AÑO 1842
Nos encontramos en París, Francia, exactamente en la pomposa época victoriana. Las mujeres pasean por las calles luciendo grandes y elaborados peinados, mientras abanican sus rostros y modelan elegantes vestidos que hacen énfasis los importantes rangos sociales que ostentan; los hombres enfundados en trajes las escoltan, los sombreros de copa les ciñen la cabeza.
Todo parece transcurrir de manera normal a los ojos de los humanos; la sociedad está claramente dividida en clases sociales: la alta, la media y la baja. Los prejuicios existen; la época es conservadora a más no poder; las personas con riqueza dominan el país. Pero nadie imagina los seres que se esconden entre las sombras: vampiros, licántropos, cambiaformas, brujos, gitanos. Todos son cazados por la Inquisición liderada por el Papa. Algunos aún creen que sólo son rumores y fantasías; otros, que han tenido la mala fortuna de encontrarse cara a cara con uno de estos seres, han vivido para contar su terrorífica historia y están convencidos de su existencia, del peligro que representa convivir con ellos, rondando por ahí, camuflando su naturaleza, haciéndose pasar por simples mortales, atacando cuando menos uno lo espera.
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Acechando [Privado]
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Acechando [Privado]
Las doce tocaron en el cielo; por así decirlo. Podían escucharse por todo París las campanadas que anunciaban la media noche desde el grandioso campanario. Alcé la vista para contemplarlo, de pie sobre una de las calles de la ciudad y rodeada de algunas cuantas personas. Obviamente a esas horas no había la misma gente que te encontrarías a plena luz del día, veinticuatro horas antes, ni la mitad. Pero si había la gente justa. Y, en particular, la interesante para mi. Esa noche no había salido a cazar o, por lo menos, no a cazar completamente. Había salido en busca lo que me estaba alimentando desde hacía aproximadamente una semana. Día arriba. Día abajo. Pero en resumen, un buen trabajo que tenía sus frutos diarios. Y más que los tendría en cuanto acabara. Claro que, eso no era tarea fácil. Posiblemente me acabaría llevando más tiempo del esperado, como siempre, no me gustaba hacer chapuzas. Nada de trabajos incompletos ni trabajos que no llegaran a un cierto nivel económico. Tampoco negociaba con cualquier persona. Porque no cualquiera aceptaba mis condiciones; la mayoría de veces resultaban ser recomendados. Y, de vez en cuando, podía hacer alguna que otra rebaja por eso..siempre me venía bien que hiciesen "cadena" como yo le llamaba. Mataba a cualquier tipo de ser sobrehumano sobre la faz de la tierra. Ponía unas normas que, si bien no gustaban siempre, recompensaba el hacer mi trabajo de manera efectiva el cien por cien de las ocasiones. No había margen de error. Nunca. Porque equivocarse significaba debilidad. Algo que hacía ya mucho tiempo no estaba dispuesta a consentir dentro de mi vida.
En cuanto volví a tener en mi campo de visión al sujeto volví a seguirlo de cerca y, al mismo tiempo, en la distancia. Era sobrenatural. Un ser de la noche. Un vampiro. Y, por tanto, no podía actual deliberadamente. Tenía que ser cautelosa y tener en cuenta los pros y los contras de "perseguirlo" por las calles. A decir verdad el día me hubiese venido perfecto, pero claro, si él saliera con la luz del sol ya no habría encargo al que matar porque se tostaría hasta quedar echo cenizas. Una de las "estupendas" cualidades de esos bichos. Todavía no entendía como algunos podían convertirse de manera voluntaria y, creedme, había conocido a unos cuantos. Las ansias de poder y longevidad hacían débiles a la raza humana. Así como la fragilidad de muchos de nosotros. Aparentemente parecemos todo lo contrario, fuertes y productivos. Pero, en la realidad ¿Cuántos de estos aparentes humanos lo son? Había muchos engaños de otro mundo que la gente desconocía. Los había aprendido a base de bien durante el tiempo de mi entrenamiento. Nada comparado con lo que llegué a encontrarme en la realidad. En el campo de batalla. Y, en ese momento, mi campo de batalla se fijaba en un hombre aparentemente normal. Con barba, moreno pero de piel blanca como todos los de su especie y una mirada penetrante. Una mirada que podía alejar a muchos y que, posiblemente, me traería diversión cuando llegase la hora. Si es que llegaba.
En cuanto volví a tener en mi campo de visión al sujeto volví a seguirlo de cerca y, al mismo tiempo, en la distancia. Era sobrenatural. Un ser de la noche. Un vampiro. Y, por tanto, no podía actual deliberadamente. Tenía que ser cautelosa y tener en cuenta los pros y los contras de "perseguirlo" por las calles. A decir verdad el día me hubiese venido perfecto, pero claro, si él saliera con la luz del sol ya no habría encargo al que matar porque se tostaría hasta quedar echo cenizas. Una de las "estupendas" cualidades de esos bichos. Todavía no entendía como algunos podían convertirse de manera voluntaria y, creedme, había conocido a unos cuantos. Las ansias de poder y longevidad hacían débiles a la raza humana. Así como la fragilidad de muchos de nosotros. Aparentemente parecemos todo lo contrario, fuertes y productivos. Pero, en la realidad ¿Cuántos de estos aparentes humanos lo son? Había muchos engaños de otro mundo que la gente desconocía. Los había aprendido a base de bien durante el tiempo de mi entrenamiento. Nada comparado con lo que llegué a encontrarme en la realidad. En el campo de batalla. Y, en ese momento, mi campo de batalla se fijaba en un hombre aparentemente normal. Con barba, moreno pero de piel blanca como todos los de su especie y una mirada penetrante. Una mirada que podía alejar a muchos y que, posiblemente, me traería diversión cuando llegase la hora. Si es que llegaba.
Alba Añoza- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/06/2011
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Re: Acechando [Privado]
La noche era aburrida, sosa, anodina, y cualquier sinónimo de esas palabras que pudiera ocurrírseme, así que ni siquiera valía la pena describirla. En caso de hacerlo, por mi parte añadiría que empezaba a refrescar del pesado calor del verano, apenas apreciable en las horas de la noche en las que me encontraba, y el aire fresco movía con su brisa las hojas de los árboles, ya más marrones por acercarse su caída, como la de todo paraje natural cuando llega el otoño. La luna brillaba en el cielo, entre nubes; los pajaritos cantarían de ser criaturas nocturnas los que lo hacían; las nubes se levantarían si hubiera ocasión para ello y blah blah blah, tonterías todas que demostraban mi punto principal: era una simple noche otoñal más.
Me había despertado con un solo pensamiento en la cabeza: la sed. Aquel era el único factor común, aparte de nuestra propia naturaleza y precisamente por ser inherente a ella, que unía a todos los inmortales en nuestra variedad, que había dado como resultado vampiros tan únicos como yo y otros tan anodinos como la noche en la que me encontraba que no aportaban nada salvo vergüenza ajena. Respecto a ellos sólo podía lamentar, en caso de que me importaran lo más mínimo, que no se parecieran ni un poquito a mí, pero como me daba igual sólo me daban lástima por ser tan rematadamente inferiores... y, como he dicho, vergüenza ajena por tener que compartir algo, cualquier cosa con ellos.
La sed fue lo que me empujó a reptar en las tinieblas desde mi refugio hasta el hormiguero de vida y bullicio que eran las calles parisinas; era el titiritero que movía mis hilos a través de gestos ágiles y rápidos, casi animales, entre las ánimas encarnadas en cuerpos frágiles y vulgares en busca de una presa, de a quien elegiría para convertirse en mi cena y mi sustento de aquella noche... un gran honor para cualquiera que requeriría, por tanto, que la elección no fuera tomada a la ligera... como si yo fuera a tomar alguna decisión equivocada por algo.
