AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Él quemaba el tiempo y atropellaba todo. [Magnolia +18]
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Él quemaba el tiempo y atropellaba todo. [Magnolia +18]
Tiene un codo apoyado en la cama para sostener su cabeza, está de costado mirándola, deleitándose con la imagen de esa musa apenas cubierta desde las caderas hasta los pies, la sábana es su cómplice esta noche. — Dime donde tienes cosquillas… porque debes tenerlas ¿no? — la mira a los ojos, directamente, — he escuchado que ríes cuando toco ciertos lugares, sólo que no he puesto atención a los cuales son… dímelo… por favor… — la voz es suave cuando ruega, está vulnerable, ella es su perdición, es su favorita de entre todas y también quien le ayuda a superar el lento paso del tiempo. Magnolia es el puerto seguro al cual acudir cuando la marea se agita inquieta bajo sus pies. Tal como al final del ocaso cuando sus pasos lo dirigieron hasta el local que conoce bien. Otras se ofrecieron mientras esperaba con una copa en la mano, pero él sólo deseaba estar con ella. Aún lo desea. No quiere perder los preciados minutos conociendo un cuerpo nuevo, tampoco teniendo que identificar cuales gemidos son verdaderos o cuales son una mezcla de hastío y repulsión. Le gusta la banda sonora de sus noches juntos, sentir que una vez que cruza el umbral de esa habitación está en un país lejano, en una obra de teatro de la que es el protagonista y donde esa mujer lo espera con los brazos abiertos, como si realmente deseara tenerlo ahí.
Sólo el borde de sus pechos es visible y Fyodor agradece tener las manos ocupadas para no ahuecarlos en sus palmas, quiere revivir lo que acaban de hacer, volver a tomarla con la boca hasta impregnarse de su sabor. — ¿Es aquí? ¿Voy a tener que presionar cada punto hasta dar con el correcto? — Toca su cintura con la yema de sus dedos, quiere descubrir algo más, escuchar su risa cuando al fin se ha rendido. Ahí junto a ella yaciendo desnudo, ambos desnudos, sabe que aquellos son los mejores minutos del día, los más felices, los más llenos de la satisfacción y de la paz que sólo se asemeja a la encontrada en la batalla. Pasar los dedos por su espalda blanca es como blandir la espada frente al enemigo, recorrer con los labios el hueco de su cuello se siente como rebanar la garganta de quien desea hacer lo mismo con él. — Ya lo sé… — tiene la sonrisa de un niño y los ojos brillantes del deseo, el descubrimiento lo hace reír a carcajadas. Se sienta repentinamente en la cama y aparta la sabana para tomar uno de sus pies y besarle la planta, — es acá, estoy seguro que es acá… — no conoce su respuesta, antes de poder escucharla los besos suben hasta el espacio tras su rodilla. Puede intoxicarse con ella, está a punto de hacerlo.
Le roba suspiros, se mueve hasta estar sobre ella para ponerse sobre su cuerpo mientras está boca abajo, notar por el rabillo del ojo como en el espejo se refleja la imagen de su sonrisa. Le toma las manos y las aprisiona arriba, para que ella no pueda tocarlo, con una de sus piernas separa las de ella y suspira profundo cuando entierra la nariz en la nuca de aquella mujer que incentiva su locura. Es la protagonista de sus fantasías, la que le da la esperanza de que pronto estará con alguien más repitiendo las mismas escenas, todas salidas de un cuento macabro donde el destino les juega malas pasadas. — ¿Dónde sientes cosquillas? — el tono grave indica que su intención ha cambiado, al parecer el descanso que necesitaba se terminó. Besa la piel sensible bajo su oreja y recorre con los labios el camino hasta sus hombros. Se siente deliciosa en cada lugar que descubre y aunque lo ha dicho tantas veces quiere repetirlo, nunca es suficiente. — Eres hermosa Magnolia — lo dice como un hecho irrefutable, como una verdad tan cierta que no tiene discusión alguna. Le acaricia la piel con la barba apenas crecida, su suavidad lo abruma, lo excita. Está listo para volver a entrar en ella pero aún es pronto, quiere que disfrute, debe asegurarse primero que sus mejillas se colorean por el placer y no por otros motivos.
