AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
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Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
París, hermosa y grande, de calles laberínticas y hermosos secretos para descubrir en cada una de ellas. París, incluso el nombre sonaba de forma musical en la lengua de Éabann mientras caminaba con suavidad y sin prisa por sus calles. Llevaba apenas unos días en los alrededores de la gran urbe, tenía mucho que descubrir, mucho que aprender, pero en cierta manera se había enamorado del lugar que pisaban sus pies. Había algo en la ciudad que Londres no tenía, una cierta sensualidad parcialmente encubierta que hacía que Éabann sintiera curiosidad, una enorme curiosidad, por lo que había en la ciudad.
Llevaba el largo cabello oscuro recogido y cubierto, un vestido de tarde de color verde combinaba con los ojos curiosos que miraban a su alrededor. Una vez más se había disfrazado, había tomado la ropa que solía usar cuando estaba en Londres y que tan incómoda le parecía. Esa ropa que se aferraba a su cuerpo y que en parte le impedía moverse con la agilidad habitual, gracias a los Dioses había olvidado —a propósito— el cruel corsé que jamás entendería por qué las hombres usaban. No entendía por qué necesitaban sentir esa prenda presionando las costillas.
Era por la tarde, quizá fueran las cinco de la tarde aunque no llevaba reloj. Esa tarde estaba simplemente disfrutando después de una mañana en la que había conseguido sacar algo de dinero leyendo la mano en las calles. No quería abusar de la buena suerte que había tenido en Londres cuando había encontrado un buen trabajo y había mantenido una forma de vida propio de la clase media gracias a su “marido”. Respiró hondo por un momento. En ocasiones le echaba de menos, pensaba qué estaría haciendo, cómo estaría sobreviviendo. La separación no había sido traumática, pero era cierto que sí había sido extraña. Respiró hondo por un momento, podía oler más adelante un aroma característico que le encantaba: el del chocolate, ese olor que le hacía casi saborearlo, tan negro como la noche y tan dulce como el pecado.
Sonrió con suavidad, era un capricho, sabía que tenía que controlarse y que no podía desperdiciar el dinero en algo tan mundano como una taza de chocolate pero… bueno, era uno de sus pequeños vicios. Sus pasos la llevaron hasta la pequeña cafetería, observando el interior. Era extraño, pero hermoso en cierta manera. Una forma de vida que comenzaba a salir a las calles como si las casas estuvieran ahogando a los hombres y a las mujeres. Era raro que una mujer estuviera sola, sin una carabina o sin un hombre que la acompañara por lo que varias miradas se habían girado hacia ella. Se detuvo ante la mirada del dueño, aun a través de la cristalera pudo notar con claridad que no la serviría estando ella sola.
Y eso que no llevaba sus ropas acostumbradas que la señalaban como una gitana.
—Ni que fuera a atracarles. —comentó para sí, mientras se giraba de golpe sin mirar si había alguien detrás de ella o no.
Llevaba el largo cabello oscuro recogido y cubierto, un vestido de tarde de color verde combinaba con los ojos curiosos que miraban a su alrededor. Una vez más se había disfrazado, había tomado la ropa que solía usar cuando estaba en Londres y que tan incómoda le parecía. Esa ropa que se aferraba a su cuerpo y que en parte le impedía moverse con la agilidad habitual, gracias a los Dioses había olvidado —a propósito— el cruel corsé que jamás entendería por qué las hombres usaban. No entendía por qué necesitaban sentir esa prenda presionando las costillas.
Era por la tarde, quizá fueran las cinco de la tarde aunque no llevaba reloj. Esa tarde estaba simplemente disfrutando después de una mañana en la que había conseguido sacar algo de dinero leyendo la mano en las calles. No quería abusar de la buena suerte que había tenido en Londres cuando había encontrado un buen trabajo y había mantenido una forma de vida propio de la clase media gracias a su “marido”. Respiró hondo por un momento. En ocasiones le echaba de menos, pensaba qué estaría haciendo, cómo estaría sobreviviendo. La separación no había sido traumática, pero era cierto que sí había sido extraña. Respiró hondo por un momento, podía oler más adelante un aroma característico que le encantaba: el del chocolate, ese olor que le hacía casi saborearlo, tan negro como la noche y tan dulce como el pecado.
Sonrió con suavidad, era un capricho, sabía que tenía que controlarse y que no podía desperdiciar el dinero en algo tan mundano como una taza de chocolate pero… bueno, era uno de sus pequeños vicios. Sus pasos la llevaron hasta la pequeña cafetería, observando el interior. Era extraño, pero hermoso en cierta manera. Una forma de vida que comenzaba a salir a las calles como si las casas estuvieran ahogando a los hombres y a las mujeres. Era raro que una mujer estuviera sola, sin una carabina o sin un hombre que la acompañara por lo que varias miradas se habían girado hacia ella. Se detuvo ante la mirada del dueño, aun a través de la cristalera pudo notar con claridad que no la serviría estando ella sola.
Y eso que no llevaba sus ropas acostumbradas que la señalaban como una gitana.
—Ni que fuera a atracarles. —comentó para sí, mientras se giraba de golpe sin mirar si había alguien detrás de ella o no.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
-- ¡Adam! ¿Eres tú? si, claro que eres tú -- de repente un estridente sonido llegó hasta sus oidos, alterandole levemente. Era una voz poco aguda y bastante chillona que le resultaba levemente familiar, obviamente, no se olvidaría de una voz así fácilmente. Más cuando le causaba esa especie de pitido en el cerebro ¿curioso, no? que una voz humana pudiese hacer tal efecto en otro ser humano. Se volteó y allí estaba, una despampanante mujer que destacaba igual por su timbre de voz que por su físico.
Era una de sus clientas en el burdel, solía visitarlo frecuentemente, dos veces por semana aproximadamente. De mediana cuna pero con -extrañamente- altas ganancias. Desgraciadamente para ella, en lugar de aprovechar sus beneficios para posicionarse en un nivel más alto la mayoría lo gastaba en Adam o algún otro de sus compañeros.
Era viciosa, casí tanto como se le podía considerar a él. Tenía buen físico o, mejor dicho, sabía escoger la ropa adecuada que le hacía lucirlo. Más era bastante -muy- pesada de sobrellevar. - ¿Quién es este muchacho, cielo? - preguntó una voz aguda, totalmente contraria a la de ella, masculina. La voz de su marido. - Es el hijo de Jonh DuPont ¿no te acuerdas? nos lo hemos encontrado en algunas fiestas - ahora mismo no conversaban como cortesano y clienta si no como gente que se movía en una esfera parecida, sin bien ellos tenía algo menos de nivel, podían costearse alguna que otra fiesta importante.
Ella mantenía su anonimato, él le guardaba el secreto de sus frecuentes pasadas por el burdel. Un acuerdo que si se resquebrajara podría traer muy malas consecuencias para ambos.
No le gustaba ese ambiente, sin embargo, debía parecer cordial - Encantado de verlos, espero el negocio les vaya bien - comentó con una sonrisa y haciendo una leve reverencia a modo de saludo cortés. Como siempre en casos así sabía aparentar a la perfección, no le agradaba, pero era algo a lo que estaba habitualmente acostumbrado.
Mientras el marido se explayaba en explicar las batallas del negocio -nada más lejos de lo que le interesaba a Adam- éste miraba disimuladamente a su alrededor, buscando. Buscaba algo a lo que aferrarse para salir de aquel tan poco agraciado encuentro. Por otra parte, sentía la mirada de la madame recorrer su cuerpo, por dios, ¿es que no se daba cuenta? el hombre estaba tan absorto en lo que hablaba que no le prestaba ningún tipo de atención. Con razón ella acudía al burdel, ya se imaginaba que tipo de relaciones tendrían en la cama. En el fondo, le daba lástima.
Algo llamo su atención, de repente, haciendo que volteara su rostro y fijara su vista en una persona en concreto. Desapareciendo todo el disimulo que pudiera tener. - ¿Me estás escuchando? - preguntó el señor, haciendole salir de su pequeña transición a Adam - Oh si, perdone ¿me disculparían? acabo de ver a una vieja conocida y me gustaría saludarla. Espero verles pronto, seguro nos encontramos en la fiesta de verano. - y con una elegante reverencia se despidió sin dar pie a que le entretuvieran más.
Allí estaba, el objeto de su embobamiento temporal. Una mujer parada frente a una cafeteria, solo podía verle las espaldas pero sin duda era inconfundible, para él lo era. Se acercó con sigilo y aprovechó que se daba la vuelta para tomarla por sorpresa - ¡Éabann! - gritó, pasando sus manos por la cintura de ella y alzandola en un abrazo amistoso que la pegó a su cuerpo.
Una buena amiga que dejó atrás hacia unos años, no le había echo falta siquiera verle el rostro para reconocerla pues aun tras tanto tiempo continuaba recordandola.
Era una de sus clientas en el burdel, solía visitarlo frecuentemente, dos veces por semana aproximadamente. De mediana cuna pero con -extrañamente- altas ganancias. Desgraciadamente para ella, en lugar de aprovechar sus beneficios para posicionarse en un nivel más alto la mayoría lo gastaba en Adam o algún otro de sus compañeros.
Era viciosa, casí tanto como se le podía considerar a él. Tenía buen físico o, mejor dicho, sabía escoger la ropa adecuada que le hacía lucirlo. Más era bastante -muy- pesada de sobrellevar. - ¿Quién es este muchacho, cielo? - preguntó una voz aguda, totalmente contraria a la de ella, masculina. La voz de su marido. - Es el hijo de Jonh DuPont ¿no te acuerdas? nos lo hemos encontrado en algunas fiestas - ahora mismo no conversaban como cortesano y clienta si no como gente que se movía en una esfera parecida, sin bien ellos tenía algo menos de nivel, podían costearse alguna que otra fiesta importante.
Ella mantenía su anonimato, él le guardaba el secreto de sus frecuentes pasadas por el burdel. Un acuerdo que si se resquebrajara podría traer muy malas consecuencias para ambos.
No le gustaba ese ambiente, sin embargo, debía parecer cordial - Encantado de verlos, espero el negocio les vaya bien - comentó con una sonrisa y haciendo una leve reverencia a modo de saludo cortés. Como siempre en casos así sabía aparentar a la perfección, no le agradaba, pero era algo a lo que estaba habitualmente acostumbrado.
Mientras el marido se explayaba en explicar las batallas del negocio -nada más lejos de lo que le interesaba a Adam- éste miraba disimuladamente a su alrededor, buscando. Buscaba algo a lo que aferrarse para salir de aquel tan poco agraciado encuentro. Por otra parte, sentía la mirada de la madame recorrer su cuerpo, por dios, ¿es que no se daba cuenta? el hombre estaba tan absorto en lo que hablaba que no le prestaba ningún tipo de atención. Con razón ella acudía al burdel, ya se imaginaba que tipo de relaciones tendrían en la cama. En el fondo, le daba lástima.
Algo llamo su atención, de repente, haciendo que volteara su rostro y fijara su vista en una persona en concreto. Desapareciendo todo el disimulo que pudiera tener. - ¿Me estás escuchando? - preguntó el señor, haciendole salir de su pequeña transición a Adam - Oh si, perdone ¿me disculparían? acabo de ver a una vieja conocida y me gustaría saludarla. Espero verles pronto, seguro nos encontramos en la fiesta de verano. - y con una elegante reverencia se despidió sin dar pie a que le entretuvieran más.
Allí estaba, el objeto de su embobamiento temporal. Una mujer parada frente a una cafeteria, solo podía verle las espaldas pero sin duda era inconfundible, para él lo era. Se acercó con sigilo y aprovechó que se daba la vuelta para tomarla por sorpresa - ¡Éabann! - gritó, pasando sus manos por la cintura de ella y alzandola en un abrazo amistoso que la pegó a su cuerpo.
Una buena amiga que dejó atrás hacia unos años, no le había echo falta siquiera verle el rostro para reconocerla pues aun tras tanto tiempo continuaba recordandola.
Jean-Luc Tessier- Prostituta Clase Baja
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Dulce aroma que se deslizaba por su olfato provocando que tuviera hambre, dulce aroma que había logrado que se perdiera en sus pensamientos y que con una torpeza nada habitual en ella no ser fijara por donde iba. Dulce aroma que provocó que de repente dos hechos distintos, pero a la vez procedentes de la misma persona, se desencadenaran aún mismo tiempo: una voz conocida diciendo su nombre y un abrazo que la sobresaltó sin que pudiera evitarlo en un primer momento hasta que sus ojos verdes se posaron en el hombre que tenía delante. La sorpresa se reflejó por completo en su rostro y una risa divertida, cantarina, como miles de campanillas o el rumor de un arroyo, se escapó de entre sus labios provocando un sonido diferente y, quizá, extraño en esa calle parisina a esas horas de la tarde.
—¡Por todos los Dioses, Antiguos y Nuevos!. —exclamó sin poder evitarlo, de todas las maravillosas sorpresas que le daba la vida, volver a verlo era una de las mejores. Jamás hubiera imaginado que allí, en París, donde había seguramente más de un millón de personas viviendo sus ojos se clavarían en los de él. —¡Adam!
Sus manos se deslizaron suavemente por sus hombros, unos hombros que habían doblado su tamaño y que le hacían parecer lo que era: un hombre. Ya no era el muchacho que había conocido en el pasado, no, su rostro había perdido parte de la juventud comenzando a endurecerse con los rasgos masculinos, pero tremendamente atractivos. Lo había visto cuando era apenas un muchacho, sabía que iba a ser apuesto y no se había equivocado. Y allí estaban esos ojos, los mismos ojos que había visto tantas veces cuando hablaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo mucho que le había echado de menos, de todo el tiempo que había pensado en lo que estaría haciendo o en lo mucho que le gustaría determinadas cosas. De las veces que en su mente había aparecido el pensamiento de que Adam hubiera disfrutado con esto o con aquello.
—Mírate… —se apartó, acariciando con suavidad sus mejillas, moviéndose para besar entonces estas en un gesto cariñoso que no pensó que podría resultar incómodo para el hombre, ni extraño en mitad de una calle en plena tarde. Era impulsiva con la gente que quería y Adam siempre había tenido un lugar privilegiado en el corazón. —Jamás me hubiera imaginado verte aquí.
Una sonrisa curvó sus labios entonces, sujetándose en sus hombros mientras le miraba alzando el rostro para poder verlo. Quería absorber ese momento, quería recordar cada una de las líneas de su rostro y del gesto de su mirada. Sentía el corazón latiendo con rapidez producto de la sorpresa, mientras que su olor se deslizaba por su nariz y, sin poder evitarlo, sintió que estaba en casa. Un pensamiento estúpido, completamente estúpido. Le sonrió con alegría sin preguntarse en ese momento de las razones que le habían llevado hasta ese lugar, en ese momento. Ajeno a todo el mundo, a la gente que pasaba a su alrededor o que se había quedado mirando el momento del encuentro con curiosidad… y algunas con cierta desaprobación.
