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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Edgar Dagson Dom Oct 09, 2011 5:35 am

Giré otra esquina e incliné mi paraguas rubí antes de que el viento huracanado pudiese tumbarlo, y a mí con él. Cerré los ojos con fuerza y cubrí mi visión con aquél objeto, luchando para avanzar en aquellas callejuelas oscuras y desérticas. La tempestad me acechaba con ira, mas yo seguía recortando distancias, a punto de coronar mi triunfo.

Aquella era la primera vez que había salido sola de la Mansión Morel en la que trabajaba. No me permitían tal muestra de libertad y siempre me acompañaba el mayordomo. Y de hecho, si no hubiera sido por las altas fiebres que el hombre padecía desde hacía ya varios días, me hubiese acompañado. Sin embargo, el motivo de mi salida era justamente ese; el ir a un boticario en busca de medicinas para el mayordomo.

Mis pasos sigilosos se detuvieron frente a una puerta cuya madera aporreé con la fuerza de mis nudillos hasta que éstos enrojecieron. Sólo entonces escuché movimiento más allá de aquél muro y finalmente, la puerta se entreabrió, asomándose en ella un hombre de edad avanzada y de complexión delgada -casi enfermiza- aunque vestía un camisón que ocultaba sus curvas, sosteniendo una vela con la que me alumbraba algo desconfiado. El boticario frunció el ceño y sus gafas de media luna se deslizaron hasta la punta de su nariz, dándole un aspecto fantasmagórico junto al hecho de que la penumbra acentuaba sus arrugas, los cuencos de sus ojos amoratados por las bolsas que indicaban insomnio y las prominentes mandíbulas que su frágil piel no había logrado disimular.

- Siento haberle despertado, señor, vengo en busca de medicinas para la fiebre.- me expliqué, aunque el castañeo de mis dientes producido por el gélido temporal que empezaba a penetrar hasta mis huesos, no ayudaba a que mi voz saliese dulce y suave como de costumbre.- Vengo en nombre de los Morel.- especifiqué cuando el anciano estrechaba los ojos y negaba con la cabeza.

Dicho eso, su semblante cambió y yo respiré aliviada, pese a que me cerró la puerta en las narices, dejándome de nuevo desamparada frente a aquél manto tormentoso y oscuro. Mis ropas ya humedecidas, habían dejado de ser un muro contra la frialdad de la noche. Otra ráfaga de viento hizo bailar mi extensa cabellera azabache a su antojo, cerrando mis ojos por aquella violencia a la que estaba tan mal acostumbrada y sintiendo mis pómulos congelarse al instante. Casi me faltaba ya el aire, pues mis pulmones ahora eran un frío páramo en el que ninguna flor podría crecer.

La puerta cedió de nuevo y con ella, reapareció el boticario, con una sonrisa torcida en cuanto divisó en mis manos una bolsa marrón con monedas de oro en su interior. Los Morel solían pagar muy bien por los servicios y aquél anciano lo sabía. Tomé una caja que él me entregó con movimientos torpes. Sonreí al hombre y me incliné hacia él en una reverencia que no quebranté hasta que la puerta fue cerrada y la oscuridad volvió a cernirse sobre mí.