La afortunada elegida fue una dama bien vestida, ataviada con joyas suficientes para robarle brillo al sol con aquellas aristas de su talla y que enseguida, como era normal y razonable dadas las circunstancias, cayó bajo mi embrujo y bajo mi aspecto pulcro, limpio y aseado, elegante y sobrenatural por razones evidentes con un simple golpe de vista, como el que ella dirigió hacia mí y fue suficiente para atraerla a mi camino. Su sangre pasó a ser parte de mí y su cuerpo desapareció entre los callejones de París como únicas consecuencias factibles de mi cena, aparte de mi relativa humanización, visible en el algo mayor color en mi piel habitualmente marmórea.
Satisfecha la sed, ¿qué quedaba? No era hombre dado, en absoluto, a planificar las cosas de antemano hasta el último detalle, y siempre prefería dejar que la noche me condujera por los caminos que ella quisiera ya que, con mi capacidad innata para doblar cualquier situación hasta que me resultara favorable, estaba listo para enfrentarme a cualquier cosa... literalmente. Aquella decisión fue la que tomé.
Con una mano en el bolsillo, indolente, y la otra en mis labios, recogiendo con los dedos las últimas gotas del preciado líquido carmesí que acababa de ingerir, me deslizaba con gracias espectral por las callejas de París, aparentemente distraído pero realmente atento a cualquier mínimo movimiento, esencia o gesto a mi alrededor, y fue precisamente mi atención lo que me hizo verla antes de que le diera tiempo a ella a verme a mí, que paseaba como si no tuviera nada que esconder... porque no lo tenía.
Joven, bastante, y de ojos al parecer claros, lo que más destacaba en su rostro no eran estos sino sus labios, llenos, y que con el resto de sus rasgos estaban clavados en mí, estudiándome y ganándose sólo al final que me dignara a mirara de manera penetrante, como si quisiera juzgar a aquel ser inferior que me miraba demasiado antes de conocer sus acciones aunque ¿para qué hacerlo? Era inútil si ya sabía que por sólo ser humana no duraría ni un asalto contra mí, pero aún así me mantuve imperceptiblemente en guardia, por si acaso le daba por hacer alguna tontería... típico de humanos.
Me crucé de brazos y mantuve la mirada en ella, alzando una ceja y continuando con aquel estudio hasta que chasqueé la lengua contra el paladar y negué con la cabeza, medio sonriendo y dejando que aquella sonrisa adquiriera un matiz peligroso, de aviso... para que luego no dijera que no le había dado una oportunidad, al menos.
– Decidme una cosa, ¿sois siempre tan poco disimulada a la hora de mirar a alguien a quien os acabais de encontrar o es sólo cosa de que me ha tocado pillaros en un día particularmente poco inspirado a la hora de ocultar vuestros gestos? Es de mala educación mirar fijamente, una dama debería saberlo... – dije, con falso tono reprendedor que, en el fondo, ocultaba curiosidad por mi interlocutora... porque uno no se encontraba con damas maleducadas todos los días en aquella sociedad, y para una que veía había que aprovechar la diversión de enseñarle modales... a mi manera.
Me había despertado con un solo pensamiento en la cabeza: la sed. Aquel era el único factor común, aparte de nuestra propia naturaleza y precisamente por ser inherente a ella, que unía a todos los inmortales en nuestra variedad, que había dado como resultado vampiros tan únicos como yo y otros tan anodinos como la noche en la que me encontraba que no aportaban nada salvo vergüenza ajena. Respecto a ellos sólo podía lamentar, en caso de que me importaran lo más mínimo, que no se parecieran ni un poquito a mí, pero como me daba igual sólo me daban lástima por ser tan rematadamente inferiores... y, como he dicho, vergüenza ajena por tener que compartir algo, cualquier cosa con ellos.
La sed fue lo que me empujó a reptar en las tinieblas desde mi refugio hasta el hormiguero de vida y bullicio que eran las calles parisinas; era el titiritero que movía mis hilos a través de gestos ágiles y rápidos, casi animales, entre las ánimas encarnadas en cuerpos frágiles y vulgares en busca de una presa, de a quien elegiría para convertirse en mi cena y mi sustento de aquella noche... un gran honor para cualquiera que requeriría, por tanto, que la elección no fuera tomada a la ligera... como si yo fuera a tomar alguna decisión equivocada por algo.
La afortunada elegida fue una dama bien vestida, ataviada con joyas suficientes para robarle brillo al sol con aquellas aristas de su talla y que enseguida, como era normal y razonable dadas las circunstancias, cayó bajo mi embrujo y bajo mi aspecto pulcro, limpio y aseado, elegante y sobrenatural por razones evidentes con un simple golpe de vista, como el que ella dirigió hacia mí y fue suficiente para atraerla a mi camino. Su sangre pasó a ser parte de mí y su cuerpo desapareció entre los callejones de París como únicas consecuencias factibles de mi cena, aparte de mi relativa humanización, visible en el algo mayor color en mi piel habitualmente marmórea.
Satisfecha la sed, ¿qué quedaba? No era hombre dado, en absoluto, a planificar las cosas de antemano hasta el último detalle, y siempre prefería dejar que la noche me condujera por los caminos que ella quisiera ya que, con mi capacidad innata para doblar cualquier situación hasta que me resultara favorable, estaba listo para enfrentarme a cualquier cosa... literalmente. Aquella decisión fue la que tomé.
Con una mano en el bolsillo, indolente, y la otra en mis labios, recogiendo con los dedos las últimas gotas del preciado líquido carmesí que acababa de ingerir, me deslizaba con gracias espectral por las callejas de París, aparentemente distraído pero realmente atento a cualquier mínimo movimiento, esencia o gesto a mi alrededor, y fue precisamente mi atención lo que me hizo verla antes de que le diera tiempo a ella a verme a mí, que paseaba como si no tuviera nada que esconder... porque no lo tenía.
Joven, bastante, y de ojos al parecer claros, lo que más destacaba en su rostro no eran estos sino sus labios, llenos, y que con el resto de sus rasgos estaban clavados en mí, estudiándome y ganándose sólo al final que me dignara a mirara de manera penetrante, como si quisiera juzgar a aquel ser inferior que me miraba demasiado antes de conocer sus acciones aunque ¿para qué hacerlo? Era inútil si ya sabía que por sólo ser humana no duraría ni un asalto contra mí, pero aún así me mantuve imperceptiblemente en guardia, por si acaso le daba por hacer alguna tontería... típico de humanos.
Me crucé de brazos y mantuve la mirada en ella, alzando una ceja y continuando con aquel estudio hasta que chasqueé la lengua contra el paladar y negué con la cabeza, medio sonriendo y dejando que aquella sonrisa adquiriera un matiz peligroso, de aviso... para que luego no dijera que no le había dado una oportunidad, al menos.
– Decidme una cosa, ¿sois siempre tan poco disimulada a la hora de mirar a alguien a quien os acabais de encontrar o es sólo cosa de que me ha tocado pillaros en un día particularmente poco inspirado a la hora de ocultar vuestros gestos? Es de mala educación mirar fijamente, una dama debería saberlo... – dije, con falso tono reprendedor que, en el fondo, ocultaba curiosidad por mi interlocutora... porque uno no se encontraba con damas maleducadas todos los días en aquella sociedad, y para una que veía había que aprovechar la diversión de enseñarle modales... a mi manera.