—¡Por todos los Dioses, Antiguos y Nuevos!. —exclamó sin poder evitarlo, de todas las maravillosas sorpresas que le daba la vida, volver a verlo era una de las mejores. Jamás hubiera imaginado que allí, en París, donde había seguramente más de un millón de personas viviendo sus ojos se clavarían en los de él. —¡Adam!
Sus manos se deslizaron suavemente por sus hombros, unos hombros que habían doblado su tamaño y que le hacían parecer lo que era: un hombre. Ya no era el muchacho que había conocido en el pasado, no, su rostro había perdido parte de la juventud comenzando a endurecerse con los rasgos masculinos, pero tremendamente atractivos. Lo había visto cuando era apenas un muchacho, sabía que iba a ser apuesto y no se había equivocado. Y allí estaban esos ojos, los mismos ojos que había visto tantas veces cuando hablaban. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo mucho que le había echado de menos, de todo el tiempo que había pensado en lo que estaría haciendo o en lo mucho que le gustaría determinadas cosas. De las veces que en su mente había aparecido el pensamiento de que Adam hubiera disfrutado con esto o con aquello.
—Mírate… —se apartó, acariciando con suavidad sus mejillas, moviéndose para besar entonces estas en un gesto cariñoso que no pensó que podría resultar incómodo para el hombre, ni extraño en mitad de una calle en plena tarde. Era impulsiva con la gente que quería y Adam siempre había tenido un lugar privilegiado en el corazón. —Jamás me hubiera imaginado verte aquí.
Una sonrisa curvó sus labios entonces, sujetándose en sus hombros mientras le miraba alzando el rostro para poder verlo. Quería absorber ese momento, quería recordar cada una de las líneas de su rostro y del gesto de su mirada. Sentía el corazón latiendo con rapidez producto de la sorpresa, mientras que su olor se deslizaba por su nariz y, sin poder evitarlo, sintió que estaba en casa. Un pensamiento estúpido, completamente estúpido. Le sonrió con alegría sin preguntarse en ese momento de las razones que le habían llevado hasta ese lugar, en ese momento. Ajeno a todo el mundo, a la gente que pasaba a su alrededor o que se había quedado mirando el momento del encuentro con curiosidad… y algunas con cierta desaprobación.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
La miró, fijamente, a esos verdes orbes brillantes que tanto recordaba haber visto en el pasado y que pensaba no volver a ver, por lo menos, en mucho más tiempo del que resultó. No había sentido esa sensación hasta volversela a encontrar. No sabía cuanto la había echado de menos hasta que la volvió a tener cerca. Una sensación a la que Adam no estaba acostumbrado. Habitualmente, no solía apenarse demasiado por aquellos que dejaba atrás pues sabía que, en algún momento, cada uno tenía que seguir su camino. En el momento en que ellos se separaron eso fue lo que él penso.
Una excusa para no echarla de menos. Para no recordar con pena los buenos momentos pasados. Para no admitir que era alguien importante para él.
Pero ahora volvía a tenerla con él. Por el momento, no se preocuparía, deseando que no volviera a marcharse de una manera tan brusca como la última. Si por lo menos hubiese sabido que se dirigia hacia París habría albergado alguna posibilidad de verla o, quien sabe, si se hubiese ofrecido a acompañarla, después de todo, allí tenía a su padre. Y por casualidades del destino habían echo que se volvieran a encontrar. Como debe ser, pensó, junto a una sonrisa.
Sintio el perfume de sus cabellos cuando se acercó para besar sus mejillas, recibiendo esos besos con amplio gusto, no eran de los que solía dar por allí. Y no solo porque acostumbrara a darlos en los labios si no porque a aquellos otros que saludaba -fuera del burdel- eran besos que se recibian en la mano. Los estupidos modales de la alta cuna.
Ella era la primera en bastante tiempo, fuera de aquellos mundos barrio bajeros, que lo trataba con tales confianzas. Le hacían sentirse más libre de lo que ya estaba de por sí - ¡Ah! Si me hubieses dicho hacia donde te dirigias no estarias tan sorprendida, jovencita - murmuró cual madre que regañaba a una hija, en un tono ligeramente gracioso, tras lo cual, rió suavemente. - Hablando enserio ¿no sabías que mi padre vive aquí? podria haberte acompañado perfectamente - soltó un pequeño suspiro, recordando la partida de hacia unos años. Ella simplemente le había dicho que se marchaba, sin el motivo ni el lugar y él no tuvo más remedio que aceptarlo, porque la apreciaba.
Su rostro se acercó al de ella y juntó sus labios con los ajenos en un beso que duró unos segundos, enseguida separandose. Se sorprendió. ¿Qué estaba haciendo? Ella no era una de sus otras amigas, a las que besaba en los labios con frecuencia, ya por costumbre. - Disculpa - carraspeó levemente sonrojado y desviando ligeramente la mirada, algo avergonzado - Las malas costumbres nunca se quitan - se excusó, volviendo a mirarla y esperando no haberla incomodado o molestado. No quería que nada arruinara aquel encuentro.
A pesar de todo, había disfrutado al sentir, de nuevo, aquellos suaves labios.
Una excusa para no echarla de menos. Para no recordar con pena los buenos momentos pasados. Para no admitir que era alguien importante para él.
Pero ahora volvía a tenerla con él. Por el momento, no se preocuparía, deseando que no volviera a marcharse de una manera tan brusca como la última. Si por lo menos hubiese sabido que se dirigia hacia París habría albergado alguna posibilidad de verla o, quien sabe, si se hubiese ofrecido a acompañarla, después de todo, allí tenía a su padre. Y por casualidades del destino habían echo que se volvieran a encontrar. Como debe ser, pensó, junto a una sonrisa.
Sintio el perfume de sus cabellos cuando se acercó para besar sus mejillas, recibiendo esos besos con amplio gusto, no eran de los que solía dar por allí. Y no solo porque acostumbrara a darlos en los labios si no porque a aquellos otros que saludaba -fuera del burdel- eran besos que se recibian en la mano. Los estupidos modales de la alta cuna.
Ella era la primera en bastante tiempo, fuera de aquellos mundos barrio bajeros, que lo trataba con tales confianzas. Le hacían sentirse más libre de lo que ya estaba de por sí - ¡Ah! Si me hubieses dicho hacia donde te dirigias no estarias tan sorprendida, jovencita - murmuró cual madre que regañaba a una hija, en un tono ligeramente gracioso, tras lo cual, rió suavemente. - Hablando enserio ¿no sabías que mi padre vive aquí? podria haberte acompañado perfectamente - soltó un pequeño suspiro, recordando la partida de hacia unos años. Ella simplemente le había dicho que se marchaba, sin el motivo ni el lugar y él no tuvo más remedio que aceptarlo, porque la apreciaba.
Su rostro se acercó al de ella y juntó sus labios con los ajenos en un beso que duró unos segundos, enseguida separandose. Se sorprendió. ¿Qué estaba haciendo? Ella no era una de sus otras amigas, a las que besaba en los labios con frecuencia, ya por costumbre. - Disculpa - carraspeó levemente sonrojado y desviando ligeramente la mirada, algo avergonzado - Las malas costumbres nunca se quitan - se excusó, volviendo a mirarla y esperando no haberla incomodado o molestado. No quería que nada arruinara aquel encuentro.
A pesar de todo, había disfrutado al sentir, de nuevo, aquellos suaves labios.
Jean-Luc Tessier- Prostituta Clase Baja
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Sentirse libre de nuevo, saber que había alguien que la conocía, que no la juzgaba, que tenían un pasado en común provocaba que los ojos verdes de Éabann brillaran como dos esmeraldas engarzadas. Su interior era un remolino auténtico de emociones, de sensaciones, de recuerdos y de vivencias. Sus sentidos querían calarse por completo con la presencia de Adam, quería saborear el momento, el lugar, la dicha de un encuentro que jamás hubiera pensado que se volvería a repetir. Era como si las agujas de los relojes que llevaban algunos hombres en el bolsillo hubieran ido hacia atrás, como si de repente volvieran a estar en las calles de Londres y no en una ciudad nueva. Se sentía insultante de alegría, llena de energía y el mal humor que se había comenzado a formar tras la mirada del hombre a través del escaparate del café, se había esfumado como si nunca hubiera existido.
Cualquiera que conociera a la morena se daría cuenta que estaba con una persona cercana y afín. No era fácil verla con esa sonrisa curvando sus labios en un gesto lleno de cariño. No era fácil que se mostrara como la edad que tenía. Demasiadas marcas y muescas de su pasado habían provocado que fuera una persona ligeramente fría con las personas que no conocía o en las que desconfiada. Pero en cambio con Adam todas las barreras se tambaleaban y se abrían para dejarle pasar. Su pasado, al menos esos años pasados en Londres, eran conocidos por el hombre. Sonrió con suavidad ante sus palabras y sus hombros delicados se encogieron por unos instantes ante sus palabras.
—No me había acordado que vivía aquí, además cuando me fui estuve viajando por las islas, hace apenas unos meses que puse un pie en el continente. —contestó con rapidez y sinceridad. Una sinceridad que mostraba únicamente con aquellas personas que la conocían bien. No sentía la necesidad de darle detalles falsos, tampoco los verdaderos. Una media verdad o una media mentira. Sus ojos bebieron de la imagen del chico y respiró hondo por un momento. —Y hace apenas unos días que he llegado a París, pensaba que seguías en Londres, si hubiera sabido que estabas aquí te hubiera buscado.
¿Y qué le hubiera dicho? ¿Qué en realidad no era la mujer de clase media y casada que aparentaba ser? Aunque Adam era listo y estaba segura de que sabía que no era solo esa mujer, que había algo más debajo de las telas y de los disfraces que siempre se ponía. Unos disfraces adecuados, unas máscaras perfectamente artificiales que la cubrían dentro de un decoro que no sentía y que muchas veces la ahogaban. Unos prejuicios estúpidos que nunca había tomado como propios aunque supiera bien cómo desenvolverse en esos círculos… aunque en ese momento no estuviera segura de estar haciéndolo. Se movía por impulsos, impulsos que le llevaban a mantener el contacto con él aunque fuera apoyando la mano en su brazo.
El gesto de él la sorprendió, provocando recuerdos de esos momentos que habían estado juntos en el pasado. No se ruborizó, no era una mujer dada a los rubores innecesarios, pero no pudo evitar que sus ojos verdes le miraran con cierto deje de sorpresa reflejados en ellos. Alzó suavemente la mano enguantada hasta sus labios y sonrió por un momento, un breve instante mientras se mantenía en silencio.
—Caballero, ¿qué clase de confianzas son estas?. —preguntó con seriedad, una seriedad que pronto se vio borrada por la picardía de sus ojos verdes y una breve sonrisa que rompió por completo ese aire ofendido que en realidad no sentía. —Te he echado de menos, Adam.
Lo había hecho, claro que sí. Ya no solo aquellos instantes en los que sus labios se rozaban o sus manos se deslizaban por su piel, sino las conversaciones, los momentos en los que se habían metido en más de un problema juntos, las risas compartidas y, en cierta forma, el ser un equipo. Habían tenido una amistad que a muchos sorprendía: una joven casada y un muchacho en la adolescencia. Habían provocado algún que otro rumor malintencionado… o quizá no tanto. Éabann no pudo evitar apretar con suavidad su brazo hasta bajar la mano enguantada hasta la de él.
Cualquiera que conociera a la morena se daría cuenta que estaba con una persona cercana y afín. No era fácil verla con esa sonrisa curvando sus labios en un gesto lleno de cariño. No era fácil que se mostrara como la edad que tenía. Demasiadas marcas y muescas de su pasado habían provocado que fuera una persona ligeramente fría con las personas que no conocía o en las que desconfiada. Pero en cambio con Adam todas las barreras se tambaleaban y se abrían para dejarle pasar. Su pasado, al menos esos años pasados en Londres, eran conocidos por el hombre. Sonrió con suavidad ante sus palabras y sus hombros delicados se encogieron por unos instantes ante sus palabras.
—No me había acordado que vivía aquí, además cuando me fui estuve viajando por las islas, hace apenas unos meses que puse un pie en el continente. —contestó con rapidez y sinceridad. Una sinceridad que mostraba únicamente con aquellas personas que la conocían bien. No sentía la necesidad de darle detalles falsos, tampoco los verdaderos. Una media verdad o una media mentira. Sus ojos bebieron de la imagen del chico y respiró hondo por un momento. —Y hace apenas unos días que he llegado a París, pensaba que seguías en Londres, si hubiera sabido que estabas aquí te hubiera buscado.
¿Y qué le hubiera dicho? ¿Qué en realidad no era la mujer de clase media y casada que aparentaba ser? Aunque Adam era listo y estaba segura de que sabía que no era solo esa mujer, que había algo más debajo de las telas y de los disfraces que siempre se ponía. Unos disfraces adecuados, unas máscaras perfectamente artificiales que la cubrían dentro de un decoro que no sentía y que muchas veces la ahogaban. Unos prejuicios estúpidos que nunca había tomado como propios aunque supiera bien cómo desenvolverse en esos círculos… aunque en ese momento no estuviera segura de estar haciéndolo. Se movía por impulsos, impulsos que le llevaban a mantener el contacto con él aunque fuera apoyando la mano en su brazo.
El gesto de él la sorprendió, provocando recuerdos de esos momentos que habían estado juntos en el pasado. No se ruborizó, no era una mujer dada a los rubores innecesarios, pero no pudo evitar que sus ojos verdes le miraran con cierto deje de sorpresa reflejados en ellos. Alzó suavemente la mano enguantada hasta sus labios y sonrió por un momento, un breve instante mientras se mantenía en silencio.
—Caballero, ¿qué clase de confianzas son estas?. —preguntó con seriedad, una seriedad que pronto se vio borrada por la picardía de sus ojos verdes y una breve sonrisa que rompió por completo ese aire ofendido que en realidad no sentía. —Te he echado de menos, Adam.
Lo había hecho, claro que sí. Ya no solo aquellos instantes en los que sus labios se rozaban o sus manos se deslizaban por su piel, sino las conversaciones, los momentos en los que se habían metido en más de un problema juntos, las risas compartidas y, en cierta forma, el ser un equipo. Habían tenido una amistad que a muchos sorprendía: una joven casada y un muchacho en la adolescencia. Habían provocado algún que otro rumor malintencionado… o quizá no tanto. Éabann no pudo evitar apretar con suavidad su brazo hasta bajar la mano enguantada hasta la de él.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Sonrió. Sus palabras le trajeron alegría. No solo por el echo de que demostrara que lo que acababa de hacer no le molestaba si no por la sinceridad con la que le dijo que le había echado de menos. A él le pasaba lo mismo. La había extrañado. Aunque no se había dado realmente cuenta de cuanto hasta que la había vuelto a ver.