Sólo el borde de sus pechos es visible y Fyodor agradece tener las manos ocupadas para no ahuecarlos en sus palmas, quiere revivir lo que acaban de hacer, volver a tomarla con la boca hasta impregnarse de su sabor. — ¿Es aquí? ¿Voy a tener que presionar cada punto hasta dar con el correcto? — Toca su cintura con la yema de sus dedos, quiere descubrir algo más, escuchar su risa cuando al fin se ha rendido. Ahí junto a ella yaciendo desnudo, ambos desnudos, sabe que aquellos son los mejores minutos del día, los más felices, los más llenos de la satisfacción y de la paz que sólo se asemeja a la encontrada en la batalla. Pasar los dedos por su espalda blanca es como blandir la espada frente al enemigo, recorrer con los labios el hueco de su cuello se siente como rebanar la garganta de quien desea hacer lo mismo con él. — Ya lo sé… — tiene la sonrisa de un niño y los ojos brillantes del deseo, el descubrimiento lo hace reír a carcajadas. Se sienta repentinamente en la cama y aparta la sabana para tomar uno de sus pies y besarle la planta, — es acá, estoy seguro que es acá… — no conoce su respuesta, antes de poder escucharla los besos suben hasta el espacio tras su rodilla. Puede intoxicarse con ella, está a punto de hacerlo.
Le roba suspiros, se mueve hasta estar sobre ella para ponerse sobre su cuerpo mientras está boca abajo, notar por el rabillo del ojo como en el espejo se refleja la imagen de su sonrisa. Le toma las manos y las aprisiona arriba, para que ella no pueda tocarlo, con una de sus piernas separa las de ella y suspira profundo cuando entierra la nariz en la nuca de aquella mujer que incentiva su locura. Es la protagonista de sus fantasías, la que le da la esperanza de que pronto estará con alguien más repitiendo las mismas escenas, todas salidas de un cuento macabro donde el destino les juega malas pasadas. — ¿Dónde sientes cosquillas? — el tono grave indica que su intención ha cambiado, al parecer el descanso que necesitaba se terminó. Besa la piel sensible bajo su oreja y recorre con los labios el camino hasta sus hombros. Se siente deliciosa en cada lugar que descubre y aunque lo ha dicho tantas veces quiere repetirlo, nunca es suficiente. — Eres hermosa Magnolia — lo dice como un hecho irrefutable, como una verdad tan cierta que no tiene discusión alguna. Le acaricia la piel con la barba apenas crecida, su suavidad lo abruma, lo excita. Está listo para volver a entrar en ella pero aún es pronto, quiere que disfrute, debe asegurarse primero que sus mejillas se colorean por el placer y no por otros motivos.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Él quemaba el tiempo y atropellaba todo. [Magnolia +18]
Hay veces que perseguir un sueño es muy difícil, que por más que corres y corres detrás de él se te escapa como agua entre los dedos, hay veces que estás tan a punto de conseguirlo que el perderlo es como arrancarte un trozo de piel o un dedo. Hay veces que de tanto soñarlos, atraviesan la línea invisible que los separa de ser tus peores pesadillas y hacen que los olvides para siempre porque el miedo de lograrlos te carcome las entrañas. Y es en ese intervalo de tiempo en el que has perdido tus sueños, en el que nadas en medio de un gran vacío sin saber a dónde dirigirte, es ahí donde no tienes que luchar por nada, donde puedes dejar que te guíe la marea, la gente, las voces, donde la anestesia de tantos sueños destruidos hace que no te duela, es ahí donde finalmente eres libre, al menos por un momento. La libertad de un mediocre. Y eso era yo: Una mediocre.
Y en medio de mi mediocridad disfrazada de genialidad, yo disfrutaba porque no tenía nada qué perder, porque ya lo había perdido todo. Yo entregaba mi cuerpo mil veces entregado y sonreía las mismas sonrisas y disfrutaba del intercambio de caricias y besos en el que cada uno de los participantes buscaba un alivio personal y una afirmación ajena de que no era tan malo como a veces creíamos. Y en medio de las sábanas podía ser esa que era yo y que al mismo tiempo no era yo. Era una naturalidad disfrazada sin querer y al mismo tiempo, la máscara desfigurada de la realidad de mi misma. Y ahora lo miraba a los ojos con una sonrisa en los labios y por un momento esa noche, le hacía saber que si lo quería, lo necesitaba para remendarme a mi misma y yo haría lo mismo con él. Un par de costureros que arreglaban el alma del otro sin saber nada más que la ubicación de las heridas.
-¿Para qué quieres saberlo?, ¿Quieres hacerme rendirme ante ti?- No me moví, estaba en un momento lánguido después de una sesión de remiendos y de halagos en forma de gemidos y suspiros y nombres mordidos que salían de entre nuestros labios. Seguía sus movimientos con los ojos sin quitar la sonrisa y dejaba que me tocara a placer. Me gustaba el tacto de sus manos en mi piel que me hacían dejar de pensar y concentrarme sólo en lo que haría después. Admitía que me gustaba, que nuestros encuentros eran inolvidables, que cada movimiento que realizaba sobre mi cuerpo era perfecto y que nuestros cuerpos se sincronizaban al ritmo del deseo que el otro nos despertaba. También sabía que fuera de esa habitación era otra historia qué contar. O más bien una historia que no debíamos contar.