Suspiré y me enderecé. La lluvia no había cesado, pero sí amainado. Ahora era una fina capa de humedad que a penas pude ya percibir. Pero una densa niebla se extendía ahora ante mí, sumiéndome en una desesperación momentánea debido al hecho de que no recordaba el camino de vuelta y ahora que ya no veía más allá de mis pies, mi existencia se complicaba. Decidí dar la vuelta y caminar hacia la derecha, guiándome por un instinto que nunca antes había necesitado. Con el paraguas aún en mano, tiritando bajo aquellas finas ropas y perdida en un laberinto de niebla, supongo que era una presa fácil para cualquiera. Quizás por ello, una sombra salida de ninguna parte se abalanzó entonces hacia mí, haciéndome desestabilizar y perder el paraguas, que cayó abierto junto a mí en un sonido sordo y a penas perceptible. Aquél ser que no pude identificar por permanecer tras la cortina de las tinieblas, me tomó de las muñecas con fuerza y me estampó contra el muro de uno de aquellos callejones desérticos, lejos de cualquier residencia en la que pudiesen escuchar mis gritos y forcejeos inútiles. Mi sangre corría por mis venas veloz, sedienta de llegar al corazón para oprimirlo con ira, haciéndome jadear. ¿Qué quería de mí? ¿Dinero? ¿Sexo? Sentí la necesidad de explicarle que no poseía nada de valor... incluso pensaba suplicarle que no me robara aquella flor que tanto había cuidado de mantener intacta entre mis piernas. Pero no fue necesario abrir la boca para ello, dado que aquél monstruo sin rostro ya lo hizo por mí, justo cuando algo punzante se clavó en mi garganta y poco a poco, fui testigo de cómo mis fuerzas y mis sentidos iban desvaneciéndose de mi cuerpo y de mi ser, sumiéndome en una oscuridad absoluta donde ya ni siquiera sentía el frío o el sonido de la lluvia contra el pétreo asfalto. Nada. Era como si estuviese en el oasis de la mismísima Muerte.
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Mensaje por Invitado Dom Oct 09, 2011 1:45 pm

-Salió de la tienda de campaña en medio del bosque, aun con un aspecto soñoliento, se había quedado dormido sin haber querido, pero el día había sido duro para él tratando de buscar alguna orden en París que le proporcionara armas o simplemente para unirse a ellos y poder llevar sus objetivos a cabo. En cuento estuvo fuera respirando el dulce olor a hierba húmeda y sentir el viento sobre su cabellera, estiro cada uno de sus músculos, con los brazos arriba, echando la cabeza hacia tras, bostezo con fuerzas haciendo que unos pajarillos que se encontraban observándole, salieran despavoridos, inconscientemente llevo una de sus manos a su espalda baja, rascándola repetidas veces luego a la cabeza, el viento parecía furioso y el cazador dibujo una gran sonrisa victoriosa sobre esa sutil barba.

Heneder, entro de nuevo a la tienda, pero solo por unas cosas personales, ropa ‘limpia’, dirigiéndose a la laguna con ellas, se desnudó lo más rápido que pudo y apenas contemplo su aspecto desaliñado con esos cabellos de punta, se acarició la barbilla en un acto reflejo y sin dudarlo se metió de un chapuzón a lo que parecían negras agua, pues estaba oscureciendo, sintió vibrar cada fibra de su cuerpo, cuando sintió la frescura del agua, pero poco a poco su cuerpo se fue adaptando, debía acostumbrarse por su entrenamiento en las mazmorras, no permaneció tanto tiempo ahí dentro, solo lo suficiente para desprenderse de la suciedad, salió inmediatamente colocando aquel escultural y trabajado cuerpo sobre el muelle, donde yacían sus ropas, secándose y vistiéndose de nuevo.

Volvió donde sus cosas, esa noche se podría permitir probar unos cuantos venenos que le había vendido un brujo al cual servía de espía, recogió todo como para denotar que no había estado ahí, y escondió todo entre las copas de los árboles, mientras se ponía la larga gabardina y acomodaba cada una de sus armas, por si tenía que enfrentarse a algún ser despreciable en el camino, que a estas alturas le venía bien, para ‘divertirse’ un poco.

Se adentró a París un ambiente casi solitario, por el clima, claro no todos tenían la resistencia que él había obtenido con los años, la primer demanda que tuvo fue la de su estómago, y pesar de acampar bajo el bosque, tenía hogar, una buena posición económica pero prefería alejarse de lo material, se detuvo en un establecimiento cualquiera, con tal de saciar su hambre, algunas mujeres le miraba con cierta coquetería, pero no se daba cuenta de eso, estaba sumergido con sus planes, buscar una orden que le ayudara.