-- Yo también te he echado de menos, pequeñaja -- de vez en cuando solía molestarla con algún que otro mote que se le viniera a la cabeza, en esta ocasión, le revolvió los pelos a la vez que se lo decía. Ella era mayor, sin embargo, él le ganaba a estatura y dado que ella se conservaba muy bien podía aparentar perfectamente ser menor. Era muy bella, de cabellos negros y largos. Ojos esmeralda y labios rosados. Realmente se quedó muy prendado de ella por aquellos tiempos en que se conocieron y, aunque al principio su interés era puramente físico -las hormonas le ganaban la batalla a las neuronas por aquel entonces- poco a poco fue desarrollando un cariño más allá del sexo que se acabó convirtiendo en una larga y duradera amistad. Hasta el día de su separación. Para Adam fue muy duro sin embargo el orgullo no le dejó mostrar del todo sus sentimientos en la partida, intentaba hacerse el fuerte. Ahora, pasados un par de años, ya había crecido tanto mental como físicamente, era más maduro.
Aún así, todavía tenia ciertos impulsos incontrolables cuando la veía, como por ejemplo el que acababa de experimentar hacia unos segundos. Pero ya bien decia el refran que la confianza podía dar asco y en su caso era aplicable, él se tomaba muchas confianzas, para que negarlo.
No apartó sus ojos de ella en ningún momento más notó como la gente empezaba a quedarseles mirando más descaradamente. Le dieron ganas de gritar "qué se supone que miran?" desde el fondo del corazón y con mala cara, sin embargo, sabía que eso solo haría que cuchichearan más sobre ellos y le afectaría tanto a ella como a él.
Con tranquilidad y algo de provocación -para aquellos que miraban- acercó su rostro hasta el oido de ella, juntando así también un tanto más sus cuerpos. Era un provocador nato, lo llevaba posiblemente en la sangre de alguno de sus padres que, aunque lo negara, de joven habría sido igual que él. - Será mejor que nos vayamos de aquí, creo que hay mirones - soltó una carcajada y a la misma vez la mano que descansaba sobre su cintura subió hasta alcanzar una de las de la muchacha, estrechandola contra la suya.
No le dió tiempo a confirmar o rechazar su proposición pues enseguida empezó a arrastrarla fuera de allí, caminando así como cualquier pareja por las calles París. Al principio él iba marcando la marcha, un tanto ágil y tirando de ella pero en cuanto se alejaron de la multitud ya se puso a su nivel, soltando un pequeño suspiro de alivio. Ya se sentía bastante observado cuando iba a las fiestas de la corte y, sinceramente, no le gustaba que chismorrearan sobre él. En el fondo tenía miedo de que su "parte oscura" saliera algún momento a la luz. Que alguien le hubiese descubierto. Cada día era una nueva aventura para Adam.
Ahora ya más tranquilos soltó su mano y se estiró hacia arriba, bostezando a la misma vez que se escuchaba el crujir de algunos de sus huesos, para liberarse. - Como odio a esa panda de cotillas. Ya tengo suficiente en esos ridiculos bailes de la corte - comentó en voz alta para que su compañera pudiese escucharla, refunfuñando.
Entonces fue cuando se le vino algo a la mente. - Oye Éabann ¿dónde está tu marido? - preguntó, sorprendido de no verlo con ella. Bueno, debía decir que tampoco le caia demasiado bien, lo encontraba muy mayor pero si eran marido y mujer como buen amigo que era él, debía respetar eso.
-- Yo también te he echado de menos, pequeñaja -- de vez en cuando solía molestarla con algún que otro mote que se le viniera a la cabeza, en esta ocasión, le revolvió los pelos a la vez que se lo decía. Ella era mayor, sin embargo, él le ganaba a estatura y dado que ella se conservaba muy bien podía aparentar perfectamente ser menor. Era muy bella, de cabellos negros y largos. Ojos esmeralda y labios rosados. Realmente se quedó muy prendado de ella por aquellos tiempos en que se conocieron y, aunque al principio su interés era puramente físico -las hormonas le ganaban la batalla a las neuronas por aquel entonces- poco a poco fue desarrollando un cariño más allá del sexo que se acabó convirtiendo en una larga y duradera amistad. Hasta el día de su separación. Para Adam fue muy duro sin embargo el orgullo no le dejó mostrar del todo sus sentimientos en la partida, intentaba hacerse el fuerte. Ahora, pasados un par de años, ya había crecido tanto mental como físicamente, era más maduro.
Aún así, todavía tenia ciertos impulsos incontrolables cuando la veía, como por ejemplo el que acababa de experimentar hacia unos segundos. Pero ya bien decia el refran que la confianza podía dar asco y en su caso era aplicable, él se tomaba muchas confianzas, para que negarlo.
No apartó sus ojos de ella en ningún momento más notó como la gente empezaba a quedarseles mirando más descaradamente. Le dieron ganas de gritar "qué se supone que miran?" desde el fondo del corazón y con mala cara, sin embargo, sabía que eso solo haría que cuchichearan más sobre ellos y le afectaría tanto a ella como a él.
Con tranquilidad y algo de provocación -para aquellos que miraban- acercó su rostro hasta el oido de ella, juntando así también un tanto más sus cuerpos. Era un provocador nato, lo llevaba posiblemente en la sangre de alguno de sus padres que, aunque lo negara, de joven habría sido igual que él. - Será mejor que nos vayamos de aquí, creo que hay mirones - soltó una carcajada y a la misma vez la mano que descansaba sobre su cintura subió hasta alcanzar una de las de la muchacha, estrechandola contra la suya.
No le dió tiempo a confirmar o rechazar su proposición pues enseguida empezó a arrastrarla fuera de allí, caminando así como cualquier pareja por las calles París. Al principio él iba marcando la marcha, un tanto ágil y tirando de ella pero en cuanto se alejaron de la multitud ya se puso a su nivel, soltando un pequeño suspiro de alivio. Ya se sentía bastante observado cuando iba a las fiestas de la corte y, sinceramente, no le gustaba que chismorrearan sobre él. En el fondo tenía miedo de que su "parte oscura" saliera algún momento a la luz. Que alguien le hubiese descubierto. Cada día era una nueva aventura para Adam.
Ahora ya más tranquilos soltó su mano y se estiró hacia arriba, bostezando a la misma vez que se escuchaba el crujir de algunos de sus huesos, para liberarse. - Como odio a esa panda de cotillas. Ya tengo suficiente en esos ridiculos bailes de la corte - comentó en voz alta para que su compañera pudiese escucharla, refunfuñando.
Entonces fue cuando se le vino algo a la mente. - Oye Éabann ¿dónde está tu marido? - preguntó, sorprendido de no verlo con ella. Bueno, debía decir que tampoco le caia demasiado bien, lo encontraba muy mayor pero si eran marido y mujer como buen amigo que era él, debía respetar eso.
Jean-Luc Tessier- Prostituta Clase Baja
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Arrugó la nariz ante ese mote cariñoso que siempre provocaba un ligero gruñido en los labios de la mujer, aunque se contuvo, solo un poquito. No la molestaba en absoluto, le hacía gracia, pero representaba perfectamente el papel de una persona ofendida. Aquellos juegos de palabras, aquella forma de comportarse el uno con el otro había aparecido de forma fácil y sin resbalones cuando se habían conocido. Era una muestra de la confianza que se tenían los dos, que provocaba que esa parte del carácter de Éabann que solo mostraba con unas pocas personas apareciera con firmeza, mostrándola en parte como realmente era.
—¿Pequeñaja? Un poco de consideración con las canas, mozalbete.
Le guiñó el ojo entonces al tiempo que sonreía, mostrando que estaba bromeando y que en realidad le importaba poco cómo la llamara. La comodidad que provocaba en la mujer estar con Adam no se rompería por aquellas palabras, ni siquiera por la mirada o por el gesto que hizo a continuación. Lo que sí sintió fue un cosquilleo por todo el cuerpo debido a lo cerca que estaban el uno del otro, tanto que podía sentir con claridad el calor que desprendía el de él y su aliento en la delicada y sensitiva piel de la zona de la oreja y el cuello. Esto provocó un involuntario escalofrío por todo su cuerpo que apenas pudo reprimir.
Echó una mirada hacia el grupo de personas antes de que Adam la tomara de la mano y se apresurara a ir detrás de él, subiéndose apenas la falda del vestido sin llegar a mostrar sus tobillos como mandaba el decoro de aquellos que estaban a su alrededor. Correr era bastante difícil cuando llevaba aquella ropa, era… imposible prácticamente. Prefería mil veces la ropa de su gente o los pantalones de hombre. Ellos sí que sabían cómo vestirse, sin incomodidades ni tonterías. No era falta de ser femenina como habían insinuado en ocasiones cuando le habían visto con aquella prenda, sino de comodidad y Éabann adoraba la comodidad. La adoraba por sobre todas las cosas. Los pasos de ambos resonaban por las callejuelas hasta que se dieron un respiro. Seguir las largas zancadas del hombre con aquellas prendas había sido una tarea de titanes y el rostro de ella se encontraba ligera ruborizado por el esfuerzo.
—Van a tener tema de conversación durante unos cuantos días. —susurró mientras negaba con suavidad. A ella que le gustaba pasar desapercibida… ni siquiera había terminado de darse cuenta de que los estaban observando. Se había mostrado tal y como era, sin preocupaciones de cualquier otro tipo, simplemente porque le apetecía y porque era Adam. Había salido esa vertiente suya que procuraba mantener oculta cuando se encontraba en aquel mundo, pero a veces era imposible. —Piensa que al menos sus vidas no serán tan aburridas imaginándose lo que puede estar ocurriendo en este momento y de qué nos conocemos.
Una ligera sonrisa apareció en sus labios, sonrisa que murió en los mismos cuando escuchó sus palabras. Tenía demasiadas cosas que explicar, tenía que ser sincera pero a veces costaba serlo cuando había habido una maraña de mentiras a su alrededor. Se entretuvo durante unos instantes poniéndose bien unos guantes que ya estaban bien puestos de ante mano, aunque en esos momentos lo que deseara era quitárselos para sentir la piel de su acompañante de una forma cómoda. La ropa que llevaban parecía estar diseñada para evitar como fuera todo contacto físico entre las personas.
—En Londres. —contestó con suavidad mientras alzaba el rostro para mirarlo, respirando por un momento hondo. —La verdad es que debería confesarte algo, que no lo hice en Londres porque seguramente hubiera sido un escándalo. —aunque procuraba ser sincera, no lo había hecho con él, hasta ese momento. —Realmente no estamos casados, fue más un amigo que me protegió en un momento malo y, consideramos, que pasarnos por casados nos ayudaría a mantener las apariencias.
—¿Pequeñaja? Un poco de consideración con las canas, mozalbete.
Le guiñó el ojo entonces al tiempo que sonreía, mostrando que estaba bromeando y que en realidad le importaba poco cómo la llamara. La comodidad que provocaba en la mujer estar con Adam no se rompería por aquellas palabras, ni siquiera por la mirada o por el gesto que hizo a continuación. Lo que sí sintió fue un cosquilleo por todo el cuerpo debido a lo cerca que estaban el uno del otro, tanto que podía sentir con claridad el calor que desprendía el de él y su aliento en la delicada y sensitiva piel de la zona de la oreja y el cuello. Esto provocó un involuntario escalofrío por todo su cuerpo que apenas pudo reprimir.
Echó una mirada hacia el grupo de personas antes de que Adam la tomara de la mano y se apresurara a ir detrás de él, subiéndose apenas la falda del vestido sin llegar a mostrar sus tobillos como mandaba el decoro de aquellos que estaban a su alrededor. Correr era bastante difícil cuando llevaba aquella ropa, era… imposible prácticamente. Prefería mil veces la ropa de su gente o los pantalones de hombre. Ellos sí que sabían cómo vestirse, sin incomodidades ni tonterías. No era falta de ser femenina como habían insinuado en ocasiones cuando le habían visto con aquella prenda, sino de comodidad y Éabann adoraba la comodidad. La adoraba por sobre todas las cosas. Los pasos de ambos resonaban por las callejuelas hasta que se dieron un respiro. Seguir las largas zancadas del hombre con aquellas prendas había sido una tarea de titanes y el rostro de ella se encontraba ligera ruborizado por el esfuerzo.
—Van a tener tema de conversación durante unos cuantos días. —susurró mientras negaba con suavidad. A ella que le gustaba pasar desapercibida… ni siquiera había terminado de darse cuenta de que los estaban observando. Se había mostrado tal y como era, sin preocupaciones de cualquier otro tipo, simplemente porque le apetecía y porque era Adam. Había salido esa vertiente suya que procuraba mantener oculta cuando se encontraba en aquel mundo, pero a veces era imposible. —Piensa que al menos sus vidas no serán tan aburridas imaginándose lo que puede estar ocurriendo en este momento y de qué nos conocemos.
Una ligera sonrisa apareció en sus labios, sonrisa que murió en los mismos cuando escuchó sus palabras. Tenía demasiadas cosas que explicar, tenía que ser sincera pero a veces costaba serlo cuando había habido una maraña de mentiras a su alrededor. Se entretuvo durante unos instantes poniéndose bien unos guantes que ya estaban bien puestos de ante mano, aunque en esos momentos lo que deseara era quitárselos para sentir la piel de su acompañante de una forma cómoda. La ropa que llevaban parecía estar diseñada para evitar como fuera todo contacto físico entre las personas.
—En Londres. —contestó con suavidad mientras alzaba el rostro para mirarlo, respirando por un momento hondo. —La verdad es que debería confesarte algo, que no lo hice en Londres porque seguramente hubiera sido un escándalo. —aunque procuraba ser sincera, no lo había hecho con él, hasta ese momento. —Realmente no estamos casados, fue más un amigo que me protegió en un momento malo y, consideramos, que pasarnos por casados nos ayudaría a mantener las apariencias.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
La sorpresa de Adam por las palabras de su amiga se vió reflejada en su rostro, sin duda, no se esperaba que le confesara algo como aquello. Se quedó parado mirando hacia un punto muerto hasta que, tras unos segundos, reaccionó sacudiendose la cabeza para dejar de estar atontado. A veces cuando pasaba algo inesperado podía quedarse ciertamente alelado pensando en sus cosas y si estaba frente a otras personas no le gustaba, más que nada, porque solía dejar hablandolas solas para luego no enterarse de la mitad de lo que le habían comentado. Una situación ciertamente incómoda de sobrellevar.
Miró a Éabann y sin decir nada volvió a cogerla por la mano, arrastrandola de nuevo por las calles que transitaban. Iba decidido y con la mirada fija en el frente, buscando y buscando lo que quería.
Ese no era un buen lugar para hablar del tema, con la suerte que tenían, alguien podría pasar por su lado, enterarse del chismorreo e irlo comentando luego por todos los sitios. Algo que seguramente para ella no resultaría nada bueno, después de todo, si era un secreto quería decir que nadie lo sabía y todos los que la conocían la tendrían por ser una mujer casada. Incluso él hasta hacia escasos minutos también pensaba lo mismo.