No pude evitar reirme cuando me besó el pie, todo demasiado rápido como para darme tiempo a retorcerme. -Te reto a adivinarlo, si encuentras el lugar, te dejo escoger el premio- Manos inmovilizadas, su cuerpo sobre el mío y haciéndome esas cosas que logran que mi sangre circule más rápido, que mis suspiros se escapen sin permiso, que cada milímetro de piel me queme y que dentro de mi, hierva el deseo. Su voz grave, su barba incipiente me raspa y me excita al mismo tiempo, su piel contra la mía que se siente como seda, el calor que sale de nuestros cuerpos recién ejercitados pero que quieren más. Estoy por rendirme en una batalla más allá de las cosquillas. Él está listo y yo también y todo lo que nos demoremos hará más placentera la explosión del final. Y yo quiero eso. Quiero dejar de pensar y no ser yo, quiero abandonar mis sueños y que por un segundo sea él lo único que habite mi mente. Quiero que me diga mil veces que soy hermosa y decirle que me encanta cómo me toca. Quiero explotar y romperme en mil pedazos y sentir que todos los trozos de mi se unen formando otra persona que también soy yo pero un poco más cerca del cielo. O del infierno. Porque en ese lugar sin sueños, yo soy toda cuerpo y sensaciones.
Y en medio de mi mediocridad disfrazada de genialidad, yo disfrutaba porque no tenía nada qué perder, porque ya lo había perdido todo. Yo entregaba mi cuerpo mil veces entregado y sonreía las mismas sonrisas y disfrutaba del intercambio de caricias y besos en el que cada uno de los participantes buscaba un alivio personal y una afirmación ajena de que no era tan malo como a veces creíamos. Y en medio de las sábanas podía ser esa que era yo y que al mismo tiempo no era yo. Era una naturalidad disfrazada sin querer y al mismo tiempo, la máscara desfigurada de la realidad de mi misma. Y ahora lo miraba a los ojos con una sonrisa en los labios y por un momento esa noche, le hacía saber que si lo quería, lo necesitaba para remendarme a mi misma y yo haría lo mismo con él. Un par de costureros que arreglaban el alma del otro sin saber nada más que la ubicación de las heridas.
-¿Para qué quieres saberlo?, ¿Quieres hacerme rendirme ante ti?- No me moví, estaba en un momento lánguido después de una sesión de remiendos y de halagos en forma de gemidos y suspiros y nombres mordidos que salían de entre nuestros labios. Seguía sus movimientos con los ojos sin quitar la sonrisa y dejaba que me tocara a placer. Me gustaba el tacto de sus manos en mi piel que me hacían dejar de pensar y concentrarme sólo en lo que haría después. Admitía que me gustaba, que nuestros encuentros eran inolvidables, que cada movimiento que realizaba sobre mi cuerpo era perfecto y que nuestros cuerpos se sincronizaban al ritmo del deseo que el otro nos despertaba. También sabía que fuera de esa habitación era otra historia qué contar. O más bien una historia que no debíamos contar.
No pude evitar reirme cuando me besó el pie, todo demasiado rápido como para darme tiempo a retorcerme. -Te reto a adivinarlo, si encuentras el lugar, te dejo escoger el premio- Manos inmovilizadas, su cuerpo sobre el mío y haciéndome esas cosas que logran que mi sangre circule más rápido, que mis suspiros se escapen sin permiso, que cada milímetro de piel me queme y que dentro de mi, hierva el deseo. Su voz grave, su barba incipiente me raspa y me excita al mismo tiempo, su piel contra la mía que se siente como seda, el calor que sale de nuestros cuerpos recién ejercitados pero que quieren más. Estoy por rendirme en una batalla más allá de las cosquillas. Él está listo y yo también y todo lo que nos demoremos hará más placentera la explosión del final. Y yo quiero eso. Quiero dejar de pensar y no ser yo, quiero abandonar mis sueños y que por un segundo sea él lo único que habite mi mente. Quiero que me diga mil veces que soy hermosa y decirle que me encanta cómo me toca. Quiero explotar y romperme en mil pedazos y sentir que todos los trozos de mi se unen formando otra persona que también soy yo pero un poco más cerca del cielo. O del infierno. Porque en ese lugar sin sueños, yo soy toda cuerpo y sensaciones.
