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PARÍS, FRANCIA
AÑO 1842

Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.

Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.

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Mensaje por Kaleb S. Heatherton Miér Oct 12, 2011 12:55 pm

A través de la ventana del hostal, Kaleb observaba el cielo oscurecerse con una espectación que no era propia de él, pero que en cierto modo comprendía. En esa semana, apenas había abandonado la habitación, empleando todo su tiempo en asearse, comer y sobre todo descansar como era debido. Eran contadas las ocasiones en las que podía contar con tiempo propio o un lugar donde realizar dicha rutina, así que una vez tenía bañera, cama y alimentos... no podía desaprovecharlo. ¿El inconveniente? Ese lado salvaje suyo clamaba por tomar un poco de aire exterior en sus pulmones, y disfrutar estirando las patas. Esa misma mañana, había decidido que saldría del hostal en forma de gato para encontrar aventuras, cazar un poco y disfrutar de la suave brisa nocturna que caracterizaba a París en esa época. En cuanto la luna apareció en el firmamento, se acercó al armario y cogió prendas de repuesto, una camisa, un par de pantalones negros y unos zapatos cualquiera... tampoco tenía muchas pertenencias. Con todo metido en un pequeño saco de cuero, abandonó la habitación, cerrándola con llave y dejando esta metida en uno de los zapatos que había cogido. Bajó las escaleras, ante la mirada atenta del posadero y de los demás huéspedes. Era poco habitual que un muchacho con su rostro y su porte se viese obligado a dormir en ese cuchitril... pero ellos no sabían nasa de su historia pasada ni de la situación que había tenido con su familia. Y lo prefería así.

Abandonó el local, agradeciendo el haberse librado del aroma a moho, cerveza barata y suciedad, y recibió con placer el regusto de la noche en el oxígeno que tomó en la calle. Estiró los brazos a ambos lados de su cuerpo, sin soltar en ningún momento el saco de cuero, y cerró los ojos para sentirse libre, perdido en esa inmensidad a la que los demás llamaban mundo. Cualquiera que lo hubiese visto, habría pensado que sólo era un pobre niño demente de la calle, y lo peor de todo era que a él no le importaba. Tras unos segundos más de relativa relajación, caminó hacia uno de los callejones laterales, y dejó escondido tras un ladrillo hueco de la fachada su pequeño equipaje. Después de convertirse siempre volvía desnudo a su forma humana, así que sencillamente quería tener algo de ropa cuando perdiese la propia, y así no tener que caminar desnudo por la calle. Una vez colocado el saco de tal forma que no se viese a simple vista, empezó con su transformación, adquiriendo la forma de un peludo gato blanquecino, con grandes ojos azules y un tamaño más bien mediano. Una vez completada la conversión, saltó a la calzada y echó a correr a través del adoquinado, disfrutando de la carrera y de esa sensación de pura libertad y gozo animal.

No se fijaba por dónde iba, simplemente movía sus patas rápidamente, sin parar... hasta que se chocó con algo, una silueta oscura, que caminaba a cuatro patas y cuyo hocico era cuatro veces el propio. Por el aroma supo que se trataba de un perro... y por el tamaño, también fue consciente de que le convenía correr si no deseaba ser devorado. Un ladrido del enorme animal, le confirmó sus sospechas... rodeado de gente como estaba, no podía arriesgarse a convertirse en tigre para defenderse, o en lince para correr más deprisa. Ni siquiera como humano podría esquivar a esa bestia así que sólo le quedaba la opción de huir en su forma felina. Se echó a correr nuevamente, todo lo rápido que le permitían sus cortas patas. Escuchaba tras de sí la respiración entrecortada del perro que parecía seguirlo por detrás, sus fuertes patas y músculos contrayéndose a causa de la carrera y el esfuerzo que ambos realizaban. En más de una ocasión, creyó tener esa enorme boca llena de dientes a apenas unos milímetros de su pequeño cuerpo... pero por suerte, o era fruto de su imaginación o lograba esquivarle en el último momento.

Finalmente su salvación se vio representada en la forma de una pequeña puerta trasera con una luz roja sobre ella... ni siquiera se paró a averiguar el significado de dicha señal, atravesó la puerta abierta a toda velocidad, y se subió a uno de los armarios de la pequeña sala en la que se encontró, mirando al perro desde arriba, que también se había colado por el edificio, ladrando como loco.
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Mensaje por Jean-Luc Tessier Jue Oct 13, 2011 10:01 am