No tardó mucho en encontrar una zona de hierva algo alejada y escondida de la calle principal. Eso era lo que había estado buscando, un buen lugar en el que poder charlar sin temor de que nadie los escuchara. Aunque aun tendrian que andarse con cuidado, la gente estaba relativamente cerca y allí hasta el suelo tenía oidos. Odiaba admitir que la gente de esa ciudad fuese tan cotilla, tanto como lo eran en Inglaterra ¿a caso serían en todas partes así? se preguntó, tal vez, era simplemente la naturaleza de la gente. Inevitable.
Lo primero que hizo fue sentarse, aún con la mano de Éabann agarrada por lo que obligandola a que se sentara a su lado. Respiró profundamente y miró seriamente a la gitana, justo antes de atraerla con esa mano y abrazarla con fuerza, echandola sobre su cuerpo - ¿Por qué no me lo confesaste nunca? Sabes que conmigo siempre has podido contar y no iria revelando tus secretos, ni los tuyos ni los de nadie - le dijo a la misma vez que la abrazaba con más fuerza y hundia un tanto su rostro en el hombro ajeno - Me conoces lo suficiente como para saber que odio los chismes, Éabann - aquella estaba siendo, posiblemente una pequeña rabieta pues, puede que hubiese madurado, si, pero aún tenía esa parte de niño celoso que quería saberlo todo de aquellos que eran los más importantes para él.
- Ademas..nunca te lo dije...pero me sentí muy culpable cuando..ya sabes..cuando paso eso.. - murmuró esta vez en un susurro y como un niño que confiesa alguna maldad echa, aunque en sí, lo que confesaba no era ninguna maldad si no más bien el sentimiento que tuvo. Por aquel entonces, él era muy curioso con las mujeres y Éabann fue la primera más mayor que él con la que se topo. Finalmente pasó lo que se esperaba y acabarón teniendo una pequeña aventura, sin embargo, él nunca se pudo acabar de perdonar el que la "engatusara" para que se acostaran, o eso era lo que creía, que la había engatusado. No le agradaba su esposo pero siempre se martirizó -no exageradamente- por no haber respetado eso.
Ahora, junto a esa confesión, en cierto modo había algo que se había liberado y por todo eso, Adam acabó soltando un suspiro profundo que cayó sobre el pecho de la gitana, manteniendose aún escondido en su hombro.
Miró a Éabann y sin decir nada volvió a cogerla por la mano, arrastrandola de nuevo por las calles que transitaban. Iba decidido y con la mirada fija en el frente, buscando y buscando lo que quería.
Ese no era un buen lugar para hablar del tema, con la suerte que tenían, alguien podría pasar por su lado, enterarse del chismorreo e irlo comentando luego por todos los sitios. Algo que seguramente para ella no resultaría nada bueno, después de todo, si era un secreto quería decir que nadie lo sabía y todos los que la conocían la tendrían por ser una mujer casada. Incluso él hasta hacia escasos minutos también pensaba lo mismo.
No tardó mucho en encontrar una zona de hierva algo alejada y escondida de la calle principal. Eso era lo que había estado buscando, un buen lugar en el que poder charlar sin temor de que nadie los escuchara. Aunque aun tendrian que andarse con cuidado, la gente estaba relativamente cerca y allí hasta el suelo tenía oidos. Odiaba admitir que la gente de esa ciudad fuese tan cotilla, tanto como lo eran en Inglaterra ¿a caso serían en todas partes así? se preguntó, tal vez, era simplemente la naturaleza de la gente. Inevitable.
Lo primero que hizo fue sentarse, aún con la mano de Éabann agarrada por lo que obligandola a que se sentara a su lado. Respiró profundamente y miró seriamente a la gitana, justo antes de atraerla con esa mano y abrazarla con fuerza, echandola sobre su cuerpo - ¿Por qué no me lo confesaste nunca? Sabes que conmigo siempre has podido contar y no iria revelando tus secretos, ni los tuyos ni los de nadie - le dijo a la misma vez que la abrazaba con más fuerza y hundia un tanto su rostro en el hombro ajeno - Me conoces lo suficiente como para saber que odio los chismes, Éabann - aquella estaba siendo, posiblemente una pequeña rabieta pues, puede que hubiese madurado, si, pero aún tenía esa parte de niño celoso que quería saberlo todo de aquellos que eran los más importantes para él.
- Ademas..nunca te lo dije...pero me sentí muy culpable cuando..ya sabes..cuando paso eso.. - murmuró esta vez en un susurro y como un niño que confiesa alguna maldad echa, aunque en sí, lo que confesaba no era ninguna maldad si no más bien el sentimiento que tuvo. Por aquel entonces, él era muy curioso con las mujeres y Éabann fue la primera más mayor que él con la que se topo. Finalmente pasó lo que se esperaba y acabarón teniendo una pequeña aventura, sin embargo, él nunca se pudo acabar de perdonar el que la "engatusara" para que se acostaran, o eso era lo que creía, que la había engatusado. No le agradaba su esposo pero siempre se martirizó -no exageradamente- por no haber respetado eso.
Ahora, junto a esa confesión, en cierto modo había algo que se había liberado y por todo eso, Adam acabó soltando un suspiro profundo que cayó sobre el pecho de la gitana, manteniendose aún escondido en su hombro.
Jean-Luc Tessier- Prostituta Clase Baja
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Éabann no pudo evitar preocuparse al ver que Adam no decía nada, que simplemente la cogía de la mano y comenzaba a andar. Se quedó por un momento sin saber qué hacer o qué decir. No sabía demasiado bien qué decir a continuación ni tampoco cómo se lo tomaría el hombre que la llevaba por las calles con paso rápido. Quizá hubiera sabido más o menos cómo reaccionaría unos años atrás, cuando se veían día sí y día también, pero sabía por experiencia que una persona podía cambiar mucho en unos pocos años. No temía, no, no creía que Adam fuera a hacerla daño, simplemente sentía una especie de angustia en el pecho que se intensificaba con cada momento que él se mantenía en silencio.
Finalmente llegaron al lugar que parecía que estaba buscando, un lugar con hierba que se encontraba ligeramente apartado de las calles principales. Se dejó caer a su lado mientras le miraba, preocupada y cuando hundió el rostro en su pecho no pudo evitar que su mano se deslizara lentamente hacia su hombro comenzando a acariciarlo con suavidad mientras escuchaba sus palabras. Se mordió con fuerza el labio inferior, estaba claro que el chico la entendía, pero que al mismo tiempo se sentía confuso y dolido por no habérselo dicho antes.
Si tenía que ser sincera, a ella le hubiera ocurrido lo mismo si hubiera sucedido al revés. Juntos habían pasado demasiados momentos, se habían convertido en cierta forma en uña y carne, habían permanecido juntos en una sociedad que al menos para Éabann le era ajena. No hubiera imaginado encontrar en un caballero de clase alta a su aliado, pero así había sido y le había mentido en aquello. Notó cómo su mano se deslizaba hasta el cabello de él acariciándolo lentamente como hacía en el pasado y la vez buscando confortarle.
—Lo siento, Adam, de verdad que lo siento. —respiró hondo un momento mirándole, apartando después los ojos verdes para fijarlos en un punto delante de ellos buscando las palabras que se atascaban en su garganta incapaces de salir. —Le había prometido que no se lo diría a nadie, que mantendría el secreto. Ya sé que no te gustan los escándalos y que podría haber confiado en ti, pero no quería tampoco romper esa promesa. —frunció brevemente los labios en un gesto pensativo. —Ahora él no está, se encuentra en Londres o vete a saber dónde. Ambos necesitábamos seguir nuestro camino, fue una de las razones por las que me fui.
Ante el susurro ahogado y el suspiro contra su hombro, dejó de luchar con la necesidad de abrazarlo y así lo hizo, acunándolo contra su pecho con cariño. Bajó sus labios entonces hasta besarle en la cabeza, notando las suaves hebras del cabello del hombre, dejando quizá más tiempo de lo aconsejable los labios en ese lugar. El olor de él, un olor conocido y reconfortante le llegó directamente y lo aspiró unos instantes, para después hablar aún con los labios en aquel lugar, sintiendo un ligero cosquilleo en ellos por el roce con su cabello.
—No fui justa contigo… nada justa ni sincera, algo que me mataba a cada momento. Has sido y serás siempre mi mejor amigo…—sus palabras fueron dichas con toda la sinceridad del mundo mientras volvía a tomar aire con fuerza. —¿Podrás perdonarme?
Esperaba que así fuera, ahora que había vuelto a encontrarse con él no soportaría volver a separarse. Había necesitado su presencia en muchas ocasiones a lo largo de esos años, el saber que pasara lo que pasara Adam estaría allí, para hablar, para apoyarse en él o simplemente para mantenerse en silencio, cada cual metido en sus pensamientos.
Finalmente llegaron al lugar que parecía que estaba buscando, un lugar con hierba que se encontraba ligeramente apartado de las calles principales. Se dejó caer a su lado mientras le miraba, preocupada y cuando hundió el rostro en su pecho no pudo evitar que su mano se deslizara lentamente hacia su hombro comenzando a acariciarlo con suavidad mientras escuchaba sus palabras. Se mordió con fuerza el labio inferior, estaba claro que el chico la entendía, pero que al mismo tiempo se sentía confuso y dolido por no habérselo dicho antes.
Si tenía que ser sincera, a ella le hubiera ocurrido lo mismo si hubiera sucedido al revés. Juntos habían pasado demasiados momentos, se habían convertido en cierta forma en uña y carne, habían permanecido juntos en una sociedad que al menos para Éabann le era ajena. No hubiera imaginado encontrar en un caballero de clase alta a su aliado, pero así había sido y le había mentido en aquello. Notó cómo su mano se deslizaba hasta el cabello de él acariciándolo lentamente como hacía en el pasado y la vez buscando confortarle.
—Lo siento, Adam, de verdad que lo siento. —respiró hondo un momento mirándole, apartando después los ojos verdes para fijarlos en un punto delante de ellos buscando las palabras que se atascaban en su garganta incapaces de salir. —Le había prometido que no se lo diría a nadie, que mantendría el secreto. Ya sé que no te gustan los escándalos y que podría haber confiado en ti, pero no quería tampoco romper esa promesa. —frunció brevemente los labios en un gesto pensativo. —Ahora él no está, se encuentra en Londres o vete a saber dónde. Ambos necesitábamos seguir nuestro camino, fue una de las razones por las que me fui.
Ante el susurro ahogado y el suspiro contra su hombro, dejó de luchar con la necesidad de abrazarlo y así lo hizo, acunándolo contra su pecho con cariño. Bajó sus labios entonces hasta besarle en la cabeza, notando las suaves hebras del cabello del hombre, dejando quizá más tiempo de lo aconsejable los labios en ese lugar. El olor de él, un olor conocido y reconfortante le llegó directamente y lo aspiró unos instantes, para después hablar aún con los labios en aquel lugar, sintiendo un ligero cosquilleo en ellos por el roce con su cabello.
—No fui justa contigo… nada justa ni sincera, algo que me mataba a cada momento. Has sido y serás siempre mi mejor amigo…—sus palabras fueron dichas con toda la sinceridad del mundo mientras volvía a tomar aire con fuerza. —¿Podrás perdonarme?
Esperaba que así fuera, ahora que había vuelto a encontrarse con él no soportaría volver a separarse. Había necesitado su presencia en muchas ocasiones a lo largo de esos años, el saber que pasara lo que pasara Adam estaría allí, para hablar, para apoyarse en él o simplemente para mantenerse en silencio, cada cual metido en sus pensamientos.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Las palabras de Éabann en todo momento sonaban algo entristecidas y pesadas. Adam podía notar sus sentimientos y la manera en la que se los intentaba transmitir, no tuvo ninguna duda. Tampoco es que se hubiese enfadado con ella o hubiese algún motivo por el que perdonarla, como le había preguntado. Nada más lejos de eso. Solo se sentía triste porque así era su personalidad. Porque podía ser como un niño cuando le quitaban su juguete. Porque a veces no todo era el hombre ligón y maduro que se podía esperar de él. Él era un humano como otro cualquiera y, al fin y al cabo, se podía derrumbar. No lo había echo en muchas ocasiones, pero aún así, podía ocurrirle. Podía ocurrir que dejara de sonreir. Que tuviera penas. Por suerte, ésto no ocurría la mayor parte del tiempo pero a menudo la gente se acababa creando una imagen un tanto idealizada de él y, a la mínima que no sonreía, ya se sorprendían. Demasiado.
Entrecerró los ojos ante el beso en la frente. Por unos segundos volvió a sentirse ese crio inexperto y jovenzuelo que había sido hacia un par o tres de años. El que no paraba de hacer locuras y trastadas sin disimulo alguno continuamente. En el fondo, todavía lo era. Solo una parte de él se había desarrollado, la otra continuaba intacta. Siempre iba a continuar intacta. Era parte de él. Una parte que aún siendo algo molesta de vez en cuando, de no existir, le quitaría toda la vitalidad que poseía. Le volvería un hombre serio y amargado. Le quitaría el Adam que llevaba dentro y pasaría a ser un simple hombre más de los muchos que habitaban en aquellos lugares.
Él se consideraba especial, sin ser ególatra, pero sabía simplemente que lo era. No pensaba dejar de serlo, nunca. Aun teniendo cien años y siendo un viejo abuelo con bastón. Seguiría teniendo esa parte siempre escondida en su corazón.
Sonrió pues sus pensamientos le hicieron volver a animarse y miró fijamente a los ojos a su amiga, sin quitar esa sonrisa - Pero que dices, tonta, si no tengo que perdonarte nada - Ahora fue él el que se acercó para besar su frente, suavemente y con cariño - Tenías tus motivos y, aunque me hubiese gustado que confiaras en mí, tampoco podías romper la promesa que tenías con él. Lo comprendo y lo acepto porque, de haberla roto, habrías perdido lo que te caracteriza de persona buena. De una persona a la que se le puede contar hasta el más oscuro secreto porque lo mantendrá oculto. - tal vez aquelló sonó como un pequeño sermón pues la miraba fijamente, sonriendo pero sus palabras eran serias y cargadas de los más limpios y sinceros pensamientos que tenía de ella.
Finalmente se dejó caer hacia detrás soltando un suspiro más no contó con que la hierva no era como estar sobre una cama, podía ser algo más mullida, pero no tanto - Auch, auch... - tras el primer estiramiento fallido por el chichón en la cabeza volvió a tumbarse esta vez con delicadeza y posando bien suavemente la cabeza. Una vez caía, dos ya no.