Invitado- Invitado
Re: Acechando [Privado]
Palabrería y más palabrería. En cuanto escuché una voz que se dirigía hacia mi supe que ya me había descuidado. Fallo mío. Sí. Es más, pude verle mientras se giraba y clavaba sus ojos en los míos. Pero por algún motivo no pude moverme ni reaccionar. Unos segundos nada más. Solo fueron necesarios unos segundos mirándole fijamente para que se creyera el rey del mambo por haberme descubierto. Claro que ¿Qué podía echarle en cara? Había sido lo suficientemente estúpida como para dejar que me viera sin ni siquiera intentar poner a cubierto mi rostro. Huir sería la opción más sensata me decía mi mente pero mi cuerpo sabía que ese gesto indicaría debilidad por lo que no se movió un centímetro. Tal como si en lugar de llevar unas pequeñas cuñas en las botas lo que llevase fuesen clavos que me unían con el sueño. Ya me había visto ¿Qué podía perder? No había informado a mi "superior" sobre lo que hacer una vez encontrado el objetivo y, aunque debería haberlo echo ya hace una semana, preferí continuar con la observación. Por que no dependía todo de lo que me dijesen o me contaran. Yo tenía que ver con mis propios ojos qué clase de persona iba a matar. ¿Buena o mala? Ya ni siquiera podía confiar en lo que se consideraba bueno o malo para la sociedad o para otros. Únicamente valía lo que yo considerara. Había pasado una semana entera. Varias horas durante la noche más concrétamente. Observándole cuando salía. A cazar. Igual que yo le daba caza él se la daba a los de mi especie drenando su sangre ¿Podía culparlos por eso? Tampoco me consideraba quien pues habían sido "creados" para eso. La única manera que tenían de sobrevivir. Eso sí, había muchas formas de hacerlo; ahí es en donde verdaderamente claudicaba mi opinión sobre dichos seres. En este caso. Todavía no había llegado a una conclusión. Parecía ser que la conclusión se me acababa de presentar por si sola. Tal vez, había llegado el momento.
Entrecerré ligeramente los ojos mientras una de mis manos palpaba la pistola metálica que llevaba encajada sobre la pantorrilla, bajo la falda. La capa que llevaba puesta cubría parte de mi torso pues un par de botones yacían juntos en la parte de mi cuello; sujetándola contra mi cuerpo. Siempre tapada. Que la gente viera las armas escondidas en diversas partes de mi cuerpo no era precisamente una buena idea pues no muchos conocían de la vida que personas como yo llevábamos. Vivían tan felices algunos. Tan al margen de la sociedad que los rodeaba. Y de la que les mandaba desde los "tronos" que los mismos humanos les habían dado. Alta y baja nobleza. En la corte. En la ciudad. En los pueblos. Estaban por todas partes. ¿Paranoica? Bueno, quizás con tales pensamientos si pueda parecer que me salgo un poco de mis cabales creyendo semejantes cosas. Pero, en el fondo, a mi no me importa dónde estén o cuándo vayan a aparecérseme porque de una manera u otra podré combatirlos. Estaré preparada. Como siempre.
Una pequeña sonrisa apareció en mis labios, ladina, aunque efímera en cuanto las palabras empezaron a "brotar". No podía ir a la ligera y hablar sin ton ni son. Todo o, casi todo, debía estar mínimamente calculado si no quería irme de la lengua. Tranquilidad. Sobre todas las cosas. - Qué torpeza por mi parte.. - susurré y, al mismo tiempo, una suave carcajada salió empujando a las palabras. No sincera pero si aparentemente alegre. Mis pasos me llevaron a acercarme al hombre. Al ser. Pero, por supuesto, no demasiado o lo acabaría lamentando de verdad. Todavía no conocía los sucios trucos que utilizaba. La magia que poseería. ¿Leería la mente? ¿Ilusiones? ¿Control mental? Había tantas y ninguna manera de averiguarlas que realmente hacia muy lastimosa a nuestra raza. No sin razón la mayoría se creían invencibles aunque, gente como yo, les diese caza. ¿Por qué considerarnos una amenaza cuando no eramos ni la mitad de poderosos que ellos?. - Debo aclararle, monsieur, que no todo el tiempo fue usted el centro de mi atención - una tímida sonrisa volvió a adueñarse de mis labios aunque, contrariado a eso, mis ojos no se apartaron de su trayectoria en ningún momento. - Ahora decidme vos a mi ¿Siempre que miran en vuestra dirección suponéis que sois el causante? Pensé que la osadía era algo habitual en la gente de este pueblo - la sonrisa se desvaneció, en parte, dejando una simple mueca de amabilidad. Tan grande como la farsa que suponía. Mis manos, ahora sobre mi vientre, yacían juntas y relajadas. ¿Qué amenaza supondría una bella e inofensiva humana que, únicamente, había echado una mirada al hombre equivocado?.
Entrecerré ligeramente los ojos mientras una de mis manos palpaba la pistola metálica que llevaba encajada sobre la pantorrilla, bajo la falda. La capa que llevaba puesta cubría parte de mi torso pues un par de botones yacían juntos en la parte de mi cuello; sujetándola contra mi cuerpo. Siempre tapada. Que la gente viera las armas escondidas en diversas partes de mi cuerpo no era precisamente una buena idea pues no muchos conocían de la vida que personas como yo llevábamos. Vivían tan felices algunos. Tan al margen de la sociedad que los rodeaba. Y de la que les mandaba desde los "tronos" que los mismos humanos les habían dado. Alta y baja nobleza. En la corte. En la ciudad. En los pueblos. Estaban por todas partes. ¿Paranoica? Bueno, quizás con tales pensamientos si pueda parecer que me salgo un poco de mis cabales creyendo semejantes cosas. Pero, en el fondo, a mi no me importa dónde estén o cuándo vayan a aparecérseme porque de una manera u otra podré combatirlos. Estaré preparada. Como siempre.
Una pequeña sonrisa apareció en mis labios, ladina, aunque efímera en cuanto las palabras empezaron a "brotar". No podía ir a la ligera y hablar sin ton ni son. Todo o, casi todo, debía estar mínimamente calculado si no quería irme de la lengua. Tranquilidad. Sobre todas las cosas. - Qué torpeza por mi parte.. - susurré y, al mismo tiempo, una suave carcajada salió empujando a las palabras. No sincera pero si aparentemente alegre. Mis pasos me llevaron a acercarme al hombre. Al ser. Pero, por supuesto, no demasiado o lo acabaría lamentando de verdad. Todavía no conocía los sucios trucos que utilizaba. La magia que poseería. ¿Leería la mente? ¿Ilusiones? ¿Control mental? Había tantas y ninguna manera de averiguarlas que realmente hacia muy lastimosa a nuestra raza. No sin razón la mayoría se creían invencibles aunque, gente como yo, les diese caza. ¿Por qué considerarnos una amenaza cuando no eramos ni la mitad de poderosos que ellos?. - Debo aclararle, monsieur, que no todo el tiempo fue usted el centro de mi atención - una tímida sonrisa volvió a adueñarse de mis labios aunque, contrariado a eso, mis ojos no se apartaron de su trayectoria en ningún momento. - Ahora decidme vos a mi ¿Siempre que miran en vuestra dirección suponéis que sois el causante? Pensé que la osadía era algo habitual en la gente de este pueblo - la sonrisa se desvaneció, en parte, dejando una simple mueca de amabilidad. Tan grande como la farsa que suponía. Mis manos, ahora sobre mi vientre, yacían juntas y relajadas. ¿Qué amenaza supondría una bella e inofensiva humana que, únicamente, había echado una mirada al hombre equivocado?.
Alba Añoza- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/06/2011
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Re: Acechando [Privado]
Mi capacidad de análisis, pese a que pudiera parecer (y de hecho ser) un ser todo lo contrario a analítico, era extraordinaria. Desde que había tenido que desarrollarla para sobrevivir en mi polis natal, Esparta, aquella capacidad se había ido moviendo conmigo en cada uno de los pasos que daba en mi no-vida, evolucionando en la misma dirección en la que lo hacía yo pero ella de una manera agigantada, logrando que fuera capaz, con apenas una mirada y mucha más rapidez que cuando había sido un simple humano sin siglos y siglos de experiencia, de saber si con quien estaba hablando o con quien me había encontrado ocultaba algo.