Magnolia Velvet- Mensajes : 575
Fecha de inscripción : 17/01/2011
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Re: Él quemaba el tiempo y atropellaba todo. [Magnolia +18]
Asiente, sin que ella pueda verlo, esconde su propio rostro para que no mire como le sonríe tan dulce, más dulce de lo que ha podido serlo alguna vez. Se siente derrotado y esta vez la sed de venganza se transforma en otro tipo de hambre. Los ojos le brillan, la excitación continúa, su negativa es la provocación más adecuada, es la tentación en la que desea caer reiteradas veces. Esa mujer es el motivo por el cual las batallas se libran y también la razón por la que los guerreros deseen volver a casa. — Yo ya estoy rendido ante ti, sólo quiero igualdad de condiciones… — se encoge de hombros, sentir amor es rendirse del mismo modo en que se lo pide y aunque lo ha dicho la opción de que un sentimiento así se haga presente simplemente no existe. ¿Qué es entonces lo que agita cada célula de su organismo? Se niega a profesar algo que creía tener reservado y se ríe de si mismo, de esa infructuosa capacidad que tiene para incluso controlar lo que sucede en su interior. Quiere atribuir todo aquello a que sin dudas está pensando con lo que tiene entre las piernas pero le parece absolutamente injusto, inadecuado, ella no lo merece aún cuando se entregue a él que no es capaz de darle lo que anhela, ¿sabe realmente qué es aquello? Desconoce incluso gran parte de sí mismo, aún más lo hace con los deseos de la mujer que ocupa su mente. Se engaña, se miente, tiene los minutos contados y el tiempo corre como un reloj de arena en que los granos caen entre sus inútiles dedos. Debe dejarla partir pero el forastero es él y la cama lo tiene prisionero.
— No hay nada que quiera que no me hayas dado ya — suena un poco duro cuando lo dice pero suaviza sus palabras a punta de besos que siguen sin tocar sus labios. El premio es ella y quiere gritarle que es el más afortunado al obtenerlo una y más noches. El reto es todo lo que necesita para continuar con la tortura, la alivia de tenerlo más tiempo sobre ella y se dedica a volver a recorrer cada pequeño pedazo de piel con la esperanza de obtener la risa que le devolverá el alma. Magnolia pequeña hechicera de cabellos claros. — Me tienes en tus manos, en tu cuerpo… — susurros acompañados de roces de labios, la curva de cadera es la perdición, sigue buscando el tesoro escondido, quiere ser el único pirata que recorra esos mares. — ¿Es aquí? — un poco más abajo, más cerca del paraíso. Su boca recorre el interior de sus muslos, se acerca a su centro sólo queriendo mentirle, intentando engañarla como ella siempre lo hace, debe hacerlo, nadie puede lucir de ese modo y ser una simple mujer. Simpleza en sus piernas bien formadas, simpleza en el modo en que sus pechos caen cuando está sentada al borde de la cama, simpleza en el arco que forma su espalda cuando él introduce un dedo dentro de ella e intenta llevarla a la locura. Absurda simpleza que no debería llevar ese nombre. Las ideas aparecen seguidas de mayor excitación, de la ansiedad propia de la caza al aire libre. ¿Quieres ser tú la presa de este depredador? — Dime dónde es, dímelo antes de que deba torturarte para obtener respuestas… —
La gira con cuidado y levanta sus caderas para deslizar un almohadón bajo ellas, este es el mejor modo de poder tomarla con su boca, de degustarla hasta que su sabor sea todo lo que pueda distinguir, hasta que lo haga olvidar incluso su posición en el mundo. Es inútil creer que ahora alguna palabra pueda salir de sus labios, prefiere utilizarlos para algo más, para asaltar la parte más sensible de ella y provocar que esos gemidos suenen a algo más parecido a su nombre. Egoísta, lo es cuando la involucrada es esa mujer que ha representado todo lo que conoció jamás. No puede explicarse por qué le otorga momentos en los que no estuvo presente o aquello que lo lleva a enterrar el rostro entre sus piernas y saber que seguirá ahí hasta que ella comience a rogar, quiere oírlo, maldita sea quiere oírlo. Levanta los ojos y se encuentra con esa mirada que logra que por un momento se paralice. Se debate entre continuar o aceptar ese ruego silencioso que aún no parece encontrar las palabras. Ella se siente húmeda y lista para él y Fyodor tiene la certeza de que en otra ocasión no habría demorado más la unión de sus cuerpos, pero no esta noche, esta noche parece distinta. — Aún no… estoy disfrutando de mi premio… — y pese a que las cosquillas se niegan a aparecer, que las risas han sido cambiadas por jadeos ansiosos, por la respiración entrecortada que es parte de ese encuentro, él se siente ganador aunque no existan caídos en esta batalla, tampoco cuerpos que recoger o incendios que apagar más que el fuego que le consume las entrañas, que se asienta en la parte más baja de su estómago y que logra que el líquido en sus venas hierva con la fuerza del sol que aún duerme.