Respiró hondo y volvió a dejar escapar un suspiro. Se podía escuchar a la gente de fondo pasando por las calles más se respiraba mucha tranquilidad a su alrededor - Bueno, bueno, ¿y con qué mas cosas vas a sorprenderme? no nos vemos en unos pocos meses ¡y la que armas! - la miró de reojo exagerando obviamente en sus palabras más soltando una pequeña carcajada.
Que gran momento.
Entrecerró los ojos ante el beso en la frente. Por unos segundos volvió a sentirse ese crio inexperto y jovenzuelo que había sido hacia un par o tres de años. El que no paraba de hacer locuras y trastadas sin disimulo alguno continuamente. En el fondo, todavía lo era. Solo una parte de él se había desarrollado, la otra continuaba intacta. Siempre iba a continuar intacta. Era parte de él. Una parte que aún siendo algo molesta de vez en cuando, de no existir, le quitaría toda la vitalidad que poseía. Le volvería un hombre serio y amargado. Le quitaría el Adam que llevaba dentro y pasaría a ser un simple hombre más de los muchos que habitaban en aquellos lugares.
Él se consideraba especial, sin ser ególatra, pero sabía simplemente que lo era. No pensaba dejar de serlo, nunca. Aun teniendo cien años y siendo un viejo abuelo con bastón. Seguiría teniendo esa parte siempre escondida en su corazón.
Sonrió pues sus pensamientos le hicieron volver a animarse y miró fijamente a los ojos a su amiga, sin quitar esa sonrisa - Pero que dices, tonta, si no tengo que perdonarte nada - Ahora fue él el que se acercó para besar su frente, suavemente y con cariño - Tenías tus motivos y, aunque me hubiese gustado que confiaras en mí, tampoco podías romper la promesa que tenías con él. Lo comprendo y lo acepto porque, de haberla roto, habrías perdido lo que te caracteriza de persona buena. De una persona a la que se le puede contar hasta el más oscuro secreto porque lo mantendrá oculto. - tal vez aquelló sonó como un pequeño sermón pues la miraba fijamente, sonriendo pero sus palabras eran serias y cargadas de los más limpios y sinceros pensamientos que tenía de ella.
Finalmente se dejó caer hacia detrás soltando un suspiro más no contó con que la hierva no era como estar sobre una cama, podía ser algo más mullida, pero no tanto - Auch, auch... - tras el primer estiramiento fallido por el chichón en la cabeza volvió a tumbarse esta vez con delicadeza y posando bien suavemente la cabeza. Una vez caía, dos ya no.
Respiró hondo y volvió a dejar escapar un suspiro. Se podía escuchar a la gente de fondo pasando por las calles más se respiraba mucha tranquilidad a su alrededor - Bueno, bueno, ¿y con qué mas cosas vas a sorprenderme? no nos vemos en unos pocos meses ¡y la que armas! - la miró de reojo exagerando obviamente en sus palabras más soltando una pequeña carcajada.
Que gran momento.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
A punto estuvo de dejar que un suspiro de alivio se escapara de entre sus labios, en cambio lo que apareció fue una lenta sonrisa que fue aumentando según él había hablado. Tenía que dejar de sorprenderse por tenerlo delante de sí. Tenía una sensación extraña, como una especie de choque de culturas. Ocurría siempre cuando veía a una persona fuera de donde pensaba que lo iba a ver. A fin de cuentas, Éabann en cierta manera era una persona que tenía que tener todo organizado. Y eso significaba tener a cada persona en un lugar determinado. Tenía que acostumbrarse a tenerle delante, a saber que estaba ahí. Sonrió con alegría esta vez de forma abierta y alzó la mano revolviendo por un momento el pelo de él con los ojos verdes brillando.
—Persona buena… mas bien diría una persona mentirosa y embustera.—comentó con tono divertido mientras negaba con suavidad, para finalmente dejar que una ligera risa se escapara de entre sus labios mientras apoyaba las manos en el suelo a su lado.—Siempre consigues animarme, Adam, y quitarme todos los pesos que yo misma me había echado encima.
Fue entonces cuando él se movió y ante su rostro reflejando el gesto de dolor provocó que la morena riera divertida, unos instantes. Estaba bien, si realmente hubiera terminado herido no se le hubiera ocurrido ni por un momento reír. Le habían vuelto a la mente varias situaciones similares en las que ambos terminaban tumbados contando cosas diferentes. Se movió entonces, para acostarse a su lado apoyando las manos en el pecho. Se sentía bien así, era como si de repente se hubieran metido en una especie de burbuja que les alejaba de todos ellos. Cerró los ojos, dejando que fueran sus oídos los que recogieran las impresiones. Escuchaba las voces de la gente, el sonido de los carros y coches, el piafar de los caballos, el sonido de las herraduras contra el suelo adoquinado. Dejó que el olor llegara hasta su nariz y la arrugó por un momento.
No, el olor de las ciudades no era precisamente lo mejor del mundo, había demasiados olores diferentes y muy pocos agradables. Se quedó pensativa al escuchar sus palabras. Quería abrirse por completo a él, contárselo todo, era una necesidad que únicamente sentía cuando se encontraba completamente cómoda y con Adam le ocurría eso, pero también quería saber qué le había ocurrido a él.
—En realidad me convertí en pirata y estuve navegando de un lado para otro. Ahora mismo he tenido que dejarlo porque mi fama se ha extendido tanto que no me dejan en paz, tengo incluso a personas que me siguen de un lado para otro.—comentó seria, aunque claramente bromeando. Giró el rostro entonces hacía él observando su perfil aprovechando la postura en la que estaban.—La verdad es que he estado bastante tranquila, no he tenido de momento tiempo de meterme en problemas aquí en París, pero…—frunció suavemente el ceño mientras volvía a mirar hacia el trocito de cielo que se podía ver entre los edificios.— ¿Qué has hecho tú? ¿Cómo ha ido todo con tu padre?
No le gustaba monopolizar el tema y ya lo había hecho demasiado. Sentía curiosidad por él, por saber qué había estado haciendo, cómo le había tratado la vida en esos años. Sentía curiosidad y además le gustaba escucharle hablar. Estaba segura de que tendría miles de historias emocionantes.
—Persona buena… mas bien diría una persona mentirosa y embustera.—comentó con tono divertido mientras negaba con suavidad, para finalmente dejar que una ligera risa se escapara de entre sus labios mientras apoyaba las manos en el suelo a su lado.—Siempre consigues animarme, Adam, y quitarme todos los pesos que yo misma me había echado encima.
Fue entonces cuando él se movió y ante su rostro reflejando el gesto de dolor provocó que la morena riera divertida, unos instantes. Estaba bien, si realmente hubiera terminado herido no se le hubiera ocurrido ni por un momento reír. Le habían vuelto a la mente varias situaciones similares en las que ambos terminaban tumbados contando cosas diferentes. Se movió entonces, para acostarse a su lado apoyando las manos en el pecho. Se sentía bien así, era como si de repente se hubieran metido en una especie de burbuja que les alejaba de todos ellos. Cerró los ojos, dejando que fueran sus oídos los que recogieran las impresiones. Escuchaba las voces de la gente, el sonido de los carros y coches, el piafar de los caballos, el sonido de las herraduras contra el suelo adoquinado. Dejó que el olor llegara hasta su nariz y la arrugó por un momento.
No, el olor de las ciudades no era precisamente lo mejor del mundo, había demasiados olores diferentes y muy pocos agradables. Se quedó pensativa al escuchar sus palabras. Quería abrirse por completo a él, contárselo todo, era una necesidad que únicamente sentía cuando se encontraba completamente cómoda y con Adam le ocurría eso, pero también quería saber qué le había ocurrido a él.
—En realidad me convertí en pirata y estuve navegando de un lado para otro. Ahora mismo he tenido que dejarlo porque mi fama se ha extendido tanto que no me dejan en paz, tengo incluso a personas que me siguen de un lado para otro.—comentó seria, aunque claramente bromeando. Giró el rostro entonces hacía él observando su perfil aprovechando la postura en la que estaban.—La verdad es que he estado bastante tranquila, no he tenido de momento tiempo de meterme en problemas aquí en París, pero…—frunció suavemente el ceño mientras volvía a mirar hacia el trocito de cielo que se podía ver entre los edificios.— ¿Qué has hecho tú? ¿Cómo ha ido todo con tu padre?
No le gustaba monopolizar el tema y ya lo había hecho demasiado. Sentía curiosidad por él, por saber qué había estado haciendo, cómo le había tratado la vida en esos años. Sentía curiosidad y además le gustaba escucharle hablar. Estaba segura de que tendría miles de historias emocionantes.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Rió ante las bromas que hacía su compañera, poniendose mientras hablaba los brazos tras la cabeza a modo de almuhada y para poder verla mejor. Claro que, una vez se tumbó de su lado tuvo que cambiar de postura. Se puso esta vez de medio lado, apoyando su cabeza en uno de sus brazos y dejando colgar su mano por la altura de la oreja que quedaba libre. No pudo evitar mirarla algo embobado, notando que movía los labios pero su mente en ese momento analizando sus facciones. Esos labios rojos, ese pelo oscuro y esos ojos verdosos. Todavía no se creía que la tuviera ahi delante, hablandole, como en Inglaterra, de echo, de vez en cuando se teletransportaba hacia aquellos tiempos. Las situaciones no eran demasiado diferentes pues solían tumbarse en los campos para charlar, aquello no es que fuera un campo pero era una zona de hierva que podía imitarlo. Si es cierto que, en Inglaterra, por la zona en que ellos vivían había más bosque que en París. Allí la ciudad se lo había comido.
Parpadeó despertando ante las últimas palabras de Éabann, procesando en su cerebro las preguntas que le había formulado. Bufó y volvió de nuevo a mirar hacia el cielo con sus brazos de almuhada. Pregunta complicada. No porque le fuese mal con su padre. De echo, le iba de maravilla. Pero ahora venía cuando tenía que confesarle su pequeño secreto, el "pasatiempo" con el que se estaba entreteniendo en la ciudad. ¿Le miraría mal? ¿Le juzgaría? ¿Le reñiría? en definitiva, no tenía ni idea de cual sería la reacción de su amiga. Y esque había pasado tanto tiempo que ya no podías preveer lo que el otro pensaría con exactitud, se imaginó que al confesarle ella lo suyo también se debió sentir igual.
Suspiró, mirandola de reojo - Con mi padre va todo bien, me está instruyendo en el negocio y bueno, es entretenido; no me resulta difícil por lo que no puedo quejarme - sonrió levemente y de un movimiento se irguió, cruzandose de piernas para poder sentarse cómodo, en la dirección de ella. - De echo nunca he podido quejarme - se rascó algo la nuca mientras soltaba una pequeña carcajada. Sí, estaba evitando el asunto. Pero no podía por mucho más. "¿Qué has echo?" esa pregunta era la clave de todo aquello.
Respiró suavemente pero profundo, entrecerrando los ojos para despues abrirlos. Ella debía pensar que estaba haciendo el tonto o que se habría vuelto loco para comportarse de repente así. Sin embargo, él tenía sus buenos motivos. - Aunque...hay algo que debo confesarte... - murmuró sin demasiadas ganas y soltando un soplido. ¡Qué complicado estaba siendo aquello! Y que miedo tenía de la reacción que ella pudiera tener. Hasta el momento no tenía nadie de quien preocuparse y por eso había echo siempre lo que había querido allí. Ahora lo que Éabann opinara si le importaba.
- A ver como te lo digo... - susurró, pasandose ambas manos por la cara para despejarse, abriendo los ojos y mirando decididamente a la gitana. Lo soltaría todo de golpe - Desde que llegué a paris me he vuelto un...¿cortesano?.. - alzó una ceja junto a una sonrisa débil. No sabía muy bien como autodenominarse pues la palabra prostituto no iba a utilizarla. Sonaba horrendamente mal y sin duda aquella era más fina. Aún así incluso él mismo dudaba de como llamarse.
Desvió la mirada y ahora solo esperó porla reacción de la muchacha. Sus manos se mantenían juntas con los dedos entrelazados, jugando con ellas en un sinónimo de los nervios.
Parpadeó despertando ante las últimas palabras de Éabann, procesando en su cerebro las preguntas que le había formulado. Bufó y volvió de nuevo a mirar hacia el cielo con sus brazos de almuhada. Pregunta complicada. No porque le fuese mal con su padre. De echo, le iba de maravilla. Pero ahora venía cuando tenía que confesarle su pequeño secreto, el "pasatiempo" con el que se estaba entreteniendo en la ciudad. ¿Le miraría mal? ¿Le juzgaría? ¿Le reñiría? en definitiva, no tenía ni idea de cual sería la reacción de su amiga. Y esque había pasado tanto tiempo que ya no podías preveer lo que el otro pensaría con exactitud, se imaginó que al confesarle ella lo suyo también se debió sentir igual.
Suspiró, mirandola de reojo - Con mi padre va todo bien, me está instruyendo en el negocio y bueno, es entretenido; no me resulta difícil por lo que no puedo quejarme - sonrió levemente y de un movimiento se irguió, cruzandose de piernas para poder sentarse cómodo, en la dirección de ella. - De echo nunca he podido quejarme - se rascó algo la nuca mientras soltaba una pequeña carcajada. Sí, estaba evitando el asunto. Pero no podía por mucho más. "¿Qué has echo?" esa pregunta era la clave de todo aquello.
Respiró suavemente pero profundo, entrecerrando los ojos para despues abrirlos. Ella debía pensar que estaba haciendo el tonto o que se habría vuelto loco para comportarse de repente así. Sin embargo, él tenía sus buenos motivos. - Aunque...hay algo que debo confesarte... - murmuró sin demasiadas ganas y soltando un soplido. ¡Qué complicado estaba siendo aquello! Y que miedo tenía de la reacción que ella pudiera tener. Hasta el momento no tenía nadie de quien preocuparse y por eso había echo siempre lo que había querido allí. Ahora lo que Éabann opinara si le importaba.
- A ver como te lo digo... - susurró, pasandose ambas manos por la cara para despejarse, abriendo los ojos y mirando decididamente a la gitana. Lo soltaría todo de golpe - Desde que llegué a paris me he vuelto un...¿cortesano?.. - alzó una ceja junto a una sonrisa débil. No sabía muy bien como autodenominarse pues la palabra prostituto no iba a utilizarla. Sonaba horrendamente mal y sin duda aquella era más fina. Aún así incluso él mismo dudaba de como llamarse.
Desvió la mirada y ahora solo esperó porla reacción de la muchacha. Sus manos se mantenían juntas con los dedos entrelazados, jugando con ellas en un sinónimo de los nervios.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Le observó silenciosa mientras hablaba de su padre y del negocio. Suspiró ligeramente, sonriendo al ver que todo iba bien. Sabía por lo que había visto que había una cierta presión entre las clases altas para que los muchachos siguieran los caminos de los padres, esa necesidad de volcar en los más jóvenes las necesidades que los mayores tenían. No sabía bien si eso era bueno o malo, que Adam estuviera siguiendo los pasos de su padre en el negocio familiar significaba, también, que estaba haciendo algo, que estaba trabajando y aprendiendo para ganarse la vida. Sabía que no es que necesitara dinero, que vivía mucho más cómodamente de lo que ella podría hacerlo jamás, pero en cierta manera se preocupaba por él.
