palmas del Rey contra el colchón para no aplastar y asfixiar a quien había flechado su corazón desde hace tantos años atrás. En eso, una idea le cruzó por la mente entre tanta caricia y susurro cómplice. Las manos se fueron a la cintura ajena apresándola cual grillete para girar ambos y cambiar las posiciones, quedando el Ángel sobre el León. Un nuevo beso, y una mirada que expresaba más que mil páginas de poesía.

Sólo el amor lo hacía posible.

por **Tamina Juliet Borgia** Sáb Mar 10, 2012 2:28 pm

Tiemblo entre tus brazos,
con tus besos mi amor.
Tómame para tí
házme arder bajo tu cuerpo.

El fuego de su sangre hervía, su cuerpo mismo temblaba de forma incansable mientras él la tomaba para sí, su vaivén se convertía en una ansiedad inexplicable que sólo la obligaba a gemir y a demostrarle cuánto le gustaba, entre jadeos y caricias desesperadas. Alguna que otra vez sus manos se apoderaron de la espalda masculina, sus uñas se encajaron en la piel y los jadeos de sus oídos en tanto su cuerpo se arqueaba buscando más de esas sensaciones que la enloquecían y perdían en la inmensidad de su amor por la Voluntad de España.

Su cuerpo cubierto por finas gotas de sudor que resbalaban de forma sensual por cada curva hasta perderse en el encuentro de ambos, hombre contra mujer, fortaleza y fragilidad combinados hasta que no quedaba nada más que el placer que en un instante se volvió insoportable. Un grito y sus besos apagaron las demás demostraciones de cuánto la desquiciaba al tiempo que la acomodaba sobre él. Inexperta, durante unos segundos no supo qué hacer, perdiendo parte del calor, pero las manos masculinas le enseñaron.

Le llevaron a un placer diferente, pero no por ello menos intenso. Tamina jadeó, arqueando el cuerpo, dejando a la vista los firmes senos, culminados en pezones húmedos por las gotas de agua salada que resbalaban de nuevo, una tras otra... sus intimidades tan unidas que era imposible pensar que alguna vez estuvieron separadas. Ella jadeó, gimoteó al tiempo que sus caderas se movían inquietas, desesperadas buscando un movimiento que le diera consuelo. Sintiendo la opresión en el vientre, elevaba el cuerpo y él se encargaba de hacerla caer contra él, separados, unidos, arriba, abajo.

El vaivén la obligó a llevarse las manos a la cabeza y apretarla, era tan indecente y al mismo tiempo generoso e intenso. Sus ojos se fijaron en los del varón que sonreía, era tan atractivo, llevó una mano a su vientre y ayudó a un movimiento mucho más intenso y rápido. Pronto, todo se llenaba de una ansiedad inexplicable, que le robaba el aliento, obligándola a jadear al tiempo que la humedad se hizo sentir, mudo testigo de cuán lejos había llegado. Susurró luego su nombre, el de su amado José hasta que sintió quedarse ronca en un gruñido animal y al mismo tiempo, cayendo contra su pecho agotada, mientras él... ¿Reía?

Ella satisfecha, acarició su contorno, pero abrió los ojos sin comprender del todo por qué él seguía tan tranquilo y al mismo tiempo, su virilidad tan firme. Entornó los ojos y los abrió de golpe al entender que él no sintió ningún placer. Se mordió el labio inferior dudosa, al tiempo que su amor la acariciaba, quizá dándole un poco de tiempo, pero que en la mente femenina era sólo una duda que se le encajaba como una flecha. No, no dejaría que él se quedara sin sentir lo mismo que ella... así que recordó una frase de una cortesana que conociera. Se lamió los labios inquieta, pero tras suspirar una vez, se atrevió.

Separó sus cuerpos, ignorando las protestas de José. No dejaría que él se quedara así: sin haber tenido la satisfacción que a ella le había otorgado. Así que puso en práctica ese consejo "Un hombre disfruta tanto de la penetración vaginal como de la bucal... la última lo enloquece a veces más que la primera". Así que la joven, haciendo a un lado sus tabúes y miedos, sólo pensando en que su amor tuviera tanto placer como le había entregado, acarició su virilidad con cuidado y modales inexpertos, pero el no saber no le quitaba el no querer... Y quiso ser la mujer de su vida, de la que jamás se olvidara y sólo pensara en tenerla en la cama mientras se atrevía a tomarlo con la boca... en la pose más sexual de todas, en el rompimiento de un tabú que casi ninguna dama en esa época hacía. Ella lo hacía para el amor de su vida. Rogaba nada más hacerlo bien.