— No hay nada que quiera que no me hayas dado ya — suena un poco duro cuando lo dice pero suaviza sus palabras a punta de besos que siguen sin tocar sus labios. El premio es ella y quiere gritarle que es el más afortunado al obtenerlo una y más noches. El reto es todo lo que necesita para continuar con la tortura, la alivia de tenerlo más tiempo sobre ella y se dedica a volver a recorrer cada pequeño pedazo de piel con la esperanza de obtener la risa que le devolverá el alma. Magnolia pequeña hechicera de cabellos claros. — Me tienes en tus manos, en tu cuerpo… — susurros acompañados de roces de labios, la curva de cadera es la perdición, sigue buscando el tesoro escondido, quiere ser el único pirata que recorra esos mares. — ¿Es aquí? — un poco más abajo, más cerca del paraíso. Su boca recorre el interior de sus muslos, se acerca a su centro sólo queriendo mentirle, intentando engañarla como ella siempre lo hace, debe hacerlo, nadie puede lucir de ese modo y ser una simple mujer. Simpleza en sus piernas bien formadas, simpleza en el modo en que sus pechos caen cuando está sentada al borde de la cama, simpleza en el arco que forma su espalda cuando él introduce un dedo dentro de ella e intenta llevarla a la locura. Absurda simpleza que no debería llevar ese nombre. Las ideas aparecen seguidas de mayor excitación, de la ansiedad propia de la caza al aire libre. ¿Quieres ser tú la presa de este depredador? — Dime dónde es, dímelo antes de que deba torturarte para obtener respuestas… —
La gira con cuidado y levanta sus caderas para deslizar un almohadón bajo ellas, este es el mejor modo de poder tomarla con su boca, de degustarla hasta que su sabor sea todo lo que pueda distinguir, hasta que lo haga olvidar incluso su posición en el mundo. Es inútil creer que ahora alguna palabra pueda salir de sus labios, prefiere utilizarlos para algo más, para asaltar la parte más sensible de ella y provocar que esos gemidos suenen a algo más parecido a su nombre. Egoísta, lo es cuando la involucrada es esa mujer que ha representado todo lo que conoció jamás. No puede explicarse por qué le otorga momentos en los que no estuvo presente o aquello que lo lleva a enterrar el rostro entre sus piernas y saber que seguirá ahí hasta que ella comience a rogar, quiere oírlo, maldita sea quiere oírlo. Levanta los ojos y se encuentra con esa mirada que logra que por un momento se paralice. Se debate entre continuar o aceptar ese ruego silencioso que aún no parece encontrar las palabras. Ella se siente húmeda y lista para él y Fyodor tiene la certeza de que en otra ocasión no habría demorado más la unión de sus cuerpos, pero no esta noche, esta noche parece distinta. — Aún no… estoy disfrutando de mi premio… — y pese a que las cosquillas se niegan a aparecer, que las risas han sido cambiadas por jadeos ansiosos, por la respiración entrecortada que es parte de ese encuentro, él se siente ganador aunque no existan caídos en esta batalla, tampoco cuerpos que recoger o incendios que apagar más que el fuego que le consume las entrañas, que se asienta en la parte más baja de su estómago y que logra que el líquido en sus venas hierva con la fuerza del sol que aún duerme.
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
- Mensajes : 63
Fecha de inscripción : 27/06/2012
Re: Él quemaba el tiempo y atropellaba todo. [Magnolia +18]
Era como nadar en miel, los movimientos eran lentos, las palabras eran escasas, los besos dulces y los cuerpos pegajosos, tan pegajosos que ninguno de los dos quería separarse. Me estiré como un gato mientras él seguía buscando un punto débil por mi piel, explorando con besos y caricias, haciendo que mi sangre se volviera a calentar hasta el punto de quemarme viva. Y metidos en esa burbuja llena de miel jugábamos a pertenecer al otro aunque cruzando la puerta del burdel volviéramos a ser cortesana y cliente y la franja que existía entre nosotros se hiciera tan ancha que no alcanzaríamos a tocarnos siquiera con la punta de los dedos. Así era esto. Era un continuo estira y afloje en el que estábamos condicionados por el entorno. Dentro de la habitación, enredados entre las sábanas, éramos casi iguales, teníamos la libertad y la vulnerabilidad que nos proporcionaban nuestros cuerpos desnudos, fuera del burdel, éramos dos personas distintas.