¿Cómo podía ser posible? Simple, porque le apreciaba y le quería a su manera.
—Me alegro Adam, estoy segura de que lo estás haciendo muy bien.—le sonrió dándole ánimos, aunque no lo necesitara. Había algo que no terminaba de entender, como una especie de nerviosismo que atacaba al muchacho.
Un nerviosismo que parecía que se iba intensificando en Adam. Frunció con suavidad el ceño cuando se sentó y finalmente ella se incorporó a su vez, sus movimientos eran más lentos que los de él, sobre todo porque esas ropas dificultaban que lo hiciera con naturalidad. Había algo de solemne en el rostro del chico, como si le fuera a confesar algo innombrable, algo que estaba metido en lo más íntimo. La verdad es que cuando uno de los dos se sentaba cuando estaban tumbados de aquella manera, relajados el uno junto al otro, solía significar que iba a decir algo que era importante, muy importante.
Éabann no sabía bien qué esperarse, pero sí era cierto que no pudo evitar un gesto de sorpresa al escuchar sus palabras. De todas las posibilidades aquella era la que menos se hubiera imaginado. Le miró en silencio durante unos instantes, como buscando una forma de transmitir a palabras lo que pasaba por su mente. Lo bueno es que las directrices morales que regía la sociedad, no la afectaban a ella en lo más mínimo. Su forma de ver las cosas, de pensar, eran bastante diferentes y con Adam se mostraba mucho más abierta. Una dama de sociedad ante aquella confesión hubiera comenzado a ponerse blanca, incluso podría llegar a desmayarse.
La morena no lo hizo. Con un gesto lento deslizó la mano para apretar las de él, deteniéndolas mientras se las apretaba. Un gesto mudo, silencioso, que indicaba que le apoyaba antes incluso de pronunciar palabras. Había escuchado hablar de los cortesanos y de su trabajo, de lo que hacían y de lo que dejaban hacer. Lo que había en sus ojos verdes era preocupación más que otra cosa, preocupación porque había escuchado de que muchos clientes se podían llegar a pasar con las manos, que algunas veces terminaban con heridas.
—¿Ha sido por decisión propia?. —preguntó entonces, con suavidad, mirándole, buscando su mirada. Para alguien que amaba el libre albedrío por encima de todas las cosas esa era la pregunta clave. Otra persona le hubiera preguntado por qué lo hacía, pero ella necesitaba asegurarse que Adam lo hacía porque quería, no porque le obligaban. —Debo confesar que me sorprende, que no es algo que hubiera imaginado.—se quedó pensativa, mientras deslizaba por un momento el pulgar en los nudillos de él, manteniendo la mano sobre las de él unos instantes más. —Es más, había escuchado hablar de cortesanas mujeres pero no sabía que los hombres también podían hacerlo.
Necesitaba hablar con normalidad del tema para que él entendiera que no iba a poner el grito en el cielo de un momento a otro. No iba a aparentar que estaba dando saltos de alegría, a fin de cuentas estaba segura de que sería un trabajo difícil, pero había miles de preguntas que comenzaban a formarse sin que se diera cuenta en su interior.
¿Cómo podía ser posible? Simple, porque le apreciaba y le quería a su manera.
—Me alegro Adam, estoy segura de que lo estás haciendo muy bien.—le sonrió dándole ánimos, aunque no lo necesitara. Había algo que no terminaba de entender, como una especie de nerviosismo que atacaba al muchacho.
Un nerviosismo que parecía que se iba intensificando en Adam. Frunció con suavidad el ceño cuando se sentó y finalmente ella se incorporó a su vez, sus movimientos eran más lentos que los de él, sobre todo porque esas ropas dificultaban que lo hiciera con naturalidad. Había algo de solemne en el rostro del chico, como si le fuera a confesar algo innombrable, algo que estaba metido en lo más íntimo. La verdad es que cuando uno de los dos se sentaba cuando estaban tumbados de aquella manera, relajados el uno junto al otro, solía significar que iba a decir algo que era importante, muy importante.
Éabann no sabía bien qué esperarse, pero sí era cierto que no pudo evitar un gesto de sorpresa al escuchar sus palabras. De todas las posibilidades aquella era la que menos se hubiera imaginado. Le miró en silencio durante unos instantes, como buscando una forma de transmitir a palabras lo que pasaba por su mente. Lo bueno es que las directrices morales que regía la sociedad, no la afectaban a ella en lo más mínimo. Su forma de ver las cosas, de pensar, eran bastante diferentes y con Adam se mostraba mucho más abierta. Una dama de sociedad ante aquella confesión hubiera comenzado a ponerse blanca, incluso podría llegar a desmayarse.
La morena no lo hizo. Con un gesto lento deslizó la mano para apretar las de él, deteniéndolas mientras se las apretaba. Un gesto mudo, silencioso, que indicaba que le apoyaba antes incluso de pronunciar palabras. Había escuchado hablar de los cortesanos y de su trabajo, de lo que hacían y de lo que dejaban hacer. Lo que había en sus ojos verdes era preocupación más que otra cosa, preocupación porque había escuchado de que muchos clientes se podían llegar a pasar con las manos, que algunas veces terminaban con heridas.
—¿Ha sido por decisión propia?. —preguntó entonces, con suavidad, mirándole, buscando su mirada. Para alguien que amaba el libre albedrío por encima de todas las cosas esa era la pregunta clave. Otra persona le hubiera preguntado por qué lo hacía, pero ella necesitaba asegurarse que Adam lo hacía porque quería, no porque le obligaban. —Debo confesar que me sorprende, que no es algo que hubiera imaginado.—se quedó pensativa, mientras deslizaba por un momento el pulgar en los nudillos de él, manteniendo la mano sobre las de él unos instantes más. —Es más, había escuchado hablar de cortesanas mujeres pero no sabía que los hombres también podían hacerlo.
Necesitaba hablar con normalidad del tema para que él entendiera que no iba a poner el grito en el cielo de un momento a otro. No iba a aparentar que estaba dando saltos de alegría, a fin de cuentas estaba segura de que sería un trabajo difícil, pero había miles de preguntas que comenzaban a formarse sin que se diera cuenta en su interior.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Un suspiro interior se hizo presente en las entrañas del muchacho al escuchar la respuesta que su amiga le dió. Era normal que estuviese sorprendida, perfectamente normal. Sin embargo no le había repudiado o puesto una cara de asco que eran las reacciones que él más temía. No. Ella había sabido llevar el momento con perfecta cordura y con los sentimientos habituales. Además no solo eso si no que también se preocupaba de que no lo estuviese haciendo por obligación ¡No! Claro que no ¿Quién iba a ser capaz de obligarle a hacer algo así? realmente no se lo imaginaba pues; aunque si es cierto que le habían intentado chantagear en algún que otro momento por sus "escarceos" en Inglaterra nunca le habían importado. No se había dejado engañar por sobornos. También es cierto que ahora le era mucho más importante la discrección y tal vez tomara más encuenta algún chantageo, por suerte no había echo falta poner en práctica sus pensamientos pues no había tenido ninguno. Esperaba continuar igual.
La miró con una leve sonrisa; notando como pasaba sus manos por encima de las suyas y aprovechando ese momento para coger las de ella y besarle el dorso. No había dicho nada más con la mirada de ese momento intentaba expresarle un enorme gracias. No solo por entenderlo o por no juzgarle si no también por preocuparse de el porque lo haría.
- ¡Claro que sí! - gritó la respuesta totalmente aliviado y volvió a tumbarse de un golpe en el césped, esta vez poniendo sus brazos como almuhadas antes de que la cabeza tocara el suelo. Evitandose el golpe de la última vez - ¿De verdad crees que alguien podría obligarme a hacerlo? - La miró de reojo y con una ceja levemente alzada además de una voz altanera. Estaba fingiendo superioridad sí, pero lo hacia también a proposito para que ella no se preocupara. Para que no pensara que podrían chantagearle por cualquier cosa - Además creo que me conoces lo suficiente como para saber que.. - ahora su voz empezaba a bajar un poco, no convenía gritar aquello demasiado alto - ..bueno, que no me contengo en disfrutar según que placeres de esta hermosa vida.. - susurró mirando en su dirección y frunciendo los labios tras una sonrisa, volviendo luego la cabeza hacia el centro mientras cerraba los ojos.
Movió el cuerpo ligeramente dando a entender que se acomodaba dispuesto a relajarse. Sabía que Éabann habría entendido sus palabras. Podría pecar de lujurioso pero nunca de reprimido; si se podía decir que este chico tenía un don era para expresar sus sentimientos y no contenerlos en ningún momento. Así mismo igual con sus deseos. También pecaría de consentido sí, pero, ya que tenía ese lujo ¿por qué no aprovecharlo? sería de tontos que lo desaprovechara por el simple echo de sentirse mal al saber que otros no corrían su misma suerte.
Si bien no él siempre ayudaba a aquellos que le necesitaban cuando tenía la oportunidad y eso era lo que verdaderamente le hacía sentir bien.
La miró con una leve sonrisa; notando como pasaba sus manos por encima de las suyas y aprovechando ese momento para coger las de ella y besarle el dorso. No había dicho nada más con la mirada de ese momento intentaba expresarle un enorme gracias. No solo por entenderlo o por no juzgarle si no también por preocuparse de el porque lo haría.
- ¡Claro que sí! - gritó la respuesta totalmente aliviado y volvió a tumbarse de un golpe en el césped, esta vez poniendo sus brazos como almuhadas antes de que la cabeza tocara el suelo. Evitandose el golpe de la última vez - ¿De verdad crees que alguien podría obligarme a hacerlo? - La miró de reojo y con una ceja levemente alzada además de una voz altanera. Estaba fingiendo superioridad sí, pero lo hacia también a proposito para que ella no se preocupara. Para que no pensara que podrían chantagearle por cualquier cosa - Además creo que me conoces lo suficiente como para saber que.. - ahora su voz empezaba a bajar un poco, no convenía gritar aquello demasiado alto - ..bueno, que no me contengo en disfrutar según que placeres de esta hermosa vida.. - susurró mirando en su dirección y frunciendo los labios tras una sonrisa, volviendo luego la cabeza hacia el centro mientras cerraba los ojos.
Movió el cuerpo ligeramente dando a entender que se acomodaba dispuesto a relajarse. Sabía que Éabann habría entendido sus palabras. Podría pecar de lujurioso pero nunca de reprimido; si se podía decir que este chico tenía un don era para expresar sus sentimientos y no contenerlos en ningún momento. Así mismo igual con sus deseos. También pecaría de consentido sí, pero, ya que tenía ese lujo ¿por qué no aprovecharlo? sería de tontos que lo desaprovechara por el simple echo de sentirse mal al saber que otros no corrían su misma suerte.
Si bien no él siempre ayudaba a aquellos que le necesitaban cuando tenía la oportunidad y eso era lo que verdaderamente le hacía sentir bien.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Gracias a los Dioses, Nuevos y Antiguos. Adam estaba haciendo aquello porque quería, porque lo deseaba. Sabía que Adam era un hombre voluptuoso en todos los sentidos, era una persona que amaba los placeres y el deseo, ella misma lo había descubierto cuando se encontraban ambos en Londres, pero siempre había posibilidades de chantajes, de presiones, de… bueno, había muchas razones. Deudas era una posibilidad. Sabía que la familia de Adam estaba bien acomodada, pero también sabía que la sociedad se vestía de un color diferente a lo que ocurría en realidad detrás de las paredes de la casa. Nada le decía que en el fondo no necesitara hacerlo por dinero. Miró al muchacho, el gesto relajado del rostro y el de ella se relajó lentamente, poco a poco, procurando que la preocupación desapareciera de sus ojos verdes.
El simple hecho de que él estuviera bien y estuviera a su lado ayudaba en ese cometido. Respiró hondo unos instantes, simplemente deteniéndose en cada uno de los rasgos de su rostro. Ella, mejor que nadie, entendía que las reglas morales de la sociedad en la que el hombre que tenía delante de sí —tenía que olvidarse de referirse en sus pensamientos a él como muchacho puesto que estaba más que claro que ya no lo era—había tenido que vivir. No las entendía, más aún, la agobiaban. Podía comprender el por qué había buscado una via de escape, una forma de cambiar lo que era el día a día, de encontrar una forma de separarse de ella.
—Tenía que preguntar, Adam, solo por si acaso tenía que romper alguna cabeza por el camino y armarme la espada y el escudo para ir a salvarte.—el tono era divertido mientras hablaba, sonriendo. Parecía que a pesar del tiempo pasado separados, del tiempo en el que no habían hablado, su amistaba continuaba prácticamente en el punto exacto en el que se había quedado. Era cierto que había cosas que habían cambiado, que tenían que ponerse al día, que necesitaban ponerse al día. Era cierto que siempre había algunas cosillas que se habían mantenido ocultas, pero en ese momento Éabann no quería enturbiar ese momento de reencuentro.
—Y haces bien… no entenderé nunca todas estas normas que nos atan y nos privan de ser nosotros mismos, es casi como se negara el cuerpo, como si fuera una mancha.—arrugó brevemente la nariz y finalmente se acostó a su lado, sin darse cuenta volvió a tomar su mano, jugueteando un instante con sus dedos antes de soltarlos. Con un gesto pensativo se retiró los guantes desnudando sus manos. No eran suaves, no eran las de una dama, estaba claro que había arañazos producidos por su trabajo con las plantas, pero no le importaba y ni siquiera se daba cuenta de ese detalle. —Soy una pesada pero…—giró el rostro para mirarle, sabiendo que su cabello oscuro seguramente estaría ya medio suelto de las horquillas que se había obligado a llevar, que el sombrero seguramente no estaría perfectamente en su sitio, pero no le importaba.—si algún día deja de ser algo que quieras y se convierte en una obligación, me lo dirás.
Nadie sabía lo que podría ocurrir en el futuro, nadie sabía si aquello le provocaría un problema a Adam y ella quería estar allí para ayudarlo. Se había perdido demasiado tiempo, demasiados años, estando lejos de él. No, no quería volver a pasar por lo mismo de nuevo. Miró entonces esa franja de cielo que se alzaba sobre ellos, ese trocito que en ese momento les pertenecía mientras se estiraba por completo, simplemente disfrutando de dos placeres fundamentales: el cielo y la sensación de seguridad que le otorgaba tenerle a su lado.