No podía decir exactamente qué era ese algo que ocultaba, no todavía pese a estar trabajando en ello y a que, evidentemente, me resultara fácil dadas mis capacidades averiguarlos si para ello disponía de más tiempo que, encima, invertía en aquella actividad, pero sí que sabía que había algo que no era tal y como aparentaba ser, algo que por esa misma razón de no encajar alteraba imperceptiblemente el aire de la situación en la que nos encontrábamos hasta convencerme de que lo mejor era no bajar la guardia pese a que una simple humana fuera tanta amenaza para mí como podía serlo un mosquito para un humano: simple molestia, pesadez como mucho, pero ningún riesgo real que pudiera llegar a incomodarme o molestarme en serio.
Mi intuición, aquella de la que siempre me fiaba, me decía, por tanto, que no me fiara de ella, que la estudiara y la pinchara a ver hasta qué punto era una simple damisela asustada o era alguien más, momento de aguantar la risa por utilizar este calificativo con una humana, peligrosa. Quizá porque su mirada era demasiado fija y se contradecía con sus palabras, tanto con la forma como con el tono; quizá porque ir tan tapada cuando no había razón para hacerlo era más que sospechoso; quizá porque nadie era tan ingenuo de no sospechar que yo era diferente a un simple humano... por mucho que la estupidez humana alcanzara, muchas veces, límites que nunca habría creído posible. No era quien aparentaba ser, eso seguro, pero ¿qué había más divertido que obligarla a bajarse la máscara ante mí? Nada, a falta de algo mejor en lo que centrar mi atención.
Sus pasos acercándose a mí, hechos al mismo tiempo que sus palabras fueron dichas con una aparentemente perfecta entonación, tanto que resultaba estridente y chirriante para mi oído de perfecto y consumado mentiroso, no me hicieron moverme de mi sitio, al menos no mientras ella no hubo terminado su intervención, la que precedía a la mía como una línea va antes que otra en un texto teatral como los de los grandes clásicos griegos, mis compatriotas pese a ser posteriores en el tiempo. Sólo lo hice, apenas un movimiento de las piernas para, como si fuera humano, descargar el peso de mi cuerpo de una para apoyarlo en la otra, cuando hubo terminado y su mirada parecía querer competir con la mía en cuanto a permanecer fija... Y ella llevaba las de perder.
– Me he limitado a establecer un razonamiento lógico, madame. Pensad que en un callejón de París en el que, a mi alrededor, sólo hay ladrillos, charcos en el suelo pobremente empedrado y como mucho llamas en las lamparillas que danzan por la melodía de las corrientes de aire que hay a nuestro alrededor lo único digno de atención soy yo, al menos ante quien tenga un mínimo de buen gusto... Y no dudo que vos lo tengáis. – musité, con un tono tan falso como el suyo por estar lleno de fría erudición científica, de esa ciencia que comenzaba a nacer como tal en la época en la que nos encontrábamos pero que era deudora de la que Hipócrates y sus seguidores habían comenzado, sin nada de original... como siempre pasaba con los humanos.
En aquel momento, mis pasos sí que se movieron en su dirección. Apenas un par de ellos que bastaron para reducir en gran parte la distancia que aún nos separaba, seguidos de otros que se dispusieron a su alrededor, rodeándola literalmente en aquel recorrido, casi estudio detallado de ella, que llevé a cabo con la mirada sólo paseándome a su alrededor, lo suficiente para intuir bajo aquella tela que conformaba la amplia capa atada al cuello algo que no encajaba en una mujer humana, se mirara por donde se mirase, en aquella época... El poco disimulado por aquella posición de sus ropajes mango de un cuchillo, interesante.
No di muestras, no obstante, de hacerlo notado. Mi apariencia seguía siendo exactamente la misma de antes porque para su desgracia era capaz de mentir mejor que ella, ¿cómo no si mi vida ante los demás era una fachada hecha de mentiras en la que una más parecía una verdad? Aquella lo pareció, al menos porque no tenía aquel aire forzado de sus gestos en apariencia inocentes que le pegaban menos que ponerme yo a predicar las maravillas de un Dios que sabía que no existía, y sólo pasó a ser una verdad a medias cuando volví a quedar frente a ella, mirándola a los ojos de nuevo.
– ¿Qué hace una dama como lo sois vos a estas horas de la noche sola por los callejones de una gran urbe como París? ¿Ignoráis los riesgos que corre una dama joven y frágil sin nadie que la proteja? – pregunté, haciendo especial hincapié en las palabras que la habían definido como pueril y delicada para que se lo tomara como quisiera, pero que en realidad significaba que sabía que era sólo una fachada, exactamente igual que lo de indefensa... ah, no, que eso sí que lo estaba, sobre todo si a mí me apetecía destruir su vida... Una lástima para ella, pero no para mí ni tampoco una gran pérdida para el mundo en base a lo que me había enseñado de ella misma hasta el momento: nada original, todo vulgar y copiado... aburrido.
No podía decir exactamente qué era ese algo que ocultaba, no todavía pese a estar trabajando en ello y a que, evidentemente, me resultara fácil dadas mis capacidades averiguarlos si para ello disponía de más tiempo que, encima, invertía en aquella actividad, pero sí que sabía que había algo que no era tal y como aparentaba ser, algo que por esa misma razón de no encajar alteraba imperceptiblemente el aire de la situación en la que nos encontrábamos hasta convencerme de que lo mejor era no bajar la guardia pese a que una simple humana fuera tanta amenaza para mí como podía serlo un mosquito para un humano: simple molestia, pesadez como mucho, pero ningún riesgo real que pudiera llegar a incomodarme o molestarme en serio.
Mi intuición, aquella de la que siempre me fiaba, me decía, por tanto, que no me fiara de ella, que la estudiara y la pinchara a ver hasta qué punto era una simple damisela asustada o era alguien más, momento de aguantar la risa por utilizar este calificativo con una humana, peligrosa. Quizá porque su mirada era demasiado fija y se contradecía con sus palabras, tanto con la forma como con el tono; quizá porque ir tan tapada cuando no había razón para hacerlo era más que sospechoso; quizá porque nadie era tan ingenuo de no sospechar que yo era diferente a un simple humano... por mucho que la estupidez humana alcanzara, muchas veces, límites que nunca habría creído posible. No era quien aparentaba ser, eso seguro, pero ¿qué había más divertido que obligarla a bajarse la máscara ante mí? Nada, a falta de algo mejor en lo que centrar mi atención.
Sus pasos acercándose a mí, hechos al mismo tiempo que sus palabras fueron dichas con una aparentemente perfecta entonación, tanto que resultaba estridente y chirriante para mi oído de perfecto y consumado mentiroso, no me hicieron moverme de mi sitio, al menos no mientras ella no hubo terminado su intervención, la que precedía a la mía como una línea va antes que otra en un texto teatral como los de los grandes clásicos griegos, mis compatriotas pese a ser posteriores en el tiempo. Sólo lo hice, apenas un movimiento de las piernas para, como si fuera humano, descargar el peso de mi cuerpo de una para apoyarlo en la otra, cuando hubo terminado y su mirada parecía querer competir con la mía en cuanto a permanecer fija... Y ella llevaba las de perder.