Trato de recordar en todo ese tiempo mientras probaba bocado, alguno de los contactos que Julián o su padre le había dejado, pero ya todos eran viejos, esperando la muerte cuando ellos dieron de si lo que pudieron, pero a su mente vino el reflejo de un brujo, uno de aspecto amable que parecía un rico y solidario parisino a vista de los demás pero en las tinieblas eso cambiaba, se levantó dejando a medias lo que había ordenado, pago con unos cuentos francos y se dirigió a aquel escondite donde podría encontrarle.

Camino demasiado y sin preocupación observando a su paso cada ser humano, buscando el rastro putrefacto de algún ser maldito, pero nada, parecía que las ratas había huido. Sin embargo de un de repente su vista fue cubierta por una densa niebla, entre los callejones que parecían más tétricos de costumbre, el chillido de las ratas, la basura acumulada y algunas goteras, las luces amenazantes con apagarse.

Y sus instintos se prendieron cuando el quejido de una dama y el olor a sangre y pudrición le llegaron a las fosas nasales, cerró los ojos mientras sacaba dos sagas de la gabardina, cuyo veneno mataría a cualquier ser, lazo la primera con fuerza, y la segunda con un poco menos apuntando a donde él creía estaba su objetivo, escucho dos quejidos sonoros, bajo la gran cortina, el azote de alguno de los cuerpo, ¡Maldición!, Hedener había fallado, solo hirió al vampiro penetrando la daga en su hombro, eso lo pudo ver cuando este salió a la luz y se dejó ver por la espesa neblina, pero ¿Dónde había quedado la otra?, al final el chupasangre moriría, en instantes mientras inútilmente tratara de quitarse la daga, seria alguien con demasiada suerte si encontraba en antídoto.

Camino hasta lo que parecía ser la salida, pero a su paso encontró el cuerpo de la mujer, débil y aparentemente sin vida, noto que la daga había rozado parte de su piel, abriéndole y quemándola, en el cuello apenas noto las heridas de aquellos colmillos, al parecer el indeseable vampiro no logro su cometido del todo. Se acuclillo sobre el cuerpo, notando las finas ropas, le cargo entre brazos más preocupado por el veneno que por otra cosa, sin embargo al sostenerle, cayo una pequeña bolsa, también la recogió, tuvo que salir donde apenas un farol les daba la luz necesaria, la puso sobre la acera y sin querer dejo la bolsa caer, haciendo que dos frasquitos rodaran, antes que el cazador pudiera atender la herida.

Abrió ambos frasco inhalando el aroma medicinal de estas, al parecer una de ellas contenía algo que podría hacer que cesara el efecto del veneno, arranco parte de su camisa, y mojo con un poco la tela, limpiando la herida de la chica, después vendo aquella zona con otro pedazo de tela, volvió a colocar las medicinas en su lugar, y a ella la cargo de nuevo en brazos, refugiándole en su pecho en cuanto despertara. No podía tomarse la libertad de llevarla a donde él quisiera…

Observo los ojos pequeños y rasgados de la mujer, esa piel aceitunada empezaba a tomar color. -¿Se encuentra bien? –torpemente pregunto Hedener, buscando que ella abriera más aquellos orbes y pudiera visualizarle.
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Mensaje por Edgar Dagson Lun Oct 10, 2011 8:40 am

Una fragancia cálida y embriagadora caló lentamente por mis pulmones, abriéndolos y devolviendo a mi cuerpo, poco a poco, la vida y el sentido consciente. Pestañeé confundida y sintiéndome aun débil y frágil como la muñeca de porcelana que creía ser. Miré a mi alrededor y sólo vi oscuridad y niebla. Una densa niebla que me hizo estremecer. ¿O era quizás por la humedad de mis ropas? Me percaté entonces de que no caminaba sobre mis pequeños pies calzados con las zori, sino que alguien me estaba llevando en volandas hacia un lugar desconocido. Alcé la vista, temerosa de aquello que mis ojos pudieran ver, tropezándome con unos ojos oscuros y penetrantes que me miraban con cierto deje preocupado. Y sus labios se despegaron para dejar que sus cuerdas vibrasen en una melodía aterciopelada, varonil pero no por ello tosca, ni mucho menos. Su suavidad fue como un bálsamo para mis oídos, tan acostumbrados al silencio y a las órdenes. Pero yo no podía permitirme el mirarle a los ojos. Aquél muchacho pensaría que era una osada y maleducada. Agaché la vista al momento, jugueteando con los dedos de mis manos mientras intentaba acompasar mi acelerada respiración, sin demasiado éxito.