por **José Alfonso De Castilla** Vie Mar 23, 2012 1:38 pm

Él había tenido a muchas entre sus brazos. A muchas debajo y encima suyo. A muchas delirando por sus artes amatorias y rogando ser "la única" en su vida por diferentes motivos. Pero la mente juvenil nunca ha sabido de autocontrol, y él no fue la excepción. A final de cuentas, todas se quedaban en el lecho en soledad, la gran mayoría con la semilla de la vida germinando nueve meses después y lamentándose del por qué de su mala suerte, o del por qué de aquel mismo descontrol que les había dejado tiradas. No era que el príncipe las descartase cual prenda de vestir, sino que él no deseaba nada más que salir de la rutina por el mayor tiempo posible. Y el sexo sin compromisos era lo que permitía aquella sensación tan gratificante. Lástima que sus esperanzadas "parejas" no pensasen lo mismo...¿Quién no querría enamorar a semejante individuo, sino el más codiciado de España? Sólo una lo consiguió.

Esa única persona era la que estaba en la cama con él en ese momento, siendo poseída en movimientos propios de arriba a abajo inexpertos pero efectivos, que provocaban al Rey a coger sus senos y acariciarlos con delicia y suavidad, con esa misma caballerosidad que mantenía incluso en esos instantes tan íntimos. Gimió bajito por su tono típico de voz, pero en el rostro se hizo evidente el placer que experimentaba. La mano en el vientre acompañada de esa mirada le hizo arder por dentro y movió a ritmo acoplado con el ajeno sus caderas, sin dejar de sonreír complacido y cómo no, excitado. Gimió otra vez. aunque de forma más prolongada a causa de aquel apretón que sufrió su hombría y le acarició el rostro y el cabello después de que se dejó caer y durante aquella rápida reacción, que le valió unos segundos de preocupación. - ¿Sucede algo, Tamina? - preguntó. - ¿Te encuentras bien? - Su suspiro le llamó más aún la atención, pero no obtuvo respuesta. Al menos no la que él esperaba.

Sus ojos se fueron abriendo más y más al verla bajar, y su boca se abrió en un jadeo cuando la boca ajena se cerró sobre aquel mástil que rebosaba vigor, obligándole a cerrar los ojos y a emitir un ahora sonoro gemido al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás, dejándola descansar entre las almohadas. Tamina quizás era una inexperta en aquellos asuntos tan candentes y húmedos, pero esa misma inexperiencia la hizo impredecible a los ojos de José que sólo podía gemir y gemir en respuesta a aquella lengua y labios que poco a poco tomaban confianza. Sintió sus manos tocarle con precisión felina en toda su parte baja, y los pinchazos de placer se fueron multiplicando con facilidad, arqueándose la espalda del Monarca de vez en cuando. Susurraba su nombre extasiado, en medio de jadeos que derretían piedras y una mirada "piadosa" que sólo incitaba a hacerle más cosas. Y por ello gimió más fuerte.

¿Quién iba a pensar que el León iba a terminar ronroneando como un gatito?

por **Tamina Juliet Borgia** Dom Mar 25, 2012 6:07 pm

La pasión se lleva los tabúes,
el placer de complacer a la pareja
siempre es el manjar más delicioso.

¿Qué importaba si no sabía hacerlo? Pronto descubrió que esa cortesana tenía toda la razón. José gemía de una forma tan intensa que llegó a pensar que debía hacer ésto siempre. Sabía de su placer no sólo por oírlo, si no también por sentir entre sus manos la tensión de su amado, el temblor de todo su cuerpo reflejado en unas contracciones que exigían su liberación. Era tan fácil lograrlo, tan instintivo en todo momento, tan natural que el resultado era sorprendente.

Le tenía ronroneando, gimiendo, arqueándose y eso le daba un poder impresionante que le hacía reír y continuaba entre pequeños besos, lamidas, succiones. En ocasiones mordisqueaba un poco, atenta a sus jadeos que le indicaban hasta dónde apretar ese pedazo de carne tan sensitivo. Miró el rostro de su amado desencajado, sonrojado, perlado de sudor. Maravillada con ese poder que le ofrecía y le entregaba a manos llenas. Rió feliz acariciando con movimientos cíclicos, de arriba a abajo mientras se acercaba y besaba su cuello, sus hombros, mordisqueando sus tetillas.