– Me he limitado a establecer un razonamiento lógico, madame. Pensad que en un callejón de París en el que, a mi alrededor, sólo hay ladrillos, charcos en el suelo pobremente empedrado y como mucho llamas en las lamparillas que danzan por la melodía de las corrientes de aire que hay a nuestro alrededor lo único digno de atención soy yo, al menos ante quien tenga un mínimo de buen gusto... Y no dudo que vos lo tengáis. – musité, con un tono tan falso como el suyo por estar lleno de fría erudición científica, de esa ciencia que comenzaba a nacer como tal en la época en la que nos encontrábamos pero que era deudora de la que Hipócrates y sus seguidores habían comenzado, sin nada de original... como siempre pasaba con los humanos.
En aquel momento, mis pasos sí que se movieron en su dirección. Apenas un par de ellos que bastaron para reducir en gran parte la distancia que aún nos separaba, seguidos de otros que se dispusieron a su alrededor, rodeándola literalmente en aquel recorrido, casi estudio detallado de ella, que llevé a cabo con la mirada sólo paseándome a su alrededor, lo suficiente para intuir bajo aquella tela que conformaba la amplia capa atada al cuello algo que no encajaba en una mujer humana, se mirara por donde se mirase, en aquella época... El poco disimulado por aquella posición de sus ropajes mango de un cuchillo, interesante.
No di muestras, no obstante, de hacerlo notado. Mi apariencia seguía siendo exactamente la misma de antes porque para su desgracia era capaz de mentir mejor que ella, ¿cómo no si mi vida ante los demás era una fachada hecha de mentiras en la que una más parecía una verdad? Aquella lo pareció, al menos porque no tenía aquel aire forzado de sus gestos en apariencia inocentes que le pegaban menos que ponerme yo a predicar las maravillas de un Dios que sabía que no existía, y sólo pasó a ser una verdad a medias cuando volví a quedar frente a ella, mirándola a los ojos de nuevo.
– ¿Qué hace una dama como lo sois vos a estas horas de la noche sola por los callejones de una gran urbe como París? ¿Ignoráis los riesgos que corre una dama joven y frágil sin nadie que la proteja? – pregunté, haciendo especial hincapié en las palabras que la habían definido como pueril y delicada para que se lo tomara como quisiera, pero que en realidad significaba que sabía que era sólo una fachada, exactamente igual que lo de indefensa... ah, no, que eso sí que lo estaba, sobre todo si a mí me apetecía destruir su vida... Una lástima para ella, pero no para mí ni tampoco una gran pérdida para el mundo en base a lo que me había enseñado de ella misma hasta el momento: nada original, todo vulgar y copiado... aburrido.
Invitado- Invitado
Re: Acechando [Privado]
La cosa se ponía interesante. ¡Qué prepotente era el vampiro! Hubiese escandalizado a cualquiera muchacha que se prestara a tener buenos modales. O, pensándolo mejor, la hubiese avergonzado. Era un muchacho guapo y había pasado el suficiente tiempo en bailes estúpidos como para saber las reacciones que tenían las chicas de hoy en día a tipos como ese. Por suerte o por desgracia yo no tenía ninguna de esas cualidades. Ni era vergonzosa. Ni me dejaba intimidar. Y, por supuesto, no tenía nada que ver con la gente de clase alta más que para los clientes con los que me relacionaba. Fuera de eso era obvio ¿Qué chica de buena reputación se prestaría a estar en un lugar como aquel? Como bien había dicho mi "amigo" un callejón bastante oscuro dado las horas que eran. Sí, claro que le estaba mirando a él. Eso también era obvio. Pero no le quitaba la prepotencia de las palabras que soltaba por la boca ni de la manera en que las decía. Cosa que a parte de divertirme me repateaba un poco. Hombres. Se creían el centro del universo cuando en realidad no podían ni compararse con nosotras. Sí, tal vez tuvieran más fuerza -en algunos casos.- pero nosotras les superamos con creces en el ingenio. Por desgracia la época actual valoraba su cualidad, cualidad que por cierto a mi no se me daba nada mal. De echo, me venía genial ser una mujer. La mayoría demostraba las pocas neuronas que tenía bajando la guardia conmigo ¿Ese chico también lo haría? Me miraba de una manera bien extraña y, por su bien, esperaba que fuese un poco más listo que la mayoría. Más que por su bien por mi propio divertimento. Acabar con ello tan pronto no entraba dentro de mis planes ni tampoco sabía si entraba dentro de los de mi cliente. Por eso, tendría que mantenerme alerta para no cometer cualquier estupidez como, por ejemplo, clavarle la estaca que llevaba escondida en un bolsillo interior en el corazón. Oh si, tenía muy buena puntería.
Mi rostro en todo momento se mantuvo con una pequeña sonrisa afable, no como si estuviera divirtiéndome con aquello pero era preferible a poner cara de miedo. No soportaba simular miedo. Prefería simular ingenuidad, ya puestos. El teatro no había sido echo para mi. Por suerte, solo me ocurrían cosas como aquellas de vez en cuando ¡No me dejaba ver tan fácilmente! De echo, ese había tenido muy buena vista. O bien, los lugares tan poco frecuentados que visitaba le habían puesto en una buena situación. Sí, eso explicaría mejor la situación. Situación que, por cierto, me tenía algo confundida. Sin embargo tenía que mantenerme lo más quieta posible. No quería ni siquiera tocarle. A veces me daban cierto asco estos seres, había matado tantos con mis propias manos que en los sueños me visitaban como si quisieran hacerme pagar por eso ¡Cuando yo era la buena! ¿Para qué otra cosa podrían servir ellos que para matar seres inocentes? Aunque, si bien es cierto que una minoría vivía lo más humanamente posible, intentando no hacernos daños. Viviendo de animales o de seres aún más bajos que ellos. Pero era una minoría demasiado escasa. Demasiado.
Mordí mi labio inferior cuando finalizó de hablar ¿Qué se supone que iba a responderle? Con lo que me gustaba a mi ser sincera.. "Pues me han encargado que te vigile así que, aquí me tiene monsieur, vigilándole como lo he estado haciendo los últimos días" Sí, claro, era la situación perfecta para decírselo. Y también el ambiente perfecto. Con una voz relajada aparentemente como había dicho frágil e inocente. Como si no matara una mosca. La cuestión era ¿De verdad se creía todo aquello? Yo no iba a poder mantenerlo mucho porque, básicamente, no pintaba nada hablando con mi encargo. Un poco tal vez para averiguar sobre él. Sobre su persona. Sobre si de verdad merecía o no morir. Tenía mis propias reglas dentro de ese negocio en el que era mi única jefa. No tener que rendir cuentas a nadie resultaba muy satisfactorio, por suerte, había podido librarme de la iglesia hacía ya unos cuantos años. Una iglesia que lo único que hacía era controlarme y controlar mis movimientos. Como resultado, me había quedado sin prácticamente nada. Pero allí estaba, recompuesta y fuerte para continuar con mi camino. - Eh..si, claro, tiene razón.. - reí ligeramente, una risita de esas nerviosas que había escuchado en muchos sitio de boca de niñitas que aun queriendo parecer mayores no salían ni de la niñez. Pensándolo mejor, tampoco me iría tan malo siendo actriz. Una lástima que mi cuerpo pidiera ciertas cosas de vez en cuando, cosas para las que me habían entrenado desde hacía demasiado tiempo como para ignorarlas. Por desgracia para mi. - Entonces será mejor que me vaya ¿No? Creo que podría acabar muy mal si sigo por esta calle.. - eché un paso hacia detrás y moví la cabeza hacia mi lado derecho, simulando que miraba hacia el fondo del callejón. Bueno, no simulando, en verdad estaba mirando al fondo del callejón. - Esto parece no tener salida ¡Que tonta! - reí llevándome una mano para tapar mi boca como toda una dama, no debía dejar que el hombre viese mi boca abierta. Porque era de muy mala educación. Sí, todavía recordaba al padre enseñándome las normas de cortesía con todas sus fuerzas y frustrándose porque no era capaz de que la siguiera ni una sola vez. Por un momento, mi risa fue de verdad al recordar ese momento.