Y no se rendía, por mas que la risa no saliera de mis labios, él permanecía impasible, buscando, como un cazador tras su presa, preguntando y amenazando con torturarme, pero se le olvidaba una cosa importante. -No, no es ahí- A mi me gustaban sus métodos de tortura. Apreté los labios deleitándome en sus palabras que eran a veces duras pero yo estaba acostumbrada a ellas, cuando Magnolia estaba al frente del barco y estaba ocupada haciendo lo que pagaba sus cuentas, no había nada que la lastimaría sentimentalmente. Oliva yacía en el fondo de mi alma, escondida bajo las sábanas, bajo la piel, bajo un montón de oscuridad en la que Magnolia era la ama y señora. Ahí no había nada que la tocara. Otras palabras eran más dulces, y era como echarle bálsamo al ego de la cortesana, me gustaba tenerlo así, me encantaba que yo fuera su cortesana, ansiaba siempre que me dijera que estaba rendido ante mi, me quemaba la piel cada vez que separaba sus manos, sus labios, su cuerpo, porque era cierto que había algo que se removía dentro de mi cuando él clamaba que lo tenía en mis manos.
Y luego cruzamos la línea, esa delgada línea que indica quién de los dos tiene el poder en sus manos, yo le escondía información, él usaba armas más letales contra mi, usaba mi cuerpo en mi contra, jugaba conmigo para que me rindiera por fin. Y así como movía sus piezas, iba a ganarme sin que yo tuviera la oportunidad de defenderme. ¿Qué era lo peor de todo? Que defenderme no estaba dentro de mis planes inmediatos, no cuando con su boca me estaba llevando al cielo. A partir de entonces ni Magnolia era Magnolia, cuando estaba tan vulnerable era como si yo misma me saliera de mi cuerpo y quería detenerlo pero quería que siguiera, quería morirme pero quería vivir sólo para seguir sintiéndolo, quería gritar y me mordía los labios soltando la tensión en débiles gemidos que me arañaban la garganta, quería tocarlo pero lo único que hacía era suplicarle con los ojos que terminara conmigo en ese justo instante.
Enredé mis dedos entre sus cabellos, primero una mano y luego la otra, y una sonrisa que se me escapó de los labios, mi cuerpo cobraba vida y se movía a su propio ritmo sin que mi razón supiera porqué hacía las cosas, ni pudiera interponerse y negarse a hacer lo que el cuerpo pedía. En medio de la bruma que me cegaba la vista, en medio del calor que se elevaba de nuestros cuerpos, apenas logré pronunciar unas palabras, la última súplica para que viniera a mi, porque en ese punto, quería besarle los labios, enredar mis brazos alrededor de su cuerpo, un viaje fuera del infierno y hacia el paraiso para los dos. -Eso es trampa, pero no pienso rendirme tan fácil- Suicidio, pero al fin y al cabo, morir en manos de un cazador como él, era lo único que pedía mi cuerpo en esos momentos.
Y no se rendía, por mas que la risa no saliera de mis labios, él permanecía impasible, buscando, como un cazador tras su presa, preguntando y amenazando con torturarme, pero se le olvidaba una cosa importante. -No, no es ahí- A mi me gustaban sus métodos de tortura. Apreté los labios deleitándome en sus palabras que eran a veces duras pero yo estaba acostumbrada a ellas, cuando Magnolia estaba al frente del barco y estaba ocupada haciendo lo que pagaba sus cuentas, no había nada que la lastimaría sentimentalmente. Oliva yacía en el fondo de mi alma, escondida bajo las sábanas, bajo la piel, bajo un montón de oscuridad en la que Magnolia era la ama y señora. Ahí no había nada que la tocara. Otras palabras eran más dulces, y era como echarle bálsamo al ego de la cortesana, me gustaba tenerlo así, me encantaba que yo fuera su cortesana, ansiaba siempre que me dijera que estaba rendido ante mi, me quemaba la piel cada vez que separaba sus manos, sus labios, su cuerpo, porque era cierto que había algo que se removía dentro de mi cuando él clamaba que lo tenía en mis manos.
Y luego cruzamos la línea, esa delgada línea que indica quién de los dos tiene el poder en sus manos, yo le escondía información, él usaba armas más letales contra mi, usaba mi cuerpo en mi contra, jugaba conmigo para que me rindiera por fin. Y así como movía sus piezas, iba a ganarme sin que yo tuviera la oportunidad de defenderme. ¿Qué era lo peor de todo? Que defenderme no estaba dentro de mis planes inmediatos, no cuando con su boca me estaba llevando al cielo. A partir de entonces ni Magnolia era Magnolia, cuando estaba tan vulnerable era como si yo misma me saliera de mi cuerpo y quería detenerlo pero quería que siguiera, quería morirme pero quería vivir sólo para seguir sintiéndolo, quería gritar y me mordía los labios soltando la tensión en débiles gemidos que me arañaban la garganta, quería tocarlo pero lo único que hacía era suplicarle con los ojos que terminara conmigo en ese justo instante.