- José, te amo - susurró feliz por la noche que compartían, por el tiempo entregado a ambos, porque durante tantas noches había estado sola y podría ser que nunca más. Su mano continuaba acariciándolo, con una sonrisa divertida y juguetona - los ronroneos del león me fascinan - susurró contra su oído - creí que la cambiaformas era yo, pero veo que mi señor es mucho más dado a los mohines felinos que su mujer - besó riendo su cuello, dándole pequeños picones, en una picardía impropia, pero que le nacía desde lo más profundo del alma.

Besó su cuello, pegó su cuerpo al costado de su hombre mientras que apretaba la punta de su virilidad con pasión, estaba más suelta, más relajada mientras miraba sus ojos con una sonrisa besándole la barba, bajando lentito por su pecho, succionando sus pezones, besando su abdomen hasta que volvió a las andadas, es que le encantaba verlo sin control alguno. Le daba tanto poder como alegría...

- ¿El león no puede con una gueparda o una gatita? - rió divertida - creí que comía vírgenes en el desayuno, no que las vírgenes se lo comían en la cena - rió a carcajadas antes de volver a sus "labores", era tan fácil bromear con él. No por nada era su hombre ideal. Rogaba a Dios porque continuara así mucho, mucho tiempo más.

por **José Alfonso De Castilla** Dom Abr 08, 2012 10:55 pm

Dios, qué forma de gemir...qué forma de disfrutar tales caricias llenas de amor escondido detrás del erotismo propio de aquellas acciones. Movía a los costados la cabeza como si lo estuvieran torturando, sus jadeos se entremezclaban con resoplidos propios de un Toro antes de comenzar su embestida, y su pecho y abdomen se movían al ritmo desenfrenado de esa respiración, aumentándose las sensaciones a causa de los movimientos y cariños adicionales: encogía el cuello, apretaba los ojos, se relamía, tragaba saliva y continuaba casi como un circuito, hasta que las palabras se vieron forzadas a entrar en escena, luchando fieramente contra los espasmos que le causaban esos apretones. - Eso es porque soy...un felino también...-rió bromista apenas unos segundos y se mordió el labio alzando la pelvis y echando atrás la cabeza, dejándole vía libre para que atacase todo su cuerpo, dejando escapar un improvisado gruñido cuando volvió abajo. Una de sus manos se fue a la cabeza ajena para sentirle más dentro aún, y también para callarla por la "humillación" que le estaba haciendo sentir. ¿Qué el león no podía con una felina? Eso se lo iba a demostrar casi de inmediato.

Le hizo parar separándole la cabeza de aquella pieza palpitante y ansiosa de placer y sonrió con esa seducción que únicamente una persona con sus años de experiencia tenía, incorporándose en la cama hasta quedar de rodillas al tiempo que movía a su mujer hasta obligarla a que tuviera los brazos y las rodillas apoyados en los restos de esa cama ordenada que los recibía. - Ahora te vas a enterar, mi amor...por qué me dicen el León de España. - Dijo con la convicción de un rugido imponente y se colocó detrás de su gata y gueparda cogiéndola de la cintura, uniendo nuevamente sus cuerpos y reiniciándose por ende la danza del amor y del placer aunque con mayor intensidad que la vez anterior, sin embargo manteniendo los cuidados que se debían tener con toda amada recién desflorada. A los pocos segundos se acomodó un poco más y se inclinó para que sus manos alcanzasen sus senos y los estimularen con la habilidad innata que poseían, acompañándose de una mordida sutil que mantuvo en el hombro izquierdo de Tamina, acallando a propósito sus respuestas que a menudo sonaban enérgicas por la pasión del acto, enérgicas como el fuego que ardía en su alma.

Ese era el Fuego de la Pasión Española.

por **Tamina Juliet Borgia** Miér Abr 11, 2012 9:45 pm

Entre tus brazos el mundo se transforma
hasta que tú eres el mundo.

En la cama con él entre sus brazos, no habíanada más interesante que el hacerlo gemir, el escucharlo gruñir y tensarse bajo sus manos. Era maravilloso en todo momento y la hacía sentir maravillosa. Capaz de darle tanto placer como él a ella le otorgó en su momento. Sus caricias, sus besos la llevaban al limbo, al paraíso del que no quería regresar jamás. Sus palabras le robaban sonrisas, incluso reía al escucharlo, hasta que fue imposible continuar martirizándolo más. El Rey se ponía en pie y con él, Tamina perdía todo...