El simple hecho de que él estuviera bien y estuviera a su lado ayudaba en ese cometido. Respiró hondo unos instantes, simplemente deteniéndose en cada uno de los rasgos de su rostro. Ella, mejor que nadie, entendía que las reglas morales de la sociedad en la que el hombre que tenía delante de sí —tenía que olvidarse de referirse en sus pensamientos a él como muchacho puesto que estaba más que claro que ya no lo era—había tenido que vivir. No las entendía, más aún, la agobiaban. Podía comprender el por qué había buscado una via de escape, una forma de cambiar lo que era el día a día, de encontrar una forma de separarse de ella.
—Tenía que preguntar, Adam, solo por si acaso tenía que romper alguna cabeza por el camino y armarme la espada y el escudo para ir a salvarte.—el tono era divertido mientras hablaba, sonriendo. Parecía que a pesar del tiempo pasado separados, del tiempo en el que no habían hablado, su amistaba continuaba prácticamente en el punto exacto en el que se había quedado. Era cierto que había cosas que habían cambiado, que tenían que ponerse al día, que necesitaban ponerse al día. Era cierto que siempre había algunas cosillas que se habían mantenido ocultas, pero en ese momento Éabann no quería enturbiar ese momento de reencuentro.
—Y haces bien… no entenderé nunca todas estas normas que nos atan y nos privan de ser nosotros mismos, es casi como se negara el cuerpo, como si fuera una mancha.—arrugó brevemente la nariz y finalmente se acostó a su lado, sin darse cuenta volvió a tomar su mano, jugueteando un instante con sus dedos antes de soltarlos. Con un gesto pensativo se retiró los guantes desnudando sus manos. No eran suaves, no eran las de una dama, estaba claro que había arañazos producidos por su trabajo con las plantas, pero no le importaba y ni siquiera se daba cuenta de ese detalle. —Soy una pesada pero…—giró el rostro para mirarle, sabiendo que su cabello oscuro seguramente estaría ya medio suelto de las horquillas que se había obligado a llevar, que el sombrero seguramente no estaría perfectamente en su sitio, pero no le importaba.—si algún día deja de ser algo que quieras y se convierte en una obligación, me lo dirás.
Nadie sabía lo que podría ocurrir en el futuro, nadie sabía si aquello le provocaría un problema a Adam y ella quería estar allí para ayudarlo. Se había perdido demasiado tiempo, demasiados años, estando lejos de él. No, no quería volver a pasar por lo mismo de nuevo. Miró entonces esa franja de cielo que se alzaba sobre ellos, ese trocito que en ese momento les pertenecía mientras se estiraba por completo, simplemente disfrutando de dos placeres fundamentales: el cielo y la sensación de seguridad que le otorgaba tenerle a su lado.
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Adam se sorprendió al escuchar la broma que le acababa de hacer su amiga. De alguna manera le sonaba extrañamente familiar y no pudo evitar empezar a reirse sin nisiquiera abrir los ojos, únicamente escuchandola pues así era la mejor manera de concentrarse o con la vista podía captar otras cosas que le llamaran su atención. Solía pasarle que se despistara cuando se ponía como estaba en ese momento. Que de repente viera un pajaro pasar y se pusiera a prestarle más atención a él que a quien le estuviese hablando. Aunque también podía empezar a pensar cosas por si mismo y dejar de prestar atención a lo que le decían; que para el caso estabamos en las mismas.
Fuese cual fuese esta vez tuvo los oidos bien puestos a lo que Éabann le dijo; por eso mismo es que se rió durante unos instantes de imaginarsela con la armadura y una espada en su rescate. Sin duda le recordó a aquel curioso muchacho de la parroquia que se había encontrado hace unos días. Sin poderlo evitar empezó a reirse de nuevo de recordar la escena pasada.
Cuando el tono de la voz ya empezaba a ser más serio, dejando lo bromista a parte, Adam abrió los ojos y volteó el rostro observandola allí todavía con un gesto de preocupación. Algo más leve por lo que le había confirmado pero no dejaba de estar preocupada por muy poco que fuera. Suspiró y le agarró la mano justo como ella había echo segundos antes. - Sabes que si ocurriera eso no dejaría que me "salvaras" - sonrió suavemente de recordar la broma pero sin reirse pues estaba hablando enserio; ahora sus ojos le transmitian algo de dulzura - Es algo en lo que yo me he metido por mi propia cuenta y riesgo, no dejaré que nadie salga perjudicado más que yo - le dijo mirandola fijamente a los ojos esta vez sin una sonrisa, para que se lo tomara enserio - Y menos alguien tan especial como tú - volvió a sonreir de nuevo, esta vez algo pícaro.
Tiró de su brazo sin hacerle daño pero lo suficiente como para que el cuerpo de ella se situara al lado del de él. Dejó que la mano de ella descansara en su pecho y la suya viajó hasta el cabello ajeno, quitandole las orquillas que ya estaban a punto de caer pues se había despeinado un poco - Así estás mas guapa; siempre me gustaste despeinada - susurró mirando hacia su cabello y esparciendole un poco el cabello por los lados, para que también la cayera hacia delante - Te ha crecido bastante desde la última vez que te vi - tomó un par de mechones y los llevó hasta su nariz para olfatearlos y besarlos con suavidad.
Seguidamente la miró con una sonrisa, en ese momento se estaba empezando a sentir algo extraño y nostalgico. Una sensación que no demasiadas veces le invadía pero que a la vez era agradable. Misteriosa.
Fuese cual fuese esta vez tuvo los oidos bien puestos a lo que Éabann le dijo; por eso mismo es que se rió durante unos instantes de imaginarsela con la armadura y una espada en su rescate. Sin duda le recordó a aquel curioso muchacho de la parroquia que se había encontrado hace unos días. Sin poderlo evitar empezó a reirse de nuevo de recordar la escena pasada.
Cuando el tono de la voz ya empezaba a ser más serio, dejando lo bromista a parte, Adam abrió los ojos y volteó el rostro observandola allí todavía con un gesto de preocupación. Algo más leve por lo que le había confirmado pero no dejaba de estar preocupada por muy poco que fuera. Suspiró y le agarró la mano justo como ella había echo segundos antes. - Sabes que si ocurriera eso no dejaría que me "salvaras" - sonrió suavemente de recordar la broma pero sin reirse pues estaba hablando enserio; ahora sus ojos le transmitian algo de dulzura - Es algo en lo que yo me he metido por mi propia cuenta y riesgo, no dejaré que nadie salga perjudicado más que yo - le dijo mirandola fijamente a los ojos esta vez sin una sonrisa, para que se lo tomara enserio - Y menos alguien tan especial como tú - volvió a sonreir de nuevo, esta vez algo pícaro.
Tiró de su brazo sin hacerle daño pero lo suficiente como para que el cuerpo de ella se situara al lado del de él. Dejó que la mano de ella descansara en su pecho y la suya viajó hasta el cabello ajeno, quitandole las orquillas que ya estaban a punto de caer pues se había despeinado un poco - Así estás mas guapa; siempre me gustaste despeinada - susurró mirando hacia su cabello y esparciendole un poco el cabello por los lados, para que también la cayera hacia delante - Te ha crecido bastante desde la última vez que te vi - tomó un par de mechones y los llevó hasta su nariz para olfatearlos y besarlos con suavidad.
Seguidamente la miró con una sonrisa, en ese momento se estaba empezando a sentir algo extraño y nostalgico. Una sensación que no demasiadas veces le invadía pero que a la vez era agradable. Misteriosa.
Jean-Luc Tessier- Prostituta Clase Baja
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Éabann no pudo evitar que un ligero suspiro se escapara de entre sus labios al notar su mano después de ese ataque de risa que él había tenido. Arqueó brevemente las cejas ante su comentario, girándose brevemente para poder mirarlo con comodidad mientras hablaba. La seriedad de su rostro hizo que un gesto análogo se reflejara en el suyo. No, aquello no era fácil. Cuando una persona importaba, siempre había algo que movía para intentar mantenerlo a salvo. En cierta manera, aunque sabía que Adam podría arreglárselas por si mismo sin necesidad de su ayuda, la morena necesitaba saber que podría hacerlo llegado el caso. No hubiera creído posible que eso sucediera, más cuando hacía tanto tiempo que se habían alejado el uno del otro.
Por su culpa, sí, por haberse ido de Londres sin más. Era inútil echar la culpa al pasado cuando estaba en el presente y le tenía allí. El pasado marcaba, pero era el presente el que tocaba vivir y el futuro el que tocaba ir creando lentamente, poco a poco. Le miró a los ojos mientras hablaba, apretando con suavidad la mano de él mientras se quedaba durante unos breves segundos pensativa.
—Vamos, que voy a tener que devolver la armadura que me he comprado.—respondió finalmente, no era el momento de ponerse realmente serios, no quería aguar el reencuentro, ni llenarlo de nubarrones que al final no iban a llevar a ningún lado.—Es algo muy desconsiderado por tu parte.—finalmente su rostro se puso serio de nuevo y asintió con suavidad.—Entiendo tu forma de pensar, pero ya sabes que si necesitas que te ayude por cualquier razón, voy a estar aquí.—le miró a los ojos.—Esta vez no pienso irme a ninguna parte.
El siguiente movimiento de él provocó que casi se cayera sobre él, aunque reaccionó con rapidez. Apoyó la mano en su pecho, sobre su corazón, notando los latidos del mismo y no pudo evitar sonreír al tiempo que su aroma llegaba con más claridad hasta su olfato. Su cuerpo reaccionó acercándose un poco más, tentada de poner su rostro en su hombro como había hecho ya varias veces en el pasado.
Le miró a los ojos mientras retiraba la incomodidad de las horquillas y el oscuro cabello caía en libertad a su alrededor, como una cortina hecha con seda negra. Movió brevemente la cabeza y dejó escapar un suspiro de alivio. Prefería tener el pelo así, simplemente a su aire, sin la sujeción de recogidos que terminaban por provocarla molestos dolor de cabeza. Una sonrisa curvó sus labios deleitándose simplemente con la vista que su postura ligeramente incorporada, le proporcionaba.
—Gracias, aunque ahora mismo debo tener una imagen bastante salvaje.—se movió hacia delante, dejando que el cabello proporcionara un ligero dosel a ambos lados de su rostro cuando se estiró para poder besarle con comodidad en la mejilla, cerrando durante un breve instante los ojos, antes de separarse para poder mirarle con comodidad.—Si no fuera por el ruido de caballos y de gente, casi me puedo imaginar que estamos en los jardines de tu casa de Londres.
Esos jardines habían sido testigos mudos de múltiples encuentros de ambos. Bellos, recónditos, había una fuente perfecta para encuentros más o menos clandestinos. Habían sido testigos de fugas de ambos en mitad de bailes interminables que no hacían más que aburrir a los dos jóvenes, buscando alejarse de todos. Habían sido testigos de dos figuras tendidas sobre sendos bancos de piedra mirando las estrellas. Y habían sido testigos, también, de ese primer beso robado que había encendido dentro de ambos sensaciones que hasta ese momento habían estado dormidas.
Por su culpa, sí, por haberse ido de Londres sin más. Era inútil echar la culpa al pasado cuando estaba en el presente y le tenía allí. El pasado marcaba, pero era el presente el que tocaba vivir y el futuro el que tocaba ir creando lentamente, poco a poco. Le miró a los ojos mientras hablaba, apretando con suavidad la mano de él mientras se quedaba durante unos breves segundos pensativa.
—Vamos, que voy a tener que devolver la armadura que me he comprado.—respondió finalmente, no era el momento de ponerse realmente serios, no quería aguar el reencuentro, ni llenarlo de nubarrones que al final no iban a llevar a ningún lado.—Es algo muy desconsiderado por tu parte.—finalmente su rostro se puso serio de nuevo y asintió con suavidad.—Entiendo tu forma de pensar, pero ya sabes que si necesitas que te ayude por cualquier razón, voy a estar aquí.—le miró a los ojos.—Esta vez no pienso irme a ninguna parte.
El siguiente movimiento de él provocó que casi se cayera sobre él, aunque reaccionó con rapidez. Apoyó la mano en su pecho, sobre su corazón, notando los latidos del mismo y no pudo evitar sonreír al tiempo que su aroma llegaba con más claridad hasta su olfato. Su cuerpo reaccionó acercándose un poco más, tentada de poner su rostro en su hombro como había hecho ya varias veces en el pasado.
Le miró a los ojos mientras retiraba la incomodidad de las horquillas y el oscuro cabello caía en libertad a su alrededor, como una cortina hecha con seda negra. Movió brevemente la cabeza y dejó escapar un suspiro de alivio. Prefería tener el pelo así, simplemente a su aire, sin la sujeción de recogidos que terminaban por provocarla molestos dolor de cabeza. Una sonrisa curvó sus labios deleitándose simplemente con la vista que su postura ligeramente incorporada, le proporcionaba.
—Gracias, aunque ahora mismo debo tener una imagen bastante salvaje.—se movió hacia delante, dejando que el cabello proporcionara un ligero dosel a ambos lados de su rostro cuando se estiró para poder besarle con comodidad en la mejilla, cerrando durante un breve instante los ojos, antes de separarse para poder mirarle con comodidad.—Si no fuera por el ruido de caballos y de gente, casi me puedo imaginar que estamos en los jardines de tu casa de Londres.
Esos jardines habían sido testigos mudos de múltiples encuentros de ambos. Bellos, recónditos, había una fuente perfecta para encuentros más o menos clandestinos. Habían sido testigos de fugas de ambos en mitad de bailes interminables que no hacían más que aburrir a los dos jóvenes, buscando alejarse de todos. Habían sido testigos de dos figuras tendidas sobre sendos bancos de piedra mirando las estrellas. Y habían sido testigos, también, de ese primer beso robado que había encendido dentro de ambos sensaciones que hasta ese momento habían estado dormidas.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Las palabras de Éabann a él también le hacían recordar el tiempo que habían vivido juntos en Inglaterra. Todos esos momentos. Esas conversaciones. Las tristezas o alegrías que habían compartido. Los momentos más íntimos que habían experimentado. Ella era una de las primeras mujeres con las que estuvo, ciertamente, una de las que era más mayor y por ende tenía más experiencia en esos temas. Adam no es que fuese un mojigato por aquellos tiempos, por así decirlo, se había informado. Pero, como todo, él también tuvo su comienzo. Torpe y patoso inclusive. Adquirió experiencia con los años. Experiencia que le lleva a ser el muchachito que es ahora y toda aquella que aún le falta por experimentar para ser el hombre de mañana. Cuando pasaran unos cuantos años miraría atrás y lo que ahora sabía le parecería precisamente eso, de inexpertos. Por mucho que ahora sintiera que podía superar cualquier reto, realmente, solo era proponerselo para que lo consiguiera. Lo último que se pierden son las esperanzas, o eso dicen.
Mantuvo los ojos por breves minutos cerrados, concentrado en sus propios pensamientos sobre aquellos tiempos. Le agradaba recordarlos ya que desde que se hubo marchado no lo había echo con frecuencia, no le agradaba recordarla sabiendo que no volvería a verla. O eso era lo que creía él por aquel entonces, después de todo, se marchó sin dar señales de su regreso o asegurarselo. Nada estaba seguro y a la vez todo era posible. Incluso el que se encontraran después de varios años y un País diferente. Definitivamente eso demostraba que todo era posible en la vida.