Enredé mis dedos entre sus cabellos, primero una mano y luego la otra, y una sonrisa que se me escapó de los labios, mi cuerpo cobraba vida y se movía a su propio ritmo sin que mi razón supiera porqué hacía las cosas, ni pudiera interponerse y negarse a hacer lo que el cuerpo pedía. En medio de la bruma que me cegaba la vista, en medio del calor que se elevaba de nuestros cuerpos, apenas logré pronunciar unas palabras, la última súplica para que viniera a mi, porque en ese punto, quería besarle los labios, enredar mis brazos alrededor de su cuerpo, un viaje fuera del infierno y hacia el paraiso para los dos. -Eso es trampa, pero no pienso rendirme tan fácil- Suicidio, pero al fin y al cabo, morir en manos de un cazador como él, era lo único que pedía mi cuerpo en esos momentos.
Magnolia Velvet- Mensajes : 575
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Re: Él quemaba el tiempo y atropellaba todo. [Magnolia +18]
Quiere amarla entre tantas mentiras, entre todos los engaños en los que están sumergidos. Quiere seguir amándola tal como ayer, como hoy, como lo hará mañana, porque aún cuando quizás tenga otros compromisos, en primer lugar siempre estará el visitarla, cueste lo que cueste, no le importa terminar con los bolsillos vacíos, tener que pedir más dinero a su madre, tener que fingir que es para otros usos, él hará lo que sea para poder estar en su cama cada noche, todas las noches que sean posibles, todas en las que ella quiera recibirlo. Afortunado se siente sólo de pensar que su Magnolia dirige sus ojos hacia él, que es merecedor de tanto placer escondido tras esos ojos. ¡Maldita sea! ¿Qué hizo para ganar eso? Debería dejarla ahí y largarse, pero la posibilidad de que alguien más la toque lo vuelve loco, la opción de que otros hombres la posean cuando debe ser sólo él quien esté dentro suyo le quitan la cordura y llenan su racionalidad de celos. Y sobre su cuerpo suelta las risas por aquellos pensamientos absurdos, sobre esa flor de la que intenta captar toda su esencia a través de inspiraciones profundas, sobre la parte más increíble de su cuerpo, justo ahí deja los besos más apasionados, los que parecen insuficientes para hacerle entender que nadie nunca podría hacerle sentir del modo en que sólo él puede. — Puedo ser un tramposo, un timador, el charlatán más grande de todos los tiempos, seré lo que sea necesario para conseguirte. — ¿Dónde encuentra la fuerza de voluntad para separarse y poder mirarla a los ojos? Teme de ella, de que vuelva a embrujarlo, porque eso debe ser si consigue que se doblegue de ese modo en tan sólo unos segundos.
Y se detiene cuando las preguntas vuelven a aparecer, preguntas que se ha formulado hasta el cansancio, preguntas que no tienen respuestas y que sólo tienen una protagonista. Quiere, tantas cosas quiere y tan pocas puede obtener, la quiere a ella, una posesión que no debería existir, el deseo de marcarla como propia y que ella se de por vencida tal como Fyodor, simplemente Fyodor y sin los cargos o el origen de por medio, lo ha hecho desde que la conoció. Porque ya no pretende engañarse, ahora tiene esa repentina y momentánea claridad de lo que siente. — ¿No vas a decírmelo? — saborea sus labios sintiendo los restos de aquel gustillo que queda en ellos, sigue con el aroma de su centro impregnado en el paladar, un pequeño deje de placer que nadie podría arrebatarle, incluso aunque pasen los años y sus caminos se separen, siempre tendrá ese recuerdo claro de la impresión que esa mujer ha tatuado de forma permanente en un lugar que antes consideraba glacial. — Tienes que decírmelo, tienes que terminar con este juego antes de que sea yo quien lo descubra y seas tú quien deba acatar el reto que yo proponga — se alza y su sonrisa esta vez es distinta, es un niño que juega y un hombre que se controla, es un cliente que pide y un enamorado que intenta obtener, es por sobre todo eso simplemente Fyodor que le besa los labios con una veneración nacida de la aceptación de aquello que se ha gestado con el tiempo, — ¿me lo dirás amor mío? — cae en el error que tanto ha evitado, vuelve a besarla para intentar alejar esas palabras y que se esfumen en el viento mientras la cubre con sus labios.