Perdía el habla, la facultad de actuar, el pensamiento, los ojos fijos en esa musculatura del soberano que le parecía increíble que ella tuviera de nuevo acceso a ella, a acariciarlo, a besarlo como se le antojara. Sintió la caricia en su cintura incitándola a hincarse en la cama y llevar las manos a las mantas que aún la cubrían, arrugadas, pero denotando el buen trabajo de las mucamas porque el lecho no había sido abierto aún...

Jadeó al sentirlo atrás de ella, sus palabras sólo la sonrojaron, sus manos en la cintura la hicieron consciente de su femineidad comparada a la masculinidad de José. Él era el experto, quien ahora mismo le hacía ver lo vulnerable que era, lo inexperta cuando sintió que sus cuerpos volvían a unirse, que era poseída por el león y jadeó... Era sorprendente el poderío de sensaciones que la hacía tener, que la vapuleaba con cada caricia, el vaivén que sólo denotaba la unión perfecta entre dos personas que se amaban.

La joven jadeó y arqueó el cuerpo tras sentir el placer arrebatándola del suelo y llevándola consigo al cielo, donde las manos de un ángel sostuvieron su pecho y parte de su cuerpo se pegó al masculino... tan cálido y al mismo tiempo húmedo por el sudor que la hacían renegar y jadear una y otra vez. El nombre de José fue dicho en tantas ocasiones que Tamina lo sintió grabado en la piel hasta que sus ojos azules se toparon con los de su amado, sus pupilas dilatadas denotaban el placer que él le proporcionaba y sonrió buscando sus labios...

- Mi amor - susurró contra su piel, restregando su mejilla contra la de José en un mohín netamente felino. Eso era ella, una gata propiedad del Rey de España quien ahora mismo la hacía lanzar un pequeño grito que terminó siendo opacado por la almohada que la joven mordió intentando así que los sirvientes no les escucharan, pero el león parecía estar demasiado apasionado tras la osadía de Tamina puesto que el vaivén se volvió de dulce y sensual a erótico y fogoso... Ella jadeó ante las sensaciones, el placer mezclado con el dolor de que su otrora virginal femineidad fuera profanada por la masculinidad del amor de su vida...

Rasguñó las sábanas en tanto gemía y gritaba su nombre, pronto no podría más que dejarse ir dándole al Rey el poder de saberse de nuevo poseedor de la más infinita seducción que hacía a las mujeres olvidarlo todo para entregarse a él. Eso era lo que Tamina hacía... la diferencia radicaba en que ella era la elegida del León para ser su compañera, para ser marcada por sus garras y colmillos como ahora mismo hacía con su hombro izquierdo... la joven era dle Rey... Y eso nadie podría negarlo tras ver las marcas en su piel...

Las marcas que mostraban la pasión del León de España...

por **José Alfonso De Castilla** Miér Abr 25, 2012 8:20 pm

El León ya había tomado a otra presa entre sus garras, pero no una presa cualquiera. No una de las que abandonaba a su suerte después de terminado el acto que ahora realizaba y poco a poco se acercaba a su parte cúlmine; sino que a una que quería que estuviera a su lado por el resto de sus días, una que fuera sólo de él y de nadie más. Esa presa era la que había tomado su corazón, su cuerpo y pronto todos sus sentidos a causa de esos besos, susurros, jadeos, gemidos y movimientos que lo tenían encandilado; y más aún con ese grito que las almohadas trataron de esconder sin éxito. Pero precisamente esa falla fue la que provocó aún más a los instintos del Rey, haciendo que sus embestidas aumentasen notoriamente su intensidad, desembocando una cascada de sonidos placenteros desde su garganta ahogados en el suave y terso hombro de la cambiaformas que no hacían nada más que aumentar el calor en aquella habitación regada de amor, y entrega. Faltaba eso, la Pasión propia de los que habían tenido el honor de nacer en la tierra que él gobernaba.

Soltó el agarre de su hombro y lamió la piel rosada casi rojiza que había quedado por la presión realizada. Se volvió a incorporar quedando erguido sin dejar de empujar y empujar en el interior de su amada; sin dejar de amarla, de adorarla y de hacerse sentir tanto él como ella plenamente satisfechos, pero para Tamina ya era suficiente incluso el mero hecho de que pudiera verlo desde que había llegado y ella le esperaba en su forma de guepardo de las nieves. José nunca esperó llegar a estar circunstancias, al menos no hoy. ¿Pero qué importaba? Estaba sucediendo y lo estaba disfrutando más que si lo hubiera planeado como una cita. Lo improvisado, lo que desconcertaba todo protocolo era lo que hacía gruñir de satisfacción tal y como ahora.