Suspiró y sus parpados se abrieron, observandola. Sonrió ante su comentario y a la misma vez una mano viajaba hasta uno de sus mechones que descendía lacio sobre su pecho - ¿Ahora dices? No te engañes; siempre has sido y serás salvaje. Tan salvaje como lo puede ser una pantera - murmuró y rió brevemente. - Siempre me pareciste una fiera - susurró esta vez algo más bajo como si aquello fuese un extra por el que recibiria algún golpe. A veces no podía evitar ese tipo de comentarios medianamente bromistas hacia las mujeres. - ¡Oh! Eso me recuerda que te puedes venir cuando quieras a mi casa, en esta también tengo jardín y hasta un lago en medio. Deberías verlo, es sumamente tranquilo además de hermoso - comentó esta vez dejando la broma atrás e intentando transmitirle con palabras la paz que podía reflejarse en ese nuevo jardín. Jardín que ahora podría compartir con ella las veces que quisiera si le decía la verdad. Si no se volvía a marchar.
- Bueno, me lo he pensado y te dejaré salvarme.. - murmuró ahora cambiando de tema y volviendo al anterior tras unos minutos. - Te dejaré salvarme sooolo si.. - la miraba en todo momento seriamente más empezó a aparecer una sonrisa pícara en su rostro tras sus últimas palabras. Nada bueno se traía - Si me sobornas, claro está.. - susurró y suavemente estiró del cabello que tenía agarrado para que el rostro de la muchacha bajara hasta acercarse más al suyo. Separandolos por milimetros.
Bromeaba, pero en parte también quería ver cuanto habían cambiado las cosas entre ellos y si todavía había alguna llama encendida. Un especial vinculo. En ese caso, le demostraría que ya no era ese muchacho de antaño.
Mantuvo los ojos por breves minutos cerrados, concentrado en sus propios pensamientos sobre aquellos tiempos. Le agradaba recordarlos ya que desde que se hubo marchado no lo había echo con frecuencia, no le agradaba recordarla sabiendo que no volvería a verla. O eso era lo que creía él por aquel entonces, después de todo, se marchó sin dar señales de su regreso o asegurarselo. Nada estaba seguro y a la vez todo era posible. Incluso el que se encontraran después de varios años y un País diferente. Definitivamente eso demostraba que todo era posible en la vida.
Suspiró y sus parpados se abrieron, observandola. Sonrió ante su comentario y a la misma vez una mano viajaba hasta uno de sus mechones que descendía lacio sobre su pecho - ¿Ahora dices? No te engañes; siempre has sido y serás salvaje. Tan salvaje como lo puede ser una pantera - murmuró y rió brevemente. - Siempre me pareciste una fiera - susurró esta vez algo más bajo como si aquello fuese un extra por el que recibiria algún golpe. A veces no podía evitar ese tipo de comentarios medianamente bromistas hacia las mujeres. - ¡Oh! Eso me recuerda que te puedes venir cuando quieras a mi casa, en esta también tengo jardín y hasta un lago en medio. Deberías verlo, es sumamente tranquilo además de hermoso - comentó esta vez dejando la broma atrás e intentando transmitirle con palabras la paz que podía reflejarse en ese nuevo jardín. Jardín que ahora podría compartir con ella las veces que quisiera si le decía la verdad. Si no se volvía a marchar.
- Bueno, me lo he pensado y te dejaré salvarme.. - murmuró ahora cambiando de tema y volviendo al anterior tras unos minutos. - Te dejaré salvarme sooolo si.. - la miraba en todo momento seriamente más empezó a aparecer una sonrisa pícara en su rostro tras sus últimas palabras. Nada bueno se traía - Si me sobornas, claro está.. - susurró y suavemente estiró del cabello que tenía agarrado para que el rostro de la muchacha bajara hasta acercarse más al suyo. Separandolos por milimetros.
Bromeaba, pero en parte también quería ver cuanto habían cambiado las cosas entre ellos y si todavía había alguna llama encendida. Un especial vinculo. En ese caso, le demostraría que ya no era ese muchacho de antaño.
Jean-Luc Tessier- Prostituta Clase Baja
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
Éabann respiró hondo mientras le miraba, algo había en esos ojos que le hacía perder el norte a pesar del tiempo ocurrido y no era buena idea hacerlo. Una media sonrisa se deslizó por sus labios ante su comentario poniéndose ligeramente más cómoda apoyando el antebrazo que se encontraba en el suelo junto a él mientras su mano se mantenía en su torso, pudiendo notar con claridad cómo el pecho de él subía y bajaba gracias a la respiración. Agradecía que siguiera vivo, completamente vivo. Más de una vez se había arrepentido de irse sin decirle lo que había acechando en las sombras y los problemas que podrían provocarle. ¿La hubiera creído si lo hubiera hecho? No estaba segura de ello. Había siempre intentado velar por su seguridad, pocas personas habían traspasado las defensas de Éabann, muy pocas lo habían hecho con la fuerza que lo había hecho Adam.
No sabía exactamente la razón, quizá porque en el fondo de los ojos del muchacho de entonces había visto las ansias de libertad, de volar lejos, que se encontraban en su interior. Quizá porque había visto en gran medida un alma afín con la que compartir aquellos momentos de estar encarcelados entre cuatro paredes. Dicen que hay situaciones en las que es mejor compartirlas con otra persona, para la gitana Adam había sido eso en un primer momento, hasta que finalmente se había convertido en la única persona que la había visto con claridad.
—Y yo que pensaba que tenía a buen recaudo bajo siete llaves mi naturaleza. —comentó mientras le miraba, bajando por un momento la voz. —Debes de leerme mucho mejor de lo que me hubiera imaginado. —claramente estaba bromeando, bromas que murieron en sus labios cuando comenzó a hablar. No pudo evitar que una sonrisa, una risa, rompiera una vez más con la tranquilidad del lugar en el que se encontraban recostados sobre la hierba. Esa invitación, simple, pero certera, le había llenado de alegría. Significaba que quería que se volvieran a ver y aunque por su parte el deseo estaba allí, no quería presionar al hombre que estaba a su lado. A fin de cuentas, mucho había cambiado en ese tiempo. —Me encantaría ir y que me enseñaras ese lago, podríamos escaparnos como hacíamos antes. —le miró de reojo por un momento. —Seguro que con la luna reflejada es una auténtica preciosidad, aunque me imagino que ahora serás tú el anfitrión de esas fiestas y que resultará mucho más difícil alejarte de tus invitados.
Tenía que acostumbrarse a pensar en él como alguien adulto y que tenía sus obligaciones, además de sus caprichos y de esa otra identidad. En parte sentía curiosidad por saber cómo había conseguido hacer que ambas identidades encajaran y se amoldaran la una a la otra. Tenía que ser difícil, muy difícil, porque Adam se movía entre los círculos más elevados y sabía demasiado bien que los que iban a los lugares donde se necesitaban las cortesanas eran precisamente personas con caudal.
Por la inercia su cuerpo se movió hacia delante, hasta quedar a unos centímetros. Ambas respiraciones se entremezclaron mientras que los ojos verdes de Éabann se clavaron en los del hombre, dejando que la mano que se encontraba en su pecho acariciara ligeramente por encima de la ropa durante apenas unos segundos. Su mirada se oscureció mientras le observaba, intentando concentrarse, aunque era difícil teniéndolo tan pegado a sí misma.
—¿Y de qué manera te podría sobornar? —preguntó entonces, con la voz baja, mientras mantenía su mirada durante unos segundos antes de bajarla hacia sus labios de forma consciente. —Todo sea por el bien común de mantenerte a salvo.
No sabía exactamente la razón, quizá porque en el fondo de los ojos del muchacho de entonces había visto las ansias de libertad, de volar lejos, que se encontraban en su interior. Quizá porque había visto en gran medida un alma afín con la que compartir aquellos momentos de estar encarcelados entre cuatro paredes. Dicen que hay situaciones en las que es mejor compartirlas con otra persona, para la gitana Adam había sido eso en un primer momento, hasta que finalmente se había convertido en la única persona que la había visto con claridad.
—Y yo que pensaba que tenía a buen recaudo bajo siete llaves mi naturaleza. —comentó mientras le miraba, bajando por un momento la voz. —Debes de leerme mucho mejor de lo que me hubiera imaginado. —claramente estaba bromeando, bromas que murieron en sus labios cuando comenzó a hablar. No pudo evitar que una sonrisa, una risa, rompiera una vez más con la tranquilidad del lugar en el que se encontraban recostados sobre la hierba. Esa invitación, simple, pero certera, le había llenado de alegría. Significaba que quería que se volvieran a ver y aunque por su parte el deseo estaba allí, no quería presionar al hombre que estaba a su lado. A fin de cuentas, mucho había cambiado en ese tiempo. —Me encantaría ir y que me enseñaras ese lago, podríamos escaparnos como hacíamos antes. —le miró de reojo por un momento. —Seguro que con la luna reflejada es una auténtica preciosidad, aunque me imagino que ahora serás tú el anfitrión de esas fiestas y que resultará mucho más difícil alejarte de tus invitados.
Tenía que acostumbrarse a pensar en él como alguien adulto y que tenía sus obligaciones, además de sus caprichos y de esa otra identidad. En parte sentía curiosidad por saber cómo había conseguido hacer que ambas identidades encajaran y se amoldaran la una a la otra. Tenía que ser difícil, muy difícil, porque Adam se movía entre los círculos más elevados y sabía demasiado bien que los que iban a los lugares donde se necesitaban las cortesanas eran precisamente personas con caudal.
Por la inercia su cuerpo se movió hacia delante, hasta quedar a unos centímetros. Ambas respiraciones se entremezclaron mientras que los ojos verdes de Éabann se clavaron en los del hombre, dejando que la mano que se encontraba en su pecho acariciara ligeramente por encima de la ropa durante apenas unos segundos. Su mirada se oscureció mientras le observaba, intentando concentrarse, aunque era difícil teniéndolo tan pegado a sí misma.
—¿Y de qué manera te podría sobornar? —preguntó entonces, con la voz baja, mientras mantenía su mirada durante unos segundos antes de bajarla hacia sus labios de forma consciente. —Todo sea por el bien común de mantenerte a salvo.
Éabann G. Dargaard- Gitano
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Re: Negro como la Noche. Dulce como el Pecado. {Adam DuPont}
La mirada la resultó algo sugerente, después de todo estaba fija en sus labios. Por inercia se los relamió suavemente aprovechando el que le miraba, podría ser una indirecta o no, todo dependía del como ella lo interpretase. De echo él no acababa de saber a ciencia cierta qué significaría para ella sobornarle. Él lo había dicho con unas dobles intenciones, claro está, era algo que no podía evitar y más con alguien con ella. En parte también el echo de que significara tanto para él le habían permitido controlarse, de lo contrario, ya la habría besado minutos atrás. Sus labios se lo pedían y los de ella le atraían bastante. Hacía demasido tiempo que no los probaba. El suave beso de cuando se reencontraron le había dejado con mal sabor, quería toda más.
Pero le importaba demasiado su amistad como para que pudiera romperse por sus acciones, con Éabann siempre se había visto algo cohibido, por lo menos, hasta que ella le daba la via libre claro. De lo contrario acababa sintiendose confuso sin saber como actuar frente a ella en ese campo de su relación. Un campo complicado para dos personas que tienen una relación tan buena. Siempre dicen que cuando se pasa la ralla es dificil volver atrás, eso era lo que le daba miedo. La apreciaba demasiado como para perderla ¿a ella le pasaría lo mismo? o tal vez simplemente no lo consideraba lo suficiente como para que ocurriera.
Después de todo ella era bastante más madura que él; no la superaba en edad demasiado pero su carácter siempre había sido mucho más fuerte, segura de si misma. Y había pensado eso de ella desde el primer momento que hablaro, desde el primer momento que se empezó a introducir él en su vida y ella en la suya.
Una de sus manos se posó sobre la cadera de ella, acariciandola por sobre la tela del vestido que llevaba en ese momento. - ¿Qué tal si me sorprendes? - la miró con una pequeña sonrisa juguetona, de esa parte que no estaba tan cohibida. Por suerte podía disimular lo suficientemente bien para que todos esos pensamientos inseguros que se le venían a la cabeza únicamente se quedaran entre él y su conciencia - Y te recuerdo que el dinero no vale - carraspeó levemente con las mejillas ciertamente sonrojadas. Con eso quería tal vez darle a entender un poco a lo que se refería y que estaba algo avergonzado por ello.
¿Desde cuando él se avergonzaba? aquellas mujeres que en su momento le habían creído el hombre más seguro de sí mismo deberían verle ahora para reirse de él. ¡Pareceré un idiota! es lo que él se decía a si mismo a gritos, desviando inevitablemente los ojos hacia otro lado. No podía sostenerle la mirada ¡Qué mujer!.
Pero le importaba demasiado su amistad como para que pudiera romperse por sus acciones, con Éabann siempre se había visto algo cohibido, por lo menos, hasta que ella le daba la via libre claro. De lo contrario acababa sintiendose confuso sin saber como actuar frente a ella en ese campo de su relación. Un campo complicado para dos personas que tienen una relación tan buena. Siempre dicen que cuando se pasa la ralla es dificil volver atrás, eso era lo que le daba miedo. La apreciaba demasiado como para perderla ¿a ella le pasaría lo mismo? o tal vez simplemente no lo consideraba lo suficiente como para que ocurriera.
Después de todo ella era bastante más madura que él; no la superaba en edad demasiado pero su carácter siempre había sido mucho más fuerte, segura de si misma. Y había pensado eso de ella desde el primer momento que hablaro, desde el primer momento que se empezó a introducir él en su vida y ella en la suya.
Una de sus manos se posó sobre la cadera de ella, acariciandola por sobre la tela del vestido que llevaba en ese momento. - ¿Qué tal si me sorprendes? - la miró con una pequeña sonrisa juguetona, de esa parte que no estaba tan cohibida. Por suerte podía disimular lo suficientemente bien para que todos esos pensamientos inseguros que se le venían a la cabeza únicamente se quedaran entre él y su conciencia - Y te recuerdo que el dinero no vale - carraspeó levemente con las mejillas ciertamente sonrojadas. Con eso quería tal vez darle a entender un poco a lo que se refería y que estaba algo avergonzado por ello.
¿Desde cuando él se avergonzaba? aquellas mujeres que en su momento le habían creído el hombre más seguro de sí mismo deberían verle ahora para reirse de él. ¡Pareceré un idiota! es lo que él se decía a si mismo a gritos, desviando inevitablemente los ojos hacia otro lado. No podía sostenerle la mirada ¡Qué mujer!.
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