- Usted tampoco debería estar aquí, monsieur - continué una vez pasó esa risa, devolviendo mis manos al centro de mi vientre, una sobre la otra. Por dentro siempre tenía en mente dónde estaban cada una de mis armas, la distancia que me separaba de él y, un poco, analizaba lo que hacía. Sus gestos. Sus movimientos. Cualquier cosa que pudiese indicarme que quería hacerme daño. Estaba aparentando ser una niña estúpida pero de ahí a que lo fuera había bastante camino la verdad. - También debería marcharse usted, sería malo que le encontrara alguien inadecuado. Nunca se sabe lo que hay por estos lugares - sonreí aunque por un momento, un instante, dejé entreveer parte de la picardía con la que había dicho esa frase. Este tipo de momentos en los que ponía una pequeña prueba aprueba a alguien me fascinaban sobre todo por los resultados. Sin embargo, esta vez tendría que ir un poco más allá si quería sacar algo de provecho. Ya que la situación se me había presentado.. - Bueno, encantada de conocerle, ¡Cuídese! - en un acto algo descuidado pero al mismo tiempo dentro de ese "papel" agarré una de sus manos -la que me caía más cerca.- y la estreché entre las mías. Entre las dos. No demasiado fuerte pero en un gesto exagerado sin, por supuesto, borrar la sonrisa de mi cara.
Mi cuerpo se volteó y me levanté la capucha de la capa tapando mis cabellos. Aparentando, una vez más, despreocupación. Porque supuestamente al taparme la capa parte de la cabeza no me permitía escuchar bien a mi alrededor. Y así, como si de la caperucita roja se tratara -un cuento de los más entretenido y educativo.- eché a caminar en lo que me quedaba de calle para salir a la avenida principal dónde, aunque no veía demasiada gente, si que veía bastantes luces iluminándola desde mi posición. Todavía me quedaban unos metros.
Mi rostro en todo momento se mantuvo con una pequeña sonrisa afable, no como si estuviera divirtiéndome con aquello pero era preferible a poner cara de miedo. No soportaba simular miedo. Prefería simular ingenuidad, ya puestos. El teatro no había sido echo para mi. Por suerte, solo me ocurrían cosas como aquellas de vez en cuando ¡No me dejaba ver tan fácilmente! De echo, ese había tenido muy buena vista. O bien, los lugares tan poco frecuentados que visitaba le habían puesto en una buena situación. Sí, eso explicaría mejor la situación. Situación que, por cierto, me tenía algo confundida. Sin embargo tenía que mantenerme lo más quieta posible. No quería ni siquiera tocarle. A veces me daban cierto asco estos seres, había matado tantos con mis propias manos que en los sueños me visitaban como si quisieran hacerme pagar por eso ¡Cuando yo era la buena! ¿Para qué otra cosa podrían servir ellos que para matar seres inocentes? Aunque, si bien es cierto que una minoría vivía lo más humanamente posible, intentando no hacernos daños. Viviendo de animales o de seres aún más bajos que ellos. Pero era una minoría demasiado escasa. Demasiado.
Mordí mi labio inferior cuando finalizó de hablar ¿Qué se supone que iba a responderle? Con lo que me gustaba a mi ser sincera.. "Pues me han encargado que te vigile así que, aquí me tiene monsieur, vigilándole como lo he estado haciendo los últimos días" Sí, claro, era la situación perfecta para decírselo. Y también el ambiente perfecto. Con una voz relajada aparentemente como había dicho frágil e inocente. Como si no matara una mosca. La cuestión era ¿De verdad se creía todo aquello? Yo no iba a poder mantenerlo mucho porque, básicamente, no pintaba nada hablando con mi encargo. Un poco tal vez para averiguar sobre él. Sobre su persona. Sobre si de verdad merecía o no morir. Tenía mis propias reglas dentro de ese negocio en el que era mi única jefa. No tener que rendir cuentas a nadie resultaba muy satisfactorio, por suerte, había podido librarme de la iglesia hacía ya unos cuantos años. Una iglesia que lo único que hacía era controlarme y controlar mis movimientos. Como resultado, me había quedado sin prácticamente nada. Pero allí estaba, recompuesta y fuerte para continuar con mi camino. - Eh..si, claro, tiene razón.. - reí ligeramente, una risita de esas nerviosas que había escuchado en muchos sitio de boca de niñitas que aun queriendo parecer mayores no salían ni de la niñez. Pensándolo mejor, tampoco me iría tan malo siendo actriz. Una lástima que mi cuerpo pidiera ciertas cosas de vez en cuando, cosas para las que me habían entrenado desde hacía demasiado tiempo como para ignorarlas. Por desgracia para mi. - Entonces será mejor que me vaya ¿No? Creo que podría acabar muy mal si sigo por esta calle.. - eché un paso hacia detrás y moví la cabeza hacia mi lado derecho, simulando que miraba hacia el fondo del callejón. Bueno, no simulando, en verdad estaba mirando al fondo del callejón. - Esto parece no tener salida ¡Que tonta! - reí llevándome una mano para tapar mi boca como toda una dama, no debía dejar que el hombre viese mi boca abierta. Porque era de muy mala educación. Sí, todavía recordaba al padre enseñándome las normas de cortesía con todas sus fuerzas y frustrándose porque no era capaz de que la siguiera ni una sola vez. Por un momento, mi risa fue de verdad al recordar ese momento.
- Usted tampoco debería estar aquí, monsieur - continué una vez pasó esa risa, devolviendo mis manos al centro de mi vientre, una sobre la otra. Por dentro siempre tenía en mente dónde estaban cada una de mis armas, la distancia que me separaba de él y, un poco, analizaba lo que hacía. Sus gestos. Sus movimientos. Cualquier cosa que pudiese indicarme que quería hacerme daño. Estaba aparentando ser una niña estúpida pero de ahí a que lo fuera había bastante camino la verdad. - También debería marcharse usted, sería malo que le encontrara alguien inadecuado. Nunca se sabe lo que hay por estos lugares - sonreí aunque por un momento, un instante, dejé entreveer parte de la picardía con la que había dicho esa frase. Este tipo de momentos en los que ponía una pequeña prueba aprueba a alguien me fascinaban sobre todo por los resultados. Sin embargo, esta vez tendría que ir un poco más allá si quería sacar algo de provecho. Ya que la situación se me había presentado.. - Bueno, encantada de conocerle, ¡Cuídese! - en un acto algo descuidado pero al mismo tiempo dentro de ese "papel" agarré una de sus manos -la que me caía más cerca.- y la estreché entre las mías. Entre las dos. No demasiado fuerte pero en un gesto exagerado sin, por supuesto, borrar la sonrisa de mi cara.
Mi cuerpo se volteó y me levanté la capucha de la capa tapando mis cabellos. Aparentando, una vez más, despreocupación. Porque supuestamente al taparme la capa parte de la cabeza no me permitía escuchar bien a mi alrededor. Y así, como si de la caperucita roja se tratara -un cuento de los más entretenido y educativo.- eché a caminar en lo que me quedaba de calle para salir a la avenida principal dónde, aunque no veía demasiada gente, si que veía bastantes luces iluminándola desde mi posición. Todavía me quedaban unos metros.