Poco a poco José se veía superado por la situación: afirmó con más fuerza la cadera de Tamina e incrementó la intensidad un poco más, sintiendo acercarse a pasos agigantados aquel instante que terminaría por sellar y confirmar más aún los sentimientos del uno hacia el otro. Gimió su nombre y dio cuenta de lo que sucedía en su cuerpo habiéndose inclinado nuevamente por unos segundos para hacer de esa última arremetida algo que jamás podrían olvidar. Su lengua se apoderó de su lóbulo y entre gemidos le estimuló para brindarle más placer aún; para darle todo lo que se merecía y muchísimas tan sólo por ser lo que era.

Suya.

Su vista se nubló aún con los ojos abiertos, y su cuerpo se paralizó en cuanto aquella sensación de éxtasis tan profundo le envolvió. Sintió a su virilidad ser aún más apresada por el interior de su ahora mujer y eso causó que su orgasmo fuera aún más intenso de lo que fue. Rugió con voz ronca y rasposa el nombre de la persona que recibía su semilla en abundancia y en un movimiento rápido y reflejo apoyó las manos a ambos lados del cuerpo ajeno, para no caerle encima. Su aliento era totalmente inestable, pero incluso a pesar de aquello pudo besar y lamer el hombro de la felina, como si su piel fuera suficiente para hacerle recuperar el aire. Y lo era. - ¿Te encuentras bien?...Perdona si me pasé...-interrogó en medio de sus jadeos, importándole sobretodas las cosas el bienestar de quien había yacido con él por primera vez. ¿Y cómo no importarle, si era su mujer?

por **Tamina Juliet Borgia** Lun Abr 30, 2012 12:22 pm

Entiendo que no puedo olvidarte una vez más,
pues ya nada se detiene, sólo vivo para tí.

Sus manos en su cuerpo causaban ríos de fuego conforme él las rozaba con ese amor que la conquistaba en cada uno de sus movimientos, con esa pasión que sólo él poseía en ese interior felino, que exudaba como una esencia que obsesionaba los sentidos de la cambiaformas, con un olfato tan agudo como su más grande perdición. Gemía al instante en que él se movía y la poseía, haciéndola consciente de que un placer así, esa satisfacción jamás la tendría con ningún otro hombre que no fuera él porque no era sólo sexo, como el que José había tenido en el pasado con cada una de las mujeres que ocuparon su cama, se enredaron en sus sábanas y murieron por la pasión española.

No, con Tamina no era así.

La fiebre que la consumía y la estremecía con la presión de los colmillos y dientes del león en su hombro en un mohín tan felino como salvaje, sólo era el resultado del amor y el deseo que dos personas sentían por su pareja ideal. Por aquella que la comprendía y a la que se le tenía confianza de entregar su vida sin dudar. Eso era José para ella: su existencia en su totalidad. No había nada más importante que él, que sentir su calor contra el suyo, sus manos recorriéndola ansioso, sus colmillos apretando y lastimando su piel. Dominándola, controlándola, haciéndola a su forma y pasión. Un jadeo que le arrebató desde lo profundo de su garganta se escuchó de forma considerable. Tamina se sentía tan completa que el dolor no hacía mella en ella. No el de sus dientes, no el de su virilidad tomándola y conquistándola, causando un escozor del que, a solas en la tina, la cambiaformas resentiría. No ahora cuando él estaba tan ardoroso y ella sólo atinaba a sostenerse bien del lecho, a no perder esa posición que la abochornaba menos de lo que la excitaba. Que la hacía gemir una y otra vez, remear su nombre, suspirar y jadear... que le arrebataba algún que otro grito que seguro escandalizaría a la servidumbre, pero ¿Importaba? No. Sólo él... sólo su amor...

Pudo sentirlo cuando él se tensó para llegar a su clímax. Instintivamente apretó todo su interior causando que el Rey rugiera su nombre de esa forma tan profunda, tan erótica que erizó todos los vellos de la piel femenina. Su propia satisfacción se aceleró y culminó con la de José al tiempo que él besaba su hombro lastimado con una respiración agitada, un corazón bombeando con intensidad, un sudor que le envolvía y era tan adictivo como la propia figura del Rey. Tomó las manos del hombre y rodeó con ellas su cuerpo buscando sus labios, robando sus palabras con sus pliegues, besándolo y saboreando esas gotas cristalinas que eran la pura esencia de su León. Suspiró abriendo los ojos para sonreírle con dulzura y recostarse lento en la cama, incitándolo a acompañarla.