Le rinde un culto casi ilógico, la trata con la adoración y devoción de alguien creyente. Es que quizás para él, ella es su diosa, la deidad mayor de los momentos en que se encuentran dentro del burdel como templo de aquella religión sin más seguidores, porque es ahí donde debe mantenerse, en esa burbuja de paredes decoradas y sábanas revueltas donde su sacerdotisa espera, el refugio que no puede romperse, no debe romperse. — Dímelo… — y esta vez es un susurro, una súplica sin elevar la voz, la distracción perfecta para entrar en ella y responder también a lo que ambos estaban pidiendo. Se toma el tiempo para unir sus cuerpos, para comenzar a moverse lento y acariciarle el rostro con las manos, le faltan segundos, le falta tiempo para poder entregarle tanto que tiene atrapado, que no sabe como dejar salir y usa el único método que conoce para intentar darle algo del placer que ella le entrega siempre, es injusto, se siente inútil, se mueve con más fuerza y empuja contra ella soltando un gemido que también significa su nombre, que tiene también otros nombres que él inventa para ella. No necesita que le diga más, el juego de las cosquillas era sólo una excusa para volver a encender la pasión que no se apaga, que sólo sigue dormida mientras encuentran la chispa para volver a renacerla. Inclina su cabeza y besa su hombro recorriendo un camino delicado y solemne, el sendero más difícil que lo lleva nuevamente a sus labios, pero se detiene antes y sólo roza lo que desea tan fervientemente, — no quiero saber donde sientes cosquillas… te quiero a ti… completa. —
Y se detiene cuando las preguntas vuelven a aparecer, preguntas que se ha formulado hasta el cansancio, preguntas que no tienen respuestas y que sólo tienen una protagonista. Quiere, tantas cosas quiere y tan pocas puede obtener, la quiere a ella, una posesión que no debería existir, el deseo de marcarla como propia y que ella se de por vencida tal como Fyodor, simplemente Fyodor y sin los cargos o el origen de por medio, lo ha hecho desde que la conoció. Porque ya no pretende engañarse, ahora tiene esa repentina y momentánea claridad de lo que siente. — ¿No vas a decírmelo? — saborea sus labios sintiendo los restos de aquel gustillo que queda en ellos, sigue con el aroma de su centro impregnado en el paladar, un pequeño deje de placer que nadie podría arrebatarle, incluso aunque pasen los años y sus caminos se separen, siempre tendrá ese recuerdo claro de la impresión que esa mujer ha tatuado de forma permanente en un lugar que antes consideraba glacial. — Tienes que decírmelo, tienes que terminar con este juego antes de que sea yo quien lo descubra y seas tú quien deba acatar el reto que yo proponga — se alza y su sonrisa esta vez es distinta, es un niño que juega y un hombre que se controla, es un cliente que pide y un enamorado que intenta obtener, es por sobre todo eso simplemente Fyodor que le besa los labios con una veneración nacida de la aceptación de aquello que se ha gestado con el tiempo, — ¿me lo dirás amor mío? — cae en el error que tanto ha evitado, vuelve a besarla para intentar alejar esas palabras y que se esfumen en el viento mientras la cubre con sus labios.
Le rinde un culto casi ilógico, la trata con la adoración y devoción de alguien creyente. Es que quizás para él, ella es su diosa, la deidad mayor de los momentos en que se encuentran dentro del burdel como templo de aquella religión sin más seguidores, porque es ahí donde debe mantenerse, en esa burbuja de paredes decoradas y sábanas revueltas donde su sacerdotisa espera, el refugio que no puede romperse, no debe romperse. — Dímelo… — y esta vez es un susurro, una súplica sin elevar la voz, la distracción perfecta para entrar en ella y responder también a lo que ambos estaban pidiendo. Se toma el tiempo para unir sus cuerpos, para comenzar a moverse lento y acariciarle el rostro con las manos, le faltan segundos, le falta tiempo para poder entregarle tanto que tiene atrapado, que no sabe como dejar salir y usa el único método que conoce para intentar darle algo del placer que ella le entrega siempre, es injusto, se siente inútil, se mueve con más fuerza y empuja contra ella soltando un gemido que también significa su nombre, que tiene también otros nombres que él inventa para ella. No necesita que le diga más, el juego de las cosquillas era sólo una excusa para volver a encender la pasión que no se apaga, que sólo sigue dormida mientras encuentran la chispa para volver a renacerla. Inclina su cabeza y besa su hombro recorriendo un camino delicado y solemne, el sendero más difícil que lo lleva nuevamente a sus labios, pero se detiene antes y sólo roza lo que desea tan fervientemente, — no quiero saber donde sientes cosquillas… te quiero a ti… completa. —
Fyodor C. Ivashkov- Cazador Clase Alta
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Fecha de inscripción : 27/06/2012
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