Alba Añoza- Inquisidor Clase Media
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Fecha de inscripción : 21/06/2011
DATOS DEL PERSONAJE
Poderes/Habilidades:
Datos de interés:
Re: Acechando [Privado]
Los años, que en mi caso eran muchísimos, me habían enseñado bien diversas lecciones de vida que me servían para alzarme, aún más que por mi natural superioridad, por encima de cualquier ser con ínfulas que se me presentara delante de mí. Una de esas lecciones, que ya venían dadas en mi propia definición por ser claves en mi desconfianza habitual, era precisamente esa: no confiar en nadie a no ser que ese ser, o lo que fuera porque poco importaba su naturaleza ya que en cualquier caso sería inferior a mí, me diera muestras de hecho de que era digno de confianza.
Con esa premisa puesta sobre la mesa como si de unas cartas durante un juego, a la espera de cobrar los frutos de la apuesta, se tratara, era de esperar que pocas personas fueran dignas de mi total y absoluta confianza, y así era... pero con reservas. No era tan estúpido como para ignorar el valor potencial que muchos seres, a mi lado, podían poseer; de hecho, no era estúpido en absoluto, sino más bien todo lo contrario, así que muchas, muchísimas veces me obligaba a fingir yo mismo que había establecido un vínculo de confianza con alguien porque así era como mayor tajada sacaba de la situación, algo que yo siempre buscaba y, por tanto, conseguía...
En aquella situación, sin embargo, no había ni eso. Resultaba tan obvio que ella no era digna de confianza que casi me daba risa, tanto por lo bien que se me daba juzgar a las personas de manera obviamente acertada con solo mirarlas como por aquello que flotaba en el aire, visible sólo para alguien demasiado acostumbrado al mundo del teatro. No iba a negarle el mérito de que su actuación estaba bien construida sobre la base del desconocimiento mutuo que ambos nos teníamos, al menos para ser una humana... pero ahí precisamente radicaba su fallo, en su humanidad.
Su actuación era correcta desde el punto de vista formal para un humano que, a lo sumo, viviría un máximo de unos sesenta o setenta años, no más. Para alguien que superaba los dos milenios y había visto a auténticos profesionales encarnados en cuerpos inmortales, con experiencia mucho mayor que la de una chica de cómo mucho veintitantos años, lo suyo era un buen intento, sí, pero que gritaba por los cuatro costados su naturaleza fraudulenta y que me impedía tanto creerme lo que me decía como confiar en ella, en que era una niña adorable y buena como pretendía hacerme creer y en que no tenía peligro... ya que, si se comportaba así, era precisamente porque lo tenía.
O al menos relativamente. Era una humana, y por tanto cualquier cosa que me hiciera directamente me dolería tan poco como a uno de su raza la picadura de un mosquito: nada, apenas la molestia y el simple picor pero aparte de eso ninguna cosa más que una incomodidad que se iría dentro de poco. Si quería, no obstante, jugar conmigo aquella humana con los aires demasiado subidos y con una actuación que, como su cuerpo reveló, además de sus gestos, seguía exactamente esa línea, jugaría... A fin de cuentas, había ido a encontrarse con el mejor en la partida de fingir ser quien no era.
Sus movimientos en esa dirección me dejaron clavado aún en mi sitio; sus palabras, al igual que esos gestos que habían conformado su manera de moverse primero acercándose aún más a mí y después separándose tras darme un consejo que evidentemente no necesitaba, me habían dejado la línea de actuación dibujada delante de mis narices, con la única dificultad de esperar al momento preciso para atraparla, y en cuanto se fue, tras una parca despedida por mi parte, eso fue exactamente lo que hice.
Aquel callejón estaba diseñado de tal manera en el trazado confuso y sinuoso de las calles de París que la parte por la que ella se había ido daba a una avenida relativamente amplia mientras que la calle a la que desembocaba el camino en el que yo me encontraba era mucho más pequeña, apenas visible entre los ladrillos de la pared y por eso confundible con una pared sin una obertura, llena de los peligros que en teoría la acechaban y que a cualquier persona le pondrían los pelos de punta... o al menos de no conocer la existencia de los seres que daban auténtico miedo, los que, de hecho, suponían un riesgo de verdad para sus vidas y no simples criminales con mentes tan rotas y desestructuradas que daban auténtica risa... Y que eran sumamente fáciles de controlar.
Con pasos rápidos, cortos y directos a aquella dirección, opuesta a la que había tomado la chica con complejo de actriz de teatro que había dejado atrás hacía apenas un momento, me sumí de lleno en aquella marea de podredumbre y olor a humanidad en todo su esplendor: opio, defecaciones, sudor y sangre, eso acompañado de la visión de cuerpos hinchados tirados por las esquinas, prostitutas de escaso valor enseñando la mercancía en forma de carnes blandas y caídas: gente cuyas mentes, de escaso valor ya de por sí, estaban siendo destruidas a pasos agigantados por las sustancias que allí se respiraban como si fueran aire... Y entre ellos lo vi.
Su mente era frágil, se notaba en la expresión de su rostro y especialmente en lo poco que me costó someter todo amago de resistencia que pudiera imponer ante mí para que finalmente estuviera bajo mi control, como una marioneta cuyo titiritero era yo y cuyos movimientos pasaron a ser controlados por mi mente. Su expresión, de suma placidez, cambió en cuanto yo lo quise a una de rabia en aquel rostro macilento y de rasgos hundidos en la piel arrugada y enfermiza, enmarcado por cabello color negro como el ala de un cuervo que conformaba un contraste nada interesante con unos ojos rabiosos del mismo color. Su cuerpo enjuto se movió, sin un solo tambaleo, en dirección al callejón de antes, adelantándose varios metros hasta que yo salí de las sombras que me habían dado cobijo tras él, tras mi marioneta.
Nadie pensaría que lo estaba siguiendo o que estábamos en alguna manera relacionados. Sus pasos se tornaron irregulares, arrastrados y casi caóticos en aquellas ropas desastradas y ajadas que llevaba; los míos eran serenos, lentos y casi elegantes pese a la fiereza animal que los caracterizaba, con mis ropas no elegantes pero sí impolutas de suciedad, polvo o cualquier imperfección que las estropeara... Y ambos en una misma dirección: la avenida con más gente que el callejón en el que nos encontrábamos, otro mundo de lujos aparentes que contrastaba con el de miseria que habíamos dejado atrás, uno en el que yo encajaba perfectamente pese a que también lo hiciera en el más bajo... Una perfecta dicotomía que sólo yo comprendía.
Mi control se deshizo en el momento en el que llegamos a la avenida, después de salir del callejón. Allí, rodeado de gente, hizo lo que todo hombre con la mente frágil y con una educación nefasta haría: atacar a diestro y siniestro... y su elegida fue precisamente la joven de antes, una que atrajo su atención sin intermediación mía y sobre la que se lanzó con velocidad propia de alguien demente, un animal más que una persona... pero tremendamente lento para lo que era yo.
En casi un abrir y cerrar de ojos me deslicé entre la multitud hasta apartar con un golpe a aquel mendigo de ella, al tiempo que vi de reojo, aunque perfectamente por mis sentidos más desarrollados de lo normal, una confirmación de una impresión anterior: un arma entre sus ropas. Cazadora, esa fue la palabra que mi mente me gritó pero que no impidió que apartara a aquel hombre de en medio y con una mirada lo hiciera alejarse, temblando y gritando entre aullidos agónicos y dementes algo sobre un demonio... Algo que no acababa de definirme porque se quedaba demasiado corto.
– ¿Os encontráis bien? Si no hubiera estado atento ese hombre sin duda alguna os habría herido, mademoiselle... Ir sin una escolta en una dama como lo sois vos resulta peligroso. – musité, con tono preocupado pero una expresión, destinada para ella en exclusiva en vez de para los demás ojos clavados en nosotros en medio de la calle, totalmente diferente... Una con una media sonrisa torcida, los ojos entrecerrados como muestra de diversión y aire general de travesura que se esfumó en apenas un instante para transformarse en una acorde con mi rostro... aunque yo supiera que ella ya había visto la que había escondido rápidamente y que era como afirmar a voz en grito mi culpabilidad en aquel incidente, aunque... ¿cómo, si no había ninguna prueba que me enlazara con él?