- Estoy bien, gracias.- susurré, quizás demasiado bajo como para que él lo escuchara.- Sólo me siento algo mareada y cansada.

En realidad, nada ni nadie me empujaba a pensar que él era el héroe de aquella noche. Ninguna prueba apuntaba a su inocencia. Bien podría ser el mismo hombre que momentos antes me había atacado y… Inconscientemente, llevé mi mano a la herida que me ardía en la garganta, sintiendo dos pequeñas y profundas incisiones que me hicieron gemir. No tanto por el dolor, sino por la idea de que dejaran huella en mi piel. Aquello sería una deshonra, para mí. ¿Una geisha con cicatrices? Era algo que me alejaría de cualquier hombre con pretensiones de casarse conmigo. Y a aquellas alturas, no podía permitirme semejante lujo. ¿Qué pensaría la gente de mí? Y justamente el cuello… la parte más sensual de una nipona había sido dañado y sin saber si podría recuperar aquél erotismo algún día. Una punzada de angustia penetró en mi pecho y tuve que sujetarlo con ambas manos para evitar desmoronarme en los brazos de aquél joven caballero. Y fue en ese insulso gesto, en el que recordé mis manos vacías. ¡La caja! Alcé de nuevo la vista, saltándome el protocolo para urgir con la mirada al muchacho de ojos grandes y azabaches.

- ¡La caja! ¿Dónde…?- reclamé desesperada, tropezándome entre una palabra y otro, atragantándome con el mismo oxígeno que usaba para hablar.

El hombre no se alteró lo más mínimo por mis zarandeos, como si fuese algo indigno por lo que ser preocupado. O como si supiera de qué estuviese hablando. Ladeé la cabeza y recordé aquél aroma herbáceo que me había despertado de aquél letargo. ¿Había usado aquellas medicinas para mí? Estreché los ojos y suspiré. No podía reclamarle nada. Él había sido un completo galán al haberme salvado, usando lo que tenía a mano para ello. Pero… ¿cómo explicarle que tanto daba mi vida si estaba en juego la desobediencia a una orden directa de mis amos? Los Morel me habían pedido unas medicinas y ahora ya no tenía nada que entregarles. Y encima, había gastado todo el dinero que me dieron para conseguirlas. Mi vida, de pronto, se había vuelto una espiral de fracasos y desgracias sin fin, dónde la cima era mucho más negra que todo aquello. Apoyé entonces mi cabeza contra el pecho del muchacho, frunciendo mis labios en un intento infructuoso de controlar aquellas lágrimas traicioneras que de pronto reclamaban la libertad dentro de mis oscuros orbes, conquistando mis mejillas hasta humedecer mi cuello. Por suerte, mi cabello se transformó en una cortina opaca por la que el joven no podría espiar el recorrido de mi tristeza por aquél rostro pálido. Lo único que ahora me quedaba era la integridad física y el saber que él no era mi agresor. ¿Qué otra explicación había, si había usado aquellas caras y escasas medicinas para sanar mis heridas? Tomé una bocanada de aire y disimuladamente, sequé mis lágrimas con las mangas del vestido.

- ¿A dónde me llevas?- le pregunté con un hilo de voz, con la mirada fija en el pavimento y no en su rostro, intentando no volver a flaquear en lo que a mi estricta educación nipona había gastado tantos esfuerzos en enseñarme.