La noche estaba resultando de lo más placentera para el joven muchacho que, en ese instante, se levantaba de la cama. Podría decirse "Una noche como otra cualquiera" pero lo cierto es que para él nunca había noches iguales. El simple echo de ser quien era ya hacía diferente cada momento y cada amante que pasaba por su cama. Adam despejó el lugar después de que el hombre que acababa de hacerle una visita de "cortesía" se marchara por la puerta. Le dolía ligeramente la espalda. Todavía tenía que acostumbrarse a los hombres aunque ya había tenido unos cuantos encuentros sexuales con éstos. Desde que había llegado a París, claro. En Inglaterra nada más había sentido curiosidad pero nunca se había aventurado a dar ese paso que cruzaba las barreras de la sociedad. Pasar de observar desde la lejanía a coquetear. Una vez allí, en el burdel, todo había sido mucho más fácil. Incluso más de lo que nunca se hubiese llegado a imaginar. Allí la gente -la mayoría.- no tenía pudor por decir las cosas como eran. Si te deseaban te comían con los ojos y con la boca. Si querían sexo se plantaban delante tuyo y te lo decían. Tuya era la decisión de aceptar o no. Algunos se tomaban mejor que otros las negativas, claro está. Pero, en general, resultaba un mutuo intercambio de beneficios. Dinero por placer. Esa noche había sido uno de ellos. Se acercó, completamente desnudo, hasta el dinero que había quedado en la mesilla y lo contó. No porque le interesara para él mismo sino para la madame. Habían acordado desde un principio que el setenta por ciento de sus ganancias serían para ella y él se quedaría con el treinta. Y por disposición de él. No había aceptado más de una pequeña parte para sus cosas pues, al fin y al cabo, si quería algo siempre podía echar mano al dinero de su familia. Con ese treinta por ciento únicamente se aseguraba una pequeña libertad para algunos caprichos que el "superior" -como así le llamaba a veces a su progenitor.- no podía saber. Para los que, obviamente, no tendría justificación.

El ruido de un ladrido le llamó la atención mientras guardaba el dinero en el segundo cajón del mueble, dónde tenía todo lo demás. Ya era viernes y el domingo le tocaría dar partícipe de sus ganancias por lo que había una cantidad considerable de dinero allí. A simple vista parece un lugar poco seguro para el dinero, lo sé, pero la madame se había gastado lo suficiente en el personal corpulento de seguridad. Y bien sabía él que eran buenos; en todos los sentidos. Quitó las sábanas manchadas depositándolas en el suelo y se fue a dar una rápida ducha que quitara los fluidos del cliente. Si algo le gustaba a Adam era estar limpio como una patena, odiaba quedarse con los restos del sexo después de un rato. Por lo menos, de la gente que no conocía de nada. Con los más allegados ya era algo diferente porque si le tenía aprecio a la persona también tenía "aprecio" a lo que saliera de ella. Fuese hombre o mujer. Lo tenía bien claro, asco lo que se dice asco no había nada que le diese durante el sexo. Era demasiado pervertido como para que su mente o su cuerpo encontraran algo desagradable durante esa práctica que él, sinceramente, veneraba ¿Quién la debió inventar como tal? ¿Ya venía "prefabricada"? Desde luego era una curiosa manera de pensar, considerando que no creía en ningún Dios ni nada que se le asemejara. Más bien, no tenía ganas de pensar en ello.

El agua le limpió hasta el último rincón ayudado del oloroso jabón que allí le proporcionaban. Jabón que le hacía oler a una completa y total mujer puesto que era con esencia de rosas pero, tampoco se quejaba, porque lo cierto es que le gustaban ese tipo de olores. No consideraba que por oler de esa manera dejara de ser más masculino y, quien se atreviera a dudar de ello, ya tendría su propia sesión de masculinidad impartida por él. Los ladridos del perro volvieron a llegar hasta sus oídos - ¿Que demonios?.. - se preguntó mientras salía del baño con una toalla en el cuello. Casi abrió la puerta sin recordar que estaba completamente desnudo. En una acción bastante sabia -por la experiencia que había tenido en otras ocasiones.- se colocó la toalla alrededor de la cintura, tapando sus partes menores, y ahora si salió en busca de lo que era el generador de tal ruido. En cuanto bajó a la sala privada de acceso único para los residentes o trabajadores de allí, como era su caso, se encontró una estampa bastante peculiar. Dos animales "peleando" o, mejor dicho, uno intentando cazar al otro. Un gran perro arañaba el armario arriba del cual estaba subido un gato, la diferencia de tamaños era bastante considerable. - ¡Bruno! - gritó al mismo tiempo que captaba la atención del perro. En el burdel no tenían ninguna mascota pero ese perro junto a algunos otros formaban un "grupo" que merodeaba por el barrio y no era la primera vez que se colaba por la puerta de atrás; habitualmente entreabierta para aquellos que conocieran el sitio. Se puso en cuclillas a su lado y le acarició la cabeza, el perro parecía decirle con los ojos "¿No puedo comermelo? Vamos, bájalo para mi. Tengo hambre." Soltó una pequeña carcajada, eso de interpretar sus pensamientos le resultaba bastante gracioso. - No, no puedes - contestó y salió de allí. Volvió unos minutos más tarde con algo en la mano que hizo brillar los ojos del canino - ¿Qué? ¿A qué esto te gusta más? - sonrió malicioso lanzando el hueso de pollo al jardín. Obviamente el animal salió tras el como un lince, el pobre estaría muerto de hambre. Aunque ni tan pobre porque según le habían dicho a Adam llevaba en el barrio desde pequeño y había conseguido sobreponerse a algunos otros perros más antiguos. Tenía mucho carácter.