Se acurrucó contra él, presionando su cuerpo contra el masculino, su fragilidad contra su fortaleza. Era su complemento, ¿Cómo pudo vivir tantos años sin él? No lo comprendía, no lo sabía, pero todo se había dado gracias a la esperanza. Sonrió y asintió ante su pregunta, ¿Que si estaba bien? Estaba maravillosamente perfecta, habiéndole entregado su pureza, su virginidad tomada por el hombre que amaba. ¿Acaso algo podría ser mejor? Aunque el destino retaría esa pregunta.

- ¿Perdonarte? ¿Pasarte? Mi amor, te amo más que a mi vida... quiero perderme en tu cuerpo cuantas veces me lo concedas, todo lo contrario, fue la medida justa - le miró a los ojos con una alegría que llegaba a cada poro de su piel - Si de algo he de perdonarte, es de no hacer tuya en el pasado a esta cambiaformas que sólo vive para tí - besó su cuello, su barba, perdiéndose entre sus labios. Descansar, eso quería entre sus brazos. Reposar un tiempo suficiente para buscarle de nuevo, tenerle consigo, dentro de sí, pero tenía que darle una pausa a su cuerpo, que recuperara bríos para que el león volviera a caer entre sus caricias y besos. Ronroneó contra su oído rozando con su piel desnuda la de José en una incitación dulce, pero inocente, parte de su naturaleza respondiendo a la forma tan incitante en que el hombre se mostraba.

Aunque mientras cerraba los ojos algo en su intimidad respondía al embate y era sometida por la esencia de José. Una que sería la verdadera razón de la disculpa del Rey. El óvulo aceptaba a su consorte y lo dejaba dominarla y no sólo era uno... eran dos los que en ese momento las trompas de Falopio resguardaban para el último signo del triunfo total de la Voluntad de España. Una que también, daría vida...

Dame sólo un beso que me alcance hasta morir,
como un vicio que me duele quiero mirarte a los ojos.

por **José Alfonso De Castilla** Jue Mayo 03, 2012 11:51 pm

José "despertó" tras algunos segundos, y con una amplia sonrisa pudo confirmar que lo que había vivido recién no era un sueño. No, no había sido un sueño reencontrarse con el amor de su vida. No había sido un sueño el haber tomado aquella flor prueba de su inocencia. Y tampoco había sido un sueño el hecho de que ahora su esencia de vida navegase por el interior de la cambiaformas, luchando contra la suerte que daría a conocer si algún nuevo llanto de nacido alegraría las vidas de esa pareja que parecía no poder amarse más no por el cansancio evidente, sino que por los lazos que mantenían unidos a sus corazones. Aquella unión no era la misma que la carnal, aquella que se deshizo tras ese tierno beso entre ambos, la cual derivó en los cuerpos permaneciendo uno al lado del otro, obviando como detalle que estarían abrazados y apegados a más no poder en forma consagratoria de los sentimientos del uno por el otro. Se alivió con la respuesta afirmativa por medio del asentimiento y por sus palabras, sonriendo ladino, confirmándole que todas esas veces que le concedería serían cuando quisiera...o más bien cuando la rutina no lo absorbiera por completo. Sus vellos se erizaron con aquellos besos los cuales correspondió con dulzura, con una entrega tan pura como la danza de sus cuerpos minutos atrás. Y aquel ronroneo fue su perdición, claro estaba, pero Tamina no estaba en condiciones para otra ronda. Ahora tocaba el merecido descanso para aquel par de amantes cuya integrante femenina cayó en primer lugar vencida por el esfuerzo, a lo que su acompañante masculino reaccionó con unos sutiles besos en la cabeza que seguro ella no percibiría de forma consciente, pero que sí asumiría que eran de él, de SU León Español.

Ahora, acompañado por nada más que la respiración calmada de Tamina, José les brindó abrigo a ambos desplegando las sábanas que milagrosamente no se habían desarmado por completo con esa muestra de amor "a la española." Llevó la cabeza de la felina a su pecho, y sus brazos rodearon los ajenos en un abrazo fraternal y tierno, totalmente protector y al mismo tiempo amenazante con los extraños que tuvieran la osadía de acercarse a la ahora principal protegida del metafórico animal de melena rubia. Así fue como él también cerró los ojos, dejándose llevar al mismo camino que su amada Tamina, esperando que el próximo despertar tampoco fuera un sueño, ni el siguiente, ni el próximo después de ese.

Esperaba que su amor no fuera un sueño.

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