Mi piel, que ya recuperaba la sensibilidad perdida con la gélida tempestad anterior, sintió un estremecimiento cuando una pequeña brisa la recorrió, acurrucándome mejor entre el pecho de aquél hombre sin nombre. Cerré los ojos un momento, intentando recuperarme poco a poco para poder caminar luego por mi cuenta, pues no deseaba cansar a mi héroe. Y bajo esa estampa, la luna luchaba contra las sombras para hacerse un hueco, iluminando levemente aquellas callejuelas mojadas aún por la intensa tormenta.
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Mensaje por Invitado Sáb Oct 15, 2011 6:44 pm

-Apenas le vio despertar con esa bella enmarcada en las facciones de la mujer, se asombró, a su paso había conocido de mujeres bellas, pero la que tenía enfrente emanaba cierto aire melancólico pero demasiado firme, como si aún ángel lo mantuvieron cautivo, no se inmuto ante ello, ese reflejo, ¿Qué era ella?, una víctima más, parecía desconcertada, pero por lo menos el ‘héroe’, había hecho bien su trabajo, pero no curado esas heridas en el cuerpo de la joven, faltaría mucho reposo, demasiadas hierbas, noto los delicados y largo dedos de porcelana dirigirse al cuyo y esos movimientos que denotaron preocupación, no era de su incumbencia, pero ya se había envuelto demasiado en ese asunto.

Hizo un mohín al verle, esa penumbra azabache cubrió su rostro con una pena evidente, la mujer era demasiado sumisa, pero atrayente, ahora entendía porque el vampiro estaba detrás de ella, ladeo el rostro y dio un grande suspiro – Solo te ha encandilado y apenas marcado – comento con un tinte de voz sereno y firme, sus instintos no fallaban, a ese maldito no le hubiera bastado con morderla y nada más, seguro que la hubiera llevado hasta la muerte misma. – Son marcas, no ha bebido de ti… - volvió a tratar de ‘reconfortarla’, pero parecía que de nada servía, el viento soplaba fuerte, lo que hizo que la nieve se disipara de un momento a otro.

La llevo lejos de los callejones con el silencio sepulcral de la noche, son decir mucho, los orbes cobalto de Hedener se clavaron en la joven, cuando escucho esa densa respiración, estaba derramando gotas saladas por las mejillas hermosas que poseía, pero no iba a preguntar, eso era un gesto demasiado personal prefirió hacerse el occiso, antes de continuar, antes de ponerse en marcha, se detuvo para ayudarle a reincorporarse, cualquiera en la calle dirían que era una pareja, que ella estaba cansada y que su amado la sostenía hasta llegar a caza.

-Podemos borrar las marcas – Propuso, pues el de ‘herbolaria’ no sabía mucho pero el entrenar en las mazmorras con aquel brujo le había servido, - No he tomado mucho de la medicina que llevabas, la traigo en la bolsa de la gabardina – confirmo cuando le vio alterada, era algo importante seguro, porque de otro modo esa desesperación no le hubiera invadido de pies a cabeza como en esos momentos. Ni cuenta se había dado que la llevaba en brazos por donde le guiaran sus pasos, solo estaba embelesado con la noche, con la mujer que reflejaba una suave imagen cristalina en sus orbes.

Coqueteaba con su propio instinto, pero no deseaba llegar a algo más con ella, la bajo con mucho cuidado y una vez que toco suelo con esos pequeños pies de bailarina apenas sonrío regalándole ese gesto. –Debería ir a casa y descansar – ladeo el rostro pero aun ella estaba demasiada angustiada, ¿Qué sería?, preguntar seguro que era imprudente, el viento revolvió el cabello de ella y fue cunado busco la debilidad. -¿De verdad está usted bien? – pregunto con un aire ‘preocupado’, más que nada metiche. Casi se había olvidado de la caja y la saco de la bolsa de la gabardina, extendiéndola a las pequeñas manos de la joven.

(Lamento la demora y que haya quedado cortísimo)
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Mensaje por Edgar Dagson Dom Oct 16, 2011 7:27 am

El muchacho metió la mano en su gabardina y extrajo la caja que me devolvió la sonrisa, aliviándome al momento. La abrí y miré su contenido, asegurándome que serías suficientes dosis para el mayordomo. Alcé la vista hacia él, agradeciéndole su ayuda con una sola mirada centelleante de mis ojos.