Ahora tenía que encargarse de otra "persona". Se acercó hasta el mueble y alzó la vista hacia el minino. Silbó para captar su atención - Ya se ha ido, vamos, baja. Estás sucio - veía el pelaje bastante alborotado y, teniendo en cuenta que los días anteriores había llovido, probablemente en la huida se había puesto perdido por los charcos. Abrió ligeramente los brazos, intentando darle confianza. Nunca sabía cómo podría reaccionar un gato callejero.
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Mensaje por Kaleb S. Heatherton Jue Oct 13, 2011 2:23 pm

Notaba bajo sus patas cómo el armario se tambaleaba de forma violenta bajo las fuertes acometidas del animal, que lo miraba con los ojos brillantes y la lengua fuera, ansioso por llevarse ese manjar felino a las mandibulas. Kaleb no estaba precisamente por la labor de dejarse atrapar entre esas fauces, así que con cada golpe del perro, se echaba un poco más hacia atrás, hasta que terminó pegado a la fría pared que quedaba a su espalda, rozándose el sucio pelo. Sentía las patas llenas de barro y agua, el pelaje empapado... y ni siquiera era capaz de imaginarse el deplorable aspecto que debía tener en esos momentos. Dada su experiencia, decidió no maullar. No en todas las casas se recibían con los brazos abiertos a los gatos, y menos a un que parecía haber salido de las peores condiciones callejeras. De repente escuchó una puerta, y a su mente vinieron mil ideas, agolpándose en su cerebro, en masa. La persona que se acercase podía ser su salvación y su perdición. Si el perro era del susodicho o este odiaba a los felino, entonces lo lanzaría contra el enorme animal sin dudarlo... y el cambiaformas tendría una muerte horrible y cruel. Por el otro lado, si era una persona amigable y apreciaba un poco a los animales, lo salvaría de semejante monstruo.

Entonces, él apareció. Era un joven de tez morena, cabello oscuro y cuerpo semidesnudo, cubierto únicamente por una toalla. No era muy grande, y mucho menos fuerte... pero su voz sonó autoritaria cuando ordenó al perro que cejase en su empeño por apresarlo. De haber estado en su forma humana, Kaleb habría lanzado un suspiro de alivio, pero al ser un gato... se limitó a relajarse sobre la madera pesada del mueble sobre el que seguía situado. No decidió bajar de forma inmediata, sino que esperó a que la presencia del perro se disolviese. Vio con una especie de mueca burlona en su rostro felino, como el otro animal perseguía el hueso que el humano le lanzaba... y pensó: "Maldito descerebrado". Entonces empezó a asomarse al bordel del armario... clavando sus ojos nuevamente en los del muchacho.

Sus pupilas rasgadas inspeccionaban los orbes ajenos en busca de alguna mala intención, un doble sentido en esa invitación que, si no le mentía, implicaba aseo y protección. Kaleb, por pura fuerza de instinto, se negaba a creer en la bondad de las personas desde un principio, así evitaba llevarse más tarde desilusiones y desengaños desagradables. Por ello estaba dudando. El rostro del chico parecía apacible, sincero... pero había aprendido que tras una cara bonita podía encontrarse la peor de las bestias de pesadilla, y por ello se contuvo de confiar en ese gesto afable, y esos ojos brillantes. Dio unos cuantos pasos atrás con sus cortas patas, pero luego se lo pensó mejor. Tenía dos opciones... o que ese chico subiese a buscarlo a la fuerza y asearse por las malas, o aceptar que necesitaba un buen acicalamiento, y que la mejor de las opciones era dejarse llevar por un muchacho al que no conocía, y al que no debería juzgar pues acababa de salvarle el pellejo. Así que rectificó, y gateó de nuevo hacia adelante hasta lanzarse en los brazos ajenos. Nunca le había gustado el contacto directo con otra persona, y esa ocasión no iba a ser la excepción a la norma... mucho menos si ese joven iba casi desvestido... Pero también debía reconocer que era agradable para un gato mojado como él, sentir la calidez de la piel humana.

Lanzó un maullido lastimero, asqueado por su propio aspecto y por la sensación de haberse metido bajo un montón de basura, y miró directamente a los ojos del chico con los suyos azules y gatunos. Intentaba comprender por qué algunas personas efectuaban actos altruistas como ese, por qué salvaba a un gato sabiendo que no obtendría a cambio ningún beneficio de ello... pero era algo que superaba a su capacidad de asimilación del comportamiento humano, y decidió dejar de darle vueltas en su mente antes de agenciarse uno de los peores dolores de cabeza de toda su vida. Se quedó en los brazos ajenos, simplemente esperando a ver cuál sería la reacción de ese humano a continuación.
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