Con esa premisa puesta sobre la mesa como si de unas cartas durante un juego, a la espera de cobrar los frutos de la apuesta, se tratara, era de esperar que pocas personas fueran dignas de mi total y absoluta confianza, y así era... pero con reservas. No era tan estúpido como para ignorar el valor potencial que muchos seres, a mi lado, podían poseer; de hecho, no era estúpido en absoluto, sino más bien todo lo contrario, así que muchas, muchísimas veces me obligaba a fingir yo mismo que había establecido un vínculo de confianza con alguien porque así era como mayor tajada sacaba de la situación, algo que yo siempre buscaba y, por tanto, conseguía...
En aquella situación, sin embargo, no había ni eso. Resultaba tan obvio que ella no era digna de confianza que casi me daba risa, tanto por lo bien que se me daba juzgar a las personas de manera obviamente acertada con solo mirarlas como por aquello que flotaba en el aire, visible sólo para alguien demasiado acostumbrado al mundo del teatro. No iba a negarle el mérito de que su actuación estaba bien construida sobre la base del desconocimiento mutuo que ambos nos teníamos, al menos para ser una humana... pero ahí precisamente radicaba su fallo, en su humanidad.
Su actuación era correcta desde el punto de vista formal para un humano que, a lo sumo, viviría un máximo de unos sesenta o setenta años, no más. Para alguien que superaba los dos milenios y había visto a auténticos profesionales encarnados en cuerpos inmortales, con experiencia mucho mayor que la de una chica de cómo mucho veintitantos años, lo suyo era un buen intento, sí, pero que gritaba por los cuatro costados su naturaleza fraudulenta y que me impedía tanto creerme lo que me decía como confiar en ella, en que era una niña adorable y buena como pretendía hacerme creer y en que no tenía peligro... ya que, si se comportaba así, era precisamente porque lo tenía.
O al menos relativamente. Era una humana, y por tanto cualquier cosa que me hiciera directamente me dolería tan poco como a uno de su raza la picadura de un mosquito: nada, apenas la molestia y el simple picor pero aparte de eso ninguna cosa más que una incomodidad que se iría dentro de poco. Si quería, no obstante, jugar conmigo aquella humana con los aires demasiado subidos y con una actuación que, como su cuerpo reveló, además de sus gestos, seguía exactamente esa línea, jugaría... A fin de cuentas, había ido a encontrarse con el mejor en la partida de fingir ser quien no era.
Sus movimientos en esa dirección me dejaron clavado aún en mi sitio; sus palabras, al igual que esos gestos que habían conformado su manera de moverse primero acercándose aún más a mí y después separándose tras darme un consejo que evidentemente no necesitaba, me habían dejado la línea de actuación dibujada delante de mis narices, con la única dificultad de esperar al momento preciso para atraparla, y en cuanto se fue, tras una parca despedida por mi parte, eso fue exactamente lo que hice.
Aquel callejón estaba diseñado de tal manera en el trazado confuso y sinuoso de las calles de París que la parte por la que ella se había ido daba a una avenida relativamente amplia mientras que la calle a la que desembocaba el camino en el que yo me encontraba era mucho más pequeña, apenas visible entre los ladrillos de la pared y por eso confundible con una pared sin una obertura, llena de los peligros que en teoría la acechaban y que a cualquier persona le pondrían los pelos de punta... o al menos de no conocer la existencia de los seres que daban auténtico miedo, los que, de hecho, suponían un riesgo de verdad para sus vidas y no simples criminales con mentes tan rotas y desestructuradas que daban auténtica risa... Y que eran sumamente fáciles de controlar.
Con pasos rápidos, cortos y directos a aquella dirección, opuesta a la que había tomado la chica con complejo de actriz de teatro que había dejado atrás hacía apenas un momento, me sumí de lleno en aquella marea de podredumbre y olor a humanidad en todo su esplendor: opio, defecaciones, sudor y sangre, eso acompañado de la visión de cuerpos hinchados tirados por las esquinas, prostitutas de escaso valor enseñando la mercancía en forma de carnes blandas y caídas: gente cuyas mentes, de escaso valor ya de por sí, estaban siendo destruidas a pasos agigantados por las sustancias que allí se respiraban como si fueran aire... Y entre ellos lo vi.
Su mente era frágil, se notaba en la expresión de su rostro y especialmente en lo poco que me costó someter todo amago de resistencia que pudiera imponer ante mí para que finalmente estuviera bajo mi control, como una marioneta cuyo titiritero era yo y cuyos movimientos pasaron a ser controlados por mi mente. Su expresión, de suma placidez, cambió en cuanto yo lo quise a una de rabia en aquel rostro macilento y de rasgos hundidos en la piel arrugada y enfermiza, enmarcado por cabello color negro como el ala de un cuervo que conformaba un contraste nada interesante con unos ojos rabiosos del mismo color. Su cuerpo enjuto se movió, sin un solo tambaleo, en dirección al callejón de antes, adelantándose varios metros hasta que yo salí de las sombras que me habían dado cobijo tras él, tras mi marioneta.
Nadie pensaría que lo estaba siguiendo o que estábamos en alguna manera relacionados. Sus pasos se tornaron irregulares, arrastrados y casi caóticos en aquellas ropas desastradas y ajadas que llevaba; los míos eran serenos, lentos y casi elegantes pese a la fiereza animal que los caracterizaba, con mis ropas no elegantes pero sí impolutas de suciedad, polvo o cualquier imperfección que las estropeara... Y ambos en una misma dirección: la avenida con más gente que el callejón en el que nos encontrábamos, otro mundo de lujos aparentes que contrastaba con el de miseria que habíamos dejado atrás, uno en el que yo encajaba perfectamente pese a que también lo hiciera en el más bajo... Una perfecta dicotomía que sólo yo comprendía.
Mi control se deshizo en el momento en el que llegamos a la avenida, después de salir del callejón. Allí, rodeado de gente, hizo lo que todo hombre con la mente frágil y con una educación nefasta haría: atacar a diestro y siniestro... y su elegida fue precisamente la joven de antes, una que atrajo su atención sin intermediación mía y sobre la que se lanzó con velocidad propia de alguien demente, un animal más que una persona... pero tremendamente lento para lo que era yo.
En casi un abrir y cerrar de ojos me deslicé entre la multitud hasta apartar con un golpe a aquel mendigo de ella, al tiempo que vi de reojo, aunque perfectamente por mis sentidos más desarrollados de lo normal, una confirmación de una impresión anterior: un arma entre sus ropas. Cazadora, esa fue la palabra que mi mente me gritó pero que no impidió que apartara a aquel hombre de en medio y con una mirada lo hiciera alejarse, temblando y gritando entre aullidos agónicos y dementes algo sobre un demonio... Algo que no acababa de definirme porque se quedaba demasiado corto.
– ¿Os encontráis bien? Si no hubiera estado atento ese hombre sin duda alguna os habría herido, mademoiselle... Ir sin una escolta en una dama como lo sois vos resulta peligroso. – musité, con tono preocupado pero una expresión, destinada para ella en exclusiva en vez de para los demás ojos clavados en nosotros en medio de la calle, totalmente diferente... Una con una media sonrisa torcida, los ojos entrecerrados como muestra de diversión y aire general de travesura que se esfumó en apenas un instante para transformarse en una acorde con mi rostro... aunque yo supiera que ella ya había visto la que había escondido rápidamente y que era como afirmar a voz en grito mi culpabilidad en aquel incidente, aunque... ¿cómo, si no había ninguna prueba que me enlazara con él?
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