- Estoy bien, gracias.- le aseguré, ya de pie frente a él.- ¿Cómo puedo agradecérselo?- murmuré en voz alta, agachando la mirada y llevando mis dedos hacia el mentón como énfasis a mi estado pensativo.

Ladeé la cabeza para situarme, aunque sin demasiado éxito. ¿Dónde estaba? ¿Lejos de la casa Morel? No podía pedirle a ese caballero que me ubicara y me acompañara hasta la mansión, menos aun cuando de nuevo la lluvia se cernió sobre nuestros estáticos cuerpos.

Junto a una tienda de juguetes, hallé un cartel que rezaba: Posada de Mileto. Esbocé una mueca en mis labios, pero sabía que no podía elegir. Era negra noche, llovía, mi paraguas había desaparecido, me encontraba exhausta y algo mareada, sin saber dónde estaba. Suspiré y le señalé al muchacho aquella edificación casi ruinosa de piedra y madera, cuyos ventanales restaban opacos a causa del polvo acumulado.

- Pasaré la noche aquí, así que no se preocupe por mí.- comenté fingiendo entusiasmo por aquella idea.

Incliné mi cuerpo hacia él a modo de reverencia, agradeciendo de nuevo su ayuda y, con la mirada gacha, caminé de puntillas hacia aquella puerta de madera casi deshecha, con la llovizna como telón de fondo y los truenos como acompañamiento a aquella melodía estremecedora. Llevé los nudillos hacia la puerta y los agité nerviosamente durante unos momentos, sin mirar atrás por si el muchacho ya se hubiera ido, pues suponía que al girar la vista ya no vería a nadie y aquella idea, me daba algo de miedo.

Finalmente, la puerta se abrió y de ella salió una anciana jorobada, desaliñada y de muy mal aspecto. Retrocedí un paso para realizar otra reverencia, este vez como saludo. Ella, sin decir nada, me hizo un gesto para que entrara, guiándome el camino con la sola luz de una vela a punto de consumirse que una brisa apagó entonces, pues no había cerrado la puerta de la calle y la tormenta empezaba a enfurecerse. A tientas, busqué a la señora para asegurarme de que no se hubiera desvanecido, momento en el que otra chispa alumbró tenuemente aquél habitáculo, haciéndome girar en redondo al observar al muchacho de antes. Pestañeé y contuve un momento el aliento. ¿A caso no creía que fuera a pedir una habitación? ¿O es que también optaba por pasar allí la noche? La mujer reclamó mi atención y yo tuve que buscar sus ojos en aquella penumbra. No tenía dinero encima, pero poseía aquella horquilla tan especial que mi mentora Sayuri me había regalado al marcharme de Kioto. Era una pieza exquisita, cara y hermosa que, si bien no deseaba usarla para sustentar sus cabellos de marfil, podría venderla por una bolsa de monedas de oro. Extraje de mis cabellos aquella horquilla y se la mostré con una sonrisa, aunque con el corazón en un puño, pues me dolía la idea de deshacerme de aquella pieza tan especial. Sus incrustaciones de rubíes destellaban pese a la escasa luz cuando sus manos trémulas la sostenían, escrutándola de cerca. Finalmente y tras varios minutos en silencio, la mujer asintió una sola vez.

Sin decir nada más, ella se dio la vuelta y empezó a subir unas ruidosas escaleras de caracol hechas de madera. La luz que alumbraba el hombre me seguía, por lo que imaginé que mi segunda teoría cobraba más sentido, aunque no estaba segura de ello. Entonces, tropecé con el pequeño cuerpo de la anciana, detenida frente a una puerta medio cerrada y a oscuras. Me la señaló con el dedo índice y antes de que pudiese agradecerle su hospitalidad o preguntarle dónde se hallaban las velas, ella desapareció por aquél largo y oscuro pasillo sin final aparente. Tragué saliva ruidosamente y giré mi rostro hacia él, con la confusión escrita en mi rostro. ¿Y ahora qué?



(No te preocupes, mi post es más corto aún… xD)
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